308 La disciplina de las legiones

Ciudad Estado de Helénica.

Sobre una montaña rocosa de bordes escarpados se alzaba una fabulosa fortaleza inexpugnable, que también era el lugar más sagrado de la ciudad. Originalmente ahí era en donde estuvo el primitivo asentamiento del pueblo de Helénica, quienes eligieron vivir en lo alto para protegerse de los ataques del enemigo, pese a todos los inconvenientes que esto implicaba para las necesidades diarias. Pero, con el pasar de los siglos, su población aumentó, y una gran Ciudad Estado comenzó a crecer alrededor de la montaña hasta convertirse en la actual urbe colosal en la que vivían sus doscientos cincuenta mil habitantes.

Este proceso había sido prácticamente el mismo para el resto de las ciudades que acabaron conformando la Liga Etolia, por eso la disposición de sus edificios era bastante similar en sus aspectos más fundamentales; y un buen ejemplo de ello era que todas tenían siempre una montaña elevada en el centro mismo de su ciudad, en lugar de una Plaza Principal o Foro como en las ciudades del Imperio Itálico.

Hoy en día Helénica estaba perfectamente defendida con una serie de impresionantes fortificaciones que parecían construidas por los dioses. También poseía el control total de todos los territorios circundantes, de sus pasos de montaña y los demás accesos, permitiéndoles cultivar con seguridad.

Además, el río que discurría a su alrededor había sido modificado para adoptar la forma de grandes embalses que parecían bellas cascadas naturales, en donde se practicaba la piscicultura. También llenaban una enorme cisterna subterránea que podía almacenar miles de litros de reserva, los cuales se podían usar en caso de emergencia. Luego el exceso era dirigido hacia las fuentes de la ciudad, mediante una serie de acueductos y drenajes subterráneos. De modo que, incluso en temporadas de sequía, o si sufrían el asedio de un ejército enemigo, la ciudad siempre estaba bien aprovisionada de agua dulce, que la mantenía limpia, reluciente y, sobre todo, viva.

Ya nadie en Helénica recordaba o podía imaginar siquiera aquellos tiempos antiguos en los que tenían que esconderse en lo alto de las escarpadas rocas. Y el deseo de someter a sus rivales, ya fuese afuera o dentro de sus muros, era lo que principalmente ocupaba sus mentes. Pero a pesar de todo esto, de algún modo la montaña en el centro de la ciudad seguía siendo un sinónimo de seguridad. ¡El último refugio para la población si se diese el caso de una terrible emergencia! Por eso había sido modificada para convertirse en la ciudadela donde vivía el Arconte de la ciudad, donde se guardaban todos los tesoros, donde reposaban las cenizas de sus muertos y, naturalmente, donde se construyeron los fabulosos conjuntos de templos que convertían a Helénica en una de las más bellas ciudades en Etolia.

Ciudad Estado de Helénica

El santuario principal era un recinto de planta rectangular, rodeado de cincuenta columnas colosales de 14 metros de altura que sostenían un techo a dos aguas. De más está decir que cada parte del edificio, desde la base hasta el techo, estaba construido con el mármol más exquisito y tallado milimétricamente para que ni siquiera una aguja pudiese introducirse en alguna de sus juntas. Además, relieves repujados de plata, oro y marfil decoraban el dintel que sostenía el tejado, y también lo hacían esculturas de mármol que representaban las hazañas de dioses y héroes.

A diferencia de Itálica y muchos otros países, donde el pueblo rendía culto a las deidades en el interior de los templos, en Etolia la costumbre era que los rituales públicos y las procesiones fuesen al aire libre y alrededor del edificio, motivo por el cual el exterior era lo más decorado. Estas ceremonias no podían detenerse incluso si caía la lluvia, por eso se diseñaron con una columnata que servía como corredor cubierto.

En el interior del edificio había un santuario para la colosal escultura crisoelefantina de la deidad principal de la ciudad, que en este caso representaba a una hermosa mujer sentada, vestida con prendas semejantes a intensas llamaradas, las cuales fueron esculpidas usando repujados de oro, bronce y plata. El realismo de estas decoraciones era más intenso debido a que todos los días se colocaban casi doscientas velas de fina cera de abeja justo en frente de la base, las cuales proyectaban su luz danzante sobre los adornos de metal de la escultura.

Pero esta vez la luz de las velas danzaba más de lo normal y esto se debía a la persona que estaba sentada con las piernas cruzadas frente a la estatua de la deidad.

Se trataba de una joven de diecisiete o dieciocho años, con una hermosa cabellera roja que descendía como una cascada sobre sus hombros y espalda. Su belleza era superlativa y se notaba a primera vista que era de sangre noble, ya que incluso sin moverse emitía la impresión de ser una princesa de la más alta alcurnia. Toda ella era hermosa, delicada y muy sensual; pero también era evidente que esta mujer poseía una energía extraordinaria, así como una gran voluntad mucho mayores que su naturaleza física y que apenas parecía ser contenida por su carne. Además, su expresión de concentración, pese a tener los ojos cerrados, era intensa y contrastaba mucho con su apariencia delicada.

De modo que, pese a su juventud, se parecía más a una reina guerrera que a una princesa. Sus propias ropas eran lujosas, combinando los aspectos de una túnica de mago con algunas placas de armadura, en donde se destacaban los tonos rojo, amarillo y naranja, haciendo juego con el color de su cabellera.

Las primeras palabras que venían a la mente de cualquiera que la contemplase eran agresividad, felicidad, creatividad, peligro, amor y sobre todo fuerza.

Con cada respiración de esta hermosa joven, las llamas de las velas danzaban, como si respondiesen a su exhalación e inspiración, aumentando su calor por momentos y consumiéndose rápidamente. De forma repentina, la joven abrió los ojos y extendió la palma de su mano. Entonces todas las llamas crecieron como serpientes de fuego para volar directamente hacia ella, concentrándose en una pequeña, aunque poderosa, bola de fuego.

La joven entonces comenzó a cerrar los dedos y la llama en sus manos fue reduciendo su tamaño, pero adquirió una coloración azul, mientras su temperatura se incrementaba.

La joven produciendo una pequeña pero poderosa llama de color azul

- No, pequeña hermana. - Dijo la voz misteriosa de otra mujer que parecía provenir de la propia estatua de la diosa: - Como siempre te concentras demasiado en la naturaleza destructiva del fuego, pero su verdadera esencia aún te elude. El agua es fría y tranquilizadora, la tierra es firme y estable. Pero el fuego está vivo, el fuego respira, el fuego crece… y también se descontrola si no tienes cuidado. ¡Debes entender todos sus aspectos! Sólo cuando lo hagas dominarás su auténtico poder. Ahora mismo tu control sigue siendo demasiado débil. -

- ¿Piensas que soy débil, hermana mayor? - Susurró la joven con un brillo en la mirada que presagiaba peligro.

- Comparada con otros Archimagos de Fuego eres superior y como gobernante eres tan implacable como justa. - Respondió la voz: - Pero tus predecesores ya eran todo eso y mucho más. Para superarlos, debes obtener la maestría sobre las llamas y alcanzar un nivel nunca antes visto. Solo entonces serás libre de ejercer tu voluntad. -

- Si, eso es lo que busco. ¿Pero cómo lo adquiero? - Preguntó la joven.

- Piensa en el sol que ilumina el exterior. Esa es la fuente de fuego más grande que existe y sin embargo está en perfecto equilibrio con el mundo. - Respondió la voz: - Concéntrate en la respiración. Esa es la base para la creación de la magia de fuego. -

- Ya sé todo eso. - Replicó la joven con un tono de impaciencia.

- Pero te falta disciplina. - Objetó la voz y uno podía adivinar que estaba sonriendo: - Estás demasiado concentrada en el poder del fuego y en cómo usarlo para destruir a tus oponentes y aniquilar todo a tu paso. -

- Tú sabes bien por qué lo hago. - Respondió la joven: - Hasta el momento tu protección me ha permitido mantener mi arcontado, pero cada día que pasa se incrementan las conspiraciones en mi contra. Sólo con un poder absoluto podré gobernar esta ciudad sin tener que soportar cada día las inútiles objeciones de mis rivales. -

- Lo sé y te entiendo, pero eso no cambia la realidad de lo que es el fuego y lo que puede terminar desatando. - Respondió nuevamente la voz y esta vez venía cargada con un tono de advertencia: - El fuego es una terrible carga que llevar, porque su naturaleza es consumir. Y sin control destruirá todo a su paso… incluyéndote a ti. - y concluyó de forma muy solemne: - Aprende el autocontrol, pequeña hermana. O arriésgate a sufrir la destrucción de ti misma y de todo lo que amas. -

- Hablas como si nuestro poder fuese una maldición. - Comentó la joven con una sonrisa ligeramente irónica: - Esa declaración parece fuera de lugar proviniendo de ti, que naciste directamente de la llama sagrada. -

- El fuego puede proporcionar luz, calor y protección. Pero también puede traer destrucción, dolor y muerte. - Explicó la voz: - Eso fuerza a quienes llevamos su carga a caminar constantemente al filo de la navaja, entre el autocontrol y el salvajismo. -

- Y el gobernante debe llevar la carga de guiar a su pueblo. ¡Pero no puedo hacerlo cuando todas las noches temo que me corten la garganta mientras duermo! - Sentenció la joven con una mirada colérica: - ¡Necesito poder ahora! -

- Supongo… que dos cosas pueden ser ciertas al mismo tiempo. - Admitió finalmente la voz femenina, aunque esta vez había una ligera nota de inseguridad apenas perceptible en su voz, pero que contrastaba bastante con la seriedad que hasta ese momento había mostrado.

Repentinamente se escucharon unos pasos pesados y poco después un hombre vestido con una armadura brillante se presentó en el santuario. Lo que más se destacaba de él era un enorme escudo redondo que lo protegía desde la rodilla hasta la barbilla y que estaba hecho con seis placas de defensa distinta, tanto mágicas como metálicas, que brindaban una protección formidable. Hoplón se llamaba y precisamente por este escudo tan singular era que el título para los caballeros en toda Etolia era el de “Hoplita”.

El recién llegado estaba a punto de hablar, pero la joven lo cortó.

- El único motivo por el que puedes interrumpir mi meditación es si tienes noticias de Ilión. ¿Ese es el caso? - Preguntó ella con un tono tranquilo, pero que incluía una ligera amenaza.

- Así es princesa… - Comenzó el Hoplita.

- ¡Ella es tú Arconte! - Exclamó de pronto la voz que venía desde la estatua de la diosa, con una furia que era casi palpable: - ¡¿Te atreves a desconocer al legítimo gobernante de Helénica?! -

De pronto, una parte de los vestidos que cubrían la estatua se movieron como si estuviesen vivos y por un instante se pudieron ver plumas resplandecientes como las de un pavo real de color carmesí.

- Le ruego me perdone, divina señora. - Respondió el hoplita arrodillándose ante la estatua de la diosa: - Fue un desliz imperdonable. - Luego se volvió hacia la joven: - Arconte Teia, la ciudad de Ilión ha enviado un mensajero… -

Aunque se había corregido, la Archimaga de Fuego detectó que el hoplita estaba apretando ligeramente los dientes cuando pronunció la palabra “Arconte”, pese que trató lo mejor posible de ocultarlo. Pero el informe era mucho más importante, así que la maga fingió no darse cuenta, aunque en secreto apretó los puños. No podía hacer nada al respecto. Simplemente era una mujer.

