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La sala de subastas se hundió en un silencio tan abrupto que pareció absorber el aire mismo. Por un instante, nadie respiró. Los participantes se quedaron congelados por un momento, como si el tiempo hubiese tropezado con aquella cifra que acababa de escapar de mis labios. Pero en realidad fue solo durante un latido. El shock se disolvió de pronto y, como una represa rota, la conmoción estalló en todas direcciones.
—¡¿Dos millones?! —bramó un hombre desde una de las filas delanteras, incorporándose como si lo hubieran pinchado con una lanza.
—¡¿Alguien puede pagar semejante precio?! ¡Esto es una locura! —exclamó otro, casi indignado.
—¡Ninguna esclava puede valer tanto! —chilló alguien más, dividido entre el escándalo y la envidia.
—Con esa cantidad podrías alimentar a un ejército entero durante un año… —murmuró un noble que claramente había sido militar a juzgar por su túnica púrpura, con la voz quebrada por la incredulidad.
Y, paradójicamente, mientras el público rugía, la única figura en completo silencio era el subastador.
El gordo hombre, que minutos antes se pavoneaba con la seguridad de un zorro viejo, ahora permanecía congelado con la boca entreabierta y un brillo nervioso en los ojos. Sus dedos temblaban ligeramente sobre el mazo ceremonial. No mostraba satisfacción, ni siquiera sorpresa: lo que atravesaba su cuerpo en ese instante era puro pánico. Y con razón.
Después de todo, él era quien debía cuadrar las cuentas al final de la jornada y responder ante los superiores si luego alguien no pagaba. Dos millones no es un precio barato, ni siquiera en este mundo de juego.
Como referencia, el arma más cara en cualquier armería respetable rara vez superaba el millón de oro. Con dos millones, un equipo de élite del Héroe podría equiparse con lo mejor que existiera por debajo del rango legendario y enfrentar a un jefe de Laberinto en condiciones casi ideales. Probablemente incluso tendrían posibilidades —modestas, pero reales— contra algunos de los generales menos temibles del ejército del Rey Demonio.
Así que, visto desde fuera, gastar semejante tesoro en un único esclavo no era solo una excentricidad. Era una aberración. Una locura. O, en el mejor de los casos, la mayor estupidez jamás cometida en ese salón.
Pero Leybold no era un necio. Me conocía demasiado bien como para atribuirme un arrebato impulsivo o una estupidez tan monumental. Lo cual lo llevaba a una tercera interpretación, mucho más preocupante para él: que yo estaba fingiendo la puja.
Que solo había gritado aquella cifra sin intención alguna de pagarla.
Y que pretendía usar el peso del nombre Baskerville para llevarme a la esclava sin soltar una sola moneda.
Ahora bien, en cualquier otra circunstancia, por tratarse de mí, Leybold podría haber estado dispuesto a mirar a otro lado para permitirme salirme con la mía. Pero con una suma tan exorbitante en juego, junto con el hecho de que Urza constituía la principal mercancía de la subasta, el gordo se encontraba en una situación donde tendría graves problemas cuando más tarde tuviese que explicar lo sucedido. Desde mi asiento, pude ver cómo el sudor le descendía lenta y torpemente por la sien, empapando el cuello de su camisa. Debía de estar imaginando todas las maneras en que su vida podía arruinarse si yo no tenía el dinero… o si alguien importante preguntaba más tarde por qué había permitido semejante irregularidad.
No era el único que estaba nervioso. Justo cuando el murmullo de la sala comenzaba a retumbar con mayor intensidad, las puertas de mi palco se entreabrieron con un leve crujido. Eran de nuevo mis acompañantes, las cortesanas escasamente vestidas, que ahora asomaban tímidamente la cabeza antes de entrar, pese a que les había dado instrucciones claras de dejarme solo.
Evidente que alguien las había enviado a comprobar mi reacción. Eran mensajeras improvisadas, peones desechables que ahora debían tantear si la inmensa suma de oro que acababa de ofrecer era real o una bravuconada peligrosa. Incluso en su inocencia fingida, podía ver el brillo de ansiedad en sus ojos. Temían que, si se equivocaban conmigo, serían castigadas como si fueran ellas las culpables del caos.
En otras circunstancias, me habría tomado un momento para tranquilizarlas. Tal vez habría jugado con ellas, o las habría calmado con palabras suaves para que dejaran de temblar. Pero ahora tenía prisa. Mucha prisa. No podía permitirme perder ni un segundo mientras Leybold se debatía entre la duda y el terror allá abajo.
Decidí cortar la situación de un solo tajo.
Extendí la mano hacia mi costado, cuidando de que ningún curioso pudiera ver el interior de mi Bolsa Mágica Ilimitada, y sumergí los dedos en su interior para activar su encantamiento. De inmediato, el tintineo metálico llenó el aire. Saqué un puñado de monedas de oro. Luego otro. Y otro.
Cada puñado era tan pesado que me hundía un poco la muñeca, pero lo dejé caer con deliberada soltura sobre la pequeña mesa junto a mí. Las monedas chocaron entre sí con su sonido metálico característico. En cuestión de segundos, la superficie quedó completamente cubierta. En diez, la montaña dorada creció tanto que comenzó a desbordarse, derramándose por los laterales como una cascada refulgente que cayó al suelo con un estruendo suave, creando un charco brillante que casi cegaba a quien lo mirara directamente.
Las chicas se quedaron paralizadas.
Sus ojos se abrieron como platos, incapaces de seguir el torrente de riqueza que surgía sin fin de mis manos. Trataron de respirar, pero el aire se les atascaba en la garganta. Estaban viendo más oro del que probablemente verían en toda su vida. Y yo lo arrojaba como si fuera arena.
