316 Espada de doble filo

Aquella tarde el ánimo en la legión no podía ser mejor. En sus corazones, aquella jornada era digna de quedar grabada en los anales de la historia imperial. Una victoria semejante a la de los personajes legendarios.

Las Legiones V y VI habían cargado valientemente contra un ejército bárbaro que los superaba en número y los derrotaron hasta el punto en que tuvieron que escapar por sus vidas. Se sentían más valientes que nunca y capaces de conquistar el mundo.

Pero eso celebraban con alegría, mientras compartían una copa de vino que su general les había permitido tomar y brindaban a su salud y por sus glorias futuras.

- Están celebrando mucho, aunque no han hecho ni mierda. - Sentenció Bryan con un gesto hosco aprovechando la privacidad que brindaba su tienda de campaña, junto a sus Tribunos y el Primer Centurión de la V.

- Los hombres… están emocionados porque es la primera vez que ven retroceder a los bárbaros. - Dijo Cayo Valerio con tono vacilante, tratando de defender a los suyos.

- Lo que están es embrutecidos. - Lo corrigió Bryan tajantemente: - Y por eso confunden una victoria simbólica con una real. -

- No comprendo… - Comenzó a decir Cayo Valerio.

- Esto no fue más que una gran apuesta que funcionó únicamente porque las condiciones eran adecuadas. - Aclaró Bryan mirándolo seriamente: - En gran parte se debió a que Druso consiguió llegar justo en el momento clave. - Se volvió entonces hacia su amigo: - Muy bien hecho, por cierto. -

- Gracias, mi general. - Respondió el aludido con una sonrisa divertida.

- Pero no debemos engañarnos. - Continuó Bryan mirando a todos: - El mismo truco no funcionará dos veces y los hombres tienen que estar listos para cuando los bárbaros regresen. -

- ¿De verdad cree que regresen? - Preguntó Cayo Valerio hablando con mucho cuidado, para no dar a entender que dudaba del juicio de su general: - Me pareció que estaban sumamente asustados. -

- Los bárbaros no son filósofos. - Explicó Silano mostrándose de acuerdo con Bryan: - Tienen muy buenas tácticas, pero sus estrategias son muy elementales. Por eso es relativamente fácil predecir lo que harán. -

- Además son impredecibles. - Añadió Marcio: - Eso resulta útil para nosotros, porque sus alianzas no se suelen mantener durante mucho tiempo. Pero también representa un problema porque podrían acabar regresando por los motivos más inesperados. Así de inconstantes son y en todos los aspectos. -

- Entonces es seguro que volverán. - Dedujo Cayo Valerio.

- No, con los bárbaros nada es seguro. Ese es precisamente el problema. - Precisó Bryan con una sonrisa irónica: - También podría ser que no regresen, que se peleen entre ellos o que de la nada decidan abandonar la región. Pero estoy asumiendo el peor escenario posible. -

- Espera lo mejor, planea para lo peor… - Recitó Cayo Valerio.

- Exactamente. - Asintió Bryan.

- ¿Deberíamos entonces interrumpir la celebración? - Preguntó el Primer Centurión de la V.

- No, yo mismo la autoricé y no pienso cancelarla ahora. - Dijo Bryan negando con la cabeza y añadió con un gesto más calmado: - Además, sí hay motivos para celebrar. Es solamente que no son los que los legionarios se imaginan.  Pero los objetivos principales que tenía se han cumplido.

En primer lugar, estamos vivos. -

- Muchas gracias por eso. - Intervino Druso con tono burlón.

- De nada. - Respondió Bryan correspondiendo la broma de su amigo y continuó: - En segundo lugar, hemos evitado el saqueo de Valderán. Cumpliendo de momento el mandato del senado y el emperador. -

- Tiberio Claudio estará encantado. - Dijo Marcio con sorna.

- En tercer lugar, asestamos un golpe psicológico terrible a los bárbaros y es posible que su gran coalición acabe desmoronándose por completo luego de esto. -

- Lo ideal sería que los Vándala aprovechasen este momento para traicionar a los Uñó y las dos tribus acabasen luchando entre ellos. - Comentó Silano: - Dicen que el líder de los Vándala, un tal Ládano, es astuto y malicioso como una culebra. -

- Si eso sería lo ideal. - Asintió Bryan: - Pero de momento hay que poner toda nuestra atención para que no seamos nosotros los que cometamos errores. -

Silano asintió firmemente.

- En cuarto lugar, hemos conseguido levantar el ánimo de los legionarios, que se encuentran cohesionados por primera vez. - Continuó Bryan: - Y finalmente hemos ganado tiempo, porque la noticia de que los bárbaros se han retirado hará que otros posibles atacantes se lo piensen dos veces antes de organizar un saqueo. Tenemos que aprovechar cada uno de estos días y la moral de nuestras tropas para incrementar su entrenamiento al máximo. - Se volvió entonces hacia Marcio: - Tú eres el más veterano. ¿Cuál es el estado de las tropas? -

- Han recuperado parte del físico de un legionario, pero están lejos de ser aceptables. - Respondió Marcio inmediatamente: - Lo peor de todo es que la línea de los Triarios prácticamente no existe. Y tampoco tenemos Caballería. - Entonces miró a Bryan con un gesto interrogante: - ¿Está bien asumir que, en caso de emergencia, sus Criaturas Oscuras pueden en cierto modo servir como Tropas Auxiliares? -

- Por el momento, así es. - Asintió Bryan sin guardarse nada: - Puedo invocar entre diez y veinte mil Criaturas Oscuras si me empleo a fondo. El número dependerá del tipo de ser que invoque, porque cuanto más poderoso sea la criatura, más difícil será conjurarla. -

- ¡Impresionante! - Dijo Marcio asombrado, pero rápidamente comenzó a calcular: - Eso nos salvaría temporalmente de la desventaja por no tener Auxiliares. Ya de por sí será complicado hacer que nuestros legionarios avancen directamente contra una falange de la Liga Etolia. No queremos que nuestros flancos estén en peligro. -

Las Legiones Auxiliares no eran tan fuertes en combate como las Legiones Principales, pero a cambio eran mucho más diversas. En general se trataban de tropas reclutadas a lo largo y ancho del imperio, según el lugar en el que se estuviese peleando. Por este motivo su equipamiento y técnicas de combates podían variar bastante: Piqueros, espadachines, combatientes con hacha, usuarios de manguales, arqueros, jabalineros, etc.

En la batalla, los Auxiliares generalmente formaban en los flancos de las legiones para evitar que estas fuesen rodeadas. También, si usaban proyectiles, se colocaban al frente para realizar un primer ataque que rompiese las filas del enemigo, permitiendo que luego los legionarios tuviesen un combate inicial más sencillo.

Las Criaturas Oscuras no tenían Aura de Batalla, así que no eran muy efectivas como una fuerza principal contra ejércitos profesionales y numerosos, porque podrían terminar siendo abrumadas. Pero podían ser excelentes Tropas Auxiliares.

- Entonces el problema sigue siendo los Triarios. - Decidió Bryan suspirando.

La forma de pelear de las legiones de itálica era diferente a la de las ciudades estado de la Liga Etolia. Ellos no utilizaban la falange y en su lugar preferían otro tipo de formación, llamada Manipular. Cada Manípulo era dirigido por dos Centuriones.

En el manípulo, los legionarios no formaban un muro de escudos, pero sí se movían juntos como una sola unidad, que era mucho más flexible. Sacrificaban la defensa de la falange, pero ganaban una mayor maniobrabilidad que les permitía adaptarse mejor a diferentes tipos de terreno.

Eso era muy bueno de por sí, pero el verdadero secreto de su poder se encontraba en su famosa Rotación de Tropas. 

Los legionarios peleaban usando 3 filas distintas de manípulos.

Los Manípulos de la primera fila eran los más grandes. Siempre estaban conformados por los legionarios más jóvenes, menos experimentados y que recibían una menor paga. Los jóvenes eran enviados primero para que ganasen experiencia y forjasen su valor. Generalmente estos legionarios eran Compañeros de Armas o Espadachines Principiantes, aunque se esperaba que al final de la campaña todos se hubiesen convertido en Sargentos Caballeros o Espadachines propiamente dichos.

La segunda fila de Manípulos estaba compuesta por legionarios experimentados, así que tenía menos integrantes, pero eran mucho más habilidosos. Todos eran Caballeros o Espadachines de grado Veterano que representaban el verdadero corazón de toda la Legión. Cuando el general juzgaba que los principiantes habían luchado lo suficiente, ordenaba que se realizase una rotación de tropas, y los veteranos entraban en combate en ese momento para terminar con el enemigo.

¿Pero qué sucedía si la legión luchaba con un ejército que los veteranos no podían vencer? En ese caso había una tercera línea de guerreros. Esos eran los Triarios. Los héroes de la legión. Generalmente todos eran aristócratas y estaban compuestos por puros Caballeros de la Tierra o por Caballeros Veteranos que estaban a punto de alcanzar ese nivel. Y estos no eran dirigidos por Centuriones, sino por los mismísimos Tribunos.

El papel de los Triarios era el de aniquilar cualquier enemigo que el resto de legionarios no pudiese vencer. La carta de triunfo de la infantería de Itálica.

Pero precisamente por estar compuestos por aristócratas orgullosos, la mayoría de los Triarios de las seis legiones originales que cayeron en el Desastre Militar de Varrón Terencio, incluidos los de las Legiones V y VI, eligieron quedarse combatiendo hasta el final para darle al resto una mayor oportunidad de sobrevivir. Y los pocos que quedaron vivos fueron perdonados en el juicio a los legionarios, por pertenecer a la clase superior. Así que no participaron en el destierro a Valderán.

Esa era la razón por la que, en ese momento, prácticamente no había Triarios en las Legiones V y VI.

- Ya tenemos demasiados problemas por no tener caballería. - Decidió Bryan finalmente y soltó un profundo suspiro: - No podemos permitirnos además continuar con una infantería incompleta. - Se volvió hacia Marcio y Druso: - Que hoy las tropas celebren. Mañana comenzarán un entrenamiento intensivo para seleccionar a los que serán nuestros nuevos Triarios. Necesito que todos ellos lleguen por lo menos al máximo nivel en el grado de Caballero Veterano. ¡No me importa si para lograrlo tenemos que flagelarlos hasta que queden en carne viva! -

- ¡Comprendido, mi general! -

- ¡Comprendido, mi general! -

Bryan se volvió hacia Silano.

- Quiero que esas puertas estén reparadas lo antes posible y la fortaleza en estado óptimo. Para eso te daré el control de todos los magos y los siete mil voluntarios. -

- ¡Entendido, mi general! - Respondió Silano.

Luego Bryan llamó a Cayo Valerio a su lado: - Necesito que escojas a los mejores exploradores que tengas y los despaches al sur. Sé que hay campamentos de bandidos en las montañas meridionales. -

- ¡Se hará como ordenas, mi general! - Respondió Cayo Valerio.

Entonces Bryan se dirigió a todos los oficiales en conjunto.

- Si queremos convertir esta fortaleza en una auténtica base para nuestro ejército, necesitamos que los caminos estén libres de cualquier peligro para que los suministros puedan llegar sin problemas.

