273 Disciplina Militar

- ¡El entrenamiento tiene que ser fuerte! - Gritó el Centurión Instructor.

- ¡Para que la guerra sea mi descanso! - Respondió toda la tropa rugiendo al unisonó.

- ¡Moral, moral, mucha moral! - Gritó en Centurión.

- ¡Moral, moral, mucha moral! - Repitió la tropa.

- ¡Teman a los dioses y honren al Emperador! - Gritó en Centurión.

- ¡Teman a los dioses y honren al Emperador! -

- ¡Itálica Gloriosa! - Gritó en Centurión.

- ¡Itálica Gloriosa! - Repitió la tropa.

- ¡Itálica a la Victoria! - Gritó en Centurión.

Todos los días era lo mismo. Antes del alba unas trompetas resonaban y entonces los legionarios tenía exactamente cinco minutos para limpiarse lo mejor posible, ponerse su armadura, ceñirse la espada, tomar el escudo, la lanza y salir corriendo a toda prisa para formar frente a la tienda del Centurión Instructor, lo cual era bastante complicado en la oscuridad, aunque después de un tiempo todos se acostumbraban a dormir en el mismo sitio dentro de la misma tienda de campaña, de modo que sus movimientos se volvían cada vez más automáticos.

Si alguien no estaba en el lugar que le correspondía cuando el Centurión Instructor salía de su tienda… Eran diez azotes en carne viva. Y luego el pobre tenía que hacer todas las actividades del día con la espalda ensangrentada. Si luego le daba una infección y se moría… era problema suyo.

Después de levantarse tenían exactamente cuarenta minutos para levantar todas las tiendas, limpiar el campamento y sacar brillo a sus armas. Esto último era lo más importante, porque si al Centurión le parecía que las armas no estaban lo bastante limpias, el legionario tendría que quedarse parado toda la noche frente a su tienda con la armadura puesta, y al día siguiente tendría que hacer toda la faena sin importar lo agotado que estuviese.

- ¡Las armas son todo en la vida de un legionario! ¡Deben estar siempre preparadas! ¡Nunca se sabe cuándo atacará el enemigo! - Les había explicado a los gritos su Centurión antes de que le preguntarán el motivo: - ¿Qué harán, montón de imbéciles, si un arma en mal estado se les atasca en la vaina cuando la necesitan para bloquear un tajo? ¡¿Creen que al Imperio le sobra el dinero para comprarles espadas y que ustedes dejen que se oxiden?! -

Luego de eso recién tenían media hora para desayunar un plato que consistía principalmente en gachas de trigo, algo de pan, aceite de oliva y una bebida caliente. Después de eso tenían que sumar a los 14 kilos de armadura que vestían, el peso de una mochila que contenía raciones para quince días, herramientas para construcción como martillos, palas y estacas, sus mantas, frazadas y ropa. Solamente se permitía un animal de carga por cada 10 hombres, que llevaba la tienda donde dormían y la piedra para moler el trigo con el que se hacían su propio pan.

Y después… ¡Marchar! ¡Marchar! ¡Y marchar!

Cada día debían recorrer al menos 30 kilómetros en tan solo 5 horas y cargando alrededor de 38 Kilos de equipamiento. Si no lo lograban, habría castigos variados, desde azotes hasta privación de sueño y de comida. Mientras corrían agotados, el Centurión Instructor los obligaba a cantar las marchas militares como la anterior.

Una vez llegaban al lugar designado para ese día, tenían que armar el campamento. No se permitía comer, descansar o beber agua sin primero tener un lugar seguro para poder hacerlo. Y el primer paso era excavar un foso perimetral de al menos 3 metros de profundidad, para luego levantar una empalizada de madera. Naturalmente no podían recorrer los 30 kilómetros a la velocidad esperada si tenían que llevar los pesados troncos de madera que necesitaban para el vallado, así que no lo hacían… Sino que ahí mismo se ponían a talar los árboles con los que construían el muro.

Luego finalmente tenían tiempo para respirar, aunque no demasiado. Porque luego de haber comido, bebido e ir al baño… ¡Era tiempo de entrenar! Se les entregaba una espada corta y un escudo hechos enteramente de madera, que curiosamente pesaban más que las armas reales para ayudarlos a desarrollar los músculos. Durante 5 horas estaban golpeando, lanzando estocadas y bloqueando ante la vista del Centurión Instructor que los vigilaba siempre. Si no le ponían ganas al entrenamiento, el instructor se pondría a enseñarles personalmente y entonces lo más seguro era que tuviesen que hacer todo el resto de la faena con el cuerpo magullado por los golpes.

Había cuatro Centuriones, dos por cada sección a la manera de los Cónsules que generalmente dirigían los ejército imperiales. El suyo se llamaba Quinto, pero tenía el apodo de “Denme otro”. Al principio los legionarios recién enrolados no entendían el motivo del sobrenombre, pero ese mismo día lo descubrieron.

 - ¡Escúchenme bien, basura humana! - Había gritado cuando formaron en frente suyo por primera vez: - Todos ustedes son una desgracia para la vista, pero cuando termine con ustedes serán legionarios de nuestro glorioso imperio. Eso o mierda muerta para los cuervos. Ahora mismo aprenderán que la disciplina militar es lo único que importa, lo único que los mantendrá con vida y lo que los matará si deciden violarla. ¡La Ley militar es su nuevo dios! ¡¿Han entendido, montón de mierdas?! -

- ¡Si, mi Centurión! - Respondieron todos.

- ¡No los escucho, mierdas! ¡Gritan como prostitutas! ¡¿Acaso quieren excitarme, motón de putas?! -

- ¡No, mi Centurión! -

- ¡Mas fuerte! ¡Imaginen que son hombres de verdad y rujan! -

- ¡Esto es estúpido! ¿Para qué tenemos que gritar? - Preguntó uno entre la multitud.

Y su destino quedó sellado. El Centurión sacó un palo de su cintura, que servía como símbolo de su autoridad. Era un simple palo de madera que apenas estaba tallado, pero uno de sus extremos estaba coloreado con un tono oscuro y algunos más observadores se habían preguntado el motivo de esto. Pero como todo lo demás, lo entendieron en ese momento. El Centurión Instructor avanzó hacia el que había hablado y comenzó a golpearlo de un modo brutal con su palo, ahí mismo y en frente de todos. Siguió golpeando sin detenerse a pesar de sus gritos, del sonido de sus huesos rotos y la sangre que salió de su boca. Siguió golpeando y con tanta fuerza que finalmente su palo se rompió en dos.

Entonces, sin prestar la menor atención a la mirada aterrorizada de la multitud, el Centurión Instructor se volvió hacia uno de sus ayudantes y le ordenó extendiendo la mano:

- ¡Denme otro! -

El asistente corrió a entregarle un nuevo símbolo de mando y todos vieron consternados que el legionario veterano tenía como una docena de palos en una especie de morral. Así fue como el misterio quedó resuelto.

El Centurión siguió golpeando al pobre tipo con su nuevo palo hasta que se murió, luego lo levantó para mostrar el extremo ensangrentado y dijo jadeando un poco por el esfuerzo, pero remarcando cada palabra: - Nunca… jamás… cuestionen… ¡Mi autoridad! -

Después de eso todos escucharon atentamente las instrucciones de Denme Otro sabiendo que su vida dependía de ello. Ahí fue como les explicaron los horarios, las actividades principales y aspectos muy generales de la disciplina militar. El resto tendrían que aprenderlo solos, observando a los demás. Pero lo mejor sería que no se tardasen en hacerlo o terminarían probando la disciplina de su instructor.

