¡Por favor patrocina este proyecto!
Aquella noche, Bryan se recostó en su cama, reflexionando sobre todo lo ocurrido. Por fin contaba con el personal necesario para transformar su fortaleza, apenas aceptable, en un auténtico bastión capaz de resistir el avance de los ejércitos etolios. Una vez concluidas las reparaciones, deberían ser capaces de soportar incluso un asedio de la poderosa Micénica, siempre y cuando se mantuvieran tras los muros.
Su primer impulso había sido enviar a los artesanos directamente a trabajar en las murallas, pero, tras meditarlo, concluyó que lo más prudente era concentrar los esfuerzos en el taller de los alquimistas. Allí se almacenarían materiales y artefactos de gran valor, por lo que debía construir un recinto amplio, con muros de piedra gruesa, no solo para proteger al resto de la fortaleza de posibles accidentes o explosiones mágicas, sino también para garantizar cierta privacidad.
Para estos trabajos pensaba utilizar su propio dinero, lo que, en teoría, lo eximía de rendir cuentas a nadie. Sin embargo, era consciente de que debía ser cauteloso. Tiberio Claudio estaría alerta y, con toda seguridad, le enviaría al Cuestor Militar más fastidioso posible para vigilar sus movimientos.
“Sin embargo, me sigue fascinando lo eficiente que es la política militar itálica.” Pensó con una sonrisa: “Es cierto que tiene muchos agujeros, pero es sorprendentemente pragmática.”
En su mundo original, si algo no estaba permitido por ley, debía asumirse que estaba prohibido, especialmente en cuestiones estatales. Por el contrario, en Itálica, lo que no estuviese claramente prohibido era permitido. Esa ambigüedad era la clave que le permitía salirse con la suya en todo tipo de situaciones, siempre y cuando utilizara su propio dinero y no violara las directrices del Senado.
- Me dijeron que no puedo reclutar más soldados ni mercenarios. - Susurró, esbozando una sonrisa: - pero no mencionaron nada sobre un grupo de alquimistas o trabajadores privados. Tampoco me prohibieron aceptar voluntarios, así que puedo hacer mucho por mi estimado amigo. -
Al recordar al primer amor de Jack, no pude evitar suspirar. Sabía que tendría que darlo todo para crear la mínima posibilidad de éxito en ese desafío, que era mucho más que una simple conquista sentimental. Bryan, con todo su poder e influencia, solo podía abrirle el camino: preparar las condiciones necesarias para que Jack lograra pararse frente a esa mujer, aunque fuera solo por un instante, a pesar de la férrea oposición de su familia. Y habría mucha oposición, de eso no cabía duda. Pero al final conquistar el orgulloso corazón de Irene dependería por completo de su amigo.
Una inesperada oleada de nostalgia lo invadió. Sacó una carta de su Anillo Espacial y la contempló en silencio.
A MI AMADO BRYAN,
Espero que esta carta llegue a tus manos con la misma rapidez con la que mi pensamiento vuela hacia ti día tras día. Antes que nada, déjame decirte lo orgullosa que estoy. Tu victoria en la Batalla del Campo de Sangre me ha dejado sin palabras, aunque confieso que, viniendo de ti, no me sorprende. Solo tú podrías convertir una situación tan imposible de resolver en un triunfo magistral. Escucho todos los días los relatos de cómo ocultaste a tus tropas en el Monte Ida y atacaste con la fuerza de una tormenta inesperada. Te imagino, implacable y brillante, liderando con esa mezcla de astucia y valor que solo tú posees.
También recibí noticias de tu reciente nombramiento como Barón. Nadie lo merece más que tú. Si bien muchos en Itálica pusieron trabas, tus hazañas han terminado por imponerse. Me llena de felicidad saber que ahora ostentas un título que refleja, aunque sea en parte, tu grandeza. Aunque, para mí, sigues siendo el mismo hombre que logra hacer latir mi corazón como ningún otro.
Quiero tranquilizarte respecto al dinero y tus negocios en la capital imperial. Estoy ocupándome personalmente de que todo marche a la perfección. Cada taller, cada trato, cada inversión está siendo supervisada minuciosamente, y te aseguro que las ganancias fluyen sin contratiempos. Además, reuní a los mejores maestros artesanos y trabajadores disponibles, quienes deben haber llegado a tu fortaleza junto con esta carta para ayudarte a reconstruirla. Me enorgullece poder enviarte también unos alambiques magníficos, piezas de bronce que resistirán el viaje sin problemas. Las mesas de encantamiento, que son mucho más delicadas, las enviaré más adelante, cuando los caminos sean seguros y la nueva sucursal de nuestro gremio en Valderán pueda garantizar su transporte sin riesgos.
Por cierto, conocí a tu Tribuno, Cayo Silano. Es un hombre estoico hasta el extremo, como si el mundo entero no pudiera arrancarle una sonrisa. Sin embargo, debo admitir que su eficiencia es admirable, y entiendo por qué confías en él. Escuché rumores sobre su audiencia en el Senado y, aunque no pude asistir, me han contado que defendió tu causa con una tenacidad impresionante. No te enfades con él si fracasó en su intento de conseguir más legiones. Con la sombra de Tiberio Claudio acechando cada decisión, dudo que incluso los argumentos más brillantes hubieran cambiado algo.