¡Las Legiones V y VI se dedicarán a limpiar nuestra provincia y pacificarán toda la región! -

Los oficiales saludaron marcialmente y se retiraron.

Bryan entonces se sentó mientras examinaba los mapas de Valderán y luego decidió que escribiría una carta a Cándido para solicitar más información sobre los movimientos de las Ciudades Estado de Etolia.

Aniquilar a unos simples bandidos debería ser algo fácil para mis hombres en cuanto hayan recuperado algo de su condición de soldados.” Pensó Bryan mientras sentía que el cansancio finalmente comenzaba a vencerlo: “Entrenaremos unos meses más y entonces pacificaremos toda la región. Eso nos ayudará mucho a recuperar la confianza de la población. Debería hacerlo. Siempre y cuando nada salga mal.” Se levantó de su silla para echarse en su cama de paja y se cubrió con la manta.

 “¡Por favor que nada salga mal!” Pensó antes de cerrar los ojos.

*****

Una gran meseta se extendía entre un grupo de montes hechos por pura ceniza de las emanaciones volcánicas cercanas que durante siglos habían estado activas. Más al sur había una cordillera de piedra oscura que llevaba por nombre Las Montañas de la Sombra, cuyos picos y crestas parecían cuchillos mellados que emergían siniestramente de la tierra. Todo el territorio era árido, seco y desolado. Sin una sola hierba.

La altiplanicie estaba surcada en toda su extensión por grandes cavidades, como si en los tiempos en que era aún un desierto de lodo hubiera sido azotada por una lluvia de rayos y peñascos. Los bordes de los fosos más grandes eran de roca triturada y de ellos partían largas fisuras en todas direcciones. En general todo el entorno estaba compuesto por rocas con bordes muy afilados, tanto que uno podría creer que cualquier persona que rodase por el suelo acabaría triturada.

El viento del mundo soplaba ahora desde el oeste levantando las nubes espesas de humo que escapaban de las grietas de la tierra, especialmente una tan grande como para permitir la entrada o salida de varias multitudes de personas. Y a juzgar por la intensa penumbra que contenía, esta abertura debía descender al menos mil quinientos metros de profundidad o quizá incluso más.

La “Boca hacia el Infierno” la llamaron aquel grupo selecto de personas que consiguió vislumbrar esta grieta y regresar con vida.

Tal descripción era apropiada para muchos, pues esa enorme abertura era la entrada al reino de los orcos del sur, aunque la palabra “reino” difícilmente podía ser aplicable a la sociedad de esas criaturas. Quizá madriguera o hábitat calzaría mejor. En cualquier caso, era un sitio que absolutamente todos evitarían.

O por lo menos así sería normalmente.

Porque la desolada meseta ahora mismo estaba ocupada por cuatro legiones del Imperio Itálico más otras dos Legiones de Tropas Auxiliares. En el Frente se encontraba un escuadrón de tres mil arqueros, los mejores reclutados de los pueblos sureños sometidos al imperio, que obtendrían la ciudadanía completa luego de su servicio. Detrás de ellos, una hilera de magos de Fuego, Viento y Agua intercalados perfectamente para maximizar su eficacia. A ambos lados de las Legiones Principales estaban las Tropas Auxiliares de diez mil piqueros profesionales que ya eran ciudadanos, pero elegían seguir sirviendo por el prestigio que esto les daría en su futuro. Las alas de este enorme ejército estaban reforzadas por dos escuadrones de cinco mil jinetes que claramente eran Caballeros.

En la retaguardia de aquel magnífico ejército se encontraban las máquinas de proyectiles y también una alta construcción de madera donde se ubicaba una docena de trompeteros, los Cuatro Tribunos Principales y los dos Prefectos Auxiliares. Cada uno de ellos poseía una presencia imponente y cicatrices que probaban su participación en miles de batallas.

Finalmente, sentado en una silla, en el centro de toda aquella comitiva, había un hombre de cabellos blancos, casi al ras, como ordenaban las normas militares. Sus ojos eran profundos, afilados como espadas y llenos de una vitalidad que parecía arder como las llamas. Era mayor, de eso no cabía duda, pero nadie que lo viese podría dudar ni por un momento de que se trataba de alguien muy peligroso y perfectamente capaz de moverse tan rápido como un relámpago, si así lo deseaba.

El nombre de esta persona era Esteban, una leyenda viviente para todos los militares de Itálica. Originalmente venía de una familia de la media nobleza que se había empobrecido y endeudado por completo, motivo por el cual su apellido estaba a punto de desaparecer. En realidad, él era el último miembro de su clan, así que decidió olvidarse por completo de luchar para mantener sus títulos y renunció a todos ellos para enlistarse en la legión como un soldado más. Pero no pasó mucho tiempo antes de que cosechase grandes méritos militares que lo convirtieron en un auténtico héroe.

Su primera hazaña ocurrió cuando su manípulo fue emboscado por una turba de orcos que llevaban arcos. Una flecha atinó la pierna del centurión de su unidad y este se quedó rezagado mientras que el resto no lo notó, pues estaban retirándose a toda prisa. Pero el entonces legionario Esteban se dio cuenta y regresó él solo para salvar a su oficial al mando usando únicamente su escudo para protegerse de las flechas, pues con su mano libre apoyaba al centurión herido. Fue un auténtico milagro que consiguiesen regresar vivos y esa fue la primera hazaña por la que Esteban se hizo famoso, pero no fue la última.

Por sus innumerables méritos acabó convirtiéndose rápidamente en Decurión, luego Centurión, Primer Centurión y finalmente obtuvo el cargo de Tribuno Militar. Y fue por aquel entonces que el ejército entero en donde Esteban servía se encontró completamente rodeado por una horda bárbara que no sólo los superaba en número, sino que además los habían atrapado en un bosque rodeado de cañones, del que no podían escapar.

El Cónsul al mando y el resto de Tribunos, incluido el propio Esteban, habían asumido que no les quedaba otra opción que rendirse para salvar a sus hombres, aunque eso significase una deshonra eterna. Justo en ese momento Esteban distinguió al rey bárbaro a la distancia, gracias a que este llevaba una hermosa espada de Mithril, que seguramente había saqueado en algún lado, pues esas tribus no sabían trabajar ese tipo de metal.

Y antes de que nadie pudiese detenerlo, Esteban espoleó a su caballo y cargó él solo contra su enemigo como poseído por el dios de la guerra.

Lo increíble fue que el rey bárbaro lo confundió con el propio Cónsul. Y quizá creyó que podría incrementar todavía más su victoria aceptando el desafío. Pero sea como fuese, el caso fue que el rey también espoleó su caballo y se lanzó a la carga.

Para sorpresa de todos, Esteban atravesó con su lanza al rey enemigo y luego le quitó su espada de Mithril, usándola para decapitarlo. Cuando los bárbaros vieron esto, la desesperación se apoderó de ellos y escaparon del lugar a pesar de tener todas las ventajas necesarias para acabar con los itálicos.

Con esa hazaña, Esteban había salvado a un ejército completo. Y en virtud de su valor el emperador le concedió la dignidad de Copríncipe, así como el título de Marqués. Gracias a estos dos grados pudo acceder al cargo de Cónsul, lo que le permitió convertirse en uno de los generales más exitosos y famosos del mundo. Fue entonces cuando comenzaron a llamarlo La Espada de Itálica, tanto por el trofeo del rey bárbaro que siempre llevaba consigo y le servía como arma principal, como por su forma de dirigir a sus soldados, haciendo que estos atacasen usando múltiples tipos de formaciones, aprovechando cualquier oportunidad para obtener una ventaja en el campo de batalla y acosando constantemente a sus adversarios, como si lanzase varias “estocadas” al enemigo.

Cientos de familias de la Media y hasta la Alta Aristocracia se pelearon durante años para adoptar a Esteban y conseguir que semejante activo fuese parte de sus propios clanes, sobre todo cuando este alcanzó el rango de Gran Caballero. Pero Esteban reusó todas las invitaciones, dejando claro que no le interesaba en lo más mínimo participar en el juego de alianzas políticas de la corte. En lugar de eso, fundaría una nueva casa noble que llevaría un nuevo nombre, el título que él mismo se consiguió con sus propios méritos.

Para conseguir su objetivo, Esteban se dirigió hacia la frontera sur del imperio y colocó su base de operaciones frente a la “Boca hacia el Infierno”, nada menos que la entrada del laberinto subterráneo que era la madriguera de orcos más grandes cerca de las fronteras del Imperio Itálico.

Lo que Esteban buscaba era convertirse en el guardián más imprescindible de todos. El único a quien enviar a luchar contra las aterradoras e interminables hordas de orcos, temidas en todo el mundo por su crueldad. Llegó al punto en que luchar contra estos monstruos se convirtió en algo tan natural para Esteban que se volvió rutinario. E incluso podía hacerlo al mismo tiempo que neutralizaba la marina de la Alianza Mercante de Tiro y aniquilaba los ocasionales ataques de los bárbaros.

La Espada de Itálica era tan temida que incluso Tiberio Claudio y el Príncipe Antonio vacilarían en enfrentarlo. Afortunadamente, Esteban siempre había sido tajante en su posición de no involucrarse en la lucha por el trono, sin importar lo que le ofreciesen. Y tampoco mostró la intención de hacerse amigo de ninguna facción.

Aun así, su influencia era inmensa. Eso se debía a que era el ídolo para todos los “Hombres Nuevos”, aquellos que aspiraban a subir por la escalera de la sociedad en el Imperio Itálico. Esteban era un hombre que se había convertido en leyenda por derecho propio y que consiguió llegar hasta la cima del escalafón militar únicamente con sus propias fuerzas.

Por lo menos así era como lo veían en la capital.

Sin embargo, si bien Esteban era en efecto uno de los mejores generales del mundo, el motivo por el que había llegado tan lejos era por los hombres con sangre de hierro que componían su ejército, cuidadosamente refinado para ser el arma más letal que existía. Sus Tribunos y Centuriones también se habían convertido en leyendas junto con Esteban. O mejor dicho gracias a Esteban.  Porque su general les había salvado la vida muchas veces y también los lideró en el camino para obtener gloriosas victorias que los convirtieron en hombres tan ricos como famosos.

Y leales hasta la muerte.

Más que lealtad es adoración. Ni siquiera necesito hablar con ellos para darme cuenta de que Esteban es un dios para todos estos oficiales y no me cabe duda de que también lo es para sus Legionarios.

Quien pensaba eso era el líder de una pequeña comitiva que, aunque estaban vestidos con armaduras de itálica, parecían completamente fuera de lugar en presencia de estos héroes.

Era Lawrence de las Égadas.

El motivo de su presencia ahí junto con todos sus Tribunos asignados era una prueba de lo bajo que había caído su prestigio luego de la enfermedad de su padre. El Senado le había asignado un territorio diferente para que lo defendiese, pero antes de partir sobrecargaron sus barcos de transportes con otras provisiones, y le dieron órdenes de que se detuviese a mitad de camino para entregárselo todo a la Espada de Itálica. Como si en lugar de un ejército fuesen meros trasportistas.

