293 Fuego y Pasión Abrasadores (+18)

Este capítulo tiene contenido de naturaleza erótica que puede no ser del agrado de todos los lectores. Se recomienda discreción.

Bryan avanzó lo más rápido que pudo, agradeciendo en su camino con un gesto o una inclinación a aquellos que lo saludaban por su victoria sobre Vlad Cerrón e intentando aparentar que se encontraba bien. Pero su visión se estaba volviendo borrosa y cada segundo se incrementaban los temblores de sus articulaciones. De modo que, cuando llegó a donde Chéster lo esperaba con el coche, prácticamente saltó al interior del carro y gritó: - ¡A la Academia Babilonia! ¡Por la parte de atrás! ¡Rápido! -

El ladrón notó una anomalía en el tono de voz de su amo y entendió que algo malo le sucedía. De modo que inmediatamente fustigó a los animales y en muy poco tiempo se desplazaron por las calles de Itálica con toda la velocidad que podían.

Dentro del carro, Bryan estaba sintiéndose terrible. Cuando se enfrentó con el Ifrit tuvo que consumir Esencia de Sangre, pero en ese momento no sufrió una reacción tan adversa. Sin embargo, esta vez utilizó cinco gotas en total. Y en cada ocasión su cuerpo multiplicó el poder que corría por sus venas de un modo superlativo.

Era evidente que esta vez habría consecuencias.

Para empeorar las cosas, la Esencia Mágica que aún conservaba era muy escasa y el Infante Sanguinario no podía reponerla sin consumir los fluidos vitales de Bryan. Pero este ya había perdido mucha sangre en el combate y su cuerpo estaba al límite. De hecho, su piel se estaba poniendo anormalmente pálida, como si sufriese un caso severo de anemia. Le dolía el estómago, el corazón y los pulmones. Sus ojos cada vez distinguían menos detalles.

Sentía que se estaba muriendo.

- Quizá esta vez no la cuente. - Murmuró Bryan, aunque después sonrió: - El niño me advirtió que tendría que arriesgar mi vida… ¡Pero valió cada maldito segundo! -

Finalmente, después de una hora y media aguantando un galope vertiginoso, el carruaje comenzó a reducir la velocidad hasta detenerse por completo.

- ¡Hemos llegado, amo Bryan! - Dijo Chéster abriendo la puertezuela: - Creo que nadie nos ha… ¡Por el trueno! ¡¿Se encuentra bien?! ¡Está tan pálido como un muerto! -

- Estoy bien. - Mintió Bryan y le extendió la mano porque se sentía débil: - Ayúdame a bajar y vuelve con Emily. -

- Amo, no quiero ser insolente. Pero debería ver a un Sanador. - Sugirió Chéster asustado.

- Confía en mí, Chéster. - Respondió Bryan negando con la cabeza: - Si digo que estoy bien es porque lo estoy. O por lo menos lo estaré. - entonces pasó el brazo por encima de los hombros del ladrón para apoyarse: - Ahora no puedo ver bien, así que necesito que me guíes hasta la puerta de servicio sin que nadie te vea. Una vez que la atravesemos verás un sendero. Y a la izquierda hay un pequeño bosque, en donde debes dejarme. Dile a Emily que seguiré con el plan. -

- Amo Bryan… -

- ¡Se paciente y obedece! - Ordenó Bryan.

Chéster tragó saliva, pero obedeció y lo guio hábilmente. De modo que llegaron sin ser vistos al bosque con el arroyo donde una vez estuvo con Phoebe. Para ese momento Bryan no podía dar tres pasos sin tropezar y sus ojos apenas reconocían figuras oscuras y borrosas.

- ¿Estamos en el Bosque? -

- Si Amo. -

- Muy bien, entonces puedes irte. - Le ordenó Bryan: - No te olvides de darle mi mensaje a Emily… ¡Pero no le digas en qué estado me has dejado! Solo se preocuparía inútilmente. -

- Entendido, Amo Bryan. -

- Y por los divinos, Chéster ¿Podrías sonreír un poco? Incluso estando ciego puedo darme cuenta de la cara larga que estás poniendo. - Dijo Bryan medio en broma y sonriendo con esfuerzo: - Nos reuniremos pronto. Te lo prometo. -

- Entendido, mi señor. - Dijo Chéster haciendo una reverencia: - Entonces me retiro. -

En cuanto se supo solo, Bryan se arrodilló y vomitó un chorro de sangre coagulada que desde hacía mucho tenía atracada en su garganta. Luego se concentró y consiguió conjurar al Pequeño Esqueleto y los dos Zombis Elementales.

- ¡Llévame a la Matriz! ¿Sabes de cuál hablo? - Preguntó Bryan a su criatura.

El Pequeño Esqueleto asintió y rápidamente hizo un gesto a los Zombis Elementales. El de madera consumió un par de árboles cercanos para aumentar de tamaño y cargar a Bryan, mientras que el de Tierra conjuró una nube de polvo para ocultarlos de la vista. Entonces el grupo comenzó a moverse liderado por el Pequeño Esqueleto, quién los guio hacia el hipogeo incompleto, la tumba vacía donde había escondido su Matriz de Transporte Portátil. Durante el recorrido, Bryan perdió el conocimiento varias veces, pero lo recuperó justo a tiempo para tocar las varillas de plata y activar la magia que los dejó en el Cementerio de la Muerte.

*****

Al mismo tiempo el Senado se había reunido en el gran salón dorado conocido como Aula Regia, la más formal de todas las habitaciones del palacio imperial, el mismísimo centro de poder del Imperio Itálico, pues era el único lugar donde conferían al mismo tiempo Senadores, Legados y Ministros de Estado.

Por supuesto se destacaba el inmenso trono de oro, mármol y bronce, cuyas decoraciones llegaban hasta el techo, el cual también estaba cubierto de relieves hermosísimos y pinturas al fresco de las escenas mitológicas en las que Ascanio Ítalo era el protagonista junto con los Quintos, los cinco fundadores de Itálica, que eran también las familias originales de las cuales descendía la nobleza de mayor alcurnia, como la Familia Cornelia, la Familia Asturias, la Familia Claudia, la Familia Máxima y (naturalmente) la Familia Augusta entre otras. Todos ellos podían rastrear su linaje familiar hasta los tiempos de los orígenes y es por eso que se les denominaban Patricios o “Padres de la Patria”.

Había otras familias aristócratas como los Terencio, los Régulo o los Crispino, que llegaron un poco después por diversos motivos, como las alianzas políticas matrimoniales con otras naciones. También eran considerados de la Alta Aristocracia, pero no llegaban al punto de ser Patricios, pues no participaron en la fundación de la ciudad.

Luego estaba la Mediana Nobleza, compuesta por caciques o líderes de familias que emigraron al Imperio Itálico mucho después o eran reyes de pueblos que terminaron siendo sometidos. Con el pasar de los años, estos personajes irían acumulando méritos en el ejército y finalmente llegaron a ocupar los altos puestos para después engrosar las filas del senado. Tal era el caso de apellidos como los Ascher, los Addison o los Égadas, de ahí que estos sonaran tan diferentes de los demás.

Finalmente estaba la Baja Nobleza u “Hombres Nuevos”. Eran personas que habían obtenido fama muy recientemente y no tenían bisabuelos de los que pudieran presumir. Pero por méritos, matrimonios, adopciones y alianzas políticas podían llegar a acceder a los altos cargos si de mostraban tener las habilidades necesarias. No era raro que emparentaran con la Media Nobleza e incluso a veces con la Alta, si tenían mucha suerte. Pero casarse con un Patricio estaba fuera de cuestión.

Naturalmente existía un complejo entramado de grises y secciones intermedias en la maraña que era la Jerarquía Aristocrática de Itálica. Nada de esto estaba escrito en piedra. Con el tiempo algunos de esos apellidos se extinguieron por diversos motivos. Hubo casos de Familias Patricias que empobrecieron y no les quedó más remedio que casarse con gente de menor categoría o tuvieron que adoptar a plebeyos ricos para no desaparecer. E incluso ocurrió la extraña anomalía de que una familia patricia, la cual estaba a punto de extinguirse, consiguió resurgir de repente por un único individuo talentoso, como fue el caso de la familia Constantina.

Sin embargo, la norma general era que la Antigüedad de la Familia era lo que decidía cuán importante era. Para decirlo de un modo muy simple: La Nobleza de cinco siglos vale más que Nobleza de veinte años.

El Senado estaba compuesto de un representante de Familias Aristócratas hasta la Media Aristocracia. La Baja Aristocracia no era bienvenida y para dejar oír su voz en la política tenía que depender forzosamente de otros con mayor rango. Y todos a su vez orbitaban alrededor del centro que eran los Patricios. Aun así, había más de trescientos senadores, así que el Aula Regia tenía que ser la inmensa sala que era, con el fin de acomodarlos a todos.

Aula Regia

Repentinamente un oficial se paró frente al trono y gritó con voz viva.

- ¡Que todos saluden a su Majestad Imperial, el Emperador Juliano Augusto Máximo! ¡Descendiente directo del divino Paulo Augusto el Conquistador y glorioso soberano de Itálica! ¡De rodillas ante su presencia! -

Inmediatamente todos los presentes se alinearon en frente del trono y pusieron la rodilla izquierda en el suelo, mientras bajaban sus cabezas con un gesto de respeto. Se abrió una puerta y el Emperador ingresó junto con una corte de asistentes que también se arrodillaron en frente del trono. Todos permanecieron de este modo hasta que el anciano Juliano se sentó y solo entonces se levantaron.

- Su Majestad, la Corte Imperial y el Senado se encuentran ante su presencia. -

- Bien hecho, Mariscal. - Respondió Juliano haciéndole un gesto para que el oficial se retirase y luego miró a todos sonriendo: - Quiero empezar esta sesión extraordinaria haciendo mención especial para los miembros del Manto Oscuro. Todos conocen, sin conocer realmente, a nuestros guardianes silenciosos. Aquellos que todos los días arriesgan sus vidas para protegernos de las amenazas que reptan en la oscuridad de las intrigas, la traición y el secreto. ¡¿Cuántos de ellos han dado la vida por Itálica sin que Itálica lo supiese?! ¡¿Cuántos de ellos serían héroes para la posteridad si sus archivos no estuviesen sellados?!

Ni siquiera la expresión más visible y evidente de esta orden protectora está libre de enormes sacrificios. Hay tres Grandes Maestres cuyos nombres conocemos, pero para asumir su cargo deben renunciar a sus apellidos, privando completamente a sus familias originales o incluso a sus descendientes de toda la gloria que sus méritos deberían brindarles. ¡Todo esto únicamente para que no caigan en la tentación de unirse a cualquiera de las facciones políticas existentes! -

El emperador hizo una pausa. Le dolía la garganta. La vejez…  ¡La siempre inevitable vejez! Antes podía dar discursos durante horas de ser necesario, pero ahora no podía hacerlo ni siquiera por tres minutos. Juliano hizo una señal para que le trajeran agua, pero el esclavo se demoró porque el Catador Imperial tenía que probarla primero para asegurarse de que no estuviese envenenada. Eso siempre tomaba tiempo. Lo detestaba. Era como si en lugar de un hombre fuese una maldita tortuga y cada día se sentía menos que ayer.