Por cierto, querido mío, permíteme compartirte un pequeño detalle que me pareció curioso. A pesar de su apariencia fría y distante, Silano llegó acompañado de una hermosa esclava de origen tirio. No pude evitar percibir, con mi instinto femenino, que él se preocupa por ella más de lo que deja ver. Lo interesante es que varios de mis asociados en el gremio quieren pedirte que le preguntes en dónde la compró, porque creen que podría haber un mercado para los clientes más exigentes. Pero, hablando de eso… más vale que tú no te entretengas con ideas similares. No me haría ninguna gracia verte rodeado de esclavas hermosas. Conmigo tienes más que suficiente.
Por último, y ya que estamos siendo sinceros, déjame decirte lo mucho que te extraño. Mis días se sienten incompletos sin ti, y las noches… oh, Bryan, las noches son aún más largas y frías. Ansío volver a verte y que estemos juntos, como tantas veces antes. Si cierro los ojos, aún puedo sentir tus brazos alrededor de mí, tu voz en mi oído, y esos momentos que solo nosotros compartimos. Hasta que llegue ese día, me consuelo con la esperanza de que esta carta lleve mis palabras hasta ti y, con ellas, una pequeña parte de mí.
Cuídate, mi querido Bryan, y no olvides que aquí hay una mujer que te ama con toda su alma.
Con todo mi amor,
PHOEBE
Bryan se acercó la carta a su rostro y aspiró el perfume floral que ella siempre usaba. La fragancia lo envolvió de inmediato, llevándolo de regreso a aquella última noche juntos, con sus cuerpos entrelazados después de la pasión. Cerró los ojos un instante, dejando que el recuerdo le inundara. La extrañaba profundamente.
Sobre la mesa, junto a otros documentos, reposaba un pequeño cofre que pensaba darle a Fabián para que lo llevase de vuelta a Itálica cuando terminara su cometido. Dentro estaban una carta de respuesta suya y cuatro grandes rubíes, extraídos del tesoro de los troles del bosque. Aunque sabía que Phoebe no dudaría en gastar su propio dinero por él, Bryan se negaba a permitir que ella sufriera ni siquiera la más mínima incomodidad si podía evitarlo. Aquellas joyas, que valían una pequeña fortuna, serían más que suficientes para cubrir el costo de los alambiques y otros objetos caros.
“¿Silano se consiguió una esclava?” Pensó de repente, reprimiendo una carcajada: “Eso parece tan impropio de él... Entre nosotros, es el que menos visita el burdel. ¿Por qué la habrá comprado?” Sonrió con curiosidad y dijo para sí mismo: - En fin, si surge la ocasión, le preguntaré al respecto y averiguaré lo que Phoebe quiere saber. -
En ese momento recordó que Silano, debido a su reciente viaje a la capital, aún desconocía el programa de entrenamiento que había diseñado para los triarios y oficiales. El plan requería que los tribunos rotaran para asegurar que siempre hubiera dos disponibles para dirigir las Legiones V y VI. Técnicamente, le tocaría a Silano sufrir el entrenamiento al día siguiente, pero Bryan decidió darle un respiro extra para que pudiera entregarle su informe y recuperarse del viaje.
“Marcio y Druso tendrán que soportar dos días seguidos.” Pensó con ironía: “Qué pena por ellos... pero, bueno, dicen que no se puede hacer una tortilla sin romper algunos huevos.”
******
- ¡Por los divinos! - Susurró Silano, asombrado, incapaz de creer lo que veía.
Se encontraba en lo alto de una atalaya de madera, observando una empalizada inusualmente alta que delimitaba el área de entrenamiento para los candidatos a Triarios. Este lugar no estaba dentro del campamento de los legionarios, sino a varios metros de distancia, y su diseño impedía que alguien pudiera ver fácilmente el interior. Al principio, Silano consideró que el muro existía para evitar que los soldados regulares observaran el entrenamiento de las futuras tropas de élite, evitando distracciones innecesarias. Sin embargo, ahora creía que el verdadero motivo era proteger la salud mental del resto: Las exigencias físicas dentro de aquel recinto eran casi tan aterradoras como los rostros sedientos de sangre de los hombres que entrenaban.
En ese momento, los aspirantes a tropas de élite estaban corriendo mientras cargaban unos gruesos troncos que parecían lo suficientemente pesados como para aplastarlos si dejaban de usar el Aura de Batalla para reforzar sus cuerpos. Tropezar o soltar la carga podría significar un cuello o columna rota, a menos que lograsen esquivar a tiempo. Sus manos estaban ensangrentadas, sus cuerpos empapados en sudor, y apenas lograban respirar mientras avanzaban con toda la velocidad que podían.
- Tienen que terminar pronto, o podrían perder el combate de mañana. - Aclaró Eumenes, quien observaba a su lado: - En particular, el tercer Manípulo está bastante asustado: han fallado dos veces seguidas en las competencias del general. Por ahora, solo les ha tocado limpiar las letrinas, pero si pierden otra vez, sus centuriones tendrán que sufrir el castigo. -
Silano lo miró incrédulo.
- ¿Es cierto que el general ha ordenado que los centuriones del manípulo perdedor sean desnudados y cubiertos de barro? -
- Sí, y luego tienen que correr alrededor de toda la fortaleza. - Confirmo Eumenes, asintiendo seriamente.