Elena Teia había escuchado que en Itálica había mujeres de gran poder quienes, aunque no participaban generalmente en el gobierno, podían tener una gran influencia. Pero eso se debía a que Itálica era una superpotencia militar, capaz de hacer la guerra en distintos escenarios, aunque fuese en la tierra, el mar o el aire; lo cual había hecho que desarrollase una cultura en la que usar todos los medios disponibles para la victoria era algo usual.

Naturalmente el combate físico seguía siendo un dominio casi exclusivo de los hombres y estos eran los que dominaban toda la sociedad, Elena no se hacía ilusiones al respecto, pero existían casos de poderosas Archimagas, Espadachinas y hasta algunas mujeres Caballero. No eran algo usual pero tampoco era del todo insólito. Esto también se debía a que el poder de sus legiones constantemente empujaba las fronteras de Itálica, manteniendo el conflicto lejos de la capital y los territorios ricos en el interior. Esta paz y prosperidad internas permitía que algunas familias pudiesen darse el lujo de invertir la fortuna que se necesitaba en la educación de un mago o un espadachín. Y no únicamente en sus hijos, sino también en alguna de sus hijas.

Eso siempre y cuando demostrasen el talento.

Pero en Etolia las cosas eran muy distintas. Aunque las Ciudades Estado eran bastante poderosas, también estaban demasiado cerca unas de otras y constantemente se enfrentaban en guerras anuales. Uno podía encontrar un poderoso enemigo mortal simplemente caminando en cualquier dirección durante un día. Los conflictos eran demasiado constantes y requerían que todos los hombres participasen para tener una oportunidad de resistir o ganar incluso un metro de tierra cultivable.

Además, la Falange de Hoplitas, que era su táctica favorita, era demasiado exitosa para combatir en Etolia debido al terreno, y esto llegó al punto en que se había convertido en casi su única táctica. Por eso otros medios para combatir eran desdeñados, incluso la magia.

De hecho, las invasiones del Imperio Itálico no habían sido vistas como algo negativo por los más inteligentes, sino más bien como una rara oportunidad para desarrollarse militarmente, porque esa fue la primera vez que se vieron obligados a luchar juntos contra otros y no entre ellos. Eso les brindó una inesperada paz en el interior que les permitió desarrollar nuevas tecnologías para la guerra, como las catapultas o escorpiones.

Todo esto, junto con el comercio, volvió muy ricas a las ciudades de la Liga Etolia. Pero en el imaginario colectivo de sus habitantes seguía siendo muy importante que su Arconte fuese un varón y un usuario poderoso de Aura de Batalla.

Al ser ella una mujer y encima una Archimaga, Elena Teia se sabía en desventaja cuando se trataba de conseguir la confianza de sus ciudadanos.  Y si a eso se le sumaba la natural capacidad para las intrigas traicioneras que tenían los etolios… pues no era extraño que sus enemigos en casa aprovechasen cualquier oportunidad para despreciarla.

Si no fuera por la protección de su hermana mayor, hacía mucho que la habrían asesinado.

Pero sobreviví.” Pensó orgullosamente Elena Teia después de escuchar el informe y despedir al hoplita con una mirada: “Y todos los que querían destruirme ahora están muertos. ¡Yo seguiré ganando! ¡Se los demostraré a todos!

Su padre era de una familia inferior y solamente pudo ser Arconte por haberse casado con la madre de Elena, quien era la que realmente llevaba el prestigio aristocrático.

Para su progenitor, su hija no era más que un elemento decorativo y ni siquiera hizo el esfuerzo de pretender que le importaba. Pero, aunque fuese difícil de creer, Elena no lo odiaba demasiado por esto. Después de todo, al menos ese hombre era sincero con ella. No como su madre, que pretendió quererla durante años hasta que un día la traicionó de la peor manera.

Elena Teia en su juventud

Un día su madre se enamoró de un hombre mucho más joven, casado, con hijos y que encima venía de una familia plebeya. Eso era escandaloso, pero aún habría sido tolerable que se limitase a tenerlo como amante. Sin embargo, lo que su madre sentía por ese hombre se convirtió en una auténtica obsesión y decidió hacer que dejase a su familia para que viniese a vivir con ella al palacio, no importaba lo que tuviese que hacer para conseguirlo.

Por ese tipejo, su madre no dudó en envenenar a su padre. Y luego, en la profundidad de su locura, planificó el matrimonio de ese maldito… con su propia hija. Todo para guardar las apariencias. Para que nadie la cuestionase. ¡Lo único que su madre deseaba era tener una excusa legítima para que ese miserable viviese en su casa!

Incluso entonces Elena se habría enfadado infinitamente, pero no hubiese llegado al punto de odiar a su madre. Sin embargo, el mismo día que se formalizó su compromiso, comenzó a sufrir terribles dolores estomacales que la pusieron en alerta y consiguió visitar a un médico en secreto. Fue en ese momento que supo la verdad: Su madre la estaba envenenando a ella también.

Esa mujer estaba tan obsesionada con ese tipo que no le importaba lo que tuviese que hacer con tal de poseerlo por completo. Por ese hombre estaba dispuesta a deshacerse de su propia hija, su propia carne y sangre, como Elena si fuese un trapo viejo que hay que arrojar luego de que su utilidad ha terminado.

Pero la subestimaron. Todos lo hicieron. Sabían que ella estudiaba magia de fuego, pero no se molestaron en vigilarla atentamente. No se dieron cuenta de que los errores que cometía eran deliberados para aparentar ser más débil de lo que era. Tampoco supieron hasta qué punto el amor que sentía por su madre se podía transformar en odio cuando finalmente llegó a su límite.

En la víspera de su boda esos dos adúlteros y asesinos estaban fornicando. Elena aprovechó para iniciar el incendio que acabó con la vida de ambos. Después, mientras media ciudad se precipitaba para controlar el fuego, ella aprovechó esa misma distracción para irse directamente hacia el templo de la diosa y someterse a la prueba de aquella poderosa entidad que desde hacía siglos tenía su morada ahí. Una criatura que nadie desde el fundador de la ciudad podía controlar.

Era una apuesta riesgosa, que implicaba una teoría mágica del fuego que ella misma había desarrollado, pero que todavía no confirmaba. Si fallaba, sería su muerte, pero si tenía éxito quizá podría obtenerlo todo.

Cuando lo consiguió, Elena Teia reclamó el puesto de gobernante. Sus parientes maternos y paternos trataron de detenerla, por supuesto. Y por eso hizo ejemplo de ellos incinerándolos en frente de toda la ciudad. Sólo de esta manera les quedó claro a todos que nunca había sido esa niñita indefensa que todos pensaban que era. Que su poder era real y que no dudaría en usarlo si la desafiaban.

Desde entonces habían transcurrido cuatro largos años y, sin embargo, todavía no era suficiente. Necesitaba demostrar una fuerza absoluta para que finalmente la aceptasen como gobernante. ¡Necesitaba que toda la Liga Etolia la reconociese a ella, una mujer, como la única Arconte de Helénica! Sólo entonces podría hacer los cambios que tanto necesitaba para mejorar las condiciones de su pueblo y convertir a su ciudad en una auténtica potencia cuyo poder no se limitase a Etolia.

El problema era que sólo había una forma de conseguir esto. Tenía que derrotar en batalla a Micénica, la más poderosa entre todas las ciudades que conformaban la Liga. Eso podía darle el prestigio que necesitaba. Pero su gobernante, Atreo Mikel, no era ningún pusilánime como había sido el propio padre de Elena. Si ella lo enfrentaba sola, incluso con su poder actual, se moriría antes de saber cómo había ocurrido.

De modo que diseñó otra estrategia. Una que usaba una nueva clase de poder. Y para llevarla a cabo necesitaba la ayuda de alguien.

- Ese tal Ilo - Dijo la voz de su hermana mayor: - es un maldito, Elena. Solamente desea tenerte como trofeo y no siente amor verdadero por ti. -

- Lo sé, pero yo tampoco siento nada por él. - Respondió Elena Teia sonriendo con desprecio al pensar en ese desagradable individuo: - Así que podemos decir que entre nosotros sólo existe el interés. Eso está bien. Prefiero que siga así. -

- Pero eventualmente tendrás que pagar esos intereses... -

- Quizá, quizá no, nunca se sabe lo que puede ocurrir en la guerra. Habrá una gran batalla contra un enemigo poderoso. ¿Y quién puede saber lo que sucederá si ese tipo termina caminando accidentalmente justo en frente a mis nuevas armas? - Respondió Elena Teia con un brillo cruel en su mirada, pero que no estaba dirigido hacia la estatua, sino hacia la oscuridad de una esquina del templo, donde reposaban las urnas que contenían las cenizas de su familia: - Pero si tengo que pagarlo, lo haré. -

- ¿En verdad serías capaz de venderle tu cuerpo a ese Ilo Tros? - Preguntó la voz con un disgusto manifiesto.

- Créeme, no estoy “dispuesta”. - Replico Elena con un gesto de asco y entonces lanzó una exclamación furiosa: - ¡Pero preferiría eso a quedar encerrada por siempre en la maldita prisión de intrigas que mi maldita madre construyó para mí! - Consiguió moderar su voz: - Al menos Ilo Tros no es pariente mío. Él solo quiere mi cuerpo. Así que no puede decepcionarme, porque desde el principio no esperaba nada bueno de parte suya, salvo el apoyo de sus ejércitos. -

- ¿Es necesario llegar tan lejos? - Preguntó la voz con un tono curioso: - ¿Cuán profundos van tus intereses, hermanita? ¿De verdad haces todo únicamente para mantener el control sobre Helénica? ¿A qué posición realmente aspiras? -

- Pensarías menos de mí si te lo dijera. - Respondió Elena mirando a un costado.

