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No sé cuánto tiempo transcurrió desde entonces, pero cuando desperté, estaba en la cama de mi habitación. Me habían arropado con cuidado, vistiéndome con mi pijama y cubriéndome con las sábanas justas para no sentir frío ni calor excesivo. Al voltear la cabeza, vi a Levienna durmiendo en una silla al lado de mi cama. Su postura vencida por el cansancio y las ojeras marcadas dejaban en claro que había pasado largas horas cuidándome con dedicación.
Volví a mirar hacia el techo, sorprendido por el asombroso contraste entre lo que sentía en este momento en comparación con la aterradora experiencia que sufrí al conocer al Marqués Baskerville. No podía recordar la última vez que alguien se esforzó tanto en cuidarme. Levienna no me debía nada, y aun así me había atendido con el tipo de dedicación que solo esperaría de una madre o de una esposa devota. Al ver su rostro adormecido, pensé:
«Qué gran vasalla sería si hubiera servido a un buen señor. Es una tragedia que alguien como ella esté atada al maldito Zenón».
Me incorporé ligeramente para mirar a mi alrededor. Las cortinas estaban cerradas, y noté que era de noche porque la chimenea estaba encendida. Busqué el reloj que se alzaba en una esquina de mi dormitorio y vi que las manecillas marcaban las doce. Traté de moverme, pero de inmediato sentí un fuerte acalambramiento.
La poción de Levienna había sanado por completo mis heridas físicas, pero aún persistía una sensación terrible, como si decenas de estacas siguieran atravesándome. Con el tiempo entendí que se trataba de secuelas psicológicas; la tortura de Garondolf superaba cualquier dolor que hubiera conocido, incluso en mi vida anterior. Antes de darme cuenta, estaba temblando, empapado en sudor frío, solo por recordarlo.
Jamás imaginé que el padre de Zenón pudiera ser un monstruo semejante, y mucho menos que actuara así contra su propio hijo. Conocía, por el lore del juego, la reputación despiadada de Garondolf, pero no comprendía lo que eso significaba hasta vivirlo en carne propia. Siempre di por hecho que Zenón era un depravado porque lo habían criado sin disciplina, sin restricciones, dejándolo hacer lo que quisiera. Nunca consideré la posibilidad de que su comportamiento fuera una reacción desesperada de sobrecompensación enfermiza.
«Tal vez Zenón no nació como un monstruo; sino que lo convirtieron en uno».
Me llevé una mano al pecho, tratando de contener los espasmos que me estremecían, y apreté los dientes para no gritar. Por fin entendía quién era el verdadero origen no solo de la locura y el sufrimiento de Zenón Baskerville, sino también del dolor de Levienna, de las heroínas, del propio León Brave y, en última instancia, el principal culpable de la Destrucción del Mundo.
«Garondolf Baskerville… ¡Maldito enfermo! ¡Torturaste a tu propio hijo durante años, meses y días, hasta que lo volviste loco!».
Zenón había nacido en la aristocracia, una posición que para cualquiera parecería un privilegio. Sin embargo, detrás de esa fachada y pese a todos sus intentos por ajustarse a la imagen idealizada que se tiene de un noble, soportaba una tortura física y emocional impuesta por su propio padre. Fuera de casa debía mostrarse impecable, encarnar el modelo de excelencia que la sociedad exige a alguien de su rango, pero no podía revelar que en realidad vivía sometido a un miedo constante que lo asfixiaba en silencio.
León Brave, en cambio, era un plebeyo sencillo y de corazón transparente. Pero gracias a la Sangre del Héroe que corría por sus venas, realizaba sin esfuerzo las proezas que a Zenón le habían costado toda una vida. Además, tenía el afecto incondicional de su amiga de la infancia, el apoyo de los profesores y una popularidad arrolladora que lo convertía, sin proponérselo, en la figura más admirada de la escuela, eclipsando a Zenón a cada paso.
Eso solo provocó que Garondolf intensificara las torturas. Si los acontecimientos seguían el curso establecido en DunBrave, Zenón había soportado ese suplicio en silencio durante al menos un año y medio. Sumado a los traumas de su infancia, no era sorprendente que desarrollara una envidia patológica hacia León.
El detonante debió llegar cuando León regresó, tras derrotar al Rey Demonio, convertido en un héroe reconocido, rodeado por un harén de las mujeres más codiciadas y celebrado por todas las naciones. En ese momento, poseía más logros, afectos y gloria de los que Zenón podría haber soñado.
Fue entonces cuando Zenón decidió destruirlo por completo: arrebataría a las mujeres que amaba, arruinaría su reputación y lo sometería a una tortura espantosa que culminaría en obligarlo a contemplar, impotente, cómo profanaba todo cuanto valoraba.
Tuve esta revelación cuando, de pronto, recordé las palabras de Garondolf Baskerville:
—Así que hazte fuerte, Zenón. De lo contrario, te descartaré y buscaré a otro sucesor.
«¿Descartarme? Dijo… igual que descartó a sus primeros hijos solo para enviar un mensaje a sus rivales», pensé con amargura, mientras una llama de ira comenzaba a encenderse en mi interior, disipando poco a poco el frío que me atormentaba. «Parece que tengo un objetivo aún más apremiante que derrotar al Rey Demonio. ¡Pues que así sea!»