Aun así, usando sus dotes para la oratoria, Lawrence consiguió desviar la atención de sus tropas recién reclutadas acerca de este hecho y así logró tener una primera travesía pacífica. Luego se aseguró de que la mayoría de sus legiones no abandonasen los quinquerremes mientras descargaban los suministros, una operación algo engorrosa, pero que tan sólo debería haberles tardado medio día en el peor de los casos.

O así habría sido si el Procónsul hubiese estado en la base.

Para poder confirmar que la entrega se realizó de acuerdo con lo dispuesto por el Senado, Lawrence necesitaba que Esteban pusiese su sello en los documentos que traía. Pero en cuanto llegó le informaron que el Procónsul había salido con todo el ejército a algún lugar llamado “Las Montañas de la Sombra” y que tendría que esperar a que regresase.

Naturalmente, como siempre ocurría en toda campaña, nadie estaba seguro de exactamente cuánto tiempo pasaría antes de que el Procónsul Esteban regresase.

De modo que Lawrence viajó con su escolta de lictores y sus tribunos para encontrar al veterano general, pero cuando llegó se dio con la sorpresa de que la Espada de Itálica no estaba haciendo ejercicios con su ejército, sino a punto de iniciar una enorme operación militar de proporciones épicas.

Lawrence tuvo suerte de que lo dejaran llegar vivo hasta el estrado en donde Esteban se encontraba, pero este ni siquiera le dedicó una sola mirada y Lawrence tuvo que permanecer en silencio, sin hacer ningún movimiento. Porque si bien técnicamente ambos eran “Procónsules” y tenían el mismo nivel de autoridad, el enorme peso del prestigio de aquella leyenda era suficiente para mantenerlo mudo. Nadie tuvo que decirle nada. Un solo gesto o una mirada era suficiente para que aquellos hombres dejasen bien claro que no debía importunar.

- Ahora. - Dijo de pronto Esteban haciendo un gesto con la mano y unas trompetas replicaron en respuesta con un ritmo determinado.

Veinte bestias de carga conocidas como “Dragones de Tierra” comenzaron a tirar de una serie de gruesas cadenas de metal, las cuales, como si fuesen las cuerdas de una polea, utilizaban un eje para hacer que avanzasen una serie de enormes calderos metálicos que eran grandes como una casa, los cuales estaban llenos de una sustancia hirviendo, que era apestosa y dejaba escapar un olor fétido. Estos enormes cuencos llegaron cada uno hasta una serie de grietas menores, donde derramaron todo su contenido utilizando mecanismos mágicos. La sustancia humeante se derramó a raudales, pero rápidamente el contenido se perdió en las profundidades.

- ¿Cuánto tiempo para que ocurra la reacción alquímica? - Preguntó Esteban a un Tribuno.

- Treinta segundos. - Respondió el aludido.

Repentinamente una intensa cantidad de gases tóxicos comenzaron a emerger de todas las grietas. Y unos instantes después se escucharon los gritos furibundos de miles de orcos que se habían estado reuniendo cerca del nivel superior de su reino subterráneo. El plan de estas criaturas era realizar una invasión en toda regla de los territorios de Itálica, pero Esteban había conseguido capturar a sus exploradores y los torturó hasta que confesaron todo. Luego, fiel a su estilo, preparó un devastador ataque preventivo, el cual comenzaba por obligar a los orcos a salir de su madriguera.

- El avispero se ha revuelto. - Dijo uno de los Tribunos.

- Dejen que salgan de la “Boca hacia el Infierno”. - Ordenó Esteban sonriendo: - Queremos que la mayoría de ellos caigan en la trampa sin tener tiempo de retirarse. -

Del interior de la caverna principal comenzó a emerger una cantidad aparentemente infinita de Orcos. Solamente el número era aterrador, pero si a eso se sumaba el estruendo de sus pasos y sus rugidos furiosos, parecía una visión del fin del mundo.

Cuando Lawrence los vio, necesitó esforzarse bastante para mantener una expresión estable y lo mismo ocurrió con sus propios oficiales.  De forma instintiva todos se fijaron en Esteban en busca de algún tipo de señal que tranquilizase sus mentes. Y para su sorpresa vieron que tanto el Procónsul como sus Tribunos estaban observando la oleada de monstruos que se aproximaban con una tranquilidad casi irreal, como si tal espectáculo aberrante fuese tan común para ellos como el alza y la caída del sol.

- Ahora. - Ordenó Esteban.

- ¡Den la señal! - Gritó un Tribuno que interpretaba las órdenes de Esteban e inmediatamente un arquero disparó una flecha encendida que se elevó por los cielos, de manera que todo el mundo pudiese verla.

Repentinamente un escuadrón secreto compuesto por Magos de Tierra provocó una serie de derrumbes que cerraron todos los caminos fuera de la meseta, de modo que la horda solo tenía una opción: Avanzar hacia las Legiones.

- ¡Artillería a mi señal! - Dijo Esteban mientras calculaba la distancia de la horda: - ¡Ya! -

- ¡Artillería! - Exclamó otro Tribuno y en respuesta una serie de trompetas resonaron.

Las Balistas eran unas enormes máquinas de madera, metal y cuerda semejantes a ballestas. Su tamaño podía variar, pero las que Esteban usaba eran tan grandes como la proa de un Quinquerreme y necesitaban de ocho personas para poder operarlas. Veinte de estos artilugios comenzaron a disparar una serie de proyectiles a casi un kilómetro de distancia. Algunos eran rocas cuidadosamente talladas para ser perfectamente redondas e infringir más daño. Otros proyectiles eran recipientes de cerámica muy dura, que en su interior contenían una serie de productos alquímicos especialmente preparados para producir terribles explosiones. De este modo se desató una ráfaga constante de rocas y fuegos que mató a muchísimos orcos, sobre todo porque las rocas rebotaban luego de impactar la primera vez, amputando extremidades por donde quiera que golpeasen. Y las llamas se extendían inevitablemente, cuando las víctimas de la explosión acababan con el cuerpo cubierto de fuego y corrían desesperados hacia sus compañeros en busca de una ayuda que nadie les daría.

Sin embargo, si bien estas Balistas eran terriblemente poderosas, tenían algunas debilidades. La primera era que la propia fuerza del artefacto al disparar era tan grande, que literalmente movía su base, haciendo que fuese casi imposible disparar exactamente al mismo lugar dos veces, aunque como estaban atacando a una horda de orcos, en esta oportunidad esto no era realmente un problema. La segunda era que los artefactos eran muy pesados y una vez colocados en su posición eran difíciles de reubicar. Eso significaba que existía un umbral el cual, una vez atravesado, dejaría libre a los enemigos de los disparos de proyectiles.

Y los Orcos lo sabían.

De modo que, en lugar de amilanarse, las salvajes criaturas rugieron con más fuerza y aceleraron el ritmo de su carga.

- Que la división mágica se prepare. - Ordenó Esteban: - ¡Ataquen! -

- ¡División Mágica! -

Detrás de las primeras líneas de arqueros había una hilera de magos de Agua, Fuego y Viento intercalados entre sí, los cuales inmediatamente comenzaron a arrojar conjuros ofensivos en la forma de Bolas de Fuego, Cuchillas de Viento y Estalactitas. El alcance efectivo que tenían era de quinientos metros, así que cuando los orcos ya creían que se habían librado de los ataques a distancia por superar los proyectiles de las balistas, se encontraron con una nueva ronda de ataques devastadores.

Pero los orcos sabían que lo que correspondía hacer en estos casos era acercarse lo más posible para atacar a los magos, así que siguieron corriendo, y algunos de ellos que usaban armas a distancia, se adelantaron al resto para disparar.

- Nunca aprenderán. - Musitó Esteban sarcásticamente: - Cuando te acercas para usar tus armas a distancia, eso también significa que entras en el rango de ataque de las de tu enemigo. - Entonces se volvió hacia un Tribuno: - Táctica número dos. -

- ¡Subdivisión Mágica, neblina! ¡Arqueros, a mi señal! - Gritó el Tribuno aludido.

Los magos seguían atacando, pero entonces un pequeño grupo de ellos comenzó a hacerlo de un modo bastante particular, entrelazando sus propios conjuros para crear varias ráfagas de vapor caliente que golpearon directamente a las primeras filas de orcos.

- ¿Es una Coalescencia Mágica? - Preguntó Lawrence hablando a pesar suyo.

Pero nadie tenía la intención de responderle. Si lo hubiesen hecho le habrían explicado que, aunque los ataques producidos por la fusión de elementos mágicos eran muy poderosos, Esteban nunca hubiese usado algo así en las primeras fases de una batalla. Primero porque eso agotaría a sus magos excesivamente. Segundo, porque no deseaba desanimar a los orcos de continuar avanzando.

Si esas alimañas regresan escapando a su madriguera, ¿de qué servirían todos mis preparativos? ¡No hagas preguntas estúpidas chico!” Pensó Esteban para sí mismo mientras observaba a Lawrence por el rabillo del ojo durante un segundo, y le restaba unos cuantos puntos a la calificación que tenía de él en su mente. Después se volvió a concentrar en el frente.

La neblina que Lawrence veía era simplemente el resultado de que los ataques de esos magos se sucediesen en un determinado orden, no era fusión. El agua era la base, el fuego la convertía en vapor y el viento la direccionaba de tal modo que no afectase a sus propias tropas. Ahora se había formado una nube que no dejaba ver exactamente lo que sucedía en el frente, pero no era necesario, porque los gritos de dolor eran suficientes para imaginar lo que sucedía con los orcos. Y además en ningún momento las máquinas o los magos habían detenido sus ráfagas de ataques, algo que podían hacer porque el terreno fue previamente analizado por Esteban y este se aseguró de que las tropas fuesen adecuadamente instruidas.

Por fin los primeros orcos salieron de la nube de vapor, estaban a trescientos metros del ejército itálico y deberían haberse apresurado a cerrar la brecha. Pero los orcos claramente estaban confundidos y desorientados por el ataque del vapor, así que su velocidad se redujo. Esto provocó que algunos fuesen empujados descuidadamente por los que venían corriendo detrás para evitar el daño de los proyectiles de las balistas, provocando una acumulación de estas bestias y el subsecuente estancamiento.

- Arqueros, ahora. - Ordenó Esteban.

- ¡Arquería, ya! -

Los tres mil Arqueros de las tropas Auxiliares sacaron las fechas de sus aljabas y comenzaron a disparar en sucesión, sin detenerse. Siempre apuntaban recto, directamente contra las primeras filas, tratando de dar en el cuello o la parte baja del brazo, que era donde estaban los puntos débiles de sus armaduras. Heridos y desorientados, los orcos que recibieron las flechas no podían cubrirse adecuadamente, por lo que sufrieron una gran cantidad de bajas.

- ¿No sería mejor disparar al aire para que las flechas cayesen como lluvia? De ese modo podrían golpear a más orcos. - Susurró un Tribuno de Lawrence.

- ¡Cállate! - Le ordenó Lawrence inmediatamente: - ¿Crees que tienes algo que enseñar aquí? -

La primera vez Lawrence había hablado de forma involuntaria, por eso fue perdonado. Por eso y porque legalmente era un Procónsul del mismo rango que Esteban. Pero ahora su Tribuno era el que susurraba y aunque su voz era muy baja era evidente que todos los hombres de Esteban tenían el suficiente poder como para escuchar hasta el sonido más ínfimo, peor aún el susurro de un Tribuno descuidado.

