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Aquel pilar de luz fue un fenómeno tan extraño en el Inframundo que incluso las rocas parecieron resentir su presencia. Durante un largo tiempo, nada se movió en los alrededores del lugar donde había desaparecido el Niño Misterioso.
Pero finalmente, bajo la constante opresión del remolino de almas rotas, el Páramo regresó a su estado original y la primera criatura que recuperó su actitud original fue el Ghurwen. Aquel parásito deforme no destacaba precisamente por su inteligencia; su principal fuerza impulsora era un hambre voraz e insaciable que dominaba por completo su mente, anulando cualquier otra preocupación.
Así que pronto olvidó lo sucedido y comenzó a recorrer las montañas en busca de nuevas semillas de Criaturas Oscuras que pudiera absorber. Sus manos desnutridas tanteaban las rocas con torpeza para ayudar a estabilizar su largo cuerpo cuando, de repente, un estruendo cercano lo obligó a detenerse.
Y cuando dirigió su mirada hacia el origen del sonido, vio con asombro que un Pequeño Esqueleto acababa de aterrizar a pocos metros.
Ahora bien, pese a su aspecto aterrador, el Ghurwen no solía buscar conflictos con Criaturas Oscuras completamente formadas. Su comportamiento era más parecido al de una ballena alimentándose de plancton que al de un depredador agresivo. Sin embargo, tampoco evitaba del todo el enfrentamiento, sobre todo si la presa parecía débil.
Y, según el sentido común del Inframundo, no había criatura más débil que un Pequeño Esqueleto.
Por eso, el parásito se acercó reptando entre las montañas afiladas con plena confianza. Quizá debería haber notado que aquel Esqueleto no tenía nada de ordinario. De su columna vertebral brotaban seis afiladas púas de hueso articuladas, semejantes a una fusión grotesca entre alas y patas de araña, además de una séptima más pequeña que actuaba como cola. Su color tampoco era el habitual: no era el blanco opaco de los suyos, sino un tono traslúcido casi fantasmal, cruzado por delicados patrones carmesí que recorrían la superficie de sus huesos.
Tampoco percibió la extraña aura de poder opresivo que emanaba de la gema púrpura incrustada en una de sus cuencas oculares, ni la sensación de amenaza que parecía envolver todo su cuerpo.
No. Lo que finalmente llamó la atención del Ghurwen fue la absoluta indiferencia del Pequeño Esqueleto ante su presencia.
La mayoría de las Criaturas Oscuras en los niveles inferiores del Inframundo recordaban con vívido terror su etapa como semillas, así como el miedo a ser devoradas por esos parásitos. Por eso, solían temerles o, al menos, sentir un profundo rechazo hacia ellos.
Pero este Esqueleto no solo no temía: escaneaba el entorno como si estuviera buscando algo. Y estaba muy concentrado en su tarea. Demasiado. Pero eso también significaba que definitivamente debería haberlo notado. Simplemente decidió ignorarlo.
Irritado por esa actitud, y confiado en su rol de depredador dominante en aquel territorio, el parásito cometió un error fatal. Emitió un rugido gutural y levantó una de sus atrofiadas manos con la intención de aplastar al Pequeño Esqueleto. Aunque sus extremidades parecían inútiles, las manos del Ghurwen poseían una fuerza inmensa. De hecho, al desplazarse, la palma destruyó sin esfuerzo una montaña entera. Además, era tan grande en comparación, que a primera vista uno podía imaginar que estaba a punto de aplastar a un mosquito y que bastaría un solo golpe para convertir a la Criatura Oscura en polvo.
El impacto generó una onda de choque auténtica, expulsando una gran cantidad de escombros. Sin embargo, incluso antes de que los fragmentos de roca alcanzaran su punto más alto, un destello púrpura emergió del Ojo del Demonio.
Entonces, una sombra se movió con tal velocidad que el Ghurwen apenas alcanzó a distinguirla. Solo sintió que algo se deslizaba entre sus dedos, trepaba por su brazo y escalaba por su codo en menos de un parpadeo.
Unos instantes después, todos los apéndices de aquella mano se separaron limpiamente, como si llevasen amputados largo tiempo. El parásito no tuvo oportunidad de sentir dolor o comprender lo que sucedía. Medio segundo después notó que un corte circular comenzaba a extenderse por el resto del brazo y la piel de este comenzó a desprenderse rápidamente de sus huesos, como si alguien acabase de pelar una fruta.
El instinto de supervivencia impulsó al Ghurwen a lanzarse hacia un costado, cayendo al suelo de forma torpe y con nada de gracia. Pero gracias a ello salvó su vida. Apenas unos segundos después, sintió claramente el roce de un tajo en su cuello. De haber permanecido en su sitio, habría perdido la cabeza.
Aturdido, el Ghurwen alzó la mirada mientras se llevaba el único brazo intacto al cuello. Sobre uno de los picos afilados, encaramado con una ligereza antinatural, se encontraba el Pequeño Esqueleto. Lo observaba fijamente con aquella gema púrpura que le servía de ojo. Su brillo transmitía no solo un poder abrumador, sino también el desprecio más absoluto. Las púas de su espalda se doblaban ligeramente hacia adelante, tensas, apuntando como patas de araña hacia su presa.
Pero lo más inquietante era el objeto que tenía entre las manos.
Hasta ese momento, el arma principal del Pequeño Esqueleto había sido una simple daga de hueso. Sin embargo, lo que sostenía ahora era otra cosa. El Ghurwen no podía distinguirlo con claridad debido a la posición del arma y las sombras que la cubrían, pero era evidente que se trataba de una hoja larga, curvada, de aspecto letal.
- ¿No conoces cuál es tu lugar, montón de carroña? - Le dijo el Pequeño Esqueleto, con un tono gélido.
Se oyó un sonido sordo, como si alguien tragara saliva. El Ghurwen no se dio cuenta de que había sido su propia garganta. Por fin comenzaba a comprender el peligro en el que se encontraba. Sin embargo, aún le quedaba una posibilidad.
Poseía una habilidad única que le otorgaba un incremento temporal de poder a cambio de sacrificar su ya escasa racionalidad, dejándose consumir por una furia asesina. Era su último recurso: una transformación desesperada en la que abandonaba toda defensa para entregarse por completo al ataque más rampante.
