335 Othismos

La palabra estruendo no era suficiente para describirlo.

El imponente escudo conocido como Hoplón, forjado con siete capas de materiales combinados que lo volvían casi indestructible, estaba siendo reforzado por el poder del Aura de Batalla para darle una resistencia y capacidad de empuje cinético superlativos, que sobrepasaba con creces las habilidades humanas normales y se adentraba en el reino del poder preternatural. Escudo contra escudo, chocaban como arietes, embistiendo con una fuerza descomunal. Si algún desdichado trozo de hierro se atreviese a interponerse entre ellos, sería reducido a una simple mancha apenas perceptible en alguna de las superficies.

Ahora, imaginen una fila de más de novecientos treinta y ocho hoplones entrelazados, formando un muro sólido, todos ellos reforzados con el aura blanca de un Caballero de la Tierra, enfrentándose a otra fila de igual tamaño. Cada Hoplón era sostenido por los mejores guerreros de las ciudades más poderosas de la Liga Etolia, que usaban todo su cuerpo para tratar de aplastar al de su adversario. Sus manos izquierdas sostenían una asadera cerca del borde del escudo, que les daba completo control sobre aquella enorme herramienta defensiva, pero el peso era soportado gracias a una correa ajustada al antebrazo. Además, utilizaban la fuerza de su hombro y rodilla izquierda para aumentar al máximo el impacto al tratar de superar a su rival.

Las falanges aproximándose

Y para intensificar aún más el impulso, había dieciséis filas de guerreros detrás de la primera línea, cada uno empleando su propio Hoplón para respaldar el empuje de los que estaban delante, multiplicando la fuerza conjunta de las falanges a un nivel imposible de calcular.

En medio de las filas ilienses, un hoplita se lanzaba con todo su ímpetu contra el escudo de su oponente micénico. No podía permitirse pausas entre sus embestidas, pues temía ser superado por su rival. Sin embargo, el dolor en su brazo se intensificaba con cada golpe, y la preocupación de que su hombro se desencajara lo atormentaba. A veces, el borde de su propio escudo cedía o rebotaba considerablemente, y debido a la proximidad de su cabeza a la parte superior, existía el riesgo de perder varios dientes o sufrir una fractura nasal si no tenía cuidado. Afortunadamente, ese era uno de los aspectos que el armero que forjó su casco tuvo en cuenta y por eso informó protectores faciales. Estos resultaron ser una adición invaluable en medio del combate, brindando una protección adicional para su rostro. Además, las canilleras anatómicamente fabricadas desempeñaban un papel crucial al resguardar sus pantorrillas de cualquier impacto o lesión.

Repentinamente, el hoplita iliense sintió antes de ver que su oponente micénico interrumpía sus embestidas. Todos estaban tan juntos y apretados en la falange, con tantos de sus compañeros empujando, que el único movimiento que se podía hacer con seguridad era avanzar, pero a veces eso causaba accidentes y parecía que su adversario se había resbalado.

Creyendo que los dioses le brindaban una oportunidad, el hoplita iliense forzó su cuerpo y rápidamente lanzó un golpe con su escudo, pero en lugar de embestir como de costumbre, utilizó el borde, de manera que incrementó muchísimo la fuerza. Esa era la principal ventaja del Hoplón: Podía usarse para defender y atacar al mismo tiempo.

Se escuchó un impacto diferente y el Aura de Batalla en el borde del escudo consiguió romper momentáneamente la defensa del hoplita micénico al que se enfrentaba. Este último tuvo que apartar su escudo e incluso retrocedió un poco como si estuviese a punto de perder el equilibrio.

El iliense sonrió con euforia e inmediatamente canalizó la mayoría de su Aura de Batalla hacia su lanza a través del astil, que aferraba con la palma de la mano hacia abajo y el pulgar señalando hacia la punta. Este agarre era perfecto para golpear por debajo de su escudo al enemigo, pero esta vez el hoplita iliense deseaba infligir un golpe fatal; así que abrió su defensa y extendió su brazo lo más posible mientras decidía en microsegundos cuál sería el punto del cuerpo de su adversario que golpearía: Brazos, vientre, cuello, rostro, etc.

Sin embargo, cuando finalmente se decidió por apuntar al cuello, ocurrió la fatalidad. El micénico, que solo parecía desequilibrado, sonrió debajo de su casco e inmediatamente inclinó su cuerpo hacia la derecha para ocultarse parcialmente bajo el escudo de su compañero, quien a su vez reaccionó de inmediato para coordinar sus movimientos. El lanzazo del iliense acabó rebotando contra la superficie metálica de aquel Hoplón. Este rebote provocó una reacción adversa que desestabilizó al iliense, quien además había tenido que abrir su defensa para atacar de ese modo.

Había sido engañado.

Cuando se percató de la trampa, ya era demasiado tarde. El hoplita micénico había recuperado su postura y se agachaba ligeramente para atacar con su propia lanza por debajo de su escudo, directamente hacia el vientre del hoplita iliense, con la clara intención de abrirle un hueco en el estómago. Simultáneamente, otro adversario se unió al ataque. Era el hoplita micénico que se encontraba en la segunda fila de la falange enemiga, justo detrás del que luchaba contra el iliense.

Este hoplita sostenía su lanza con un agarre invertido, aferrando el astil con la palma de la mano hacia abajo y el pulgar apuntando hacia la parte posterior de la lanza. Esta posición le permitía atacar fácilmente por encima de su propio escudo y sobre el hombro de su compañero que estaba frente a él, algo que aprovechó para apuntar directamente hacia el cuello del hoplita iliense.