Luego hice una breve pausa para arrojarles a las chicas un par de monedas particularmente relucientes, que estaban hechas con oro de la mejor calidad. Servirían como prueba. Ambas la cogieron al vuelo y se quedaron mirándolas estupefactas.
—Avísenle a su amo que hablo en serio —ordené con un gesto firme y cortante, cargado de autoridad—. ¡Vayan de una vez!
Las dos mujeres estaban atrapadas entre emociones opuestas: por un lado, una reverencia casi instintiva ante alguien capaz de convocar semejante riqueza; por el otro, un miedo igual de intenso provocado tanto por mi expresión como por la frialdad con que administraba aquella fortuna. Esa combinación bastó para forzarlas a obedecer, de modo que se giraron de inmediato y abandonaron la habitación llevando consigo las monedas, corriendo como si sus vidas dependieran de ello. El eco de sus pasos se prolongó por el pasillo mientras descendían a toda velocidad hacia la sala principal.
En muy poco tiempo ya estaban junto al gordo subastador, inclinándose a su lado como dos gallinas emocionadas, mientras le susurraban al oído. Desde mi palco podía ver cómo le mostraban las monedas con manos temblorosas. El subastador parpadeó varias veces, incrédulo. Aun a la distancia, su severo temblor de papada delataba el impacto que le causó ver el oro real y palpable.
Mientras tanto, yo no me quedé quieto.
Seguí sacando más y más monedas de mi Bolsa Mágica Ilimitada, dejándolas caer directamente sobre el suelo del palco. Quería tener todo listo antes siquiera de que enviaran a los encargados a recoger el pago. Cuanta menos burocracia tuviera que aguantar, mejor. Y así, al cabo de unos minutos, el suelo quedó cubierto por una capa irregular de oro apilado, suficiente para hacer brillar el recinto entero con tonalidades cálidas y cegadoras.
Solo cuando terminé, me dejé caer de nuevo en el diván, sintiendo por primera vez cómo el peso de mis propias acciones comenzaba a asentarse sobre mis hombros.
No era que me doliera haber pagado tanto —aunque dos millones de oros eran una cantidad que valía ser llorado—. El precio era lo de menos. Lo que realmente me inquietaba eran las implicancias de esa decisión. La magnitud del ruido que había hecho. Las miradas que se encenderían. Las sospechas que inevitablemente surgirían.
Y las consecuencias que, sin ninguna duda, vendrían después.
«Espero no haber cometido un grave error…»
Suspiré para mis adentros mientras observaba el frenesí de la sala de subastas. El lugar vibraba con murmullos, nuevas apuestas y discusiones llenas de asombro, pero yo solo escuchaba el eco de mis propias dudas chocando en mi cabeza.
Tal vez acababa de condenar continentes enteros. Tal vez un protagonista ya no crecería como debía. Tal vez la Gran Guerra se inclinaría hacia el bando equivocado. Tal vez todo el destino que alguna vez jugué en una pantalla se desmoronaría por mi culpa.
Y aun así…
En la historia del juego El Caudillo del Mar Divino, el personaje de Urza es rescatada por el protagonista y puede convertirse en una de sus más valiosas compañeras… pero solo después de años de sufrimiento indescriptible.
La niña ogro blanca sería vendida como esclava a un maldito degenerado. La violarían, la golpearían, la tratarían como un juguete roto que se puede desechar cuando aburre. Día tras día, noche tras noche, hasta que su mente se quebrara por completo. Por eso, cuando el protagonista del juego la encontrara años después, ya no quedaría inocencia alguna: solo una bestia que respondía a todo con sangre y violencia. Tomaría mucho tiempo domar esa furia ciega y devolverle algo parecido a la racionalidad.
Pero eso era en el juego. Un trasfondo, un bloque de texto combinado con animaciones, diseñado para añadir inmersión. Aquí, Urza no era una ficha de personaje: era una persona de verdad, capaz de sufrir y de llorar.
¿Y ahora se supone que mire hacia otro lado? ¿Que finja no saber lo que le espera? ¿Por el “bien del mundo”? ¿Porque es lo “conveniente”?
«Puedo evitar que sufra ese destino. Si sabiendo lo que sé no hago nada… ¡Sería cómplice de esos malditos!», pensé, apretando los puños sobre mis rodillas. «¿Tiene sentido “sobrevivir” si luego no puedo vivir conmigo mismo?»
El dilema se resolvió por sí solo: Si tenía la capacidad de salvarla, entonces también tenía la obligación de hacerlo.
Aprovechando que estaba solo, activé mi Bolsa Mágica Ilimitada y todas las monedas necesarias para comprar a Urza —y más aún— se derramaron por el suelo del palco. Ya no quedaba espacio para dudar.
«Lo siento por el protagonista de Mar Divino, pero esta ya no es su historia. Es la mía. Y si tengo la oportunidad de corregir un destino injusto, la tomaré sin dudar.»
El Zenón Baskerville era la clase de basura que miraría a un costado cuando este tipo de atrocidades ocurrieran o peor, alguien que las provocaría. Desde el primer momento juré que no sería ese tipo de personaje.
Y en cuanto al destino del mundo… si este mundo necesita que una niña pase por semejante infierno para salvarse, entonces que se destruya.
Mientras tanto, abajo en el escenario, Leybold por fin había recibido mi mensaje. La cantidad era tan alta que no pudo evitar morder una de las monedas para comprobar que fuera oro auténtico; al ver la marca en la superficie, soltó una exclamación jubilosa y reanudó la puja con renovado entusiasmo.
