338 La Lucha de los Exiliados

El equipo de los legionarios estaba en mal estado debido a la falta de materiales nuevos. Su condición física era deficiente a pesar del entrenamiento, ya que carecían de suficiente alimento. Los hoplitas, en comparación, tenían un equipamiento superior. Además, entre los campeones de los etolios se contaban dos Grandes Caballeros, sin mencionar la gran cantidad de Caballeros de la Tierra, especialmente entre las fuerzas de Micénica. En contraste, las Legiones V y VI no contaban con ningún batallón de Triarios, las fuerzas de élite que normalmente serían su carta de triunfo. La mayoría de los Triarios eran aristócratas, quienes optaron por quedarse combatiendo hasta el final durante el Desastre Militar y murieron en glorioso combate. Además, los pocos que sobrevivieron no fueron desterrados debido a la influencia de sus familias. El único aspecto positivo era que, al estar formadas por retazos de las otras seis legiones, las Legiones V y VI contaban con una gran cantidad de Caballeros Veteranos. Sin embargo, la disparidad de fuerzas entre ellos y los etolios parecía abrumadora. Podrían haberse escrito varios libros con las excusas por las cuales las Legiones malditas no debían enfrentarse a un ejército de la Liga Etolia, menos aún a tres de ellos al mismo tiempo.

Sin embargo, todos esos argumentos no valían nada ante la situación actual. Bryan los había puesto en una encrucijada en la que solo podían vencer o morir. Así que reprimieron el miedo, el horror e incluso el razonamiento, y se lanzaron hacia sus enemigos sin pensar en otra cosa que en matarlos para poder sobrevivir.

En retrospectiva, había buenos motivos para que el ataque de las legiones tuviera éxito: tenían el factor sorpresa, los enemigos estaban heridos y cansados, muchos de ellos habían soltado su lanza (que era su arma principal), y sus formaciones estaban desordenadas. Sin embargo, nada de eso habría servido si los itálicos hubieran mostrado alguna vacilación. "Vencer o morir", les había dicho su Procónsul. ¡La única salida del Campo de Sangre estaba detrás de los ejércitos etolios!

De modo que los legionarios cargaron. No había un orden particularmente complejo, pues los Manípulos ni siquiera habían intentado formar su Triple Línea para llevar a cabo la rotación de tropas. En su lugar, se extendieron lo máximo posible con la intención de abarcar la mayor cantidad de terreno y enemigos, conscientes de que solo tendrían una oportunidad.

Las primeras filas de legionarios gritaron mientras se abalanzaban contra los mercenarios y hoplitas, lanzando golpes devastadores con sus grandes escudos. Estos escudos tenían una forma rectangular, con bordes curvos que se estrechaban cerca de la base, casi envolviendo a su usuario y aumentando su protección. A diferencia del Hoplón, no eran tan resistentes ni estables, ya que no tenían una correa para sujetarlos al antebrazo debido a su forma cóncava. En su lugar, el legionario debía sostenerlo por un mango horizontal situado en el centro del escudo. Además, no contaban con las siete capas de metal defensivo. Sin embargo, todo esto tenía su razón de ser. Los escudos itálicos estaban construidos con madera contrachapada y revestidos con una capa exterior de cuero, lo que les daba una propiedad elástica que hacía que la mayoría de los golpes rebotaran. También tenían tiras de metal en los bordes, lo que hacía muy difícil que las armas cortantes los atravesaran y, a su vez, evitaban que la estructura de madera se astillara o se rompiera bajo el impacto.

En el centro del escudo se destacaba un umbo, una prominente pieza metálica que no solo reforzaba la estructura y ofrecía comodidad y protección al puño del portador, sino que también servía como arma ofensiva. Este umbo permitía al soldado embestir a sus adversarios en el combate cuerpo a cuerpo, desestabilizando sus filas y abriendo brechas en las líneas enemigas. Ciertamente el golpe no era tan fuerte como el del Hoplón, pero generaba la cantidad justa para desestabilizar al oponente.

Los legionarios lanzaron gritos desesperados mientras golpeaban con sus escudos, ejecutando un movimiento similar a un puñetazo pero con todo el cuerpo, utilizando la rodilla y el hombro para aumentar la fuerza y aplastar a sus enemigos, forzándolos a retroceder o tropezar. Estas eran precisamente las partes del cuerpo más reforzadas por el Aura de Batalla, por lo que el movimiento resultaba muy efectivo.

Entonces, entraba en acción el arma del legionario: una espada recta de aproximadamente 70 cm de longitud y unos 5 cm de ancho, diseñada para el combate cuerpo a cuerpo. La hoja de doble filo estaba afilada para cortar con eficacia, aunque su diseño se centraba en facilitar estocadas rápidas y precisas, convirtiéndola en un arma letal en espacios reducidos y en formaciones cerradas de combate. La punta de la hoja solía ser redondeada para permitir una mayor penetración sin atascarse en la armadura enemiga o causar heridas demasiado graves que pudieran incapacitar al oponente, lo que resultaba útil en combates prolongados.