Desde la primera y la segunda fila de la falange micénica, los dos ataques se aproximaban como las pinzas de una máquina sobre el desprevenido iliense. Lo más aterrador fue que el Aura de Batalla de sus enemigos solo se activó en la punta de las lanzas justo cuando estaban a centímetros de su víctima, para asegurarse de golpear con toda la fuerza posible.

En un intento desesperado por salvar su vida, el hoplita iliense activó su Aura de Batalla para fortalecer su cuerpo al máximo y aumentar su capacidad de reacción. Sin embargo, esta no se reunía con la suficiente velocidad debido a que había gastado demasiada energía en el largo y precipitado ataque fallido. Se maldijo interiormente por no haber reservado más energía, mientras que al mismo tiempo grababa en su alma lo terribles que eran los hoplitas micénicos. Aún así, no pensaba morir sin luchar, así que retrocedió lo mejor que pudo, tratando de imitar la misma maniobra que su enemigo y refugiarse tras el escudo de su compañero, quien también se apresuró a ayudarlo. Lamentablemente, fue un segundo demasiado tarde, y aunque se salvó de perder el cuello y el estómago, no logró evitar que la lanza de uno de sus enemigos se clavase profundamente en su muslo derecho durante unos segundos, antes de dejar su carne. Los dioses quisieron que la punta no le rompiera el hueso ni alcanzara ninguna arteria importante, pero no por eso el dolor fue menor. Y si en ese momento hubiera perdido su postura, lo más probable es que las lanzas de sus enemigos lo hubieran rematado de inmediato.

Afortunadamente, el iliense logró aguantar, aunque no resultó nada fácil. Al igual que un tiburón que huele una presa herida, el hoplita micénico comenzó a lanzar embestidas con su enorme escudo Hoplón, tratando de derribar al iliense herido y abrir un hueco en el muro de escudos. Si lo conseguía, la Falange Helénica colapsaría en poco tiempo.

Pero a pesar de los impactos que amenazaban con desencajarle las articulaciones y la debilidad por la pérdida de sangre, el iliense consiguió aguantar durante diez segundos, hasta que llegó la inevitable pausa en la que las falanges retrocedían unos segundos para recuperar el aliento. Entonces, el hoplita iliense, ayudado por sus compañeros, consiguió retroceder a toda prisa mientras era reemplazado por alguien de la segunda fila. No podría volver a pelear durante el resto de la batalla y tomaría mucho tiempo que pudiera recuperarse. Pero incluso entonces, el terror de haber luchado contra aquellos hoplitas micénicos tan perfectamente coordinados no desaparecería del todo.

Escenas similares se repetían constantemente a lo largo de las líneas. Las falanges se acercaban, los hoplones embestían como arietes, las lanzas golpeaban más rápido que serpientes, chocando contra metal, cuero y a veces carne de sus enemigos, ya fuera en los muslos, cuellos, hombros, ojos y cualquier punto donde alguien se descuidase. Entonces las falanges retrocedían para recuperar el aliento, mientras los heridos eran reemplazados por hoplitas sanos y se retiraban a los muertos del camino, no sin antes hacer honor al Campo de Sangre haciendo una ofrenda de sus propias heridas.

Con cada nuevo encuentro, los ruidos solo se amplificaban como una tormenta interminable. El Aura de Batalla resplandecía intermitentemente con una intensidad cegadora. Gritos y cánticos de guerra para darse ánimo se mezclaban con los de dolor y agonía. Los metales de los escudos replicaban arrojando chispas. Las lanzas se rompían y las puntas de acero se mellaban. Era un auténtico crescendo de violencia y muerte en la sinfonía de los dioses de la guerra.

Sí, la palabra "estruendo" no le hacía justicia. De ahí que los etolios utilizaran otro término para referirse a ese sonido en particular: Othismos, literalmente el "empuje" de las falanges.

*****

Pathros sentía que los ojos le ardían por el sudor. Hasta el momento, su experiencia le había permitido evitar ser herido, pero definitivamente los años le estaban pasando factura. Si bien tenía el poder de un Gran Caballero mejorando sus habilidades, hasta el punto en que mientras luchaba podía percibir las cosas como si el tiempo pasase más lento, su cuerpo ya no era capaz de reaccionar con la misma velocidad que antes. En su juventud, habría lanzado cientos de golpes de lanza por debajo y por encima de su escudo, mientras embestía a toda prisa para forzar una apertura. Sin embargo, ahora no podía hacerlo, porque si usaba de forma descuidada su poder y lo agotaba antes de tiempo, bien podría acabar muriendo. Y no podía permitirse caer aquí, porque entonces Helénica perdería a su comandante.

"Las cosas eran más simples cuando era un simple soldado más de la falange." Pensó con amargura.

Lo que más le molestaba en realidad era el sentimiento de impotencia. Había estado en muchas batallas, y cuando su físico empezó a fallar, siempre pudo utilizar su vasta experiencia para encontrar un punto débil que aprovechar en su rival. Pero el maldito micénico al que se enfrentaba era simplemente demasiado habilidoso y jamás le mostraba una apertura. No había nada que pudiese hacer. De ahí que buena parte de él deseara poder desahogar la frustración arrojando golpes contra aquel escudo.

Pero sabía que tenía que contenerse, después de todo, Patros estaba en el extremo derecho de la formación helénica, lo que significaba que no tenía un compañero que pudiese cubrirlo. Ese era el motivo por el que se veía forzado a mantenerse a cierta distancia, cruzando lanzazos y tentándose los escudos, sin entrar a fondo en el ataque. El resto de su batallón hacía lo mismo. Los hombres de Patros no se atrevían a acercarse más porque tenían miedo. Era obvio que los micénicos no avanzaban porque no querían.

