348 Los Mensajeros del Propretor

A varios kilómetros del Campo de Sangre, el ejército de Micénica, compuesto por los casi tres mil imponentes hoplitas de sangre pura, se encontraba descansando en una pequeña ciudad fortificada. Los hombres de Atreo estaban exhaustos, habiendo forzado el consumo de su Aura de Batalla para escapar del Campo de Sangre. Esta táctica les había permitido retirarse rápidamente inicialmente, pero ahora les estaba pasando factura. Las batallas recientes habían consumido gran parte de su energía, dejando a los guerreros agotados y con la mirada perdida, aunque mantenían su actitud marcial.

Atreo Mikel, líder invicto hasta entonces, no permitió que la fatiga nublara su juicio. Sabía que, aunque sus hombres necesitaban descanso, la amenaza de las legiones enemigas era constante. Por eso inmediatamente ordenó a varios emisarios partir hacia ciudades vecinas con la misión de preparar rastros falsos. Estos rastros debían desorientar a cualquier legión enemiga que decidiera perseguirlos, llevándolos hacia el laberinto natural de las montañas de Etolia. Ahí, Atreo planeaba preparar una emboscada devastadora. Sin embargo, en su fuero interno, dudaba que su enemigo cayera en la trampa. El líder de las legiones que los habían atacado por sorpresa debía ser astuto y cauteloso.

Mientras los emisarios se dispersaban, Atreo se retiró a su tienda, intentando procesar las sensaciones que lo embargaban. Nunca antes había sido humillado en batalla. La derrota reciente le quemaba el alma, y el peso de haber permitido que se rompiese el mito de la invencibilidad micénica era una carga que no estaba preparado para llevar. Sentado en su austero trono de campaña, con la mirada fija en el vacío, comenzó a comprender lo que significaba ser derrotado, y la humillación le caló hasta los huesos.

Cuando estaba combatiendo, Atreo se dio cuenta de que quienes los atacaron en el Campo de Sangre eran legionarios. Pero solo ahora, después de mucho reflexionar, comenzaba a entender que se trataba de las Legiones Malditas, los perdedores desterrados por el propio Imperio Itálico por haber escapado como cobardes. Nunca los había considerado una amenaza seria y pensaba en ellos más como bandidos que guerreros. Sin embargo, ahora las cosas eran muy diferentes. El líder militar que había convertido a aquellos hombres despreciables en soldados capaces de emboscarlo era alguien digno de atención. Además, por más que lo pensaba, Atreo no podía descifrar cómo fue posible que esas legiones llegasen hasta el Monte Ida y se escondiesen en las faldas boscosas sin que ninguno de sus exploradores, ni los de Helénica o Ilión, se enterasen.

Jurando por los dioses de Micénica, Atreo prometió vengarse del líder de las Legiones Malditas. La furia bullía dentro de él, comparable a la de la bestia legendaria de su ciudad. No descansaría hasta ver a su enemigo derrotado y postrado a sus pies. Esa promesa sería su nueva fuente de fuerza.

Con los primeros rayos del amanecer, Atreo se levantó de su asiento. La furia aún ardía en su corazón, y sus ojos reflejaban una determinación inquebrantable. Ordenó a sus hombres que se levantaran y prepararan para marchar. A pesar del cansancio, la presencia de su líder y su resuelta voluntad infundieron nuevo ánimo en los hoplitas. Con paso firme, se dirigieron a toda velocidad hacia la poderosa ciudad de Micénica, dejando atrás el campo de batalla y los recuerdos amargos de su derrota, pero llevando consigo la promesa de una sangrienta venganza.

******

El regreso a Valderán fue mucho más cómodo para las Legiones Malditas, aunque el trayecto resultó un poco más largo. En el camino, se encontraron con varias partidas de exploradores de las ciudades etolias que intentaban averiguar lo sucedido, pero no eran rival para los veinte mil legionarios y ni siquiera se atrevieron a atacar.

Cuando llegaron al puesto de suministros, donde los voluntarios traídos desde Itálica los esperaban, se permitieron una noche de descanso en la seguridad de un campamento bien fortificado. Bryan ordenó repartir raciones abundantes e incluso les permitió un buen vaso de vino antes de dormir, dejando claro que las celebraciones tendrían que esperar hasta su regreso a la fortaleza. Aquella noche, el Procónsul dispuso que la aún inconsciente Elena Teia permaneciera en su propia tienda por seguridad. Esto incrementó los rumores sobre la virilidad casi violenta del comandante, que supuestamente dejaba inconsciente de placer a aquella hermosa mujer. Fue la primera vez que Bryan notó los rumores e inmediatamente ordenó acallarlos, pero el daño ya estaba hecho y negar tales habladurías solo confirmaría las fantasías más eróticas en la mente de los soldados.

"Ojalá esto no me dé problemas en el futuro." Pensó Bryan irónicamente, sabiendo perfectamente que le traerían complicaciones.