- Ahora eres tú la que me subestima. - Objetó la voz con una ligera risa irónica: - Como lo hicieron tu padre y tu madre en su momento. -

- Quiero ser una fuerza de cambio. - Admitió finalmente Elena ante esa provocación, mientras su mirada se endurecía: - Quiero gobernar con poder absoluto. Esta ciudad puede ser considerada como una joya preciosa por muchos, pero para mí solo es un hormiguero de traiciones y conspiraciones por el que mis ancestros han matado y se han matado para gobernar. Sus élites están completamente enfocadas en mantener sus privilegios y no tienen aspiraciones de mejorar las cosas, porque creen que viven en la mejor cuidad del mundo… ¡Todos son ridículos! ¿Acaso no ven que el comercio es menor aquí que en Micénica, Telamón o Tesálica? ¿Qué nuestro grado de producción es menor? ¿No se dan cuenta de que en cincuenta años nuestros vecinos acabarán superándonos si no hacemos cambios? ¡No lo hacen! ¡Y nunca lo harán a no ser que se los obligue! -

- … -

- Quiero transformar este lugar por completo. - Continuó Elena: - Pero para eso tengo que llegar a un punto en el que nadie se atreva a cuestionarme. Debo esgrimir un poder que me permita controlar esta ciudad por completo. Luego convertiré a Helénica en la capital de Etolia en lugar de Micénica. ¡Eso por fin me dará los recursos que necesito para continuar desarrollando mi magia! -

- ¿Y después? -

- ¿Después? - Preguntó Elena volviéndose hacia la estatua de la diosa con una mirada llena de rabia contenida: - Me importa muy poco lo que pase después. Por mí pueden hacer lo que quieran. ¡Yo lo único que deseo es que todos los que me han subestimado tengan que arrepentirse! ¡Me convertiré en la maga de fuego más poderosa que este mundo haya visto y no solamente helénica, sino que todos los etolios me suplicarán que sea su gobernante! -

- Entiendo. Tú quieres ser una Suprema... No, incluso es poco. ¿Verdad? Tu aspiración es convertirte en una auténtica semidiosa. ¡Quieres ser una Maga Divina! ¡Una existencia que es capaz de derribar por si sola a toda una nación o construirla! - Dijo la voz con un suspiro lleno de admiración, pero luego preguntó tristemente: - ¿Y si no consigues ese poder? -

- Si no hay poder, entonces nada. - Respondió Elena encogiéndose de hombros: - De no ser por el poder que me proporcionas, querida hermana mayor, ¿no me habrían matado hace mucho tiempo? Si algo me ha enseñado esta vida es que, salvo el poder, todo lo demás es ilusión o más bien desilusión. ¡Así que obtendré poder! - Finalmente añadió con un tono desdeñoso, mientras pensaba en Ilo Tros, el Arconte de Ilión: - Y si para conseguir esto tengo que prostituirme… lo haré. - pero luego añadió con una sonrisa astuta: - No obstante, el cliente tiene que pagar primero ¿no?  -

Elena Teia soltó una carcajada malévola y se marchó para recibir a una serie de emisarios. Mientras tanto, la entidad que había hecho su nido en el regazo de la colosal estatua lanzó un suspiró. Desde el día en que supero su prueba, ella supo que su hermana pequeña era en verdad brillante y tenía una voluntad implacable, que la hacían perfecta para ser una talentosa maga de fuego. Quizá realmente la más poderosa de toda la historia en el futuro.

El problema era que el origen de ese fuerte deseo por el poder era el odio provocado por su propia familia. Eso también le impedía creer en cualquier forma de buena voluntad de parte de otras personas. ¡Y menos aún en el amor!

Sin embargo, pese a que Elena Teia usaba el discurso típico de una tirana, lo cierto es que su pueblo prosperaba en condiciones mucho mejores y justas de las que había experimentado en los últimos cincuenta años. Esto se debía en gran parte a sus políticas justas y con base en la meritocracia.

 Las personas creen que el poder es una fuerza corruptora, por eso al recibirlo un hombre originalmente bueno acababa convirtiéndose en malvado. Pero la entidad que tenía su nido en el regazo de la diosa no lo veía de este modo. Sus siglos de experiencia le habían enseñado que el poder solamente revelaba la verdadera naturaleza de los humanos. En pocas palabras, si al recibir poder una persona se comportaba mal, era porque nunca había sido realmente buena. Sólo era un hipócrita y muchas veces ni siquiera lo sabía.

Elena Teia era una persona naturalmente voluntariosa pero también compasiva. Era por esto que se había mantenido cuerda en cuanto se apoderó del cargo de Arconte, en lugar de descargar su dolor sobre los ciudadanos. Pero esa Elena compasiva ahora estaba en conflicto con la Elena que deseaba imponerse sobre el resto del mundo, sin importar lo que costase, para desquitarse así de todos los que la subestimaron y no la valorizaron. Esta lucha interna suya se reflejaba precisamente en su incapacidad para controlar el fuego en su totalidad, bloqueando los caminos para alcanzar la quintaesencia.

Aun así, el dominio que Elena tenía sobre las llamas era más que superlativo. Quizá fuese suficiente para que dominase la Liga Etolia en el futuro si sus planes salían bien. Incluso la entidad tenía que reconocer que hasta el momento ninguna de las estrategias de su hermana pequeña había fallado. Pero incluso ese talento no era garantía de nada, sobre todo en una guerra a gran escala como la que estaba a punto de librar. Porque como Elena misma acababa de decirle: ¿Quién podía adivinar lo que podía suceder?

Poco tiempo después Elena Teia regresó y en sus manos traía una nota en la que parecía estar leyendo algo bastante divertido.

- ¿Ocurrió algo? -

- Nuestros espías dicen que ha llegado un nuevo Procónsul a Valderán. - Respondió Elena.

- ¿Es una invasión? -

- Lo dudo, porque si así fuese habrían enviado a uno de sus Cónsules y además este hubiese venido con un nuevo ejército. En cambio, parece que este tipo solamente controla a las Legiones Malditas. Si es que a esa ralea de bandidos se le puede llamar “legiones”. - Entonces Elena Teia soltó una risa despectiva: - No, lo más probable es que el nuevo Procónsul se limite a defender la frontera lo mejor que pueda, eso si sus propios hombres no lo pasan a cuchillo primero. Dudo que siquiera veamos su sombra incluso si nosotros decidimos saquear su provincia… Por cierto, va llegando el tiempo para que la invadamos. Quizá luego de nuestro asalto a Micenas. Dos victorias seguidas el mismo año me ayudarán mucho a defender mi posición, incluso si es contra esa provincia de mala muerte. -

- ¿Quién es el procónsul? -

- Eso es lo más chistoso. - Respondió Elena Teia con sorna: - No sé si su Senado está experimentando o si solamente quieren deshacerse de él, pero aparentemente es un antiguo liberto que ni siquiera tiene apellido y lo único que sabemos es que se trata de un Archimago. Si eso es cierto, los itálicos de esta generación son muy estúpidos. -

- ¡Mejor investígalo mejor! - Le advirtió la voz desde la estatua y se pudo ver la silueta de un pájaro enorme que levantaba la cabeza para mirarla directamente: - Esta versión mía solo tiene doscientos años, pero conozco lo suficiente de este mundo para poder decirte esto: Los itálicos tienen muchos defectos… ¡Pero nunca han sido estúpidos! -

- Tienes razón, hermana mayor. - Dijo Elena Teia con una mirada seria: - Voy a enviar mejores espías para asegurarme. También contrataré los servicios de un informante. Por suerte todavía tenemos al tiempo de nuestro lado. Y un solo Archimago, junto con un ejército de perdedores, poco pueden hacer para interferir con nuestros planes. -

Lo que Elena Teia desconocía era que no pasaría mucho antes de que se encontrase con aquel Procónsul desconocido, ni tampoco podía imaginar lo mucho que este haría para transformar su presente y luego interferir en su futuro.

*****

Campamento de las Legiones V y VI en Valderán

Cayo Valerio se sentía nervioso, sudoroso e incómodo mientras esperaba junto a los lictores que custodiaban la nueva tienda que el recién llegado Procónsul había hecho levantar para reemplazar los harapos de tela que quedaban en pie del antiguo puesto de mando.

Valerio se paseaba de un lado a otro en pequeños pasos y meditaba qué decir a su nuevo general, mientras que al mismo tiempo trataba de dilucidar el motivo por el cual lo habían convocado tan pronto. Bueno, era cierto que era el Primer Centurión de la V y también que, debido a la prolongada ausencia de tribunos, había sido el oficial de mayor rango hasta ese momento. Pero ¿por qué lo habían citado a solas y no con Jaime Luccar, el otro Primer Centurión de la VI?

Por lo que fuera, el Procónsul quería verlo a solas, o, al menos, entrevistarse con cada centurión por separado.

“¡Debe querer tantear cómo están los ánimos! ¡Claro, sin duda es eso!” Se dijo finalmente y se sintió un poco más seguro. Entonces los pasos de Valerio se tornaron más amplios, pero de golpe le asaltó otro motivo para el nerviosismo: De su uniforme colgaban sus antiguas condecoraciones de guerra, que, en aquel sitio, en medio de aquel destierro por culpa de su cobardía, parecían fuera de lugar.

 Rápido como el viento, Valerio se quitó todas las condecoraciones. Pero luego no supo en dónde ocultarlas. Estaba aún pensando en ello cuando le llamó uno de los lictores.

- Centurión, ya puedes pasar. El Procónsul te recibirá ahora. -

Cayo Valerio apretó las medallas entre los dedos de su mano izquierda y la puso detrás, a su espalda, mientras entraba en la tienda. Ahí estaba esperándolo Bryan el Necromante, Ejecutor Imperial y su nuevo oficial al mando; pero no estaba sólo como había imaginado, sino que el general estaba acompañado de varios de los oficiales que éste había traído consigo. Aún no conocía sus nombres, pero experto como era en juzgar a sus superiores, adivinó con rapidez que entre esos hombres y el Procónsul había algo más que una relación militar. Había confianza. Así que debía ser cauto en sus palabras y no molestar a ninguno de los presentes.

- ¿Eres Cayo Valerio? - Preguntó Bryan con tono grave: - ¿El Primer Centurión de la V? -

- Así es, mi general. - Respondió inmediatamente Valerio.

- Eso, en las circunstancias en las que han vivido hasta hoy es lo mismo que decir que eres el hombre que ha estado al mando de la V todo este tiempo, ¿no es así? -

- Sí, mi general. Desde que Itálica no envía nuevos Tribunos, he estado al mando de la V. -

- Entiendo. - Dijo Bryan mirando fijamente a su interlocutor. Luego guardó unos segundos de silencio durante los cuales Valerio bajó la mirada al suelo y continuó hablando: - La situación de la V legión es un maldito desastre, y el estado general del campamento es deplorable en el mejor de los casos. -

Valerio quiso hablar y decir que hacía años que no recibían reabastecimiento, que sin provisiones para el invierno habían tenido que cultivar ellos mismos o negociar con los granjeros de la región, en lugar de saquear como hacían los hombres de la VI junto con algunos de su propia legión a sus espaldas; pensó en decir que sin suministros y sin Tribunos era imposible hacer más... pero el Procónsul levantó su mano derecha y Valerio tuvo que tragarse todas sus explicaciones junto con su propia saliva.

- Pese a todo, Centurión. - Continuó Bryan: - Te las has arreglado para que varias decenas de tus hombres aún recuerden lo que es una formación manipular de la legión y que preserven también sus armas en buen estado. Eso te honra. Y me consta también que los hombres de esos manípulos son los que mejor reaccionaron a mi discurso de esta mañana.

Todo eso te hace acreedor de cierta confianza por mi parte en tu capacidad de mando, aunque la desorganización general del campamento, la falta de guardias y los saqueos en la región, hacen patente que es preciso reconducir la disciplina de estas tropas y que nuevos mandos son necesarios.

¿Estarás de acuerdo en eso? -

No se trataba realmente de una pregunta.

- Sí, mi general. - Respondió Valerio a pesar de saberlo.