El hombre que se enfrentaba a Patros era un oficial cuya cresta negra le cruzaba el yelmo de oreja a oreja. Debió reconocerle, lo cual no resultaba extraño con su casco que dejaba el rostro abierto, porque sonrió y le dijo con voz ronca:

- ¡Ya no deberías estar aquí, anciano! ¡Nadie se quejaría si un veterano como tú fuera a descansar! -

Aunque al menos había tenido la decencia de no llamarle "vejestorio", Patros le tiró un golpe con toda su furia. El micénico interpuso su Hoplón, que estaba lleno de mellas y abolladuras, y la lanza resplandeciente arrancó una chispa cuando ambas Auras de Batalla chocaron. Si fuera un duelo individual, la energía plateada de Patros habría prevalecido, pero esa precisamente era la mayor ventaja de la Falange con su superposición de escudos: Permitía que los hoplitas combinaran su fuerza defensiva, de manera que un Caballero de la Tierra podía mantenerse en combate contra un Gran Maestro de Espadas.

Entonces, de forma repentina, el oficial micénico miró a un lado, e incluso por debajo del yelmo Patros pudo ver cómo abría desmesuradamente los ojos.

- ¡No! - Gritó el micénico: - ¡No retrocedan ahora, maldita sea! -

Patros miró en la misma dirección que el micénico y vio con asombro que a su derecha los ilienses gritaban de júbilo, mientras los micénicos volvían la espalda para escapar hacia su campamento. Durante unos segundos, concibió una descabellada esperanza. ¿Realmente los hoplitas de Ilión, considerados los menos disciplinados entre los líderes de la Liga Etolia, habían conseguido poner en fuga a los temibles micénicos?

Todo indicaba que era cierto. Imitando el ejemplo de sus camaradas, los micénicos que luchaban contra los helénicos también dieron media vuelta y emprendieron la huida. Sin embargo, durante un breve instante, Patros se dio cuenta de una mirada de complicidad entre el oficial micénico y un hoplita que tenía al lado.

¡Es una trampa!

- ¡A por ellos! - Gritó uno de los oficiales helénicos.

Era una orden innecesaria. Los helénicos de la primera fila se abalanzaron en persecución de los micénicos, seguidos por los demás. Algunos hombres incluso arrojaron sus lanzas contra los enemigos que huían, aunque por su peso y su longitud no eran las armas más idóneas para disparar, y desenvainaron las espadas cortas que usaban como arma secundaria.

Patros se dio cuenta de que se había quedado solo. Los hoplitas de la primera fila lo habían dejado atrás, y los demás lo adelantaban pasando a ambos lados de él sin darse cuenta de que estaban dando empujones a su comandante.

- ¡Deténganse, estúpidos! - Gritó Patros: - ¡Es una trampa! -

Sus palabras cayeron en oídos sordos debido al fragor de la batalla. Intentó dar la vuelta para detener a sus hombres, pero ya era demasiado tarde. Cuando quiso darse cuenta, las únicas espaldas que veía eran las de sus propios soldados, que corrían tras los micénicos lanzando alaridos y levantando una nube de polvo bajo sus pies. Al girarse, vio a los batallones de mercenarios contratados, ansiosos por unirse al combate y que contagiados por el ímpetu de sus compañeros también estaban cargando sin pensar.

Y en el centro de todo aquel caos estaba él.

Al oír el estrépito de metal contra metal, Patros se giró de nuevo hacia el frente. Los gritos de persecución se convirtieron en chillidos de terror y furia, y en ese momento comprendió lo que había ocurrido. La carrera de los helénicos se detuvo bruscamente, algunos soldados cayeron al suelo tras tropezar con sus propios compañeros. Una barrera se había interpuesto en el camino.

Los escudos micénicos.

Habían fingido retirarse para desorganizar las filas del ejército aliado. Era una maniobra tan brillante como arriesgada. Patros no pudo evitar sentir admiración por aquellos hijos de perra. Una falange se desordenaba con facilidad, y aún más si se le daba la vuelta de esa manera.

A no ser que lo único que hayas hecho durante toda tu vida sea entrenar esos movimientos.” Reflexionó el veterano.

Los hoplitas helénicos que servían en retaguardia también eran hombres valientes, y precisamente por eso habían sido elegidos para cerrar las filas. Pero al ver que los camaradas que tenían delante empezaban a retroceder, fueron los primeros en retirarse. Al pasar, algunos de ellos vieron a su comandante Patros y apartaron los ojos con vergüenza. Podía entenderlos. Habían caído como peces en una red.

Patros sabía que la batalla entera podía perderse si las falanges aliadas colapsaban, así que no tuvo más opción que aceptar el riesgo de consumir mucho poder y activó de golpe todo el poder de su Aura de Batalla para abrirse paso entre sus propios hoplitas moviendo el escudo a ambos lados como si cortara maleza con un machete. Cuando se quiso dar cuenta, estaba por detrás de la primera fila de sus hombres, que aguantaban como podían mientras los micénicos los atacaban con sus lanzas desde detrás de una densa pared de escudos.

Ahí se encontraba el segundo al mando de Helénica, uno de los mejores amigos de Patros a pesar de que era mucho más joven. El oficial combatía con el arrojo de un titán mientras gritaba con todas sus fuerzas para animar a sus hombres. De pronto, una punta de hierro asomó por la parte posterior de su muslo y volvió a desaparecer, dejando en su camino una hendidura de medio palmo de la que empezó a manar sangre. Con un gruñido de dolor, el oficial helénico cayó de rodillas sobre la tierra. Manejando la lanza con una habilidad diabólica, el micénico que lo había herido le clavó el arma en el cuello. Patros no llegó a verlo morir, pero escuchó el estremecedor sonido de la agonía de su amigo.