- ¡No me importa quienes eran, de dónde venían o con quién carajos comparten su apellido! ¡Aquí nadie está por encima de la Ley Militar! - Remarcó el Centurión: - ¡Los imbéciles que decidan emborracharse o se pongan a pelear sin permiso serán azotados! ¡Aquellos que roben serán estrangulados! ¡Y los desertores…! - El Centurión hizo una pausa llena de significado cuando llegó a ese punto: - ¡Los desertores serán crucificados! -

Todos respondieron cuando preguntó si habían entendido y uno podría pensar que las cosas habían quedado claras. Pero sorprendentemente en la primera semana azotaron a diez borrachos y cinco violentos, colgaron a cinco rateros. También crucificaron a veinte que no aguantaron el duro régimen de entrenamiento e intentaron escapar durante la noche, solo para que las patrullas de jinetes los capturaran al amanecer o al día siguiente. Entonces todos tuvieron que reunirse por grupos para ver como clavaban a esos hombres en los maderos lentamente y luego los dejaban colgados en una agonía dolorosamente lenta que podía durar horas o incluso días, en la que los pobres condenados tenían que usar sus extremidades atravesadas para levantarse un poco si querían respirar.

De modo que cuando el Centurión Instructor ordenaba cantar mientras estaban corriendo, nadie se atrevía a quejarse o desobedecía la orden.

Finalmente llegaron al lugar donde armarían el campamento de ese día para comer antes del entrenamiento, aunque esto ya no les brindaba mucho consuelo, porque sabían que esa misma tarde tendrían que recorrer la misma distancia de regreso hasta su base, para sumar un total de 60 kilómetros al día. Aquello era el ejército, se decían esos hombres constantemente. Les daban de comer a diario, no con abundancia, pero sí suficiente, y desde luego era un mejor alimentado que el que obtendrían si mendigaban por las calles de Itálica. Los golpes, no obstante, las magulladuras y el riesgo de perecer en un combate con un instructor no habían entrado en sus cálculos cuando se enrolaron. Pero ya habían firmado, así que le pertenecían a la legión. No había vuelta atrás. Carpe diem, se repetían como si fuese un conjuro, había que sobrevivir y sobrellevar las penurias según vinieran.

*****

Sentado solo en un rincón se encontraba un joven comiendo en solitario. Al resto de la tropa no le agradaba mucho, porque les parecía sospechoso. Decía ser un simple Liberto, un antiguo esclavo, y de hecho sabía hablar y comportarse como si lo fuese.

En los primeros días de entrenamiento, el Centurión Instructor los hizo a todos pararse en el sol del mediodía en un campo de arena, de donde lo vieron recoger tierra caliente. Entonces comenzó a hacerles todo tipo de preguntas a los legionarios y si ellos no respondían adecuadamente, los ordenaba rugir al mismo tiempo que arrojaba la arena hacia sus bocas.

Si no rugían lo suficiente, la tierra ardiente se metería dentro de sus gargantas.

- Legionario, ¿cuál es el nombre del cuarto Tribuno Militar del Cónsul Esteban? -

- No sé, mi Centurión. -

- ¡Ruja fuerte, imbécil! -

El legionario abrió la boca para rugir y se llevó un bocado de tierra. A todos les hizo preguntas parecidas: ¿Cuál era el nombre de tal o cual oficial? ¿Cuántos rangos militares había? ¿Cuál era el nombre de las armas que usaban? De vez en cuando alguno se las arreglaba para responder adecuadamente, pero el Centurión inmediatamente preguntaba otra cosa, muchas veces más difícil que la anterior. Muy pronto fue evidente que no importaba lo bien que respondieran de todos modos les tocaría comer tierra.

Centurión Instructor

Y la peor pregunta de todas era: ¿Cuál es tu deber? Porque si le respondían “Morir por la patria” el Centurión les decía “Necesitamos soldados que venzan, no cadáveres inútiles.” Si uno respondía: “Vencer por el imperio”, el Centurión les gritaba “¡Vaya, te crees un puto héroe!” y también les hacía comer tierra.

Pero cuando llegó junto al recluta en cuestión sucedió algo curioso.

- Legionario… ¿Cuál es tu deber en el ejército? -

- ¡Hacer absolutamente todo lo que usted ordene, mi Centurión! -

- ¡Vaya tenemos un genio aquí! ¡Esa es la mejor respuesta que nunca me han dado! - Respondió el Centurión abriendo los ojos con algo de sorpresa: - ¡Pues quiero que comas tierra, pendejo de mierda! ¡¿Qué opinas de eso?! -

- Voy a responder, mi Centurión. Este legionario cree que sin importar la respuesta de todos modos nos hará comer tierra, mi Centurión. Por eso no tengo ninguna opinión. -

- Cuál es tu nombre. -

- Bryan, mi Centurión. -

- Recordaré tu nombre, montón de mierda. ¡Ahora ruge! -

Ese día comió tierra como los demás, pero al día siguiente todos se enteraron de que se recluta había sido nombrado como asistente y ahora se encargaba de limpiar la armadura del instructor. ¡Y vaya que limpiaba bien! La indumentaria del Centurión instructor estaba más reluciente que nunca y todo eso reforzaba la historia que les había contado, de que solamente era un Liberto bastante inteligente.

El problema era que no parecía para nada un liberto: No tenía cicatrices, no se le veían arrugas o desnutrición. Y cuando le tocaba entrenar, no solamente no era magullado, sino que era capaz de intercambiar golpes con el Centurión Instructor como si hubiese sido entrenado por un profesional, aunque jamás presumía de ello.

Claramente este tipo era algún tipo de aristócrata, pero eso no tenía sentido, porque no había razón para que estuviese con la tropa cuando podría irse directamente a la caballería o volverse oficial simplemente por su origen.

Bryan como Legionario

Por un tiempo corrió el rumor de que se trataba de un bastardo, el hijo de algún noble que no quiso reconocerle, pero que se encariñó lo bastante con él como para pagarle la instrucción. No sería la primera vez que algo así sucedía, aunque eso no explicaba cómo era capaz de hacer tan bien las tareas de un sirviente.

Pero lo que terminó haciendo que todos sospechasen que había gato encerrado, fue el día en que alguien intentó buscarle la bronca pensando que podía molestar a la mascota del instructor… Y el resultado fue que el agresor terminó con tres costillas rotas por la paliza que el recluta le dio. Después de eso nadie más intentó provocarlo.

Sin embargo, era cierto que había peleado sin permiso, así que se le aplicó la ley militar como a todos y en frente de toda la tropa cogieron al recluta Bryan, le desnudaron hasta el torso y lo azotaron hasta que sangró. Esto no habría sido nada destacable de no ser porque al día siguiente, cuando se abañaban, alguien se dio cuenta de que todas las heridas de la espalda del recluta habían desaparecido mágicamente.

Los soldados eran bastante supersticiosos, como corresponde a las personas que saben lo frágil que puede ser la existencia. Al principio pensaron que quizá el recluta tenía una poción de curación o se había robado alguna, pero esas cosas eran muy caras y las pocas que tenían estaban fuertemente custodiadas en el almacén, donde se revisaba el inventario todos los días por oficiales diferentes. Era prácticamente imposible que desapareciese un saco de trigo sin que acabasen enterándose, menos aún algo tan valioso como una poción mágica.

Y el que fuese un mago era algo que ni se les pasaba por la cabeza teniendo en cuenta su contextura atlética.

De modo que comenzó a circular el rumor de que ese recluta era una especie de monstruo con forma humana. Y como siempre ocurre con los rumores, estos se fueron volviendo más estrambóticos hasta que en algún momento comenzaron a decir que era una especie rara de vampiro. Sobre todo, porque el recluta en cuestión no parecía para nada molesto de que lo evitasen como a la plaga, pero aun así de alguna manera siempre se dirigía a todos por su nombre y rango, casi como si los conociese o estuviese vigilándolos de algún modo desconocido.