- ¿Cuál es el sentido de castigar únicamente a los oficiales? ¿No deberían los soldados perdedores compartir la responsabilidad? -
- Porque eso es exactamente lo que necesitamos. - Respondió Eumenes con una sonrisa sarcástica antes de explicar: - El objetivo de este entrenamiento es aplicar lo que el general llama “capas de presión”. -
- ¿Capas de presión? -
- Exacto. Imagine que usted es uno de esos centuriones, y su manípulo queda en el último lugar tres veces. Como resultado, se ve obligado a correr desnudo frente a todo el ejército. ¿Cómo se sentiría después de eso? ¿Perdonaría tranquilamente a los Decuriones bajo su mando? -
- ¡Por supuesto que no! ¡Los haría correr descalzos hasta sangrar por su incompetencia! ¡Y si volvieran a perder, los harían flagelar al punto de dejarles la espalda en carne viva! - Respondió Silano con una expresión de materia de hecho.
- Exactamente. - Asintió Eumenes, satisfecho: - Cuando esos decuriones castigados regresen a sus filas, ¿qué cree que harán con los legionarios a su cargo? Naturalmente, también los castigarán a su manera. Cada nivel en la jerarquía genera presión sobre los de abajo. -
- Es como una cascada... - Reflexionó Silano: - La presión fluye desde los oficiales superiores hasta los legionarios. -
- ¡Es un método infalible para forjar su carácter! - Exclamó Eumenes, admirado: - En la Academia me enseñaron que algunos generales del pasado colocaban deliberadamente a sus ejércitos en posiciones donde solo podían vencer o morir, haciendo que la presión por sobrevivir los llevase a luchar mucho mejor de lo que podrían haber imaginado. Aquí, el Procónsul Bryan hace algo similar, pero de forma controlada. ¡Es un sistema brillante para entrenar soldados en poco tiempo! ¡Nuestro general es un genio! -
- ¿Genio? No, no lo es. - Replicó Silano mientras recordaba cómo Bryan los había llevado en secreto hasta el Campo de Sangre: - Lo que ves aquí es fruto de mucho esfuerzo y planificación, no de genialidad espontánea. -
- ¿A qué te refieres? - Preguntó Eumenes, intrigado.
- Oh, no dudo que el Procónsul es inteligente. - Aclaró Silano, apoyándose contra la barandilla mientras observaba a los hombres entrenar con ferocidad: - Pero esto no es mera improvisación, sino algo calculado desde hace mucho tiempo. Me contaron que, a pesar de ser mago, el general insistió en pasar por el entrenamiento de legionario, igual que cualquier otro soldado. Incluso obtuvo el rango de Primer Centurión. Creo que lo hizo porque quería estudiar cómo funciona la psicología de los legionarios. Y este entrenamiento es el resultado: Esta es la única manera de aprovechar al máximo sus habilidades, al mismo tiempo que mantiene el poder absoluto y se libera para ocuparse de otros asuntos. -
- Oh, me temo que no puedo atribuirme el mérito… - Dijo una voz detrás de ellos.
Ambos oficiales se giraron rápidamente y vieron a Bryan, quien había llegado levitando. A su lado traía a un joven robusto, evidentemente nervioso por estar volando por primera vez. Silano lo reconoció vagamente como alguien que había visto conversando con Fabián, pero no logró recordar su nombre. De cualquier modo, ese no era el momento para ejercitar su memoria.
Ambos oficiales saludaron marcialmente.
- ¡Salve, mi general! -
- Salve. Salve. - Respondió Bryan mientras aterrizaba con su compañero. Luego lo invitó a acercarse a la barandilla para observar el entrenamiento: - Les presento a mi amigo Jack. Nos conocemos desde la infancia y se unirá a nosotros en calidad de asesor militar. -
Por el tono del general resultaba claro que no les estaba preguntando su opinión, así que los Tribunos simplemente asintieron en reconocimiento. Bryan esbozó una sonrisa antes de explicarle a Jack los detalles del entrenamiento que había diseñado para los Triarios.
Luego, Bryan preguntó:
- ¿Qué opinas de esto, Jack? -
El joven permaneció en silencio por unos momentos. Era la primera vez que presenciaba un entrenamiento militar, y encima uno tan brutal. Sabía que Bryan lo estaba poniendo a prueba, exponiéndolo no solo a los horrores de la vida marcial, sino también presentándolo ante sus oficiales. No podía permitirse fallar. Tragó saliva y, reuniendo toda la seguridad posible, respondió:
- Creo que este método es el más eficiente para que los hombres desarrollen su máximo potencial. Desde una perspectiva empresarial, también parece el modelo de gestión más adecuado, ya que no es necesario supervisar constantemente a todos los funcionarios: ellos mismos se vigilan para no quedarse atrás. -
Jack se volvió hacia Bryan con una sonrisa forzada y añadió:
- En muchos países, los asuntos militares y la política se manejan por separado. El éxito de Itálica se debe en gran parte a su capacidad para fusionar ambos aspectos. Ahora tú lo has conseguido. Al menos, no se me ocurre una forma mejor de hacerlo. -
- Excelente, aunque te repito que esto no es idea mía. - Dijo Bryan haciendo un gesto dramático, mientras avanzaba unos pasos con las manos en la espalda, contemplando a los hombres que entrenaban con una sonrisa llena de astucia: - Es cierto que utilicé mis propias experiencias y el poder de la alquimia para acelerar el proceso, pero la esencia proviene de las memorias de la Familia Asturias. -
Jack soltó un suspiro, mientras que Eumenes y Silano abrieron los ojos con asombro. Era la primera vez que Bryan admitía abiertamente que tenía relaciones profundas con una familia que era miembro de los Quintos, los más ilustres entre los ilustres, fundadores de la ciudad de Itálica. Solo así se explicaba que tuviese acceso a documentos tan exclusivos y privados.