El cuerpo del Ghurwen comenzó a hincharse, y las articulaciones de sus segmentos resplandecieron como si apenas pudieran contener la energía que se acumulaba en su interior. De hecho, eso era exactamente lo que ocurría. Una especie de corriente eléctrica comenzó a envolver su cuerpo, chispeando y golpeando todo a su alrededor. Al mismo tiempo, esa presión interna oscurecía su piel hasta volverla tan dura como el metal.
Sin embargo, lo más espantoso fue que su enorme boca vertical se abrió más que nunca, como una llaga abominable llena de miles de colmillos diminutos. La fuerza de succión en su garganta aumentó hasta el punto de devorar todo lo que se encontraba en su camino, incluyendo rocas de más de un metro de diámetro.
Fue en ese estado de frenesí que el parásito se lanzó volando salvajemente contra el Pequeño Esqueleto, impulsado por una furia desatada que superaba con creces todo lo que había mostrado hasta entonces.
Solo que su objetivo ya no estaba allí. Ni siquiera alcanzó a verlo huir. La boca del monstruo acabó devorando aire junto con piedras rotas, y ni siquiera notó el momento en que aquella sombra desapareció entre los destellos.
Lo que sucedió a continuación solo podía describirse como una disección metódica y despiadada, aunque, por la velocidad con que ocurrió, bien podría parecer que una licuadora gigante se hubiese puesto en marcha.
El Pequeño Esqueleto se desplazaba como una sombra imperceptible alrededor del Ghurwen, planeando con sigilo a través del aire, pero también aprovechaba la proximidad de las afiladas montañas para impulsarse con saltos precisos. Cada movimiento se convertía en una embestida quirúrgica. El Pequeño Esqueleto rebotaba en el aire, rebotaba en las paredes de roca, rebotaba en el cuerpo del propio Ghurwen como un proyectil maldito.
Y cada vez que se acercaba, la misteriosa arma en sus manos giraba con él dejando un rastro de laceraciones abiertas, cortes curvos y secciones enteras desgarradas; de las cuales comenzó a brotar una auténtica lluvia de sangre pútrida que salpicaba el suelo del páramo como una tormenta viscosa.
Las siete púas óseas de su espalda vibraban sin cesar, lanzando pequeños pulsos de energía que le permitían cambiar de dirección bruscamente en pleno vuelo. A veces se clavaban en el cuerpo de su víctima como anclas temporales, que le daban al Pequeño Esqueleto el microsegundo de estabilidad necesario para cortar o pivotar. Pero lo más aterrador era cuando estas púas se desprendían de su cuerpo, disparadas como jabalinas letales con mente propia, para perforar el cuerpo endurecido del Ghurwen. Y luego regresaban a su lugar de origen con tal rapidez, que resultaba casi imposible seguirlas con la vista.
En poco tiempo, el Ghurwen sintió con horror cómo cada una de sus articulaciones comenzaba a ser seccionada sin piedad mientras que su cuerpo se desarmaba sin que pudiese evitarlo. Lo que antes era un monstruo imparable ahora no era más que un rompecabezas enorme desarmándose a pedazos.
Desesperado, lanzó golpes ciegos. Activó su succión con toda la fuerza de un huracán. Rugió. Se arrastró. Pero resultaba inútil porque no existía un objetivo, no había dirección: ni siquiera podía seguir con la mirada al diminuto asesino que lo desmembraba.
Las rocas caían o eran absorbidas. Sus golpes arrasaban el terreno, pero solo se dañaba a sí mismo. Y cada segundo que pasaba, su forma se reducía. Corte tras corte, cada segmento era devorado, hasta que lo que quedaba era apenas un amasijo espasmódico de carne cartilaginosa y un odio lleno de impotencia.
En ese momento, un grupo de gárgolas apareció en el horizonte, llevando sobre sus espaldas a los tres Zombis Élites de Fuego, Tierra y Madera. Más abajo, galopaban cuatro Caballeros del Mal montados en sus bestias aulladoras. Pero todos se detuvieron en seco al presenciar el espectáculo.
El gigantesco Ghurwen se retorcía violentamente, intentando atacar al vacío mientras una lluvia de cortes y perforaciones lo deshacía por dentro y por fuera. Hasta que, incapaz de contener la energía acumulada, su cuerpo colapsó.
La explosión fue brutal.
Una explosión de vísceras, cartílagos y segmentos endurecidos cubrió los cielos. El hedor a muerte inundó las montañas. El Ghurwen había sido exterminado.
En medio de aquella carnicería el Pequeño Esqueleto descendió finalmente. Las púas óseas ya no necesitaban moverse a toda prisa; por eso, en este último tramo, flotaron suavemente antes de reconectarse con su columna. La misteriosa arma que había empuñado había desaparecido. En su lugar, volvía a sostener su habitual daga de hueso.
A su alrededor, entre las sombras de las montañas que aún se mantenían en pie, miles de semillas de Criaturas Oscuras lo observaban. Desde la oscuridad, sus siluetas se asomaban con un asombro que rozaba la adoración.
Para ellas, el Ghurwen era la peor de las amenazas: un depredador voraz, insaciable, cuya presencia diaria convertía la supervivencia en un juego de ocultarse en las tinieblas y rezar por no ser encontrado. Hasta ese momento, no poseían defensa alguna. Pero ahora, el parásito del Páramo había sido derrotado.
Y quien lo había vencido no era otro que un Pequeño Esqueleto, la criatura más débil de todas según el sentido común del Inframundo.
Naturalmente, si hubiesen podido contemplar con claridad su aspecto, habrían notado que este Esqueleto no tenía nada de ordinario. Sin embargo, las Criaturas Oscuras más elementales (y por extensión aquellas que aún no terminaban de formarse) no percibían el mundo mediante la vista. Ellas sentían la energía del Vacío que emanaba de otros cuerpos.
Y el rastro que ahora percibían con nitidez les decía una sola cosa: estaban frente a un Pequeño Esqueleto.
