• Excursión 1372. 25 Enero de 2022. Martes.
Punta de la Centella.
Municipio: Icod de los Vinos
De 15.07 a 18.30h. De 210 a 20 a 250 a 220 a 250 a 210m.
Distancia: 9,1km. Duración: 3h 23m
Recorrido variado por senderos por zonas abandonadas agrícolas, por encima de acantilados, por un saliente de material volcánico agreste y salvaje. Más un recorrido urbano por un pequeño barrio de Icod con la localización de dos árboles monumentales, uno histórico, un pino canario y un drago
El lunes estoy en plena forma y me suelo pasar de rosca con la excursión. Este lunes, sin embargo, estoy algo cansado y lo dudo hasta el último momento. Después de comer mi mujer me pregunta si voy a salir y entonces le digo que sí y lo decido ahí. También un poco antes he estado mirando el mapa mural -que tengo en el salón- de Tenerife y he pensado en la zona alrededor de la punta de la Centella en Icod porque he visto que tengo algunos huecos. Ok. Iré allí. Enseguida ya me he cambiado y con mucha calma (todavía no he resuelto el tema del aviso de placas de hielo y de la presión de las ruedas en el coche) voy a 80 km/hora por la autopista y se me hace más sencillo, a ritmo lento, conducir por la carretera general. Hoy toca ir detrás de dos camiones en los que los protectores de las piñas de plátanos ondean al viento confiriéndoles más velocidad de la que llevan.
Dejo el coche en la zona comercial en la gran recta en Buen Paso. Son dos las calles que no he recorrido más allá de la que baja hasta la punta de la Centella (Camino la Punta). Camino por el arcén y me decido por la segunda, la más alejada. Es una calle (Camino Doña Juana) que baja con vistas (a la derecha) a una gran hoya alargada entre esta calle y la primera (Las Gaviotas), es una zona de cultivos con parcelas verdes que aparece en el mapa con el nombre de La Chamusca y Los Luises. Según bajo paso algunos talleres y adosados. A los cinco minutos la calle tuerce a la izquierda, pero yo me echo a la derecha, hacia la hoya. Coincido brevemente con dos mujeres que charlan animadas. Enseguida llego al borde de antiguas zonas cultivadas, abandonadas hace mucho donde crecen las tabaibas. Lo que fue una gran finca que todavía conserva sus muros y sus pequeñas atarjeas hoy es un campo donde domina el olor de los inciensos con el matorral típico de las zonas costeras. Enseguida encuentro un sendero que baja recto, se echa a la derecha y poco después a la izquierda en paralelo a un canal. ¡Cómo me gusta esto! Cómo me gusta encontrar este sendero que parece llevar a algún lado, por lo limpio del trazado, lo trillado del suelo, lo amplio del camino. Y lo confirmo al cruzarme con un hombre de mediana edad, cargado con una guitarra, en su funda, y una mochila de camuflaje militar que me habla del sendero. Me dice que puedo ir a una llanada o cruzar un barranco y llegar hasta la casa de la alemana. Y añade “No, al mar no llega, muy peligroso”. Me lo pone muy bien. Sigo bajando y en menos de cinco minutos, y de repente, se abre la vista hacia el mar y veo la punta de La Centella. Me sorprende que sea tan de improviso. La punta de La Centella es un saliente al mar, con laterales acantilados, grises en su mayoría con manchones blancos y beis y marrones. Abajo tiene una playa de cayados. Hoy el mar no bate muy fuerte. Yo estoy en lo alto de un acantilado sobre una pequeña bahía (Playa de la Soga) donde hay una playa de cayados que iré viendo cada vez mejor a medida que vaya rodeando el acantilado y adentrándome en la punta. ¿Cómo no salir de casa como un autómata si casi cada vez que salgo me pasa algo así? Es como hundir a un submarino en el primer tiro jugando a los barquitos.
El sendero, claro y bueno, sigue a la derecha, hacia la punta de La Centella, va al lado de un muro de piedra, la linde de una finca en uso, de la que me llega la penetrante voz de una niña tratando de que su padre le haga caso. Cada poco me voy parando con vistas cambiantes y más amplias al acantilado y más allá, hacia el saliente de San Marcos. Estoy encantado, y también algo nervioso, tengo que fijar bien mis pies por los roquedales al hacer fotos. Investigo una zona llana (la llanada que decía el hombre) y me asomo en el puro borde. Por debajo de mí hay grandes columnas erosionadas, deshaciéndose, y huecos entre ellas, todo de un material mezcla de arena y piedra que el salitre y el viento debe atacar fácilmente. Es un lugar de una fuerza tremenda. Puedo estar a unos cien metros sobre el nivel de las olas y no veo la manera humana de bajar a la playa, tiene laderas de caídas suaves pero terminadas abruptamente en paredes verticales. Un poco después descubriré una ominosa cruz de madera, probablemente en memoria de algún pescador accidentado. Recorro este saliente llano entre el acantilado y un barranco (Del Cuarto), no muy profundo, que me separa de la punta de la Centella.