- Esto que ven aquí - Continuó Bryan, señalando a los hombres que entrenaban: - es el resultado de un conocimiento perfeccionado durante generaciones por la aristocracia. No es solo un método de entrenamiento; es un sistema integral que incluye principios militares, políticos y económicos. Un conocimiento que los aristócratas no necesitan “estudiar” porque lo han integrado durante toda su vida. -
¿Cuál era la diferencia entre un aristócrata y un plebeyo? Para Bryan esta era una pregunta muy importante, no solamente porque acababa de entrar a las filas de estos últimos, sino por su propia preconcepción.
Al haber crecido en un país comunista como China, desde joven le enseñaron que los aristócratas no eran otra cosa que un grupo de egoístas privilegiados que vivían a expensas de los demás. Según el partido, todo cambió cuando el divino Mao tomó el poder e instauró el gobierno popular. Desde entonces, la historia oficial aseguraba que todo había sido maravilloso... claro, si se omitían las hambrunas catastróficas que llevaron a algunos a caer en el canibalismo debido al colapso económico del nuevo régimen, la incapacidad de defenderse en la Segunda Guerra Mundial y el hecho de que, al final, todos los seguidores más cercanos de Mao fueron asesinados para que el país pudiera estabilizarse.
Afortunadamente las cosas mejoraron, pero no fue rápidamente como el gobierno trataba de argumentar, aunque claro, nadie podía decirlo en voz alta sin correr el riesgo de perder su posición como ciudadano. Y al final, las mentiras sobre la aristocracia se repitieron tanto que todos acabaron por aceptarlas como verdad.
Cuando Han Shuo llegó a este nuevo mundo, incluso siendo un esclavo miserable, no pudo evitar notar lo sorprendentemente bien que funcionaba la sociedad de Itálica. Por supuesto, había muchas injusticias; carecían de comodidades básicas y el concepto de Derechos Humanos no existía. Pero en cuanto a la capacidad de Itálica para responder a sus desafíos, Bryan tuvo que reconocer que era sorprendentemente eficiente.
Finalmente entendió el motivo tras estudiar las memorias de los Asturias.
En la Academia Babilonia, Bryan había leído numerosos tratados militares. Sin embargo, al comparar lo aprendido con las experiencias registradas de puño y letra por grandes generales del pasado, llegó a una conclusión: todo el conocimiento teórico contenido en los libros, aunque valioso, no era más que información que no podía considerarse confiable hasta que la verificarla con sus propios ojos.
Por otro lado, los aristócratas heredaban desde la infancia un saber perfeccionado durante generaciones por sus ancestros. Para ellos, gobernar y dirigir a los hombres no era simplemente una profesión, sino una forma de vida. Esta educación los preparaba para reaccionar casi de manera instintiva ante problemas complejos, como el que Bryan enfrentaba ahora. Claro que no todos eran excepcionales, y siempre existieron manzanas podridas como la familia Ascher o Tiberio Claudio. Pero, en general, los aristócratas eran mucho más confiables que los funcionarios civiles comunes. Ahora Bryan entendía por qué este sistema había predominado durante la mayor parte de la historia humana.
Entrar en las filas de la aristocracia era un objetivo compartido por Bryan, sus Tribunos y su amigo Jack. No obstante, alcanzar ese nivel no dependía únicamente de aprender etiqueta o acumular méritos; implicaba adoptar una nueva forma de vida, con principios y valores completamente diferentes a los que conocían. No era un proceso que se lograra de la noche a la mañana.
En esta carrera particular, Bryan era el que tenía la mejor oportunidad porque Emily le había enseñado muchas cosas y ahora también sabía cómo pensaban los genios de la familia Asturias. Sin embargo, su origen como esclavo siempre pesaría en su pasado y todavía quedaba mucho camino por delante.
Silano, por su parte, era técnicamente un aristócrata, pero de una rama secundaria, lo que significaba que solo había recibido una formación parcial. Eumenes era un genio, pero su origen humilde era una limitación importante. Jack sabía cómo generar riquezas, pero carecía por completo de cualquier habilidad para la estrategia política.
Bryan guardó silencio por unos momentos, permitiendo que sus compañeros asimilaran el peso de sus palabras. Luego, extendió la mano señalando hacia los hombres que entrenaban.
- No tienen que entenderlo ahora. Llegará el momento en que lo comprenderán. Por ahora, necesito a mis nuevos Triarios. ¿Dónde están Marcio y Druso? -
- Ahí abajo. - Respondió Eumenes, señalando hacia el grupo.
Rodeados por un círculo de legionarios armados con pesadas espadas de madera —más pesadas incluso que las de metal—, los dos Tribunos luchaban desesperadamente, como si su vida dependiera de ello. Sus cuerpos estaban cubiertos de sangre. No llevaban armadura, de modo que cualquier golpe directo podía romperles los huesos o incluso dañarles los órganos internos. Para evitarlo, dependían de su Aura de Batalla, usándola con desesperación mientras intentaban esquivar los ataques. Además, estaban desarmados, así que no podían contraatacar.