—¡Dos millones, dos millones de oro! ¡Tenemos una generosa oferta de dos millones! ¡¿Alguien más?! ¡Vamos, vamos! ¿Quién se atreve a competir con este joven?!
Leybold agitaba los brazos, exaltado; su vientre se movía de arriba abajo con cada gesto.
—¡Maldito…! No puedo creer que… ¡Quién ofrece dos millones…!
El grito de frustración resonó con claridad. Provenía del aristócrata que había estado a punto de ganar la subasta justo antes de mi oferta. Dolido y amargado, quizá pensó que podría recurrir a la reputación de su familia como último intento para obligarme a retroceder.
Porque, aunque las identidades se ocultaban detrás de máscaras, en la práctica cualquiera con peso político llevaba blasones, colores o detalles distintivos para dejar claro su origen. Y este individuo, sin duda, pertenecía a un círculo relativamente importante… o actuaba en nombre de alguien que sí lo era. Incluso desde las gradas se atrevió a mirarme con evidente agresividad mientras su asistente desplegaba los símbolos bordados en su capa. A su lado, cuatro hombres armados —sus guardaespaldas— entornaron los ojos de un modo claramente intimidante.
«Será mejor que aceleremos esto», pensé con un suspiro, mientras liberaba un pulso de magia para abrir a la fuerza las ventanas con celosías de mi balcón, de forma que todos pudieran verme.
El cambio fue inmediato. Aquel noble altanero bajó la cabeza y dio media vuelta; sus hombres se pusieron firmes, como si jamás hubieran tenido la osadía de amenazarme con la mirada. Y no fueron los únicos: casi todos los que observaban mi palco con recelo dejaron de hacerlo al instante. Incluso quienes murmuraban críticas por la cantidad ofertada guardaron silencio.
No era solo mi expresión de villano lo que los intimidaba —aunque, siendo honestos, ayudaba bastante—. Lo que realmente los detuvo fue que, en ese exacto momento, todos comprendieron que estaban tratando con Zenón Baskerville.
Y muy pocos eran tan temerarios como para enemistarse con ese apellido, incluso si tenían el rango para competir. La infamia de mi familia y nuestro control sobre el bajo mundo pesaban mucho más que una docena de guardaespaldas.
En cuanto estuve seguro de haber impuesto por completo mi dominio sobre la sala, regresé a mi asiento. Al final terminé exponiéndome más de lo que había planeado, sí… pero al menos lo hice por una buena causa. Satisfecho conmigo mismo, me acomodé cruzando las piernas, adoptando una postura orgullosa y una sonrisa complacida que, por una vez, no era fingida.
Fue entonces cuando, por primera vez, noté un fenómeno peculiar que no tenía que ver únicamente con el miedo. Varias de las damas presentes me miraban de reojo, con las mejillas y las orejas sonrojadas bajo sus máscaras, respirando con cierta agitación. Y era que, aunque Zenón Baskerville tenía un aura inequívocamente siniestra, también era un joven apuesto, de modales impecables cuando le convenía. No por nada, en la historia original, había logrado seducir a más de una heroína.
En pocas palabras, parece que inconscientemente ababa de mostrar el atractivo del Chico Malo.
«Vaya…» pensé, tragando saliva sin darme cuenta. No estaba acostumbrado a ser objeto de admiración femenina. Decidí que lo mejor era actuar como si no hubiese notado nada: «Será mejor tener cuidado con este… efecto.»
En ese momento, noté que Urza había levantado la cabeza para mirarme fijamente. Hasta entonces, la Kijin se había mostrado tan inexpresiva que parecía indiferente a todo lo que ocurría a su alrededor; sin embargo, ahora su semblante dejaba ver una curiosidad sincera.
«Qué adorable», pensé en secreto. Nunca había tenido una hermana menor, pero imaginé que así debía sentirse uno cuando era observado con esa mezcla de respeto y timidez. Por supuesto, en aquel instante me convenía mantener la actitud dominante para intimidar a la multitud y evitar cualquier intento de superar mi puja. Pero aun así no pude evitar levantar mi mano y saludar suavemente a la jovencita.
—…
Los hombros de Urza temblaron; giró el rostro a un lado como si estuviera completamente abrumada. Aun así, me espiaba a través de su flequillo blanco, claramente consciente de cada uno de mis movimientos. Quizás era mi imaginación, pero juraría que sus pálidas mejillas habían tomado un sutil matiz rosado.
«No tienes por qué asustarte tanto…» me dije, asumiendo que quizá mi saludo la había intimidado. «Estoy intentando ayudarte, después de todo.»
—Dos millones cincuenta mil… —anunció una nueva voz.
«¿Oh…? ¿Alguien todavía se atreve a desafiarme?»
Del fondo de la sala avanzó un hombre cuya sola presencia revelaba que no pertenecía al Reino Slayer. Su atuendo lo delataba: llevaba un turbante azul oscuro adornado con un broche de oro, una túnica larga de seda aguamarina con bordados geométricos, y un cinturón ancho donde colgaban pequeños amuletos y frascos aromáticos. Su piel era tostada por el sol del desierto y su barba estaba cuidadosamente trenzada, detalle típico de los comerciantes nobles de las tierras del sur.
El corte de su ropa era inconfundible: no era un aristócrata local, sino alguien procedente de la región que limitaba con las rutas marítimas de El Caudillo del Mar Divino, la misma flota que en la historia original capturaba a Urza. Zenón lo reconoció de inmediato.
—¡Guau! ¡Este señor ha aumentado la cantidad aún más! ¡Dos millones cincuenta mil, dos millones cincuenta mil de oro! ¿Hay alguien más...? —exclamó Leybold con una sonrisa.
