Cuaderno Nº 48

Índice Temático


GUALEGUAYCHÚ, Domingo 18 de Septiembre de 1994 CVADERNOS DE GUALEGUAYCHÚ Nº 48
LOS TESTAMENTOS: GENERADORES DE HISTORIAPASEOS DEL ESTUDIANTE: ¿QUÉ DUENDES TRAVIESOS SE CONVOCAN EN ESOS REMOLINOS?Una larga tradiciónCosas de varonesLos tiempos fueron cambiandoLa ciudad y el campo La lluvia y el vino CRISTINA CASACUBERTA DE VILLAR. LOS HABITANTES DE LA MANSIÓN IVConversación con Juan Pablo Domingo Entre Letras y PinturasPlatería, un culto universal

LOS TESTAMENTOS: GENERADORES DE HISTORIA

Nati Sarrot

La voluntad testamentaria del varón se diferencia en forma evidente de la enunciada por una mujer.

La lectura de los tes­tamentos de princi­pios de la Villa de Gualeguaychú son documentos para poner atención cuan­do se estudia la forma de vivir y conocer cuáles eran los aspectos importantes a nues­tros antepasados.

Del Libro I del Registro de la Pro­piedad Inmueble de Gualeguaychú, extraemos detalle de tres documentos:

En el punto 5o se enumeran los bienes que dejará a su muerte, de ellos: Una estancia en el paraje llamado "El Sauce" en condo­minio con Andrés Doello; dos marcas (de ganado), una servible y otra rota. Una carreti­lla de caballo; baúl de cuero, reloj de plata, un negro llamado Juaquín; una casa de ladrillo cocido de azotea en el casco de la Villa (esquina, sala y dos cuartos con sus puertas interiores y exteriores; ventanas y cenefas de hierro; una cocina de palo a pique y un cuarto más de palo a pique embarra­do; todo cercado de palo a pique de ñandubay comprendiendo 4 sitios una manzana entre las actuales San José, Rivadavia, Rosario y Colombo) (1). Luego enun­cia lo que debe, por ejemplo 100 zapa­llos por valor de 2 pesos...

Una mesa grande, una jarra, una mesa grande con cajón y otra chica. Dos cajas grandes con cerradura sin llave, tres sillas viejas, dos platos de palo, una puerta, una batea de ama­sar, ollas grandes y chicas, una sába­na, cuatro cucharas, seis tazas de enlozado, siete onzas de oro.

Aparecen también "una Virgen del Rosario con su Niño y un cuadro del Carmen".

Fechado en el año 1824, al margen se ha dibujado la marca de los anima­les.

 La voluntad testamentaria dic­tada o escrita de puño y letra, en el caso de que fuera el testante un varón, se diferencia en forma evidente de la enunciada por una mujer.

Los hombres detallan, su estable­cimiento de estancia y/o propiedad en la Villa, hacen la lista de personas que le son deudoras, agregando, si es que lo recuerdan, el monto de la deuda, el objeto de haberla contraído. Así mis­mo, reconocen lo que deben y el por qué y si es posible agregan el monto. Salvo elementos del apero del caballo, algún criado, animales, etc., no encon­tramos enumeración de prendas de vestir, ropa de la casa o personal.

 A la hora de testar considerándose "en edad avanzada" o "aquejados de grave enfermedad que Dios a querido mandarme" se muestran situaciones que hacen premiar a los que les han prodigado cuidados o desheredar al que "fugó del hogar hace el espacio de muchos años que no tendrá jamás que recla­mar nada por su inobediencia a mí"... ( año 1829)

Se reconocen hijos naturales, se hace voluntad de perdonar deudas, otorgar libertad a esclavos, etc.

Puede enterarse también el cu­rioso investigador, que Mariano Andrade, casado con Marta Burgos (padres de Olegario Víc­tor), era de profesión platero. Según testamento de 1835, Manuela Benedicta Nievas, viuda de Basilio Galeano, le encargó la fac­tura de un mate de plata. Para ello, le había entregado onzas del mismo metal; pero esto no se pudo cumplir. Andrade, por disenso político, fugó de Gualeguaychú. El inventario hecho a la muerte del platero complementa este dato con el detalle de los elementos de su taller.

La lectura detenida de estos testa­mentos permite conocer características de la vida cotidiana en la Villa de San José de Gualeguaychú de fines del siglo XVIII y principios del XIX, época en la que los declarantes fueron protagonistas.  De ellos emanan detalles vivenciales; elementos de inestimable va­lor para recrear nuestro pasado y testimoniar la idiosincrasia de sus actores.