El armamento de los legionarios

Los hoplitas que habían perdido sus lanzas también tenían una espada corta como arma secundaria, pero esta era mucho más pequeña que la de los itálicos y claramente era un último recurso. Los legionarios en cambio manejaban su espada con maestría, así que muy pronto estuvieron provocando heridas mortales en cualquier punto débil de la armadura hoplita que alcanzaban.

Los gritos de agonía resonaban por todas partes, pero los legionarios no tenían opción más que atacar. Empujados hacia adelante por sus propios compañeros que corrían detrás de ellos, estaban obligados a luchar. Si retrocedían, serían aplastados; si no atacaban, serían atravesados por las lanzas; si se quedaban quietos, morirían. Temblando de miedo, sudando profusamente y con los corazones palpitando con fuerza, se forzaron a sí mismos a seguir adelante. Ignoraron los escalofríos, las ganas de vomitar o incluso de defecarse encima. Suprimieron incluso el instinto de autoconservación y se lanzaron en ataques coordinados, donde tres legionarios se unían para abatir a algún hoplita especialmente poderoso. Anco Marcio lideró personalmente un grupo numeroso para mantener contenidos a los Grandes Caballeros, sacrificando vidas en el proceso, mientras que Druso luchaba sin descanso en el frente para animar a las legiones a avanzar.

 El combate se prolongó durante varios minutos en medio de un estado de caos y confusión inenarrables. La sangre, los alaridos de agonía y el choque metálico se fusionaron en una cacofonía de locura bélica. Los cuerpos caían, las espadas se hundían en carne y hueso, y el olor a muerte llenaba el aire. Los legionarios, envueltos en una mezcla de desesperación y furia, luchaban como bestias, cada uno decidido a sobrevivir en medio del caos de la batalla.

Bryan observaba todo lo que ocurría a través de sus Espectros Oscuros. Se sentía exhausto, pero incluso si estuviese en su mejor momento no se movería para ayudar a las legiones. Los miraba imperturbablemente mientras sus hombres luchaban por sobrevivir con uñas y dientes, mientras eran heridos e incluso muertos.

- Así es, avanzad. - Murmuró Bryan como si hablase consigo mismo: - Solo si sobreviven a esta batalla se convertirán en auténticos guerreros. -

Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de una mezcla de indiferencia y determinación, mientras seguía observando la carnicería desde la distancia.

Finalmente, algo comenzó a cambiar en los legionarios. Al ser llevados al límite, recordaron su adiestramiento militar: avanzar golpeando con el escudo, apuñalar sin detenerse en la primera oportunidad. Esto era lo que siempre hacían durante los entrenamientos, incluso antes de que Marcio trabajara para recuperarlos, en aquellos tiempos anteriores a su destierro. Poco a poco recordaron que el escudo podía proteger todo su cuerpo mientras permanecieran juntos y que la espada corta era perfecta para atacar sin arriesgarse demasiado. Se acercaron cada vez más al oponente, perdiendo el miedo a ser heridos.

Si los hoplitas hubieran estado en formación de falange, seguramente habrían prevalecido, pero ahora estaban confundidos y cansados. Además, se habían mezclado tanto que nadie entendía exactamente lo que estaba sucediendo, ya que el sonido de las trompetas no podía oírse por encima de aquel estruendo. De hecho, había lugares más alejados donde los helénicos e ilienses todavía luchaban contra los micénicos, sin darse cuenta de que una cuarta fuerza estaba entrando en la contienda.

Pero había otro aspecto importante a considerar: la psicología del guerrero. Los etolios preferían usar lanzas en combate, lo que significaba que buscaban mantener la mayor distancia posible con sus oponentes en el combate cuerpo a cuerpo. En cambio, los itálicos preferían las espadas cortas y un enfrentamiento cerrado que los obligaba a acercarse lo más posible a sus enemigos, casi hasta el punto de mirarlos a los ojos mientras los mataban. Este simple detalle hablaba mucho sobre las diferencias culturales entre ambos pueblos: los etolios veían la guerra como un sacrificio que conllevaba un gran honor, mientras que los itálicos eran conquistadores natos y buscaban el conflicto activamente. Eran agresivos por naturaleza, no solo por entrenamiento, sino por la cultura que los formaba desde niños. Incluso los plebeyos ayudaban a sus madres a matar los animales que comerían ese día, asistían a sacrificios públicos y disfrutaban de duelos a muerte en los anfiteatros.

Los legionarios comenzaron a escuchar la llamada de su sangre y se entregaron completamente al frenesí de la guerra. Ya no les importaba ahorrar su Aura de Batalla, sino que la consumían como si no hubiera un mañana, como si no les importara otra cosa que seguir acuchillando. Dar una estocada más se convirtió en su único deseo y su agresividad comenzó a afectar a los hoplitas, que se veían presionados para retroceder. Llegó un punto en el que la habilidad individual de los guerreros no importaba, ya que los etolios estaban tan apretados unos contra otros que las armas de sus compañeros los herían, y ni siquiera el Aura de Batalla podía protegerlos de la asfixia compresiva resultante de la acumulación de tantos cuerpos. El pánico y la desesperación comenzaron a ganarles.