Las ideas preconcebidas que aquellos seres tenían sobre los límites del poder en cada especie se desmoronaban. En las mentes de aquellas semillas, todo lo que creían entender del Inframundo acababa de ser desafiado. Aquel combate, aunque aún nadie lo sabía, sería el detonante de una nueva generación de Criaturas Oscuras, particularmente agresivas y poderosas, cuya ferocidad y deseo de fortalecerse sorprenderían al Inframundo en los años venideros.
Pero eso ocurriría mucho después.
- ¿Hermano mayor, por qué…? -
Finalmente, los recién llegados comenzaron a recuperarse del asombro. Ver al Pequeño Esqueleto despedazando lo que quedaba del Ghurwen los había dejado mudos. El Zombi Élite de Tierra, el que más tiempo llevaba a su lado y servía como segundo al mando, fue el primero en hablar. Sin embargo, apenas abrió la boca, su líder levantó una mano, indicándole que guardara silencio.
Entonces, ante la mirada desconcertada de todos, el Pequeño Esqueleto adoptó una pose ligeramente teatral, forzando su voz para sonar lo más grave posible antes de declarar:
- Un consejo para tu próxima vida… - Dijo, señalando el montículo de los restos ensangrentados más grande: - Si tienes que matar a alguien, solo mátalo. ¡No pierdas el tiempo hablando al respecto! -
Hubo un silencio tenso. Todos lo miraron sin saber qué pensar. Finalmente, uno de los Caballeros del Mal se volvió hacia su compañero con un gesto que decía claramente: “¿Con quién se supone que está hablando?”. Pero su compañero, sin decir palabra, se plantó con firmeza e indicó que guardara silencio.
- ¿Hermano…? - Volvió a tantear el Zombi Élite de Tierra, aún con dudas: - ¿Con quién…? -
- ¿A quién le hablas exactamente? - Añadió el Zombi Élite de Madera, frunciendo el ceño.
El Pequeño Esqueleto se giró hacia ellos con expresión confundida y preguntó:
- ¿Acaso lo que dije no quedó bien? -
- Primero necesito saber a quién se lo dijiste. - Insistió el Zombi de Madera, con un dejo de impaciencia.
- A mi enemigo. - Respondió el Pequeño Esqueleto, señalando con su mano a los restos del Ghurwen: - Quería decir una frase genial antes de matarlo. -
- Eso no va a funcionar, hermano mayor. - Explicó el Zombi Élite de Tierra, con un gesto que mostraba claramente el esfuerzo por mantener la compostura.
- ¿Por qué? -
- ¡Porque ya está muerto! - Estalló el Zombi Élite de Madera: - No tiene sentido decirle algo así a alguien que no puede escucharte. -
- ¿Ah, no? Pero recuerdo que Padre una vez lo hizo con un enemigo en un bosque. ¡Y la frase, junto con su expresión despiadada, me pareció magnífica! Desde entonces siempre esperé una oportunidad para usarla. - Confesó el Pequeño Esqueleto.
- ¿Y recuerdas si ese enemigo aún respiraba cuando Padre lo dijo? - Preguntó el Zombi de Madera, llevándose la mano a la frente.
- ¡Ah! Pues ahora que lo mencionas... -
- ¡Hermano mayor! - Se quejó el Zombi Élite de Madera.
- Ya para de llorar. ¿Acaso no puedo cometer un error? - Replicó el Pequeño Esqueleto, mirando enojado a su hermano menor.
- Eres nuestro líder. Mantener tu dignidad es lo más importante. -
- Si tanto te preocupa mi dignidad, deberías recordar que soy tu hermano mayor y hablarme con respeto. -
- No he olvidado mi lugar. - Argumentó el Zombi Élite de Madera: - Es solo que siempre intentas imitar a Padre en los peores momentos y terminas diciendo cosas fuera de lugar que confunden a nuestros subordinados. Tienes que pensar en... -
- Deja de fastidiar o practicaré la frase mientras barro el suelo contigo. - Lo interrumpió el Pequeño Esqueleto.
- Este… ¿hermanos mayores? -
El Zombi Élite de Fuego intentó intervenir, pero el de Tierra le puso una mano en el hombro, negando con la cabeza. Con tono cansado, le dijo:
- No te metas si sabes lo que te conviene. -
- Pero hermano… -
- Lo mejor es que los dejes discutir hasta que se cansen. -
- Entiendo… es solo que… creí que habíamos venido aquí porque el Gran Hermano Mayor sintió algo... -
- … -
El Zombi de Tierra lo miró sin comprender. Luego, como si algo hiciera clic en su mente, alzó la voz para hacerse oír por encima de la discusión.
- ¡Un momento! -
Ambos hermanos se giraron hacia él.
- Hermano mayor, ¿por qué viniste aquí? -
Al principio, el Pequeño Esqueleto parecía aún molesto y listo para continuar la pelea, dispuesto a demostrar que su dignidad era más fuerte que cualquier error cometido al soltar una frase que consideraba genial. Pero entonces se quedó quieto un segundo y exclamó:
- ¡Es cierto! ¡Padre estuvo aquí! -
Y sin más palabras, comenzó a buscar frenéticamente entre los restos.
- ¿Qué dijiste, hermano mayor? - Preguntó el Zombi Élite de Madera, olvidando por completo la discusión anterior: - ¿Dijiste que sentiste la presencia de Padre? Pero eso es imposible. Él pertenece al mundo de los vivos y todavía respira. ¿Cómo podría haber venido aquí? -
- ¡Si digo que estuvo aquí, es porque estuvo aquí! - Replicó el Pequeño Esqueleto sin mirarlos, mientras examinaba con atención el terreno a su alrededor: - Puedo equivocarme en muchas cosas, pero jamás confundiría el poder de Padre. -
Pero es imposible que un vivo... -
El Zombi Élite de Madera no alcanzó a terminar. El Pequeño Esqueleto lo interrumpió con una vehemencia que no admitía discusión:
- ¿¡Realmente crees que nuestro padre se compara con los mortales ordinarios!? ¿Ya olvidaste quién es? ¿Olvidaste lo que puede hacer? Padre tiene el destino más grande de todos. Siempre rompe cada obstáculo y desafía toda lógica. Ahora escuchen con atención. ¡Si fueron reconstruidos por él, también deberían ser capaces de sentirlo! -
El Zombi Élite de Madera titubeó, claramente dividido entre el escepticismo y la lealtad. Entonces, el Zombi Élite de Tierra dio un paso al frente, clavó sus garras en el suelo y cerró los ojos. Instantes después, comenzaron a sentirse leves vibraciones; todos entendieron que estaba extendiendo su poder para leer el terreno circundante.