- ¿Majestad Imperial? Todos sabemos lo que el Manto Oscuro hace para servir al imperio, pero esto no es nada excepcional. - Dijo de pronto Tiberio Claudio, sacándolo de su ensimismamiento: - Quizá deberíamos conversar del problema en las fronteras. -

¡Maldita sea!” Gritó Juliano en su interior. Había estado desvariando en sus pensamientos y se quedó callado durante quién sabe cuánto tiempo. ¡Esto le dio a Tiberio Claudio una justificación perfecta para interrumpirlo! Lo peor de todo era que acababa de olvidar lo que quería decir y no había esperanzas de que pudiese recordarlo si iniciaba una discusión con ese miserable concuñado suyo.

- Creo que una reflexión sobre los guardianes secretos del imperio no está de más. - Añadió de pronto Aurelio Asturias: - Lo peor de la traición es que siempre viene de nuestros amigos y por eso nadie quiere pensar en ello. Pero como dice el dicho: “Teme más los propios descuidos que las artimañas de nuestros enemigos.

¿Recuerdan la última felonía de Odón Ascher? Era alguien que unos años antes se presentaba en esta misma asamblea de notables, presumiendo ser uno de nosotros. ¡Cuántas muertes, daños y perjuicios habría causado si el Manto Oscuro no lo hubiese detectado! Realmente quisiera premiar a aquellos que algo tuvieron que ver en semejante hazaña, pero como el emperador ha dicho, sus Archivos son Secretos. Pese a todo, tal vez podríamos premiarlos indirectamente mostrando gratitud a sus Maestres. -

El asombro se apoderó de todos en el Aula Regia. El Senador Aurelio Asturias era el líder de la Facción Neutral, también conocido como “los moderados”. Casi nunca intervenía al principio de una reunión porque ni siquiera quería dar la impresión de favorecer a los partidarios del emperador o de los príncipes. Pero esta vez acababa de contradecir directamente a Tiberio Claudio, el más importante líder en la Facción de los Aristócratas. Incluso mencionó claramente a Odón Ascher, un traidor que había sido colaborador del Gran Duque, un hecho que su facción siempre trataba de silenciar a toda costa para que se pasase al olvido lo antes posible.

- Creo que los miembros del Manto Oscuro ya reciben suficientes asignaciones y autoridad como para compensar sus servicios. - Añadió apresuradamente Tiberio Claudio, que por estar sorprendido como los demás no alcanzó a pensar bien lo que iba a decir, así que su argumento fue débil.

- Por supuesto que “tú” creerías eso. - Atacó inmediatamente el Senador Cornelio de la Facción Imperial: - Aunque si tuviste muchas consideraciones para retrasar el juicio del traidor Ascher, porque era uno de tus protegidos. Y aunque ahora el Noble Aureliano habla maravillas del Manto Oscuro, lo cierto es que no ayudó que los moderados fuesen tan vacilantes a la hora de condenarlos. -

Inmediatamente comenzó una ronda de acaloradas discusiones entre las facciones, porque Marco Cornelio había puesto el dedo en la llaga cuando señaló la relación de Tiberio Claudio con Odón Ascher. También provocó a los moderados, aunque no tan visceralmente.

Sin embargo, las apariencias eran muy engañosas y el juego del poder en Itálica nunca resultaba ser lo que parecía a simple vista. Toda conversación en el Aula Regia era en realidad un complejo duelo lleno de significados ocultos.

Cuando Aurelio intervino, ayudó al emperador en ese momento; pero eso también significaba que acababa de provocar el enojo de Tiberio Claudio, lo cual no dejaría de tener consecuencias a no ser que alguien hiciese algo. Ahora bien, no es que el noble Aurelio le tuviese miedo al Gran Duque, pero una confrontación entre líderes de facciones siempre resultaba peligrosa. Además, la neutralidad era un bien muy precioso y difícil de obtener en la corte imperial. Aurelio se había cuidado mucho de mantenerla durante 17 años, para proteger a las miles de familias aristócratas que no deseaban tomar partido y temían ser arrastradas a una Guerra Civil.

Honestamente el Senador Marco Cornelio no comprendía por qué Aurelio había ayudado de ese modo al Emperador, sobre todo cuando no existía una ventaja política en hacerlo. Pero se sentía agradecido y deseaba corresponder el favor. Por eso atacó visceralmente a Tiberio Claudio, para que todo el odio del Gran Duque se dirigiese hacia él, porque ambos ya eran enemigos irreconciliables y no tenía caso tratar de ganar su buena voluntad. Pero también se aseguró de atacar a Aurelio, de ese modo, todos se olvidarían de su intervención y este podría mantener su preciada neutralidad.

Naturalmente Aurelio se dio cuenta de esto, pero igual frunció el ceño como si estuviese enfurecido por el comentario de Cornelio y todos en su facción imitaron su gesto. Aunque cuando las voces e insultos se calmaron, no dejó de darle una rápida y sutil mirada agradecida a su colega senador.

Pero nadie se sentía más agradecido que el propio Emperador Juliano, porque la intervención de Aurelio y la pequeña pelea entre las facciones le dieron el tiempo que necesitaba para recuperar el hilo de sus pensamientos. Sobre todo, porque el señor de los Asturias hizo un resumen conciso de sus palabras e incluso las interpretó de tal modo que al viejo emperador se le facilitó recordar lo que había dicho.

- ¡Suficiente de increparse! - Ordenó el Emperador: - Lo que quiero decir es precisamente eso. Como el Manto Oscuro no recibe las dignidades que se merece por culpa del secreto que sus actividades tienen que guardar, he decidido hacer entrega de un reconocimiento simbólico. - Y antes que los senadores tuviesen tiempo de interpretar sus palabras, hizo un gesto hacia las puertas: - ¡Que pase Cándido, el Gran Maestre del Manto Oscuro! -

Al oír esto todos los presentes se sobresaltaron en mayor o menor medida, aunque siendo los aristócratas que eran, se cuidaron bien de no evidenciarlo en lo más mínimo. Pero cuando las puertas principales del Aula Regia de abrieron y el Gran Maestre Cándido ingresó imponente, vestido con una túnica negra de gala, más de uno se quedó mirando fijamente a ese hombre que era una leyenda viviente, mientras que otros desviaron la vista para no encontrarse con sus ojos. Todos conocían y temían al maestro de los espías del Imperio Itálico, que hacía temblar los corazones de todos los enemigos afuera de las fronteras.

Aunque el Manto Oscuro fuese una organización secreta, era imposible ocultarla del todo debido a la gran cantidad de recursos que consumían para funcionar. Además, el miedo que su existencia inspiraba funcionaba muchas veces como un excelente factor disuasivo y evitaba más crímenes contra el estado que las propias actividades de la orden, algo que no sucedería si nadie supiese de ellos. El secretismo radicaba en no saber cuántos agentes tenían en total, dónde estaban estos agentes, qué sabían exactamente y cómo usaban la información. Mientras Cándido avanzaba, todos aquellos que tenían algún secreto sucio del cual avergonzarse no podían evitar preguntarse: ¿Él lo sabe?

- Salve, Majestad Imperial. - Saludó Cándido arrodillándose frente al trono: - Su sirviente está aquí, esperando sus órdenes. -

- Has venido, Maestre Cándido. - Respondió Juliano sonriendo: - Quiero que todos escuchen con suma atención. Todos conocen la historia del joven Ejecutor, el Archimago Necromante más joven del último siglo, que ha hecho un grandioso servicio como representante de mi autoridad e inclusive derrotó en combate singular al criminal Vlad Cerrón.

Pues este joven héroe, que se ha convertido en un importante recurso militar, fue descubierto, entrenado y nombrado por el Gran Maestre Cándido. ¡Semejante servicio, sumado a vuestra larga carrera como protector silencioso del Imperio, te han hecho merecedor de la Corona Imperial! -

Todo el senado se quedó mudo de asombro. En el Imperio existían muchas medallas llamadas “coronas” que se ofrecían por distintos méritos:  La Corona Mural, por ser el primer soldado en escalar un muro enemigo; la Corona Triunfal, por haber vencido a un líder enemigo en un combate singular; la Corona Cívica, por haber salvado una ciudad; la Corona Castellana, por haber defendido una fortaleza de miles de enemigos; la Corona Viril, por haber salvado de la aniquilación a un ejército completo… Entre muchas otras.

Pero la Corona Imperial se les daba a aquellos que habían hecho un servicio único al Imperio Itálico para alterar su destino y salvarlo de la aniquilación. Y esta condecoración era tan rara, que solamente catorce personas la habían recibido en los últimos quinientos años.

Naturalmente todo el senado quería protestar por esto e incluso algunos miembros de la propia facción del emperador fruncieron el ceño, pero nadie se atrevía a ser el primero en hablar en contra, pues quien lo hiciese estaría ganándose la enemistad de un Gran Maestre del Manto Oscuro. Solo había tres personas que podrían hacerlo con seguridad: El primero era Cornelio, pero al ser uno de los principales miembros de la Facción Imperial nunca iba a contradecir abiertamente al Emperador; el segundo era Tiberio Claudio, pero este ya había tenido roces con el Maestre Cándido por culpa de Bryan. Y si objetaba ahora, eso podría resultar en un violento enfrentamiento entre ambos.

De modo que los ojos de todos los presentes se dirigieron sutilmente hacia la tercera persona lo bastante poderosa como para replicar, el líder de la Facción Neutral.

Pero Aurelio Asturias volvió a sorprender a todos permaneciendo en silencio. De modo que el Emperador Juliano pudo entregarle a Cándido una medalla hecha con Mithril y Oro Negro, que representaba una corona de laurel con el águila de dos cabezas en el medio.

Colocada la condecoración era imposible hacer nada más, así que los Senadores permanecieron en silencio. Afortunadamente para ellos, aunque la Corona Imperial era un grandísimo honor, era menos valiosa en manos de un Gran Maestre del Manto Oscuro. Es cierto que la persona de Cándido era exaltada, pero por la naturaleza de su cargo no podría legar esta dignidad a su clan familiar, así que a sus descendientes no les ayudaría demasiado a establecerse, salvo por el prestigio.

Pero la entrega de esta Corona Imperial solo era la primera parte de la estrategia del emperador.

- Ahora que esta justa condecoración se ha entregado pasemos al siguiente asunto. Que es otorgar la dignidad de noble a Bryan el Necromante. - Continuó el Emperador.