Al día siguiente desarmaron el campamento e iniciaron el trayecto final. Para entonces, las marchas forzadas eran algo habitual para los legionarios, especialmente al ver a Bryan marchar al frente de ellos. Si antes lo respetaban por su poder, ahora lo admiraban sin reservas, y ni siquiera los centuriones traidores se atrevían a criticar en voz alta. Además, todos sabían que debían apresurarse antes de que las ciudades cuyos ejércitos acababan de derrotar comenzaran a perseguirlos.

Afortunadamente, los voluntarios no habían estado ociosos. Además de la comida y los pertrechos militares, también habían preparado varias carretas que les ayudaron a mover rápidamente el botín obtenido. No pasó mucho tiempo antes de que vieran los muros de piedra de la fortaleza de Valderán.

Ahora que por fin estaban a salvo, los soldados por fin pudieron tomarse un merecido descanso. Pero para Bryan y sus tribunos era otra historia, porque una visita inesperada les reveló que la noticia de su reciente victoria había llegado antes que ellos.

En cuento llegaron, el Procónsul y sus Tribunos se reunieron en la tienda de campaña para discutir cómo almacenarían la comida, se repartirían los pertrechos y qué harían con el botín de guerra. Pero ni siquiera tuvieron tiempo de pronunciar una palabra cuando un legionario llegó con un mensaje urgente.

- Han venido dos mensajeros de la ciudad. - Anunció Silano.

En el Imperio Itálico, las provincias eran enormes territorios que contenían pueblos, aldeas y ciudades. Cuando estaban en el interior, eran gobernadas por Condes y, cuando se trataba de regiones que limitaban con algún poderoso enemigo como el Imperio Kasi, por Marqueses. Estos poderosos aristócratas usaban su fortuna y poder militar para mantener seguras las regiones en nombre del Emperador. A cambio, obtenían una gran cantidad de honor junto con los recursos que pudiesen obtener, especialmente los Marqueses, que casi siempre eran nombrados Procónsules de sus propios territorios y se les asignaban grandes ejércitos.

Sin embargo, esta autoridad no era absoluta. Y la mejor prueba de ello era que ningún aristócrata, ni siquiera cuando se trataba de un Cónsul, tenía autoridad sobre las ciudades. Estas le pertenecían exclusivamente al Emperador y el Senado nombraba a funcionarios civiles para que las organizasen, generalmente antiguos Tribunos Militares.

Estos eran los Pretores (en el interior) o Propretores (en las provincias exteriores), que ejercían al mismo tiempo como jueces y gobernadores. Su número podía variar dependiendo de la población de la ciudad, pero siempre eran la máxima autoridad civil. Aun así, existía cierto grado de respeto que los Pretores debían rendir a los aristócratas de las provincias, especialmente cuando estos tenían Imperium Militar. No solo porque estos eran sus principales protectores, sino también porque una de las peores cosas que les podría suceder era que el señor de la provincia que controlaba todos los territorios que rodeaban el centro urbano fuese enemigo del gobernante de la ciudad. Además, el cargo de Pretor, al igual que el de los Cónsules, era temporal. Nadie quería estar enemistado con un poderoso aristócrata luego de perder su autoridad.

Naturalmente, la provincia de Valderán estaba tan abandonada e inestable que no se había designado a ningún aristócrata para administrarla, pues simplemente no había mucho que administrar más allá de Odisea, aunque esta ciudad estaba en una situación muy especial que, en cierto modo, la volvía independiente y era por eso que tenía un asignado un gobernador con el rango de Pretor en lugar de un Propretor como normalmente tendría que ser, para remarcar su autonomía. Sin embargo, la provincia de Valderán tenía una ciudad, y por norma general, el Propretor debería haber venido a saludar a Bryan.

Ciudad de Valderán en la Provincia de Valderán

Sin embargo, ninguna noticia les había llegado de la ciudad hasta ese momento. Quizá fuese porque Bryan no era estrictamente un Procónsul o un aristócrata oficialmente, pero el hecho de que fuese el comandante de las Legiones V y VI debería ser suficiente para que el Propretor hiciera acto de presencia. Ahora, sin embargo, le estaba enviando emisarios.

- ¡Que descaro esperar hasta este momento! - Exclamó Marcio enfadado.

- ¡Calma! - Replicó Bryan con una sonrisa: - Recuerden la mala fama que nuestros hombres han tenido hasta ahora. Eso, sumado al hecho de que no soy ningún marqués y ni siquiera me han confirmado como barón, son buenos motivos para que el Propretor sea receloso. Primero escuchemos lo que tienen que decir. -

Después hizo un gesto para que trajeran a los mensajeros, mientras el se sentaba con Druso a la Derecha y Marcio a la Izquierda. Entonces dos hombres de aspecto cansado y preocupado se presentaron frente a ellos. Sus ropas polvorientas y sus rostros marcados por la tensión no fueron bien recibidos, porque parecía que ni siquiera se habían arreglado para esta reunión.