- ¡No! -

Patros usó toda su fuerza para abrirse paso por un hueco casi inverosímil y luego concentró todo su poder en la punta de su lanza para lanzar una estocada mortal contra el rostro de aquel micénico, empleando toda la habilidad que le proporcionaban sus años de experiencia. Este se hallaba tan ufano removiendo la punta de su arma que no vio venir el golpe, y la lanza de Patros rechinó al colarse entre las dos carrilleras del yelmo. El impacto fue tan fuerte que el veterano hoplita sintió un agudo dolor en el hombro, pero de la boca del micénico brotó un chorro de sangre mezclado con dientes astillados.

- ¡Toma, maldito! - Gritó Patros con furia.

Los dioses se desquitaron con él rápidamente. Había consumido demasiada energía para llegar hasta ese lugar y el Aura de Batalla que protegía su cuerpo desapareció por unos momentos. Entonces, un impacto violento sacudió su escudo con tal fuerza que le dobló el brazo, empujando el yelmo y desplazándolo hacia un lado, de modo que terminó con un ojo tapado. Patros luchó por ajustarse el casco sin soltar la lanza, una tarea casi imposible en medio del caos de la batalla, mientras intentaba concentrarse para reunir más aura. Pero entonces, de reojo, vio a un guerrero micénico lanzarle un tajo desde la izquierda.

El veterano comandante trató de esquivarlo como pudo, pero la espada corta lo alcanzó en el hombro y sintió la cálida salpicadura de su propia sangre. Lo peor fue que, debido al golpe, el casco se le cayó sobre los ojos y todo se oscureció.

Sintió empujones por todas partes: en el escudo, en las piernas, en la espalda. Patros temió que cada uno de esos empujones fuera el preludio de una lanza que lo atravesara. Estaba a punto de hacer estallar toda su Aura de Batalla para generar una onda expansiva cuando unos brazos lo rodearon por detrás y lo alzaron en vilo.

- ¡Somos nosotros, mi comandante! - Gritó una voz conocida.

Más brazos lo sujetaron, y a ciegas sintió cómo los hombres lo pasaban de uno a otro como un fardo, a pesar de la carga de sus armas. Por fin logró colocarse el yelmo y gritó:

- ¡Déjenme en el suelo, maldita sea! -

Los soldados lo obedecieron. Patros desenfundó la espada y trató de orientarse. El frente debía estar en el sitio del que venía todo el mundo, empujando para apartarse de allí. Sin saber muy bien cómo, los helénicos y micénicos se habían mezclado en aquel tumulto. Por encima de sus cabezas se veían las lanzas de los micénicos, tremolando como espigas al viento, y entre los gritos de los que morían bajo su carga se oía el persistente martilleo del hierro sobre los escudos.

- ¡Vuelvan a combatir! ¡La falange puede colapsar! - Ordenó Patros, pero el grupo de soldados que lo había rescatado lo rodeó y lo sacó de ahí.

- ¡Si no nos vamos ahora, moriremos todos! ¡Además, la situación está a punto de cambiar y la Arconte quiere que te prepares para reorganizar la Falange cuando llegue el momento! - Le respondió quien comandaba al grupo de rescate. Se trataba de su hijo Aphros. Helena Teia había visto lo que ocurría desde su trono e inmediatamente dio órdenes al joven de ir con un grupo nutrido para rescatar a su padre.

Patros comprendió todo de inmediato y no perdió tiempo con preguntas inútiles. Envainó su espada y exigió con gestos imperiosos que le entregaran otra lanza, mientras preguntaba a su hijo: - ¿Qué ha pasado? -

Aphros señaló el extremo derecho de la Falange Iliense, el punto más vulnerable de todos y que ahora, gracias a la trampa de los micénicos, se había vuelto más débil que nunca.  Precisamente por eso, la bestia juzgó que había llegado el momento. Con un resplandor cegador y una velocidad casi sobrenatural, Atreo Mikel, soberano de Micénica, apareció completamente armado y con su Aura de Batalla desplegada en toda su magnificencia, preparado para atravesar con su lanza a todos los enemigos que se interpusieran en su camino.

*****

Cuando uno alcanzaba el nivel de Gran Caballero o Gran Maestro de Espadas, su Aura de Batalla adquiría un color plateado y el tiempo durante el cual podía cubrir todo su cuerpo se incrementaba considerablemente. Llegado a ese punto, resultaba muy difícil que alguien de un nivel inferior pudiera derrotarlos, pero aún así eran vulnerables si gastaban toda su energía. Especialmente en una batalla entre ejércitos, donde ambos bandos contaran con Grandes Caballeros, la norma general era que estos evitasen usar toda su energía desde el principio y más bien reservaran sus fuerzas hasta el último momento, ya que aquellos que atacasen primero corrían el riesgo de quedar vulnerables a los ataques de los campeones de nivel similar en el otro bando.

Pero había otro aspecto importante que se debía considerar: Incluso entre los Grandes Caballeros y Grandes Maestros de Espada, podía haber diferencias de nivel.

Tal era el caso de Atreo Mikel, un extraordinario combatiente con un excelente instinto de batalla. No se trataba solo de la ventaja tradicional que los caballeros aristócratas tenían sobre los espadachines, sino de un talento único que solo algunos guerreros poseían desde su nacimiento. Además, estaba en su mejor momento, lo que significaba que aún tenía mucho potencial para fortalecerse. Por eso, nadie dudaba de que eventualmente se convertiría en un Supremo.