Pero eso iba a cambiar ese mismo día, porque finalmente un valiente se atrevió a dirigirse al temido y extraño recluta, que en ese momento estaba disfrutando su ración de gachas de trigo, que tantos despreciaban por ser lo mismo que se comían en Itálica, pero a él parecía encantarle.

Fue entonces cuando un compañero suyo, mayor que él, le pasó su cuenco a medio comer.

- Toma, si quieres, se ve que a ti te gusta esto. -

Bryan cogió el cuenco sin dudarlo. El legionario que se lo pasaba continuó hablando.

- Soy Druso, bueno, me llaman así. Vengo de Campania. Ésta es la primera vez que te alistas, ¿verdad? -

- Supongo que resulta bastante evidente. - Respondió el Recluta: - Mi nombre es Bryan y vengo de la propia Itálica. -

- ¡Por el trueno! Tu destreza con la espada corta esta mañana era de las que hacía tiempo que no veía. Creo que le has dado miedo al oficial y por eso se ha limitado a terminar el entrenamiento luego de que machacaras su hombro. Pero ándate con cuidado. No importa si eres el mejor espadachín del mundo, la indisciplina siempre se paga cara. -

- Bien, lo tendré en cuenta - Respondió Bryan.

A Druso le cayó inesperadamente bien este joven. Era habilidoso y se sabía temido, pero no había rastro de soberbia o desprecio en su mirada. Parecía el tipo de persona que devuelve el bien con bien y el mal con mal, de modo que decidió presentarlo a sus amigos y consiguió llevárselo a una mesa más concurrida para que pudieran conversar por lo menos los minutos que le quedaban.

Druso el Legionario

- ¿Sabes que todos creían que eras alguna especie de vampiro? - Comentó un legionario y el resto asintió a sus palabras con cierto aire de burla.

- Que raro. - Respondió Bryan mirándolos extrañado: - ¿No me vieron muchas veces comiendo gachas como ahora y a plena luz del día? -

- Es que te vez demasiado… prolijo para haber sido un liberto. - Dijo Druso: - No tienes cicatrices, no pareces curtido por el trabajo duro, aunque no hay duda de que sabes hacerlo. Pero te vez demasiado, no sé, como si fuera una de esas estatuas que hay en el foro. -

- Pues no entiendo que tiene que ver nada de lo que has dicho con esos demonios necrófagos chupasangre. - Contestó Bryan terminando sus gachas: - Hay que estar muy borracho para creer algo así. -

El resto del grupo se río de sus palabras, pues teniéndolo ahí, hablando y comiendo en frente de ellos, ya no se veía tan extraño y los temores que tenían al principio ahora parecían bastante estúpidos. Así que continuaron hablando alegremente el poco tiempo que les quedaba y al final acabaron cayéndose bien.

Finalmente hizo el silencio. Atardecía. Eventualmente sonaron las cornetas y tuvieron que levantar el campamento, para después marchar de regreso a la base donde dormirían. Por pura casualidad, el legionario Druso acabó marchando al lado suyo.

- Se acerca el otoño. - Dijo Druso: - Se nota en el aire, que ya comienza a soplar con ganas. ¡Muy pronto hará frio de verdad! -

 - Si, y justo esta noche me toca guardia. Tendré que estar parado como un imbécil en medio de este ventarrón durante horas. - Se lamentó Bryan con tono bromista: - Quizá, cuando se duerma la gente, me buscaré una esquina donde nadie me vea y me echaré a dormir cubierto con mi capa. ¡Por el trueno! ¿Por qué siquiera tenemos que hacer tantas guardias cuando estamos en terreno conquistado? Total, lo único que tenemos en frente es el campamento de las legiones auxiliares. -

- Yo me andaría con cuidado y estaría bien despierto para entregar tu tessera. -

- ¿Mi tessera? -

- Sí, una tablilla pequeña en la que los tribunos y los prefectos escriben un símbolo que identifica a cada sección de la Legión. Te la entregarán al entrar en tu turno de guardia y luego una patrulla a caballo pasará por la noche a recoger tu tessera. Si no te encuentran en tu sitio, mañana te buscarán los oficiales y te llevarán ante los tribunos. –

- ¿Los tribunos? -

- Son los superiores del ejército, justo por debajo del comandante: Primero está el Decurión, luego el Centurión, los Prefectos, los Tribunos y finalmente los Cónsules. En ese orden. -

- Conozco la jerarquía. -

- Lo que no conoces todavía es lo furioso que se pondrá el Centurión Comandante si cometes un error en frente de un oficial que tiene el doble de grado. Después de todo, cualquier error de la tropa es considerado un error suyo. ¡Caerías de su gracia como un meteorito! - Explicó Druso sonriendo de buena gana

- … - El recluta pareció quedarse sin palabras por primera vez.

- Tengo más meses que tú aquí. Hazme caso, y estate atento para entregar tu tessera. - Remarcó Druso una vez más.

- Esta bien, te haré caso. - Le respondió el recluta.

Entonces el Centurión Instructor comenzó a cantar la marcha de esa tarde y se concentraron en repetir lo que decía.

*****

Cuando llegaron al campamento todos estaban rendidos.

Esto sorprendentemente incluía a Bryan, porque a pesar de su cuerpo fortalecido no dejaba de sufrir el esfuerzo del entrenamiento. Por supuesto que no llegaba a agotarse completamente como los demás legionarios, muchos de los cuales habían sido civiles unos meses atrás, pero definitivamente estaba cansado. En verdad el ejército era bastante inclemente hasta para un ser como él.

Además, Bryan ya había aprendido que era importante fingir ser como el resto, así que se aseguró de interpretar un gesto de profundo agotamiento cuando se despidió de Druso y este se dirigió a su tienda. El legionario parecía ser un buen hombre y sin duda lo había ayudado ese día.

Ocurría que Bryan había estado demasiado ocupado concentrándose en absorber como una esponja todo aquello que tuviese que ver con la vida militar, porque sabía lo importante que esto sería para su futuro éxito. En particular le encantaban las formaciones militares, donde peleaban todos juntos en bloque, como si fuesen un enorme ser de carne, madera y metal que aniquilaba todo a su paso. Descubrió que las habilidades para combatir que había pulido hasta el momento no servían de mucho en una batalla de ejércitos, porque uno no era libre de moverse a voluntad, sino que tenía que empujar a un grupo entero y a veces incluso dejarse arrastrar. Así pues, incluso el mejor espadachín del mundo podría resultar siendo un pésimo soldado.

También estaba interesado en las estrategias y tácticas militares. Por eso siempre estaba con un ojo puesto en la tienda de los Tribunos, donde se daban las instrucciones y se formaban para controlar el ejército. Sus conversaciones no eran sencillas ni fáciles de entender aún con la ayuda de sus Espectros Oscuros, pero Bryan tenía una mente fortalecida que procesaba la información bastante más rápido que un humano normal y ahora estaba haciendo pleno uso de esa capacidad.

Con todo, mantenerse practicando con la espada, marchar, construir y excavar; todo eso mientras que al mismo tiempo espiaba a los oficiales para aprender sus secretos… resultó ser increíblemente extenuante y requirió de una concentración superior a la que esperaba. Encima tenía que esconder el hecho de que era un mago constantemente para no llamar la atención de los hombres del Duque Tiberio que pudiesen estar escondidos entre los altos mandos. Es por eso que se olvidó de algunas cosas importantes, como relacionarse con sus compañeros de tropa. Inconscientemente dejó esto un poco de lado porque sabía que probablemente no se volverían a ver una vez que ascendiera y lo asignasen a otra legión, pero debido a ello unos extraños rumores comenzaron a propagarse por su sección.

