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Despuntaba el alba y, con las primeras luces, las trompetas comenzaron a sonar para despertar a las tropas. Los legionarios se apresuraron a colocarse sus armaduras, aceitando sus armas y afinando sus filos antes de correr hacia las mesas donde el desayuno caliente los aguardaba. Los hombres devoraron con avidez el pan duro, las gachas humeantes y las aceitunas saladas. Los tragos de vino diluido los revitalizaban, preparándolos para el día que se avecinaba.
Mientras tanto, en la tienda de mando, Bryan desayunaba con sus tribunos y centuriones durante una reunión. Como oficiales, su comida incluía algunos lujos, tales como carne curada y frutas. Mientras disfrutaban los primeros bocados, todos notaron el ceño fruncido del procónsul y temieron que se tratase de algún problema relacionado con las operaciones militares de ese día. Finalmente, su amigo Druso se atrevió a preguntar:
- ¿Está todo bien, mi general? -
- Todo está bien. - Respondió Bryan sin mirar a nadie en particular, mientras daba un bocado al pan que sostenía en su mano: - Es sólo que tuve un sueño raro. -
De inmediato, Bryan se arrepintió de sus palabras. En su mundo original, los sueños no eran más que un estado fisiológico en el que la consciencia se reduce y se experimentan situaciones irreales. Pero para la mayoría en el continente Vathýs, los sueños eran mensajes de los dioses, y si el general de un ejército justo experimentaba uno el día antes de un posible asalto militar, tal vez era un aviso de un inminente desastre.
En efecto, Bryan notó que las expresiones de todos se ensombrecían de inmediato y maldijo su falta de cuidado.
- ¿Qué soñaste, mi general? - Preguntó Sexto Rufo de forma casi involuntaria. El miedo había provocado que el recién nombrado centurión olvidase sus inhibiciones y hablase de un modo bastante directo a su comandante en jefe.
- Nada especial. - Respondió Bryan de inmediato, pero al ver las miradas ansiosas de sus oficiales, comprendió que sería peor no decirles nada. Así que, con un suspiro, comenzó a relatar: - Soñé que estaba acostado cuando, de repente, una serpiente completamente azul, con ojos verdes como esmeraldas, emergió de las profundidades de la tierra. Era una criatura increíblemente hermosa, casi irreal, pero había algo en ella que la hacía parecer sumamente peligrosa. -
- ¿Peligrosa? - Inquirió uno de los oficiales.
- ¿Sabían que las serpientes más hermosas suelen ser las más venenosas? Pues esta serpiente me parecía a la vez fascinante y letal. - Explicó Bryan, observando cómo sus palabras calaban en sus oyentes.
Todos asintieron y luego lo miraron silenciosamente, animándolo a continuar. Así que, aunque de mala gana, Bryan continuó su relato:
- La serpiente se detuvo frente a mí y alzó la cabeza, observándome como si estuviera sopesando si debía morderme o no. En más de una ocasión, vi cómo enseñaba sus colmillos largos y amenazantes. -
Todos contuvieron la respiración. Hasta los Lictores parecían bastante tensos. Aparentemente el consenso de todos era que la siguiente parte del sueño podría ser la que contuviese el crucial mensaje divino que debían interpretar.
- Pero al final, no fue ni una cosa ni la otra. En lugar de morderme, la serpiente comenzó a enroscarse a mi alrededor, como si quisiera atraparme. Y entonces, de repente... - Bryan hizo una pausa dramática, tomando otro bocado de pan, masticándolo lentamente, dejando que la tensión creciera en el aire.
- ¿De repente…? ¿Qué pasó “de repente”? - Lo apremió Cayo Valerio, con un tono que revelaba su miedo, aunque rápidamente se recompuso y añadió: - Mi Procónsul. -
“Hay que ver lo supersticiosos que son estos soldados.” Se dijo Bryan, sonriendo para sí mismo mientras señalaba su copa vacía. Al instante, uno de los lictores se apresuró a llenarla con más vino. Bryan bebió un buen trago antes de continuar:
- Entonces, una especie de ave apareció repentinamente y se llevó a la serpiente. El Fin. -
- ¿Qué? - Preguntó Druso, mientras lo miraba incrédulo.
- Eso es todo. De la nada, un pájaro aferró con sus garras a la serpiente, justo encima de su cabeza, y luego se la llevó volando. - Explicó Bryan, encogiéndose de hombros: - Luego de eso me desperté. -
- ¿Qué tipo de pájaro era? - Preguntó Silano, curioso.