- Excelente. - Asintió Bryan con satisfacción: - Pues entonces… -

Pero justo en aquel momento una de las condecoraciones de Cayo Valerio se deslizó entre los sudorosos dedos de su mano izquierda cayendo sobre el suelo, detrás de sus pies, y produciendo un gran chasquido metálico. El centurión se quedó firme, pero ya todos habían advertido que algo inusual sucedía.

- ¿Qué escondes tras tu mano izquierda? - Preguntó Bryan al tiempo que se alzaba.

Druso, desenvainando su espada, se cruzó interponiéndose entre el Procónsul y el veterano centurión, pues el sonido era similar al que una daga habría producido al chocar con el suelo. Por su parte, Silano y Marcio se abalanzaron sobre Valerio y le asieron fuertemente de los brazos.

Solo entonces Valerio comprendió que todos temían que se tratara de un puñal, de un intento de agredir al Procónsul.

- ¡No es nada, mi general, no es nada! - Exclamó Valerio entre asustado y avergonzado: - ¡Son sólo mis faleras y torques! ¡Condecoraciones de otros tiempos! -

Druso enfundó la espada y recogió la cadena de oro del suelo.

- No miente. - Confirmó luego de examinarlo: - En la mano izquierda tiene varias más. Son sólo condecoraciones. -

Todos se relajaron. Silano y Marcio soltaron al confundido Valerio, que tomó de manos de Druso su falera caída y la puso con las demás en su mano izquierda.

- ¿Por qué escondes tus condecoraciones, centurión? Preguntó Bryan, más tranquilo, sentándose de nuevo.

- No sé, mi general, siempre las llevo puestas; más por imponer respeto a mis hombres que por otra cosa. - Respondió Valerio abatido: - Hace tiempo que perdí mi orgullo de soldado, lo admito. Son viejas condecoraciones ganadas contra los orcos en Zajoski, pero de eso hace ya tanto tiempo... Y con el discurso de esta mañana, sabiendo de las carcajadas y risas de nuestros enemigos, me parecía fuera de lugar que alguien como yo se presentara luciendo condecoraciones, alguien que huyó por su vida como un perro. -

Cayo Valerio hablaba mirando al suelo, desolado, deseando que la tierra se lo tragara allí mismo.

- Ese fue un discurso, Valerio. - Dijo Bryan mirándolo seriamente con un brillo extraño en su mirada, como si estuviese viendo al interior de su mente: - Trataba de encender los ánimos. Yo mismo me he escapado por mi vida muchas veces y no me siento mal por ello. Además, no fueron los únicos que huyeron aquel día. ¡Hubo varios Tribunos y oficiales que estuvieron ahí contigo en esa maldita trampa boscosa al que los guío ese imbécil de Varrón! -

- Sí, pero por todos los dioses, nos salvaron a todos, nos guiaron, recompusieron nuestras filas para poder escapar. Eso tiene mérito en sí mismo. ¡Pero simplemente huir como hicimos los demás...! -  Objetó Valerio avergonzado y entonces añadió: Además, están todas las grandes hazañas que has realizado. Incluso aquí se sabe sobre Bryan el Necromante y la gloria que conseguiste matando a un cuasi Supremo. ¡¿Quién podría dudar de tu valor?! Estoy ante un Ejecutor admirado y temido. Pero sólo soy un cobarde más de las legiones malditas. Por eso escondía mis condecoraciones del pasado. -

- Sírvanle una copa de vino a este centurión. - Ordenó Bryan dirigiéndose a un esclavo a sus espaldas: - De hecho, que traigan vino para todos. - Luego volvió a mirar a Valerio y le habló seriamente: - Escúchame bien, todos los hombres que ves aquí a mi alrededor, todos, han tenido que sufrir la amargura de la derrota o el tener que escapar por sus vidas en algún momento. Todos. Y ahora, sin embargo, son mis mejores oficiales.

Y creo que, por los divinos, tú puedes estar entre ellos.

¿Te gustaría formar parte de mi círculo de confianza, Cayo Valerio? -

El Centurión asintió de inmediato.

- Veo que asientes, eso está bien. Entonces toma la copa que te ofrece ese esclavo y beberás conmigo, con nosotros. - Continuó Bryan: - Pero primero necesito respuestas rápidas y sinceras. Sólo me vales si puedo fiarme plenamente de ti, ¿me entiendes? -

Valerio volvió a asentir.

- Perfecto, dime, Cayo Valerio, ¿me puedo fiar de los hombres de la V? ¿Es la V una legión leal a Itálica? ¿Pueden ser leales a mí? -

- Yo creo que sí, mi general. Están desmoralizados y descontentos, pero sólo con la comida que se ha distribuido con vuestra llegada ya tienen otra cara. Desean un general. Son hombres que quieren una oportunidad, sólo que hace tanto tiempo que rogaron por eso que ya no saben ni lo que quieren. Pero la fama del Ejecutor Imperial Bryan inspira temor y respeto a la vez. La V será de nuevo una legión de Itálica bajo tu mando. Eso puedo asegurarlo. -

- Bien, Cayo Valerio, lo que me dices resulta muy alentador. La instrucción será dura, eso es inevitable. Lo que significa que voy a imponer pena de muerte por cualquier acto de rebeldía o insubordinación. Sinceramente dime: ¿Crees que los hombres resistirán esas normas? ¿Esa rigidez? -

- Pienso que, si se les trata con justicia, aceptarán todo. -

- ¿Y qué es “justicia” para el Primer Centurión de la V Legión de Itálica? - Preguntó Bryan de inmediato y con actitud expectante.

Valerio meditó un instante antes de responder

- Justicia, mi general, es un rancho decente, comida suficiente, ropa limpia, un lecho de paja seca donde dormir y quizás algo de vino de cuando en cuando y... - Aquí se detuvo el centurión.

- Habla, por todos los dioses. Habla sin temor, centurión. - Lo animó Bryan: - Necesito saber qué es lo que hará que estos hombres sean leales legionarios en mi ejército. -

- Bien... está el tema de las mujeres... alguna mujer de cuando en cuando también sosegaría a más de uno. Comida, algo de vino y alguna mujer. - Dijo Valerio finalmente: - Con eso la V aguantará la instrucción más dura. Aguantarán que el que incumpla las normas sea castigado con toda severidad. Y más si saben que existe la posibilidad de poder combatir de nuevo para terminar con el destierro. -

- Esa posibilidad existe, Cayo Valerio; esa posibilidad se la daré a todos los hombres de la V, así que difunde esa información entre tus hombres. - Asintió Bryan sonriendo: - También habrá comida y, ocasionalmente, vino y mujeres. Me ocuparé de ello, pero a cambio - La sonrisa desapareció y en los ojos del Procónsul mostraron un brillo peligroso: - tus hombres deben serme fieles hasta el final. -

Las últimas palabras las pronunció con una intensidad especial. Valerio se vio sorprendido por aquel fulgor en los ojos de su superior y, una vez más bajó la mirada, pero se lo pensó dos veces antes de responder. El silencio se prolongó unos segundos.

- Hasta el final, mi general - Confirmó en voz firme Valerio, alzando de nuevo la cabeza y devolviendo la mirada al Procónsul.

- Bien, sea, entonces bebamos todos juntos por Cayo Valerio, Primer Centurión de la V legión de Itálica, por todos nosotros… y por la conquista de Etolia. -

Todos los oficiales de Bryan bebieron, pero él no lo hizo, pues se quedó esperando a que Cayo Valerio hiciera lo propio. Solo que éste se había quedado petrificado por no poder creer lo que había escuchado.

- ¿Conquistar Etolia? - Preguntó Valerio en voz baja.

- Por la Conquista de Etolia. - Repitió Bryan con voz potente y decidida.

- ¿Es en serio? -  No pudo evitar preguntar Valerio.

- Aún no. - Respondió Bryan sonriendo y luego añadió con tono grave: - Pero lo será. -

Valerio asintió un par de veces despacio, se llevó la copa a los labios y bebió un sorbo, dos. El vino estaba bueno. Cerró los ojos mientras la idea de conquistar Etolia retumbaba en su mente entre trago y trago. Pero la voz del Procónsul le hizo volver a despegar los párpados y retirar la copa, ya vacía, de su boca.

- ¿Y de la VI, Cayo Valerio? ¡Qué puedo esperar de la VI? -

Valerio miró a su alrededor. Por un segundo se sintió atrapado, acorralado por todos aquellos poderosos oficiales y por el Procónsul. Como si se tratara de una emboscada.

- ¿La VI? - Preguntó dubitativo Valerio.

- Repetir mis preguntas, centurión, no es forma de responderlas. - Puntualizó Bryan mirándolo con atención: - Has brindado con nosotros, eres uno de los nuestros, o vas a serlo pronto. Ahora te pregunto por la VI. Necesito saber con precisión lo que puedo esperar de mis hombres si queremos tener alguna oportunidad de éxito. Quiero información, Cayo Valerio, la quiero clara, exacta y rápida.

Y la quiero ahora mismo, centurión. -

- Sí, mi general, sí... - Respondió Valerio finalmente: - la legión VI es algo distinto... los hombres... los hombres de la VI son buenos hombres, o pueden serlo, al menos sé que pueden combatir bien. Pero allí la disciplina ha decaído aún más que en la V... -

- ¿Por qué o por quiénes, Valerio? -

El Procónsul interrogaba con tal velocidad que Valerio no veía otro camino que responder tal cual eran las cosas.

- Es Luccar, Jaime Luccar, el Primer Centurión de la VI. Y también de César Germánico, su centurión de mayor confianza... -

- A Germánico lo conozco; háblame de Jaime Luccar, centurión. -

- Jaime Luccar es un hombre vengativo, buen combatiente y valiente. Podría haber sido un buen oficial, pero ha torcido su vida por completo.

Fue él quien inició los saqueos de la región cuando los suministros empezaron a escasear. Esto lo hizo popular entre sus hombres y entre parte de los míos, tengo que admitirlo, sobre todo al principio, porque con los saqueos conseguía comida, provisiones, trigo y sobre todo vino y mujeres… mujeres que raptaba entre los granjeros.

Pero ahora todos los campesinos se han recluido en las montañas y en la ciudad de Valderán son pocos los que quieren comerciar con nosotros porque no tenemos dinero. De modo que Luccar consiguió provisiones un tiempo, pero ahora todo está destruido alrededor de nuestro campamento, en decenas, centenares, miles de estadios alrededor no hay un alma, ni comida. Desde entonces Luccar y Germánico sólo consiguen nuevos botines ocasionalmente. Aún mantienen cierta popularidad entre los hombres de la VI, pero los de mi legión están resentidos con ellos.

- ¿Se puede recuperar a los hombres de la VI para la guerra? -

- Es posible, sí, pero con Jaime Luccar y César el Breve al mando eso será muy complicado. En cualquier momento pueden montar una rebelión. Las normas estrictas y la pena de muerte por insubordinación pueden ser una forma de asustar a gran parte de los hombres de la VI, pero esos dos han vivido como reyes durante los últimos años. No creo que quieran volver a ser sólo centuriones. Lo harán con desagrado... -

- Termina lo que estás pensando, Valerio. -

- Quizá no esté bien... no me gusta criticar a otros... pero Jaime Luccar y César Germánico siempre han sido y siempre serán un problema, mi general. No son recuperables para la legión. El problema… es que son los dos centuriones más antiguos de la VI. Sus hombres tampoco dejarán que se les sustituya por otros o se les ejecute sin un motivo claro. -

Bryan, que todo ese tiempo había escuchado a Valerio con el cuerpo inclinado hacia delante, se retiró hacia atrás y suspiró despacio.