Bajo al cauce, no es complicado, camino un poco por el cauce, donde me da mala sensación pisar, sin darme cuenta, un cristal, y después subo por una ladera arenosa hasta una zona de rocas por donde culmino la remontada. Me encanta la textura de estas rocas, con líquenes amarillos. La vegetación, también, donde se mezclan los inciensos, con las tabaibas y unas plantas que suelen crecer cerca del mar de hojas hinchadas muy pequeñas y gramíneas que ondean con el viento, también hay matorrisco empezando a florecer y magarzas. Rodeo una pequeña elevación (120m) por la derecha y bajo por un sendero hasta una zona llana, al lado del vallado de una finca. Aquí hubo plantaciones cultivadas hasta el borde, sólo quedan los muros de piedra. Voy hasta el borde para tener más perspectivas de la playa de la Soga y de la punta distante de San Marcos. Es una zona de mar fuerte y acantilados altos. Sigo estando el vilo, sobre todo cuando me acerco a los bordes. Después de rodear otra pequeña elevación (80m) por la derecha sigo por un sendero al lado del vallado de la finca hasta que ya estoy entrando en la punta que para mí tiene un claro punto de inflexión, pasar agachado por debajo de un saliente y sobre una resbaladera de la que no se ve a dónde cae, hay que ser muy preciso y concentrado para pasar este punto.
Ya estuve en esta punta hace mucho tiempo (excursiones 233 y 240, febrero de 2015) y me dejó impresionado. Después el camino mejora y pasa una planicie inclinada que al final tiene una especie de puente para llegar a la punta de la izquierda y aquí ya los senderos son bastante temibles, estrechos, arenosos, resbaladizos y muy cerca de caídas o resbaladeras hacia las caídas. La parte más llamativa es de un material negro, que no se parece en nada al resto, es un bloque compuesto por discos paralelos unos sobre los otros, todos muy redondeados y que tienen un hueco, una ventana donde sopla el viento con mucha fuerza. Rebaso esta zona y llego al extremo de la punta, todavía bastante elevada sobre el mar. Entre esta punta y la otra (a la derecha) hay una bajada, posible de hacer hasta un charco ligeramente elevado (La Mareta). A la vuelta le hago fotos al bloque negro con mucho nerviosismo, temo que en mi arrebato algo me quite el sentido y me caiga. Me inquieta. Sigo por el estrecho y camino. Ahora visito brevemente el saliente derecho y no consigo bajar a las charcas más a la derecha que hay en un saliente llano ligeramente elevado sobre el mar. En la excursión 240 lo logré, pero hoy no tengo paciencia para buscarlo y es que moverse por aquí es un puro riesgo. El menor tropezón puede tener consecuencias muy severas. En lo alto de los charcos veo a dos pescadores que gritan contentos “otro más, otro para la saca” le oigo decir a uno. Y cuando estoy tratando de buscar la bajada por la parte de arriba veo a otros dos pescadores que me miran sin decir nada y se van. No tengo ganas de preguntarles nada. Me voy. Ya está bueno de arriesgarse. El día tampoco me acompaña, desabrido, ventoso, seguro que hoy no apreciaría el verde turqués de las charcas.
En el regreso paso seguro el saliente sobre la resbaladera y según lo paso inevitablemente pienso en el golpe que me di en la cabeza en diciembre (excursión 1359, Lomo Román), aquí no solo me sangraría la cabeza si me golpease, sino que, además, perdería el equilibrio y acabaría dios sabe dónde. Después no continúo por donde he venido sino por otro sendero que sale a la izquierda y que también pasa por una zona mala, pero factible también haciéndola despacio. Después el sendero ya me lleva al lado de una gran casa, probablemente la de la “alemana” que dijo el hombre. Subo por la calle asfaltada y tras pasar una casa a la izquierda que está en el borde de una finca de plataneras encuentro un sendero a la izquierda (excursión 707) que me lleva a la calle La Sabina (número 88) y por ahí sigo subiendo. Además de huertas, fincas, hay muchas casas, que parecen residenciales, de esas que alquilan los turistas. Es una subida fuerte, pero después del miedo que he pasado en la punta de la Centella el puro esfuerzo físico me sienta bien. Arriba cruzo la carretera por un puente peatonal y subo por una calle (Achamán).