El gran talento de Atro

En el bando de Helénica, solamente Patros era su oponente, y el veterano lo sabía. Precisamente por eso había estado ahorrando su Aura de Batalla hasta el punto de dejarse herir en el brazo con tal de no gastarla demasiado. También era por eso que estaba tan desesperado porque las Falanges no colapsasen, ya que en ese caso la única forma de salvar la situación sería que los mejores combatientes intervinieran para tratar de voltear las tornas. Y el viejo Patros no se hacía ilusiones al respecto: tenía claro que lo único que podía hacer era enfrentarse con Atreo Mikel, pero jamás podría vencerlo.

Ahora que la Falange Helénica y la de Ilión estaban en peligro de colapsar por completo, Atreo había decidido intervenir para resolver el conflicto de una vez por todas y estaba rodeando a ambos ejércitos por el flanco derecho, corriendo tan rápido que una persona normal solo podría ver una mancha borrosa.

En el tiempo que dura una inhalación, Atreo llegó frente al grupo de mercenarios que protegían aquel costado y, con una sonrisa salvaje, comenzó a desatar una lluvia de ataques con su lanza, que atravesaba decenas de cuerpos con una facilidad absurda. Los primeros en morir ni siquiera tuvieron tiempo de darse cuenta de lo que ocurría antes de sufrir entre cuatro y seis ataques fatales en el estómago, piernas, cuello y brazos. Al final, acabaron desplomándose en el suelo como trozos de carne deformes y sanguinolentos llenos de agujeros. Lo más aterrador fue que esto ocurrió en cuestión de segundos.

Los mercenarios finalmente comprendieron que estaban siendo atacados por un Gran Caballero e intentaron luchar, pero su determinación no cambió en lo más mínimo el resultado. Atreo simplemente colocó su Hoplón frente a él para usarlo como ariete y se abrió paso entre la multitud como si estuviera corriendo por el pasto. Los cuerpos de todos los que intentaron detenerlo acabaron siendo lanzados por el impacto, como si fuesen hormigas tratando de detener la carga de un rinoceronte. De ese modo Atreo superó a los mercenarios como si no existieran y llegó hasta la espalda de la Falange Iliense.

Algunos hoplitas en la última fila, que eran Caballeros de la Tierra, dieron media vuelta e intentaron detener a Atreo. Sin embargo, para hacerlo tuvieron que abandonar la falange y al no contar con el refuerzo colectivo, no tenían la más mínima oportunidad.

- ¡Debo detenerlo! - Exclamó Patros mientras se calaba el casco y preparaba su lanza.

- ¡No! ¡La Arconte…! - Comenzó a replicar Aphros.

- ¡Entiendo! - Lo interrumpió su padre mientras activaba de golpe toda su Aura de Batalla, deslumbrando con su brillo a todos los guerreros a su alrededor.: - ¡Pero debo intervenir! -

Patros conocía bien a su señora y sabía que ella debía tener un plan. Pero la propia Elena lo había nombrado su comandante porque sabía que no era buena cuando se trataba de dirigir a las tropas en el campo. Además, precisamente por ser una genio, la Archimaga de fuego tenía problemas para ponerse en el lugar de otros.

Los hombres, por más poderosos y entrenados que fueran, no eran máquinas. Por eso, en las batallas, el impacto psicológico podía ser mucho más importante que la propia capacidad para matar de los soldados. Patros lo había presenciado en numerosas ocasiones como ejércitos más grandes y mejor equipados que sus oponentes podían ser destruidos por un terror repentino, hasta el punto de huir en desbandada, a pesar de tener muchas oportunidades de obtener la victoria. Así de terrible podía ser el desaliento y el miedo colectivos.

La Falange no solamente era el arma más poderosa de los etolios por su fuerza destructiva, sino también por lo que representaba: el poder combinado de toda la ciudad. ¡Patros no podía permitir que se rompiera, independientemente de lo que su Arconte planeara, porque entonces todo el ejército aliado podría colapsar!

El veterano comandante dio un terrible pisotón que desató una onda expansiva lo bastante fuerte como para hacer que su hijo y los soldados tuviesen que retroceder varios pasos. A pesar del dolor, Patros forzó su cuerpo al límite, moviéndose como un rayo y sacrificando gran parte de su Aura de Batalla en el proceso. Pero gracias a su rápida reacción consiguió llegar a la espalda de la Falange de Ilión justo cuando el último adversario de Atreo Mikel caía sin vida y el gobernante de Micénica arremetía contra el punto débil de la formación enemiga. El Hoplón de Patros interceptó la lanza de Atreo, logrando desviarla apenas a tiempo para evitar que la ráfaga de energía alcanzara a los ilienses. Sin embargo, la fuerza del golpe fue tan tremenda que casi le dislocó el brazo.

¡Es mucho más fuerte de lo pensaba! ¡Tal vez ni siquiera pueda retrasarlo un minuto!” Concluyó Patros, sintiendo la desesperación apoderarse de él. Sin embargo, no permitió que ese sentimiento se reflejara en su rostro y simplemente sonrió hacia su rival mientras declaraba: - ¡No destruirás esta Falange! -

- No será necesario, viejo - Respondió Atreo con una sonrisa malvada: - Te mataré y arrojaré tu cabeza justo en medio de los hoplitas de Helénica. ¡Seguro que ver muerto a su comandante tendrá el mismo efecto! -

Lo peor es que tiene razón.” Pensó Patros, reprimiendo un suspiro irónico, pero empuñó sus armas decidido a vender cara su vida.