- Bien, Valerio, me has servido bien y me servirás mejor aún en el futuro. Espero grandes cosas de ti. Ponte tus condecoraciones y recupera el orgullo. Un oficial sin orgullo no es nada. Debes seguir como hasta ahora. Tus hombres tendrán el trato del que hemos hablado y a cambio tendré la lealtad de la V legión de Itálica. Tenemos un pacto. Pareces hombre de honor. Confío en ti y en tu palabra. Ahora retírate, cumple y haz cumplir mis órdenes en todo momento. -

- Sí, mi general. - Y, tras llevarse la mano al pecho a modo de saludo militar, Valerio dio media vuelta para salir de la tienda. En cuanto estuvo solo, se puso sus faleras y torques. Después se encaminó hacia donde estaban los cuarteles de la V que le esperaban ansiosos por saber de su entrevista con el Procónsul de Itálica.

*****

- ¿Realmente quisiste decir eso, mi general? - Preguntó Druso en cuanto Valerio se hubo marchado: - ¿Conquistar Etolia? No parece posible. -

- Varios emperadores lo intentaron y fracasaron épicamente. - Comentó Marcio mirándolo de reojo.

Silano permaneció en silencio, pero era evidente que estaba de acuerdo con sus colegas.

- Yo necesito un gran triunfo y los soldados una gran meta. - Respondió Bryan: - Claro que ahora mismo es imposible plantearlo siquiera, con el estado actual de las legiones, pero quiero que la idea comience a rondar su mente. - Luego se sirvió otra copa de vino: - En cualquier caso, ese es un objetivo a largo plazo. Ahora mismo tenemos una grandísima tarea frente a nosotros. -

- Recuperar a esas legiones. - Dijo Silano y por primera vez, por lo menos desde que Bryan lo conocía, el más estoico de sus tribunos agregó una queja: - Lograrlo será difícil. -

- Afortunadamente no todo son malas noticias. Ese Cayo Valerio, por ejemplo, es un auténtico centurión. ¡Todavía me cuesta imaginar cómo hizo para no derrumbarse durante todo este tiempo y mantener algo de disciplina! - Comentó Marcio y el resto asintieron a sus palabras.

- Cierto, y ahora nosotros debemos hacer aún más. - Asintió Bryan: - Tenemos que convertir a esa ralea de bandidos en los mejores soldados. - Y entonces su mirada se volvió sombría: - Pero tenemos dos inconvenientes. -

- Luccar y Germánico. - Dijo Silano y luego propuso: - ¿Los ejecutamos? -

- Me encantaría, pero no podemos hacerlo. - Respondió suspirando Bryan y negando con la cabeza: - Sin una causa legal sentaría un mal precedente. No puedo exigirles disciplina salteándomela yo mismo de forma flagrante. -

- No comprendo. ¿Acaso no puedes ejecutarlos por los crímenes que cometieron? - Preguntó Druso.

- El problema es que “todos ellos” lo cometieron. - Señaló Silano: - Además, el general acaba de tomar el mando y se vería un poco mal que hubiese castigos por cosas que pasaron cuando otros eran los oficiales en jefe. O, mejor dicho, cuando no había oficiales. - Y luego de meditarlo propuso: - ¿Y si haces que tengan un accidente? -

- No es imposible… - Lo consideró Bryan, pero después negó con la cabeza: - Sin embargo, eso sería una muerte rápida. Es demasiado bueno para ellos. Además, no tendría ninguna utilidad, porque nada garantiza que los que siguen en el escalafón no serán iguales.

No, tengo que cortar el problema de la indisciplina de raíz o siempre tendré que vivir temiendo una rebelión de la VI. ¡Pero son tantos! Rebelión, saqueo, secuestro, violación y asesinato… - Lo pensó un momento: - Entre todos esos crímenes el que más me preocupa es la violación, porque arruinará por completo cualquier posibilidad de relacionarnos bien con los locales. ¿Qué castigo le damos al que abuse sexualmente de mujeres o niños que no sean del enemigo y sin permiso? -

- La solución es ejecutarlos en el acto. - Dijo Silano con un tono de materia de hecho.

- Si, pero ¿cómo lo hacemos? Lo ideal es que causemos suficiente impacto para que nunca jamás vuelvan a cometer estos crímenes. ¿Qué método utilizamos? -

- Cortemos sus cabezas y exhibámoslas. - Propuso Druso: - Después de todo, son legionarios que habrán desobedecido una orden militar. -

- Eso es muy sencillo. - Opinó Silano: - El punto principal de este asunto es inculcar el miedo al acto de violar en sí mismo en el corazón de los soldados. Debe ser preciso por un lado mientras da una sensación de inseguridad por el otro. -

Bryan estaba de acuerdo con Silano, la decapitación era demasiado sencilla. De modo que se volvió hacia Marcio: - Tú eres el más veterano de nosotros. ¿Cómo curarías este mal? -

- Si fuese yo, entonces castraría primero a los criminales y luego haría que un torturador les haga un agujero en el lugar donde alguna vez estuvieron sus bolas. - Respondió Marcio luego de meditarlo un rato: - Luego de eso, traería una bestia, quizá un orco o un trasgo, para hacer que los violaran por ese agujero hasta la muerte. Así dejaríamos claro que el castigo por violar a otros como una bestia es ser violado por una bestia. -

- Eso me gusta. - Asintió Bryan sonriendo: - Esos animales no merecen compasión alguna de todos modos. Además, Cayo Valerio mencionó que sus legionarios habían combatido en Zajoski contra los Orcos, así que tendría más impacto si conseguimos a uno de esos. - Lo pensó un momento y añadió: - Sería más extraordinario que luego de su fallecimiento les arrancásemos los ojos para colocar sus bolas en esas cuencas vacías. Y luego exhibimos sus cabezas como sugirió Druso al principio. De esa forma crearíamos la metáfora del peligro que acarrea el ser cegado por la lujuria. -

- ¿Qué hay del resto de crímenes? -

- Empalamiento. - Sugirió Silano: - Es vistoso y barato. Hay muchos árboles en las montañas así que podemos hacer fácilmente las estacas necesarias. -

- Sea. - Asintió Bryan.

- ¿Y al final qué hacemos con Luccar y Germánico? -

- Eso tendrá que esperar. - Decidió Bryan finalmente: - Encontraremos el momento perfecto para usar sus muertes apropiadamente y desterrar la deslealtad de la mente de la VI. Por ahora haremos que se crean necesarios para no despertar su sospecha. -

Todos asintieron y la reunión se terminó.

*****

Después de unos días, Bryan se paseaba entre las hogueras del campamento. Los lictores le seguían, pero a una distancia de diez pasos, de modo que la silueta del general llevando bien puesta su armadura negra del Manto Oscuro por encima de su túnica de Archimago resultaba bien visible para los legionarios de la V y la VI. Dado que la historia de su victoria contra Vlad Cerrón ya había llegado a estos lares, Bryan pensaba que usando esta vestimenta conseguiría mejor el efecto que deseaba. El Procónsul quería que quedase bien grabado en la mente de aquellos hombres que, de nuevo, volvían a tener un general al mando, uno que les ordenaba, que les exigía, que era duro e intransigente; pero que a la vez les devolvería la dignidad, un rancho abundante, equipamiento moderno y pequeñas recompensas, sobre todo en forma de vino. Bryan esperaba que, si se dejaba ver a menudo, pronto todos asumirían la existencia del líder al que ahora debían lealtad, una obediencia que unos seguirían por convencimiento y otros por imperiosa necesidad ante los temibles castigos impuestos a los que se rebelasen.

Lo cierto es que la expresión aparentemente indiferente que siempre mostraba no era más que una fachada y estaba lejos de sentirse tan seguro como aparentó en la última reunión de oficiales. En realidad, estaba bastante incómodo con la situación actual. Aquella noche apenas pudo contener una exclamación de sorpresa ante la propuesta de Marcio sobre la violación inversa, pero sabía que no había espacio para dudas y no debía demostrar ninguna debilidad en ese momento, ni siquiera frente a sus hombres más cercanos. Tenía apenas unos meses para recuperar aquellas dos legiones, reconstruir la fortaleza antes del ataque anual de la Liga Etolia y organizar una defensa razonable.

Lo cierto era que necesitaba más hombres. Muchos más hombres. Pero el Senado, instigado por Tiberio Claudio, había sido contundente: Sólo podía usar a las legiones malditas y no tenía permiso de hacer nuevas levas. Tenía sus siete mil voluntarios y las legiones V y VI.

Bryan se detuvo a veinte pasos de una de las hogueras donde varios de sus oficiales se arremolinaban en medio de la noche. Un pensamiento le amargaba en particular: no tenía caballería, y sin caballería no tenía nada. En aquel mundo, el poder de la infantería era innegable, pero todo ese poder era inútil si no tenía una caballería poderosa que protegiese sus flancos durante una batalla en campo abierto. Además, la especialidad de la Liga Etolia era la Falange, cuyo punto débil era precisamente los ataques por la espalda. ¡La caballería era indispensable si quería tener alguna esperanza de éxito, pues de otro modo estaría limitado a realizar ataques frontales, donde sus enemigos tendrían toda la ventaja!

De hecho, en el último desastre militar, una de las razones por las que ocurrieron tantas muertes en el bando de Itálica era precisamente porque la caballería de bárbaros los había perseguido cuando se desbandaron. El resto fue pura masacre. Bryan no podía quitarse de la cabeza el informe que escuchó en los Archivos del Manto Oscuro sobre lo que ocurrió por culpa de Varrón Terencio. No debía permitir que aquello se repitiera, que lo mismo volviera a ocurrirles a los mismos hombres. No, la V y la VI deberían tener un cuerpo de caballería aliada y otro de caballería itálica. Antes de eso, no podía arriesgarse a un enfrentamiento contra la Liga Etolia.

¿O quizá había una posibilidad?” Cavilaba Bryan mientras sus lictores se mantenían a distancia para dejarlo pensar.

Alrededor de la hoguera estaban Druso, Marcio y Silano comprobando que todos los puestos de guardia tuvieran a los centinelas en posición y despiertos. Desde que se ejecutó a dos legionarios que no habían entregado sus tessera a los encargados de recoger estas tablillas que servían para comprobar que cada centinela estaba despierto en su puesto, no había más incumplimientos. Pero tanto Marcio como Silano estaban muy interesados en que aquello no volviera a repetirse, especialmente en la VI. Y aunque confiaban, como el propio Bryan, en Valerio y sus hombres, no tenían la misma seguridad con Jaime Luccar y César Germánico apodado el Breve.

En ese momento Druso terminó con lo que estaba haciendo y se le acercó.

- ¿Cómo está el estado de la guardia? - Preguntó Bryan.

- Progresa rápido, pero aún sigue lejos de ser aceptable. - Respondió el Tribuno.