Pero aunque sonaba emocionado, un temblor nervioso le quebraba la voz: solo alguien muy poderoso se atrevería a desafiar abiertamente al heredero de los Baskerville, y esa clase de personas solía “resolver” disputas por la fuerza.
«Así que un emisario extranjero… y justo de este lugar.» Observé su atuendo con cuidado. «¿Eres tú? ¿El sirviente del degenerado que compraba a Urza en la trama original? Pues te vas a llevar una gran decepción.»
Lo miré fijamente hasta asegurarme de que entendiera que yo estaba observando. Entonces sonreí con malicia y me puse en pie:
—Dos millones quinientos mil.
Las exclamaciones no tardaron.
—¡¿Qué?!
—¡Imposible!
—¡Tanto oro!
El emisario frunció el ceño, furioso. Sabía que estaba bloqueando su objetivo. Se acarició el pecho, quizás buscando su billetera, mientras el sudor le corría por la frente.
—D-dos millones... quinientos mil de oro...
Alzó la mano para superar la oferta, pero al final la bajó. Lo intentó otra vez, y volvió a fallar. Repitió el gesto varias veces, como un autómata averiado, hasta que finalmente se desplomó de hombros, derrotado.
Su rendición fue silenciosa, pero evidente.
Leybold asintió.
—Entonces, esta chica de la tribu Kijin será vendida por dos millones quinientos mil de oro. ¡Un gran aplauso para este joven!
—¡Increíble!
—Que poder...
La sala entera estalló en aplausos. Yo solo levanté una mano y la agité con calma desde mi asiento en primera fila.
Qué tal, amigos. Soy Acabcor de Perú: hoy es jueves 27/11/2025. Sé que me demoro un poco en publicar, pero entré en esa especie de “modo autista” que me da, y ya que iba a avanzar este proyecto decidí revisar los capítulos anteriores. Me puse a mejorar y pulir mucha de la escritura al mismo tiempo que decoraba la página con el nuevo estilo del ejido, y también generé nuevas imágenes que espero les hayan gustado, si es que decidieron revisarlas.
En esta ocasión el capítulo trata sobre la típica escena de subasta, tan común en este tipo de historias. Por supuesto, lo primero que hice fue pulir bastante los diálogos, pero también corregir las cantidades, porque originalmente se estaban manejando sumas como 10 000 000 o 100 000 000 de monedas de oro. Bueno, ya sé que es un mundo de fantasía, pero con una suma semejante el Imperio Romano podría haber mantenido diez veces la cantidad de sus legiones durante al menos cien años. Me parecía excesivo que nuestro protagonista tuviera tanto dinero, por más que fuera un jugador veterano.
A todos los que nos gustan los RPG seguramente hemos jugado Skyrim y estamos acostumbrados a los errores que Bethesda suele dejar, pero creo que no es necesario utilizar las mismas cifras absurdas que uno encontraría en Fallout 74.
Otro detalle importante fue concentrarme en mejorar la descripción del conflicto interno del protagonista. En el original no queda claro por qué salva a la pequeña Kijin, y realmente parece que lo hace más por conveniencia que por otra cosa. Yo quería dejar claro que es una decisión moral, porque me interesa enfatizar su naturaleza honesta, oculta bajo su aparente pragmatismo a la hora de tomar decisiones.
Otra parte muy difícil de este capítulo fueron las imágenes: las limitaciones de la inteligencia artificial hicieron que tuviera que corregir bastante en Photoshop, sobre todo detalles como los dedos. Incluso algunos personajes tuve que generarlos por separado y luego fusionarlos con el fondo, porque simplemente no era posible crear imágenes completas sin muchos defectos. Espero sinceramente que les hayan gustado.
Como tema aparte, uno de mis lectores me escribió por privado y sugirió que comentara sobre temas de actualidad política. Bueno, en consideración a esa sugerencia, hablaré sobre el tema más candente del momento: la posibilidad de que Ucrania acepte los 28 puntos que el presidente de Estados Unidos ha propuesto para la paz con Rusia.
¿Quién tuvo la razón en esta guerra? ¿El tratado que se plantea es justo o al menos aceptable? La verdad es que esas no son las preguntas que uno debería discutir en este momento, porque la realidad no es tan sencilla.
A todos nos gustan las historias del “bueno contra el malo”, como en la fantasía, pero la realidad —especialmente cuando la geopolítica está involucrada— jamás es tan simple. Y menos aún cuando los medios de comunicación están involucrados. Yo les recomiendo a todos que vean las publicidades norteamericanas de la época de la Segunda Guerra Mundial sobre los rusos, cuando eran aliados contra los nazis, y cómo hablaban del dictador Stalin. Hoy en día todos sabemos que Joseph Stalin fue uno de los genocidas más grandes que el mundo ha visto, responsable de la muerte de millones de sus propios ciudadanos; literalmente, una de las personas más malvadas que jamás haya nacido, y que mató más gente que Adolf Hitler. Pero en esa época, mientras a Estados Unidos le convenía ser su aliado, la propaganda lo presentaba como “El Tío Joe, con el que vamos a ganar la guerra”.
En mi experiencia personal puedo decir que los medios de comunicación, especialmente cuando se trata de guerras, son lo menos creíble que existe. Por ejemplo, en mi país tenemos el caso del grupo terrorista Sendero Luminoso, un sector comunista maoísta responsable de la muerte de al menos 300 000 peruanos mediante coches bomba, secuestros de niños convertidos en soldados, asesinatos de civiles inocentes en todo tipo de lugares y básicamente la devastación del país durante al menos veinte años. Este grupo es responsable de uno de los periodos más espantosos de nuestra historia. Imaginen mi sorpresa cuando, en mi primer viaje a Estados Unidos, me enteré de que, según la prensa internacional, este grupo no era más que una “guerrilla revolucionaria de personas desesperadas que luchaban por conseguir derechos básicos laborales”. Tuvieron que pasar unos quince años antes de que CNN los llamara por lo que realmente son: un sanguinario grupo terrorista.