¿En serio creían que soy un vampiro? ¡¿Qué clase de retrasado mental imaginaría a un vampiro que puede marchar a la luz del día?! ¡Solo faltaba que algún imbécil creyera que existen vampiros vegetarianos porque me gustan las gachas con trigo! ¡Lo que hay que oír!

Pese a todo Druso lo había ayudado a romper el hielo y ponerle fin a ese estúpido rumor, así que agradeció mentalmente al legionario veterano mientras se quedaba sentado junto a las brasas del fuego, arropado por su manta, hasta que un oficial se acercó y le entregó una pequeña tablilla con varios números que supuso identificaban a su sección.

El oficial le indicó la puerta en la que le tocaba hacer guardia y que su turno sería el primero de los cuatro de aquella noche. Aquello fueron buenas noticias, porque si bien tendría que estar despierto unas tres horas al menos luego podría dormir de largo hasta el amanecer.

De modo que Bryan se dirigió a su puesto designado y se puso a vigilar el exterior.

Detrás suyo el campamento entero descansaba. Se oía algún perro ladrando en la distancia y, de cuando en cuando, algunos jinetes que recorrían el perímetro del muro, seguramente eran las patrullas nocturnas recogiendo las tablillas de los puestos de guardia. Bryan pensó en mandar un Espectro Oscuro para confirmarlo, pero esa noche estaba especialmente cansado. Además, de momento, nadie se había acercado a su posición.

Junto a la puerta empezaba el vallado del campamento. El aire era cada vez más frío y fuerte. Aunque no le molestaba demasiado, si le incordiaba y Bryan imaginó que, si se apartaba de la puerta y se acercaba al muro, por lo menos estaría protegido del frío y podría acostarse allí e incluso dormir un rato. La Esencia Mágica ya había curado el dolor de sus músculos por la marcha, pero su mente estaba agotada.

Ese mismo día había estado espiando con sus Espectros Oscuros a los oficiales que intercambiaban noticas del Imperio Kasi y esa era información que realmente quería escuchar. Lamentablemente le costó prestar atención al camino durante la marcha forzada porque aquel día les tocó ir por un sendero montañoso e irregular donde era fácil caerse, así que el esfuerzo mental que tuvo que hacer fue mucho peor que de costumbre. Todo eso provocó que le doliese la cabeza y ahora solo quería cerrar los ojos un rato. Además, con sus oídos sobrehumanos seguramente escucharía llegar a la patrulla mucho antes de que lo vieran. ¿Por qué no correr el riesgo de cerrar los ojos un poco?

Estando de Guardia

Sin embargo, se resistía a dormirse porque las palabras de Druso aún perduraban en su mente. “Estate atento para entregar tu tessera.” Bryan se había atado la tablilla al cinturón de piel, junto a la espada, para no perderla. Podría esperar junto al vallado, donde estaría bien guarecido del frío hasta la llegada de la patrulla sin necesidad de tener que aguantar a la intemperie más horas. Era absurdo tener que esperar ahí cuando no había peligro, pero obedecer las órdenes siempre resultaba lo más prudente y decidió seguir haciéndolo.

Al poco tiempo escuchó ruidos de unos jinetes a caballo que se acercaban, así que revisó el estado de su armadura de legionario y rápidamente cogió su escudo junto con la lanza. Entonces se puso en posición de guardia, dirigió la punta metálica en dirección al sonido y gritó:

- ¡Alto! ¡¿Quién vive?! -

- Es la guardia. Baja tu arma, Legionario. Y danos la tessera de tu sección. -

Bryan obedeció sin rechistar y le entregó su tablilla al oficial que se aproximó hasta él sin bajarse del caballo. Le acompañaba un soldado de su sección al que había visto en el adiestramiento, pero con el que no había hablado nunca. Este llevaba a su vez otra pequeña tessera.

El oficial escudriñó entre las sombras la tablilla de Bryan.

- Bien, puedes retirarte - Dijo y luego se dirigió a los jinetes que le acompañaban: - Aquí todo está bien; dejamos al segundo centinela de la noche. Sigamos con el recorrido. -

Y se alejaron sin más.

Bryan y el nuevo soldado de guardia quedaron a solas por un momento, pero finalmente se despidieron con un gesto, ya que ninguno tenía ganas de decir nada. Se veía que el nuevo centinela estaba muerto de sueño y por un segundo a Bryan se le ocurrió repetirle el consejo que le había dado Druso, pero al final el cansancio pudo más y consiguió convencerse a sí mismo de que no era para tanto.

De modo que dio media vuelta y se encaminó hacia su tienda. Una vez en ella cayó rendido por primera vez en mucho tiempo debido al agotamiento mental, la fatiga y el frío.

Esa noche se durmió como un lirón.

*****

Las trompetas del amanecer despertaron a todo el campamento. Bryan salió de su tienda esperando encontrarse con un nuevo día de adiestramiento, algo de desayuno y enseguida dirigirse a combatir o a hacer marchas forzadas. En cualquier caso, nada especial por lo que mereciera la pena levantarse. Por eso remoloneó un poco en la entrada de su tienda mientras dirigía a sus Espectros Oscuros a la tienda de los oficiales, pero apenas había pasado un minuto, cuando dos legionarios de las tropas regulares del ejército consular entraron en su tienda, en la que sólo quedaba ya él por salir, y lo arrastraron fuera violentamente. Bryan quiso decir algo, pero un puñetazo le aclaró las ideas. En un instante se encontró a medio vestir, en formación con otros tres hombres, en más o menos las mismas circunstancias. Ninguno se había levantado con la celeridad necesaria para estar ya completamente vestido con el uniforme de infantería ligera que les correspondía.

Cuando Bryan reconoció a la persona que estaba pasando revista, se puso alerta inmediatamente. Nunca lo había visto en persona, pero sí que lo espió innumerables veces en la tienda de oficiales y sabía que se trataba de uno de los Tribunos Militares del Cónsul. Acompañándolo estaban dos prefectos, ninguno de los cuales eran Voreno. Y para empeorar las cosas, el Centurión Instructor también estaba ahí, mostrando una expresión verdaderamente desagradable.

¡Estaban pasando revista a los Centinelas Nocturnos!

- Éstos son los soldados que hicieron guardia ayer por parte de esta sección, Tribuno. - dijo el Centurión Instructor señalando a Bryan junto con otros tres legionarios.

- Falta una tessera de esta sección. - Explicó el Tribuno Militar hablando con el Centurión Instructor sin apenas mirar a la tropa: - Aparte veo que a todos les cuesta levantarse a la hora. Por eso recibirá cada uno diez azotes en presencia de sus compañeros. Eso contribuirá a fomentar el ansia por madrugar en estos hombres. -

El Centurión asintió con decisión. Bryan se sentía un poco nervioso porque el Tribuno Militar justo hubiese venido el único día en que decidía flojear, pero se dijo a sí mismo que no tenía caso lamentarse y más bien se concentró en mantener una expresión neutral. Ya había aprendido que el anonimato era el mejor salvoconducto para estar bien en la legión.

- La tessera que falta es la del segundo turno - Dijo el Tribuno Militar. Entonces los soldados que habían sacado a Bryan de la tienda cogieron al hombre que estaba a su lado y lo empujaron fuera de la fila.

Y ahí fue cuando Bryan reconoció al soldado que lo reemplazó en la guardia nocturna.

- Bien - Empezó el Tribuno: - La guardia nocturna es sagrada, en territorio amigo o enemigo. Un centinela dormido es una vía por donde puede venir un ataque sin que haya ninguna voz de alarma que nos permita reaccionar. Dormirse en la guardia es traición y la traición sólo tiene una pena en la legión imperial, sea en las tropas consulares o en los auxiliares. -

Uno de los legionarios que acompañaban le entregó a su superior un bastón de madera de pino. El Tribuno cogió el bastón con fuerza y por un momento todos imaginaron que se repetiría el espectáculo del Centurión Instructor en el primer día de entrenamiento.