Hasta ese encuentro con mi padre, mi único propósito, una vez que asegurara la victoria de León Brave contra el Rey Demonio, era vivir una existencia tranquila y retirada. Pero la presencia de Garondolf Baskerville había destrozado esos planes, como destruía todo lo que tocaba. Mientras él viviera, no tenía ninguna posibilidad de dirigir mi destino ni de evitar un final trágico.
¿Debía intentar huir? No, eso era imposible. Con la red criminal de Garondolf, no duraría ni un mes escondido. Tal vez menos. Me conozco bien y sé dónde están mis fortalezas. Pasar desapercibido, asumir una nueva identidad o escapar en secreto del país definitivamente no están entre ellas. Quizás en el futuro aprenda a hacerlo, pero, por ahora, no tengo idea de cómo moverme entre las sombras sin ser descubierto. Además, todas esas acciones rozan lo ilegal, y el Marqués Baskerville se enteraría de mi fuga incluso más rápido que si saliera en carruaje por la puerta principal.
Pedir ayuda a alguien también estaba descartado. Los únicos aristócratas con mayor autoridad que un marqués son los duques, y no conozco a ninguno. Incluso si lo hiciera, dudo que alguno se arriesgue a enfrentarse a la familia Baskerville solo para darme asilo, y menos sin obtener nada a cambio. La política es la ciencia de lo posible, después de todo. Rescatar a una persona común que sufre abusos es una cosa; dar refugio al heredero de una casa influyente para impedir que su padre lo toque es una historia completamente distinta. Además, la reputación de Zenón es deplorable; no hay razones para que alguien sienta compasión por mí, al menos no en un futuro cercano.
La misma lógica se aplica al único otro candidato: el héroe León Brave. Para empezar, ya muestra cierto rechazo hacia mí, así que difícilmente me creería si le cuento mi situación. Pero incluso si lo hiciera, tampoco podría ayudarme. Todavía no tiene la fuerza necesaria para enfrentar a Garondolf y sobrevivir. De hecho, sería peligroso. Con lo noble que es, quizás intentaría plantarle cara, y ese monstruo con forma humana lo mataría sin vacilar. Sería el fin del juego. El mundo quedaría indefenso ante el Rey Demonio. León solo tendrá el poder suficiente para intervenir dentro de, por lo menos, dos años. Hasta entonces, debo asegurarme de que jamás se cruce con Garondolf.
Miré nuevamente las manecillas del reloj, que ahora me parecían espadas suspendidas, esperando el momento de caer sobre mi cuello. Mi padre había dejado claro que, si no superaba a León Brave en el próximo examen, lo pagaría caro. Pero debido a la Sangre del Héroe, la distancia entre nosotros solo crecería. Quizás pudiera vencerlo una vez, aprovechando mi conocimiento del juego. ¿Pero luego? ¿Qué ocurriría en el examen siguiente? ¿Y en el que vendría después? ¿Debía pasar esta nueva vida aterrorizado dentro de mi propia casa?
Si las cosas iban a ser así…
—Mataré a Garondolf Baskerville. Debo hacerlo; es necesario, y sucederá —susurré, sintiendo una determinación que hasta ahora desconocía en mí—: Por todo el horror que ha desatado en este mundo, incluida la locura de su propio hijo, no permitiré que ese hombre se siga saliendo con la suya. Ahora que sé lo que debo hacer, encontraré los medios para lograrlo. Juro que esto no terminará hasta que atraviese su negro corazón con mi espada.
El desdichado Zenón Baskerville nunca tuvo una oportunidad. Pero yo no soy él. Estoy aquí, estoy vivo, y puedo cambiar las cosas. Voy a destruir ese escenario repugnante que ese supuesto padre construyó y arrancaré de raíz cada uno de los tentáculos de su organización corrupta.
Por fin tenía un objetivo claro, y eso bastaba para sentirme revitalizado. Sin embargo, parece que pronuncié mi juramento con más fuerza de lo que pretendía, porque unos segundos después escuché a alguien bostezar.
Entonces…
—¡Joven Maestro!
—Ah… ¡Espera!...
Levienna se despertó y se lanzó hacia la cama para abrazarme como una leona abrazaría a sus cachorros. Y no es una figura retórica. me apretó con tanta intensidad que, sin querer, terminó asfixiándome. Una vez más perdí el conocimiento. Lo último que oí fue su grito de pánico al darse cuenta de que me había desmayado de nuevo.
En este capítulo, me concentré en ajustar los diálogos para que tuvieran más naturalidad en nuestro idioma. También eliminé algunas explicaciones que me parecieron largas o redundantes, como: “Zenón comenzó a experimentar un tipo de envidia intenso y obsesionado con León que se presentaba a todas horas” . En su lugar, opté por el término psicológico directo: envidia patológica . Esto ayudó a mantener el enfoque narrativo en el sufrimiento de Zenón sin saturar al lector con una segunda carga emocional que explicara sus sentimientos internos.
Creo que lo más interesante de este capítulo es cómo el protagonista realiza un análisis psicológico del personaje que tanto detesta, demostrando una habilidad aguda para juzgar el carácter de los demás. A pesar de haber tenido solo un encuentro breve, aunque traumático, con su padre, rápidamente entiende la situación. Esto destaca que su edad mental es claramente mayor que la de Zenón, y que ya no piensa como lo haría un adolescente. Además, es excelente tomando decisiones, incluso si son difíciles. Otro personaje podría haber intentado huir del Marqués Baskerville, pero él analiza su situación con criterio y asume con rapidez lo que debe hacer. Este es, sin duda, uno de sus rasgos más positivos.
Espero que hayan disfrutado de este capítulo.