Es por eso que, cuando me encuentro con dilemas como lo que ocurre en la Franja de Gaza —a miles de kilómetros de donde vivo—, donde un grupo dice “Israel tiene razón” y otro dice “Palestina tiene razón”, mi respuesta siempre es: tendría que estar ahí para emitir un juicio. De lo contrario, prefiero esperar veinte años a que los investigadores expliquen lo que realmente pasó. Mientras tanto, no pienso escuchar los reportes de la prensa o las redes sociales, porque sé por experiencia que muy pocas veces dicen la verdad, tanto de un lado como del otro.
Y lo mismo ocurre cuando me preguntan “Quién tiene razón en la guerra entre Rusia y Ucrania”. Son pueblos eslavos, por naturaleza complicados, están demasiado lejos, y encima la narrativa de “uno es un dictador malvado y el otro es una pobre democracia inocente” es demasiado simple para creerla. La geopolítica nunca es tan sencilla.
Una vez explicado esto, les diré mi opinión acerca del tratado que Donald Trump les está ofreciendo a los ucranianos: deberían aceptarlo. Porque la realidad es que no solo están perdiendo la guerra, sino que jamás tuvieron la mínima oportunidad de ganarla.
En esta guerra mediática han aparecido dos relatos principales en redes sociales y en las noticias. El primero, pro-OTAN, decía que Rusia era una potencia obsoleta, que sus armas eran chatarra, que sus soldados eran tontos incapaces y que Ucrania, con su tecnología y entrenamiento occidental, estaba venciendo con facilidad absurda. Según este relato, Rusia estaba a punto de colapsar por la cantidad de pérdidas y por las sanciones económicas; era solo cuestión de tiempo para que Ucrania venciera.
El segundo relato, el pro-ruso, aseguraba que Rusia estaba ganando con una facilidad absurda, que la guerra no les costaba nada y que no se esforzaban simplemente porque tenían piedad; que todo esto no era realmente una guerra sino una “operación militar especial” y que, si realmente pelearan en serio, Ucrania habría caído en horas.
Naturalmente, la verdad no es ninguna de estas dos versiones: ambas son propaganda. Pero entre ambas se encuentran ciertos destellos de lo que realmente ocurrió. Y, cuando uno compara con lo que ha sucedido a lo largo del tiempo, puede imaginar aproximadamente lo que ha sucedido.
La historia de la guerra enseña que hay principios generales que casi siempre se cumplen y que permiten predecir qué país tiene posibilidades de vencer. Independientemente de quién tenga la razón, es extremadamente importante recordar: la moral y los discursos no ganan guerras, no ganan batallas y no detienen balas. Lo que gana las guerras es la estrategia, la táctica, el poder, la habilidad y, por encima de todo, la voluntad de vencer.
Por eso, aquí mi interpretación de los eventos generales de la Guerra entre Rusia y Ucrania, según lo que he podido percibir hasta este momento y por qué creo que deberían rendirse.
Cuando comenzó la guerra, Rusia reunió aproximadamente 200 000 soldados en la frontera, según la OTAN. Puede parecer mucho, pero no es suficiente para conquistar un país del tamaño de Ucrania —el segundo más grande de Europa después de Rusia—, con un ejército numeroso y equipado desde 2014 por la propia OTAN. Doscientos mil soldados apenas son suficientes para tomar una parte del país. Para referencia: durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis movilizaron un millón de hombres para invadir Polonia.
Ciertamente, al inicio los rusos cometieron errores graves avanzando demasiado rápido y dejando flancos expuestos, lo que permitió a Ucrania usar drones con eficacia contra los blindados. Sin embargo, al final del primer año, los rusos habían destruido al primer ejército ucraniano e incluso estaban bombardeando Kiev. En ese momento, aunque no se admitiera oficialmente, la guerra ya había terminado por primera vez: Rusia había vencido, como muchos esperaban.
Pero entonces Boris Johnson —no “Jelsen”— de Inglaterra intervino en las negociaciones de paz, y poco después la administración de Joe Biden entregó alrededor de 48 mil millones de dólares a Ucrania para continuar la guerra. Esto permitió movilizar un segundo ejército, rearmarse e incluso invadir territorio ruso.
Rusia entonces retrocedió para reconfigurar su ejército, aumentando sus números. Esta retirada táctica puede verse como cobardía, pero tiene sentido si recordamos que el contexto cambió: ya no era Rusia vs Ucrania… sino Rusia vs Ucrania + armas y presupuesto de la OTAN.
Mientras reorganizaba sus fuerzas, Rusia envió al frente mercenarios, prisioneros condenados a muerte y conscriptos de otros países, como norcoreanos o cubanos, para mantener ocupados a los ucranianos. En esencia, sacrificios destinados a aprender lo máximo posible sobre las nuevas defensas del enemigo.
Cuando los rusos regresaron, empezaron a atacar las líneas ucranianas no con grandes números, sino con pequeños equipos, tanteando las defensas. Buscaban brechas, porque sabían que Ucrania no tenía suficientes soldados para cubrir toda la enorme línea defensiva. Después de eso, la guerra se volvió un desgaste en el que Rusia aprovechaba los huecos para atacar por la retaguardia y causar lentas pero dolorosas bajas.