Pero el oficial se limitó a rozar suavemente la frente del soldado traidor quien, doblegado por el sueño, se había apartado para descansar junto al vallado tratando de guarecerse del frío y no se percató de la venida de los jinetes de la patrulla nocturna. Cuando se despertó descubrió que estaban en el cuarto turno de la noche y ni el nuevo centinela ni los jinetes de la patrulla quisieron recoger ya su tessera.

El Tribuno se separó del soldado condenado por traición y los legionarios que lo acompañaban empujaron a Bryan y sus otros dos compañeros de turnos de guardia para que quedasen a una distancia razonable. Luego les dieron bastones y piedras.

Bryan recibió una piedra grande con una mano y con la otra el bastón. No sabía qué hacer, pero lo intuía. Vio cómo el resto de los soldados de su sección, casi ciento cincuenta hombres, habían recibido piedras y bastones igual que él. Druso también.

A una señal los que ayer eran compañeros del soldado condenado empezaron a lanzar piedras contra él. Éste se arrodilló en el suelo y se cubrió la cabeza con las manos, pero seguían lloviendo sobre él más y más piedras. Bryan vio cómo Druso, sin mirar al condenado, arrojó su piedra impactando en una pierna del mismo. Sus colegas en la guardia nocturna hicieron lo propio.

Bryan tragó saliva, inspiró con fuerza y cerrando sus ojos arrojó su piedra. Cuando los abrió vio al condenado arrastrándose por el suelo dejando un reguero de sangre a su paso. Su cuerpo lleno de heridas. Pero la cabeza, protegida con sus brazos y manos, apenas tenía marcas. Aullaba de dolor e imploraba piedad.

Debí haberle aconsejado. Druso me dio el consejo libremente. ¿Por qué yo no lo hice?” Pensó Bryan con pesar, pero no tuvo tiempo de sentir culpabilidad.

El tribuno dio otra señal y decenas de soldados de la sección se lanzaron contra el condenado. Con sus bastones golpearon salvajemente una y otra vez a su compañero sentenciado por traición. Esta vez los bastones se abrieron camino entre los brazos del condenado y encontraron su objetivo: la cabeza del soldado fue machacada, la sangre salpicaba. Se oyó el crujir de huesos. Los aullidos cesaron.

El Tribuno observó el cumplimiento de su sentencia y contempló con satisfacción cómo todos los miembros a excepción de uno, Bryan, habían usado tanto piedras como bastones para hacer cumplir la sentencia.

Entonces Tribuno se dirigió al Centurión Instructor: - Este hombre, el que no ha usado su bastón. - Dijo señalando a Bryan: - Que, en lugar de diez, reciba veinte azotes. Y no le condeno a más porque al menos lanzó la piedra. Veinte azotes harán de él un más fiel cumplidor de la disciplina del ejército imperial. ¡Y tú, te avisó que no cobrarás este mes por no haber entrenado bien a los legionarios! -

El Tribuno Militar, acompañado de los legionarios y los jinetes que lo escoltaban, regresaron al campamento de las legiones consulares. El Centurión Instructor maldijo a toda la tropa y los cubrió de insultos. Luego ordenó que retiraran el cuerpo del soldado ajusticiado y que azotasen al resto de los soldados condenados por levantarse tarde y, en el caso de Bryan, por no usar su bastón en el ajusticiamiento de la mañana. Finalmente anunció con una sonrisa macabra que incrementaría al doble el entrenamiento de aquel mes para mejorar su disciplina, pues por eso lo habían dejado sin paga.

Bryan recibió los veinte azotes en silencio, mientras recordaba a su compañero muerto. También pensó en sus seres queridos e imaginó que terminaban sufriendo un destino semejante por culpa de un descuido suyo y se juró a si mismo que no permitiría que sucediese, que nunca más correría riesgos con el destino de otros, aunque pareciera que no había peligro. Luego se vistió con rapidez. Sentía gotas de sangre resbalando por su espalda, pero no estaba dispuesto a perderse el desayuno por más deprimido que estuviese.

Cuando llegó, sin embargo, ya era demasiado tarde. Observó con desolación que sus compañeros ya estaban cargando los pertrechos y preparándose para salir de marcha. Estaba a punto de maldecir su suerte de aquel día cuando Druso se acercó por su espalda.

- Toma - Le dijo.

Bryan se giró y vio que Druso le había cogido las gachas de su desayuno en un cuenco de barro, así que lo aceptó y con las manos se llevó la comida a la boca sin decir nada a Druso, pero comiendo al tiempo que mantenía su mirada fija en los ojos de aquel soldado más experimentado proveniente de Campania.

- Come rápido. Tenemos marchas forzadas. Vamos. - Dijo Druso, y lo dejó a solas para que terminara su desayuno.

*****

Dos meses después.

Las últimas dos semanas les pidieron que criaran un cachorro. Había muchos perros callejeros en Itálica y a veces se enfermaban de rabia, lo cual podía convertirse en una auténtica peste. Por eso la guardia de la ciudad tenía ordenes de deshacerse de ellos, hasta el ejército les encontró utilidad.

Finalmente, las marchas forzadas habían dejado de realizarse todos los días y más bien se concentraban en el entrenamiento de combate. Al mismo tiempo las raciones comenzaron a incluir carne de jabalí curada y pescado seco, con lo cual se podía mantener un pequeño animal si uno estaba dispuesto a compartir.

Durante los últimos días, todos se habían encariñado con sus mascotas. No entendían el propósito de tenerlas, pero definitivamente les alegraba el corazón a los legionarios y les ayudaba a recordar a esa vida que tenían antes de que todo fuese diciplina y violencia.

Sin embargo, ese día habían levantado el campamento y marchado hasta un bosque cercano, donde todos sabían que había criaturas mágicas. No era como el Bosque Oscuro, pero si tenía una buena cantidad. El Centurión Instructor les ordenó detenerse en el margen, justo donde comenzaban los árboles y entonces dio la siguiente orden.

Legión en el Bosque

- Todos maten a su perro. -

Se hizo el silencio. Nadie podía creer lo que oían y sus expresiones incluso tenían espasmos.

- ¿Qué? - Preguntó uno.

- Dije que maten a su perro. - Repitió el Centurión Instructor.

- Pero… los criamos… son nuestros compañeros. -

- ¡Por favor Centurión! -

 - ¡No han hecho nada malo! -

El Centurión espero tres respiraciones y finalmente habló: - ¿No quieren obedecer? -

En ese momento se escuchó un chillido agudo y dos animales murieron. Entonces Druso junto con Bryan arrojaron los cuerpos de sus mascotas al suelo, en frente del Centurión Instructor.

- ¡Excelente! - Los felicitó el Centurión y miró al resto con desagrado: - Los dos Decuriones comprenden que lo único que tienen que hacer es obedecer las órdenes y matar cuando se los ordene. Si no pueden matar a un estúpido perro… ¡¿Cómo mierda van a poder apuñalar en el estómago a seres humanos como ustedes que quizá tengan hijos y madre?! Pero eso es lo que la patria espera de ustedes. ¡Que maten al enemigo, aunque sea una persona! -

En efecto, por sus muchos méritos tanto Bryan como Druso ahora eran Decuriones, comandantes de grupos de diez hombres y segundos al mando en la sección por debajo del propio Centurión Instructor. Ahora incluso se dedicaban a entrenar al resto de legionarios y daban el ejemplo siguiendo las ordenes con más disciplina que ninguno.

Pese ver que sus héroes obedecían, el resto de los hombres dudaba. Era extraño el vínculo que uno podía llegar a tener con un animal que no podía hablar, pero que dependía de ellos. Los tres legionarios que se atrevieron a hablar primero para abogar por la vida de los animales, volvieron abrir la boca, pero los interrumpieron antes de que pudiesen pronunciar una sílaba.