Y en efecto, en ese momento se dieron cuenta de que las miradas de todos los oficiales de Esteban se habían teñido de un ligero tinte asesinó y era evidente que habrían decapitado al insolente recién llegado, si Lawrence no lo hubiese reprendido cuando lo hizo.

El mocoso entiende rápido, por lo menos. Si sobrevive quizá termine valiendo para algo.” Pensó Esteban y decidió recompensar la reacción de Lawrence, dándole una breve explicación. Aunque como todo lo que hacía Esteban, esta vino con un tono brusco, casi irrespetuoso, en la que no se guardaba ningún pensamiento.

- Las pieles de los Orcos son muy duras de por sí. Así que, incluso cuando no llevan armadura esas cucarachas son difíciles de matar. Por eso mando a hacer flechas especializadas, que son muy caras y difíciles de conseguir. - Entonces miró un instante al Tribuno como si estuviese viendo a un niño retrasado: - Cada tiro de esos caros proyectiles tiene que ser aprovechado y para eso necesito toda la fuerza que pueden desatar esos arcos. Tendría que ser un perfecto imbécil para desperdiciar mis dardos en una “lluvia”, en la que muchos tiros podrían caer al suelo sin hacer daño a ninguno y los que atinasen no lo harían con suficiente fuerza como para garantizar una muerte. - Se volvió hacia el campo de batalla: - Estoy peleando con orcos aquí, no con ridículos bárbaros que pueden ser asesinados con simples flechas baratas y arcos hechos con madera de palmera. Ahora, si no hay más preguntas estúpidas, tenemos una batalla que ganar aquí. -

Todos los oficiales de Esteban soltaron risas nada disimuladas y el Tribuno de Lawrence que había susurrado se puso colorado de la vergüenza. Por un instante pensó en decir algo para disculparse, pero en ese momento vio que Lawrence le lanzaba una severa mirada advertencia y aceptó la vergüenza en silencio.

Mientras tanto, varios cientos de Orcos habían muerto por las flechas. Pero los que venían detrás finalmente se abrieron paso entre los grupos de cadáveres y usaron sus escudos para defenderse. Sin embargo, los arqueros no se amilanaron y continuaron disparando. Cada una de sus flechas tenía una punta especial retorcida como un perno, que podía abrirse paso entre los puntos débiles de los escudos y las partes blandas de la armadura. Pero incluso si no podían hacer una herida mortal, la fuerza de los Arcos Largos hacía que el proyectil produjese un gran impacto al golpear, agotando la resistencia de los orcos.

Sin embargo, la horda siguió avanzando y algunos de ellos comenzaron a arrojar proyectiles que alcanzaron las filas de los arqueros.

- Rotación ahora, que avancen los Primeros Manípulos. - Ordenó Esteban.

Todos los Manípulos de Itálica no se agrupaban inicialmente en una línea de batalla, sino que se juntaban mucho para formar cuadrados muy compactos y separados entre sí, como los espacios en un tablero de ajedrez. Eso permitía que hubiese pasillos abiertos por los cuales las tropas que estaban en el frente podían retirarse rápidamente. Y así fue como lo hicieron. Primero los magos dieron media vuelta y marcharon a paso ligero por los pasillos. Luego lo hicieron los arqueros.

- Infantería, a mi señal. - Dijo Esteban y espero un poco: - ¡Ahora! -

- ¡Infantería, avancen! -

Las trompetas resonaron.

Entonces los primeros manípulos, que correspondían a los soldados más jóvenes y con menos antigüedad comenzaron a avanzar. Su edad oscilaba entre los dieciséis y veinticinco años. Naturalmente, siendo los legionarios de Esteban, todos ellos habían visto su cuota de batallas. Pero el ver como se aproximaba una horda de orcos y mantener la calma no era algo sencillo de hacer, incluso si no era la primera vez. Sin embargo, podían sentir las miradas de los veteranos que observaban detrás, así que se tragaron el miedo y avanzaron.

Ejemplo: La Legión Manipular

Conforme los manípulos marchaban, los centuriones comenzaban a dirigirlos para que extendiesen sus formaciones, de manera que los cuadrados de personas se fueron convirtiendo en rectángulos cada vez más cercanos entre sí. Y cuando finalmente estuvieron a diez pasos de sus enemigos, los legionarios ya se habían convertido en un frente unido que se arrojó en contra de los orcos.

Los jóvenes no eran tan experimentados, pero los orcos de las primeras filas estaban quemados o heridos por las flechas. Así que el choque inicial no fue tan complicado para ellos y mataron a muchos con sus espadas cortas, que usaron para acuchillar varias veces a cuanto enemigo se pusiese a su alcance. Pero conforme nuevas oleadas de orcos llegaban, la situación comenzó a ser complicada, sobre todo porque los orcos tenían una fuerza sobrehumana y blandían todo tipo de armas con mucha habilidad, a la vez que atacaban con una ferocidad frenética.

Para compensar esto, los legionarios habían sido instruidos para recibir los ataques con sus escudos rectangulares, hechos con madera contrachapada, la cual tenía el efecto de hacer rebotar los golpes que caían sobre su superficie. Luego debían acercarse lo más posible, buscando el combate cercano, neutralizando la capacidad ofensiva del enemigo, mientras acuchillaban las piernas o el estómago con sus espadas cortas.

Esa era la teoría y generalmente funcionaba. Pero al ser jóvenes menos experimentados, algunos cometían equivocaciones, que rápidamente pagaban con su vida. Y cuando esto sucedía, el legionario que se encontraba detrás tomaba el lugar de su compañero caído.

La batalla se estaba desarrollando y la lucha solamente se complicaba para los legionarios. Y es que los orcos eran enemigos implacables que luchaban hasta con uñas y dientes, desgarrando las gargantas de los legionarios literalmente a mordiscos si era necesario. Sin embargo, pese a observar todo esto, el Procónsul Esteban simplemente permanecía impertérrito. Sabía que había un ritmo en el combate, casi como si fuese un baile, que debía sentirse en lugar de verse, para saber el momento en que debía retirar a sus tropas. Los jóvenes necesitaban forjarse en el fuego para ganarse su derecho a llamarse a sí mismos “legionarios”.

Finalmente, luego de varios minutos de choques y lances entre ellos, Esteban levantó la mano y dijo: - ¡Los veteranos! ¡Ahora! -

- ¡Rotación! ¡Veteranos, avanzad! -

Se escucharon trompetas y finalmente los primeros manípulos comenzaron a retroceder. Los combates de soldados no eran luchas ininterrumpidas, sino que ambos grupos retrocedían cada pocos minutos para recuperar el aliento. Por eso los orcos pensaron al principio que los legionarios estaban haciendo esto mismo, una pequeña pausa antes de reanudar el combate. Pero entonces notaron que los itálicos seguían retrocediendo mucho más y gritaron eufóricos porque asumieron que los legionarios estaban huyendo.

Pero la realidad no era ni lo uno ni lo otro. Porque comandados por los Centuriones, los legionarios de los primeros manípulos fueron regresando a su formación original de cubo compacto mientras que al mismo tiempo retrocedían disciplinadamente. Tras ellos, los Manípulos Veteranos también comenzaron a avanzar, dejando abiertos los pasillos para que las tropas que ya habían combatido se refugiaran detrás suyo. Y una vez hecho el cambio, comenzaron a extenderse para formar un frente unido que cargó contra unos orcos que ya estaban agotados.

Los veteranos no avanzaron con temor, sino que se veían ansiosos por matar orcos. Todos tenían entre veinticinco y cuarenta años, así que estaban en el mejor momento de su vida. Tenían el grado de Caballeros y su equipamiento era de mucha mejor calidad en comparación con los principiantes. Además, décadas del entrenamiento draconiano por parte de la Espada de Itálica los habían convertido en auténticas máquinas de matar y sobre todo extremadamente disciplinados, pues cada uno de ellos conocía cuál era su lugar en la formación y sabían moverse de forma coordinada.

Frente a la inmensa masa de orcos, los veteranos de los manípulos centrales sonreían salvajemente mientras presionaban con sus escudos rectangulares sobre sus enemigos, a la vez que acuchillaban salvajemente. Casi al mismo tiempo, los magos reanudaron sus conjuros y provocaron una enorme cantidad de muertes entre los orcos, que llenó de pánico a la primera oleada, hasta que por fin estos dieron media vuelta e intentaron escapar, sólo para terminar siendo aplastados por los que venían detrás suyo.

Los legionarios veteranos se mantuvieron firmes en sus posiciones para recibir a la nueva acometida de orcos. Estos recién llegados se abrieron paso rápidamente por encima de los cadáveres de sus congéneres y se estrellaron contra los escudos de los legionarios, golpeando salvajemente para tratar de abrirse paso entre la madera contrachapada, reforzada con el Aura de Batalla de color verde. Pero en muy poco tiempo las espadas cortas de los legionarios comenzaron a acuchillar metódicamente los estómagos, entrepierna o los muslos de los orcos y matando a miles de ellos en la primera acometida. El mismo método se repetía una y otra vez: Los legionarios recibían el golpe de los orcos con sus escudos y luego contraatacaban enterrando varias veces sus crueles espadas cortas.

Naturalmente, la resistencia de los hombres no era ilimitada y eventualmente los legionarios de la primera línea no podrían mantener ese ritmo de efectividad. De hecho, solamente podían hacerlo cinco minutos como máximo.

Pero entonces aparecía la carta de triunfo de las legiones itálicas.

En el instante en que ambos grupos se separaban un momento para recuperar el aliento, el legionario que acababa de estar al frente retrocedía, dejando que el hombre que estaba detrás suyo lo reemplazase. Los miembros del manípulo dejaban que su agotado camarada retrocediese hasta el final de la formación, justo en la retaguardia, esperando su turno para volver al combate. Luego el que estaba al frente luchaba con todas sus fuerzas durante cinco minutos y también retrocedía para ser relevado.

Esto se repetía constantemente. Como cada manípulo tenía entre ocho y nueve filas de guerreros, eso significaba que pasarían cuarenta minutos antes de que el hombre relevado tuviese que volver a luchar y solamente lo haría durante cinco minutos.

En cambio, los orcos, pese a ser tan feroces y fuertes, estaban demasiado poseídos por su agresividad natural y por eso únicamente sabían cargar una y otra vez contra los escudos de los legionarios. Los orcos querían un combate individual, donde podían hacer valer su superioridad numérica y sus habilidades raciales. Pero los itálicos nunca entraban en ese juego y se mantenían unidos, luchando como una unidad.

Lawrence observaba con asombro. Al principio estaba horrorizado por el inmenso número de orcos que los estaban atacando y sinceramente no se le ocurría como podría derrotarlos. Ahora en cambio estos se habían convertido en simples presas, corriendo contra una máquina trituradora compuesta por hombres y espadas, que no dejaba de matarlos con una eficiencia impresionante.