Inmediatamente estalló el escándalo. La Facción Imperial gritaba que estaba a favor, los de la Facción Aristócrata vociferaban en contra y como siempre los Neutrales murmuraban sin revelar cuáles eran sus pensamientos.

- ¡Un momento! - Gritó Tiberio Claudio para dejarse escuchar: - ¡Un joven liberto no es digno de ingresar en las filas de la nobleza, aunque haya conseguido vencer a Vlad Cerrón! Entiendo que lo nombre Pretor o hasta Tribuno Militar… ¡Pero la nobleza requiere de generaciones! -

- Quizá, si eso hubiese sido lo único que ha conseguido. - Intervino el Senador Cornelio con una sonrisa desafiante: - Pero su desempeño como Ejecutor Imperial se ha vuelto legendario. Y si a todo esto le sumamos también el logro de ser el Archimago más joven de su generación… -

- ¡En la patética magia de necromancia! ¡Eso no cuenta para…! -

- ¡Ayer lo he visto derrotar a un cuasi Supremo! ¡¿A cuál Archimago conoces que puede hacer algo como eso?! Y siendo así. ¿cómo te atreves a declarar que la Necromancia sigue siendo una magia débil? - Objetó Marco Cornelio.

- No lo conocemos ni entendemos sus poderes. ¡Es peligroso! - Objetó Tiberio Claudio.

- Todo lo que sabemos del Necromante Bryan apuntan a que es un individuo excepcional. ¿No es acaso la definición misma de la clase superior? -

- ¡Ahora quizá nos obedezca! ¡¿Pero mañana?! -

- ¡No te preocupaba el mañana cuando apoyaste el retorno del traidor Vlad Cerrón, cuya maldad estaba más que confirmada! -

- ¡Eres un…! -

- ¡Silencio! - Exclamó el Emperador Levantándose para llamar la atención y luego miró a Tiberio Claudio con furia: - No los he convocado para consultar la opinión del Senado, sino para hacer un anuncio. El Gran Duque no tiene autoridad para decidir quién es digno o indigno de recibir nueva nobleza. Esa autoridad todavía la ostenta el Emperador. -

Tiberio Claudio guardó silencio un momento, pero era evidente que esto era para mantener las apariencias y no porque le importase la opinión de Juliano. Por eso atacó en cuanto pasó un tiempo prudencial.

- Hay rumores de que ese tal Bryan podría ser miembro del maldito Culto de Caelos. -

De inmediato inició una nueva ronda de murmuraciones, pero esta vez había alarma en el tono de los que hablaban. El nombre de ese terrible culto era demasiado infame como para poder ser ignorado. Y muy pronto la sospecha brotó en la mente de todos los Senadores, convirtiendo todos los méritos de Bryan en una potencial amenaza: ¿Y si el necromante era así de fuerte porque estaba usando los poderes de ese grupo maldito?

- ¿Oh? Esa es una acusación muy grave, hasta para usted, Gran Duque. - Dijo Juliano mirándolo de reojo: - Tiene alguna prueba. -

Emperador Juliano

- Testimonios enviados por el Templo de Idramón. Sus altos mandos me han confirmado que Bryan el Necromante está siendo buscado por ellos y que además ha matado a uno de sus miembros más importantes. -

- El miembro en cuestión era responsable de financiar un grupo ilegal de mercenarios con el objetivo de invadir nuestro territorio, en donde no son bienvenidos. - Intervino el Senador Cornelio, arrancando voces de aprobación: - Diría que matarlo casi cuenta como un servicio. Además, que yo sepa el Pontífice Máximo no ha retirado la prohibición a la religión del dios Idramón. ¿Cómo es que ahora se comunican contigo? -

- El maldito Culto de Caelos es un mal universal, así que no es extraño que deseen alertar sobre esto a todos aquellos con disposición a escuchar. - Respondió Tiberio Claudio encogiéndose de hombros: - Pero con respecto a ese necromante, creo que es una insensatez otorgarle nobleza a alguien que tiene semejantes acusaciones sobre sus espaldas. -

- Acusaciones de un culto extranjero. - Objetó Marco Cornelio.

- Si el río suena, es porque piedras trae. - Sentenció el Gran Duque.

Nuevamente reinaba la duda en el Aula Regia. Las acusaciones de Tiberio Claudio eran demasiado fuertes como para desecharlas incluso si eran rumores. ¡Nadie quería arriesgarse con el Culto de Caelos!

- ¿Qué hay de cierto en esas acusaciones? - Preguntó el Emperador mirando a Cándido.

- Absolutamente nada. - Respondió el Gran Maestre, todavía de rodillas: - De hecho, es todo lo contrario, pero necesitaría aprobación de su majestad para entrar en detalles. -

- Concedido. -

- Bryan se ha enfrentado en repetidas ocasiones con el Culto de Caelos, poniendo en riesgo su vida para evitar que pudiesen operar como quisieran en nuestro territorio. Sabemos que ha dado muerte personalmente al Caballero del Trueno Taquión y al Archimago Necromante Fausto. También capturó a la Alquimista Belinda y la entregó a las autoridades, quienes luego lamentablemente la dejaron escapar. Finalmente tuvo un terrible enfrentamiento con uno de sus altos mandos, el Mago Oscuro Egon, del que apenas escapó con vida. Teniendo en cuenta estos hechos, resulta casi risible creer que podría existir una colaboración entre ambos. -

- ¿Entonces son enemigos? -

- Absolutamente, pero el Templo de Idramón decidió matarlo de todos modos, porque sus habilidades “podrían” ser peligrosas para ellos. Ese es el motivo de la difamación. -

Las palabras de Cándido dando el visto bueno a Bryan en su calidad de jefe de espionaje, volvieron a cambiar el curso de las murmuraciones y ahora la mayoría de senadores creía que solamente se trataba de rumores malintencionados esparcidos por el Templo de Idramón, que era famoso por su intransigencia.

- Lo cual aumenta el valor de Bryan para nosotros. - Asintió el Emperador: - ¿Qué tienes que decir a esto, Tiberio Claudio? -

- Deme tiempo y encontraré pruebas en su contra. - Pidió el Gran Duque.

- Concedido, entrégamelas cuando las tengas y lo llevaré a juicio. Pero mientras tanto pienso otorgarle el título de Barón. -

La corte imperial se vio sacudida nuevamente por esas palabras. El título de Barón estaba por encima de los Señores y por debajo de los Condes, lo que significaba que no solamente le darían un rango de nobleza, sino además uno doble.

- Majestad, es inaudito que alguien que ni siquiera ha sido Señor sea nombrado Barón de forma directa. - Objetó de inmediato Tiberio Claudio: - Las leyes lo prohíben y la dignidad del emperador sufriría. -

- Eso es cierto, pero pareces olvidar que Bryan el Necromante ya es un Señor, por lo menos legalmente. Todos los Magos colegiados reciben este título. -

- Se trata de un tecnicismo. Al final es simplemente un grado honorario que no viene con tierras o propiedades incluidas para los magos. -

- Cierto, pero sigue existiendo legalmente. Y si ahora le otorgo el grado de Señor ¿No sería como decirle “Ten lo mismo que ya tenías desde el principio”? - Dijo el Emperador en tono de burla.

- Eso sí que lastimaría la dignidad de cualquiera. - Coincidió el Senador Marco Cornelio y soltó una carcajada que muy pronto fue compartida por todos en su facción.

- Los magos son escasos y por eso se realizan excepciones con ellos. - Insistió Tiberio Claudio, que no estaba dispuesto a rendirse: - Pero hacer excepciones con alguien cuestionado… -

- ¿Qué sucede el día de hoy, Gran Duque? - Preguntó el Emperador como si estuviese sorprendido: - Creía que yo era el único sufriendo los achaques de la edad. ¿No acabas de escuchar que el Maestre Cándido lo ha avalado y descartado esos rumores? ¿O quizá dudas de la palabra de nuestro jefe de espionaje? -

- Quizá el Gran Duque quiere dar a entender que yo no soy minucioso a la hora de revisar los antecedentes de las personas que recomiendo para ocupar altos cargos. - Dijo finalmente el Maestre Cándido, levantándose y mirando directamente a Tiberio Claudio antes de añadir con una nota gélida en la voz: - O quizá dudas que yo sea leal al Imperio. -

- No he dicho que dude de usted. - Respondió el Gran Duque con una sonrisa amable, pero maldiciendo por dentro a su interlocutor. Podría acusar a Cándido de favoritismo, deslealtad o cualquier cosa que se le ocurriese, pero luego habría un juicio donde tendría que probarlo. Y si por algún motivo no conseguía hacerlo, el Gran Maestre podría solicitar un contra juicio, donde sería libre de hablar sobre todos los motivos sospechosos que pudieran haber motivado al Gran Duque a acusarlo.

 ¡Y eso no le convenía para nada!

- Pues le ha faltado poco para acusar de cultista maligno tanto a Bryan, que ha matado con sus propias manos a estos miserables, como a mí mismo. Supongo que he dado muestras durante mi vida de lo mucho que detesto a estos engendros del mal. -

- Ciertamente lo has hecho. - Asintió Tiberio Claudio sin romper su máscara de amabilidad, pero con un brillo peligroso en su mirada: - Nunca dije que dudase de nuestros valiosos guardianes en las sombras. -

No puedo enfrentarme con el Manto Oscuro hasta que no tenga al nuevo emperador completamente sometido a mi autoridad.” Pensó el Gran Duque frustrado. Generalmente podría haberse mantenido mejor en este enfrentamiento de palabras, pero con la muerte de Cerrón acababa de perder una carta importante y se entretuvo mucho tiempo en arreglar las secuelas de esto. Además, la Corona Imperial que acababan de concederle a Cándido pesaba mucho, pues la había recibido principalmente por descubrir a Bryan, así que era muy difícil cuestionar ahora el valor del joven necromante.

Desesperado decidió jugar la última carta.

- Mi objeción es de procedimiento. -

- ¿Oh? ¿Y a que podrías referirte? -

- Los Señores tienen que tener a su cargo por lo menos un Castillo y los Barones deben tener tres de ellos o una ciudadela equivalente, para que su título sea reconocido. Además, estas tienen que tener guarniciones, me refiero a legionarios reclutados, para defenderlas.

Pero incluso si cediésemos algunos castillos a este tal Bryan, todas las legiones se encuentran asignadas por este año y no habrá más hasta que hagamos nuevas levas. ¿De dónde sacaría las tropas? ¿Cómo podría entonces ser legal que lo nombrasen Barón? -

Esta vez el argumento de Tiberio Claudio había sido muy bueno y las voces o gritos de su facción comenzaron a imponerse por sobre la de los neutrales e imperiales. Había que proteger la tradición. Salvaguardar las leyes. No era posible darle el rango de Barón a alguien que no tuviese una ciudadela o castillos, los cuales necesitaban estar protegidos por al menos una legión.

Y no había ninguna disponible.