- Hablen. - Ordenó Bryan, observándolos atentamente.

- Mi señor Bryan. - Comenzó el primer mensajero, inclinándose ligeramente: - Traemos un mensaje urgente del Propretor Flaminio. La situación en la ciudad es grave. Casi la mitad de la ciudad ha sido tomada por una banda de bandidos. El Propretor le ruega que intervenga y, a cambio, está dispuesto a juntar los tres mil legionarios urbanos que tiene bajo su mando. Con su ayuda, usted aumentará su prestigio y logrará pacificar la provincia.

Bryan se reclinó en su asiento, sumido en pensamientos profundos. La oferta era tentadora; pacificar la provincia de Valderán consolidaría su posición y control sobre la región. Si la noticia de su reciente victoria llegaba a Itálica acompañada por este hecho, su popularidad en el Senado aumentaría. Sin embargo, la legalidad de su intervención en las ciudades era cuestionable. Cualquier movimiento en falso podría traer consecuencias desastrosas.

Marcio, aún enfadado, dio un paso adelante.

- No podemos confiar en un Propretor que nos ha ignorado hasta ahora. - Dijo con un tono cargado de desdén: - ¿Qué garantías tenemos de que cumplirá su promesa? -

Bryan levantó una mano para silenciar a Marcio.

- Entiendo tus preocupaciones, Marcio. Pero si dejamos que los bandidos tomen la ciudad por completo, perderemos una posición estratégica importante y nuestra situación en Valderán podría ser insostenible. - Dijo con tono conciliador. Luego añadió con un tono cargado de astucia: - Además, esos tres mil legionarios urbanos podrían ser la diferencia en futuras batallas cuando el Senado nos levante la prohibición de reclutar más tropas. -

Bryan se volvió hacia los mensajeros.

- Díganle al Propretor Flaminio que consideraré su petición. Pero antes de tomar una decisión, necesito más detalles sobre la situación en la ciudad y las capacidades de las fuerzas que se nos unirían. No podemos permitirnos un error en estos momentos tan cruciales. -

Los mensajeros asintieron y salieron rápidamente para llevar la respuesta de Bryan a Flaminio. El tono agrio y brusco del Procónsul y los tribunos no pareció sorprender a los embajadores, pues entendían que tuviese rencor hacia una ciudad que hasta ese momento no le había mostrado el menor respeto.

- ¿Qué piensas de esto, Druso? - Preguntó Bryan en cuanto estuvieron solos.

- Parece una buena oportunidad, pero legalmente no podemos intervenir en la ciudad. Corremos el riesgo de que luego nos critiquen por eso en el Senado. - Respondió su amigo.

Bryan asintió dos veces y luego se volvió hacia Marcio para pedirle su opinión. El veterano tribuno asintió de inmediato:

- Resulta que conozco al Propretor. Flaminio es un loco. Luché con él en el sur, hace tiempo. Es un irresponsable y un saqueador. No me fío de él. Solo tiene ambición. Si sale bien, se vanagloriará de ser el pacificador de la ciudad de Valderán; si sale mal, nos culpará a nosotros. No dudará en traicionarnos ante el Senado y decir que lo obligamos a intervenir. Ese hombre no vale ni lo que una nuez podrida. -

- Sí, he oído hablar de Flaminio. Es como dices. - Respondió Bryan, recordando los informes que el Manto Oscuro le había proporcionado al respecto, pero guardó silencio, meditabundo. Los tribunos no entendían por qué el Procónsul seguía meditando en aquel tema. Era absurdo planteárselo. Era arriesgado. Era peligroso. Era un error.

Para gran sorpresa de todos, Bryan sonrió de forma maquiavélica después de un minuto y luego ordenó que trajeran rápidamente a los embajadores antes de que se fueran.

- Los ayudaremos. - Dijo el Procónsul a los embajadores, quienes abrieron los ojos de par en par, como si quisieran asegurarse de que no estaban soñando: - Dentro de dos días, enviaré tropas suficientes para reconquistar los sectores de la ciudad que estén tomados por los rebeldes. Ahora pueden marcharse. -

Uno de los embajadores, que lideraba la comitiva, se arrodilló ante Bryan y le abrazó las rodillas mientras lágrimas de emoción y alegría fluían por sus mejillas.

- Gracias, gracias, gracias... que los dioses os protejan y os sean siempre favorables... gracias... gracias... gracias... -

El otro embajador lo imitó y también se arrodilló, inclinando su cabeza hacia el suelo en señal de humillación. Bryan retiró de sus rodillas las manos del embajador que aún seguía llorando y los instó a marcharse cuanto antes para llevar su mensaje. Al final, ambos se fueron sin dejar de proclamar alabanzas al gran Procónsul de Valderán.