- ¿Qué están haciendo? - Preguntó Silano, con el rostro casi desencajado. Su reacción era natural: que un soldado golpease a un oficial superior no era simplemente un crimen, sino un sacrilegio castigado por los dioses tutelares de Itálica. La disciplina militar era el pilar de la sociedad imperial, y la insubordinación se castigaba con flagelación y ejecución pública, sin necesidad de juicio militar. No importaba si el culpable era un aristócrata o incluso un héroe de la Legión.
Sin embargo, en ese momento, los más altos oficiales del ejército en Valderán estaban siendo golpeados por lo que parecía una turba asesina de legionarios.
- Son mis órdenes. - Explicó Bryan rápidamente: - Dentro del círculo de arena no hay grados ni rangos, y los soldados deben atacar. También agregué que, si fallan en golpear o lo hacen con poca fuerza, yo mismo me encargaré de castigarlos. -
Silano tragó saliva y volvió la vista hacia la escena. Confirmó que, efectivamente, los Tribunos estaban luchando dentro de un espacio delimitado por una cuerda. El suelo estaba cubierto de arena, y las expresiones de los soldados eran de puro terror, como si sus vidas dependieran de acertar los golpes.
- También les dejé claro que, si no pueden dañar a dos hombres desarmados y sin armadura, significa que su condición física es deplorable. Y para fortalecerse, tendrán que acompañarme en unas “vacaciones” por la cordillera, sin comida ni agua, durante un par de días. - Continuó Bryan, con un brillo peligroso en la mirada: - Me alegra ver que no han tomado a la ligera mis instrucciones. -
- ¿Por qué hace esto, mi general? - Preguntó Silano, todavía incrédulo.
Bryan sonrió, pero no respondió de inmediato. En lugar de ello, se volvió hacia Jack.
- Hermano, mi intención es que no te acerques al combate en ningún momento. Pero la guerra es precisamente el tipo de situación donde todo puede descontrolarse. Así que, a partir de hoy, te unirás al entrenamiento físico de los legionarios para las mañanas. ¡Descuida! Me refiero a la formación básica, no a la que estamos viendo aquí. -
Mientras Jack palidecía, Bryan continuó, dirigiéndose ahora a Eumenes: - Vayan suave con mi amigo y asegúrense de que un Centurión esté siempre cerca para protegerlo. Su papel principal será el de asesor financiero, así que no permitan que nadie se ensañe con él. Sería genial si resulta tener Aura de Batalla, pero, si no es el caso, al menos quiero que pueda correr lo suficientemente rápido para salvar su vida en una emergencia. -
Eumenes asintió y le hizo un gesto a Jack para que lo acompañara a visitar a Cayo Valerio. Su amigo le lanzó una mirada suplicante a Bryan, pero este lo ignoró por completo. Aunque no sabía mucho sobre el estado actual de Irene Kamplin, pensó que las oportunidades amorosas de su amigo aumentarían si lograba bajar de peso. Sin embargo, lo principal era garantizar su seguridad.
Una vez concluido eso, Bryan se volvió hacia Silano.
- Desde que partiste, organizamos un entrenamiento para los Triarios y otro para los oficiales. - Explicó: - Verás, necesito que todos los Tribunos tengan por lo menos el grado de Caballero de la Tierra lo antes posible. -
- ¡¿Caballeros de la Tierra?! - Exclamó Silano, asombrado.
- O su equivalente Maestro de Espadas. - Continuó Bryan, como si no fuera gran cosa: - Eso es lo mínimo indispensable para tener alguna oportunidad contra una ciudad como Micénica. Y solo hablo de resistir, no de ganar. ¿No estás de acuerdo? -
Silano asintió muy a regañadientes. Sabía, por experiencia propia, del poder de la falange micénica. Además, era consciente de que sería difícil volver a atraparlos desprevenidos. Aun así, sintió la necesidad de señalar algo:
- Mi general, el Aura de Batalla no se desarrolla con teoría o meditación como la magia. Es puramente instintiva: solo crece cuando el cuerpo y la energía son llevadas al límite absoluto. Para romper su restricción natural, el usuario debe enfrentarse a situaciones donde su supervivencia esté en juego. El esfuerzo necesario es tan descomunal, tanto físico como mentalmente, que, al superar ese umbral, los recuerdos del proceso suelen desdibujarse. Es como despertar de un sueño intenso: sabes que algo ha cambiado, pero no puedes explicar cómo. -
- Lo sé. - Respondió Bryan sonriendo: - Es por eso que ahora mismo Druso y Marcio se están defendiendo hasta agotar toda su Aura de Batalla. -
- ¿Y luego? - Preguntó Silano, conteniendo un escalofrío.
- Luego… - Tarareo Bryan y en ese momento avanzó unos pasos para dejarse caer hacia el campo de entrenamiento: - Yo mismo los atacaré con intención de matar, hasta que recuerden cómo ascender o se den las condiciones necesarias para que se vuelvan Caballeros de la Tierra. -
Antes de saltar al círculo, Bryan giró la cabeza hacia Silano y su sonrisa se transformó en una expresión aterradora.
- Hoy son ellos dos, pero mañana te tocará a ti y a Eumenes. Espero que no llegues tarde. -
******
Al anochecer, Silano ayudó a trasladar a los inconscientes Druso y Marcio, apenas con vida, hasta el laboratorio de los alquimistas. Estos parecían impacientes por probar en ellos sus nuevas pociones regeneradoras. Para su sorpresa, el Tribuno notó que la actitud temerosa inicial del grupo liderado por Hermes había cambiado drásticamente. Ahora sus miradas no solo irradiaban confianza, sino que incluso parecían emocionados.