El primero en darse cuenta fue Cayo Valerio, Primer Centurión de la V Legión, que luchaba valientemente en primera fila. Notó que sus oponentes dejaban de resistirse y, en cambio, retrocedían. Fue entonces cuando vio la mirada asustada bajo los cascos de los hoplitas y soltó un eufórico grito:

- ¡Nos tienen miedo! -

Sus palabras fueron seguidas por el rugido de los itálicos, que se lanzaron al ataque con la ferocidad de un depredador que ha encontrado una presa herida. Así fue como las Legiones V y VI despertaron por primera vez desde que comenzó su destierro.

Y recordaron que eran fuertes.

******

 Elena Teia estaba realmente furiosa y todos a su alrededor podían notarlo. Su expresión aparentaba tranquilidad, pero las antorchas encendidas usadas por los soldados para transmitir señales y que se encontraban cerca, estaban brillando de un modo incandescente, reflejando la cólera que apenas era capaz de contener. Además, bastaba ver la oscuridad en sus ojos para darse cuenta de que en cualquier momento podía explotar.

No era para menos, había estado a punto de conseguir con un solo golpe maestro que todos sus objetivos para aquella campaña militar se cumpliesen, pero de pronto aquellos zombis aparecieron y sumieron todo el campo de batalla en el más completo caos.

Un nutrido grupo de no muertos llegó hasta su puesto de mando, pero antes de que ninguno de los Hoplitas pudiese hacer algo, Elena chasqueó sus dedos y aparecieron varias lenguas de fuego que se deslizaron velozmente entre todos los helénicos, como auténticas serpientes, destruyendo a los Guerreros Zombis, pero sin hacer el más mínimo daño a sus propios aliados.

En cuanto aquel corto asalto terminó, Elena comenzó a escuchar rápidamente los informes que le enviaban de los comandantes para comprender mejor lo que ocurría y estaba considerando si debería llamar a su Batallón Mágico o si era mejor que ella misma interviniese, cuando se desató la Explosión de Cadáveres, y como resultado, las tropas aliadas y enemigas terminaron tan entremezcladas que parecía imposible atacar sin hacer daño a sus propios hombres. Los alquimistas que operaban los Fundíbulos tampoco podrían apuntar en esas condiciones, de hecho, dejaron de disparar incluso antes de que la propia Arconte les diese la señal.

Maldiciendo en voz alta, Elena se levantó de inmediato y utilizó magia de levitación para dirigirse al campo de batalla, buscando los puntos donde la Falange de Helénica estuviera más desordenada. Rápidamente empezó a lanzar una gran cantidad de conjuros pequeños pero precisos, que salieron disparados como una lluvia de bengalas contra los hoplitas de Micénica, alcanzándolos en el rostro y provocando quemaduras o cegándolos temporalmente por el resplandor. Naturalmente, al estar flotando en lo alto, la Archimaga era un blanco fácil para las ráfagas de energía enemigas, pero ninguna de ellas logró asestarle un golpe. Elena conjuraba ráfagas del hechizo Azote de Fuego, que funcionaba como un látigo de llamas. Estos conjuros se combinaban para formar una especie de jaula defensiva a su alrededor, la cual interceptaba cualquier ataque dirigido hacia ella.

De ese modo, Elena Teia logró que los grupos de helénicos más comprometidos retrocedieran unos metros. Luego, agitó su mano para crear barreras ardientes alrededor de ellos, permitiéndoles reorganizarse, recuperar sus armas y tomar conciencia de su entorno. Afortunadamente, tanto ella como sus poderes funcionaban como un faro alrededor del cual los helénicos podían refugiarse en medio de la nube de polvo y el caos reinante. Sin embargo, al concentrarse en esa sección, no se percató del ataque sorpresa de las Legiones V y VI hasta que fue demasiado tarde.

- ¿Itálicos? ¿Aquí? ¡¿Pero cómo?! - Exclamó Elena muy sorprendida, pero su mente inmediatamente comenzó a atar cabos sueltos y lanzó una exclamación furiosa mientras miraba hacia el Monte Ida: - ¡El nuevo Procónsul que enviaron a Valderán era un Necromante! ¡Entonces tiene que estar aquí! -

- ¡Elena! -

El vozarrón de un hombre la llamó desde el suelo, atrayendo la atención de la Archimaga. Cuando ella miró en esa dirección, vio que Patros estaba corriendo hacia ella, seguido por su hijo. En ese momento, ella supo que la situación era terrible, porque de otro modo él nunca la estaría llamando por su nombre. Sus palabras confirmaron que sus peores suposiciones eran correctas.