- ¿No pueden hacerlo? - Volvió a preguntar el Centurión: - Entonces los ayudaré. -

Acto seguido sacó una ballesta y disparó. Todos esperaban que matase a uno de los que había hablado, pero sorprendentemente le disparó a un legionario que estaba al costado de ellos. El desafortunado hombre soltó un grito y se desplomó porque el virote le había dado en el estómago. Luego se quedó agachado en el suelo mientras convulsionaba de dolor y vomitaba sangre.

¡¿Qué carajo…?!” Los legionarios miraron a su compañero con los ojos bien abiertos por el asombro. Pero el Centurión simplemente les dijo con un rostro inexpresivo:

- Cada vez que alguno de ustedes dude en matar, dispararé. No al que no pudo matar, sino a alguien más. -

- ¡…! -

- Le dispararé a cualquiera que se atreva a responder. Dispararé, aunque tan sólo quieran preguntar. Dispararé incluso si ruegas, discutes o huyes. -

¡No puede hablar en serio!

Por culpa de uno se jode el resto. Era una táctica común del entrenamiento militar en el que se asignaba responsabilidad colectiva. El Centurión Instructor hizo una señal y casi treinta legionarios veteranos que le servían como asistentes llegaron armados con sus propias ballestas. Inmediatamente les apuntaron a los nuevos reclutas.

¿Es mentira? ¿Verdad?

- ¿Y bien? - Preguntó el Centurión Instructor sonriendo como un sádico: - ¿Quién será el primero en destruir el estómago de su compañero? -

Inmediatamente más de la mitad de ellos acuchilló a su cachorro ahí mismo. El resto se demoró un segundo, pero también lo hicieron. Sin embargo, quedaban tres personas intentaron rogar o suplicar. Estaban temblando y pidiendo perdón. Aun así, tres de sus camaradas recibieron disparos en el estómago por culpa suya.

De inmediato el resto de soldados se volvió hacia ellos para observarlos con ojos asesinos y varias voces comenzaron a susurrar: - ¡Hijos de puta, si nos disparan por su culpa, juro que los asesinaré! -

Ante semejante presión, los últimos reticentes apuñalaron a sus animales.

- Ahora tomen esos cuerpos y arrójenlos hacia el bosque. - Ordenó El Centurión Instructor como si nada hubiese pasado.

Todos querían hacer preguntas, pero tenían claro que primero era obedecer y rápidamente los lindes del bosque se llenaron de cadáveres de perros muertos.

- Mi Centurión. - Aventuró un legionario.

- ¿Qué quieres, imbécil? - Respondió el Centurión sin mirarlo.

El legionario dudó, pero viendo que su superior parecía dispuesto a contestar, se arriesgó para decir: - Vine de esta zona. En el interior hay muchos monstruos que sin duda serán atraídos por la sangre y vendrán en hordas. -

- ¿Y? -

- ¿No deberíamos irnos? -

- Pero entonces habríamos venido para nada. - Respondió el Centurión sonriendo y entonces se volvió hacia todo el grupo: - Ahora entrarán en el bosque durante dos días, sin comida ni agua. -

- ¡…! -

- Solo tienen una misión: Matar. - Ordenó el Centurión: - Maten a todos los monstruos que hay ahí dentro. Si alguno duda en matar, los monstruos los matarán. Si alguno intenta retroceder, entonces YO los mataré. Todos pelean y nadie corre. Es así de simple. - 

Los legionarios lo miraron pasmados. Todos excepto Bryan, que inmediatamente desenvainó su espada corta y corrió hacia el bosque con una sonrisa típica de alguien que se siente confiado porque le han pedido que haga algo que conoce bien. Druso lo siguió poco después y su ejemplo motivó a los veinte hombre que generalmente ambos lideraban.

Pero la mayoría aún esperaba afuera del bosque sin poder creer las ordenes que habían recibido. Al poco tiempo escucharon los gritos de cientos de criaturas que corrían en búsqueda del olor a sangre. Se trataba de monstruos que parecían ratas gigantescas del tamaño de una mula y eran tantas que el suelo temblaba cuando avanzaban.

Sin embargo, escucharon un sonido aún más aterrador que los monstruos.

- ¿Tengo que repetir mis ordenes? - Preguntó el Centurión Instructor recargando su ballesta.

Toda la sección de miles de hombres ingresó a tropel en la espesura.

*****

Pasaron 48 horas sin comida ni agua. Fue una época de pesadilla en la que los obligaron a matar monstruos una y otra vez sin ningún descanso. Si las ratas se acababan, tenía que levantar los cadáveres destripados en los árboles, para que su olor atrajera a una nueva oleada, que nuevamente tendrían que matar mecánicamente.

El área se convirtió en espacio cubierto de sangre y esta atrajo criaturas más poderosas, como serpientes enormes y aves asesinas. Pero ellos siguieron matando sin detenerse, hasta que sus cuerpos se volvieron oscuros por estar empapados en sangre y vísceras.

Finalmente terminaron los dos días y se les permitió salir del bosque. Pero entonces el Centurión Instructor ordenó que levantasen el campamento ahí mismo y los hizo comer la carne de las ratas. Después anunció que continuarían haciendo lo mismo cada día durante el último mes de formación, matando de día y comiendo sólo de noche.

Así fue pasando el tiempo hasta que el olor sangriento que antes les repugnaba o les provocaba arcadas, ahora era simplemente parte del propio ambiente. El calor de las emociones se fue desvaneciendo por completo de sus ojos y expresiones. Y sus reacciones se volvieron cada vez más automatizadas, hasta el punto en que ya no dudaron incluso cuando las serpientes fueron reemplazadas por arañas gigantes, tan peligrosas como desagradables a la vista.

Arañas del Bosque

- ¡¿No son hermosas?! - Preguntaba a gritos el Centurión Instructor mientras veía como los legionarios abrían los exoesqueletos enormes de las arañas que acababan de matar, usando sus espadas cortas para extraer las partes comestibles.

- ¡Son adorables! ¡¿Verdad, legionarios?! - Gritó Bryan animando a sus hombres.

- ¡Las arañas son adorables, mi Decurión! ¡Son hermosas, mi Centurión! -

- ¡¿No les parecen deliciosas?! ¡¿No es bueno que sean su comida? -

- ¡Son deliciosas, mi Centurión! -

- ¡Demuestren su gratitud, montón de mierdas! ¡Agradézcales por dar su vida cada vez que las apuñalen! -

- ¡Gracias por morirte! ¡Gracias por ser mi alimento! - Gritaron los hombres cada vez que apuñalaban.

- ¡¿No es maravilloso haberlas matado?! ¡¿No se sienten realizados?! ¡¿Para que existen si no es para matar?! ¡¿Cuál puede ser su trabajo si no es matar?! -

- ¡Vivo para matar! ¡Sirvo para matar! ¡Matar! ¡Matar! ¡Matar! ¡Matar! -

- ¡¿Acaso no es maravilloso matar por el Imperio?! -

- ¡Mataremos por Itálica! ¡Mataremos por el Imperio! ¡Por el Imperio! -

Itálica y las ciudades aledañas estaban en constante crecimiento, así que era necesario fundar nuevos asentamientos para desplazar al exceso de población. Al hacer el entrenamiento en este bosque se cumplía un objetivo doble: Se limpiaba una zona peligrosa de todos los monstruos para poder urbanizarla luego y también se terminaba el entrenamiento de los legionarios.

Finalmente acabó el último mes de instrucción.

*****

Frente al Centurión Instructor había una sección de mil quinientos hombres que no tenían miedo de derramar sangre y estaban dispuestos a destruir a cualquier enemigo que se les ordenase. Formaban perfectamente, estaban bien equipados y conocían las tácticas de combate.