Poco a poco, las oleadas de orcos fueron desapareciendo. Y cuando la tarde llegó, estos ya no estaban saliendo de la “Boca hacia el Infierno”, así que las máquinas de artillería dejaron de disparar. Todavía quedaban muchos luchando, pero su número ya no estaba aumentando de un modo casi infinito, sino que claramente estaban reduciéndose.

- La horda se ha terminado. - Dijo entonces Esteban: - Ahora sólo tenemos que lidiar con estos… Así que es hora de atacar. ¡Los Triarios! ¡En formación de sierra! ¡Ya! -

- ¡Triarios! - Gritó el Tribuno: - ¡Formación de sierra! ¡Avanzad! -

Formación de Sierra. ¿Qué cosa es eso?” Se preguntó Lawrence al escuchar un término que nunca había conocido antes y miró a sus tribunos de forma inquisitiva, pero solamente vio miradas de confusión en los rostros de sus oficiales. Pero entonces vio un resplandor blanco y su atención se fijó en el campo de batalla.

Las tropas más poderosas del ejército del Procónsul Esteban acababan de avanzar. Cada uno de ellos poseía el poder de un Caballero de la Tierra, pero este no era el motivo por el que eran tan admirados. Estos hombres tenían entre cuarenta y cincuenta años de edad. Había otras culturas en las cuales serían considerados bastante mayores para el servicio militar, pero no era así en Itálica. El imperio valoraba por encima de todo la experiencia en combate antes incluso que el poder individual y por eso estaban más que dispuestos a utilizar tropas de hasta sesenta o setenta años, siempre y cuando hubiesen conseguido méritos para ello.

Y esos hombres de ahí, eran leyendas vivientes de las legiones de la Espada de Itálica. Lawrence también era un Caballero de la Tierra, pero sólo necesitó un vistazo para reconocer que no podría derrotar en combate singular a ninguno de aquellos hombres. De hecho, incluso estaba seguro de que hasta Clark Ascher, quien en vida había sido un superdotado, probablemente moriría de haber tenido un duelo con cualquiera de ellos.

Los Triarios avanzaron en su formación de cubo, para permitir que los manípulos de veteranos se retirasen, como en su momento habían hecho los principiantes. Al pasar, recibieron miradas de admiración por parte de cada legionario, porque los Triarios eran sus héroes. Los mejor armados. Los más habilidosos en el campo de batalla. Precisamente por ser un grupo tan selecto era que sus manípulos eran mucho más pequeños que los del resto de legiones. Eran menos, pero producían mejores resultados y por eso generalmente la Espada de Itálica los reservaba para el final de la batalla. Las muchas victorias de Esteban se debían en gran parte a ellos y lo sabían. Eso los volvía vanidosos. Pero una vanidad forjada en el hecho de derramar mares de sangre enemiga era una que pocos se atrevían a criticar.

En cuanto el relevo se completó, los Triarios extendieron su formación para igualar la línea de los orcos. Pero en lugar de oponer una línea sólida, los hombres en el frente adoptaron una extraña alineación, en la que varios grupos se colocaban en una posición triangular. Eran literalmente como si todos aquellos legionarios se hubiesen convertido en la hoja de una sierra, que enseñaba los dientes a los orcos. Y lo hicieron con una velocidad y precisión tan asombrosa, que solamente podía explicarse con una palabra: Maestría.

Formación de "Sierra"

Los orcos cargaron contra los Triarios, pero la formación de sierra concentraba todo el peso y la fuerza de los legionarios, que avanzaron mientras empujaban y aplastaban a los orcos, atrapándolos en los ángulos de su formación. Al mismo tiempo, las espadas no dejaban de moverse, convirtiendo rápidamente a todo lo que tocaban en un cadáver.

Los Triarios avanzaron como una máquina y los miles de orcos eran acabados tan rápidamente, que parecían estar siendo devorados por una bestia inmensa. No se trataba de simples hombres formando varios triángulos, sino de un grupo de los mejores soldados del mundo bien pertrechados, que funcionaban como una única unidad y fusionaban todas sus fuerzas para aplastar a cualquier enemigo en su camino. Eran una inmensa masa de escudos y espadas que avanzaban, peleando disciplinadamente en conjunto, adentrándose entre la masa de orcos. Irónicamente, la naturaleza agresiva de los orcos jugó en su contra en ese momento, porque si se hubiesen rendido con atacar desde el principio y hubiesen retrocedido, la Formación de Sierra no habría sido tan efectiva. Pero como esas bestias, poseídos por su frenesí sangriento, no dejaban de atacar y continuaron estrellándose contra los dientes de la bestia, perdiendo rápidamente sus vidas al ser aplastados y rechazados.

Por fin los orcos comenzaron a respirar y se dieron cuenta de que estaban siendo aniquilados. Entonces buscaron un modo de rodear a los Triarios para atacarlos por la espalda, pero recién entonces se dieron cuenta de que estaban en un terreno que Esteban había preparado para evitar precisamente eso. Incluso si por algún motivo conseguían escalar los bordes escarpados de las rocas, las Legiones Auxiliares estaban a la espera para recibirlos. Buscaron otro camino, pero todos estaban sellados. Los orcos en el frente estaban demasiado presionados por la “sierra” de legionarios y no tenían escapatoria.

De modo que los grupos de orcos en retaguardia comenzaron a dar media vuelta y corrieron de regreso a la “Boca hacia el Infierno”.

- Es el momento, dijo Esteban levantándose y colocándose su casco: - Que los Triarios se detengan y los Auxiliares se preparen para rematar a los grupos que consigan abrirse paso. ¡La caballería terminará la batalla ahora! -

- ¡Caballería! - Gritó un tribuno para que sonaran las cornetas.

- Ahora regreso. - Dijo entonces el Procónsul Esteban mirando un instante a Lawrence y marchándose con sus Tribunos para unirse a la batalla, mientras su cuerpo resplandecía con una intensa luz plateada.

Lawrence se quedó con sus hombres en aquel estrado de madera que Esteban usaba para comandar. Vio que la caballería partía en ese momento para rodear a los orcos que escapaban por sus vidas y se estrellaba como una centella contra sus espaldas. El caos más absoluto acabó desatándose, porque los orcos que escapaban se tropezaban con cuerpos de sus pares muertos o heridos. El terreno acabó sembrado de cadáveres por doquier, con brazos y piernas amputadas, armas por los aires. El fragor era simplemente infernal.

- Nosotros le decimos “Boca hacia el infierno” a este lugar… Pero quizá los orcos terminarán llamando a este lugar del mismo modo, gracias a la Espada de Itálica. - Comentó Lawrence suspirando con asombro.

Sus oficiales asintieron.

*****

Al anochecer, el suelo estaba sembrado de cadáveres de orcos. Habían muerto ochenta mil de esas criaturas. En cambio, los legionarios solo perdieron a unos cuatrocientos hombres y tuvieron un número un poco mayor de heridos, aunque la mayoría pertenecían a los Manípulos de Principiantes, así que no representaban una gran pérdida para el poder total del ejército.

Otra victoria gloriosa.

El Procónsul Esteban se sentó en su silla mientras que un esclavo le ayudaba a limpiarse la sangre oscura del cuerpo, que naturalmente pertenecía a los Orcos.

A sus pies, se encontraba la cabeza de un orco que era mucho más grande que las demás. Era el caudillo de aquella horda, que había reunido a sus compañeros en los niveles superiores de su madriguera para atacar el territorio del Imperio aquella misma noche, sin saber que Esteban ya sabía de sus movimientos.

- Coloquen esta con las demás. - Ordenó el Procónsul a uno de sus asistentes de confianza que se acercaba, arrojándole la cabeza. Finalmente se volvió hacia Lawrence: - Bueno, ahora que sí tengo tiempo. ¿Cómo puedo ayudarte? -

- Necesito su sello en estos documentos. - Dijo el joven entregándole unos rollos.

- Por fin, llegaron los suministros que tendrían que haber enviado hace dos meses. - Comentó Esteban con sorna: - Supongo que la lucha entre los dos principitos es demasiado importante como para que unas meras hordas interminables de orcos, que podrían devorar la mitad del continente si no son contenidos, les importen demasiado. -

- Ciertamente el enfrentamiento de las facciones políticas está provocando que algunos en el imperio se comporten de un modo irresponsable. - Respondió Lawrence con una sonrisa.

- Y estoy seguro de que tú no tienes nada que ver en ello, principito. - Le dijo Esteban sonriendo de un modo burlón.

- ¡…! ¡¿Cómo? -

- ¿Cómo sé que eres un príncipe? - Lo interrumpió Esteban con un bufido: - Por favor. En la Alta Aristocracia no hay secretos que valgan la pena saberse. Y de una vez te advierto que no pierdas tu tiempo con dobles sentidos y vueltas inútiles.  - Lo miró fijamente: - No pienso ayudarte a tomar el poder ni tomar partido por tu causa. -

Lawrence tragó saliva un momento, pero entonces decidió hablar: - Entonces permítame ser completamente honesto. -

- ¿Oh? - Comentó Esteban curioso.

- Mi hermano mayor es un loco imprudente y sádico que solamente puede llevarnos a una serie de guerras sin ningún tipo de preparación. Antonio es un enfermo mental que es marioneta de Tiberio Claudio. Es imposible que no sepas esto. - Enumeró Lawrence con una expresión seria: - Entonces, ¿cómo es posible que se permanezca neutral? -

Esteban se apoyó en su silla mirándolo en silencio durante unos momentos, pero luego sonrió: - Todo lo que dices es cierto, pero tampoco me queda claro que tú seas mejor. -

- ¡¿Por qué?! -

- Tengo mis propios criterios y no tengo por qué explicarlos. - Respondió Esteban: - Basta decir que la “cordura” no necesariamente garantiza que vayas a ser un buen emperador. Después de todo, una cosa es saber lo que debes hacer para gobernar y otra cosa muy distinta es si tienes los medios para lograrlo. - Y entonces añadió: - Cuando hayas hecho algo en lugar de estudiarlo, entonces valdrá la pena que tengamos esa conversación. Todavía te rechazaría, no te quepa la menor duda, pero al menos te explicaría los motivos. Ahora mismo sólo eres un mocoso que no merece saber nada. -

Lawrence cerró el puño con fuerza, pero asintió, admitiendo que en ese momento no podía hacer nada más.

- En lugar de eso. - Dijo Esteban mientras hacía un gesto y unos esclavos llegaron trayéndole una silla a Lawrence, una mesa con comida y dos bebidas: - Quiero saber algo. Tú eres un recién egresado de la Academia Babilonia. ¿No es verdad? -

Lawrence se sentó y tomó las bebidas, pero se sorprendió un poco por la pregunta y sobre todo porque el tono del estoico procónsul había cambiado por completo, para volverse casi… afable. Aunque rápidamente respondió: - Así es. -

- ¿Sabes algo de mi querida Estefanía? - Preguntó entonces Esteban con una sonrisa risueña.

- ¿Estefanía? - Preguntó Lawrence, mientras buscaba en su memoria ese nombre que no recordaba haber escuchado.