- ¡Tenemos que retirarnos ahora! - Exclamó Patros alarmado: - ¡Las filas se han roto por completo y es cuestión de tiempo para que seamos aniquilados! -

- ¡¿Retirarnos?! - Respondió Elena, mientras apretaba los dientes con furia: - ¡¿Quieres que mi primera batalla termine con una humillante derrota?! -

Nadie podría haber previsto que un ejército entero conseguiría llegar sin ser visto hasta el Monte Ida y justo a tiempo para emboscarlos. Pero eso no importaba para los ciudadanos de Helénica, que no tenían una idea de lo que era la política o la estrategia militar. Lo único que el pueblo vería era que en la primera gran campaña emprendida por su nueva Arconte había una gran marca de derrota y eso sería muy peligroso para su reputación.

- ¡El pánico se está extendiendo demasiado y ya no puede detenerse! ¡Muy pronto quedaremos atrapados! ¡Tenemos que irnos ahora! - Explicó Patros a toda prisa.

- ¡Pero…! -

- ¡Si no nos vamos, perderás a todo tu ejército! - La interrumpió el viejo general.

Elena temblaba de furia, pero de algún modo consiguió calmarse. Sabía que Patros tenía razón porque él siempre la tenía cuando se trataba de asuntos militares. El viejo comandante tenía demasiados años de experiencia, así que seguramente era cierto que aquella era ya una situación que no podía revertir.

- Toma el comando de todo el ejército. - Ordenó finalmente Elena con dificultad, mientras su cuerpo temblaba por la indignación: - ¡Ordena la retirada general! -

- ¿Qué piensa hacer usted, Arconte? - Preguntó Patros, quien se sentía aliviado por la decisión de su señora, lo suficiente como para volver a hablarle con normalidad, pero la respuesta que recibió volvió a encender todas las alarmas en su corazón.

- ¡Venganza! - Respondió Elena con una expresión furiosa, pero no miraba al viejo general, sino directamente hacia el Monte Ida.

Las mujeres magas tenían una ventaja natural cuando se trataba de ejecutar varios conjuros complejos simultáneamente, aunque su potencia de fuego generalmente era inferior a la de los hombres con magias más poderosas, y su tiempo para ejecutar la magia era ligeramente menor. Además, esta capacidad dependía mucho de su familiaridad con los conjuros; cuando intentaban utilizar magias poco practicadas en medio de un combate, los procesos a menudo fracasaban.

Sin embargo, Elena Teia era una genio que había alcanzado el rango de Archimaga antes de los diecisiete años. Incluso mientras tomaba decisiones en el campo de batalla, una parte de su mente seguía analizando el ataque de los Guerreros Zombis. Desde el principio, Elena había notado que un extraño hechizo afectaba a esas criaturas, mejorando su coordinación de manera impresionante y sus sospechas quedaron confirmadas al ver cómo incluso evitaban hábilmente el sitio donde Atreo e Ilo luchaban.

Pero justo antes de la Explosión de Cadáveres, aquel hechizo se retiró de las criaturas, como las aguas de una ola que retroceden hacia el mar. De manera que Elena trató de estimar la posición del necromante siguiendo el flujo que la Sincronización Paranormal había dejado. Normalmente, esta habilidad era mejor para los Magos Espaciales, e incluso a los más talentosos les resultaría algo difícil. No obstante, Elena tenía una característica muy particular: Ella era muy buena en ejecutar múltiples procesos mentales bajo presión. Así que rápidamente hizo unos leves ajustes para maximizar su capacidad de sentir los cambios en la energía, filtrando todo lo relacionado con el Aura de Batalla con una precisión que asombraría incluso a otros genios como Emily o la propia Dean Emma.

Y sus cálculos se terminaron justo en el momento en que Patros le terminaba de hablar.

- ¡Te encontré! - Rugió Elena con una mirada llena de odio, extendiendo inmediatamente una mano para iniciar una serie de poderosos conjuros que se concentraban girando en una espiral para formar un orbe de fuego, cuya intensidad aumentaba constantemente al fortalecerse entre sí. Al mismo tiempo, unas llamas similares a alas aparecieron en su espalda.

¡Elena estaba furiosa!

- ¡Elena, espera! - Gritó Patros desesperado.

- ¡Arconte! - Exclamó también un asustado Aphros.

Pero antes de que ninguno de ellos pudiera hacer algo más, se escuchó un estallido potente y Elena salió volando a alta velocidad, abandonando el campo de batalla como una centella.

- ¡Maldita sea! - Vociferó Patros con frustración. No le gustaba que su señora se hubiese marchado sola a quién sabe dónde, sin ninguna escolta, y quería seguirla de inmediato. Pero estaba demasiado agotado y tenía el deber de organizar la retirada, lo que no sería fácil con las tropas en pleno estado de confusión.

Se volvió hacia los hombres que lo habían estado escoltándolo y les preguntó: - ¿Vieron hacia dónde se fue? -

- ¡Sí, mi comandante! - Respondieron al unísono.

- ¡Pues síganla! -

Los hoplitas asintieron y se fueron corriendo a toda prisa.

- ¡Déjame ir con ellos, Padre! - Pidió Aphros repentinamente.