Estaban listos.

Legiones Imperiales

- Aún son unas mierdas. - Dijo el Centurión Instructor barriéndolos: - Pero al menos ya de la compacta. Felicitaciones, basuras, ahora son hombres útiles para nuestra gran nación y serán enviados ahí donde los necesiten. Pero nunca olviden quienes son, sin importar dóndes estén. ¡Cuál es su propósito en la vida?! -

- ¡Mataremos al Enemigo! ¡Destruiremos al enemigo! -

- ¡Venceremos…! - Comenzó el Centurión Instructor.

Y los hombres lo completaron.

- ¡Por la gloria del Imperio! -

El Centurión Instructor asintió una vez y luego llamó: - ¡Legionarios Bryan y Druso! ¡Paso al frente! -

Ambos inmediatamente avanzaron.

- Ustedes dos han cumplido las ordenes, han luchado y han prevalecido. Por eso se les concedió el rango de Decuriones. Y ahora en la prueba final no solamente mataron más monstruos que nadie, sino que encima dirigieron a los grupos para cazarlos de forma eficiente. ¡Desde hoy han sido nombrados por los Tribunos Militares como Centuriones del Ejército Imperial! -

El Centurión era el comandante de toda una sección de hombres durante una batalla. Además, solo por serlo ya podía acceder a cargos civiles una vez que terminase su servicio y le diesen de baja en la Legión. Definitivamente era el mayor honor que uno podía obtener mientras durase el entrenamiento.

- ¡Muchas gracias, mi Centurión Instructor! - Respondieron al unisonó pues, aunque ahora ambos tenían el mismo rango, la antigüedad siempre era respetada.

El Centurión Instructor asintió una sola vez, para después sonreírles de un modo que no era amenazante, mientras les entregaba dos medallas de plata con forma de alas de águila, las condecoraciones de su nuevo rango en la Legión. Esa fue la primera y última vez que lo vieron hacer esa expresión. Después de eso su instructor militar les anunció que los superiores vendrían a seleccionarlos y se marchó sin despedirse.

Ahora finalmente su sección estaba lista y también debía estarlo el resto. Y es que cada Ejército está compuesto por dos legiones, cada una de las cuales se componía por diez secciones, con veinte centurias cada una. Originalmente en su sección comenzaron siendo dos mil hombres, pero muchos habían muerto en los entrenamientos y por los castigos. Por supuesto que su sección no actuaba de forma independiente, sino en conjunto con las otras diez que componían la Legión 19, pero Bryan no conocía cuál era el estado exacto de esos hombres.

En cualquier caso, ahora Druso y él comandaban cada uno a un grupo de sesenta hombres.

- Nuestra legión no se unirá a ninguno de los Cónsules, así que no nos comandará ningún Tribuno Militar, sino un Prefecto. ¿Me preguntó cuál será? - Comentó Druso.

- Tengo entendido que la Legión 19 está asignada al Prefecto Lucio Voreno. - Respondió Bryan sonriendo.

- ¿En serio? Pues me alegra… Voreno tiene fama de ser justo, aunque lo malo es que está asignado a al norte y con el clima... ¡Oh, ahí viene! -

En efecto, al poco tiempo llegó Lucio Voreno montando a caballo y con varios caballeros que le servían de escolta. Rápidamente distinguió a Bryan que se destacaba en su nuevo puesto de Centurión y sus ojos se fijaron en la condecoración que lucía en el peto de la armadura. Entonces se acercó con una sonrisa admirada y dijo: - ¡Sobreviviste! Y encima me dicen los informes que nunca usaste tu magia. -

- Quería ganarme esto limpiamente. - Respondió Bryan señalando su medalla.

- ¡Una condecoración bien ganada, sin duda la primera de muchas! – Exclamó Voreno riéndose con ganas: - Ven conmigo, tenemos que discutir muchas cosas. ¿Hay alguien aquí que pueda conducir la Legión mientras conversamos? -

Bryan sonrió y señaló hacia Druso, que en ese momento estaba mirando boquiabierto el encuentro tan familiar entre ambos. Era evidente que ambos se conocían de antemano e incluso llegó a escuchar claramente la palabra “magia”.

- ¿Quién es? - Preguntó Voreno señalándolo.

- El Centurión Druso. - Respondió Bryan: - No encontrarás a otro tan valiente y con buen juicio como este hombre. -

- Muy bien… ¡Centurión! - Ordenó Voreno.

- ¡Si, mi Prefecto! - Respondió Druso al instante y el respeto a la disciplina militar hizo que despejase todas sus dudas.

- ¡Necesito un Primer Centurión! ¡Lo serás hasta que mueras o encuentre a alguien mejor! Ahora te ordeno que coordines el desplazamiento de la Legión 19 con el resto de Centuriones. ¡Nos vamos al Norte! -

Primer Centurión. Ese cargo era uno de los más codiciados, pues venía con una mejor paga y muchos más beneficios para cuando le diesen de baja. El pobre hombre no podía creer que acababa de obtenerlo, así como así.

En ese momento Bryan se acercó a Druso, lo sujetó en el hombro y le susurró: - Adiós amigo. Ya te he devuelto el favor. -

*****

Al norte de Itálica se encontraba la región de Lumbardéa. Se caracterizaba por su terreno montañoso que servía como barrera natural, porque podía ser controlado perfectamente por tres fortalezas bien posicionadas. Sin embargo, desde que las fronteras habían sido extendidas, nadie había atacado la zona en casi doscientos años, pero al imperio no le gustaba correr riesgos cuando se trataba de asuntos militares y se ocupó de mantener bien esos puestos defensivos, en las que siempre se encontraba por lo menos una legión que podía servir como refuerzo en caso de emergencia. Así pues, las fortalezas que se alzaban imponentes en lo alto de las montañas y el rugido de los legionarios durante sus entrenamientos diarios se habían vuelto parte del paisaje normal para las poblaciones cercanas. Porque, aunque la instrucción militar había terminado oficialmente, el entrenamiento diario de las tropas jamás se detenía durante todos los años que durase su servicio, salvo en los momentos que estaban en batalla o dirigiéndose hacia una.

Pero nada de esto tenía ya que ver con Bryan, que había cambiado su armadura por la túnica de Necromante que Fanny le había hecho y únicamente lucía la medalla que demostraba su condición de Centurión como prueba del entrenamiento infernal que había soportado. En ese momento estaba cabalgando junto al Prefecto Lucio Voreno, rodeado de una escolta de diez jinetes por un sendero de la montaña en dirección a la fortaleza principal. Detrás de ellos, dirigidos por Druso, marchaban en fila el resto de los quince mil legionarios haciendo resonar el suelo a su paso, como si fueses un enorme y monstruoso mil pies.