La forma en que los alquimistas llevaron a los Tribunos lo desconcertó profundamente, sobre todo cuando creyó escuchar a uno de ellos referirse a los oficiales como “sujetos de prueba”. Desafortunadamente, no estaba seguro de haber escuchado bien debido al ruido que inundaba el lugar.
Bryan había ordenado que el primer lugar donde se concentraran los esfuerzos de los recién llegados fuese el laboratorio de alquimia. Por ello, en ese mismo momento, un numeroso grupo de artesanos estaba ensamblando nuevos alambiques para la fabricación de pociones. El resto de los artefactos, como las mesas de mármol necesarias para los encantamientos, llegarían más adelante, cuando la nueva sucursal del Gremio Mercante de Bootz estuviese en pleno funcionamiento.
Además, Bryan había solicitado nuevos proyectiles para los fundíbulos. Por ello, pidió a los alquimistas que le entregaran una lista detallada de todos los materiales necesarios para su fabricación, junto con cualquier ingrediente adicional que necesitaran para sus pociones y experimentos. Había dejado claro que no escatimaría en gastos.
Los alquimistas estaban encantados con este trato. El Imperio de Itálica, con su extenso territorio y numerosas rutas comerciales, ofrecía acceso a un abanico mucho más amplio de productos en comparación con las ciudades-estado de Etolia. Entre ellos, se incluían muchas sustancias alquímicas que resultaban difíciles de obtener. Aunque Helénica gozaba de cierta prosperidad económica, muchos insumos seguían siendo extremadamente costosos. Además, el requisito de mantener en secreto la construcción de los fundíbulos había dificultado el trabajo de los alquimistas y ralentizado mucho su progreso. Aun así, lograron completarlos a tiempo, lo cual ya era un gran mérito.
Ahora, con total libertad para decidir la disposición de su laboratorio y acceder a todo lo que necesitaban, los alquimistas no podrían estar más satisfechos. Una y otra vez, pidieron a Silano que transmitiera sus agradecimientos al Procónsul en su nombre.
El Tribuno apartó la tela de la entrada y cruzó al interior de la tienda, donde un tenue olor a hierbas y cuero impregnaba el aire. Bryan se giró hacia él mientras ajustaba los pliegues de su túnica recién puesta, con una sonrisa breve que parecía más un reflejo que una expresión consciente.
- Silano. - Lo saludó con voz firme, cargando la cabeza en un gesto de reconocimiento.
Silano inclinó ligeramente la cabeza en señal de respeto y permaneció inmóvil hasta que el Procónsul terminó de ajustarse el cinturón. Para cuando el Procónsul señaló un asiento frente a él, el tribuno se sentó sin vacilar.
Desde su posición, Silano observaba atentamente al Procónsul con curiosidad contenida. Bryan era un enigma. No lograba conciliar la idea de que un mago pudiera poseer semejante resistencia física y control en combate. Ese mismo día, había presenciado cómo enfrentaba a Druso y Marcio, golpeándolos con precisión letal, pero sin cruzar la línea que separaba el entrenamiento del daño irreversible. Luego, sin mostrar signos de agotamiento, Bryan había combatido con cada uno de los legionarios que rodeaban la arena, haciendo caer uno tras otro. Finalmente, incluso desafió a todos los Manípulos. Aunque parecía que disfrutaba de la lucha, no perdió el control en ningún momento. Incluso al final, cuando los aspirantes a triarios intentaron vencerlo aprovechando el espacio reducido, se mantuvo invicto. Ni siquiera los golpes que lograron asestarle hicieron mella en su fortaleza.
- Siéntate, Silano. - Su tono era relajado, aunque la mirada seguía siendo intensa.
El Tribuno obedeció, dejando caer su capa al lado del banco mientras el general tomaba asiento frente a él.
- Háblame de tu viaje a Itálica. - Dijo Bryan mientras acomodaba algunos pergaminos sobre la mesa, sin levantar la vista.
- No vi al Emperador. - Silano respondió sin rodeos, manteniendo su rostro impasible: - Pero en el Senado recibí los documentos que certifican tu título como Barón y terrateniente de Valderán. -
Bryan asintió, sin mostrar sorpresa.
- ¿Qué más te dijeron? -
- No aprobaron enviar nuevas legiones. Intenté argumentar la necesidad, pero no cambió su postura. - Silano hizo una breve pausa, revelando por un segundo la frustración que el recuerdo que aquella negativa absurda le provocaba: - Sin embargo, tenemos permiso para reclutar voluntarios de la región. -
El general inclinó ligeramente la cabeza, satisfecho.
- Como esperaba. - Respondió Bryan observando el rostro de Silano por un momento, como si leyera en sus rasgos la disculpa que parecía querer expresar. Antes de que el Tribuno pudiera decir nada, añadió: - Hiciste lo que pudiste. No esperaba otra cosa del Senado. -
Bryan se levantó con calma y tomó una jarra de vino que reposaba en una mesa cercana. Sirvió dos copas de bronce y caminó hacia Silano, extendiéndole una.
- Por tu esfuerzo y por traer de regreso lo que realmente importa. - Dijo el Procónsul con una media sonrisa.