Patros miró a su hijo. Sabía que era un joven valiente y leal, pero también un poco ingenuo. Además, lo conocía demasiado bien como para no percibir en sus ojos la semilla de un enamoramiento apasionado que recién estaba brotando en una dirección equivocada. No era para menos, pues Elena Teia era demasiado hermosa y poderosa, y en todos los sentidos resultaba atractiva. No podía culpar a Aphros por quedar cautivado.

Pero Patros no quería que su hijo se hiciese ilusiones imposibles. El anciano la conocía mejor que nadie, pues prácticamente la había criado, y sabía que Elena era simplemente demasiada mujer para alguien tan inmaduro como Aphros, incluso si tuviese el linaje necesario para aspirar a ser su consorte, cosa que no tenía. Tampoco tenía la capacidad de cautivar su corazón.

Así que le respondió de modo tajante.

- ¡No seas ridículo! Te necesito aquí para ayudarme a reorganizarnos y evacuar. ¡Vete ahora mismo al flanco derecho y comunica mis órdenes a los comandantes de unidad para que se batan en retirada lo mejor que puedan hacia el campamento! Luego regresa aquí y espera a que te dé nuevas instrucciones. - Se acercó entonces para susurrarle: - Escucha mi consejo, hijo. Nunca podrás ser otra cosa que mi futuro reemplazo en la mente de la Arconte Teia. Ya no eres un mocoso y es mejor que tengas los pies sobre la tierra. En nuestra familia hemos pasado de ser simples guardaespaldas a formar parte de la cúpula de poder en la Ciudad de Helénica en tan solo una generación y todo esto ha sido gracias a la merced de nuestra Arconte Elena Teia. ¡Pero aspirar a más que eso sería muy descarado y, sobre todo, bastante estúpido! -

Aphros miró un momento hacia el suelo, avergonzado, pero luego asintió y partió a cumplir las órdenes de su padre. Sin embargo, cuando terminó de dar las instrucciones a los comandantes del flanco, decidió no regresar y en su lugar se dirigió hacia el Monte Ida con una mirada llena de determinación. 

******

Atreo Mikel soltó un rugido mientras blandía su lanza, partiendo a un legionario en dos. Pero de inmediato, cuatro más avanzaron contra él, lanzándose agresivamente con espada en mano, a pesar de saber que era inútil. El Gran Caballero apuñaló varias veces, y sus atacantes tuvieron que retroceder, algunos muertos y otros gravemente heridos.

- ¡Testudo! - Gritó una voz.

Se escuchó el sonido de varios pasos de hombres que se agrupaban para formar. Y antes incluso de que los legionarios heridos cayeran, Atreo vio una enorme masa móvil avanzando con determinación metódica. Los hombres que la conformaban estaban dispuestos en una formación compacta, con escudos superpuestos y lanzas apuntando hacia adelante, listos para defenderse de cualquier embate.

- ¡Maldita sea! - Exclamó Atreo frustrado mientras blandía su lanza horizontalmente contra el Testudo de los legionarios, obligándolos a retroceder, pero aún así casi sufrió el golpe de algunas espadas. Lo peor de todo era que aquellos hombres no estaban muertos, aunque la superficie de sus escudos estaba dañada.

Atreo escupió en el suelo. El color del Aura de Batalla delataba que aquellos hombres eran como máximo Caballeros Veteranos. ¡Era intolerable! Si estuviera en su mejor momento, los habría matado a todos fácilmente, pero las heridas acumuladas por la Explosión de Cadáveres, su duelo con Ilo Tros, el sacrificio de los Caballos Aquilares e incluso su primer enfrentamiento con el viejo Patros le estaban pasando factura.

También estaba el problema del oficial que los comandaba. Atreo había escuchado a los legionarios llamarlo Tribuno Marcio, y realmente estaba haciendo sufrir al Gran Caballero. Aquel hombre se apresuró a dividir en pequeños grupos a la centuria que lo seguía, haciéndolos turnarse para atacar, y los instruyó hábilmente para maximizar la eficiencia de sus embates. Gracias a eso, Atreo no pudo desatar la carnicería habitual sobre sus enemigos, y el número de muertos se estaba minimizando.

- ¡Siguiente grupo! - Gritó el Tribuno.

- ¡Mierda! -

Atreo maldijo nuevamente y se preparó para defenderse, pero por dentro sentía una creciente sensación de pánico. Esto no se debía tanto a su situación actual como a su instinto de batalla, que siempre había sido muy agudo y que ahora le indicaba que estaba en grave peligro. En poco tiempo, se dio cuenta del motivo. No le tomó mucho tiempo, pues era un comandante excelente, capaz de luchar mientras visualizaba en su mente un hipotético escenario del combate, basado en la información que tenía.