- Ahora que has terminado la instrucción puedo ayudarte a ascender rápidamente, tal como acordamos con Lawrence. De hecho, realmente nos has facilitado las cosas, porque es muy difícil darle muchos honores a una persona en corto tiempo sin llamar la atención. Pero nadie se quejará de que lo hagamos por alguien que vino por la vía directa e incluso consiguió convertirse en Centurión durante el entrenamiento. Pero ¿por qué quisiste pasar por la formación cuando no era necesario? Nunca llegué a entenderlo. -

- Porque en el futuro necesitaré comandar hombres, dirigirlos en batalla e incluso pedirles que mueran por mi bien. - Respondió Bryan sonriendo: - Necesitaba entender exactamente qué les estaba pidiendo, cómo sienten los soldados y cuáles son sus límites. Además, nadie respeta a un líder que no está dispuesto a embarrarse en el lodo con la tropa. Si un superior ordena que marchen diez kilómetros, eso significa que él mismo debe ser capaz de hacer veinte kilómetros; si les ordena matar, es porque el superior está dispuesto a morir luchando. Esa es la base de la autoridad. -

- Es una forma curiosa de verlo… pero no me desagrada.  ¿Cómo sabes eso? -

- No lo sé. - Confesó Bryan: - Solo siento que es verdad. -

- En todo caso cuando lleguemos podrás descansar tranquilamente por la noche. Y hablaremos mañana. -

- No. Es mejor que hablemos ahora, mientras el sonido de los hombres marchando oculta nuestras voces de posibles espías. - Respondió Bryan: - ¿Qué necesitas que haga? -

- ¡…! -

- ¡Vamos, si es evidente! Lo normal era que asignase a algunos centuriones veteranos a traer la nueva legión. Incluso se habría entendido que simplemente enviases a un mensajero con las órdenes. - Explicó Bryan sonriendo: - Pero que vengas tú mismo a recogernos… ¡Ja! Tienes que necesitar algo muy importante, Prefecto Voreno. -

Lucio Voreno lo miró en silencio por un instante, pero luego asintió convencido. Entonces les hizo un gesto a la escolta para que se alejasen y sólo comenzó a hablar cuando estuvo seguro de que nadie más podía escucharlos: - Lawrence tenía razón. Realmente eres agudo. En efecto necesito tu ayuda con un asunto bastante peliagudo que puede salir muy mal, pero que tendrá recompensas muy buenas si tienes éxito en solucionarlo. -

- ¿Qué sucedió? -

- Hace una semana nos llegaron unos esquemas, los planos para un nuevo Carro Balista. ¿Sabes lo que son? -

- Los vi una vez, en la Ciudad de Valen. - Respondió Bryan de inmediato: - Son carruajes con Escorpiones incorporados que pueden disparar dardos metálicos de entre tres a cuatro metros con tanta fuerza como para hacerle daño a un dragón, si los proyectiles están encantados con magia explosiva. -

- Si, pero el problema del Carro Balista tradicional es que tiene que detenerse para poder disparar. - Explicó Lucio Voreno asintiendo: - El nuevo modelo del que hablo es más pequeño, pero puede disparar en movimiento. Lo cual lo vuelve un arma terrible para usarla contra los caballeros protegidos por la armadura de placas. -

- ¿Y qué pasó con el diseño? -

- Lo robaron hace diez días… de la fortaleza a mi cargo. - Admitió Voreno

- ¿Quién fue? - Preguntó Bryan inexpresivo.

- No tenemos idea, pero eran profesionales. - Respondió Voreno.

- Entonces ya perdimos. - Dijo Bryan con una expresión de materia de hecho: - Esos planos deben estar fuera del Imperio ahora mismo. -

- No, porque los registros de inventario nos revelan la hora del robo: Ocurrió justo unos minutos luego de que nos diésemos cuenta. Entonces dimos la alarma y bloqueamos todos los pasos montañosos. Escapar por el norte es imposible en este momento. Además, enviamos y seguimos enviando a varias partidas de Caballeros Veteranos a buscarlos por todo el territorio, así que es imposible que estén en el descampado.

Solo hay un lugar al que pueden haber escapado. -

-Itálica. - Dedujo Bryan.

- Ya dimos parte a la guardia de la ciudad y ellos confirmaron que personas sospechosas de ser los responsables ingresaron, pero no han salido. Deben estar esperando una oportunidad para escapar. -

- ¿Sabemos en dónde se esconden? Es una ciudad grande. -

- Si lo supiera no estaría hablando contigo. - Respondió Lucio Voreno pragmáticamente: - El caso es que cuanto más ruidoso se vuelva esto, peor será para mi reputación y la de Lawrence. Aunque si es necesario desatar una matanza en la capital e ingresar por la fuerza a todas las casas hasta encontrar a esos ladrones, estoy dispuesto a hacerlo. Tengo la autoridad suficiente mientras los Cónsules están lejos y no me acerque mucho a la residencia del emperador, aunque seguramente me degradarán inmediatamente después. ¡Pero eso es mejor a dejar que un enemigo se apodere de nuestras armas! -

- ¿Sin embargo…? - Lo apuró Bryan.

- Sin embargo, Lawrence me sugirió que quizá sería mejor pedirte a ti que recuperes esos planos discretamente. - Dijo Lucio Voreno con una sonrisa astuta: - Pero tendrás que hacerlo rápido. Puedo esperar una semana y no más tiempo que eso. -

- Quieres que encuentre la madriguera de unos ladrones profesionales, que seguramente serán espías de otro país, en algún lugar de una ciudad donde vive más de un millón de habitantes… ¿Y sólo me das una semana? -

- Si tienes éxito te recomendaré como Centurión Instructor y en un año podrías incluso ser Cuestor Militar. - Respondió Lucio Voreno: - Por supuesto que el no poder encontrar esos planos sería lo mismo que perderlos. Caerás en desgracia de modo inevitable. Además, esto no cae en los deberes de un legionario y tienes derecho a rechazarlo. Pero siendo tú, podrías conseguirlo. -

- Me estás pidiendo cazar a un perro negro en la oscuridad de la noche. -

- Así es, pero Lawrence dice que eres experto en lograr lo imposible. ¿Qué dices? ¿Quieres arriesgarte a intentarlo? -

Bryan lo pensó por un momento y finalmente asintió con un suspiro resignado: - Si te degradan, Lawrence perderá a uno de sus apoyos en el ejército, así que no podemos permitirlo. Pero cuando traiga los planos quiero que me nombres Tribuno Militar. -

- Eso está fuera de discusión. Yo no puedo darte un rango que ni siquiera tengo. -

- Pues dile a Lawrence que haga magia con sus contactos políticos. - Le respondió Bryan tajantemente: - Si no tengo éxito piensan echarme la culpa. ¿No es verdad? Además, me estás pidiendo lo imposible, es justo que demande lo mismo como recompensa. -

- Está bien, lo discutiré con Lawrence y veremos lo que podemos hacer. - Respondió Lucio Voreno suspirando también: - ¡Pero no será de inmediato! Probablemente tendrá que esperar a que haya un combate a donde podamos enviarte. -

- Entonces tenemos un trato. - Dijo Bryan sonriendo: - Ahora tengo una última pregunta: ¿Cuál es la matriz de transporte más cercana? -

Cónsules del Imperio: Generales durante 1 año nombrados por el Senado y bajo el mando del Emperador.

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú, donde celebramos por todo lo alto el año nuevo.

Este capítulo no se parece en nada al original y es una completa reescritura. Se basa en una mezcla de historia real sobre el entrenamiento de los romanos, que en efecto entrenaban marchando 60 kilómetros en un día y el Centurión en general tenía el apodo de “Denme otro”. También agrego unas exageraciones que aparecen inspiradas en la película Fullmetal Jacket, sobre todo las partes más draconianas del entrenamiento. Y también algunas cosas que me pasaron en el ejército peruano, cuando decidí hacer el servicio voluntario.

Y antes de que alguien lo pregunte, lo de matar un perro era algo que se hacía, pero para cuando me tocó servir esas práctica se había eliminado.

El personaje de Druso está basado en uno de la Novela “El Hijo del Cónsul” de Santiago Posteguillo y la referencia a los vampiros son una referencia a todos los memes que se burlan de la franquicia de Crepúsculo.

Por supuesto que me tomé muchas licencias e hice muchas modificaciones a los datos de las legiones para que cuadrase, pero espero haber conseguido hacer un buen capítulo d3e entrenamiento militar.

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Te gustaron los diálogos? ¿Qué te pareció la historia de entrenamiento? ¿Te gustó el personaje de Druso? ¿Y el instructor? ¿Qué te parecieron los eventos que se narraron? ¿Te gustó el capítulo?

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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!