- Tenemos que acelerar el entrenamiento. Pero eso no es todo, porque la fortaleza tiene que ser reconstruida si queremos sobrevivir a los ataques de la Liga Etolia o los bárbaros. Y además hay que asegurar nuestro propio territorio lo mejor posible, para permitir que nos lleguen los cargamentos desde Odisea con seguridad. -

- Será imposible hacer todo eso al mismo tiempo. - Su amigo Tribuno en voz baja: - No con estos hombres. No como están ahora. -

- Pero tenemos que hacerlo. - Insistió Bryan.

Ambos se dirigieron al cuartel general y ahí Bryan extendió sobre la mesa un mapa de la región que el Manto Oscuro le había proporcionado.

- Odisea está aquí, en el noroeste. - Señaló Bryan colocando un dedo en el mapa cerca que señalaba el lugar donde desembarcaron: - originalmente pertenecía a Etolia, y aunque es una ciudad costera, todavía puede darnos alguna idea de las defensas de nuestros enemigos. -

Mapa de Valderán y la Liga Etolia 

- Si esos muros son realmente así, entonces nuestros arietes, catapultas y hasta las torres de asedio serán inútiles. - Comentó Druso con un suspiro: - El único punto débil de esas ciudades es la puerta, pero… -

- Pero eso limita el espacio por el que podemos entrar. Así que, incluso si superamos las defensas periféricas que seguramente tendrán, las lluvias de proyectiles y hechizos mágicos, así como las trampas del camino, todavía tendremos que estrellarnos contra su maldita falange. - Asintió Bryan: - De momento atacar estas ciudades es imposible. Cualquier enfrentamiento que tengamos con ellos deberá ser cuando salgan de sus murallas. -

- ¿Con qué fuerzas cuentan? -

- Justo frente a nosotros están Micénica y Helénica. Al noreste y noroeste están Telamón y Tesálica. Estas cuatro ciudades son las más poderosas de todas militarmente hablando, precisamente porque limitan con el Imperio Itálico y reciben recursos de toda la Liga.

Entre ellas, Micénica es la más fuerte con un ejército profesional de siete mil hoplitas, la élite de su aristocracia, que son prácticamente invencibles en combate frontal. Pero si a eso se le suma sus aliados de las regiones periféricas y los ciudadanos comunes con otras especialidades, como los arqueros, honderos, jinetes, etc.… Pueden llevar un ejército de quince mil o hasta veinte mil soldados. -

- Ellos no usan mucho la magia. ¿Verdad? - Preguntó Druso mirándolo de reojo: - ¿No nos da eso una ventaja? -

- Para nada. - Respondió Bryan negando con la cabeza: - Para empezar, si bien tenemos y educamos a más magos en el imperio, nuestros dominios son muy extensos. El don de la magia viene de nacimiento y es mucho más raro que el talento con el Aura de Batalla. Pero incluso si de algún modo nos trajésemos a todos los magos de Itálica, no necesariamente nos daría una gran ventaja por culpa del terreno tan irregular de la cordillera de Etolia. Tal vez si los magos de tierra uniesen fuerzas… No, incluso eso sería complicado. El espacio es tan estrecho que los conjuros más poderosos podrían terminar afectando a nuestras propias tropas si no tenemos cuidado. - Y añadió: - Además, tampoco es que los etolios no tengan magos. Es sólo que no le dan tanta importancia a su educación porque no es necesario. -

- ¿Por qué motivo? -

- Los conjuros mágicos más complejos generalmente requieren de tiempo para funcionar. - Explicó Bryan: - La magia ofensiva que se usa en la guerra es en realidad bastante simple. Una Bola de Fuego, por poner un ejemplo, solo requiere de tres procesos: Formación, intensidad y dirección. Puede hacerse en segundos, si el mago es lo bastante hábil.

En cambio, un Tornado de Fuego requiere de casi cinco o hasta siete procesos.

La Bola de Fuego puede ser fácilmente bloqueada por los escudos de la falange y el Aura de Batalla. Por el contrario, el Tornado de Fuego haría mucho daño, pero el tiempo que demoraría en estar listo haría que quien esté conjurando fuese el objetivo de casi todos los arqueros del enemigo. - Mientras decía esto, Bryan recordó su propia experiencia en la ciudad de Droll, cuando los jinetes Wargos comenzaron a disparar sus ballestas sobre los magos que conjuraban y el devastador efecto que esto tuvo. ¡Y eso les ocurrió en un terreno preparado por ellos, donde en teoría tenían ventaja!: - Solo los Archimagos pueden luchar en el aire con cierta velocidad y conjurar en pleno combate pese a las interrupciones, pero no hay muchos Archimagos en el mundo. -

- Por suerte te tenemos a ti. - Comentó Druso sonriendo.

- Si, pero incluso yo soy solo un individuo. - Dijo Bryan, aunque no pudo evitar soltar una leve nota de ironía cuando pronunció la palabra “un”, mientras pensaba en las hordas de Criaturas Oscuras que podía comandar: - Consideremos que pudiese matar a mil de sus caballeros, los llamados hoplitas… Aún quedarían seis mil, todos ellos más que suficientes para masacrar a los veinte mil legionarios en una batalla directa, sobre todo a estos que necesitan tanto entrenamiento. -

- ¿Tan peligrosa es esa “falange” en combate frontal? -

Bryan guardó silencio un momento mientras recordaba lo que había visto hacer al Batallón Sagrado. Seguramente el poder de las ciudades de Etolia no sería tan intenso ya que carecían de la bendición de un dios, pero definitivamente sería formidable. El problema nuevamente era el maldito terreno. Etolia tenía demasiados corredores de montaña bastante estrechos. Demasiados. Encima ni siquiera eran montañas secas, que estaban cubiertas de coníferas que ocultarían la visibilidad. En esos callejones no importaba que sus legionarios tuviesen superioridad numérica, porque los cuellos de botella limitarían el combate a las primeras filas, con sólo unos cientos de hombres enfrentándose.

- Si. - Respondió Bryan finalmente.

Druso no dijo nada, pero consiguió distinguir la preocupación que sentía su amigo y entendió que incluso sus mejores estimaciones podrían no ser suficientes para juzgar el poder del enemigo.

- La siguiente ciudad luego de Micénica es Helénica. - Continuó explicando Bryan: - El número de hoplitas que pueden reunir es de diez mil, pero aparentemente su calidad es muy inferior a los de Micénica. -

- Si, en Odisea me comentaron que la diferencia entre ambas es como el cielo y la tierra. - Dijo Druso ceñudo: - En helénica los aristócratas son mucho más vagos. Simplemente se ponen sus armaduras y practican durante el verano, mientras sus familiares comen a pocos metros. ¡Casi un maldito festival!

Por el contrario, en Micénica siempre están entrenando sin importar la estación. ¡Verdaderamente son una élite de guerreros! -

- Exacto. - Asintió Bryan: - Por eso Micénica ha mantenido el liderazgo de la Liga Etolia todo este tiempo. Sin embargo, Helénica tiene casi el triple de habitantes, así que pueden asumir más riesgos en la guerra que otras ciudades. Además, es una de las más prósperas. -

- Es lo mismo que decir que tienen más dinero. -

- Exactamente. - Respondió Bryan: - Sin embargo, estos cambios son muy recientes. Aparentemente hace cuatro años los campesinos no tenían derecho a tener propiedades y tampoco conocían las leyes, porque su palabra no valía en los tribunales. La nueva Arconte, que es como llaman a sus gobernantes, fue quien comenzó a darles derechos y privilegios a las clases más bajas, unos derechos que no tienen ninguno de los plebeyos que habitan en las otras ciudades de Etolia. -

- ¿Tales como…? -

- Defensas legales y el derecho a tener propiedades a cambio de servicio militar. -

- Es parecido a lo que hacemos nosotros. -

- Definitivamente Elena Teia es alguien con visión de Estado, incluso si no nos está copiando a los itálicos directamente. - Afirmó Bryan: - Comprende bien el poder que tienen las clases bajas y es gracias a ellos principalmente que puede mantenerse en el poder, aunque a cambio se ha ganado el odio de sus parientes aristócratas. En cualquier caso, es una enemiga formidable. ¡La primera mujer y Archimaga de Fuego que ha conseguido llegar a ser Arconte de su ciudad! - Aunque luego frunció el ceño: - Pero, aun así, pese a tener recursos, no ha dejado de saquear Valderán cada año. ¡Cómo si le faltase el dinero! -

- ¿Quizá está financiando algún proyecto caro? - Propuso Druso sonriendo al ver la expresión de enojo de su amigo.

- No sé por qué es tan codiciosa. - Dijo Bryan con una sonrisa macabra: - Pero haré que nos pague hasta la última moneda que se ha llevado. -

 - Cuando hablas así, eres tú el que parece codicioso. - Se burló Druso.

- ¡Vaya! ¡Ahora me das consejos sobre temas económicos! ¡Muchas gracias, Druso! ¿Podrías recordarme cuánto dinero te presté hace poco? -

- Entonces, ¿cuáles son las otras ciudades de la Liga Etolia? - Preguntó Druso mirando el mapa a toda prisa para cambiar de tema: - Tesálica y Telamón. ¿Qué pasa con esas? -

- Tiene un poder similar. Al menos cinco mil u ocho mil hoplitas cada una, sin contar a sus aliados. - Dijo Bryan después de mirar a su amigo y suspirar: - Un poco más al norte están Nikos, que es la más débil de todas, con sólo tres mil hoplitas. Luego Ilión, que tiene las defensas más fabulosas en cuanto a fortificaciones y es la más rica de todas, porque practica el comercio activamente con los reinos del norte. Ellos prefieren contratar mercenarios en lugar de pelear ellos mismos, pero pueden reunir unos cinco mil hoplitas si es necesario. No deben ser subestimados. -

- ¿Qué pasa con la última ciudad, Pírria? -

- Pírria… si, esa ciudad… - Respondió Bryan vacilando por primera vez: - Bueno, es un misterio que todavía no resolvemos. -

- ¿Un misterio? -

- En teoría sólo tienen unos trescientos o quinientos Hoplitas, así que su poder es demasiado débil para ser una miembro oficial de la Liga Etolia. - Explicó Bryan finalmente: - Pero no solamente lo es, sino que de algún modo siempre ha mantenido un grado mínimo de autoridad desde su formación. Seguramente tienen algún secreto desagradable con el que deberemos lidiar en su momento. -

- Un enemigo desconocido es lo peor de todo. - Se quejó Druso haciendo una mueca.

Bryan no dijo nada. Lo cierto era que lo que le acababa de decir a su amigo era simplemente la versión oficial que todo el pueblo conocía. Pero el Manto Oscuro tenía información confidencial que, desde que era un Agente de Sol Oscuro, tenía derecho a saber. El problema era que esa revelación era demasiado desmoralizante como para compartirla hasta con sus amigos, y de momento prefería guardárselo para sí mismo.

Además, es algo para lo que no tengo solución ahora mismo.” Se dijo Bryan: “Así que es mejor que me concentre en lo que sí puedo hacer.