- Tenemos mucho que hacer. - Dijo Bryan en cuanto volvieron a estar solos: - Quiero que Marcio se quede en la fortaleza como comandante en funciones para asegurarse de mantener todo nuestro botín de guerra organizado y listo. Mientras tanto, Druso y Silano tomarán el mando de la V Legión para organizar grandes carretas con rumbo a Odisea que en el exterior lleven los escudos que recuperamos de los micénicos. La idea es que todo aquel que los vea esté seguro de que estamos transportando nuestro valioso botín a un lugar seguro, pero en realidad… -

- Es una emboscada. - Dedujo Druso: - Las carretas en realidad contendrán legionarios. -

- Exactamente. - Asintió Bryan: - Es la misma táctica que nuestro Centurión Instructor siempre recomendaba para atraer milicianos enemigos. Estoy seguro de que muchos bandidos en las madrigueras que tienen al este picarán el anzuelo. Quiero que los exterminen a todos y no tomen prisioneros. -

- Entendido. -

- Al mismo tiempo - Continuó Bryan: -, yo marcharé a la ciudad con la VI Legión para ayudar a Flaminio. Si hacemos esto bien, destruiremos simultáneamente a dos grandes fuerzas de bandidos. Sea como sea, al quinto día nos reuniremos frente al río donde anteriormente nos derrotaron, y esta vez borraremos esa deshonra aniquilando de un plumazo a todas las fuerzas rebeldes en Valderán. -

Todos los tribunos asintieron. Acababan de llegar, pero la reciente victoria aún tenía encendidos los ánimos de los legionarios, así que no era mala idea aprovechar esto para resolver de una vez el problema de los bandidos. Entonces los pobladores que se escondían en las montañas podrían regresar a sus hogares y los caminos se volverían seguros, lo que implicaba una reapertura de las rutas comerciales.

El nuevo plan de Bryan los emocionaba, pero había una duda en la mente del veterano Marcio, quien planteó una alternativa con el ceño fruncido.

- ¿No sería mejor que fueses a la ciudad con la V? Son más leales. -

- Todo lo contrario. Lo que más quiero es llevarme a la VI Legión, con Jaime Luccar y César Germánico incluidos. Tú cuida bien de nuestro botín con nuestros voluntarios leales y comienza a dividirlo para una repartición equitativa. Todo debe estar correctamente inventariado. Además, mejora las defensas de la fortaleza lo mejor posible. Y ya que hablamos de seguridad, necesito que organices un lugar seguro para que nuestra “huésped” Elena Teia permanezca a salvo. -

- Pero juntar a Luccar y Germánico con Flaminio puede ser peligroso - Insistió Marcio.

- Seguramente, mejor dicho, estoy contando con ello. - Concedió Bryan de modo misterioso, pero con una firmeza que no dejaba lugar a más debate.

Todo lo importante había sido dicho, pero aún quedaban dos asuntos por resolver.

- ¿Qué hacemos con esos fundíbulos? - Pregunto Marcio: - ¿Serán parte del botín que enviaremos a Itálica? -

- No, pienso sacar mucha utilidad de ellos en el futuro próximo. - Respondió Bryan, sonriendo.

- En ese caso, debemos solucionar el asunto de operarlos y mantenerlos en buen estado, así como reemplazar los proyectiles que arrojan. - Apuntó Silano.

Bryan guardó silencio por un momento y luego pareció tomar una decisión.

- Tráiganme a los alquimistas. -

Al poco tiempo llegaron y no se veían felices. No solo estaban asustados, sino que su apariencia distaba mucho de la reverente figura que generalmente tendrían los alquimistas. Sus ropas estaban sucias y sus cabellos desaliñados.

- ¿Quién hablará por todos ustedes? - Preguntó Bryan, sin siquiera mirarlos directamente y jugando con un afilado puñal en sus manos, para dar a entender que no les tenía la menor consideración.

El más viejo de ellos, quien ya había negociado anteriormente con el Procónsul, dio un paso adelante.

- ¿Y esta vez me dejarás conocer tu nombre? - Continuó Bryan con ironía.

El anciano soltó un suspiro. Parte de su acto de resistencia había sido no presentarse formalmente, pero ahora sabía que Bryan no era alguien con quien pudiese arriesgarse a ser insolente, así que respondió de inmediato.

- Soy Hermes… Hermes Trismegisto, Procónsul de Itálica. -

- Hermes, ya veo. - Dijo Bryan, dejando el puñal sobre la mesa y levantándose con una sonrisa amable que casi parecía amical. Su actitud amenazante no se veía por ningún lado, lo cual desconcertó a todos, incluso a los Tribunos: - Entonces, ¿cómo estás el día de hoy, Hermes? -

El aludido parpadeó un momento, sin saber cómo responder. De algún modo, la sonrisa del Procónsul le parecía más aterradora que su expresión asesina. Pero quienes no sonreían eran los miembros de la Guardia de Lictores del general, quienes tenían las manos bien puestas sobre la empuñadura de sus espadas, listos para desenvainar si intentaban algo. Después de todo, los alquimistas seguían siendo magos peligrosos.