He subido por aquí porque quiero localizar dos árboles monumentales: el drago de Buen Paso y el pino de Buen Paso. Es una calle estrecha como los son las casas, estrechas y pequeñas, estoy en un viejo caserío que conserva sus formas. Sigo subiendo y en unos dos minutos llego, en perpendicular, a una calle (Los Menceyes) y tuerzo a la derecha y enseguida a la izquierda por otra calle (Poeta Viena) donde al principio de la calle veo varios carteles de talleres y donde echo de menos un cartel que diga que voy bien al drago de Buen Paso. Es una calle industrial con grandes naves de chapa y pintura, de obras. Y al final de la calle al lado de una casa que se llama Casa del Drago lo veo, veo el drago. Está muy oculto detrás de un árbol, varios metros por debajo del nivel de la calle, en el patio aterrazado de una casa, y me impresiona, el tronco es muy ancho (más de seis metros de diámetro según el libro de árboles monumentales de Tenerife) y aunque no muy alto (diez metros) está muy ramificado, con una disposición muy regular y compacta. Una maravilla. Pero malamente lo puedo ver tras un árbol (un falso pimentero). El muro que lo separa de la calle tiene una buena caída detrás pero justo en el límite (a la derecha) con la siguiente parcela veo que sería posible entrar, “sólo” bajando dos tramos de pared y apoyándose uno en unos bloques que hay abajo, que parecen dispuestos justo para eso, para que extraños sean capaces de entrar al patio privado de una casa y poder tocar y abrazar y ver de cerca el drago. Todo lo tentador que es, pero decido subir y dar una vuelta por encima para ver si se puede entrar por otro lado. Rodeo la casa del drago y otras más después pero no hay acceso. Lo que descubro, sin embargo, es un viejo camino rural, que no viene en el mapa de OSM, un camino parcialmente empedrado que va a unas casas viejas y después sigue bajando al lado de un muro bajo hasta una calle por debajo. Entre enfrentarme a saltar el muro para ver el drago y recorrer un viejo camino real dejo de momento lo de asaltar la casa. Bajo por el viejo camino rural empedrado con algunas casas muy antiguas y vistas hacia un pequeño barranco (Buen Paso). En unos 200 metros llego a una bifurcación y tuerzo a la derecha por una calle (Camino Nevadilla). La recorro entera (unos cinco minutos) y llego de nuevo al principio de la calle Poeta Viana (donde los carteles de talleres), subo por ella y completo toda la vuelta a la manzana y regreso a la casa. Ahora con mucha decisión salto el murete y después pegado a él bajo hasta una cornisa y después dejándome caer poso mis pies en los bloques que se mueven, pero no ceden. Fantástico. Ya estoy dentro. Ahora subo un par de terracitas y llego al lado del drago. Lo toco. Tiene una circunferencia enorme e irregular. Lo admiro alejándome un poco. Impresionante. No me demoro mucho. Vuelvo al muro por donde salté y antes rodeo un pasillo pegado a la otra parcela, pero no logro ver la manera de saltar ahí. Así que vuelvo al muro y sorprendentemente lo escalo fácil y rápidamente y salgo a la calle.
Sigo calle abajo y en la esquina donde los carteles tuerzo a la derecha por una calle (Los Menceyes) y tras unos 250 metros localizo el pino monumental, antes de lo pensado, está en una pequeña placita recoleta. Es el pino de Buen Paso, que lleva aquí más de 600 años. De tronco grueso, pero con ramas cortas y terminadas en pompones de hojas tiene un aspecto raro para un pino. Está rodeado de una valla para preservarlo. Una placa en la base dice que el adelantado (el conquistador) hizo una misa aquí al derrotar al mencey local. Regreso por la misma calle y después por la calle Camino Nevadilla. Cuando estoy ya muy cerca de la carretera general paso por un viejo puente que se ve mejor desde abajo y que es por donde iba la vieja carretera general del norte. Tuerzo a la derecha y enseguida llego a donde dejé el coche aparcado cerca de un bazar chino (Miniya).
Para haber sido una excursión improvisada, bueno no del todo, tenía mapas de la zona, con los árboles monumentales, ha estado más que bien: paisajes salvajes, miedo, y árboles antiguos y únicos.
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Track orientativo, no obtenido durante la excursión, elaborado después de realizarla
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Punta de la Centella - Buen Paso