- La Liga Etolia tiene además otras ciudades menores que la componen, pero todas ellas orbitan alrededor de las siete principales y se moverán de acuerdo a sus designios. - Continuó explicando Bryan: - Pero de momento no debemos preocuparnos de ellos, ya que la estación no es apropiada todavía. Se acercan las lluvias y los pasos de montaña se volverán muy peligrosos de transitar para grandes ejércitos.

En lugar de eso, me preocupan más los bárbaros. -

- Cierto… lo escuché también en el puerto de Odisea. La Tribu Uñó y la Tribu Vandala. ¿Cierto? Tienen miles de monturas. ¡Precisamente lo que más nos falta! -

- Y también a los etolios. De hecho, al principio esos bárbaros llegaron a este territorio con la intención de saquear las ciudades de la Liga Etolia, pero sus caballos no sirven de mucho contra sus murallas y al final han optado por hacer pillajes en nuestro territorio, que no es montañoso y es preferible para su forma de combate. Lo peor es que a veces han servido como mercenarios de caballería para la Liga Etolia. ¡El peor escenario para nosotros es que ambos unan fuerzas mientras estamos aquí! -

- ¿Es por eso que se construyó la Fortaleza de Valderán ahí? - Preguntó Druso: - Creo que está a cuanto… ¿Quizá a treinta kilómetros de nuestro campamento? -

- Exactamente. - Asintió Bryan: - Los emperadores del pasado sabían bien lo que hacían. Por eso, cuando renunciaron a conquistar Etolia agresivamente, decidieron bloquear el principal punto de acceso por donde un ejército enemigo masivo podría haber invadido. Hay otros desfiladeros que salen de la cordillera, pero sería difícil que los setenta mil hoplitas de toda la Liga Etolia o los diecisiete mil jinetes de esas dos Tribus pudiesen atravesarlos de una sola vez, sin demorarse varios días. Es tiempo suficiente para que los ataquemos por sorpresa.

Lamentablemente la fortaleza actual esta tan descuidada que apenas es digna de ese nombre. ¡Es de vital importancia que la reparemos cuanto antes! -

- Cierto, quizá no sean las mismas tribus, pero las Legiones V y VI ya sufrieron antes la derrota a manos de los bárbaros. Y si vuelven a perder contra ellos… -

- Si, derrotar el miedo será lo más importante. Pero sin caballería es imposible vencer a los bárbaros como estamos ahora. ¡Nuestro enfrentamiento tiene que ser aquí! - Asintió Bryan golpeando con su dedo en el punto del mapa que señalaba la fortaleza: - Por eso partiré ahora mismo con los siete mil voluntarios, ya que ellos no necesitan entrenamiento. Y me llevaré a Silano para que me asista. ¡Ah! También a todos los Magos de Tierra que tenemos … ¿Cuántos son? -

- Tres voluntarios. - Respondió Druso mirándolo mientras se encogía de hombros: - Recién Licenciados. -

- Tendrán que bastar. - Dijo Bryan sonriendo mientras recogía algunos documentos y los guardaba en su Anillo Espacial: - Mientras yo reparo la fortaleza, tú y Marcio tendrán la misión de entrenar a esa chusma y convertirlos de nuevo en legionarios. -

- Gracias por dejarme lo más divertido. - Comentó Druso con ironía porque sabía que estaban solos y nadie podía escucharlos, así que se permitió hablarle como amigo.

- Me quedaré los primeros días para que todos ellos entiendan que ustedes hablan con mi voz. - Le aseguró Bryan revoleando los ojos: - Después tendré que partir. Será una buena oportunidad para que Marcio nos muestre de lo que está hecho. – Y añadió sonriendo astutamente: - Después de todo, su experiencia es la principal razón por la que lo trajimos. Más vale que comience a demostrarla. -

- Entendido. - Respondió Druso: - ¿Qué hay de las mujeres, el vino y las nuevas armas? Después de todo, se lo prometimos a Cayo Valerio… -

- Ya me encargaré de conseguir algunas putas más adelante. - Respondió Bryan medio en broma: - Por ahora tendrán que conformarse con la comida que les trajimos nosotros. De momento quiero que el resto de nuestras provisiones y pertrechos sigan en Odisea hasta nuevo aviso.

Recuerda que hay por lo menos dos campamentos de bandidos en las montañas del sur que podrían asaltarnos. No debemos mover nuestras cargas más valiosas hasta que aseguremos los caminos y sólo podremos hacerlo cuando las Legiones V y VI estén en plena forma. Después tendremos que recuperar la confianza de la población local. -

- ¿Es una prioridad? - Preguntó Druso: - Quizá convendría esperar a ganar unas cuantas batallas primero antes de pensar en eso. -

- Ciertamente, pero cuando lo que tenemos en Odisea se acabe, tendré que comprar lo siguiente con dinero de mi propio bolsillo. Y si bien me hacen descuentos excelentes en el Gremio Mercante de Bootz, siempre será más barato que compremos la comida directamente aquí. Y para eso necesitamos que los granjeros regresen… - Explicó Bryan y le preguntó: - Hablando de eso. ¿Nuestros exploradores ya los encontraron? -

- Están aquí. - Dijo Druso señalando un grupo de tres montañas hacia el noroeste de la Ciudad de Valderán.

- ¿Cómo fue que no los vimos? - Preguntó Bryan extrañado: - Pasamos cerca de ese lugar cuando marchábamos hacia aquí. -

- Debe haber cuevas cerca. - Respondió Druso y luego entornó la mirada: - Pero lo que me sorprende es que no hay fuentes de agua cercanas. Sus condiciones de vida tienen que ser terribles… -

Bryan no dijo nada, pero sabía lo que Druso quería decirle. Esos granjeros tenían que haber sufrido un verdadero infierno para haber elegido vivir voluntariamente en ese lugar inhabitable. Y esto era en gran medida culpa del comportamiento salvaje de la V y la VI.

¿Realmente podrían recuperar a estos criminales para la legión?

- ¿Y la ciudad? - Preguntó Druso para cambiar el estado de ánimo: - ¿Deberíamos entablar relaciones con el Pretor? -

- Absolutamente no. - Respondió Bryan de inmediato: - Recuerda que mi Imperium Proconsular sólo vale para las Legiones, no para las autoridades civiles. Para ese Pretor yo solamente soy un Barón. -

- Pero considerando el estado de las cosas aquí… -

- Sé lo que vas a decir: Las leyes callan en tiempos de crisis. - Dedujo Bryan sonriendo: - Aun así, debemos esperar a que sea el propio Pretor el que solicite encontrarse con nosotros y nunca debemos enviar a nuestras tropas al interior de la ciudad.  De otro modo le estaría dando la excusa perfecta a Tiberio Claudio y su corte de sanguijuelas para… -

De repente Bryan se quedó callado. Druso lo miró extrañado e iba a preguntarle lo que sucedía, pero se dio cuenta, conociéndolo como lo conocía, de que su amigo estaba teniendo una idea, así que esperó pacientemente hasta que terminase de formularla.

No tuvo que esperar mucho.

- Ingresar a la Ciudad de Valderán, donde no tenemos autoridad ni permiso para estar… sería un grave error político. ¿Verdad? - Comentó Bryan de pronto, pero no estaba mirando a nadie, sino que parecía hablar para sí mismo.

Pese a todo, Druso contestó: - Si, por lo menos según las leyes. -

- Sería un grave error político. - Repitió Bryan entornando la comisura de sus labios malévolamente: - Un grave error político… pero no uno decisivo. ¿Verdad? Si es el propio Pretor quien me pide ayuda, yo no tendría más opción. - Su sonrisa cruel floreció plenamente: - Creo que ya sé lo que voy a hacer con Jaime Luccar y César el Breve. -

- ¡¿Qué cosa?! - Preguntó Druso emocionado, pues ese era un problema que los atormentaba a todos.

Bryan le explicó su idea.

- Oh, eso es sucio. - Dijo Druso asombrado, pero luego comenzó a reír y aplaudir: - ¡Eres un auténtico demonio, amigo! ¡Gracias a los divinos que estás de nuestro lado! -

- Todavía no digas nada a los demás. - Le advirtió Bryan sonriendo mientras se servía una copa de vino y también otra para su amigo: - Pero recuerda estar bien atento y avisarme al instante si ese Pretor llega a solicitar algo de nosotros. ¡Lo que sea! Además, procura averiguar lo que puedas sobre su persona. -

- Entendido. - Respondió Druso recibiendo la copa de Bryan.

Poco después brindaron.

*****

Al amanecer del día siguiente, con los primeros rayos del alba, Bryan se dirigió a los hombres de la V y la VI desde un podio de madera levantado frente a la tienda de comando. El pedestal, de unos cinco metros de altura, permitía que el orador fuese visto por todos los legionarios, si bien sus palabras, al no estar arropadas por la ladera de la colina, quedaban a merced del viento. Para asegurarse de que el mensaje llegara a todos, los centuriones lo repetían en voz alta y así el Procónsul se aseguraba de que nadie quedara sin entender lo que se había dicho.

Sin embargo, apenas acababa de pronunciar unas palabras, cuando uno de los hombres, obviamente preparado por Luccar o el Breve, lo interrumpió para protestar por la estricta disciplina. Bryan simplemente sonrió y lo levantó en alto con su Control Paranormal para que todo el ejército pudiese verlo, luego amplificó su voz usando magia para hacerse oír por encima de los chillidos desesperados del desafortunado impertinente:

- Parece que tuvimos un problema de comunicación, así que seré claro: El deber de un legionario es obedecer las órdenes sin cuestionarlas y si tienen opiniones, se las guardarán para ustedes, sin manifestarlas nunca, ya sea en público o privado.

Como soldados, tan sólo les corresponde ocuparse de tres cosas: En primer lugar, mantener su cuerpo en forma. Segundo, conservar sus armas en buen estado. Tercero, tener siempre listas las provisiones por si reciben órdenes inesperadas de marchar a combatir de inmediato.

No tienen que pensar en nada más que en esto y en obedecer, imbéciles. -

Entonces le rompió el cuello al Legionario y arrojó el cadáver a sus pies con un gesto violento, haciendo que cayese con gran estruendo.

- No se equivoquen, señores. - Continuó Bryan con una expresión perfectamente impertérrita: - Se acerca la guerra. Con toda su gloria. Y todo su horror.  

Aquí ustedes están para ser legionarios útiles para Itálica. Se volverán útiles o morirán en el intento. No tienen otra opción. Si no lo consiguen, bueno… recuerden siempre que soy un Necromante. -

Acto seguido desató una oleada de poder y ejecutó el conjuro de Resurrección de Cadáveres, justo en frente de ellos, para levantar el cuerpo del legionario muerto. La visión de esto fue impactante para todos e incluso Cayo Valerio y otros tan aguerridos como él retrocedieron varios pasos de forma involuntaria. Hasta los Tribunos de Bryan y sus Lictores, pese a haber sido prevenidos, sudaron frío al contemplar al como el occiso se convertía en un muerto viviente ante sus ojos.