Referencias:

(1) Parte de esta propiedad es la Casa de Haedo, en la esquina de San José y Rivadavia que se describe en el testamento de Ramona de León de Borrajo, cuya hija Petronila casó con José Antonio de Haedo, ocupando el solar. Actual Museo de la Ciudad. 

Documentos obrantes en el Libro I del Registro de la Propiedad Inmueble de Gualeguaychú. 

PASEOS DEL ESTUDIANTE: ¿QUÉ DUENDES TRAVIESOS SE CONVOCAN EN ESOS REMOLINOS?

Fabián Magnotta 

UNA LARGA TRADICIÓN 

EI bullicioso regreso de los camiones por el centro de la ciudad en el atardecer, con lo que finalizan los paseos de los estudiantes, es hoy algo que no sorprende a nadie, al menos en Gualeguaychú.

Sin embargo, están muy equivocados quienes golpean con ramas los acoplados si creen que inventaron algo: los paseos, con todo lo que ellos significan, tienen una historia que vale la pena contar.

La libertad, el vino, el trabajoso acceso de las mujeres, los primeros paseos estudiantiles del siglo XX, son algunos de los hechos y elementos que hoy rescata cuadernos al refe­rirse a un fenómeno atado a las más largas tradiciones. Acaso inmensu­rable, siempre vivido. 

Fue siempre. Siem­pre los estudiantes feste­jaron coincidentemente su día y el de la primave­ra, en esas jornadas que duran más de veinticua­tro horas, ya que comien­zan con la serenata del viernes y culminan con un baile tardío y de ojos agotados.

Y casi siempre tam­bién el sol esquivo, la amenaza de lluvia, a veces la suspensión obli­gada; la fiesta del regre­so, los noviazgos que nacen cuando el calenda­rio y no sólo el calendario recuerda que es prima­vera en las flores y en el alma. Y el vino, infaltable como la atrevida bro­ma al implacable profe­sor o la cómplice sonrisa de "la vieja" de Música, que se ganó el  apodo, aunque sólo tenga trein­ta y cinco.

Hablar de los paseos del estudiante en Gualeguaychú es hablar de todo eso y mucho más: es refe­rirse a unas pocas horas inolvidables. Al fin y al cabo ¿cuántas horas son? Y sin embargo... 

"Nosotros íbamos siempre a distintos luga­res. Por ejemplo, recuer­do que fuimos un año a las Piedras, otra vez a la Selmira, al Salto de Méndez, al Gualeyán", dice don Esteban Podestá, noventa y cinco cum­plidos, de la primera promoción del Colegio Nacional Luis Clavarino; el mismo que se las­timó un dedo y se desma­yó un día que llegaba tarde a clases y quiso saltar las rejas para estar a tiempo cuando tomaban lista.

 "La noche antes salía­mos de serenata, eso era infaltable. Y al otro día marchábamos para el paseo, a eso de las siete de la mañana. La mayo­ría iba a caballo".

"En el lugar, se hacía una va­quilla con cuero que al­guien nos regalaba y compartíamos todo el día. Había mucha alegría, se tomaba mucho mate, se decían disparates, se ju­gaba al fútbol”. Podestá rememora así aquellos paseos de los años ’15.

COSAS DE VARONES

 Y don Esteban cuenta también de qué manera las mujeres empezaron a integrarse a los paseos del estudian­te. Porque lo que hoy parece tan normal, tan habitual, antes, cuando el siglo abría las venta­nas, era inusual. No sólo en la vida política nacio­nal debieron pelear un espacio quienes llevan polleras.

"En verdad, al Cole­gio Nacional en los pri­meros años concurrían pocas mujeres. Y a los paseos no iban todas. Yo recuerdo que algunas iban de mañana con sus padres, almorzaban y se volvían a su casa", dice.

En esos tiempos del Centenario de la Independencia, la mayoría de las chicas prefería para sus estu­dios la Escuela Normal, tendencia que se manten­dría en buena parte del siglo.

"Volvíamos a la tarde­cita, cuando estaba por caer el sol. Pasábamos por la calle principal y por la Escuela Normal y la gente nos esperaba en la ciu­dad con mucha alegría"

Y a la noche, por su­puesto, infaltable, el baile.