- Si, mi querida hija. - Explicó el Procónsul Esteban sonriendo: - Ella es profesora de la Academia y muy respetada. ¡Como debe de ser! -

- ¿Una profesora? No recuerdo a ninguna con ese nombre… - Admitió Lawrence después de pensarlo un momento: - ¿Quizá pertenezca a la división de Artes Mágicas? -

- ¡Así es! - Asintió Esteban con una sonrisa soñadora que no le quedaba nada bien considerando su anterior comportamiento duro y marcial: - Desde niña ha sido encantadora, pero tiene una curiosidad excesiva por temas un poco extraños. - Entonces su sonrisa vaciló por unos momentos: - Le dije que se quedase en casa para asumir el cargo de Señora de nuestros territorios, pero ella insistió e insistió en que quería ser maga y finalmente logró convencerme. Ahora es profesora de Necromancia. -

- ¡…! -

Lawrence sintió como si alguien le hubiese dado un puñetazo en el estómago.

Cuando era estudiante, como parte de su estrategia para tomar el poder en el futuro, memorizó la información personal y del pasado de todas las personas importantes, tanto estudiantes como docentes. Pero no fue tan metódico con los dos profesores de Necromancia, porque esa rama estaba en decadencia y no parecía que valiese la pena gastar recursos en informarse sobre su vida fuera del propio recinto de la Academia.

¡Ese fue un error gravísimo! ¡Fui un completo estúpido! ¡Clark!  ¡Clark debía saberlo! ¡Por eso la cortejaba tan abiertamente! ¡Y yo estaba seguro de que simplemente era un lujurioso! Pero estaba tan distraído por Bryan que…” En ese momento cayó en cuenta de algo terrible y casi se levantó de un salto: “¡Bryan! ¡Maldito seas, Bryan! No solo sedujo a mi hermana Phoebe y a la dama Emily Asturias… ¡Sino a la hija de la Espada de Itálica! ¡¿Acaso está loco?! ¡¿No tiene miedo de morir?!

- ¿Estás bien, mocoso? - Preguntó Esteban levantando una ceja.

- ¡Ah! ¡Si! ¡Discúlpeme usted! - Se apresuró a responder Lawrence y bebió rápidamente un trago para distraer a su interlocutor mientras recomponía su expresión, a la vez que comenzaba a sentir una extraña sensación de déjà vu. Y luego volvió a preguntar para asegurarse: - Se está usted refiriendo a la Maestra Fanny. ¿Verdad? -

- ¿Fanny? - Preguntó Esteban entornando los ojos y entonces una ligera intensión asesina comenzó a desprenderse de él: - ¿Qué significa eso, mocoso? ¿Te atreves a faltarle el respeto a mi hija? -

- ¿Perdón? No comprendo… -

- ¡El nombre de mi hija es tan hermoso que es un crimen abominable el dejar de pronunciar una sola sílaba! - Exclamó Esteban golpeando la mesa con un puño: - Así que repito mi pregunta, mocoso. ¡¿Acaso estás faltándole el respeto?! -

- ¡Misericordia! - Respondió Lawrence levantando ambas manos rápidamente para dar a entender que no llevaba consigo ningún intento de agresividad: - ¡Es solamente que así es como la Maestra se ha presentado siempre ante todos! ¡Yo jamás pretendería ofenderlo! -

- ¡No me mientas! ¡Mi princesita nunca…! -

- Amo. - Intervino de pronto uno de los esclavos más viejos que se había quedado cerca del Procónsul Esteban: - Fanny es el apodo que la señorita siempre dijo que prefería usar. -

- ¡¿Qué has dicho, imbécil?! ¿Acaso te has vuelto loco? ¿Cómo podría no saber esto? - Exclamó Esteban indignado y mirando al esclavo como si fuese a golpearle.

Sin embargo, el esclavo no se amilanó en lo más mínimo y más bien le respondió con un tono aburrido que era casi insolente. Normalmente algo así sería inconcebible, pero aparentemente este hombre era el confidente de mayor confianza de Esteban.

- ¿Puedo hablar con libertad, amo? -

- ¡Habla! -

- ¿Recuerda aquella vez, cuando presentó por primera vez a la Señorita con sus camaradas y ella le gritó enfurecida? -

- ¿En la reunión de invierno? -

- La misma. -

Esteban cerró los ojos e intentó recordar, pero parecía tener dificultades para hacerlo.

- Si, ella levantó la voz. - Admitió finalmente y luego sonrió: - ¡Tiene el carácter de su madre, después de todo! ¡Ah, pero se veía tan adorable mientras agitaba los puños! ¡Tan linda que ni me acuerdo lo que ella dijo! -

- Precisamente… - Continuó el esclavo suspirando: - Dijo entonces que le daba vergüenza ese nombre y que deseaba que le dijesen Fanny. -

- ¿Y por qué haría eso? ¡En nuestra familia es un honor llevar ese nombre! Esteban para los hombres y Estefanía para las mujeres! ¡Esa siempre ha sido la tradición! -

- Precisamente ella se quejó de que usted, quien dejó de lado hasta el apellido familiar para comenzar desde cero, no haya abandonado la única tradición de vuestro clan que a ella le molesta. ¿No lo recuerda? -

- No… No realmente. - Respondió Esteban luego de pensarlo un poco: - Creo que había bebido demasiado. -

- Precisamente ese fue el segundo tema por el cual discutieron aquel día. - Continuó el esclavo suspirando: - Usted se fue repentinamente al campo de batalla y no visitó a la señorita durante todo su consulado. Luego regresó con sus camaradas de armas sin avisar, pero en lugar de esperar a llegar a la mansión para celebrar, vinieron bebiendo por el camino y estaban borrachos cuando llegaron. -

- ¿En serio?... ¿Eso pasó? -

- Precisamente eso. - Contestó el esclavo: - Entonces se puso a apretar los cachetes de la señorita como si esta fuese una niñita, ahogándola con su aliento a alcohol. Luego de esto la presentó como la decimocuarta Estefanía de su familia y le pidió que se subiese a sus hombros. -

- Bueno, quizá estaba un poco mareado. ¡Después de todo estaba muy feliz por volver a ver a mi hija y quería celebrarlo! Tal vez no debí beber antes… ¿Pero qué problema hay con pedirle que se suba a mis hombros? - Preguntó Esteban claramente confundido.

- La señorita tenía diecisiete años en ese momento, amo. - Explicó el viejo esclavo llevándose una mano a la cabeza: - Naturalmente ella estalló en furia y le gritó que detestaba ese nombre. Luego le reclamó por llegar borracho después de dos años sin verla y sin enviar alguna carta, para ponerse a tratarla como si aún fuese una niña en frente de sus amigos. Ya para entonces todos los sirvientes de la mansión sabían que la señorita quería que la llamasen Fanny. -

- ¡…! -Esteban se quedó mudo un momento: - ¿Tenía diecisiete? Espera… ¿Cuántos años tiene mi hija ahora mismo? -

- Desde que escapó de casa han pasado cinco años, así que… -

- ¡Espera! ¡¿Escapar?! - Exclamó Esteban confundido.

Cabría recalcar que en este punto se había olvidado por completo que Lawrence estaba sentado en frente suyo. Y este a su vez estaba haciendo grandes esfuerzos para mimetizarse con la silla y ser completamente ignorado.

- ¿Cómo que escapar, estúpido esclavo? ¡¿Acaso has comido algo en mal estado?!  Mi hija me pidió ir a estudiar a la Academia Babilonia y yo generosamente le di permiso a pesar de lo mucho que me dolía separarme de ella. También compré los primeros libros de magia para que Estefanía pudiese estudiar. -

 - ¿Puedo hablar con libertad, amo? - Volvió a preguntar el esclavo levantando una ceja.

- ¡Habla! -

- Usted no compró libros de magia. Cuando derrotó a la Alianza Mercante de Tiro en una batalla naval, consiguió apoderarse de un cofre que incluía una gran cantidad de manuales de magia. Y usted vendió todos ellos al Gremio Mercante de Bootz a excepción de los libros de Necromancia, porque nadie quería comprarlos. Así que envió estos libros sobrantes a la mansión con orden de raspar la tinta para reciclar el papel pergamino. Luego se olvidó de ellos y no preguntó más al respecto.

La señorita, que en aquel entonces tenía doce años, recibió los libros. Pero al leerlos decidió que eran fascinantes y los conservó sin decírselo. Desde entonces se dedicó con gran empeño a estudiarlos por sí misma, hasta que cumplió dieciséis. -

- ¿Eso pasó así? - Preguntó Esteban ceñudo.

- Ése fue el orden de los acontecimientos. - Recalcó el esclavo: - Luego la señorita le pidió ir a la academia… Y usted se negó tajantemente, porque, y cito: “Mi pequeña princesita no necesita ir a ningún lado. ¡Nunca dejaré que abandones la seguridad de la mansión! ¡Y mataré a cualquiera que intente llevarte lejos! ¡Incluso si es el emperador! ¡Haré que mis legiones le corten los testículos y se los metan en la boca!¡A todos ellos!” -

- ¿Yo dije eso? - Preguntó Esteban levantando una ceja, pero no se veía sorprendido o asustado, solamente confundido.

¡No, muéstrate más sorprendido! ¡Literalmente amenazaste con desatar una guerra civil porque tu hija quería ir a estudiar! ¡Solamente esas palabras son traición a la familia imperial!” Gritó Lawrence en su interior, pero se las arregló para permanecer callado.

- Esas fueron sus exactas palabras, amo. - Confirmó el esclavo: - Quizá no lo recuerde bien porque en aquella ocasión también había bebido mucho. -

- Cierto, creo recordar qué algo así pasó. ¿Cómo fue que acabó aquello? -

- La Señorita dijo que se iría igualmente y entonces usted se puso a gritar incoherencias, hasta que finalmente ella se marchó. Creo que sus palabras fueron: “Sí quieres irte por lo menos debes ser capaz de darle un golpe a tu padre… ¡Y lo mismo será el día en que alguien quiera casarse contigo! ¡Tiene que por lo menos ser más fuerte que yo!”. -

- Si, tiene sentido. - Asintió Esteban: - Eso es algo que yo diría. -

Quizá sea algo que dirías, pero definitivamente no tiene sentido. ¡Nada de eso tiene sentido! ¿Qué persona es capaz de retar a su propia hija a un duelo para permitirle ir a estudiar? ¡Más aún cuanto tú eres uno de los combatientes más poderosos que existen! Y según lo que dice espera que el hombre que esté con su hija sea más fuerte… ¿Acaso quiere mantenerla soltera de por vida?” Pensaba Lawrence mirando a Esteban como si fuese un bicho raro, pero este ni siquiera le prestaba atención.

- ¿Entonces cómo fue que mi pequeña Estefanía acabó yendo a la Academia Babilonia? -

- ¿De verdad no lo recuerda, amo? - Preguntó el esclavo con un gesto irritado.

- Obviamente no lo recuerdo, por eso lo estoy preguntando. - Declaró Esteban con una expresión de materia de hecho.

- No, se lo pregunto porque es raro que lo haya olvidado. - Aclaró el viejo esclavo con tono cansado.

¿Qué clase de persona olvidaría algo así?” Pensó Lawrence.