Los legionarios mostraban un brío inesperado, pero no eran tan poderosos. Aunque era molesto, Atreo estaba seguro de que podía seguir luchando contra ellos durante todo el día, hasta la noche, y aún así sobreviviría. De hecho, considerando que el ejército de Micénica estaba compuesto por tres mil Caballeros de la Tierra, eventualmente vencerían a los itálicos, incluso después de aquella maldita explosión. Sobre todo, cuando el impacto de este sorpresivo ataque terminara, y los ilienses y los helénicos entendieran quiénes los atacaban. A pesar de todos sus conflictos internos, las tres ciudades eran miembros fundadores de la Liga Etolia, creada específicamente para defender sus territorios de las invasiones extranjeras, especialmente las del Imperio Itálico. Entonces, todos juntos dejarían sus rencillas por el momento y lucharían contra los legionarios.

Al final ganarían, sí. El problema era ¿a qué costo?

En esta guerra, Micénica había desplegado casi la mitad de sus hoplitas de élite, y cada uno de ellos representaba un activo militar invaluable, dado el arduo entrenamiento que requerían. Perder a uno solo de estos hombres era doloroso, pero la victoria justificaba el sacrificio.

Sin embargo, ahora enfrentaban el embate de las Legiones Malditas, los parias desterrados que ni siquiera eran bienvenidos en su propio Imperio. En ese momento, Atreo los odiaba con toda su alma, pero su mente táctica estaba calculando. Las falanges de todas las ciudades estaban rotas, los hombres confundidos, cansados y, sobre todo, asustados. Él mismo tenía miedo. Podía pasar mucho tiempo antes de que recuperaran la ventaja y, mientras tanto, sus hombres morían aplastados o asfixiados por la presión de la batalla.

Ya sería inaceptable perder a cien Caballeros de la Tierra, ¿pero qué ocurriría si fueran miles? El poder de Micénica estaba cimentado en el terror que infundía su Falange de Hoplitas, pero si perdían a demasiados hombres aquí, solo les quedaría su segundo ejército. ¿Cuántas generaciones tendrían que pasar para que recuperasen su poder? De los miles de niños que iniciaban el entrenamiento, solo sobrevivía una ínfima cantidad debido a la rigurosa preparación, los accidentes y las enfermedades que siempre acechaban. ¿Y cuán difícil sería mantener sometidas a sus ciudades vasallas y esclavizadas cuando se difundiera la noticia de que su poder militar se había reducido?

Detrás de la segunda ronda de legionarios que se aproximaban, Atreo vio los ojos del oficial que los comandaba, el Tribuno Marcio. Sus ojos estaban fijos y completamente concentrados en cada uno de los movimientos del gobernante de Micénica. Era evidente que era un hombre experimentado comandando a sus soldados. Pero además, Atreo detectó algo más. Aunque no estaba sonriendo, había un brillo de burla en su mirada que le reveló que también sabía lo mismo que él: lo único que podría obtener, incluso si sacrificaba todo, sería una victoria pírrica.

"Eres tú el que debe dar el siguiente paso." Parecía decirle silenciosamente.

Tribuno Anco Marcio

- ¡Maldición! - Gruñó Atreo entre dientes y sus ojos centellearon con odio e ira. Finalmente, soltó un fuerte suspiro, como si las palabras que estaba a punto de decirle le quemaran los pulmones. Escupió las palabras con una furia apenas contenida, su voz llena de frustración y rabia asesina.

- ¡Retirada! -

******

Sentado en su puesto, Bryan observaba toda la batalla a través de sus Espectros Oscuros, mientras luchaba por recuperar la mayor cantidad de Fuerza Mental posible. Frunció el ceño al notar algo inusual: los hoplitas micénicos estaban transmitiendo alguna señal, pero en lugar de utilizar trompetas de guerra, habían sacado unos extraños silbatos. Debía tratarse de algún código secreto exclusivo para los micénicos de pura sangre, ya que eran los únicos que los tenían. Al principio, solo unos pocos lo usaron en el flanco derecho, pero tan pronto como el resto lo escuchó, sacaron sus propios silbatos y emitieron una tonada corta pero audible. Bryan intentaba entender lo que significaba, pero lo comprendió todo cuando vio que repentinamente todos los micénicos soltaban sus pesados escudos, símbolos de su orgullo como hoplitas, para luego encender al máximo su Aura de Batalla y correr a toda prisa en dirección Este. Aplastaban a sus propios aliados para abrirse paso y daban grandes saltos de varios metros de altura para pasar por encima de las filas.

- Están huyendo. - Murmuró Bryan con incredulidad: - ¡Están abandonando a sus mercenarios e incluso a sus ciudades aliadas! - Su gesto se llenó de furia: - Esos miserables no tienen problemas en sacrificar a otros para ganar, pero cuando la situación se vuelve crítica son los primeros en huir con la cola entre las piernas. ¡Cobardes! -

Sin embargo, al reflexionar un poco más, Bryan comprendió que el comportamiento de los micénicos tenía cierto sentido dentro de su propia lógica. Más allá del objetivo táctico de salvar a sus soldados de élite, en los mitos etolios que se asemejaban a los de los itálicos, podía entenderlos un poco. En muchas de estas historias se narraba acerca de reyes que recibían una profecía en la que se les revelaba que en el futuro estaban destinados a morir a manos de uno de sus hijos, nietos o sobrinos (casi siempre hijos de una deidad), siendo estos recién nacidos en ese momento. El rey desesperado siempre intentaba matarlos, pero temía desatar la furia de los dioses por asesinar a un bebé, así que optaban por arrojarlos al mar, un volcán o abandonarlos en un bosque para que las fieras salvajes los mataran. La lógica de estos reyes era siempre la misma: Técnicamente no era un asesinato, porque quien mataría a los niños sería el mar, el fuego o los animales; además, siempre existía la posibilidad de que alguien los salvara.