Lamentablemente, en los primeros golpes quedó muy claro que Atreo lo superaba con creces.  El color de sus auras podía ser el mismo, pero no pasó mucho tiempo antes de que Patros se viera obligado a emplearse a fondo únicamente para mantenerse con vida. Atreo más que luchar parecía estar danzando a su alrededor, arrojando golpes devastadores con su escudo para conseguir aberturas, mientras que la punta de su lanza buscaba los puntos vitales de Patros con una puntería diabólica. Gracias a la habilidad de Atreo, el astil de madera se doblaba como si fuese una serpiente viva.

Lo peor era que nadie, ni siquiera su hijo que observaba impotente, podía hacer algo para ayudar. La intensidad de su combate era demasiada para poder seguirla con la mirada. Cada vez que las armas impactaban, se generaban ondas de sonido atronadoras que expulsaban lejos a todos los guerreros que se acercaran a menos de cinco metros.

Por fin, Patros no pudo mantener la intensidad de su aura y Atreo aprovechó esa oportunidad para lanzar una estocada con su lanza directamente al cuello de su oponente. El veterano se inclinó bruscamente para esquivar, pero al hacerlo tuvo problemas para mantener el equilibrio y no tuvo otra opción que mantener su arma en posición vertical, lo que permitió que Atreo golpeara la lanza de Patros directamente con el borde de su escudo.

Se escuchó un fuerte crujido cuando la madera se rompió y la punta afilada cayó al suelo, inutilizada. Ahora Patros estaba desarmado, pero en lugar de desesperarse, inmediatamente embistió con su escudo, extendiendo su rodilla al máximo para empujar a Atreo, al mismo tiempo que desenvainaba su arma secundaria, una pequeña espada de hierro que usualmente se utilizaba al final del combate. Atreo fue tomado con la guardia baja, pero sonrió y rápidamente reacomodó su postura para esquivar el ataque mientras incrementaba la distancia entre ambos.

- Supongo que es verdad cuando dicen que "la experiencia es el arma más afilada" - Susurró Atreo apenas reprimiendo una sonrisa. Sabía que se estaba enfrentando al guerrero más poderoso de Helénica, pero debido a su avanzada edad estaba seguro de que no tendría problemas para derrotarlo y aún así podría presumir ante todos de haber acabado con uno de los mejores comandantes enemigos.

Pero el anciano estaba resultando ser un hueso duro de roer.

- Es una pena que tu cuerpo no siga el ritmo de tu espíritu. - Continuó Atreo, frunciendo el ceño al notar cómo el brillo del Aura de Batalla de Patros estaba reduciéndose: - Me habría gustado enfrentarte en tu mejor momento. -

Patros ni siquiera intentó fingir. Sabía que estaba usando sus últimas fuerzas y que probablemente moriría en el siguiente intercambio de golpes, así que sonrió desafiante mientras respondía:

- Es el destino que los jóvenes superen a las viejas generaciones… Pero este viejo no piensa hacer las cosas fáciles a nadie. ¡Si quieres mi cabeza, tendrás que esforzarte más! -

- ¡Sea! - Exclamó el gobernante de Micénica, ya sin reprimir su sonrisa. - ¡Yo, Atreo Mikel, sin dudarlo y sin piedad te concederé una muerte de guerrero…! - Sin embargo, repentinamente su expresión cambió por completo a una de furia: - Eso es lo que quería hacer, pero parece que una molestia ha decidido presentarse finalmente. -

Antes de que Patros pudiese entender de qué estaba hablando Atreo, un estruendo atronador resonó en el aire, acompañado de una ráfaga de viento que golpeó con la fuerza de un huracán desencadenado. Atrapado en medio de aquel vendaval, el anciano comandante fue arrojado violentamente hacia atrás y su cuerpo acabó dando vueltas en el aire como una hoja arrastrada por la tormenta. Durante unos angustiosos instantes estuvo volando desamparado y sin control, pero milagrosamente el ímpetu del viento lo llevó lejos del peligro inminente, regalándole una oportunidad inesperada de sobrevivir.

- ¡Padre! ¡Padre! ¡¿Estás bien?! - Gritó Aphros desesperado que había llegado corriendo junto con sus hombres para auxiliarlo.

- Estoy mareado. - Admitió Patros, extendiendo las manos para que lo ayudasen a levantarse a pesar suyo. Luego dirigió la mirada hacia el lugar donde acababa de pelear mientras preguntaba: - ¿Qué fue lo que…? -

Entonces observó lo que sucedía y abrió la boca con sorpresa: - Sabía que ese maldito era un miserable… ¡Pero no imaginé que llegara a tanto! -

- ¿Qué hacemos, padre? - Preguntó Aphros, mirando en la misma dirección, sin estar seguro de cómo debía sentirse.

- Ni idea, pero no pienso volver a pelear allí. Primero, porque no serviría de nada, y segundo, porque realmente no estoy seguro de quién quiero que gane. - Decidió finalmente Patros, mientras luchaba por recuperar el aliento. Entonces sacudió la cabeza con decisión y le dijo a su hijo: - Aprovechemos que Atreo tiene las manos llenas y vayamos a salvar la Falange. ¡No debemos permitir que la formación colapse! -

- ¡Entendido, padre! -

*****

Mientras tanto Atreo Mikel, quien permaneció impasible a pesar del viento, alzó su imponente escudo con firmeza, preparado para el inevitable enfrentamiento. De sus labios brotó un rugido gutural, como si una bestia legendaria se agazapara en su interior. En ese instante, la intensidad de su Aura de Batalla se acrecentó, envolviéndolo en una aureola resplandeciente que adoptó la forma de un león dorado.