- Si bien tengo el mayor aprecio por nuestro soberano, también tenemos el deber de proteger las sagradas leyes y costumbres ancestrales de Itálica. - Continuó Tiberio Claudio al ver que su argumento calaba en la mayoría de los Senadores: - Un Barón sin tropas o territorios a su cargo es una afrenta para nuestras tradiciones sagradas. -

- Están las Legiones de Valderán. - Dijo de pronto el Senador Aurelio y nada más decir esas palabras sintió que su estómago se hacía pequeño.

En verdad, las legiones vencidas, que consistían en los retazos de las seis legiones movilizadas por el difunto (y ahora infame) Procónsul Varrón. En pocas palabras, los perdedores que habían sufrido el último desastre militar. Como castigo, terminaron siendo desterrados a la lejana ciudad de Valderán, donde permanecerían movilizados hasta que todos los enemigos de la frontera fuesen derrotados.

Lo cual era un equivalente a un destierro a perpetuidad.

- Ésas son “Legiones Malditas”. - Objetó Tiberio Claudio volviéndose a ver al Senador Aurelio Asturias con sospecha. Esta era la tercera vez que el viejo senador apoyaba a Bryan abierta o tácitamente, algo que no le gustaba: - Son tropas que no existen, es como si fuesen muertos en vida. -

- Precisamente por eso lo sugiero. - Continuó el Senador Aurelio con los ojos de todos los senadores y el emperador concentrados en su persona: - Si no cuentan para nadie, si Itálica no las quiere, pues dejemos que el nuevo noble las use. ¿No han dicho que son muertos en vida? ¡¿Qué mejor ejército podría tener un Necromante?! - Su comentario arrancó risas en los presentes y cuando estas se calmaron un poco Aurelio continuó: - El noble Tiberio Claudio duda que el joven Bryan sea digno, mientras que el emperador quiere darle la oportunidad. Yo les sugiero a ambos que le demos al mismo tiempo una prueba junto con la oportunidad: El Barón Bryan debe recibir el encargo de proteger durante un año la ciudad de Valderán. Le daremos el cargo de Tribuno Militar y un sueldo mensual para sus hombres, por supuesto, pero todo lo demás tendrá que solventarlo él mismo y deberá usar a las Legiones Malditas, que están exiliadas ahí, para defender ese “maldito lugar”.

O Bryan el Necromante consigue convertir a esos hombres en tropas adecuadas para resistir una invasión o se morirá al poco tiempo con todos ellos en el primer asalto de nuestros enemigos. Resulte como resulte, la voluntad del Emperador se cumplirá, las dudas de Tiberio Claudio desaparecerán. Después todos podremos olvidarnos de este asunto. ¿Qué opinan? -

Tiberio Claudio se quedó en silencio mientras pensaba y ninguno en su facción se atrevió a añadir nada. En su interior consideraba a Aurelio Asturias un estúpido decadente, el ultimo vástago de una familia ilustre que perdió su futuro con la muerte de su sucesor. ¡Los habría destruido hacía mucho tiempo si no fuera por Emily Asturias y su negativa a regresar a su propio clan familiar para permanecer como viuda de Aureliano e hija política de Aurelio! De otro modo, ese viejo ni siquiera estaría parado en el Aula Regia, hablándole de igual a igual.

Pero el pacto que le ofrecía era bueno. Bastante bueno, aunque podía ser aún mejor. Podía ser perfecto para liberarse de ese maldito necromante que era como una cuña en su costado desde hacía tanto tiempo.

Tiberio Claudio asintió y dijo sonriendo: - De acuerdo. Se le dará a Bryan el título de Barón condicionado a que defienda durante un año la Fortaleza de Valderán y por supuesto la ciudad y los pueblos que se encuentran en sus inmediaciones. Para ello, deberá usar únicamente a los hombres de las Legiones Malditas, pero sin tocar un solo as del tesoro público, lo que implica que tendrá que conseguir su propia forma de transportar recursos y armas para convertir a esa chusma… perdón, quise decir “hombres”, en soldados calificados. Además, no podrá sumar ni las guarniciones cercanas ni hacer levas en la propia ciudad para incrementar el número de sus soldados. -

- ¡Aguarda un momento! - Intervino el senador Cornelio: - ¿Autoridad formal sobre un territorio, pero ninguna autoridad militar sobre los hombres que viven ahí? ¿Sólo puede usar las Legiones Malditas? ¡Eso es una locura! -

- No soy tan cerrado de mente, también puede usar a cualquier legionario que desee seguirlo de forma voluntaria. - Respondió Tiberio Claudio con una sonrisa burlona: - Aunque tendrá que pagarles con su propio dinero. -

- ¿Acaso no hablabas de defender las leyes y la tradición? - Objetó Marco Cornelio con un gesto indignado: - Cualquier oficial puede solicitar levas de los territorios bajo su dominio. ¡Le estás cortando cualquier posibilidad de refuerzos! ¡Eso es una sentencia de muerte! -

- Eso y sólo eso estoy dispuesto a conceder para que ese joven tenga la posibilidad de convertirse en Barón. - Puntualizó Tiberio Claudio: - De otro modo, tendré que solicitar la opinión de los Censores. Digo esto únicamente para proteger la dignidad de esta noble cámara y la reputación del trono imperial. -

Todos los senadores tragaron saliva. Decir que esa propuesta le daba a Bryan la posibilidad de ser Barón era una clara hipérbole, pero era evidente que Tiberio Claudio estaba al límite en ese momento. Si no aceptaban esas condiciones tan duras, el Gran Duque podría realmente recurrir a los Censores, los 9 guardianes de la Moral Pública.

Esos viejos severos y terribles eran considerados la propia personificación de lo que era bueno o malo. Incluso podían deponer al emperador si consideraban que estaba violando las leyes sagradas de Itálica.

Aunque Juliano fuese absuelto al final, la sola mención de un juicio moral en ese momento político tan delicado podría generar una gran fractura social en Itálica de consecuencias incalculables. Y si no lo absolvían… Todo estaría perdido.

El emperador miró sutilmente a Cándido, pero contrario a lo que esperaba, descubrió que había una casi imperceptible sonrisa en sus labios y sus ojos estaban asintiendo.

- Aceptado. - Dijo finalmente el emperador.

Y la reunión finalizó.

*****

Sentado cómodamente junto al fuego, Tiberio Claudio disfrutaba de una copa de vino en su mansión mientras consideraba los últimos eventos. En cada sorbo saboreaba con deleite el suave dulzor de la victoria que se forja día a día, poco a poco. Antes nunca hubiese podido cuestionar de ese modo a ningún Emperador, pero ahora podía contradecirlo abiertamente.

¿Cómo reaccionaría ese maldito necromante cuando supiese que su primer encargo como noble sería una misión de autodestrucción? En Valderán había hordas de bárbaros y bandidos saqueadores, así como los vecinos de la frontera, esa terrible Liga de Ciudades Estado que invadían constantemente y que ni siquiera el Emperador Valente consiguió someter en su momento.

La maldad de Tiberio Claudio

La única defensa de Valderán era una ciudadela medio destruida, que apenas tenía su posición como ventaja. ¿Cómo podría defenderla nadie con una chusma que hacía mucho olvidaron lo que significa ser legionario?

- Permiso, para ingresar. - Dijo una voz fuera de la puerta.

- Adelante. - Respondió Tiberio Claudio y luego se volvió hacia la persona que entraba con una sonrisa paternal: - Marcio, Marcio, Marcio… ¿qué has estado haciendo últimamente? -

El veterano Tribuno Militar ingresó rápidamente y respondió como siempre, usando ese tono marcial que era muy conciso: - Estuve cumpliendo tus órdenes. Quienes querías muertos están muertos y el resto dice que obedecerán lo que les pidas. -

- ¿De verdad? -

- No les dejaste muchas opciones, excelencia. Antes del mediodía se rindieron y acordaron someterse… -

- Lo que quería preguntar es si “de verdad” estas cumpliendo mis órdenes. - Interrumpió Tiberio Claudio repentinamente.

- Por supuesto, excelencia. - Respondió Marcio con una expresión de materia de hecho.

- ¿Todas? - Inquirió el Gran Duque.

- No comprendo bien a qué se refiere… -

- ¿Hace cuánto que nos conocemos? - Preguntó Tiberio Claudio antes de tomar un nuevo sorbo de vino.

- Mucho tiempo, excelencia. -

- Entonces, tengo curiosidad por saber… ¿De verdad creíste que podrías engañarme? -

-…-

- Si fuera a visitarte a la casa que recientemente obtuviste en las afueras… ¿Qué encontraría, Marcio? O mejor dicho ¿a “quién” encontraría? - Puntualizó el Gran Duque con una mirada aterradora: - Te ordené que mataras a esa testigo. Pero en su lugar te has puesto a jugar a los recién casados con ella. -

- Gran Duque yo… -

- No me interesa escuchar tus excusas, Marcio. - Lo interrumpió Tiberio Claudio: - Lo que me importa es que no puedo tener a Tribunos que me desobedecen. Normalmente te habría despellejado en el acto, para luego entregar tus restos a los perros. Pero eres un hombre muy valioso, así que por eso he decidido darte una última oportunidad. Aún estás a tiempo, aún lo estás. -

Marcio permaneció en completo silencio mientras observaba a Tiberio Claudio, que hizo una pausa para beber tranquilamente. Luego le mostró su copa vacía y el Tribuno se apresuró a llenársela de nuevo. Eso era bueno. Una señal de sumisión en la mente del Gran Duque, fruto de años de autoridad sobre ese hombre.

- Quiero que me traigas a esa mujer. -

- Su excelencia… -

- Recuerda lo qué ha sucedido con todos aquellos que se han atrevido a desafiarme. ¿Cómo acabaron? ¿Dónde quieres estar tú? ¿A mi lado, o con los que terminan muertos cubiertos de su propia sangre? - Continuó Tiberio Claudio: - No, no me respondas aún y escúchame bien, porque sólo voy a hablar de esto contigo una sola vez. Nunca más te lo volveré a pedir, al menos no con palabras. Es sólo una mujer lo que te pido. Debes entregarme a esa mujer y nuestra alianza volverá a ser fuerte. ¿Qué te ofrece ella: besos, sexo, promesas? Yo te ofrezco una posición cercana al nuevo poder que regirá todo el Imperio cuando ese vejestorio se muera y la marioneta que he criado esté ocupando el trono. Tráeme a esa mujer y tráemela ya. Al amanecer quiero ver con mis propios ojos cómo le cortas la cabeza. Aunque claro, los hombres querrán saber qué tiene de bueno esa ramera, como para hechizar a un Tribuno tan prominente como tú y hacer que cometieras la locura de desobedecerme. Así que haré que todos prueben su carne una sola vez, antes de que la mates a mis pies como prueba de lealtad. -

Marcio fue a hablar, pero Tiberio Claudio levantó ambas palmas.