- No lo sé, pasó volando tan rápido que apenas pude distinguirlo. Pero era de color plateado, casi metálico. Supongo que, dado que se llevó a la serpiente, debía ser alguna clase de ave rapaz. - Respondió Bryan, algo irritado: - Eso es lo que me precisamente me intriga. Es extraño que recuerde a la serpiente tan vívidamente, pero al ave apenas la pueda ver en mi memoria. - Los miró con una ceja levantada: - En cualquier caso, pueden estar tranquilos. No soy augur, pero no creo que haya nada nefasto en que un ave se lleve lejos de mí a una serpiente peligrosa, ¿verdad? -
Los Tribunos y Centuriones se miraron por un momento, pero al final concluyeron que su general tenía razón. Por más que lo pensaban, no se les ocurría ninguna interpretación en la que los dioses les advirtieran de no continuar con el ataque a la base de los bandidos, así que siguieron comiendo de buena gana, ahora bastante aliviados. Bryan suspiró, también aliviado, aunque comenzó a lamentar que sus hombres fueran tan supersticiosos. Sin embargo, se corrigió a sí mismo al recordar sus propias interacciones con el Niño Misterioso, quien precisamente se le presentaba en sueños.
"Considerando todo lo que ha pasado, soy un necio por seguir aferrándome a la forma de pensar de mi mundo original. Ser despectivo con cualquier cosa relativa a los dioses es una estupidez demasiado grande por mi parte, sobre todo después de los últimos acontecimientos."
Los oficiales continuaron desayunando, pero ahora lo hacían con una actitud más silenciosa porque continuaban pensando en el relato de su general. Bryan aprovechó ese momento para examinar a sus hombres con su visión espiritual, asegurándose de que su estado de ánimo fuese el adecuado. Afortunadamente, aunque el incidente del sueño había sido un desliz inoportuno, tuvo el efecto positivo de agudizar la mente de todos. Con esto en mente, decidió dirigir su atención hacia un tema más apremiante.
- En fin, dejando de lado los presagios, pasemos a lo que realmente nos concierne hoy. - Dijo Bryan, adoptando un tono más serio: - Hay un asunto importante que quiero discutir con ustedes. -
Esperó unos segundos para asegurarse de que todos lo escuchaban, y entonces soltó la noticia:
- Pienso dejar que ustedes se encarguen de todo esta vez. -
El silencio se adueñó del lugar y todos los presentes clavaron la mirada en su general. Después de unos segundos, al darse cuenta de que no era una broma, los oficiales intercambiaron miradas y discretamente miraron a Druso, animándolo para que hablara en nombre de todos.
¡Qué difícil era ser el amigo del general!
Druso probablemente pensaba lo mismo, pues se llevó las manos a la frente como si le doliera la cabeza, pero luego sonrió alegremente antes de preguntar:
- ¿Puedo preguntar a qué te refieres, mi Procónsul Bryan? -
- Me refiero a que les dejaré a ustedes la misión de comandar el ejército y exterminar a los bandidos. - Puntualizó Bryan mientras tomaba un trozo de jamón: - Vamos, no me miren así. No es que esta misión sea particularmente complicada, ¿no es cierto? Todo lo que tienen que hacer es masacrar a todas las ratas que se esconden en la montaña. -
- Pero aún quedan muchos detalles por resolver, como el reconocimiento del terreno, y tampoco sabemos qué rutas de escape tendrán los bandidos. - Señaló Silano.
- Eso es un buen punto. - Asintió Bryan antes de volverse hacia Cayo Valerio: - Primer centurión, si fueras tú quien tuviese que investigar cuáles son las rutas de escape de la base de los bandidos y con qué defensas cuentan, ¿cómo lo harías? -
Cayo Valerio no esperaba que el general le hiciera una pregunta como esa, por lo que se demoró unos segundos en responder, pero cuando finalmente lo hizo, habló con la seguridad de alguien que recita una respuesta de manual:
- Dividiría al ejército por centurias para rodear la montaña y vigilarla de forma eficiente, buscando exploradores de los bandidos o grupos que intenten escapar. Luego, al capturarlos, los torturaría uno por uno en lugares separados hasta asegurarme de que coinciden en sus respuestas. -
- Excelente, parece que pensamos igual. - Lo felicitó Bryan, y luego añadió: - Hazlo. -
- ¿Qué lo haga, mi general? - Preguntó el Centurión, algo confundido.