- ¡Lo siento! ¡Ahora lo siento claramente! ¡Padre estuvo aquí! - Exclamó de pronto el Zombi Élite de Tierra, con un tono cargado de asombro y devoción mientras mantenía sus garras ancladas al suelo.
El Zombi Élite de Madera, aunque por un momento se mostró incrédulo, se arrodilló y apoyó ambas palmas sobre las rocas. El terreno árido le dificultaba la tarea, pues no había raíces que le sirvieran de enlace, pero aun así forzó su poder y, tras unos segundos de esfuerzo, su expresión también se transformó.
- ¡Es verdad...! ¡Es él! ¡No hay duda! -
Ambos se incorporaron con rapidez, mirándose entre sí, todavía asombrados.
- ¿Por qué habrá venido...? - Murmuró el Zombi Élite de Tierra, observando el horizonte como si esperara una respuesta.
- ¿Y dónde está ahora? - Añadió el Zombi Élite de Madera, con el ceño fruncido.
El Pequeño Esqueleto, que no había dejado de explorar con la mirada cada rincón del campo arrasado, alzó una mano de pronto.
- Esperen... Hay algo extraño - Dijo en voz baja.
Todos los presentes volvieron su atención hacia él. Incluso los Caballeros del Mal, que hasta entonces se habían mantenido al margen, enderezaron el cuerpo.
- ¿Qué es lo que notas, hermano mayor? - Preguntó el Zombi Élite de Madera.
- No lo sé... pero su rastro no es tan fuerte como debería. Está presente, sí... pero es… diferente. Más leve, más sutil... como si no hubiera venido con su cuerpo. -
El silencio se volvió denso.
- ¿Quieres decir que ha entrado al Inframundo solo con su espíritu? - Inquirió el Zombi Élite de Tierra, en voz baja.
El Pequeño Esqueleto asintió, con la mirada perdida en los restos del terreno.
- Es una posibilidad. Si hubiera venido entero, con cuerpo y alma, lo sentiríamos con claridad abrumadora. Esto… es otra cosa. -
Un atisbo de pánico contenido se adivinaba en la postura de todos. Las Criaturas Oscuras no recordaban mucho del mundo de los vivos, pero algo tenían claro: un espíritu solo se separaba de un cuerpo al momento de la muerte. Sin embargo, aunque los espíritus transitaban el Inframundo, jamás se quedaban allí; continuaban su camino hacia su destino final. Solo los remanentes del alma permanecían, acumulándose como sedimentos en aquel mundo oscuro.
En ese momento, uno de los Caballeros del Mal dio un paso adelante y habló con tono grave, aunque reverente.
- He escuchado rumores... antiguas historias sobre humanos que, hace mucho tiempo, lograron entrar al Inframundo mediante artes mágicas perdidas. Nadie ha visto algo así en siglos, pero... quizá haya algo de verdad en esas leyendas. -
Nadie respondió. Cada uno quedó atrapado en sus pensamientos, considerando todo lo que podría haber sucedido y preguntándose en dónde se encontraría Bryan en ese momento o si habría conseguido regresar al mundo de los vivos.
Fue entonces cuando el Zombi Élite de Fuego, con voz casi inaudible, se atrevió a hablar por primera vez. Pero como de costumbre, su comentario fue el más desafortunado.
- Si... si Padre vino en forma espiritual... ¿es posible que el Ghurwen lo haya... devorado? -
La pregunta cayó como una piedra en un lago en calma.
Una oleada de intención asesina se extendió como una presión invisible. El Zombi Élite de Tierra apretó los puños. El de Madera tensó los dedos como garras. Pero fue el Pequeño Esqueleto quien se volvió lentamente, con sus cuencas vacías, aunque cargadas de una furia insondable y el Ojo del Demonio brillando intensamente.
Nadie se atrevió a moverse. El Zombi Élite de Fuego retrocedió medio paso, arrepentido al instante de haber hablado. Pero ya era tarde. Antes de que pudiera reaccionar, el suelo bajo sus pies se abrió de golpe, partido por una brutal patada del Zombi Élite de Tierra, y la mitad de su cuerpo quedó atrapada entre las rocas. Un instante después, siete púas de hueso quedaron flotando a pocos centímetros de su cabeza, vibrando con una energía letal, listas para destruirlo en cualquier momento.
- Nunca más… - Sentenció el Pequeño Esqueleto, avanzando lentamente mientras apuntaba su pequeña daga directamente al rostro de su hermano menor: - vuelvas a decir algo tan estúpido. -
- Parece que todavía necesitas ser educado, hermanito. - Añadió el Zombi Élite de Madera, abriendo la mano con calma. La materia vegetal comenzó a acumularse rápidamente en su palma, tomando la forma de una enorme garra con la que claramente pensaba despedazarlo: - Me parece que el recuerdo de esa madre demonio tuya vuelve a pudrirte el cerebro. Estás olvidando quién es tu padre. -
- Ese espíritu de fuego puede ser muy poderoso. - continuó el Zombi Élite de Tierra, aumentando la presión del suelo que lo mantenía aprisionado: - Pero la única razón por la que se te permitió esta nueva vida es porque Padre decidió otorgártela, como a todos nosotros. ¿Realmente crees que esa Ifrit te habría tomado siquiera como mascota por mérito propio? -
- Todo lo que eres se lo debes a Padre. - Concluyó el Pequeño Esqueleto, apoyando la hoja de su daga en el cuello del Zombi Élite de Fuego: - Todo lo que eres, lo que podrías llegar a ser y lo que serás depende únicamente de la bondadosa gracia de su mano. Nuestro Padre es una existencia que trasciende toda lógica. Nos liberó del destino miserable que comparten los seres inferiores. Nos elevó a un grado más alto de existencia. Y algún día... algún día él será más poderoso que todos los mortales e inmortales juntos. Incluso los mismísimos dioses temblarán al pronunciar su nombre. Así que nunca, nunca vuelvas a insinuar algo tan absurdo como que un simple parásito pudo haberlo destruido. ¿Entendido? -
- ¡Sí! ¡He comprendido! ¡He comprendido, hermanos mayores! ¡He comprendido por siempre y para siempre, Gran Hermano! - Exclamó el Zombi Élite de Fuego con desesperación, tratando de no mover un solo músculo.