Y en las historias, siempre había alguien que los salvaba.

Pero la importancia que daban a los tecnicismos era muy significativa en la cultura de los etolios y también de los itálicos. Aunque con buenas intenciones, el mismo Bryan había realizado muchas acciones ilegales desde que se convirtió en Procónsul, confiando en que “técnicamente no se lo habían prohibido”. De modo que Atreo bien podría jurar que no había sido derrotado, porque formalmente la guerra que estaba peleando era una contra Helénica e Ilión; así que la intervención de los itálicos podía ser considerada como algo fuera de su responsabilidad y podían justificar esa decisión como una muestra de prudencia. Además, sus aliados todavía no habían entrado completamente en pánico, seguían siendo más de diez mil, así que en teoría existía la posibilidad de que consiguieran vencer en esa batalla. Así que, nuevamente técnicamente, no los estaban abandonando a su suerte.

Naturalmente, los micénicos odiaban las “retiradas tácticas” aún más que los itálicos, así que de todos modos sería un golpe muy duro de asimilar. Abandonar a sus aliados seguía siendo un gesto digno del peor de los bastardos, y la reputación de los líderes de la Liga Etolia sufriría un terrible golpe. Pero era preferible a arriesgarse a perder a tres mil de los siete mil hoplitas de élite que Micénica poseía en total.

- Es cruel y despiadado, pero al final Atreo está tomando la elección correcta. Es un gobernante tan temible como todos los informes del Manto Oscuro decían. Creo que ahora estoy seguro de quién será mi más formidable enemigo en esta guerra. - Comentó Bryan para sí mismo, sin mirar a nadie en particular. Pero repentinamente su mirada se ensombreció y se levantó rápidamente mientras exclamaba: - ¡Creo que hable demasiado pronto! -

Rápidamente utilizó lo que le quedaba de Fuerza Mental para conjurar Control Paranormal. Con los brazos fantasmales, arrojó lejos a su guardia de Lictores y saltó justo antes de que una bola de fuego destruyera la roca en la que estaba sentado con una terrible explosión.

- Muy bien, reconozco que sabes hacer una entrada. - Murmuró Bryan mientras se sacudía las llamas que se habían prendido de sus ropas y de las telas que cubrían su Báculo Necromántico.

Flotando a unos metros por encima suyo, mirándolo con unos ojos fríos que reflejaban el más profundo de los desprecios, se encontraba Elena Teia envuelta en llamas, como si fuera la mismísima diosa del fuego. En una de sus manos se encontraba un conjuro ya preparado, lleno de llamas que se hacían más letales con cada segundo.

- ¿Tienes unas últimas palabras, maldito necromante? - Le dijo como si estuviera hablando con un fantasma.

- De hecho, lo tengo… - Respondió Bryan con un tono desafiante: - ¡Adiós! -

Y tras decir eso, dio media vuelta y comenzó a correr a toda velocidad.

- ¡¿Crees que puedes arruinar mis planes de este modo y luego simplemente escapar con vida?! - Chilló Elena, su expresión de furia, la cual de algún modo no reducía en nada su belleza.

- - Le contestó descaradamente Bryan por encima del hombro, sin mirarla y sin dejar de correr, como si le hubiesen preguntado la hora del día.

Casi se pudo escuchar cómo la compostura de Elena Teia se rompía en ese momento.

- ¡Voy a hacer que mueras gritando! - Rugió la hermosa Archimaga, y se preparó para desatar el infierno.

Elena lista para la batalla

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú, donde el clima se vuelve cada vez más frío. Es 24 de abril del 2024.

Como tengo prisa y me siento mal, este no será un comentario muy largo. Fui al doctor y me recetó unos medicamentos caros, pero ninguno ha funcionado y como comprenderán estoy muy molesto por eso. Además, tuve que prestar mi máquina, porque es la única computadora de la casa, por lo que no pude escribir con el ritmo que hubiese querido. Espero haber conseguido darles un buen capítulo.

Quiero aprovechar para avisar que este lunes 29 es mi cumpleaños, así que me voy a tomar un día libre y no publicaré ningún capítulo el Miércoles 01. Espero que me perdonen este descanso, pero me permitirá recuperar fuerzas y quizá escribir una mejor batalla.