- Creo que la V Legión tiene un destacamento de “interrogadores”, pero puedes usar a tus hombres de confianza si lo prefieres. - Le dijo Bryan alegremente, y luego se volvió hacia su amigo: - Una vez que tengas la información, ¿por qué no tomas tú el mando del ejército esta vez? Recuerdo que, durante nuestra formación, el Centurión Instructor te puso una nota sobresaliente cuando se trataba de asaltar plazas enemigas. -
- Para mi primera vez dirigiendo una batalla esperaba un enemigo que aportara un poco más de gloria. - Respondió Druso con una sonrisa irónica.
- Si tanto te molesta, seguro que a Silano no le importaría encargarse. - Propuso Bryan, mirando a la persona en cuestión.
El estoico Tribuno asintió firmemente sin demostrar ninguna emoción, como todos ya sabían que lo haría. Lo cierto era que todos jurarían que Cayo Silano era una especie de estatua incapaz de alterarse, si no lo hubieran visto peleando con una furia aterradora reservada solo para el campo de batalla.
- No, no, si mi general quiere que extermine a las ratas, entonces exterminaré a las ratas. - Dijo Druso riendo mientras tomaba un buen sorbo de vino: - Sabes que te obedeceré siempre. Lo que realmente quiero saber es por qué parece como si estuvieses a punto de irte y desentenderte de esta batalla. -
Bryan soltó un suspiro y levantó las manos como si se rindiera:
- Me atrapaste. En realidad, pienso irme ahora mismo para infiltrarme en esa base de bandidos y sacar de ahí a Eumenes de Cardia. - Entonces se volvió hacia su Guardia de Lictores, los cuales ya estaban haciendo un gesto de irritación apenas disimulado: - No me miren así. A estas alturas ya deberían saber cómo actúo. Asuman de una vez que a menudo desapareceré por el bien de asegurar nuestras futuras victorias. Sé que quieren protegerme, y eso los honra, pero ahora mismo no necesito guardaespaldas, sino soldados obedientes. -
La Guardia de Lictores saludó militarmente y asintió al unísono. Desde la épica pelea de su general con Elena Teia, ya habían comprendido que su líder no necesitaba su protección. Sin embargo, la guardia de un procónsul era un símbolo político de la dignidad que poseía, así como de su Imperium. Por eso Silano insistió en que continuaran en su puesto. Además, nunca se sabía cuándo podría llegar el momento en que su general estuviera herido y necesitara que ellos se sacrificaran para ganar tiempo. Los lictores lo entendían y lo asumían como un honor.
- ¿Y por qué vas a ir personalmente a traer a ese tal Eumenes? - Preguntó Druso.
- Porque es demasiado valioso y no pienso arriesgarme a que un legionario lo confunda con un bandido en medio del caos de la batalla. -
- El informe dice que es un Maestro de Espadas. -
- Me da igual, no pienso dejar nada al azar. -
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- ¡Nooo! ¡Por favor bájenme! ¡Déjenme bajar! ¡Noooo! -
- ¡Piedad, por favor! ¡No más! -
- ¡Se los suplico! ¡Por favor! -
Gritos desesperados como estos resonaban en las cuatro esquinas del campamento, donde se habían levantado varios postes altos con poleas y cuerdas. Los prisioneros capturados eran inmovilizados con las manos atadas a la espalda, sujetas a una barra de hierro unida a la cuerda de la polea. Luego, eran elevados en el aire durante un largo rato, lo que arruinaba sus articulaciones de forma lenta y dolorosa.
La técnica, conocida como garrucha, era uno de los métodos de tortura más simples, baratos y efectivos. Sin embargo, era bastante tedioso, incluso para los legionarios con experiencia en este tipo de interrogatorios. Los prisioneros siempre se resistían y luego chillaban o aullaban con tal intensidad que molestaba los oídos de cualquiera.
Cayo Valerio había estado muy ocupado dividiendo a la V Legión en centurias de entre setenta y ochenta hombres para rodear la montaña en busca de bandidos. Afortunadamente, su reciente victoria contra los ejércitos de Etolia les había procurado un excelente botín aparte de todo el oro y las armas, siendo el mejor de ellos los caballos Ilienses que lograron recuperar del campamento enemigo. La mayoría de estos caballos eran más bien animales de carga, no aptos para la guerra, razón por la cual fueron abandonados. Sin embargo, ahora resultaban útiles para los legionarios en la captura de bandidos a pie.