¿Por qué Rusia eligió pelear así, en vez de avanzar directamente aprovechando su superioridad tecnológica y militar? Todos recuerdan la película 300 o la batalla de las Termópilas: un soldado bien posicionado puede bloquear a un ejército más numeroso y causarle muchas bajas. Esto es un principio real de la guerra: al atacar una ciudad, uno se expone a perder hasta siete veces más hombres que en campo abierto, y Rusia lo sabía. La única forma de ganar rápido sin perder hombres sería usar armas de destrucción masiva, pero eso abriría la puerta a que otros países hicieran lo mismo y la guerra escalaría de forma catastrófica. Nadie quiere eso. Su estrategia era la más eficiente para avanzar y desgastar al enemigo sin sufrir demasiadas pérdidas propias.
El problema es que los medios interpretaron esta estrategia como miedo o incapacidad de Rusia para atacar. Parte de esto se debía a la necesidad de mantener el apoyo hacia Ucrania, motivar donaciones. Eso lo puedo entender.
Pero lo que realmente es imperdonable es que hayan venido la narrativa de que Ucrania podría ganar la guerra, algo imposible desde el punto de vista de los números. Rusia tiene más de 100 millones de habitantes. Ucrania, en cambio, ya tenía una tasa de natalidad baja antes de la guerra. Puedes darle dinero y armas a un país, pero al final son las personas las que deben operar esas armas. No se aprende a manejar un Patriot o pilotar un F-16 en poco tiempo; incluso los operadores de drones requieren años de formación.
Aún no hay cifras oficiales, solo estimaciones. Pero creo que la realidad que los medios intentan ocultar es que, siendo optimistas, están muriendo alrededor de 64 ucranianos por cada ruso.
Por eso insisto: esta es una batalla perdida. Y no solo porque Ucrania no puede vencer a Rusia: Ucrania ni siquiera puede debilitarla. Rusia es demasiado grande en extensión y recursos. Se celebran los ataques a refinerías, heroicos y loables por supuesto, pero el 90 % del petróleo que Rusia vende es crudo, no refinado, así que el daño económico es mínimo. También se habló mucho de las sanciones económicas; después de 19 paquetes, creo que ya podemos decir que no han tenido efecto real.
La única forma realista de cambiar la situación sería que el Ejército de Estados Unidos se movilizara con al menos 300 000 efectivos y un portaaviones hacia Ucrania, iniciando un combate directo contra Rusia. Pero eso significaría la Tercera Guerra Mundial. Aunque creo que Estados Unidos ganaría al final, el costo sería la aniquilación de la sociedad tal como la conocemos, el colapso del sistema bancario internacional y el fin de la economía de mercado, así como incontables muertes. No creo que EE.UU. tenga la menor intención de hacer algo así, porque el Costo/Beneficio no cuadra.
Y respecto al resto de la Unión Europea, si algo han demostrado es que no tienen la mínima intención de enviar soldados ni comprometerse en un conflicto directo con Rusia. Están dispuestos a que Ucrania siga peleando, y a enviar armas y dinero de los contribuyentes, y a censurar internet para evitar críticas… pero no están dispuestos a enviar sus propios ejércitos. Y lo entiendo: aunque la tecnología militar europea es superior en ciertos aspectos, han aparecido señales preocupantes.
Polonia es uno de los países más comprometidos en defenderse ante un eventual ataque ruso, debido a la larga historia de enemistad entre ambos pueblos, especialmente en tiempos de la Unión Soviética. En mi opinión, Polonia es uno de los pocos países europeos que se toma en serio la idea de estar preparado para una guerra y, aun así, a la hora de comprar blindados está adquiriéndolos en Corea del Sur. Cuando escuché esta noticia, lo primero que me pregunté fue: ¿por qué un país que tiene tan cerca a Alemania y sus legendarios tanques Leopard tendría que recurrir a Corea por tanques? Pues, aparentemente, la gran Alemania no tiene la capacidad de producir estos vehículos al ritmo que su vecino necesita… pero Corea sí puede. ¿Se dan cuenta de lo que eso significa?
Luego me entero de que Europa no tiene ningún avión de quinta generación y que, básicamente, los países dependen de Estados Unidos y sus F-35 para su defensa aérea táctica. Eso fue un golpe particularmente duro para mí, porque siempre había defendido la superioridad de los aviones europeos frente a los norteamericanos, mostrando cómo el Eurofighter Typhoon era capaz de superar al F-22 Raptor en casi todos los aspectos del combate aéreo, salvo en la furtividad. Estaba absolutamente convencido de que no pasaría mucho antes de que los europeos sacaran un modelo mucho mejor de avión furtivo. Adivinen mi sorpresa cuando descubrí que ni siquiera lo estaban intentando.
Tienen que entender que, en la mentalidad de los sudamericanos, se supone que el continente europeo está compuesto por países que son potencias por derecho propio. Quizás no sean superpotencias al nivel de Estados Unidos cuando se trata del nivel económico o adquisitivo, pero en teoría cualquiera de ellas tendría que poder defenderse por sí sola. Entonces, al combinar todos ellos sus esfuerzos, serían una temible amenaza a tener en cuenta. Por lo menos, esa era la teoría. Y parecía haber pruebas de ello con aviones como el Rafale francés, que supera en gran medida a aviones norteamericanos del mismo tipo, hecho únicamente en Francia, para Francia, por los franceses. Yo imaginaba que en todos los países importantes de Europa se estaban desarrollando armamentos tácticos parecidos.