- No quiero palabras, Marcio. Tus palabras no me valen esta noche. Quiero a esa tal Gloria ante mí, antes del amanecer, o entenderé que me has traicionado. Y en ese caso, creo que me conoces lo suficiente como para tener bien claro lo espantoso que sería tu destino, en comparación a lo que pienso hacerle a ella. -

El veterano Tribuno pensó en gritar, en insultar, en rogar, en implorar, en hablar con serenidad, en permanecer quieto sin hacer nada, en luchar, en atacar al Gran Duque allí mismo, en correr... pero se lo engulló todo y con la barbilla temblorosa por la emoción contenida dio media vuelta y abandonó la habitación. Poco después, más de quince asesinos que esperaban ocultos en las sombras, se revelaron y le preguntaron a Tiberio Claudio con la mirada: ¿Qué debemos hacer?

- Síganlo en secreto. Y si en el camino se desvía una sola vez, entonces mátenlos a ambos. -

*****

El Emperador Juliano entró en sus aposentos privados y lo primero que hizo fue revisar los papeles de su escritorio, donde tenía las anotaciones de cada día. Su Sanador le recomendó no leer, pero no había otra forma de que recordase todo lo que estaba sucediendo y los pendientes. Necesitaba saber que podía hacer para salvar a su hijo menor, el que llevaría en sus hombros el peso de salvar a Itálica. Pues Tiberio Claudio era un maldito, el tipo de persona que preferiría ver arder la capital entera si con ello conseguía gobernarla.

El Emperador pensativo

Sus sirvientes entraron con sus alimentos en una bandeja de plata, pero Juliano no les prestó atención. Detrás de ellos venía Atalo, su catador profesional, quien lo saludó de un modo monótono y se apresuró a servirle una copa de vino. Luego se acercó al emperador con una servilleta.

- ¿Comerá ahora, o retiro la comida? - Preguntó Atalo.

Juliano levantó la vista de sus papeles, luego miró confundido la comida, pero finalmente suspiró con resignación y se acomodó para dejar que el catador le pusiese la servilleta en el cuello a modo de babero, pues los temblores le impedían comer sin mancharse.

- Quiero empezar con esto. - Dijo el emperador entregándole un plato al catador.

Atalo tomó el tenedor y probó un bocado del estofado, masticó con cuidado, lo saboreó y luego de esperar unos momentos para ver si sentía el ardor, malestar o algún otro síntoma que revelase la presencia de un veneno, asintió y dijo: - Sabe muy bien. El cocinero está inspirado hoy, para variar. -

El emperador asintió y le entregó otro plato, que tenía ensalada de vegetales cocidos. Las zanahorias eran necesarias, según su Sanador.

- Ahora prueba esto. -

Atalo volvió a tomar la cuchara y saboreó una muestra de cada verdura.

- Demasiado ajo, para mi gusto. - Dijo al final frunciendo el ceño.

- ¡Bah! Tú siempre estás quejándote del ajo. - Se burló el emperador antes de comenzar a comer con tranquilidad.

Mientras tanto, Atalo tomó la copa de vino que el emperador bebería y comenzó a degustarlo. Juliano estaba comiendo, pero levantó la mirada para decirle, aún con la boca medio llena: - No solamente un poco. ¡Toma un buen sorbo esta vez! -

Atalo sonrió, pero obedeció las instrucciones y se bebió media copa.

- Si, conozco este vino. Es del norte. Tendrá alrededor de cinco años. Recuerdo que tuvieron un verano malo y eso provocó que las uvas contuviesen menos azúcar. -

- Deja de presumir. - Le dijo el emperador bruscamente: - Si no tiene veneno, vuelve a llenar la copa y déjala ahí. Luego puedes retirarte. -

Podía sonar severo, pero en realidad esa forma tan directa de hablar era una prueba de que el emperador confiaba bastante en Atalo, hasta el punto de hablarle como si de un viejo amigo se tratase.

- Te veo malhumorado, Majestad. - Dijo Atalo mientras llenaba la copa: - ¿Algo te molestó esta mañana? -

- Si. - Admitió Juliano, dejando de pronto de masticar y escupiendo la zanahoria de su boca: - La política me molesta. -

- Ah. - Comentó Atalo, pero entonces se dio cuenta de que Juliano había dejado la cuchara a un lado, así que preguntó mientras señalaba la comida: - ¿Sucede algo, Majestad? -

- El hecho es, mi querido Atalo. - Respondió Juliano tristemente: - Que cuando sabes que alguien intenta envenenarte, ninguna comida sabe bien. Absolutamente ninguna. -

Comida envenenada

- ¡Por favor, Majestad! ¿Quién querría envenenarte? El pueblo entero te ama… -

- No intentes dorarme la píldora. Sabes perfectamente quién desearía envenenarme. Mis propios hijos para empezar. Seguido por ese insufrible de Tiberio Claudio. ¡Si hubiese sabido que follarme a su hermana me costaría semejantes molestias jamás la habría desposado! Luego está toda esa marea de traidores y convenidos, que los siguen como pulgas a un perro… Por lo que sé, hasta tú estás confabulado con ellos. -

- En mi opinión, Majestad. - Dijo Átalo ignorando sus acusaciones y tratando de darle más comida: - La única persona que puede envenenarnos es el cocinero, pero a punta de puro ajo. Realmente quisiera que me librases de él. La única cosa que sabe hacer es estofar hojas de vid y saltear pescado. -

- Por favor llévate esa bandeja. - Se quejó Juliano: - He decidido que no tengo hambre. -

Átalo suspiró y estaba a punto de obedecer, cuando la puerta de la habitación se abrió y Cándido ingresó negando con la cabeza.

- Por favor come, Majestad Imperial. - Dijo el Gran Maestre: - Sería ridículo que después de todo el trabajo que nos costó a Amyes y a mí el crear toda esa red de protección secreta contra asesinos y envenenadores, te fueras a morir por no haber comido lo suficiente. -

- Si me explicas lo que sucedió ahí, comeré arsénico. - Respondió el Emperador Juliano haciendo una señal para que los dejaran solos: - Ahora explícame por qué asentiste a esa ridícula propuesta hecha por Tiberio Claudio. -

Cándido sonrió mientras colocaba una barrera y respondió: - Majestad Imperial, aún no conoces el abanico de habilidades que tiene Bryan. En realidad, las condiciones de Tiberio Claudio son favorables para él. -

- ¿Cómo es posible eso? -

- Porque al haberle negado usar recursos del estado, no hay necesidad de enviar cuestores que fiscalicen todo lo que Bryan haga, así que este podrá usar sus propios recursos con total libertad. - Explicó Cándido.

- ¿Acaso un liberto, por más Archimago que sea, tiene la fortuna suficiente como para financiar un ejército? - Preguntó Juliano con clara desconfianza.

- ¿No le dije quién era una de sus amantes? -

- Ah, Phoebe Bootz. - Exclamó Juliano comprendiendo y entonces reparó en que todavía tenía la servilleta atada al cuello, así que procedió a quitársela mientras continuaba conversando: - Pero dudo que pueda asumir toda la carga financiera. -

- Definitivamente les saldrá caro a esa pareja de enamorados. - Reconoció Cándido sonriendo: - Sin embargo, no creo que sea imposible para su bolsillo. Además, me encargaré de dejar claro que Tiberio Claudio es el único responsable de su predicamento, así nos aseguraremos de que nunca exista ningún tipo de acuerdo entre ambos. -

- Como siempre, eres un viejo zorro. -

- Confíe en mí, nunca le hubiese recomendado a Bryan si no pudiese sobrevivir a esto. - Respondió Cándido: - En realidad, nosotros tenemos que aprovechar este momento. Tiberio Claudio está tan convencido de que Bryan es hombre muerto y no lo vigilará por un tiempo, así que estará seguro durante un año. Podemos concentrarnos en el Primer Príncipe. -

- Lucio. - Murmuró el Emperador con gran pesar: - ¿Está reuniendo un ejército privado? -

- Ya terminó de reunirlo y hasta lo ha movilizado. -

- Tendemos que ocuparnos de eso. Pero aun así me preocupa ese joven protegido tuyo. -

- ¿Acaso se ha encariñado con Bryan después de verlo pelear? - Preguntó Cándido sonriendo con curiosidad.

- Admito que me impresionó, pero mis motivaciones son más egoístas. - Admitió el Emperador con cierta ironía: - Cuanto más rápido se haga grande, más pronto mi hijo Lawrence tendrá una importante carta que utilizar. -

- ¿Cómo quieres ayudarlo? -

- Voy a retrasar la asignación de su cargo Militar por un mes, para que tenga tiempo de dejar sus asuntos en orden. -

- Entiendo. -

- Te autorizo a que lo nombres miembro del Sol Oscuro. - Declaró Juliano: - Tal vez no pueda darle recursos directamente, pero a través del Manto Oscuro le conseguiremos todo lo que necesita. Reduzcamos su carga lo más que podamos. -

- Escucho y obedezco, Majestad Imperial. - Dijo Cándido haciendo una reverencia.

- También quiero que le consigas una mansión oficial en la propia Capital, que esté adecuadamente posicionada entre la Academia Babilonia y el Gremio Mercante de Boozt, pero sin salir del sector aristocrático. No queremos que lo traten como a la plebe. -

- Entendido. - Asintió Cándido.

- Ocúpate de que tenga barreras defensivas y toda la parafernalia. - Dijo el Emperador Juliano Augusto Máximo, levantándose para dar a entender que la entrevista había terminado: - Ah, y también que tenga habitaciones insonorizadas. - Añadió riendo de buena gana justo antes de irse: - Con semejantes mujeres, dudo que pueda resistir mucho tiempo sin ponerles una mano encima, así le haremos un favor a los vecinos. -

- Ciertamente. - Coincidió Cándido riéndose y haciendo una reverencia antes de retirarse.

*****

- Gloria, escúchame con mucha atención.  Tiberio Claudio nos ha descubierto y tenemos que escapar ahora mismo. - Dijo Marcio lo más tranquilo posible.

Como Tribuno Militar, sus aposentos siempre tenían en mente la practicidad, así como la posibilidad de que en cualquier momento lo llamasen al campo de batalla y tuviese que mudarse. Esta costumbre persistió incluso ahora que estaba retirado del ejército, sirviendo al Gran Duque y tenía una docena de esclavos sirviéndole.

Pero todo cambió cuando Gloria llegó a su vida.

Se suponía que solo era una fachada, pero antes de que Marcio se diese cuenta, ella le limpiaba la ropa, cocinaba y comenzó a organizar toda su casa. Ahora había un jarrón con flores frescas en la mesa cada mañana, el aroma del pan recién horneado lo despertaba y en lugar de su comida frugal, tenía siempre estofados, asados y todo tipo de potajes deliciosos.