 - He tenido días mejores. - Admitió honestamente el anciano Hermes con una expresión de profunda resignación.

- Me lo imagino. - Sonrió Bryan y luego miró a sus Lictores con un gesto humorístico mientras decía: - Relájense, hombres. No creo que el venerable Hermes Trismegisto tenga malas intenciones conmigo. - Se volvió hacia el alquimista: - ¿Verdad? -

El anciano miró sus propias ropas sucias, luego a los hombres armados que lo rodeaban, incluyendo a los Tribunos, y finalmente al propio Bryan, dando a entender que era muy consciente de que cualquiera de ellos podría matarlo con facilidad. Respondió con cierta ironía:

- No bajo las presentes circunstancias. -

Los alquimistas

Bryan soltó una carcajada e invitó al anciano y sus compañeros a sentarse alrededor de su escritorio. Los Lictores relajaron su postura, lo cual hizo que los corazones de aquellos hombres dejaran de latir como caballos desbocados. Luego sirvió a Hermes una copa de vino y se sirvió otra a sí mismo. El alcohol devolvió algo de vida a las facciones del anciano. Entonces, el Procónsul volvió a hablar:

- Cuando nos conocimos, hubo algunos malos entendidos. Pero creo que ahora todos tenemos una mejor idea de quién es cada uno y con quién estamos tratando. - Se detuvo para tomar un sorbo de vino: - Yo soy el Procónsul Bryan, un Necromante Archimago, nombrado por el Senado y el Emperador como jefe supremo de los ejércitos de esta provincia. Siempre he valorado mucho el trabajo de los alquimistas, y ahora lo aprecio todavía más después de ver las maravillas que ustedes han construido para la ciudad de Helénica. ¡Muy buen trabajo! -

Hizo un gesto como si quisiera brindar por ellos, y el anciano lo imitó, aunque evidentemente lo hacía por miedo.

- Entonces… ¿qué piensan hacer ahora? - Preguntó Bryan, como si quisiera saber sobre sus próximos proyectos, pero luego bajó la voz peligrosamente cuando añadió: - Técnicamente, ustedes eran parte del ejército de una ciudad que ha saqueado nuestros territorios repetidas veces. Aunque trabajaron bajo contrato, siguen siendo enemigos. - Hizo una pausa: - Hablando estrictamente, debería matarlos a todos. -

Todos los alquimistas tragaron saliva, y la copa de Hermes comenzó a temblar ligeramente por el nerviosismo, aunque su expresión seguía siendo aparentemente impasible. Ahí estaba el monstruo al que temían, asomándose nuevamente. Por su parte, Bryan esperó pacientemente a que el sentido de sus palabras calara en todos antes de continuar.

- Realmente no deseo ser punitivo. - Dijo como si lo que acababa de decir no fuese lo que deseaba hacer, y luego suspiró teatralmente: - Por otro lado, tampoco puedo dejarlos ir. Así que… ¿cómo debería ocuparme de ustedes? -

Bryan tomó otro trago de vino y Hermes lo imitó, aunque esta vez parecía que su intención era saborear el último trago de licor que tomaría en su vida. Los hombres sentados a su alrededor trataban de mantener la calma, pero algunos tenían lágrimas en los ojos y otros no podían evitar temblar. Eran eruditos, no soldados.

- ¿Qué haré con ustedes? - Repitió casualmente Bryan, levantándose de su asiento y caminando lentamente alrededor de ellos como si estuviese considerando un asunto banal. Pero todos los alquimistas sintieron como si una gran serpiente los estuviese rodeando.

Justo cuando estaban a punto de arrojarse al suelo para suplicar por su vida, Bryan se detuvo repentinamente, como si una idea se le acabara de ocurrir, y les preguntó:

- Hermes Trismegisto, ¿tú y los demás estarían dispuestos a servirme como mi equipo de alquimistas? Tendrán que trabajar gratis los primeros meses, pero después les pagaré un poco más de lo que les pagaba Elena Teia. -

La propuesta de Bryan los dejó completamente pasmados. Se sentían como si cayeran hacia un abismo espantoso y, de pronto, alguien les arrojase una cuerda salvadora. Estos alquimistas generalmente eran orgullosos, pero en ese momento se veían como niños asustados que repentinamente ven llegar a sus padres. Incluso el anciano Hermes estaba impactado y se demoró un poco en procesar lo que sucedía. Solo se despertó cuando sintió las miradas de sus compañeros fijas en él, instándole a aceptar de inmediato para salvar sus vidas. Era evidente que todos querían hacerlo, pero el Procónsul se estaba dirigiendo directamente a Hermes y temían ofenderlo por hablar sin permiso.