Pero digamos que me equivoco. Asumamos que quizás lo que pasa es que los europeos están concentrados en otro tipo de políticas de defensa, o simplemente guardan mejor la información, o quizás lo que ocurre es que ya tienen una tecnología secreta que anula completamente la furtividad y por eso no están interesados en desarrollar aviones furtivos.
Bueno, luego está la "Dacian Spring 2025".
¿Qué es esto, se preguntan? Son una serie de ejercicios realizados por países de la OTAN en Europa, precisamente diseñados para medir la respuesta de sus ejércitos en caso de que Rusia ataque. La idea de estos ejercicios era conseguir que las tropas de la OTAN se movilizaran al país de Rumanía en el menor lapso de tiempo posible para responder a una posible invasión rusa, demostrando que estaban listas para proteger Europa. Y quien guiaría los esfuerzos sería la nación de Francia, con un batallón blindado de 400 soldados y un número de tanques Leclerc que no recuerdo en este momento. Para que los lectores peruanos me entiendan: la distancia entre Francia y Rumanía es más o menos como atravesar el Perú de norte a sur, desde Tumbes hasta Tacna, o un poco más.
El asunto es que, 12 días después de iniciados los ejercicios militares… no habían llegado.
El motivo que los organizadores de este despliegue de poderío bélico dieron para justificar que sus fuerzas no pudieran hacer el mismo trayecto que estoy seguro que Napoleón hizo, que el rey Luis XIV haría, que Julio César haría y que cualquier general de la Primera o Segunda Guerra Mundial podría haber hecho, fue que, aparentemente, los vehículos que cargarían los tanques no soportaban su peso. Esto quiere decir que no habían calculado bien el peso de sus blindados respecto a los vehículos que los transportarían. Luego intentaron llevarlos por tren, pero muchos vehículos blindados no pudieron ir porque no se firmaron bien las formas o no se colocaron bien los sellos. Finalmente, todo se canceló cuando se dio la excusa definitiva: aparentemente, la infraestructura de la ciudad en Rumanía no permitía el paso de los tanques, así que había que esperar a que se terminaran de construir los puentes y las carreteras para que estos pudieran pasar antes de poder realizar maniobras militares para defenderla de un posible ataque ruso.
O sea, quiero que entiendan la figura que están construyendo aquí estos genios de la defensa europea: si los alcaldes o quien se encargue no terminan de construir correctamente la ingeniería de sus carreteras, estos vehículos blindados diseñados para atravesar trincheras y todo tipo de terreno en la guerra no pueden llegar a su destino. ¿Se dan cuenta de lo ridículo que suena?
Doce días para llegar a Rumanía con la ridícula cantidad de 4,000 soldados y algunas unidades blindadas… pero no pudieron hacerlo. Amigos, la distancia entre Tumbes y Tacna el Ejército Peruano podría recorrerla en dos días, máximo, llevando los T-55 de la Unión Soviética y movilizando 50,000 soldados. Esto me consta porque fui soldado y porque el Ejército Peruano suele hacer ese tipo de movilizaciones cada vez que tenemos un Fenómeno del Niño y tienen que estar movilizándose para llegar, a través de deslaves e inundaciones, a la gente necesitada y despejar los caminos. No es extraño, no es difícil. ¿Y saben qué es lo más triste de todo? ¡Que este tipo de movilizaciones a alta velocidad son parte de la doctrina militar que aprendimos de los franceses! Yo no entiendo qué les ha pasado. Eran literalmente lo mejor del mundo en materia de guerra, pero ahora parecen un comité.
Si cuando yo era soldado le hubiese dado a mi general una excusa tan ridícula como que no puedo llegar a un lugar porque no hay la infraestructura necesaria, mi general probablemente me habría molido a golpes y luego me habría recordado que los militares no dan excusas: cumplen la misión con o sin recursos, porque esa es la actitud con la que se ganan las guerras. Uno tiene que luchar y defender su país y obtener la victoria, punto final. Si uno no tiene armas, utiliza piedras y palos para vencer; si no tienes piedras ni palos, pelearás con las manos; si no tienes manos, pelearás con las piernas; y si no tienes piernas, te arrastrarás y los morderás hasta la muerte. Esa es la forma en la que el ejército opera: no das excusas ridículas que daría un civil.
Si esa es la actitud de los militares de la OTAN, si esa es la forma en que ven la guerra con Rusia… lo siento, pero mejor que ni siquiera piensen en pelear con Rusia, porque estarán muertos antes de darse cuenta.
Bueno, estos son los tipos de generales que representan el principal apoyo militar de Ucrania en esta guerra. Se supone que estos militares son los que les van a enseñar a los ucranianos cómo derrotar a Rusia. Estos militares, que ni siquiera pueden llevar en menos de 12 días a 4,000 soldados hasta Rumanía, son quienes deberán diseñar una estrategia para darle la vuelta a la situación y derrotar a los rusos si Estados Unidos deja de apoyar con su dinero, sus armas y sus satélites.
¿Se dan cuenta de cuáles son las posibilidades?
Seamos sinceros: yo creo que ni siquiera los propios militares de la OTAN creen realmente que esta guerra se puede ganar. Por supuesto, tienen prohibido decirlo, pero apenas uno de ellos se jubila—y a menos que venda completamente su alma a los medios de comunicación—la mayoría generalmente da un discurso que se acerca más a la idea que tengo de la situación en el frente: es desesperado. Ucrania ya ha perdido aproximadamente cuatro ejércitos, y este es el quinto que va a reclutar. Ya no le quedan personas que sacrificar; están quemando vidas para mantener las líneas y están perdiendo demasiados soldados. La ventaja que antes tenían en drones ya la han perdido porque los rusos han mejorado tanto su dominio de sus propios drones que ahora mismo ya los superan. Y encima ha llegado el invierno, que como saben es la estación favorita para que los rusos avancen.