"Bueno... Los bailes se hacían en distintos luga­res, siempre con orques­tas. Yo recuerdo que ya se había empezado a bai­lar el tango, porque usted sabe que al tango le costó mucho entrar a los salo­nes...", manifiesta don Esteban con una sonrisa que repasa una historia cierta del país.

LOS TIEMPOS FUERON CAMBIANDO 

Desde estos relatos, las co­sas fueron cambiando, Por ejemplo, las chicas de la Escuela Normal, que solían pasar el día en el Parque Unzué, entonces sin puente y con características de monte, se atre­vieron después a ir a un campo.

Pero aquí, a dife­rencia de otras ciudades, la totalidad de los alumnos de un colegio realizó el paseo del estudian­te en el mismo lugar. Un memorioso apunta, " creo que el primer paseo del Colegio Nacio­nal al que fueron las mujeres, fue el de 1942. Casi lo puedo asegurar. Pero costó verdadera­mente mucho vencer la resistencia de los padres de las chicas (…) "… a partir de en­tonces, se hizo una costumbre la presen­cia de varones y mujeres en los paseos, si bien la relación entre chicas y muchachos no era como hoy",

¿Los lugares? Eran los mismos que los mencio­nados por Podestá. Pue­de agregarse el ya legendario "Plato de Secchi” e indicar que cada colegio tuvo sus espacios predi­lectos.

LA CIUDAD Y EL CAMPO

El eterno abrazo que en Gualeguaychú se han dado el campo y la ciudad, seguramente influyó en las características y hasta en la perdurabilidad de ese fenómeno popular-juvenil de los paseos estudiantiles.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que una estancia cercana a Gualeguaychú es capaz de albergar a todos los alumnos de un colegio por grande que éste sea.

Y también en el noviazgo campo-ciudad hay que buscar la razón para entender por qué tantos jóvenes han ido al paseo a caballo; hecho que años atrás estaba muy arraigado al punto que se organizaban carreras como uno de los "espectácu­los" de la jomada.

Valga esta introducción para explicar por qué la historia de los paseos debe procurarse en un puñado de nombres.

La estancia, Las Piedras, El Salto de Méndez, el Plato de Secchi; el arroyo Gualeyán, la estancia San Martín (El Potrero), Las Casuarinas, La Providencia, La Selmira, fueron los lugares principales a lo largo del siglo.

Y cabe apuntar también -para entender cómo han cambiado los tiempos y las distancias- que todavía viven muchos que hicieron su paseo estudiantil en el Parque Unzué y el de fin de curso en Buenos Aires, “lejana" y colorida ciudad que era un sueño conocer, cuando no había micros con horarios para elegir, ni agencias de viaje, ni puentes”

LA LLUVIA Y EL VINO

Y la lluvia de la nueva primavera no po­día faltar. A veces, obli­gando a postergar la sali­da hasta el siguiente sábado; en otras ocasio­nes, apurando el regreso, o como en 1956 perturbándolo: el paseo del Nacional a Las Casuarinas será recordado por la vuelta de los estudiantes en carro, en las primeras horas de la tarde y con el asado con cuero sin terminar. Gotas aguafiestas ya habían caído, por ejem­plo, en 1940.

"En el cuarenta, llovió tanto que no pudimos hacer el paseo al campo. Tuvimos que conformarnos con hacer la reunión en los galpones del puer­to", dice un ex-alumno del Nacional.

- ¿Y qué hacían en los paseos?

- Bueno... Había ca­rreras de caballos, se jugaba a las cartas, y por supuesto se tomaba mucho vino... En el pa­seo de septiembre del cuarenta y dos, recuerdo que fue el padre Deside­rio Moia, que era profe­sor de Italiano, con una damajuanita de vino de misa, Mistela, exclusiva para los alumnos de quin­to año. Aquí tienen, mu­chachitos, nos dijo con una sonrisa... Y después se fue a comer asado con dulce de membrillo... Aunque suene raro, él era así... 

Después, los tiempos fueron cambiando de la misma forma que pasa­ron las sociedades del bolero al rock. Hubo me­nos caballos y más camiones: más alumnos y cada vez menos padres, porque los chicos han de­mostrado que ese día, al menos ese día, no quie­ren espías ni controles. Por eso acaso se entiende la presencia del vino en las reuniones, lo que hace reflexionar a don Este­ban Podestá: "Siempre los diarios del pueblo llama­ron a los muchachos a no tomar alcohol, pero es inútil... Siempre estuvie­ron los que fueron a los paseos con la alegría in­corporada... ".