Otro hallazgo inesperado fueron los cuatro Caballos Aquilares que Ilo Tros había sacrificado para romper la defensa de Atreo Mikel. Aunque estos caballos se encontraban en un estado deplorable, incapaces de levantarse, el Procónsul consideró que valía la pena intentar salvarlos. Por ello, los entregó a los alquimistas con la esperanza de que pudieran curarlos, aunque las posibilidades de recuperación eran casi inexistentes. Después escribió una larga carta al respecto y usó los canales del Manto Oscuro para que se lo entregasen a Trunks en el Valle del Sol, porque quizá el Cazador de Monstruos supiese algún modo de salvarlos.
En cualquier caso, grupos de jinetes, que al menos corrían más rápido que una persona a pie, Cayo Valerio logró capturar y llevar al campamento a casi una docena de exploradores o desertores de los bandidos, a los cuales ahora estaba interrogando.
- ¡Yo lo sé! ¡Yo sé sobre la base! - Gritó uno de ellos por fin.
- ¡Habla, miserable! - Le Cayo Valerio.
El bandido, con la voz temblorosa y entrecortada por el dolor, comenzó a hablar rápidamente, temeroso de que su silencio prolongara el sufrimiento.
- ¡La base… la base está en una serie de cavernas naturales! - Exclamó el bandido: - Están excavadas y acondicionadas para que podamos vivir allí, ocultos en la montaña. Hay una entrada principal… oculta entre las rocas y los matorrales… ¡pero hay más! -
- ¿Qué más? - Increpó Valerio perforando al prisionero con la mirada.
- Hay un túnel natural que usamos como ruta de escape… - Prosiguió el bandido, su voz ahora apenas era un susurro debido al dolor: - Pero... hay otra salida… una tercera ruta que solo Flynn conoce. -
Cayo Valerio frunció el ceño.
- Uno de los nuestros intentó averiguar sobre ésa ruta… - Continuó el bandido, tragando saliva con dificultad: - Pero Flynn… Flynn le cortó la lengua para asegurarse de que no hiciera más preguntas. ¡Es un lunático! -
Valerio asintió lentamente, permitiendo que el prisionero continuara.
- Flynn guarda los tesoros más valiosos en algún lugar de la montaña. - confesó el bandido, su tono aún más apremiante: - Pero... cualquiera que intentó seguirlo para descubrir dónde estaba ese escondrijo secreto… terminó siendo desollado vivo como advertencia. ¡Es peligroso… Flynn no tiene piedad! - El prisionero miró suplicante al centurión: - ¡Por favor bájame… ya no soporto el dolor! -
Valerio se acercó al prisionero, pero siguió interrogándolo sin la menor contemplación.
- ¿Y las defensas? ¿Qué hay de ellas? ¡Habla! -
- Hay empalizadas de madera… trampas que dejan caer piedras acumuladas por nosotros… si uno pisa las cuerdas, activan el mecanismo… - Explicó el bandido: - También hay agujeros camuflados en el suelo… están pensados para hacer que los invasores se descuiden… y entonces nuestros ballesteros los atacan. ¡Flynn nos ha obligado a perfeccionar todo eso! -
Valerio se apartó un paso, evaluando lo que acababa de escuchar. En secreto, se sorprendió de que los bandidos estuvieran armados con ballestas y que las defensas fueran tan bien aprovechadas a pesar de estar hechas con materiales tan pobres y usando métodos bastante elementales. No era algo que esperaba de simples bandidos. Pero, pensándolo mejor, concluyó que Eumenes de Cardia debía ser el responsable de organizar tales defensas, pues sólo un hombre de su calibre podría haber preparado algo tan astuto en un entorno tan limitado.
Lo que el bandido había revelado coincidía en su mayoría con los relatos obtenidos de otros prisioneros. Cayo Valerio estaba convencido de la veracidad de la información. Con una frialdad calculada, dio la orden.
- ¡Bájenlo! - Ordenó.
El prisionero respiró con dificultad, pero sonrió aliviado cuando sus pies tocaron el suelo, creyendo que su tortura había terminado. Sin embargo, su la esperanza fue efímera.
- Llévenlo fuera y ejecuten a este criminal. No podemos dejar cabos sueltos.
Los legionarios obedecieron sin cuestionar, mientras Valerio se giraba para preparar a sus hombres. Sabía que con la información obtenida, ahora podían planificar el ataque con más precisión. Sin embargo, la verdadera prueba sería enfrentarse a las defensas que Eumenes de Cardia había erigido, y más aún, a Flynn, el jefe bandido que sembraba terror incluso entre sus propios hombres.