Ahora bien, algunos dicen que el acuerdo de paz está demasiado orientado hacia el lado ruso. Yo no estoy de acuerdo con esto, porque tienen que entender que cualquier negociación debe partir de la realidad del campo de batalla. Y la triste realidad es que Ucrania ha perdido la guerra varias veces. El solo hecho de que este acuerdo no se llame “Acuerdo de Rendición Incondicional” ya es bastante generoso. En realidad, deberían prepararse para que el acuerdo se ponga aún peor, porque estoy completamente convencido de que lo que estamos viendo ahora no es el acuerdo real. El acuerdo real lo decidieron Donald Trump y Vladimir Putin en su reunión privada en Alaska; ahí se pusieron de acuerdo, y lo que estamos viendo actualmente es el primer borrador que se presenta. Luego los rusos lo van a refutar porque ambos tienen que fingir, en sus respectivos países, que están peleando por más.
Hay algunos puntos en ese acuerdo que simplemente Rusia no puede aceptar, como permitirle a Ucrania tener un ejército de 600,000 soldados. Eso es simplemente inaceptable desde el punto de vista del vencedor de la guerra. El Ejército Peruano, para que tengan una referencia, tiene solo 90,000 soldados porque está pensado para la defensa nacional y no tenemos la intención de invadir a ningún otro país. Entonces imagínense si los rusos van a permitir que los ucranianos tengan un ejército seis veces más grande que ese.
La realidad es que las guerras son espantosas precisamente por este tipo de circunstancias. Por un lado, siempre recomiendo a todos los países que se preparen para la guerra porque es inevitable que, en algún momento, nos veamos amenazados por ella. Yo, la verdad, veo a todos los pueblos latinoamericanos como hermanos y no quiero que haya conflictos entre nosotros. Incluso con nuestros hermanos del sur, en Chile, si bien ha habido roces históricos y suele haber esa especie de molestia generacional, jamás se me pasaría por la cabeza desear que ese país entre en conflicto con otro porque se pierden vidas de forma inútil y triste. Pero, al mismo tiempo, uno nunca sabe cuándo la guerra puede llamar a tu puerta y puede llegar de la manera más inesperada. Así que esta es la paradoja: la mejor forma de evitar la guerra es estar preparado para ella.
Empecé este texto diciendo que no quería entrar en la discusión de quién era el responsable directo del conflicto, por lo complicadas que son las relaciones geopolíticas de los países, especialmente cuando son distantes. Pero sí me queda claro quiénes se han beneficiado indirectamente de esta guerra y la han azuzado para que continúe con fines claramente personales. Esas personas son auténticos monstruos, seres a los que realmente no les importa la vida humana y que están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de lograr lo que les conviene, incluso sacrificar millones de vidas.
Estoy hablando, por supuesto, de Joe Biden, que fue quien intervino cuando esta guerra podría haber terminado y fue el primero en convencer a los ucranianos de que podían ganar cuando ya habían sido derrotados. Esto podría haber terminado en 2023, pero por culpa de ese miserable, millones de vidas se han perdido. Al mismo tiempo, el primer ministro británico Johnson o el actual, Keir Starmer; el presidente de Francia Macron; la presidenta de la Unión Europea, Ursula von der Leyen; así como muchos líderes europeos, son responsables de continuar azuzando esta guerra únicamente porque les conviene, ya que pueden utilizar el miedo a Rusia para extraer más dinero de los impuestos y de sus contribuyentes, para mantener sus políticas socialistas y aprobar leyes de censura que aseguren sus campañas políticas.
Estoy seguro de que algún día acabarán pagando por esto, ya sea en esta vida o en la eternidad.
Mientras tanto, y aunque sea difícil, espero realmente que las negociaciones se aceleren lo más rápido posible para que la guerra termine y las personas en Ucrania puedan dejar de morir. Como soldado, puedo entender que alguien desee luchar por su patria, incluso hasta el punto de dar la vida y pelear hasta la muerte. Puedo entenderlo perfectamente. Si ese es el caso, yo los saludo y los admiro, ucranianos. Pero lo que realmente me duele es la idea de que los estén obligando a pelear bajo la premisa falsa de que van a recibir ayuda o de que tienen alguna posibilidad de ganar, porque no, no la hay. Es una batalla perdida, es una guerra perdida. Incluso si en algún área del gran campo de operaciones logran recuperar un terreno, eso no significa que vayan a ganar la guerra. En el momento en que Berlín ya estaba asediada y la Segunda Guerra Mundial prácticamente había terminado, hubo momentos y días en que los alemanes de la Alemania nazi consiguieron recuperar algo de territorio: recuperaron un barrio, recuperaron un pueblo y durante un tiempo tuvieron lo que se llamaba una victoria en un sector. Pero eso no sirvió para cambiar el curso de los acontecimientos generales.
La guerra está perdida, y sería una tragedia que millones de vidas valerosas se perdieran únicamente para beneficiar los intereses políticos de unos líderes europeos y norteamericanos que simplemente querían obtener más impuestos y aprobar sus políticas socialistas.
Realmente no pensé que esta nota final duraría tanto, pero resulta que el tema de la guerra en Ucrania es uno que me ha dolido bastante, especialmente porque fui soldado en mi juventud, porque amo a mi país y odio cuando el sentimiento de amor patrio es utilizado de esta forma. Odio cuando la vida de valerosos soldados, tanto rusos como ucranianos, tiene que perderse inútilmente por las ambiciones de terceros que ni siquiera son miembros de los países en conflicto. Eso es lo que más detesto.