Cuando comenzaban a ser historia las carre­ras de caballos, arriba­rían los paseos estudian­tiles con sketchs, elección de la reina y hasta un disc jockey. En los números humorísticos, con disfraces e imitacio­nes, comenzarían a pa­gar sus culpas los profe­sores más pintorescos.

Todo en un día. Todo ese día. La posibilidad de "cargar" al profesor que una vez torturó al grupo con una prueba inespe­rada, la oportunidad de acercarse a esa chica tan reacia del otro curso, un cigarrillo, muchas malas palabras y la primavera que tiene un aroma tan pero tan parecido a la libertad.

¿Qué duendes se convocan para esos remolinos? ¿Qué traviesos fantasmas de Cané se amonto­nan a la sombra? ¿Qué mensajes duraderos manda la felicidad como chispazos?

Son cosas difíciles de descifrar. Al fin y al cabo es un día, nada más que un día. Pero también una jornada que cualquiera de sus protagonistas podría contar en detalle un siglo después, aunque el regreso fuera borracho, aunque la vuelta estuvie­ra marcada por un amor de primavera.

Ahí radica el miste­rio. Allí se esconde el encanto del paseo del estudiante, esa hermosa costumbre que ratifica aquello de que la vida se hace sólo de momentos. Quien alguna vez fue a un paseo sabe de qué hablamos.

Porque es mucho -decía Borges- haber toca­do el viviente jardín si­quiera un día.

CRISTINA CASACUBERTA DE VILLAR:

DE LAS GRANDES ARTISTAS DEL SIGLO XIX

Nati Sarrot

Junto a la tan famosa Trinidad Guevara (1798-1873), otras dos artistas del teatro del siglo XIX fueron Emilia González (1832-1903) y Cristina Casacuberta, natural de Buenos Aires que el Cura Vicario de Gualeguaychú, Vicente Martínez, casó con José María Reynaldo Villar, natural de esta ciudad, hijo legítimo de José María Villar y Dominga Aguiar, el día 7 de febrero de 1863.

María Cristina Casacuberta era hija de Juan Casacuberta y Manuela del Pino (o Funes) también artista. |

Del matrimonio Villar - Casacuberta nacieron: Reynaldo, María Isabel, Sara Baldomera, Carmen, Cornelia Cristina, Dominga Elena, Manuela Cristina y Valerio Leopoldo. Vivieron en Gualeguaychú en una casa ubicada en calle San Martín esquina Chile (hoy Chalup) ángulo sur-oeste, lindando con la casa de Cornelia Seguí de Méndez Casariego.

Cristina Casacuberta vivió después en Buenos Aires en calle Santa Fe al 690. Allí falleció el 4 de octubre de 1905, en rica mansión a la que llamaban Palacio Villar. Poseía cuando murió, bienes considerables que sucedieron a sus hijos.

Por la línea de los Casacuberta mucho tiene de relación María Cristina con Gualeguaychú y con el teatro. Tal como su par Emilia González del Pino, la que tuvo una vida más corta de medios. Actuaron juntas, interpretando roles protagónicos con notable éxito en varias ciudades del país, "Los amantes de Teruel", "Borrascas del corazón" y otras.

La despedida artística de Cristina Casacuberta y Emilia González se hizo "a toda orquesta" en el Teatro 3 de febrero de Paraná, Entre Ríos.

Cabe señalar que según el historiador Jacobo A de Diego, Trinidad Ladrón de Guevara, considerada la primera de las actrices del teatro criollo rioplatense, recibía por su trabajo en Buenos Aires 500 pesos mensuales. Esa suma cobraba el Almirante Guillermo Brown en el lapso 1845-1846.  

San Antonio Bendito patitas, manitas, cara de rosa; dale un marido a mi hija que ya está moza.

“El Republicano", Gualeguaychú 25 de agosto de 1872

 Ya que no podemos cambiar el mundo, cambiemos de conversación

Abelardo Castillo

EDICIÓN IMPRESAINVESTIGACIÓN Y TEXTOS: ANDREA SAMEGHINI NATI SARROTJEFE DE REDACCIÓN: MARCO AURELIO RODRÍGUEZ OTEROCOLUMNISTAS: CARLOS M. CASTIGLIONE - AURELIO GÓMEZ HERNÁNDEZ -DISEÑOS DEL SUPLEMENTO DE LA ÚLTIMA PÁGINA Y ROSTRO DE JUAN PABLO DOMINGO: RAÚL A. SARROT
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