- La Señorita vino aquella misma noche e invocó unos… ¿cómo se llaman? ¿zombis? Una docena de estos seres, en cualquier caso. - Explicó el esclavo: - Luego hizo que lo golpearan durante una hora, hasta que usted perdió el conocimiento. -

- ¿Eso hizo? ¡Espera! ¿Cómo fue que eso sucedió? -

- Bueno, usted estaba bebiendo nuevamente. - Respondió el esclavo poniendo los ojos en blanco: - Pero además me parece recordar que la Señorita puso una hierba molida en su bebida antes de que usted llegase al comedor. Y cuando esa droga hizo efecto, la Señorita procedió a darle una paliza. Poco después anunció su victoria, le quitó su sello para firmar la solicitud de admisión y se marchó de la mansión tras llevarse algo de dinero. -

Ah, eso de algún modo tiene sentido.” Se dijo Lawrence suspirando.

- Jajaja ¡Esa es mi princesita! ¡Que astuta! ¡Definitivamente Estefanía heredó el carácter de su madre! - Exclamó Esteban soltando una alegre carcajada.

No, estoy 90 % seguro de que eso se parece más a algo que haría usted, Procónsul Esteban”. Dedujo Lawrence, aunque no llegó a decirlo.

- Pero ¡¿cómo es que no recuerdo nada de eso?! - Preguntó Esteban de pronto.

- Quizá porque aquella misma mañana recibió un mensaje en donde se confirmaba su elección como Cónsul y se marchó a la guerra durante dos años, sin siquiera pensar en despedirse de la Señorita. - Respondió el esclavo: - Para cuando usted se enteró, ella ya había sido admitida y no podía hacer nada al respecto. Además, estaba tan concentrado en su campaña contra los orcos, que realmente no le prestó mucha atención y aceptó el informe como si hubiese dado su permiso. -

- ¿Así fue? Ya veo. Bueno, eran asuntos militares importantes. No quedaba de otra. -

No me queda claro qué es lo que Esteban considera más importante: ¿Su hija o la guerra? Sus prioridades se superponen tanto que me estoy mareando.

- Espera un momento… - Dijo de pronto Esteban: - Por lo que dices parece como si tú hubieses visto en persona a mi hija colocar la droga y luego hacer que sus invocaciones me golpeasen. -

- Así es, amo. -

- ¡¿Por qué no hiciste nada para impedirlo?! -

- Porque la Señorita me dijo: “Posca, mejor ni te metas en esto. De todas formas, este estúpido padre mío no entenderá de otra manera. ¡Te ordeno que te vuelvas ciego, sordo y mudo por unas horas!” -

- ¡Traicionaste a tu amo, maldito esclavo malagradecido! - Exclamó Esteban indignado.

- Lo lamento amo, pero consideré que la justicia celestial estaba de parte de la Señorita aquel día. - Respondió el viejo esclavo de forma descarada, pero luego añadió con tono nostálgico: - Además, no tiene idea de lo adorable que se veía la Señorita mientras ejecutaba su artimaña y la hermosa sonrisa que puso cuando sus invocaciones comenzaron a patearlo en el suelo. -

Así que su nombre es Posca… ¡Pues desde ahora eres mi héroe!” Pensó Lawrence al ver como el esclavo le hablaba a aquel hombre que con tan sólo una mirada habría sido capaz de hacerle callar a él.

- Si, cuando Estefanía planea algo es increíblemente adorable. ¿Verdad? - Dijo Esteban sonriendo como si no hubiese escuchado nada más y olvidó completamente toda su indignación.

Yo, Lawrence de las Égadas, Tercer Príncipe del Imperio Itálico, ahora comprendo esto.” Se dijo Lawrence seriamente mientras bebía un trago de vino y cerraba los ojos como si degustase su sabor: “Esteban, la Espada de Itálica, gran general invicto y héroe de nuestra nación, también es… un padre imbécil. Claramente está loco de amor paternal por su hija, pero al mismo tiempo se concentra tanto en la guerra que ni siquiera se acuerda de lo que ella hace o dice.

En cierto modo, es como los dos lados de una espada, solo que por un lado está su pasión por la guerra y por el otro su amor por su hija. Y lo más ridículo es que no parece ser capaz de concentrarse en ambas a la vez, sino que vive intercalando su mente entre las dos cosas.

Así que no tiene sentido que intente ponerlo de mi lado, porque lo único que le interesa es su hija y el campo de batalla. Cualquier otra cosa lo superaría.

- Ahora que lo pienso… - Dijo de pronto Esteban volviéndose hacia Lawrence: - ¿Qué hacías tú aquí? -

¡¡Recién te acuerdas de que existo, miserable?!” Maldijo Lawrence en su interior mientras sus cejas se crispaban, pero consiguió a duras penas controlarse y extendió la mano hacia los rollos de pergamino sobre la mesa, que eran el cargo que necesitaba para retirarse: - Si, ya mismo me iba… -

- ¡Ah, cierto! ¡Ibas a contarme sobre mi pequeña Estefanía! - Lo interrumpió Esteban.

- No… yo… -

- ¿Hay alguna novedad con mi hija? ¿Cómo ha estado últimamente? -

- Bueno, no he conocido personalmente a la Maestra Fa… Estefanía. - Respondió Lawrence con un tono muy elogioso: - Pero solamente he escuchado cosas maravillosas de ella. Tengo entendido que actualmente sus disertaciones atraen a jóvenes magos de varias disciplinas que desean aprender de ella. -

- ¡Por supuesto! ¡Esa es mi hija! - Exclamó Esteban orgulloso.

- ¡Y su belleza es legendaria en toda la capital! -

- … -

Hubo un silencio repentino que le dio a Lawrence un mal presentimiento. Esteban seguía sonriendo, pero una de las manos del Procónsul estaba cerrada en puño, mientras que la otra parecía estar buscando su espada.

- ¿Sabes si hay alguna peste… perdón, algún chico rondando a su alrededor? -

- ¿Chico?... ¿Se refiere a un pretendiente? - Preguntó Lawrence haciéndose el desentendido mientras que por dentro pensaba: “¡Mierda!

- Creo que sabes exactamente a lo que me refiero. - Dijo Esteban con una mirada afilada.

Carajo, me quedé tan impresionado por el ridículo diálogo entre el esclavo y su amo, que me olvidé de que este hombre es un genio. ¡Espera! ¿Quizá todo el intercambio entre el esclavo y Esteban fue una treta para hacerme bajar la guardia?

- Y bien. - Continuó Esteban y sus ojos brillaron con un tono furioso: - ¿Hay algún miserable indigno rondando alrededor de mi princesita? -

Creo que sólo está siendo un padre estúpido… ¿Tal vez?

- No recuerdo haber escuchado algo al respecto. - Respondió Lawrence.

- ¿Estás diciendo que mi hija no es lo bastante hermosa como para tener pretendientes? - Preguntó Esteban entornando más los ojos.

Definitivamente es un padre estúpido.

- Lo único que digo es que, como yo estudiaba en otra facultad, no tuve muchas oportunidades de visitar la Escuela Necromántica. - Respondió Lawrence con su sonrisa política: - Por eso no he tenido el placer de ser presentado a su noble hija, pero escuché rumores sobre su belleza inigualable. -

- Ya veo. - Respondió Esteban y su agresividad desapareció: - Entonces no sabes nada. -

- Así es. -

- Tu, un príncipe imperial en secreto, que necesita juntar todos los aliados posibles para sobrevivir en la lucha por el trono, no sabes nada al respecto. - Dijo entonces Esteban con una sonrisa, aunque su tono volvía a ser frío: - Me resulta difícil de creer. -

Lawrence tragó saliva miró a ambos lados tratando de pensar en algo que decir y se dio cuenta de que el esclavo Posca estaba dando media vuelta para retirarse a toda prisa.

“¡Espera! ¡No me dejes solo!

- Mocoso, dime algo. - Continuó Esteban inclinándose hacia adelante: - Tú no me ocultarías información sobre mi hija, ¿verdad? -

¡Carajo! ¡Te odio Bryan! ¡Esta es la segunda vez que esto me pasa! ¡Primero con mi hermana y luego con la Espada de Itálica! ¡¿Desde cuándo nuestra alianza incluye que yo sea tu maldito alcahuete?!” Pensó Lawrence mientras luchaba por controlar las oleadas de pánico que pugnaban por desatarse en su interior.

- Joven, estoy esperando una respuesta. -

Lawrence casi se atragantó, pero consiguió sobreponerse y dijo: - Noble Esteban, si yo supiese algo sobre un tema tan delicado. No dudaría en comunicárselo… -

- ¿De verdad? - Lo interrumpió Esteban y luego añadió con una sonrisa tentadora: - Porque lo consideraría un favor personal. -

¡Un favor personal!” Gritó Lawrence en su interior. ¡Un favor de la Espada de Itálica podría ser la carta de triunfo que le diese acceso al trono en el momento más adecuado! Solamente tenía que vender a Bryan. Y en realidad ni siquiera sería una traición propiamente dicha, porque el Procónsul Esteban se enteraría eventualmente y su amigo nunca le había pedido realmente que no dijese nada al respecto. En cierto modo era culpa suya.

Pero en ese momento el recuerdo de unas palabras que él mismo dijo con anterioridad vino a su mente.

- Gracias por haber venido… por lo que dijiste… en fin, por todo… Nunca olvidaré que estuviste aquí, ya sabes… Para “ayudarme cuando llegó la tormenta”. -

Lawrence miró al cielo un momento y suspiró con fuerza mientras pensaba: “Maldito seas Bryan”.

- Mocoso. - Esteban volvió a hablar: - Estoy esperando una respuesta. -

­- Comprendo. - Dijo Lawrence levantándose con una expresión calmada: - Pero me parece que ya le di una. Sin embargo, permítame aclarar: No tengo nada que decirle. -

- ¿Hablas en serio, mocoso? - Preguntó Esteban entornando los ojos.

- Soy el Procónsul Lawrence. - Respondió el joven sin dejar de sonreír: - Le ruego que use el título que el Senado y el Emperador me han dado. Ahora, si me disculpa, yo también tengo una guerra que ganar. Así que dejemos de perder el tiempo con conversaciones inútiles y por favor ponga su sello en esos documentos, para que no tenga que seguir aquí, imponiéndole mi compañía. -

Se hizo un silencio.

Lawrence seguía sonriendo mientras su mente se concentraba en recordar los rostros de su padre, madre y amigos, pues era muy consciente de que en cualquier momento Esteban podría cortarle la garganta y él no sería capaz de hacer nada para evitarlo.

Sin embargo, para su sorpresa, escuchó que el general soltaba una carcajada.

- ¡Tienes pelotas, mocoso!  - Exclamó finalmente mientras desenrollaba los pergaminos y colocaba su anillo sobre ellos, sin siquiera mirarlos: - ¡Quizá haya esperanza para ti, después de todo! - Luego añadió con una sonrisa burlona: - Pásate por aquí en tu camino de regreso luego de tu victoria. Entonces quizá te llamaré “Procónsul”. -

Después le dio los pergaminos y le hizo un gesto para que se fuese. Lawrence no se hizo de rogar e inmediatamente saludó, dio media vuelta y se marchó a toda prisa para buscar a sus Tribunos y ordenarles que zarpasen cuanto antes.

- ¿Qué opinas de él? - Preguntó Esteban en cuanto estuvo solo.