En ese preciso instante, las corrientes de viento se abrieron de par en par, dando paso al carro de guerra dorado de Ilo Tros. Con un estruendo ensordecedor, el vehículo avanzó como una fuerza imparable, arrastrado por cuatro corceles de majestuosa belleza cuyos relinchos resonaban como truenos en la distancia. La tierra temblaba bajo el poder de sus pezuñas, mientras el sol se reflejaba en la armadura reluciente y la espada larga desenvainada del gobernante de Ilión.

- ¡Por fin haces acto de presencia! Ya estaba empezando a aburrirme...- Se burló Atreo, pero su risa se desvaneció de repente, y sus ojos se abrieron ampliamente, como si no pudiera creer lo que veía. Entonces, su expresión se torció en una mueca horrible de furia mientras gritaba: - ¡Eres un malnacido! -

Según las leyendas, uno de los héroes de la era legendaria de Etolia poseía un par de caballos inmortales, descendientes del dios de las aguas. Cuando aquel héroe falleció, estos magníficos animales decidieron abandonar el mundo. No obstante, antes de partir, engendraron una camada de la cual nació la noble raza de corceles conocida como los 'Aquilares'. Estas hermosas criaturas, de pelaje blanco como la nieve, eran considerados señores entre todos los caballos, una raza privilegiada que resultaba sumamente difícil de criar y aún más de convencer para que establecieran un Pacto con un caballero.

Como ya se mencionó, los etolios no practicaban mucho la equitación y preferían contratar mercenarios que sirviesen como caballería. Pero debido a aquella leyenda, los Aquilares eran venerados como seres de gran importancia simbólica y religiosa. Incluso Atreo Mikel, el cruel gobernante de Micénica, jamás haría algo deliberado para causarles daño.

Ilo Tros había empleado su vasta fortuna y conexiones para adquirir cuatro corceles de la distinguida raza aquilar, los cuales había vinculado a un Pacto desde que eran crías. Sin embargo, incluso un Gran Caballero solo podía acceder al cincuenta por ciento del potencial de estos magníficos animales. Consciente de ello, les había suministrado deliberadamente drogas especiales antes de la batalla para potenciar temporalmente su fuerza, aunque sabía que esto tendría un costo para su salud a largo plazo. Y no contento con ello, ahora estaba sobrecargando al máximo el poder del Pacto para extraer hasta la última gota de magia de estas criaturas excepcionales. En resumen, estaba sacrificando sus vidas para orquestar un único y poderoso ataque, exprimiendo el setenta por ciento de su capacidad.

Era evidente que llevar a cabo tal acción sería considerado increíblemente blasfemo en prácticamente todos los imperios, reinos e incluso entre las tribus del mundo. Sin embargo, a Ilo Tros no le importaba en lo más mínimo, siempre y cuando pudiera lograr su objetivo.

Los corceles avanzaron con fuerza imparable hacia el escudo de Atreo Mikel, levantando sus patas delanteras en un gesto desafiante. En un instante, sus cuerpos se envolvieron en un manto de relámpagos, desencadenando una explosión devastadora que destrozó por completo el formidable Hoplón del Gran Caballero de Micénica y lo arrojó varios metros atrás. Aunque su armadura de Aura de Batalla logró protegerlo de daños graves, tanto su lanza como su escudo fueron reducidos a escombros en el impacto. Mientras tanto, se escucharon relinchos angustiados cuando los cuatro nobles corceles cayeron al suelo, rodando con desesperación mientras expulsaban saliva por el hocico y perdían el sentido por completo.

Atreo Mikel se incorporó con gran esfuerzo, mientras varias piezas de su armadura se desprendían y caían al suelo con estrépito metálico. El resplandor de su Aura de Batalla, en forma de león, se desvanecía poco a poco. Estaba visiblemente desorientado y sus ojos luchaban por ver algo además de la densa nube de polvo levantada por la explosión. Para intentar recobrar el sentido de la orientación, se vio obligado a retirarse el casco, que cayó al suelo al romperse las correas de cuero que lo sujetaban en su lugar.

Entonces, un agudo silbido cortó el aire y la figura de Ilo Tros surgió justo al lado de Atreo Mikel. El gobernante de Ilión había saltado del carruaje en el momento justo para evitar el impacto y ahora avanzaba con una velocidad pasmosa y la espada desenvainada hacia un punto ciego en el momento más vulnerable del gobernante de Micénica: confundido, herido y desarmado.

- ¡Muere! - Gritó Ilo Tros con una sonrisa salvaje mientras blandía su espada, dispuesto a dividir el torso de Atreo en dos partes con un golpe certero.

Atreo Mikel con sus armas y armadura

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú y hoy es miércoles 03 de abril del 2024 y el día 29 será mí cumpleaños, lo que significa que estaré… un año más cerca de la muerte.

Este capítulo ha sido uno de los más desafiantes que he tenido que redactar, y no pueden imaginar cuánto. En primer lugar, me enfrenté a un terrible bloqueo de escritor que me impedía avanzar en la dirección que deseaba. Pasé horas frente a la pantalla, intentando visualizar el mejor desarrollo posible, escribiendo, borrando y reescribiendo repetidamente todo lo que acontecía. Y cuando finalmente lo completé, apenas disponía de tiempo para generar las imágenes con IA. ¡Dediqué un día entero intentando crear la imagen de Ilo cargando su carruaje, pero simplemente no pude lograrlo!

A pesar de los desafíos, estoy satisfecho con el resultado de este capítulo. Aunque para algunos pueda parecer un tanto breve, si se examina detenidamente, se encontrarán una gran cantidad de elementos y detalles fundamentales. Estos han sido cuidadosamente incluidos para proporcionar a cada lector una sensación de orden en medio del caos de la batalla.