Naturalmente, tras unos meses ya la consideraba su mujer y la primera vez que durmieron juntos fue una experiencia mágica para él, que borró de su memoria a todas las prostitutas o prisioneras de guerra con las que había estado antes.

Así que cuando Tiberio Claudio le pidió que la trajera, su única preocupación era llevársela lo más lejos posible. De hecho, ya tenía una especie de plan por si ocurría lo peor. Era realmente increíble lo mucho que sus prioridades habían cambiado en tan poco tiempo y aunque frente al Gran Duque consiguió mantenerse una fachada impasible, su corazón sufrió mucho cuando terminó de decirle lo que sucedía y vio la sonrisa con la que Gloria siempre lo recibía morir en sus labios.

- ¡¿Qué debemos hacer?! -

- Nos vamos ahora mismo. -

- ¿Y los niños? - Preguntó Gloria refiriéndose a los mendigos que protegían.

- Ellos estarán bien siempre y cuando desaparezcamos. - Explicó Marcio: - Pero tenemos que irnos ahora. -

- Entiendo. -

- Despierta a los criados. Recoge todo lo que tengamos de valor y podamos llevar encima. -

­- ¿Qué harás tú? -

- No tengas miedo. Sé lo que hago. - Respondió Marcio: - Cuando termines, reúnete conmigo en el patio trasero. -

Marcio inmediatamente se dirigió al segundo piso de la rústica casa en la que vivían y se colocó su armadura de Tribuno Militar, junto con una espada corta de dos filos. Luego se vistió con su túnica, de manera que las telas ocultasen tanto la panoplia como el arma.

 Mientras tanto Gloria despertó a las esclavas y les ordenó que guardaran las mejores ropas en el baúl de cedro.

Todo lo que tengamos de valor, se dijo. ¿Cómo se medía eso? ¿Qué valor tenía la tosca cama que Marcio había fabricado con sus propias manos? ¿Y las frazadas de lana que ella misma había tejido para su primera noche juntos?

Tengo que ser práctica, pensó. Oro y plata, sobre todo. Con ellos podrían comprar decenas de camas y frazadas. Ella misma se puso encima todas las joyas que pudo, y además guardó en una arqueta montones de monedas de plata y oro. Después ordenó a las criadas que cargaran con un tercer baúl, más pesado que los otros dos, en el que guardaba las vajillas y los candelabros de plata. Era mucho peso para huir en la noche, pero esa riqueza les garantizaría empezar una nueva vida en donde fuera con un mínimo de dignidad.

Cuando cerraban el último baúl, Gloria creyó oír un sonido extraño y ordenó a las esclavas que guardaran silencio. Poco después espió por la ventana y descubrió que se trataba de uno de los perros de los vecinos, el cual estaba ladrando furioso en cierta dirección. Entonces entornó los ojos y descubrió a unos hombres desconocidos muy bien camuflados, pero visibles desde su posición, que observaban la puerta de su casa.

Los estaban vigilando.

Gloria bajó la escalera apresuradamente y corrió hacia el patio, donde Marcio ya estaba dando instrucciones a los esclavos masculinos.

- ¡Tenemos que irnos ya! ¡Nos vigilan! - Exclamó Gloria.

- Síganme. - Ordenó Marcio.

- ¿Por qué bajamos a la bodega? - Preguntó Gloria.

- Descuida, mujer - Contestó Marcio. Había tensión en su voz, como una cuerda de lira a punto de romperse, pero seguía siendo cortés con ella: - Ya tenía preparado esto desde mucho antes de conocerte. Siempre he sabido que podía llegar el día en que el Duque Tiberio viniese a matarme. -

Entonces usó su Aura de Batalla para golpear uno de los muros, revelando que los bloques no estaban unidos con argamasa, sino con simple barro. Y detrás había un pasadizo secreto.

- Este pasadizo en realidad es un drenaje incompleto, que afortunadamente sale a más de dos estadios del Foro. - Le explicó Marcio a Gloria: - Lo excavaron hace mucho tiempo, cuando llevaron a cabo las obras para drenar la llanura y canalizar el río. Compré esta casa cuando descubrí que tenía acceso a este camino secreto que no aparece en los mapas. -

El túnel era tan angosto que tenían que caminar de uno en uno, pero al menos no había que agachar la cabeza, y las paredes estaban más secas de lo que Gloria se había esperado. Lo recorrieron en espectral procesión, iluminados por antorchas y lamparillas, como si acudieran a celebrar un ritual secreto en las entrañas de la tierra.

Caminaron un buen rato entre el sonido sordo de las pisadas sobre el suelo compacto, el entrechocar metálico de las armas, el frufrú de las largas túnicas de las mujeres y los jadeos de los sirvientes que cargaban con arcones y fardos. De vez en cuando se oía un sollozo, una maldición o el retazo de una conversación en susurros.

Por fin salieron del túnel y tal como su esposo había dicho, su grupo de doce personas llegaron al Foro, donde había grandes multitudes de personas, así que ellos no se destacaban para nada. Marcio, sin soltar la mano de Gloria, ordenó que se dirigieran hacia el norte, donde podrían alquilar caballos y salir de la ciudad rápidamente. Pero entonces el Tribuno se detuvo, obligando a que sus esclavos se tropezaran entre sí al imitarle. Su joven esposa, más atenta a todo lo que sucedía a su alrededor, quedó a unos centímetros de su marido y contuvo la respiración. Sin saberlo, ambos compartían la misma sensación de que algo no marchaba bien.

Por la calle bajaban un par de carros que sin duda venían del gran mercado al nordeste de la ciudad. Marcio arrancó de nuevo, pero esta vez dejando la gran avenida principal y se adentró en el laberinto de callejuelas que se extendía tras la gran sección de tabernas. Creía que, usando esa ruta que lo mantenía cerca del mercado, encontraría el abrigo de los comerciantes, los pescadores y los artesanos que en aquellas horas aún trajinarían preparando las mercancías del nuevo día que habría de venir.

Y al principio fue así, pero cuando giraron de nuevo hacia el norte se encontraron de pronto en una calle completamente desierta.

Marcio ya no tuvo dudas y se quitó rápidamente la túnica, sin importarle que su armadura fuese visible, porque quería disponer de toda la movilidad posible. Fue una sabia decisión, como probaría el desenlace de aquella noche.

La calle estaba a oscuras salvo las sombras débiles que proyectaba la luna blanca del cielo, hasta que poco a poco, por ambos extremos de la estrecha callejuela, crecieron unas siluetas negras temblorosas a la luz de las antorchas que las mismas sombras portaban. Marcio contó cinco, seis, quizá siete hombres por cada extremo. Demasiados para él y los esclavos que traía consigo. Gloria y las mujeres no contaban en ese momento o si lo hacían, eran más una carga que un aliado. El Tribuno veterano se pasó el dorso de la mano por la boca. La tenía seca.

- Soy Anco Marcio, antiguo Tribuno Militar de las legiones. Por los dioses, retírense ahora, antes de que la Guardia de la Ciudad venga y todos acaben crucificados. -

No hubo respuesta por parte de aquellos hombres, sino que se mantuvieron en sus posiciones. En la noche se escuchó una docena de espadas desenvainándose al mismo tiempo. Poco les importaba quien fuera Marcio. Tenían una misión y un dinero que cobrar que no estaría entre sus manos hasta cumplir las órdenes recibidas.

Marcio miró a sus esclavos: Estaban aterrados, los jóvenes en especial. Y las mujeres ya estaban llorando. No tenía sentido pedir que le ayudaran. Ninguno sabía combatir, sería como echar carne a lobos hambrientos.

- Protejan a mi esposa. - Les ordenó Marcio.

El Aura de Batalla de color verde oscuro estalló. Marció había decidido usar la única estrategia que podía sorprender a sus enemigos: atacar. No estaba dispuesto a dejarse matar en medio de aquel infame olor a pescado rancio que descendía desde las proximidades del Gran Mercado.

Los hombres vieron de pronto la figura del Tribuno aproximándose en tan solo cinco pasos rápidos, plantando cara al grupo que le cortaba el camino hacia el norte de la callejuela. Y en cuanto los alcanzó, consiguió atravesar la garganta del primero de ellos, que no alcanzó a reaccionar a tiempo. Pero el arma de Marcio ya estaba de nuevo fuera del cuerpo ensartado, lista para frenar los golpes de dos de los cinco que quedaban en ese grupo.

Marcio detuvo los golpes, se volvió hacia los otros tres agachándose al girar y sesgó dos piernas de atacantes distintos, que cayeron al suelo aullando de dolor, completamente inutilizados, pues llevaban armaduras ligeras sin protección en las piernas. Uno de ellos era el que traía la antorcha y esta quedó en el suelo polvoriento.

Pero aún quedaban tres armados. Marcio retrocedió a toda prisa para acometer al grupo que estaba al sur de la calle, los cuales no habían intervenido entre sorprendidos y divertidos porque esperaban una rápida caída de su presa. Pero al ver que el tribuno se acercaba, dos de ellos le salieron al encuentro. Marcio repitió el movimiento de agacharse para intentar cortar alguna pierna de sus oponentes, pero se encontró con las espadas de sus enemigos, que ya estaban prevenidos de su veteranía militar. El tribuno no tuvo más remedio que frenar su embestida y situarse en el centro, junto a la antorcha que brillaba en el suelo.

El asunto se estaba complicando. Dos atacantes se cercaban por el norte y dos por el sur. Uno de los esclavos, llamado Calino, se puso entonces a su lado, tomó la antorcha del suelo y embistió a los atacantes del norte, lo que permitió a Marcio concentrarse en los que venían del sur, esta vez recurriendo a estocadas rápidas, que se abrieron paso hasta que su espada pinchó el rostro de uno de los atacantes. Casi al mismo tiempo, usando su brazo libre, el Tribuno golpeó el pecho del contrario, tumbándolo al suelo. El asesino quiso levantarse en seguida, pero tuvo muy mala suerte y por accidente terminó encontrándose con la espada de Marcio, que resquebrajó su esternón.

Ahora había dos menos, pero todavía quedaban siete en pie, tres de un lado y cuatro del otro. Marcio se giró para ver como el esclavo Calino se defendía blandiendo la antorcha con furia, manteniendo a raya a los tres que quedaban en aquel extremo, pero no podría resistir mucho así contra oponentes con Aura de Batalla, de modo que partió en su ayuda.

Uno de los atacantes cortó limpiamente la antorcha del esclavo, que salió despedida como una bola de fuego y se perdió entre los techos de las casas de madera. Aun así, Calino acertó a golpear el hombro de uno de los tres enemigos con el pedazo de mango que le quedaba. Lamentablemente, ni su valor ni la intervención de Marcio lo salvaron de una gélida espada que le rajó la espalda en tan solo un instante. Calino cayó sin gritar, pero Marcio se vengó rápidamente, matando al que lo había ejecutado.

