• Excursión 91. 27 Diciembre de 2013. Viernes.
Barranco Hondo.
Municipios: La Victoria. Santa Úrsula.
EPN: Paisaje Protegido Costa Acentejo
De 17 a 18.30h. De 180 a 0 a 220 a 180m.
Distancia: 3,1km. Duración: 1h 30m.
Bajada hasta el cauce y la salida al mar del barranco Hondo y subida por la otra ladera para completar un recorrido circular que me hace pasar por la autopista.
En el camino del Mar en Santa Úrsula, después de pasar un edificio grande y alargado que se quedó a medias, empieza el sendero que baja al barranco Hondo. El inicio se reconoce porque hay un cartel en tres idiomas que dice que el camino está prohibido, que es peligroso por desprendimientos, que hay desniveles, te puedes caer y como remate que declinan toda responsabilidad. Pero la cosa es un poco contradictoria porque hay una valla amarilla señalando claramente el inicio y además hay un cartel que tiene escrito Barranco Hondo y el acceso está abierto. El sendero es muy claro y está en buen estado, hay escaleras de piedra y en algunos lugares barandillas de madera. Va haciendo grandes eses, muy pegado a la pared para conseguir que el desnivel del recorrido sea muy leve.
El día está un poco gris, aunque no es un gris homogéneo y espeso, hay algunos claros. Es muy impresionante el cañón que diviso según voy bajando. La pared de enfrente, muy vertical, tiene muchos cardones. Me resbalo tontamente en un sitio con gravilla. El objetivo de la cámara recibe su bautismo, aunque afortunadamente tenía la tapa puesta. Tengo que ir más atento. Al rato el camino se separa de la ladera y empieza a ir por el cuace del barranco. Cerca ya del final hay una caída de unos cinco o seis metros y el terreno hace una curva en donde hay, claramente diferenciados, una serie de estratos basálticos negros, son apilaciones sucesivas de grandes bandas de basalto negro mezcladas con terrenos arenosos más claros. Llego a la playa de cayados y la sensación de ver el mar por primera vez me lleva a recordar la novela del Viaje al Centro de la Tierra de Julio Verne, me recuerda a la escena donde después de ir recorriendo túneles llegan a la orilla de un inmenso mar. Aquí hay tres o cuatro cuevas cerradas y algunos fogones primitivos para asar. El mar está fuerte. Olas grandes llegan rítmicamente y todo es espuma blanca y fuerza desbocada. Me quedo extasiado gozando del mar en total soledad. A veces vienen series de olas más grandes. Veo algunos restos humanos: una cadena recubierta de plástico, y un jersey blanco, como de marinero, plegado y arrugado que parece una escultura conceptual.
He tardado cuarenta minutos en bajar. Después de estar un rato respirando el mar y asombrado por la fuerza del mar empiezo la subida por la otra ladera. Sale el sol. La subida tiene otro carácter, muy distinto al de la bajada, el sendero es amplio y muy cómodo, y el está delimitado por una cuerda que hace de barandilla. Más arriba las barandillas son diferentes, de madera. En la subida hay un lugar muy húmedo, con culantrillos y ñames. El agua rezuma de una pared negra, y pasa por encima del camino, es un pequeño oasis. Me da la impresión de que alguien planta aquí las ñameras. Un poco más arriba el camino se acerca al mar, a un saliente, donde han construido un mirador. Desde aquí el islote/roque parece una ballena con la boca abierta. El sol ilumina, al fondo, la meseta del Jagre. Y desde el mirador surge un pequeño sendero que recorre, llaneando, el acantilado unos cien metros. Es una parte que recorre la pared vertical, y pasa por dentro de una oquedad, una cueva. Siento la atracción de la caída a plomo, aunque es un seguro sendero y ancho con más miradores.
Al regresar al primer mirador me detengo en la cueva y me fijo en los sacos de cemento que parecen abandonados. Vuelvo al camino y completo la subida por este camino bien trazado que va subiendo suavemente y que va por debajo de la urbanización La Palmita, pero sin comunicación directa con ella. Llego a una zona agrícola donde hay algunas casas de guardeses. Después paso al lado de una primera casa donde varios perros me ladran. Pregunto a un niño por el camino, lo digo en perfecto español, pero él se limita a señalar con su mano el camino, debe ser que sólo los extranjeros pasan por aquí. En un cercado cercano un ternerillo chupa de las ubres de su madre. Paso bajo grandes árboles de sombra y el camino está lleno de hojas secas. Sigo subiendo y cruzo plantaciones sin cultivos, también invernaderos que parecen vacíos. En una parecela un perro negro fiero se abalanza contra los cristales que rodean su casa. Y llego al sitio donde me quedé el lunes 23 (excursión 88) buscando el camino de bajada, es aquí donde estuve mirando hacia el sitio por donde he aparecido ahora. Por un milisegundo lo llegué a pensar, pero lo descarté. Al darme cuenta me entra una inmensa alegría, he logrado empatar con el sitio donde me sentí perdido y abandoné el lunes, bien por el pequeño explorador.
Llego hasta el túnel, no lo cruzo, claro, y sigo hacia la derecha por el camino que va pegado a la autopista, pero sólo un momento, porque sé que no llega a nada. Ahora tengo que cruzar el puente por la autopista para llegar al camino del Mar, pero para eso tengo que ir por el arcén de la autopista. Y para eso tengo que atravesar un seto de apenas un metro, pero de plantas espinosas. Tras tres intentos logro acceder al arcén. (Hay un sitio más cómodo para bajar al arcén, lo descubriré otro día). En la autopista voy por el canal en forma de uve en el margen. La gravilla es resbaladiza. Sigo hasta el puente sobre el barranco y veo que tiene acera (increíble que pensasen en ello los constructores). El puente atraviesa el profundo Barranco Hondo, salva una caída considerable. Es un tramo fuerte, muy fuerte e intenso porque los coches pasando a toda leche son de una agresividad increíble. La acera está ligeramente inclinada hacia afuera y la barandilla que me separa del abismo es muy baja. En medio del puente, sobrado, me permito el lujo de hacer fotos de los coches acercándose, me siento tan libre al hacer esto. Cuanto más ruido mejor me siento. Es de lo más excitante. Desde el puente veo la trasera de las casas del camino del Mar. Si por la calle tienen una o dos plantas en la trasera pueden tener cuatro o cinco plantas, parecen estar agarrándose a la ladera de todas las formas posibles. Azul cielo, verde tapete de billar, rosa pálido, blanco, las casas están pintadas de todos los colores y es una visión algo caótica. Debajo de los sótanos de las casas la vegetación densa del barranco parece en lucha continua con ellos, tratando de devorarlos con su feracidad. Hacia abajo: una buena caída vertical. Por fin logro llegar al otro lado. Y bajo por la calle Camino Del Mar hacia min coche. Me siento tan feliz en la bajada por el Camino del Mar que todas las casas convencionales y anodinas me parecen maravillosas y voy con una sonrisa de oreja a oreja. Me dan ganas de preguntarle a un hombre que pasea acerca del impacto que tuvo la construcción de la autopista en su vida, el efecto sobre su remota y poco comunicada parte de la isla antes de que construyesen la autopista.
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Track orientativo, no obtenido durante la excursión, elaborado después de realizarla
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Barranco Hondo, límite entre La Victoria y Santa Úrsula