- Por los dioses. - Respondió Hermes, sacudiendo la cabeza para despejarla: - Eso es muy generoso de tu parte, Procónsul Bryan. Yo... -

- ¿Sí o no? - Lo interrumpió Bryan, mirándolo de tal forma que dejaba claro que no deseaba perder más tiempo.

¡Sí, acepta! ¡O nos van a matar!” Parecían gritar las miradas del resto de alquimistas.

- Pues yo… - Respondió Hermes, luchando por organizar sus palabras: - Realmente no puedo decir que no, ¿verdad? -

- No, no puedes. - Confirmó Bryan, encogiéndose de hombros como si lo lamentase, pero sus ojos eran tan fríos como el filo de una espada y hablaban más claramente: - Es una propuesta que no puedes rechazar. -

- Pues entonces, será un honor trabajar para el Procónsul Bryan. - Respondió finalmente Hermes.

Bryan mirando a los alquimistas

- ¡Eso es excelente! - Celebró Bryan, transformándose de nuevo en la amabilidad en persona y ordenando que les sirviesen vino a todos: - Este es un día auspicioso. - Se volvió hacia Marcio: - Denles a estos maestros alquimistas una habitación junto a los magos de tierra. - Luego miró a Hermes: - Después de que coman y descansen, quiero que ayuden a elegir los mejores lugares de nuestra fortaleza para colocar esos fundíbulos. También harán una lista detallada de todos los ingredientes necesarios para fabricar los proyectiles para que pueda conseguirlos. -

Entonces levantó su copa de un modo solemne.

- ¡Por el éxito de nuestro futuro! -

Después de brindar y despedir a los alquimistas, Bryan se volvió hacia sus tribunos y preguntó:

- ¿Hay algún otro asunto? -

- Una cosa. - Dijo Druso: - Encontramos a un hombre medio muerto sobre una pila de excremento en el campamento de Helénica. Tenía varias costillas rotas, así que lo íbamos a dejar ahí, pero nos dimos cuenta de que era un esclavo personal, así que pensamos que se vendería por un buen precio y nos lo trajimos. Sin embargo, no creo que vaya a sobrevivir otro día. -

- Y me estás contando eso... ¿por qué? - Preguntó Bryan, levantando una ceja.

- Se despertó recientemente y dijo ser el esclavo personal de Elena Teia. - Explicó Druso.

- Eso es interesante. - Dijo Bryan: - Iré a verlo. -

******

Bryan caminó por los pasillos de la fortaleza, acompañado por Druso y dos Lictores. El aire se volvía más frío y húmedo a medida que descendían hacia las celdas subterráneas. Las antorchas en las paredes arrojaban sombras danzantes, y el eco de sus pasos resonaba en la piedra.

Llegaron a una celda antigua, de las más viejas y sombrías del lugar. Las paredes de piedra estaban cubiertas de musgo y humedad, y el techo, bajo y abovedado, daba una sensación de claustrofobia. La única fuente de luz provenía de una pequeña ventana con barrotes, situada demasiado alta para que cualquiera pudiera alcanzarla. El suelo de tierra estaba sucio, con algunos charcos de agua estancada que reflejaban la luz de las antorchas.

En el centro de la celda, sobre un lecho improvisado de paja y cubierto con algunas telas raídas, yacía el esclavo herido. Su rostro estaba pálido y sudoroso, y su respiración era laboriosa. Las telas apenas cubrían su cuerpo magullado, dejando al descubierto las horribles contusiones y los vendajes mal ajustados que intentaban mantener sus costillas en su lugar. Los ojos del esclavo se abrieron lentamente al escuchar los pasos de los hombres que se acercaban.

Bryan se detuvo frente a la puerta de la celda, observando al hombre con una mezcla de curiosidad y desdén. A pesar de sus heridas, era capaz de deducir cómo se veía originalmente. Había visto a este tipo de hombres en el mercado de esclavos y sabía que, además de ser ayudas de cámara, eran utilizados como alivio sexual para sus amos, tanto mujeres como hombres. Eran básicamente adornos atractivos, pero sin ningún valor real, que incluso eran despreciados por otros esclavos, porque se ofrecían voluntariamente. Después, cuando se volvían viejos y perdían su atractivo, solían ser vendidos a burdeles o a trabajar en las plantaciones, donde sufrían una muerte dolorosa. Pero casi ninguno de estos juguetes se daba cuenta porque realmente creían que podían forjar un vínculo emocional real con sus amos.

Sin embargo, la mirada de Bryan cambió repentinamente y se quedó quieto en el umbral, mirando en silencio. Había usado su visión espiritual y le sorprendió notar una gran concentración de pensamientos malignos envolviendo a aquel hombre, los cuales podía ver sin el menor esfuerzo. Eran oscuros y turbios, serpenteando alrededor del esclavo como sombras vivientes, insinuando secretos oscuros y posibles traiciones. Pero también había algo más en este individuo que le resultaba extrañamente afín, como si se tratase de un viejo conocido.