Silano aceptó la copa sin cambiar la expresión de su rostro, pero el gesto del general aliviaba ligeramente la tensión que llevaba consigo. Ambos bebieron en silencio, dejando que el peso de la jornada se deslizara por unos instantes en compañía del amargo sabor del vino.
Bryan rompió el silencio con voz tranquila:
- Hiciste bien en traer todo el material y a los trabajadores del Gremio Mercante de Bootz a salvo. - Su tono no era adulador, sino una afirmación que dejaba claro que valoraba el resultado.
Silano asintió. Aunque su rostro permanecía imperturbable, algo en su postura reflejaba una leve relajación. Sentía el peso de la misión, pero las palabras del Procónsul lograron aliviar parte de su carga.
- No trajiste contigo un ejército - Continuó Bryan, esta vez con una chispa de humor en los ojos: - Pero tampoco viniste igual de solo que cuando marchaste a Itálica. -
El tribuno frunció ligeramente el ceño, intrigado. No entendía del todo a qué se refería Bryan con aquel comentario. Pensó en Daira, la esclava tiria que había adquirido de Tiberio Claudio. Desde el principio, la decisión de comprarla le había parecido extraña, ya que nunca antes tuvo el impulso de pagar tanto por una mujer, menos aun pujando en contra de alguien como el Gran Duque. Pero simplemente no pudo ignorar la mirada cautivadora y la elegancia innata de aquella joven.
Sin embargo, no esperaba que la adquisición de una esclava causara tanto revuelo. Quizá no fuese usual para alguien tan estoico como Silano, pero para un hombre de su posición, no era una rareza comprar esclavas hermosas. Aunque debía admitir que la belleza y sensualidad de Daira causaron bastante revuelo entre la tripulación de la Quinquerreme en la que regresaron de Itálica. El comportamiento de los marineros se había vuelto inquietante en ciertos momentos, obligándolo a prohibirle a la esclava salir a cubierta durante el día. Solo al caer la noche le permitiría respirar el aire fresco del mar, lejos de las miradas indiscretas.
Ahora, sentado frente a Bryan, se preguntó si esa fama había llegado ya a los oídos del Procónsul. Por un momento, pensó en negarlo todo si se lo preguntaba directamente, pero sabía que sería inútil. El Procónsul siempre parecía saber más de lo que dejaba entrever.
Ante su silencio, Bryan continuó hablando:
- Me han dicho que has regresado acompañado de una muy hermosa esclava. -
Silano bebió un sorbo de vino, intentando mantener la calma. Era justo lo que temía. No quería ocultar nada sobre Daira, pero explicarlo todo resultaba embarazoso. Quizá pudiera salir del tema sin tener que precisar el lugar donde la había comprado.
- No te estoy reprendiendo. - Prosiguió Bryan: - Es solo que algunos de nuestros amigos en el Gremio Mercante de Bootz estarían encantados de saber dónde la compraste. Al parecer, quieren conseguir otras iguales. -
Silano se atragantó de repente, tosiendo con fuerza y escupiendo vino en el suelo. Pidió un poco de agua, no porque la necesitara realmente, sino para ganar tiempo. Bryan llamó a un esclavo para que le acercara un vaso. La reacción del tribuno, lejos de disuadirlo, solo despertó aún más su interés. Ni siquiera necesitaba usar su Astro Proyección para notar que algo raro pasaba. No obstante, decidió guardar silencio y dar tiempo a que su Tribuno se recompusiera, pensara o decidiera callar sobre el tema. Sabía que Silano ya había estado muy preocupado por no haber conseguido que el Senado le diese legiones de refuerzo y no quería agobiarlo más con algo que, aunque no lo pensó en un inicio, parecía ser un tema sensible para el más estoico de sus oficiales.
- Mi general, es sólo una esclava tiria. - Dijo finalmente Silano, casi con prisa: - Muy bella, sí, lo admito, pero solo una esclava. -
Bryan sabía que esa respuesta merecía un “¿y por eso te atragantas?”, pero mantuvo su actitud discreta. En el incómodo silencio que siguió, Cayo Silano, que se debatía entre sincerarse o callar por completo. Finalmente, comprendió que con Bryan solo la honestidad mantendría firme su alianza. De modo que tomó de nuevo la palabra y le contó brevemente, aunque sin omitir ningún detalle importante, acerca de su salida del Senado, el modo en el que el joven Aulo lo abordó, la entrevista con Tiberio Claudio en su gigantesca villa, incluyendo la oferta de apoyo político por abandonar a Bryan, su propia negativa a dejarse comprar, y finalmente el episodio de la compra de Daira.
Incluso Bryan no se esperaba un torrente de información semejante, así que necesitó unos momentos para asimilarlo. Aunque entendió rápidamente que Silano estaba narrando todo tan rápido porque necesitaba desahogarse, y seguramente pesaba mucho en su ánimo no haberle contado a su general sobre aquel encuentro inmediatamente. Tampoco era su culpa, porque con la llegada de todos los trabajadores y el asunto de Jack, además del entrenamiento de los Triarios, no habían tenido tiempo para una entrevista en privado. Bryan se cuidó mucho de no mostrar en su semblante ningún gesto o expresión que pudiese confundirse con desconfianza hacia Silano y permitió que él vertiera toda la verdad como una jarra que se vuelca de golpe.