Ya solo quedaban uno al norte, con dos heridos en la pierna y otro encogido que intentaba arrancarse el trozo el asta de la antorcha.

Ese es el lugar por el que huir.” Se dijo Marcio.

El Tribuno miró hacia el sur, que estaba defendido por cuatro asesinos. El resto de sus esclavos no eran ni de lejos tan valientes como el difunto Calino y a la menor oportunidad soltaron todos los paquetes para tratar de escapar por su cuenta. El primero de ellos consiguió escabullirse porque no era el objetivo de los atacantes, pero el resto acabaron ensartados por dos espadas que no gustaban de dejar testigos. Gloria había sido más inteligente y se quedó a ver lo que hacía su esposo. Marcio estaba conmovido por ello, de la misma forma que se sentía muy agradecido y sorprendido (por qué no admitirlo) por la valerosa y leal intervención de Calino. Pero ahora no tenía tiempo para llorar su muerte.

Marcio hizo una señal a Gloria y esta se levantó para correr hacia él sin dudarlo. El Tribuno se volvió para arrollar al asesino que quedaba en el norte de la calle, cuando de pronto sintió un dolor punzante en su gemelo izquierdo: uno de los heridos se había conseguido levantar y le rasgó la pierna con su espada, justo donde no tenía nada de Aura de Batalla para protegerlo. Marcio se volvió furioso para rematarlo, pero el tiempo perdido fue problemático, porque los asesinos se estaban moviendo para rodearlos a ambos.

Estaban perdidos. Ya no tenían forma de escapar.

Marcio se volvió para abrazar a Gloria con la intensión de protegerla hasta el final. Cuando de súbito ocurrió una explosión de fuego que los dejó a todos paralizados. Una de las tiendas de madera, que vendía aceite de pescado, se había incendiado. ¡La antorcha perdida había encendido un fuego que ahora se estaba extendiendo rápidamente hasta transformarse en un incendio!

El Tribuno fue el primero en recuperarse de la sorpresa y le habría encantado hacer daño a sus oponentes si no estuviese herido. Además, ya no podía sorprenderlos con trucos. De modo que se encomendó a todos los dioses y tomó a su esposa con ambos brazos para introducirse directamente hacia la tienda en llamas. La puerta, quebrantada por la furia del fuego, se partió fácilmente con el empuje de Marcio. Los asesinos trataron de seguirlo, pero una de las vigas de madera cedió al calor y les cerró el paso momentáneamente.

Mercado en llamas con asesinos

Marcio cruzó lo más rápido que pudo todas las dependencias, conteniendo la respiración hasta salir por la parte de atrás a una especie de atrio. Ahí vieron que el suelo tenía una parte hundida y el techo estaba descubierto. Era un impluvio diseñado para recolectar agua de lluvia. Agradecido y aún con la muchacha en brazos, Marcio se echó dentro del estanque y así empaparon sus ropas humeantes.

Pero no había tiempo para detenerse. Todo eran casas de madera. El incendio cobraba cada vez más y más fuerza con cada segundo que pasaba. Se oían gritos de decenas de personas, a las que luego se sumaron las voces autoritarias de las Legiones Urbanas que, alarmados por la luz de las llamas, al fin habían salido del Foro y ahora corrían hacia las proximidades del mercado.

El Tribuno se abrió camino, más seguro con las ropas mojadas, entre otro grupo de tiendas en llamas. Así fue como, a fuerza de quebrar puertas y de olvidarse del dolor de su pierna herida, consiguió emerger con su joven esposa en el otro extremo de la calle.

Ya no se veía a ninguno de los asesinos, sino a soldados de las Legiones Urbanas, libertos y esclavos, trayendo cubos de agua para intentar detener aquel incendio que se extendía sin freno y amenazaba con acercarse a los edificios sagrados del Foro. El tumulto y la confusión arroparon a Marcio y Gloria, quien ya caminaba de nuevo al lado de su esposo herido, en una huida lenta pero tenaz.

- ¿Qué hacemos ahora? Hemos perdido todo el equipaje, pero me quedan algunas joyas que podemos usar para comprar caballos. - Propuso Gloria.

- No, si se atrevieron a atacarnos tan cerca del Foro, no tendrán reparos para matarnos en cualquier sitio. Nunca llegaremos a las puertas de la ciudad, aunque tengamos caballos. -

- ¿Qué hacemos entonces? -

- Ahora solo conozco un lugar donde podríamos estar salvo dentro de la capital. - Declaró Marcio ceñudo: - Solo espero que no equivocarme. -

Llegaron frente a la puerta de la gran mansión pasada la medianoche. En las últimas calles Gloria ayudó al fornido Tribuno a caminar, porque su pierna herida estaba empeorando.

- ¿Estás seguro de que estaremos a salvo aquí? No me refiero solo a los asesinos. ¿Qué pasa si el fuego llega hasta este lugar? -

Marcio asintió y explicó: - El viento... va hacia el sur. Nosotros estamos al norte. Las llamas se propagarán hacia el sur; además allí, hasta llegar al Foro, encontrarán más madera. Y toda Itálica debe de estar ahora luchando por detener el fuego. Aquí estamos seguros... siempre y cuando nos reciban. -

Entonces llevó su mano hacia la pesada aldaba y comenzó a golpear con toda la fuerza que pudo, hasta que finalmente un mayordomo malhumorado abrió la mirilla.

- ¡¿Quién es?! ¡¿Por qué llaman a esta hora?! -

- Soy Anco Marcio, Tribuno Militar. - Vociferó Marcio para hacerse oír en toda la mansión y que no pudiesen ignorarlo: - ¡Vengo a ver a Lawrence de las Égadas! -

*****

Bryan finalmente abrió los ojos y se levantó. Sus muchas heridas internas se habían recuperado, al igual que su Fuerza Mental. No fue sencillo, porque durante la pelea su cuerpo terminó expuesto muchas veces al Aura de Batalla de Vlad Cerrón e inevitablemente esa energía ingresó dentro de su cuerpo, sin que su Esencia Mágica pudiese evitarlo. Necesitó bastante tiempo para asimilar ese poder. La buena noticia fue que, cuando terminó, la Esencia Mágica se había desarrollado bastante y solo estaba a un paso de superar el Reino de la Sed de Sangre.

Cuando finalmente despertó descubrió que sus Espectros Oscuros, pese a ser inmateriales, recibieron un cierto daño por la energía del Sesgo Dimensional, así que decidió quedarse meditando en el Cementerio de la Muerte mientras usaba la energía de la fortaleza para acelerar la recuperación de sus criaturas. También estuvo imbuyendo poder en el Desgarrador Sombrío para restaurar sus propiedades mágicas. Y por supuesto, despachó de regreso al Pequeño Esqueleto junto con los Zombis Elementales, tras agradecerles por haberlo protegido.

Así trascurrieron diez días en total.

Repentinamente la matriz del Gran Salón resplandeció y Emily Asturias se materializó en frente suyo. Entonces la hermosa Archimaga corrió a cubrirlo de besos y caricias.

- ¡Estas bien! Chester me dijo que no te pasaba nada, pero detecté que estaba preocupado así que traté de venir mucho antes. - Explicó Emily cuando se tranquilizó.

- Bueno, no quería asustarte, pero realmente quedé lastimado. Aunque no debes temer, porque ya me he recuperado por completo. - Le aseguró Bryan sonriendo: - ¿Cómo están las cosas en la capital? -

- Tu fama se ha extendido por toda Itálica en estos últimos días. Ya eres considerado como una de las entidades más poderosas del Imperio. - Explicó Emily: - El Emperador anunció formalmente que te convertirá en Barón dentro de quince días, pero también te asignarán una encomienda. -

­Bryan abrió los ojos y no pudo evitar sonreír. ¡Barón! Comenzó como un esclavo y ahora era miembro del escalón superior de la Baja Aristocracia.

- Parece que hay una trampa incluida por Tiberio Claudio. - Añadió Emily con un gesto de desconfianza: - Mi padre Aurelio me dijo algo, pero creo que Cándido tiene más detalles. Por cierto, el Gran Maestre te ha estado buscando... ¡Debes reunirte con él! Te han asignado una mansión, una pensión y otras cosas. Tienes que reclamarlas. -

Bryan asintió sin dejar de sonreír. Ningún problema, intriga o dificultad lo asustaban en ese momento. Todo o nada. Había estado viviendo al límite hasta su duelo con Vlad Cerrón y ahora finalmente cosecharía las recompensas. Comparado a enfrentar a un cuasi Supremo teniendo tantas probabilidades en contra. ¿Qué podría hacer Tiberio Claudio?

- Primero necesito comer algo. - Musitó Bryan alegremente.

Emily parpadeó un instante, pero luego asintió: - Has estado aquí desde hace diez días, claro que tendrás ganas de una comida de verdad. -

De modo que ambos usaron la Matriz de Transporte y llegaron al cementerio de la Academia Babilonia. Bryan entonces desarmó las varillas de plata para llevárselas consigo, pues juzgó que ya no era necesario usar ese lugar como escondite, sobre todo cuando muy pronto iba a tener su propia mansión. Era de noche y la ciudad de Itálica seguía despierta como correspondía a la capital de uno de los mayores imperios del mundo. Pero había algo extraño en el aire.

- ¿Huele a quemado? - Preguntó Bryan confundido.

- Yo no huelo nada. - Respondió Emily, aunque luego agregó: - Hace una semana ocurrió un terrible incendio en el Gran Mercado. Quizá estás oliendo algunos rastros de ello. -

Bryan tenía curiosidad, pero decidió dejarlo de lado y siguió a Emily hasta donde se encontraba su carruaje. Así fueron transportados hasta el refugio de ambos en el margen del rio. En el interior esperaban dos esclavas hermosas. Una sostenía un jarrón con vino, preparada para rellenar la copa de sus amos cuando se los indicaran, y otra portaba un ancho plato de cerámica lleno de frutas diversas, algunas desconocidas, pero entre todas se destacaban unas hermosas uvas frescas. Emily ordenó que atendieran a Bryan y luego comenzó a llamar más sirvientes para que les trajeran agua, carnes de res, aves y pescados, así como verduras exquisitas. En fin, toda la comida necesaria para un pequeño banquete.

Después de disfrutar juntos su primera comida de verdad en muchos días, Emily despidió a todos los sirvientes y se llevó a Bryan al baño. Ahí ella personalmente se ocupó de limpiarlo con sales aromáticas mezcladas con aceite de oliva.

Y mientras pasaba sus manos por la espalda de su amado, sus dedos se introdujeron suavemente en las cavidades de sus músculos de acero bien formados y comenzó a sentirse ansiosa, caliente y excitada. Pero no dijo nada porque imaginaba que este no estaría con ganas de poseerla cuando acababa de recuperarse, pero entonces sus caricias llegaron hasta su entrepierna y confirmó lo equivocada que estaba.