El Pequeño Esqueleto finalmente retiró su daga. Las púas óseas descendieron en silencio, flotando hasta incrustarse de nuevo en su espalda. A un lado, el Zombi Élite de Tierra volvió a golpear el suelo con el talón, y la roca que aprisionaba al de Fuego cedió apenas lo necesario para que pudiera moverse.
Entonces el Zombi Élite de Madera se acercó en silencio. Su garra vegetal no desapareció, pero en lugar de desgarrarlo, la usó para sujetarlo como si arrancara un tubérculo indeseado del terreno. Lo alzó con una sola mano y lo arrojó a un costado, sin esmero, sin una palabra, como quien se deshace de un fardo molesto.
El Zombi Élite de Fuego no se atrevió a quejarse. Permaneció en silencio, temblando, mientras su mirada evitaba la de sus hermanos mayores.
Pasaron unos segundos antes de que alguien volviera a hablar. Las Criaturas Oscuras intercambiaron opiniones en voz baja, pero la conclusión se volvió evidente. El poder de su Padre ya no se sentía. Lo que fuera que lo había traído al Inframundo, fuera una voluntad, una proyección, un recuerdo... ya no estaba allí.
- Debe haberse ido. - Dijo finalmente el Zombi Élite de Tierra, sin ocultar cierta desilusión.
- Tal vez solo vino por algo y se retiró - Sugirió el de Madera, rascándose la mandíbula con actitud pensativa: - Aunque sigo sin entender cómo lo hizo. -
- Eso no importa ahora. - Interrumpió el Pequeño Esqueleto. Se irguió con firmeza, clavando su mirada en cada uno de los presentes: - A partir de este momento, este sector del Páramo será reclamado por nuestra facción. No quiero ver a ningún otro grupo rondando cerca, ni carroñeros ni esbirros sin dueño. -
Se giró hacia el horizonte baldío, con una actitud llena de determinación.
- Estableceremos vigilancia constante. - Continuó: - Siempre debe haber un centinela apostado aquí, con órdenes de informar de inmediato si Padre vuelve a manifestarse. -
Los demás asintieron en silencio. Incluso el Zombi Élite de Fuego, todavía en el suelo, se irguió lo mejor que pudo para mostrar que había comprendido. Nadie osó contradecir la voluntad del Pequeño Esqueleto.
******
Estaban nuevamente en aquel mundo envuelto en neblina blanca, que discurría suavemente entre riscos sempiternos. A Bryan siempre le había parecido un lugar inquietante, pero después de todo lo acontecido, esta vez se sintió aliviado al verlo. Incluso le pareció acogedor, y deseó tener tiempo para apreciarlo.
“Perdón, pero no hay tiempo para eso” Dijo el Niño Misterio.
Hasta ese momento, Bryan no era más que una esfera de luz cuidadosamente sostenida entre las manos de aquel joven. Pero, de pronto, este la levantó y la arrojó con violencia al suelo, tan rápido que no alcanzó a reaccionar. Pensó que se haría pedazos contra las rocas, pero en el último segundo vio una secuencia de extrañas matrices doradas superponiéndose unas sobre otras con velocidad vertiginosa. Cuando aterrizó, sintió el familiar dolor de sus músculos y huesos golpeados.
Había recuperado su cuerpo.
“¡Sí, parece que no he perdido mi toque!” Celebró el Niño Misterioso con una sonrisa.
Bryan se incorporó lentamente y movió los dedos. Luego palpó su propio cuerpo, como si lo apreciara por primera vez. ¡Qué maravilloso era tener una forma nuevamente!
Alzó la vista hacia el niño.
“¡Muchas gracias!”
“Hace mucho tiempo que no reconstruía un cuerpo astral, pero me alegra que resultara tan bien.” Respondió el Niño Misterioso, asintiendo con satisfacción.
Aquellas palabras despertaron una leve inquietud en el interior de Bryan.
“¿Qué ocurrió con mi cuerpo físico?”
“Está en el Cementerio de la Muerte” Contestó el niño con tono tranquilizador: “Técnicamente no ha sufrido ningún daño.”
“¡Pero si mi espíritu no estaba ahí...!”
“¡Cálmate!” Interrumpió el Niño Misterioso, y luego explicó: “El Inframundo no sigue las mismas reglas temporales que el mundo de los vivos. El Páramo, en particular, es un lugar donde los segundos están casi congelados. Podrías pasar años allí y, en tu mundo, no transcurriría ni un solo día.”
“Ya veo.” Asintió Bryan, sentándose con alivio.
Por fin se permitió relajar los hombros y contemplar el movimiento suave de la niebla. Cuando se sintió lo bastante recuperado, formuló la pregunta que lo inquietaba desde el inicio:
“¿Qué fue lo que me sucedió exactamente?”
El Niño Misterioso cerró los ojos por un momento antes de responder:
“Cuando sujetaste el Báculo Necromántico y pronunciaste aquellas palabras en el Cementerio de la Muerte, desataste una habilidad divina oculta dentro del artefacto. Es un poder que aún no estás listo para controlar, y por eso tu espíritu terminó parcialmente desgarrado.”
Se detuvo unos segundos, remarcando con la mirada la gravedad de lo que acababa de decir. Luego, con una sonrisa que mezclaba alivio y alegría, agregó:
“Deberías estar muerto después de semejante evento. Pero, al parecer, tampoco estabas listo para eso.”
“¿Tú sabías que el Báculo de Hueso tenía esa habilidad? ¿Por qué no me advertiste?”
“No es tan sencillo, Bryan.” Explicó el Niño Misterioso: “Los artefactos divinos contienen poderes que escapan a la lógica mortal. Y sus reglas son complejas. Por ejemplo, hay autoridades divinas que se vuelven más poderosas cuando alguien te las explica.”