- Y esa es la historia de dónde y cómo conseguí comprar a esa esclava. Esa fue mi visita a Itálica. Eso es todo lo que tengo que reportar, mi general. - Dijo Silano, concluyendo su exposición con una respuesta muy marcial.
Bryan lo miró atónito durante varios segundos antes de expresar lo que sentía.
- Entonces, el Gran Duque te intentó comprar, te ofreció todo, incluso un consulado, pero tú te has negado. -
Silano asintió sin decir más.
Entonces Bryan rompió a reír con admiración.
- Y no sólo eso. - Dijo entre carcajadas: - Sino que, en medio de ese debate por comprar tu voluntad, se te ocurrió pujar por una de sus esclavas. Me imagino que Tiberio Claudio pensó que estabas completamente loco. -
Por primera vez, algo parecido a una sonrisa apareció en el semblante de Silano.
- Al principio sí; pero después aceptó vendérmela. Se ve que el dinero le sigue interesando incluso al Gran Duque. -
- Poderoso caballero es el amigo don dinero. - Recitó Bryan pensando en el poema de Quevedo, luego continuó sin dejar de reír: - El viejo monstruo te ofrece un consulado y tú pujas por una de sus esclavas. ¡Cómo me hubiera gustado ver su rostro! Por todos los dioses, Silano, eres insuperable, insuperable. Levanto mi copa en tu honor y propongo un brindis: estás aquí conmigo, con nosotros, y eso es lo único que importa. Cayo Silano, me eres leal. Lealtad es lo que ofreces cada día, y si de todo esto, después de los trabajos que te he encomendado, has conseguido una bella esclava, te la has ganado; que la disfrutes con salud, mi buen amigo. -
Bryan llenó nuevamente la copa de vino del Tribuno y se la ofreció. Silano la aceptó con solemnidad, porque se dio cuenta de que ese momento era especial, ya que era la primera vez que el Procónsul lo llamaba amigo directamente.
- Sea pues. - Dijo Bryan alzando la copa: - Bebamos de nuevo juntos por la amistad, Silano. Creo que cualquier otro que hubiera enviado a Itálica no habría regresado: o bien se habría aliado con Tiberio Claudio o estaría muerto. -
- ¡Salud! - Respondió Silano.
Y ambos bebieron al mismo tiempo.
A partir de ese momento, todo lo que hicieron fue conversar sobre los asuntos acontecidos en Valderán desde la partida de Silano, especialmente los detalles del nuevo régimen de entrenamiento. Aunque aparentaba tranquilidad, Bryan se perdía en pensamientos más oscuros. Ya había usado sus poderes para confirmar que su Tribuno no le estaba mintiendo y que merecía considerarlo un camarada, pues había conseguido superar la tentación del éxito político y el lujo del Gran Duque. Eso era algo por lo que sentirse satisfecho. Pero, de nuevo, la dura realidad comenzó a golpearlo. Sabía que Tiberio Claudio quería destruirlo, pero ¿realmente estaba dispuesto a arriesgar las fronteras del imperio con tal de deshacerse de él? La certidumbre de su presentimiento se volvió amarga en su corazón, igual que el sabor de ese vino, pero consiguió mantener una sonrisa mientras escuchaba cómo Silano se quejaba de la pésima disciplina de la Guardia de la Ciudad en Itálica.
- Y tu esclava, ¿tiene nombre? - Preguntó sin mucho interés.
- Daira. - Respondió Silano, con las mejillas ligeramente enrojecidas, quizá por el alcohol. O eso es lo que cualquier otro habría pensado.
Bryan levantó una ceja, pero no dijo nada. Sin embargo, su visión espiritual había captado la fluctuación en el alma de Silano en cuanto este pronunció el nombre de la esclava. Era un tipo de reacción con la que ya estaba muy familiarizado, pues tan solo el día anterior la había visto varias veces, cuando Jack le hablaba de Irene. En ese momento realmente quería darse un golpe en la cabeza porque no podía creer que la misma situación se presentara dos veces ante sus ojos y con sus dos amigos, el más antiguo y el más reciente.
Y es que, aunque el mismo Silano no lo supiese, era evidente para Bryan que el estoico Tribuno se había enamorado.
Bryan pensativo antes de dormir
Hola amigos. Soy Acabcor de Perú, y hoy es miércoles 18 de Diciembre del 2024.
Quería expandir un poco el desarrollo de los personajes en este capítulo y al mismo tiempo construir un poco la narrativa sobre el entrenamiento de los legionarios. Además, era necesario que hubiese consecuencias para Silano por su decisión de ser leal a Bryan.
Estoy bastante trasnochado últimamente, no he podido dormir bien. Mi computadora todavía está bastante mal y tengo que comprar un nuevo monitor. Por eso me ha costado bastante terminar esto. Así que, con su permiso, aquí dejo esta nota y me iré a dormir. Los dejo con este pensamiento: Si eres español… ¡No permitas que te quiten a tu Rey! ¡El populismo es un cuento chino!
Esa es la lección de este capítulo.
Espero que este contenido haya sido de su agrado. Les agradecería mucho si pudieran compartir sus opiniones en los comentarios, ya que son muy valiosos para mí. Además, si desean apoyarme, cualquier donación será de gran ayuda para cubrir gastos urgentes como el pago de reparación para mi computadora, sin la cual no podría escribir esta novela. Pueden contribuir a través de Patreon, Banco BCP o Yape.
¡Nos vemos en el siguiente capítulo!