Mi principal objetivo era que los lectores se sumergieran en la batalla que se estaba desarrollando y al mismo tiempo se enfocaran en detalles fundamentales. Podría haber descrito innumerables microcombates, pero consideré que eso sería excesivo y agotador para el lector. Después de todo, esta es una novela, no una crónica detallada de batallas épicas. Por eso, opté por utilizar un lenguaje que transmitiera la intensidad de los ruidos, los sonidos y la energía combinada entre los miembros de la falange. Luego, me concentré en un combate en particular que en cierto modo resumía lo que estaba ocurriendo con cada uno de los hoplitas en la primera y segunda líneas. Creo que el resultado es muy satisfactorio y sirve como una representación simbólica de la batalla entre las falanges, manteniendo ciertos aspectos fantasiosos que siguen el ritmo regular de la novela.

Luego, quería incorporar la perspectiva del anciano comandante Patros, lo cual añade un toque interesante a la narrativa. Además, esta perspectiva cumple una doble función al ayudarnos a comprender la maestría de la estrategia micénica de fingir retroceder para luego reformar la falange. Aunque pueda parecer increíble, esta táctica que parece tan apropiada para una novela de fantasía realmente ocurrió en la vida real. Los espartanos utilizaron esa misma táctica en la legendaria Batalla de las Termópilas contra los guerreros del ejército persa, como nos cuenta el historiador Heródoto.

El tercer acto está diseñado para que, a través de los ojos de Patros, el lector pueda experimentar el terror que inspira la habilidad de Atreo Mikel en el campo de batalla. Recordemos que Odón Ascher era un Gran Caballero, aunque se había fortalecido bastante mediante drogas peligrosas que luego arruinaron su futuro. En contraste, Atreo es un talento natural que puede influir decisivamente en el curso de la batalla si aparece en el momento justo.

La decisión de Patros de enfrentarlo es la correcta, ya que si no lo hubiera hecho en el momento preciso, toda la falange aliada habría colapsado. Su batalla con Atreo cumple nuevamente una doble función. Por un lado, genera tensión y angustia al saber que en cualquier momento aquel anciano tan valiente podría caer. Pero además, sirve para que Patros y Atreo encarnen, en cierto modo, la parte positiva de la guerra: el honor y el respeto entre enemigos que reconocen el valor del adversario y el espíritu de sacrificio.

El cuarto y último acto es completamente diferente. Personalmente, no soy un amante de los animales en el sentido de que no los considero más valiosos que las personas, y nunca apoyo las causas de PETA. Pero si tengo un sano cariño por los animales, especialmente por los caballos. Por eso, me pareció que el carácter despreciable de Ilo Tros podría ser bien representado al sacrificar de manera tan despreciable a esos hermosos corceles de una raza ficticia inspirada en el nombre del héroe Aquiles quien poseía caballos inmortales.

Ahora bien, es posible que muchos no recuerden que la primera vez que Bryan se enfrenta a Trunks, este último utiliza una técnica con su Aura de Batalla para encerrarlo e intentar matarlo. En aquel entonces, el Cazador de Monstruos solo era un Maestro de Espadas y su habilidad resultó ser una especie de carta de triunfo que consumía mucha energía y al final resultó inútil. Más tarde, Vlad Cerrón, el cuasi Supremo, poseía la habilidad del Sesgo Dimensional. Aunque no hemos visto luchar a muchos Grandes Caballeros, es razonable asumir que también pueden utilizar habilidades personalizadas. Por eso, se me ocurrió que Atreo podría tener una: su Aura de Batalla lo cubre por completo mientras adopta la forma de un león (lamentablemente, la IA no quiere generar una imagen de esto) para incrementar su poder defensivo.

En cuanto al título, pues es una palabra griega real. El Término Othismos hace referencias al empuje de la falange, pero también a todo lo que esto implica, incluido el ruido. Sobre lo que implicaba exactamente se han escrito bibliotecas enteras.

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Qué te pareció el capítulo? ¿Te gustó la narración de cómo se desarrolló el combate? ¿Cuál fue tu opinión sobre la descripción de la intensidad y la violencia de la batalla en este capítulo? ¿Conocías el término Othismos? ¿Qué opinas sobre la estrategia utilizada por los micénicos para desorganizar las filas del ejército aliado? ¿Crees que Patros hizo mal en vengar a su amigo en ese momento o debió esperar? ¿Cuál fue tu reacción al enterarte de que Patros fue rescatado por su hijo Aphros? ¿Qué opinas sobre la estrategia de Atreo Mikel de intervenir en la batalla de forma tan decisiva? ¿Cuál fue tu parte favorita de la batalla entre Patros y Atreo Mikel? ¿Comprendiste la importancia de los corceles Aquilares en la batalla y la controvertida decisión de Ilo Tros de utilizarlos como arma? ¿Qué piensas sobre el desenlace de la confrontación entre Atreo Mikel e Ilo Tros?

Ahora viene la parte en la que les suplico, si, suplico, por crudo y frío dinero para mantener la llama de la creatividad ardiendo. Con tu apoyo a través de mi cuenta Patreon, BCP o Yape, puedes convertirte en un verdadero héroe en la vida real. Bueno, quizás sin capa ni espada, pero con la satisfacción de saber que estás respaldando el próximo giro de la trama más emocionante. También pueden compartir esta historia en sus redes sociales y con sus amigos para ganar más lectores y señalar cualquier error de ortografía que se me haya pasado.

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!