“¡¿Qué?!”
“Si.” Confirmó el niño con una sonrisa irónica: “Para los mortales, lo lógico es ocultar sus cartas de triunfo para no revelar sus habilidades. Pero hay poderes divinos, o pseudodivinos, que funcionan al revés: se potencian si el objetivo conoce su naturaleza. Ese es uno de los principios que rige tu Báculo Necromántico. Por eso, no advertirte nada era la mejor manera de protegerte.”
“¿Y ahora qué me va a pasar?”
“Bueno, hay buenas y malas noticias.” Dijo el Niño Misterioso: “La buena es que tu alma ha entrado en contacto con el Elemento Vacío y ha conseguido sobrevivir. A partir de ahora, tu necromancia debería mejorar notablemente. Además, al reconstruir tu cuerpo astral, añadí ciertas mejoras que te protegerán si alguna vez vuelves al Inframundo.”
“¿Si alguna vez vuelvo…?” Pregunto Bryan, confundido: “¿Por qué querría regresar a ese lugar?”
“Bueno, no es que tengas opción. Esa es parte de la mala noticia.” Añadió el Niño Misterioso con una mueca: “Supongo que ya notaste la cadena, ¿no es verdad?”
Bryan recordó de inmediato aquella extraña atadura en su espíritu, extendiéndose más allá del remolino de almas. Abrió los ojos de golpe.
“¡Es cierto! ¡¿Qué rayos era esa cosa?! ¡¿Sabes quién me la puso?!”
“En cuanto a eso… bueno, ya lo imaginaste: fuiste tú mismo.” Dijo el Niño Misterioso, observándolo con una mirada difícil de descifrar: “La verdad es que planeaba contártelo mucho más adelante, pero esa atadura es el resultado del poder de una autoridad divina especialmente compleja.”
“¿Una autoridad divina? ¿De quién?”
“No puedo decirlo sin atraer su atención.” Respondió el niño con gravedad: “Escucha, sé que es difícil y que tienes muchas preguntas, pero por ahora tendrás que confiar en mí. ¿Puedes hacerlo?”
Bryan quería gritar que no, exigir una explicación completa, pero sabía que ese niño acababa de salvarle la existencia. Al menos por eso, le debía algo. Terminó asintiendo, en silencio.
“Muy bien,” continuó el Niño Misterioso, dejando escapar un suspiro de alivio. Solo entonces Bryan notó que, por primera vez, esa entidad estaba realmente nerviosa. Y como si le hubiera leído el pensamiento, el Niño asintió.
“Sí que estoy nervioso. Lo que estamos a punto de hacer es extremadamente complicado, pero no nos queda otra opción que arriesgarnos.”
Bryan comprendió que hablaba en serio.
“Primero que nada: he roto muchas reglas para ayudarte últimamente, y por eso mis habilidades para comunicarme contigo e interactuar con el mundo mortal están temporalmente limitadas. Creo que esta será la única ocasión en que podamos encontrarnos por mucho tiempo. Así que, por favor, presta atención a cada palabra, porque si no lo haces, podrías perder mucho más que solo tu vida.”
“Entiendo.”
“Ahora, de momento la atadura tendrá que quedarse ahí. Cuanto más pienses en esa cadena, más riesgo habrá de que atraigas la atención de la deidad que fue responsable de fabricarla. Lo único que puedes hacer, por ahora, es ignorarla. ¡No pienses en ello bajo ninguna circunstancia! Sin embargo, muy pronto tendrás una oportunidad para liberarte. Conocerás a alguien que puede ayudarte, pero el truco está en que no debes pedirle ayuda. Él tiene que ofrecerla por voluntad propia. Recuerda: ¡no menciones la cadena! Solo acepta su ayuda cuando él mismo la ofrezca. Lo sabrás en cuanto lo veas. ¿Has comprendido todo?”
Bryan asintió.
“Muy bien, eso es todo lo que puedo decirte con respecto a la cadena. Ojalá resulte bien. Te recomiendo que le reces a Fortuna, porque la necesitarás muy pronto. Ahora, lo siguiente que debes saber…”
“Perdón, tengo una pregunta,” interrumpió Bryan con un gesto incómodo. “Sé que estás a punto de hablar de algo muy serio, y como parece que no podremos conversar de nuevo en mucho tiempo, quisiera preguntarte esto ahora.”
“¿Qué pasa?”
“No sé si lo notaste, pero hace poco conocí a una Ifrit. Ella... bueno, me besó. Y desde entonces, algunas noches…”
“Ah, eso.” Dijo el Niño Misterioso con una expresión burlona: “Sí, cuando reconstruí tu cuerpo astral noté que tenías una marca espiritual. Como no es magia, sino algo que afecta directamente al alma, no puedes romperla hasta que tus poderes igualen (o superen) los de esa mujer demoníaca.”
“¿Ni siquiera tú puedes romperla?”
“¿Yo? Claro que puedo. Pero no quiero hacerlo.”
“¡¿Por qué no?!”
“Bueno, en primer lugar, porque me resulta tremendamente divertido.”
“¡¿Qué?!”
“En segundo lugar, porque su presencia te recordará constantemente que siempre hay alguien más poderoso.”
“Pero…”
“Además, estoy seguro de que eventualmente te será útil.”
“¿Ese monstruo ha marcado mi alma y tú crees que eso me será útil?”
“Esa marca sirve principalmente para que la Ifrit tenga una idea constante de tu ubicación y pueda transmitir sus deseos oníricos. Fuera de eso, no tiene efectos negativos.”
“¿No tiene efectos negativos? ¡Pero ella es una demonio!”
“Sí, en esencia es un ser maligno. Pero los Ifrit son, originalmente, genios espirituales del fuego, sin cuerpo físico. Así que, durante sus primeros siglos como entidad encarnada, probablemente disfrute de la novedad de ser mujer y no quiera hacerte daño real.”
“Quemó a todo un escuadrón de Caballeros con solo mirarlos…”
“No es lo ideal, lo admito. Pero créeme: puede resultarte útil tener esa conexión. En principio, no te matará mientras el Zombi Élite de Fuego exista y ella siga creyendo que es su hijo. Además…”
El Niño Misterioso se detuvo, como si dudara en continuar.