Bueno, este capítulo comenzó principalmente con el despertar de las legiones itálicas, basadas en las auténticas legiones romanas. Si bien describo mucho del armamento, también hago énfasis en la psicología de los itálicos en comparación con la de los etolios, inspirado en la verdadera mentalidad de griegos y romanos. Hay muchos historiadores militares que han tratado de reconstruir las batallas de la antigüedad y hacen énfasis en que es importante tener en cuenta el papel del gladio, una hoja corta que obliga al guerrero a acercarse hasta el punto de poder ver a los ojos de la víctima. De hecho, hay cronistas griegos que describen cómo los hoplitas se horrorizaban al ver las heridas que las espadas romanas provocan en sus víctimas, ya que estos entraban en una especie de frenesí asesino que los hacía apuñalar todo lo que tenían delante.

Y todo esto me hace pensar: ¿Cuál sería la mentalidad de los guerreros de América Prehispánica? Ellos usaban garrotes para literalmente reventar cráneos de sus enemigos. ¿Qué tipo de mentalidad tiene una persona que es capaz de hacer esto?

La escena de Atreo decidiendo retirarse ayuda a comprender un aspecto crucial: la guerra no se trata solo de matar al enemigo, sino de desanimarlo para que ya no quiera pelear. Aunque podría haber ganado, el costo de esa victoria simplemente no valdría la pena, e incluso el temible Atreo comprende esta verdad. Espero que les haya gustado. No describí exactamente cómo Marcio lo enfrenta porque pensé que sería mejor dejar eso a la imaginación en su mayoría. Me parece que fue lo mejor, ya que debo mantener el equilibrio de poderes y no dar la impresión de que un Gran Caballero es un enemigo fácil de vencer. De hecho, en su mejor momento, Atreo podría enfrentar a Egon y quizá derrotarlo si una montura entrara en la ecuación.

No es común que los Archimagos sean tan rápidos volando, pero explicaré en futuros capítulos cómo Elena logró moverse con tanta rapidez. Respecto al enamoramiento de Aphros hacia ella, no se ha profundizado mucho porque no se trata de amor, sino simplemente de un enamoramiento. Quizás debería haberlo hecho un poco más evidente, pero pensé que esos hombres estoicos no mostrarían demasiado sus sentimientos, y hacer que se avergonzara estaría un poco fuera de lugar. En cambio, su padre sí puede percibirlo hasta cierto punto, aunque no lo suficiente, ya que el joven acaba de desobedecer órdenes literalmente.

Bueno, la escena final de Bryan y sus reflexiones están basadas en la mitología griega y romana, especialmente en mitos muy famosos como los de Belerofonte, Perseo y, por supuesto, Rómulo y Remo. El encuentro entre Elena y Bryan está inspirado en innumerables escenas de anime, así que seguramente pueden imaginar fácilmente sus expresiones. Quise darle a Elena una mirada de ojos llenos de desprecio, pero la prisa no me lo permitió. Tal vez si hubiera tenido más tiempo, podría haber hecho algo mejor, pero siempre espero a terminar el capítulo antes de hacer las imágenes y no quería que esperaran demasiado. Espero que les haya gustado.

La parte final, en la que Bryan responde "Sí" cuando Elena le pregunta si cree que puede irse así como así después de arruinar toda su estrategia, está inspirada en una genial escena de Heath Ledger como el Joker, cuando un mafioso lo amenaza y él retrocede lentamente, aprovechando que tiene unas granadas.

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Qué te pareció el enfrentamiento de los legionarios? ¿Qué aspectos del capítulo te resultaron más emocionantes o impactantes? ¿Qué te parecieron las descripciones de su armamento? ¿Te parece interesante la diferencia psicológica de los guerreros en función del tipo de arma que usan? ¿Te gustó como fue cambiando la actitud de las Legiones Malditas durante la batalla? ¿Qué opinas de la forma en que Bryan observa impertérrito mientras las legiones luchan y sus reflexiones? ¿Qué te pareció el papel de la magia en la batalla, especialmente con el uso de conjuros por parte de Elena Teia? ¿Te gustó la forma en que Elena Teia finalmente accede a retirarse y las reacciones de Patros al verla irse a buscar venganza? ¿Crees que la forma de pensar de Atreo fue la correcta? ¿Qué opinas sobre la inclusión de detalles culturales y políticos, como las diferencias entre los pueblos itálicos y helénicos, en la trama del capítulo? ¿Qué te pareció la estrategia de los hoplitas micénicos de utilizar los silbatos en la batalla? ¿Qué te pareció la reflexión de Bryan sobre la moralidad de las acciones en la guerra, basándose en los tecnicismos y las justificaciones? ¿Qué emociones te despertó el enfrentamiento entre Bryan y Elena Teia? ¿Te gustó la forma en que Bryan respondió a la amenaza de Elena?

Si disfrutaste este capítulo, te invito a apoyarme para poder tener un bonito cumpleaños junto a mi familia. Puedes encontrarme en Patreon, YAPE y cuenta BCP. Además, agradeceré cualquier corrección que consideres necesaria, ya sea ortográfica o relacionada con la trama. Compartir esta historia con tus amigos también sería de gran ayuda.

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!