Finalmente, Bryan decidió entrar para resolver el misterio mientras conversaba con él.

- Dicen que te llamas Moros. - Comenzó Bryan sin saludar, con los ojos fijos en los del esclavo: - Parece que el general Patros te mandó volando con una patada, pero afortunadamente caíste sobre una pequeña montaña de mierda acumulada desde las letrinas. Eso te salvó la vida hasta ahora, pero ya no te queda mucho tiempo. -

El Procónsul se detuvo frente a Moros. En su camino no dejó de notar el profundo odio que brilló en la mirada del esclavo cuando pronunció el nombre de “Patros”. Pero en ese momento lo único que le interesaba era descubrir por qué sentía esa extraña familiaridad con este desgraciado. Sin embargo, su semblante no mostraba nada más que la más pura indiferencia.

- Siempre he pensado que los hombres condenados son también los más honestos. Después de todo, no tiene mucho sentido mentir cuando estás a punto de dejar este mundo. - Dijo Bryan deteniéndose frente a Moros: - Así que, ¿hay algo que te gustaría contarme antes de que exhales el último suspiro? -

Repentinamente, Moros sonrió, lo cual tomó a Bryan por sorpresa. Y se sintió todavía más impresionado cuando el esclavo consiguió levantarse ligeramente a pesar de sus costillas rotas y el inmenso dolor que debía estar sintiendo, solo para mirarlo directamente.

- Gran Procónsul, es un honor estar en su presencia. - Dijo Moros con un tono servil: - En efecto, puedo contarle un secreto de gran valor para usted, si escucha mi deseo. -

- ¿Y este sería…? -

- Sálveme la vida. -

Bryan lo miró extrañado:

- ¿Por qué salvaría tu vida? No eres más que basura sin ningún valor y encima del bando enemigo. Nadie va a pagar por tu liberación y preferiría que murieses cuanto antes para no tener que gastar alimentos en ti. -

Pese a sus palabras duras, la sonrisa de Moros no vaciló y, en lugar de eso, lo miró con mayor intensidad cuando dijo:

- Si me dejas vivir, entonces regresaré a Helénica y me convertiré en tu espía. ¡De por vida! Me infiltraré en los círculos más altos de esa maldita ciudad para conocer todos sus secretos. Soy muy bueno enterándome de las cosas. Tengo un don para ello. Realmente lo tengo, mi señor. -

Bryan avanzó un poco más, considerando atentamente su propuesta. Honestamente, el esclavo le desagradaba bastante, pero no le había mentido y, además, el inmenso odio que sentía no estaba dirigido hacia su persona. ¿Podría realmente ser de utilidad?

- Trato hecho. - Respondió el Procónsul finalmente.

- Gracias, mi señor. - Dijo Moros sonriendo a pesar del inmenso dolor.

- Entonces, ¿cuál es ese valioso secreto que conoces? - Preguntó Bryan fríamente.

- Oh, sí. - Respondió Moros: - Para todos es conocido que mi ama Elena Teia tiene una fuerte relación romántica con el líder de Ilión y que su alianza es muy fuerte. Pero en realidad, mi señora desprecia profundamente a Ilo. ¡Su plan es deshacerse de él en cuanto terminen de luchar contra Micénica! -

- ¿En serio? -

- Es verdad, mi señor. Incluso pensaba matarlo en el Campo de Sangre, aprovechando que estaba luchando contra Atreo. -

Por un momento, hubo un silencio entre ambos. El rostro de Bryan era indescifrable y la frente de Moros estaba poblada de sudor, porque sabía que en ese momento su destino estaba por ser decidido. Finalmente, Bryan sonrió muy ligeramente y dijo:

- Ese es un buen secreto. -

Finalmente, Bryan sacó una carísima poción de curación y se la dio de beber al esclavo. Podría haberlo curado con su Esencia Mágica, pero la aversión que sentía hacia aquel hombre era tal que prefería gastar un recurso valioso antes de tocarlo directamente. Mientras Moros bebía la poción con avidez, el Procónsul estaba pensando en lo que le motivaba a darle una oportunidad a este hombre.

En cuanto el proceso de curación se terminó, el Procónsul ordenó que limpiasen al esclavo, lo vistiesen y le proporcionen provisiones suficientes para unos días antes de liberarlo en dirección a Etolia. Sabía que el viaje sería una prueba difícil y que la supervivencia de Moros dependería de los dioses. Lo sorprendente fue que el esclavo no protestó ni una sola vez; simplemente apreció su destino y se marchó sin mirar atrás.