Bryan se dio la vuelta con los ojos ardientes y se volvió para sujetar a Emily en brazos. La Archimaga no opuso ninguna resistencia cuando él la sentó en su regazo.

- Finalmente te tengo. Estuve esperando tanto tiempo para que este día llegase. ¡Perdóname, pero ya no puedo aguantar ni un segundo más! - Le susurró Bryan y la cogió del pelo, tirando de su cabeza hacia atrás, besando ese cuello de piel suave que Emily se veía obligada a dejar al descubierto. Estaba tan fogoso que al principio fue un poco brusco, pero la mansedumbre de su amada al recibir de buen agrado aquel tratamiento le apaciguó un poco, pero aún tenía demasiado deseo por ella en su interior. La tomó entonces en sus fuertes brazos y se la llevó a la cama, donde la depositó de golpe. Emily quedó boca arriba, quieta.

Entonces la Archimaga sonrió de un modo seductor y le dijo: - Venciste a Vlad Cerrón, ahora ven a reclamar tu recompensa. Recuérdale a esta mujer quién es su único dueño. -

Esas palabras obnubilaron la mente de Bryan, que rápidamente arrancó la toalla que ocultaba el glorioso cuerpo de Emily. Entonces introdujo su virilidad en su cálido interior sin contemplaciones, mientras que al mismo tiempo cubría sus labios con besos.

La Archimaga se asustó al principio y se preparó para sentir dolor, pero descubrió con grata sorpresa que ya estaba húmeda, lista para recibir a su amado. Entonces comenzó a gemir alegremente y luego a gritar conforme las oleadas de placer se incrementaban. Sus manos se aferraron con fuerza a los cabellos de Bryan para atraerlo, mientras que agitaba sus caderas con furia, tratando instintivamente de igualar su ritmo.

Bryan se acomodó de tal modo encima de ella que podía penetrarla sin problemas, mientras se aferraba con fuerza a los dos pechos de su amada, casi como si estuviese reclamándolos como su propiedad. El ritmo de sus embestidas se aceleró, al igual que la intensidad. En cambio, el intervalo entre ellas se redujo bastante, incrementando el placer de Emily hasta un punto en que comenzó a perder la razón y solo dejaba escapar voces coquetas cuando no soltaba alaridos de éxtasis.

- Más… Más duro… Más duro… -

En respuesta a sus palabras, Bryan incrementó sus ataques. Perforando en el interior de ese cuerpo perfecto mientras apretaba violentamente esos pechos femeninos entre sus manos, los cuales se sacudían cuando no los sujetaba, dando testimonio de la fuerza con la que estaba empujando en el interior de ella.

Bryan se acomodó de tal modo encima de ella que podía penetrarla sin problemas...

A pesar de la intensidad casi violenta de esta pasión, lo único que mostraba el rostro de Emily era el más puro deleite, hasta que finalmente comenzó a convulsionar de un modo particular cuando alcanzó la dulce agonía del éxtasis.

Bryan se separó de ella y confirmó que Emily estaba inconsciente. Pero él no pensaba dejarla descansar tan pronto, así que utilizó el hechizo Afrodisíakos a la inversa, para insertar su energía vital dentro de ella, mientras la liberaba de sus inhibiciones.

- Ponte de espaldas. - Le ordenó cuando despertó y usando un tono que no admitía negativa.

Emily se sentía fuerte y también fogosa. Así que no perdió el tiempo y se colocó a cuatro patas sobre la cama, presentando la espalda a su amante. Casi inmediatamente sintió a Bryan en su interior, sin avisar, poderoso, empujando con fuerza, al tiempo que sus grandes y ásperas manos masculinas la aferraban por la cintura. Emily cerró los ojos para concentrarse completamente en la sensación de su vientre penetrado y el temblor de sus nalgas, mientras agitaba alegremente sus caderas para invitarlo a ir más profundo, suplicando más estimulación. Su amante no la decepcionó. Bryan se introdujo dentro de ella una y otra vez con una energía abrumadora que parecía infinita. Incluso cuando Emily se desmayaba, este continuaba, alimentando sus energías con el poder de Afrodisíakos, haciendo que despertase y correspondiese nuevamente a sus avances con gran alegría, hasta que el placer abrumador del clímax la derrotaba y volvía a perder el sentido. Así fue como Bryan la reclamó para sí mismo una y otra vez, hasta que finalmente abrió la boca para soltar un rugido victorioso cuando arrojó su semilla en el vientre de Emily.

La sensación de acabar en el interior de la hermosa Archimaga alivió un poco sus deseos y le permitió recuperar el autodominio. Así que se acostó contra el respaldar de la cama con la intensión de despejar su mente un poco. Pero entonces la propia Emily se levantó de repente e hizo algo que sólo hacían las putas, y pagando bien, pues ninguna mujer que se preciara se atrevería a humillarse de esa forma. Sin embargo, la Archimaga había pagado mucho dinero para contratar una meretriz profesional que le enseñase sobre las artes amatorias, precisamente para momentos como este. Porque si no podía ser la única mujer de Bryan, por lo menos sería la primera en entregarle absolutamente todo, tanto en cuerpo como en alma.

Emily se arrodilló a los pies de su amado, tomó el miembro viril de Bryan con sus manos suaves, lo introdujo en la boca y empezó a mover la cabeza rítmicamente hacia delante y hacia atrás. El victorioso necromante, tumbado y sudoroso, no pudo más que agradecer la entrega de su amada y se quedó en reposo. Ahora era ella la que dirigía, pero a él no le importó. Antes de darse cuenta el propio Bryan empezó a gemir y Emily hundió su rostro en el regazo de su amado sin dejar de moverse, aunque ahora ya más despacio, alargando los dulces instantes.

Cuando terminó, el fuego de la pasión más intensa volvió a encenderse en el corazón de Bryan, que inmediatamente tomó a Emily de nuevo, esta vez sentada frente a frente, donde podía aferrar con fuerzas sus nalgas y su boca tenía libre acceso a sus hermosos senos desnudos. Para ese momento ya dominaba completamente el estilo inverso de Afrodisíakos y sabía que poseer a Emily no solamente no le haría daño, sino que la fortalecería a largo plazo. Así que dio rienda libre a todas sus bajas pasiones y comenzó a penetrarla desde abajo con tanta fuerza, que parecía levantarla en el aire.

La hermosa Archimaga se sacudía con violencia, pero no había ni una pizca de dolor en sus provocativos gemidos. Y a pesar de la intensidad del ataque, ella seguía empujando sus caderas con toda la fuerza que era capaz de reunir en medio de los espasmos de su cuerpo, los cuales sacudían sus pechos bien dotados de arriba abajo.

Bryan tomó a Emily de nuevo, esta vez sentada frente a frente...

Cuando la Archimaga clavó sus uñas con fuerza en la espalda de Bryan, este supo que ella había alcanzado su clímax, pero continuó penetrándola sin disminuir su intensidad, sumergiéndose en su vientre y estimulando todas las áreas posibles. Solamente hacía una pausa cuando le parecía que la respiración de Emily se volvía demasiado entrecortada y necesitaba dejarla respirar, aunque ella no dejaba de agitar su cintura, suplicándole que no se detuviese.

En ese momento todos los pensamientos de la Archimaga estaban nublados completamente por el placer superlativo que su amante le proporcionaba. La política, el sentido común o el honor. Nada de eso le preocupaba. Mientras estaba en la cama con su amado no le importaba otra cosa que sentir su virilidad en su interior. Se entregó a él completamente. Bryan era el único que podía hacer que Emily Asturias se sometiese de ese modo y ella lo sabía.

Así, fue llevada al clímax innumerables veces, una y otra vez, hasta que la bestia de la que se había enamorado expulsó su caliente líquido dentro de ella.

*****

Pero mientras Bryan triunfaba sobre el cuerpo de Emily, varias piezas importantes estaban en movimiento sin que él fuese consciente de ello.

En el oeste, un cuerpo de élite del Batallón Sagrado, la fuerza más temible del Templo de Idramón, finalmente se había desplegado y venía a buscar venganza.

Mientras tanto los Sardukar del Culto de Caelos despertaban después de un larguísimo tiempo de espera, preparados para desatar el horror sobre todos aquellos que se interpusiesen en su camino.

Y sintiendo la llamada de sus adeptos, el dios del vacío, Nécora el Putrefacto, dirigía su ojo que todo lo ve en dirección al continente Vathýs, lo cual nunca era bueno para los mortales.

“Está comenzando.” Se dijo el niño misterioso en la Antecámara del Misterio, mientras sentía los cambios que estaban por venir. Entonces se fijó en Bryan, que en ese momento ya estaba durmiendo felizmente mientras abrazaba a una Emily desnuda después de pasar toda la noche haciendo el amor: “Peleaste bien y te mereces un descanso. Duerme tranquilamente Bryan, porque muy pronto tendrás mucho que hacer y pasarás por más dificultades. Aunque eso no es cosa mía, yo sólo te lo auguro.”

El decanso del Héroe

Nota del Traductor

Primero que nada, quiero saludar a todos los lectores que disfrutan esta obra, especialmente mis patrocinadores, sin los cuales quizá nunca hubiese llegado tan lejos. Sus continuos comentarios y muestras de apoyo han sido invaluables para que pueda perfeccionar tanto la redacción como la presentación de todos los eventos que ocurren.

Mil gracias a Bryan Ruiz, a Nahuel Díaz Valiente, a Luciano Rivero, a OsvladoM, León Cranell, El Chuck, Alfa, Raul Osvaldo, Birutax y Extra 7. Cuando mi familia estuvo atravesando la terrible crisis del fallecimiento de mi abuela, algunos de ustedes incluso me salvaron con donaciones extraordinarias que me permitieron ayudar a mis seres queridos en ese problemático trance, por lo cual siempre les estaré infinitamente agradecido. ¡En verdad han sido unos héroes!

Quiero felicitar especialmente a Gabriel Morffes y a Jaime Beltrán, mis lectores Beta que me ayudan con las correcciones ortográficas y las ultimas revisiones. Así como a Cárlos Álvares Sánchez que durante mucho tiempo me apoyó con esto.

Por supuesto también tengo que mencionar mis fuentes de inspiración, que son las novelas de Santiago Posteguillo, como la Trilogía de Trajano y Africanus. Brent Weeks y la Saga del Ángel de la noche fueron muy importantes para generar eventos. HP Lovecraft fue crucial para las partes en donde los dioses del vacío están involucrados. También lo fueron muchas series de televisión, pero sobre todo Yo Claudio y Roma de HBO. Naturalmente los muchos Animes fueron importante, pero sobre todo la serie de Fate, Overlord y Mushoku Tensei.

Espero sinceramente que lo hayan disfrutado, que haya podido entretenerlos a todos y sobre todo animarlos en estos tiempos donde hay tantos problemas en el horizonte.

¡Nos vemos en el siguiente volumen!