- ¡Alégrense legionarios! ¡Vivos o muertos servirán al imperio! - Dijo Bryan con una sonrisa cruel e irónica: - ¡Ahora depende de ustedes el cómo! -

Con un gesto de la mano, el cadáver desapareció, reforzando en todos ellos la idea de que su general podía matarlos cuando le viniese en gana e incluso sin dejar alguna prueba de ello. Así que nadie se atrevió a decir ni una sola palabra más mientras Bryan pronunciaba el resto de su mensaje, anunciándoles que marchaba hacia la Fortaleza de Valderán para iniciar los trabajos de reconstrucción que eran urgentes y que, en su lugar, el mando de las dos legiones quedaba en manos de Anco Marcio y a Druso como segundo al mando. Ambos, les aseguró, tendrían potestad para llevar la instrucción según les pareciera mejor, así como capacidad para ejecutar cualquier tipo de pena disciplinaria, incluida la pena de muerte en caso de ser necesario.

Después Bryan se encomendó a los dioses, bajó del podio y partió con sus siete mil voluntarios desfilando de forma orgullosa. Pero, en cuanto se hubo alejado un poco del campamento, le dio el mando a Silano y regresó en secreto para observar la actuación de Marcio con sus Espectros Oscuros.

La noche anterior Bryan se tomó un tiempo para explicarle claramente a Marcio lo que esperaba de él y que este era su momento para probar su utilidad. Con mucha satisfacción comprobó que este no estaba perdiendo el tiempo y ya había ocupado su lugar en el podio para comenzar a hablarles a los legionarios de forma clara y concisa. Mientras tanto, su amigo Druso estaba parado a un costado y detrás de Marcio, muy atento para ver lo que sucedía y esperando aprender todo lo posible de este veterano oficial.

- Yo no soy un orador como el Procónsul. - Estaba diciéndoles Marcio: - Soy el Tribuno Anco Marcio, oficial al mando de las Legiones V y VI de Itálica por orden del Ejecutor Bryan, quien ahora mismo marcha para preparar la fortaleza desde la cual ustedes tendrán que defender esta provincia.

En mi opinión, eso es mucho más de lo que merecen, montón de basura. Para defender nuestro gran imperio se necesitan hombres de verdad, en cambio los tenemos a ustedes: un montón de mierda indisciplinada que serviría más para fertilizar el suelo que para empuñar las armas. Pero hoy es su día de suerte, porque el destino de todos ustedes no está en mis manos, sino en las del Procónsul Bryan, quien tiene un alma más caritativa y generosa que la mía. -

Bryan tuvo problemas para aguantarse la risa. La expresión de Marcio era perfecta, como si creyese cada palabra de lo que decía, y contrastaba maravillosamente con la estupefacción en el rostro de los legionarios, por escuchar los adjetivos de “caritativo” y “generoso” asociados al joven demonio que acababa de matar a uno de los suyos para convertirlo en muerto viviente, y que luego amenazó con hacer lo mismo con el resto del ejército si no le obedecían. Pero el veterano oficial estaba continuando, así que Bryan contuvo la risa y se obligó a escuchar.

-  Mi forma de actuar es muy sencilla: recibo órdenes y las cumplo; doy órdenes y se cumplen. Así es el ejército y así ha sido siempre. Así funciona. Yo cumplo las órdenes del Procónsul, y el Procónsul cumple las órdenes del Senado y el Emperador. Todos ustedes cumplirán las mías. Es tan simple como eso. - Les decía Marcio con una expresión de materia de hecho: - La disciplina es la base del éxito en cualquier campaña militar. Pero ustedes han olvidado lo que es la disciplina y el Procónsul quiere que los vuelva de nuevo aptos para el combate en menos de tres meses. Tres miserables meses. No tengo tiempo para instruir a los que no recuerden qué significa ser un legionario de Itálica.

Por eso el que no cumpla no llegará vivo al final de estos tres meses. -

Marcio se detuvo un momento para confirmar que todos lo escuchaban con atención y luego pasó directamente a enumerar la lista de castigos:

- Debido a esto, por la premura de tiempo más que nada y porque no estoy dispuesto a tolerar tonterías, suprimo desde ahora los castigos del calabozo y el azotamiento. - Los legionarios iban a gritar de júbilo, pero se contuvieron porque preveían algo negativo y porque Marcio hablaba rápido y sus palabras siguientes aclararon el sentido de aquella supresión: - No tengo tiempo para que unos oficiales se entretengan azotándolos o para tener a unos legionarios encarcelando a otros. En su lugar, aquellas faltas penadas con el látigo o la cárcel conducirán directamente a la pena de muerte.

Y es que el legionario muerto ya no vuelve a incumplir ninguna orden. Además, como el Procónsul ya ha demostrado, podría volverse más útil de este modo.

Siguiendo la misma lógica, suprimo las multas y trabajos forzados. No me interesa quitarles su dinero ni que realicen trabajos impropios de un legionario. Todos recibirán su paga mensual y harán tareas de legionario y sólo de legionario, y el que mereciera una pena de este tipo recibirá como castigo la pena de muerte.

La baja deshonrosa también queda abolida, porque para muchos sería un alivio ser expulsados de aquí con deshonor, pero con vida. Como ya dijo el Procónsul: De aquí, o se sale legionario o se sale muerto.

Así pues, sólo quedan dos penas para vuestras faltas: La degradación para los oficiales, que serán despojados de cualquier autoridad si no cumplen a plena satisfacción mis órdenes… - esto lo dijo mirando directamente hacia las posiciones de Jaime Luccar y César Germánico de la VI: - y la pena de muerte, que será el empalamiento para el resto. ¿Ven la colina pelada frente al campamento? De ustedes depende que no se convierta en un bosque de brochetas humanas compuesta de vagos y perezosos agonizando durante días. Habrá pena de muerte para el que pierda su espada o cualquier otra arma de ataque o defensa, para el que se duerma en una guardia o abandone su puesto sin entregar las preceptivas tesseras, para los que desobedezcan o se insubordinen y, por supuesto, para los que promuevan un motín o cualquier tipo de traición.

En cuanto a los violadores de mujeres o niños… - Aquí Marcio sonrió de un modo aterrador que despertó alarmas en el corazón de sus oyentes: - Tenemos un pequeño espectáculo infernal especialmente preparado para ustedes, por todos los oficiales. ¿Me pregunto quiénes serán los primeros en sufrirlo? -

Los legionarios tragaron saliva. De algún modo sentían que era mejor tener bien controladas sus entrepiernas a partir de ese momento.

- Bueno, como ya les he dicho, no soy un orador. - Continuó Marcio: - Sólo un oficial de Itálica. He pasado toda mi vida recibiendo órdenes y obedeciendo, y viendo cómo mis órdenes han sido cumplidas por aquellos bajo mi mando. Así he sobrevivido a innumerables campañas. Sólo así se sobrevive. Aunque sólo sea eso, eso aprenderán. El Procónsul prefiere mil hombres que sepan obedecer antes que unos veinte mil indisciplinados. Ustedes verán dónde quieren estar: si en el campamento y vivir como legionarios o en la colina con una estaca ensartada en sus culos.

En una hora la VI sale de marcha conmigo. La V se quedará en el campamento y, al mando del Tribuno Druso y de Cayo Valerio, practicará el asalto de una plaza fuerte. El Procónsul quiere que resistan largas marchas, que maniobren bien en campo abierto y que estén preparados para un asedio.

Ahora desayunen y que los dioses los acompañen… porque los vais a necesitar. -

Bryan vio que Marcio descendía del pedestal y supo que ese oficial valía el precio que había pagado para tenerlo a su lado. No estaba seguro de si todos los hombres lo habían entendido, pero se sintió aliviado cuando lo vio pasando entre las filas de soldados que iban en busca de su rancho de gachas de trigo, leche y pan, los cuales se hacían a un lado con rapidez para dejarle paso.

Quizá, gracias a Marcio, aún se pueda recuperar a estos hombres, después de todo.

Y con este pensamiento optimista, Bryan dio media vuelta y regresó volando a toda velocidad para adelantarse a Silano e ir directamente hacia la fortaleza.

Hoplitas y guerreros de la Liga Etolia

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú. Hoy es miércoles 13 de septiembre del 2023 y los precios no dejan de subir en Perú, así que las donaciones son bienvenidas. ¡Muchísimo!

Bueno, en este capítulo tuvimos la primera presentación de Elene, originalmente llamada Hellen Tina. Pero “Tina” no es realmente un nombre o un apellido, sino un diminutivo. Como Timmy lo es de Timothy. Naturalmente eso tenía que cambiar y ya que estaba con ese humor decidí cambiar todo el nombre, y después también modificar al personaje. En lugar de hacerla una duquesa, como quería Ni Can Tian, decidí hacerla una soberna, la Arconte de una cuidad estado con su mismo nombre: Helena – Helénica.

La llama azul se me ocurrió al pensar en un soplete, la idea es que ella tiene poderes únicos que otros Archimagos de Fuego no tienen, pero no puede desbloquear todo su potencial todavía.

Para la infancia de Elena me inspiré sobre todo en la serie Yo Claudio, donde la hermana del mismo comienza a envenenar a su propia hija por estar enamorada de su prometido, del cual ya era amante. Y también mató al padre de esta.

Sobre la misterios entidad, que no es nada misteriosa si ya has leído el original, decidí que formase parte del vestido de la diosa para mantener los detalles sobre su fisionomía todavía en secreto.

Los Torques y Faleras de Cayo Valerio son condecoraciones que daban los romanos. Las falleras eran unos discos plateados que se colocaban en todo el peto de la armadura a menara de adorno, pero que también servían para brindar protección extra. Los Torques celtas, eran unos collares macizos de sección circular o poligonal con grandes remates de diversas formas, utilizados como adorno y símbolo de prestigio. Más adelante los romanos los usarían como prueba de sus victorias contra los bárbaros.

Durante la conversación con Bryan y sus oficiales improvisé bastante, salvo por la pena y el castigo que se les da a los violadores. Esta idea salió de una novela coreana llama de Dungeon´s Defense, que me gustó mucho en su momento.

La ultima conversación entre Druso y Bryan se basa en el mapa que hice n Inkarnate, espero que les haya gustado a todos.

Ahora bien, por los comentarios creo que muchos esperaban que el propio Bryan entrenase a los legionarios. Y quizá lo habría hecho así si el tiempo estuviese de su lado. Pero como Bryan mismo explicó, tienen muchos problemas y necesitan hacer bastante. Además, si bien Bryan se destacó en el entrenamiento junto con Druso, el Tribuno Marcio tiene una experiencia de muchos más años en el ejército, incluso más que Silano. Si yo estuviese en esa circunstancia y tuviese un experto cerca, le dejaría el trabajo al experto.

Pero hay que aclarar que esta primera parte es únicamente el entrenamiento inicial; hacer que las legiones vuelvan a su mejor estado físico. Falta el entrenamiento en el campo de batalla y ahí Bryan tendrá que lucirse con sus no muertos y sus estrategias.

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Cuál fue tu parte favorita? ¿Qué piensas de Elena? ¿Te gustaron los cambios que le hice? ¿Qué te pareció la parte de la conversación con Cayo Valerio? ¿Qué te pareció la discusión de los oficiales? ¿Te gustó la pena para los violadores? ¿Qué opinas del entorno? ¿Te gustó/sirvió el mapa? ¿Qué opinas de la decisión de dejar a Marcio como el encargado del entrenamiento?