“¿Además…?”
“Lo que está por suceder no será nada fácil. Y necesitarás cualquier recurso disponible, por remoto que parezca.”
Algo en su tono hizo que el corazón de Bryan se encogiera.
“¿Qué está por suceder?” Preguntó con nerviosismo.
“Bryan, tienes que calmarte.”
“Estoy calmado. Dímelo.”
“Supongo que es mejor decirlo directamente.” Respondió el Niño suspirando. “Hace poco, Emily completó con éxito una misión en la Alianza Mercante de Tiro y obtuvo un mapa náutico invaluable para las operaciones militares de ambos países. El problema es que su ruta de escape se ha visto comprometida, y llegará al Bosque Oscuro casi al mismo tiempo que una fuerza de avanzada enviada por Asdrúbal Ziran.”
“¿Y ese quién es?”
“Su información estaba en los Archivos Secretos del Manto Oscuro.”
“Ah… ese joven genio de los cuatro clanes… Espera… ¿¡dijiste una fuerza de avanzada?!”
“No es lo importante.”
“Eso suena bastante importante.”
“¡Escúchame! Lo que realmente importa es que hay una persona acompañando a Asdrúbal. Un individuo con un destino sumamente poderoso. Si sus acciones no cambian de forma drástica, está destinado a entrar en conflicto con Emily.”
Bryan entrecerró los ojos, sintiendo cómo una frialdad terrible se apoderaba de su interior.
“¿Qué estás tratando de decirme?”
El Niño lo miró en silencio. Sabía que las amantes de Bryan eran un punto de anclaje fundamental para su estabilidad mental. No podía permitir que les pasara nada… pero eso solo significaba que los eventos venideros serían aún más delicados.
“Ese hombre matará a Emily con un cien por ciento de certeza. Y ni siquiera tú podrás salvarla.”
Bryan no dijo nada, pero apretó el puño con tanta fuerza que, de estar en su cuerpo físico, se habría dislocado los nudillos.
“¡No me jodas!”
“Escúchame, Bryan…”
“No. Tú escúchame a mí. Me importa un bledo lo que tengas que decir. No voy a permitir que Emily muera. Incluso si tengo que enfrentarme a todos los dioses.”
“Esa actitud es encomiable. Y muy útil, porque la persona de la que hablo es un Caballero Supremo.”
Bryan entornó los ojos, sin responder.
“Solo para que quede claro: incluso si usas todas tus cartas de triunfo, no podrás vencerlo. Ni siquiera Vlad Cerrón se le compara. Está muy por encima de ti.”
Bryan permaneció en silencio.
El Niño Misterioso suspiró.
“Pero sé que eso no te detendrá, así que te diré que existe una pequeña posibilidad de salvar a Emily. Pero deberás arriesgarte muchísimo... y sufrir un gran daño.”
“No conozco otra forma de hacer las cosas.” Respondió Bryan con firmeza, sin una sombra de duda en la voz.
“Sí... no serías tú si no fuera así.” Dijo el Niño Misterioso, sonriendo con pesar: “Entonces te diré todo lo que debes saber sobre esta persona en particular.”
Desde ese momento, comenzó a explicarle muchos eventos previstos, advirtiéndole que las circunstancias podían alterar gran parte de lo planeado. El objetivo no era derrotar al Supremo de Tiro, sino forzar su retirada antes de que se cruzara con Emily. Solo así tendrían una oportunidad.
“Recuerda: cuando llegues a ese lugar, bajo ninguna circunstancia utilices tu Fuerza Mental. Él te detectará de inmediato. Tu única opción es usar la Esencia Mágica en su estado más puro para disimular tu presencia.” Insistió el Niño.
“Lo comprendo.” Asintió Bryan. “Te prometo que no fallaré.”
“Y una cosa más, muy importante…” Continuó el Niño Misterioso. Pero de pronto, su expresión cambió por completo.
“¡Oh no! ¡No ahora!”
Repentinamente, Bryan sintió cómo una fuerza arrolladora se apoderaba de su cuerpo. Algo lo arrastraba lejos, arrancándolo del lugar sin darle oportunidad de resistirse. El Niño Misterioso dio un salto hacia adelante y lo sujetó de la mano con una fuerza imposible, intentando impedir que se lo llevaran. Sin embargo, su brazo comenzó a descomponerse en partículas de luz, desvaneciéndose poco a poco como si él mismo estuviera desapareciendo.
“¡Las barreras se han activado! ¡Te están enviando de regreso!” Gritó el Niño Misterioso, y añadió con urgencia: “¡Para encerrarlo en ese lugar tendrás que entrar tú también! ¡Pero ten mucho cuidado de no quedar...!”
Bryan intentó agudizar el oído, desesperado por captar las últimas palabras, pero la fuerza que lo arrastraba lo envolvió por completo. Fue transportado con una velocidad vertiginosa, y la voz del Niño Misterioso se desvaneció como un eco distante llevado por el viento.
******
Cuando volvió a abrir los ojos, se encontraba nuevamente en el Cementerio de la Muerte. Su cuerpo estaba algo acalambrado, pero más allá de eso no parecía haber sufrido ningún efecto secundario del reciente evento que acababa de experimentar. De hecho, su mente se sentía más despejada, y la Fuerza Mental en su interior comenzaba a reunirse antes incluso de que pensara en usarla, como si estuviese dispuesta a servirle sin resistencia.
Normalmente, aquello habría sido motivo de celebración. Sin embargo, Bryan ni siquiera se detuvo a examinar su nueva condición. Se levantó de inmediato y corrió hacia el lugar donde se formaban sus nuevos Generales Espectrales, que ya estaban cerca de completarse.
“Bien, ya casi.” Pensó, asintiendo con esfuerzo mientras se forzaba a mantenerse tranquilo.
Acto seguido, desenvainó su Desgarrador Sombrío y comenzó a practicar los movimientos de Verdadera Destreza que había aprendido de Cyrano Constantino, buscando familiarizarse con el nuevo rango de su arma.
Necesitaba mejorar. Y necesitaba hacerlo ya.