Mientras veía cómo se alejaba, Bryan por fin comprendió la razón de la extraña familiaridad que sentía hacia Moros. En muchos sentidos, aquel hombre desgraciado le recordaba a sí mismo en una época anterior, cuando solo era un cobarde consumido por el rencor y el miedo, incapaz de asumir la responsabilidad de sus actos. Moros era un reflejo distorsionado de lo que Bryan podría haber sido si no hubiera tomado la decisión de luchar poniendo su vida en juego para obtener dignidad. En cierto sentido, la existencia resentida de Moros era una visión espantosa, similar a la que tuvo en el Palacio de Nécora el Putrefacto, cuando se enfrentó a una versión de sí mismo completamente corrompida. Era por esto que sentía algo de piedad hacia el esclavo a pesar de poder ver claramente su malicia.

Sin embargo, esto no era el principal motivo por el cual lo había perdonado. Una parte tenía que ver con la posibilidad de que realmente pudiese utilizarlo como espía, si llegaba a sobrevivir de algún modo. Pero la verdadera razón era que sentía curiosidad por ver dónde terminaría alguien que había elegido un camino tan opuesto al suyo. Bryan se preguntaba qué podría llegar a ser de una persona que, partiendo del mismo punto que él cuando llegó por primera vez a este mundo, eligió ahogarse en el autodesprecio en lugar de superarlo.

"Quizá incluso alguien como él tenga algún propósito importante que cumplir.” Pensó Bryan con tristeza, aunque después negó con la cabeza: "Bueno, no es mi problema. Ahora tengo que prepararme para recuperar una ciudad.

Dos caminos opuestos

Nota del Traductor

Hola amigos, soy Acabcor de Perú y hoy es miércoles 24 de julio del 2024.

Este mes ha sido el más difícil para mí. No solo porque varios cumpleaños se están juntando, lo que implica gastar dinero quiera o no, sino también por mis problemas de salud. Primero sufrí una caída que me lastimó las rodillas. Cuando eso se curó, tuve una infección en el oído que me perforó el tímpano. Y ahora, aunque no lo crean, tengo otro malestar del cual no puedo hablar, pero necesito volver al médico porque es bastante doloroso.

A pesar de todo, logré escribir el capítulo y generar las imágenes. Espero que les haya gustado. La primera parte es una prefiguración de lo que será una larga enemistad entre Micénica y nuestro protagonista. La siguiente parte involucra política, y podría parecer que las legiones están entrando en una pelea demasiado rápido, pero he resumido mucho el viaje de regreso, así que podemos asumir que en realidad han pasado quince días o quizá más.

Ahora, naturalmente, las noticias de la victoria de Bryan aún no han llegado a Itálica, y lo que más le conviene es que estas lleguen al mismo tiempo que la parte del botín destinada al Senado, para que todo el pueblo pueda verlo llegar y causar un gran impacto. Sin embargo, para que esto suceda, las rutas deben ser seguras, de ahí que Bryan esté desesperado por acabar con los bandidos. De hecho, si recuerdan bien, ese era su plan original. Pero la vergonzosa derrota lo hizo cambiar de opinión y decidió concentrarse en devolver a sus hombres el espíritu de soldados.

Estoy usando algunas terminologías romanas y quizá debería aclararlas. La palabra "Pro" en latín significa "en lugar de...". Entonces, cargos como Procónsul significan "en lugar del Cónsul". Los romanos usaban esta palabra para un magistrado que tenía poderes de Cónsul, pero solo en un sitio determinado.

Todo esto ocurría porque antes de ser un imperio, Roma elegía a sus gobernantes, como los 2 Cónsules, pero estos solo podían gobernar durante un año y luego volvían las elecciones. Si la guerra duraba mucho, a veces el año terminaba junto con el mandato del Cónsul. Esto no era problema cuando la guerra era en Italia, porque el nuevo cónsul electo simplemente iba a reemplazarlo. Pero conforme Roma peleaba en escenarios cada vez más lejanos, ese sistema se volvió impráctico, y por eso aparecieron los cargos "Pro". La idea era que el general que estuviese luchando como Cónsul todavía pudiese seguir comandando el ejército, solo que ahora lo hacía como Procónsul, manteniendo los poderes consulares, pero solo en su región asignada. La misma lógica se aplicaba a todos los demás "Pro-magistrados".

En la Edad Media, sobre todo al principio, el 80% de las poblaciones en los países de Europa vivían en el campo y lejos de las ciudades. Todo eso cambió con el tiempo, pero es cierto que las ciudades solían ser independientes, mientras que los señores gobernaban los territorios afuera. En este capítulo he fusionado ambos conceptos para crear la situación política que necesitaba.

La amenaza de Bryan a los alquimistas es una continuación de la anterior, pero esta vez la he basado en un capítulo de la serie "Rome" de HBO, en la que un general derrotado tiene que rendirse porque todo su ejército desertó al bando de Marco Antonio. Espero que les haya gustado.

La parte final de Moros originalmente tenía que ocurrir antes, pero… bueno, admito que me olvidé del personaje. Está basada en una escena de la serie "Gotham", donde un soplón suplica por su vida ante un jefe mafioso. Espero que haya quedado bien.

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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!