El anciano esclavo Posca había regresado discretamente y le sirvió vino.

- Tiene potencial, definitivamente. - Afirmó el esclavo, pero entonces vaciló: - Sin embargo, amo… -

- Puedes decir lo que piensas. -

- Si no tiene buenos aliados no hay motivo para dejarle vivir. -

- Ya veo. -

- Pero esta vez la Guerra Civil que se nos viene encima no será poca cosa, amo. ¡Me temo que esta vez se verá forzado a escoger un bando! -

- Aún hay tiempo para ello. - Dijo Esteban tomando el vaso de vino que el esclavo le alcanzaba: - Dejemos que las ruedas del Senado giren un poco más. -

El esclavo asintió.

- Por cierto… hablar con ese mocoso me ha dejado un mal sabor de boca. -

- ¿Se refiere a la Señorita? - Preguntó el esclavo: - El acuerdo con Dean Emma se mantiene en pie hasta ahora y su seguridad está garantizada. Y si hubiese alguna novedad, ella se lo habría dicho. -

- “Ella” es una mujer y sin importar su edad, siempre pueden resultar ser demasiado sentimentales para su conveniencia. - Precisó Esteban, luego añadió con un tono ligeramente sombrío: - Por si acaso envía a unos cuantos de nuestros hombres en secreto a Itálica. Quiero saber exactamente cómo está mi princesita. No está demás ser precavidos en estos tiempos. -

El esclavo asintió.

Esteban "La Espada" de Itálica

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú. Hoy es miércoles 08 de noviembre del 2023.

Hace poco un amigo me estuvo comentando sobre las elecciones en Argentina y me pidió mi opinión. Estaba a punto de responderle como siempre:  No soy argentino y no es asunto mío. Pero entonces ocurrió algo interesante.

Por lo que entiendo hay dos candidatos: Uno de ellos es directamente responsable de empeorar la situación económica de Argentina y pertenece al partido de gobierno saliente. Y el otro es una persona que claramente no es política, porque insulta a todo el que se exprese en su contra, como si tuviese un serio problema de personalidad, quizá bipolaridad. Estoy hablando de Javier Milei o por lo menos de la percepción que yo tengo de él.

En cualquier caso, lo que me llamó la atención es que muchas personas llaman a Milei “Fascista de Extrema Derecha” e incluso “Nazi de la Derecha”. Y eso me da mucha risa porque, tanto los fascistas como los nazis… son de izquierda.

Pero cuando hablaba con mi amigo me di cuenta de que él no sabía realmente qué cosa era un fascista o que era el Fascismo. Así que se lo expliqué y se quedó sorprendido. De manera que se me ocurrió explicarlo en esta nota.

Sin embargo, cómo sería un poco largo, decidí dividirlo en 2 o 3 secciones.

Primero que nada, imaginemos que hay un joven trabajando en el hotel Hilton, estacionando los carros de los huéspedes. Y le pagan por eso 100 dólares al día, lo que serían 3,000 dólares al mes. Pero un día alguien le pregunta: “¿Sabes cuánto cobra el hotel a cada persona que estaciona su auto? ¡50 dólares!”

Entonces el joven que estaciona carros piensa: “Mi sueldo es de 3,000 dólares, pero estaciono casi 50 carros al día. Eso significa que el Hotel gana 75,000 dólares por el trabajo que yo hago, pero solamente me dan una fracción de eso… ¿No es justo que me den más dinero?”

La respuesta sería naturalmente un rotundo NO, porque cuando contrataron al joven el hotel acordó pagarle un sueldo que él aceptó. Y si no le gustaba era libre de irse a otro lugar. Nadie le puso un revólver en la frente para que aceptase. Pero la idea de la injusticia se asienta en su mente poco educada y está convencido de que la situación es injusta.

Eso es el SOCIALISMO. Ese es el motivo por el que el Che Guevara, el loco Stalin, Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y toda la izquierda siempre ha estado haciendo escándalo.

Básicamente es una idea de Karl Marx que dice esto: En una empresa, el capitalista pone el dinero para comprar las máquinas de la empresa, el local donde trabajarán, los impuestos, etc. Y a cambio recibe un interés. Luego el obrero pone su fuerza de trabajo, su dedicación, su compromiso, etc. Y a cambio recibe un sueldo.

Ambas fuerzas de dinero y trabajo producen una computadora o un producto que vale, para este ejemplo 10 dólares. De los cuales 5 deben ir al capitalista que pone el dinero y cinco para los sueldos de los trabajadores.

Pero el capitalista no lo vende a 10 dólares, sino que intenta vender el producto lo más caro posible. Quizá 50 o hasta 100 veces más caro de lo que costó producirlo. Y luego, ese exceso de ganancia, se lo queda el capitalista y no lo ven los trabajadores. Eso es lo que Marx llamaba la Plusvalía.

Según Marx, esto era algo injusto y lo ideal sería que las ganancias se repartiesen de forma equitativa entre obreros y capitalistas, llegando al punto en que ni siquiera tuviese que haber un “dueño” de la empresa, porque esta pertenecería a todos y así los beneficios serían iguales. Como ven, es básicamente la misma idea que tiene el joven que estaciona carros, sólo que más desarrollada.

Aunque no lo crean, por esta estúpida propuesta, han muerto 100 millones de personas.

 ¿Por qué digo que es estúpida? Primero que nada, porque Marx era un académico que en su vida había trabajado, pero hablaba de los obreros como si fuese uno de ellos. Sin embargo, lo peor de Marx era que tenía una “ignorancia selectiva” y omitía en su teoría muchas cosas básicas de la economía, que son evidentes una vez que lo piensas un poco.

Primero que nada, el Capitalista no se limita a poner el “capital”, de hecho, muchas veces ni siquiera lo pone realmente. Steve Jobs no fundó Apple con su propio dinero, porque no lo tenía. Le pidió un préstamo a un banco y estos le dieron crédito para hacerlo.

Pero, además, Marx ignoraba que hay 3 cosas muy importantes que sólo el capitalista pone en la empresa y el obrero jamás podría hacerlo.

1° La Idea: Es el capitalista quien tiene la idea sin la cual no existiría el negocio. A alguien se le ocurrió la computadora, el vehículo motorizado, el pollo broaster, etc. Sin la persona que tenga la idea y el valor para venderla, no habría empresa.

2° La Organización: Es el capitalista quien tiene que planificar cómo se va a realizar su idea, los tiempos, los procedimientos, etc. Para ello, muchas veces tiene que quedarse trabajando en la dirección los 7 días de la semana, sin un feriado o día de descanso, durante varios años. O su empresa podría quebrar. Lo que nos lleva al último punto.

3°El Riesgo: Es el capitalista el que asume todos los riesgos del fracaso. Porque si a la empresa le va mal un mes o si no se realiza una venta, el obrero sigue cobrando el salario de siempre y no tiene que preocuparse por ello. Si la empresa quiebra ¿acaso los obreros van a vender sus casas para salvar la compañía? No, con ellos no es. Solamente se les exige aquello que el contrato que firmaron libremente puede exigirles.

De modo que el joven que estaciona carros debe ser reprendido y alguien tiene que decirle: El único motivo por el que este hotel cobra así es porque el señor Hilton creó una gran marca internacional que ahora vale millones, planeando cada paso y asumiendo todos los riesgos. Es justo que se lleve la mayor parte de las ganancias. Tu contrato no es injusto, porque nadie te obligó a aceptarlo y si no te gusta, puedes buscar trabajo en otro lugar.

Yo personalmente, le pagaría ese joven 50 centavos para que estacione mi carro un día. Tiene suerte de que Hilton le pague 3,000 dólares al mes, que son 100 dólares al día, por hacer eso mismo.

Ya aprendimos lo que es Socialismo y sus defectos, así que dejaré aquí esta nota histórica. La próxima vez explicaré exactamente cuál es el origen del fascismo y de qué se trata.

Ahora si hablemos del capítulo.

Finalmente conocimos a la Espada de Itálica y el nombre de este capítulo hace referencia a la doble naturaleza del personaje. Por un lado, el general brillante y por el otro el amoroso, aunque irresponsable, padre que quiere mucho a su hija, aunque no la comprende. Y creo que en cierto modo todos los padres sienten algo parecido con sus hijas, después de todo, ningún hombre puede entender del todo lo que piensan las mujeres y aquel que lo cree en realidad es el que está más lejos de lograrlo.

El capítulo comenzó con Bryan hablándonos sobre los desafíos qué tiene que superar. Y el motivo por el cual decidí hablar de Esteban en este capítulo fue precisamente para mostrarnos el ideal que el ejército de nuestro protagonista tiene que alcanzar.

La forma en que el ejército de “la espada” lucha es básicamente el mismo en que peleaban las legiones romanas en la época republicana, solo que exagerado para el contexto de nuestra historia de fantasía. Más adelante los Manípulos serían reemplazados por las famosas Cohortes de Legionarios, pero eso es un detalle menor. Lo importante es que la rotación de tropas era algo que realmente sucedía y por eso los romanos eran tan eficientes a la hora de pelear.

Sobre la “formación de Sierra”, esto fue algo que vi por primera y única vez en un documental de History Channel sobre la reina Boudica y su lucha contra el general romano Suetonio. Naturalmente la idea de que los romanos pudiesen hacer una formación semejante me emocionó bastante, y por eso busqué al respecto en muchos lugares y fuentes distintas con la esperanza de poder hablar de ello en mis clases de historia. Pero nunca volví a leer o escuchar de nada semejante, así que lo descarté como uno más de los innumerables errores históricos que los documentales británicos presentan todo el tiempo. Sin embargo, dado que esta es una novela de fantasía, se me ocurrió que no estaba de más ponerla y creo que quedó muy bien, aunque naturalmente eso después sería un problema a la hora de encontrar imágenes. Por eso es que este capítulo tiene tan pocas.

El intercambio de Esteban con su esclavo puede parecernos raro por todo lo que hemos visto hasta el momento. Pero lo cierto es que en Roma muchos esclavos que se ganaban el aprecio de sus amos eran liberados y obtenían la ciudadanía, adquiriendo todos los derechos, privilegios y obligaciones que cualquier otro romano. Algunos esclavos llegaban a ser mano derecha y confidentes de sus amos romanos, hasta el punto en que estos al morir les dejaban una buena cantidad de dinero en su testamento e incluso propiedades. No digo que ocurriese en cada caso, pero no era algo insólito.

Naturalmente la parte del recuerdo de Esteban y el intercambio con el esclavo está destinado a ser un segmento cómico. Para lo cual me basé principalmente en muchas comedias japonesas donde constantemente se contrasta el sentido común con el absurdo. Espero que me haya quedado tan chistoso como épica fue la batalla.

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Qué opinas de la forma en que Bryan piensa sobre el estado de sus tropas y sus próximos objetivos? ¿Qué te pareció la pelea de los legionarios contra los orcos? ¿Te gustó cómo lucharon los legionarios? ¿Se entendió cómo pelean y las distintas secciones de Manípulos? ¿Te dio risa el intercambio de Esteban con el esclavo Posca? ¿Qué opinas del pobre Laurence y su papel triste como alcahuete por segunda vez? ¿Serías igual de leal con un amigo tuyo?

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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!