En cuanto esos espectros estuviesen listos, partiría en un viaje vertiginoso del que no sabía si regresaría. Mientras pensaba en lo que muy pronto tendría que hacer, Bryan empezó a incrementar la velocidad con la que blandía su espada, hasta que el aire alrededor comenzó a silbar y vibrar con cada tajo.
Por suerte, había dejado todo en orden en Valderán. Al menos, creía que nada demasiado grave ocurriría durante su ausencia. Solo esperaba que Jack no cometiera alguna imprudencia mientras él no estaba. Aunque había dejado en claro a todos los oficiales que no perdonaría a quien se atreviera a lastimar a su amigo.
De todos modos, ahora no pensaba preocuparse por eso. Sabía que estaba a punto de enfrentar una de las pruebas más difíciles de su vida, y que esta vez lo haría completamente solo.
Si fracasaba, Emily Asturias moriría… y no habría nada que pudiera hacer para evitarlo.
- Pues entonces no fracasaré. - Proclamó Bryan con decisión.
Y en respuesta a esas palabras que brotaban desde lo más profundo de su alma, la Esencia Mágica en su interior comenzó a emitir una inmensa cantidad de poder.
El Niño Misterioso le había dicho que el grupo de Emily y los tirios que la perseguían no llegarían al Bosque Oscuro hasta después de la Luna Llena. Aún quedaban algunos días antes de que eso ocurriera.
Así que, mientras esperaba, Bryan tomó una decisión: iniciaría una auténtica cacería de monstruos. Mataría, mataría y seguiría matando. Se enfrentaría a todo y a todos los que se cruzaran en su camino, decidido a fortalecerse sin importar los riesgos.
Como lo había hecho desde el primer día en que llegó a este nuevo mundo.
Hola amigos. Soy Acabcor de Perú, y hoy es viernes 20 de junio del 2025.
No me gusta hablar demasiado de mis dolencias médicas. En parte porque son muchas, y explicarlas todas haría que esta nota se volviera interminable. Pero también porque sé que la mayoría de ustedes viene aquí a divertirse, no a leer quejas, y lo último que quiero es arruinarles la experiencia.
Así que, ¿por qué lo menciono? Porque quiero que sepan que mi ausencia no se debió a falta de ganas. De verdad deseaba seguir publicando. Pero una cosa llevó a la otra, y mi vida se salió de su cauce. Aún no sé cuándo volverá a la normalidad.
Como no podía retomar el ritmo habitual, decidí compensarlo con calidad. Por eso me tomé más tiempo refinando este capítulo. Quise que fuera especialmente largo, con buenas imágenes generadas por IA y un nivel de detalle superior.
Espero sinceramente que lo hayan disfrutado.
Ahora bien, sobre lo que ocurrió en este capítulo: la batalla del Pequeño Esqueleto está inspirada en los combates de Levi en Attack on Titan. Aunque parezca raro, nunca llegué a disfrutar ese anime como muchos lo hicieron. Me parecía demasiado deprimente. Pero las escenas de acción de Levi son demasiado espectaculares, y tenía muchas ganas de hacer algo con ese nivel de intensidad y dinamismo.
También hacía tiempo que quería cambiarle de arma al Pequeño Esqueleto, para acercarlo más al estilo del necromante de Necromante en Solitario. De hecho, en la imagen que acompaña el capítulo, el arma aparece con una forma aún indefinida no porque esté hecha de un material especial, sino porque aún no he revelado su aspecto final. Es un pequeño detalle, pero intencionado.
Respecto a la relación cómica entre los hermanos, me pareció una buena oportunidad para desarrollar más sus personalidades. No basta con mostrar que tienen inteligencia avanzada; también quería que empezaran a exhibir rasgos emocionales, humor, orgullo, y hasta pequeños roces. Son detalles que indican cuánto han evolucionado: de simples sirvientes obedientes a criaturas más complejas, con identidad propia.
Y sí, el hecho de que el Pequeño Esqueleto sea un poco chunibyo tiene una razón: reforzar su admiración idealizada por Bryan. Desde su perspectiva, Bryan es prácticamente una figura divina, el ser que les dio una segunda oportunidad y los transformó en algo superior.
Por cierto, encontrar la frase adecuada para él fue más difícil de lo que pensé. Mi idea original era que dijera:
“Me considero una persona paciente. Es muy difícil hacerme enojar... pero felicidades, ganaste el trofeo por lograrlo.”
Esa frase la dijo Clark Ascher cuando intentó matar a Bryan, y Bryan se la devolvió con estilo cuando lo derrotó. Pero me di cuenta tarde de que el Pequeño Esqueleto no estuvo presente durante ese combate, así que no tenía sentido que la conociera.
Al final recordé que en cierta ocasión, durante la aventura para encontrar el Fruto de Dragmar, Bryan dijo esa frase de la película El Bueno el Malo y el Feo mientras mataba a un personaje llamado Alberto, justo tras invocar al Pequeño Esqueleto y por eso acabó siendo la elegida.
Entonces recordé que durante la aventura por el Fruto de Dragmar, justo después de invocar al Pequeño Esqueleto, Bryan usó una frase de la película El Bueno, el Malo y el Feo al matar a un personaje llamado Alberto. Eso sí tenía sentido. Por eso terminó siendo la frase elegida.
En cuanto al resto no necesita mucha explicación y creo que está bastante claro.
Ahora los dejo porque necesito recuperarme de un trauma reciente. No, no fue una recaída médica ni un drama familiar. Fue algo peor: un choque mental.
Resulta que un sobrino mío me habló con entusiasmo de una cosa llamada Skibidi Toilet. Yo, ingenuo, no tenía idea de qué era eso. ¡Bendita ignorancia, cómo te extraño!
Como buen investigador compulsivo —de esos que no pueden opinar sobre algo sin ir directo a la fuente— cometí el error de buscarlo por mi cuenta. Qué grave error. No recuerdo la última vez que mi cerebro alcanzó tan rápido su umbral de estupidez tolerable.
Ahora estoy atrapado, tarareando mentalmente la versión cantada de “la puta madre que lo parió…” como si fuera un mal exorcismo memético. Estoy considerando releer El Quijote o sumergirme en un tratado de metafísica, a ver si consigo limpiar mi conciencia con algo más elevado.
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¡Nos vemos en el próximo capítulo!