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Druso, Silano, Cayo Valerio y Sexto Rufo se reunieron en la tienda de mando, alejados del bullicio de las tropas que preparaban el asalto. La tensión en el aire era palpable mientras discutían la estrategia para tomar la fortaleza de los bandidos.
Ahora que tenemos la información, les propongo lo siguiente. - Dijo Druso, señalando un mapa desplegado sobre una mesa rudimentaria: - Dividiremos a las Legiones V y VI en tres grupos. Después de que destruyamos esos montículos de piedra, los dos primeros atacarán la fortaleza en la montaña, mientras que el tercero se quedará en el exterior para atrapar a cualquiera que intente escapar. -
Silano, con su habitual frialdad analítica, frunció el ceño mientras repasaba el plan.
- Parece sólido en teoría, pero debemos asegurarnos de que nuestra táctica sea infalible. La fortaleza está bien defendida, y esos bandidos saben cómo utilizar las trampas. ¿Cómo piensas asegurarte de que ninguno escape? -
Druso asintió y continuó:
- Propongo que tú, Silano simules un ataque frontal en la entrada principal. La idea es hacer que todos los bandidos se concentren en defender esa entrada mientras nosotros, en realidad, usaremos a nuestros tres magos de tierra para provocar un derrumbe controlado que selle completamente esa entrada. -
- Así, los bandidos se verán forzados a usar su salida de emergencia. - Comentó Silano, adivinando lo que su colega quería hacer: - Dado que esa salida debe ser la menos protegida, podríamos encontrarla y usarla a nuestro favor para avanzar por el refugio. -
- Me parece un buen enfoque. - Asintió Valerio, admirando la astucia del plan: - Mi Tribuno, ¿cómo planeas manejar el túnel que usan para escapar? -
- Yo lideraré el asalto por el túnel con el segundo grupo de legionarios. Será una entrada menos defendida, por lo que podremos avanzar con más calma, aunque mantendremos la cautela para evitar trampas. - Dijo Druso sonriendo con confianza: - Me tomaré el tiempo necesario para asegurarme de que los bandidos sean exterminados meticulosamente. -
- Entonces, una vez que la entrada principal esté sellada y el túnel haya sido asegurado, me uniré a ti, Druso, para reemplazar a los hombres si es necesario. - Propuso Silano, con el ceño fruncido: - Debemos asegurarnos de que el ataque sea continuo y efectivo. -
- Mientras tanto, yo me quedaré afuera con el tercer grupo de jinetes para capturar a cualquier bandido que intente escapar, tal como hicimos esta mañana. - Añadió Cayo Valerio señalando los puntos en el mapa desde donde sabía que podía controlar mejor el entorno: - Asegurémonos de que no quede ninguno fuera de nuestro control. -
Druso asintió y miró a sus compañeros con determinación.
- Entonces, estamos todos de acuerdo. La base debe estar tomada antes del anochecer. No podemos permitirnos fallar. -
Los oficiales intercambiaron miradas de asentimiento. Sabían que el plan era un poco arriesgado, pero era la mejor oportunidad que tenían para asegurar una victoria sin mayores pérdidas. Cada uno de ellos se preparó para cumplir con su parte, conscientes de que el combate que se avecinaba sería crucial para el éxito de su misión.
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Eumenes entreabrió los ojos y sonrió al ver el rostro dormido de su amada Eurídice, la mujer a la que adoraba más que a nada en el mundo. Como siempre, ambos yacían desnudos tras hacer el amor, y él podía admirar la belleza de sus cabellos negros como el ébano, su figura esbelta y sus pechos medianos que se elevaban suavemente con cada respiración. Sus labios, cuando se abrían, lo hacían solo para entonar dulces canciones, ofrecerle consuelo o reprenderlo con ternura. Inconscientemente, Eumenes alzó la mano para acariciar aquellos cabellos con una suave sonrisa, cuando de repente su amada abrió los ojos y lo miró con furia, espetándole con una voz ronca:
- ¡Desgraciado! ¡Otra vez te has quedado con toda la sábana! -
El tono, la voz, las palabras... Nada encajaba. Eumenes parpadeó, intentando despejar su mente, y al fin, su visión borrosa se aclaró. La realidad lo golpeó como una ola helada, dejándolo al borde del vómito.
Sí, había una mujer desnuda a su lado, pero no era Eurídice. Era una de las prostitutas que vivían con los bandidos para salvarse del hambre. Una criatura desnutrida que intentaba, en vano, maquillar su fealdad con arcilla o ceniza, ya que no tenía acceso a nada mejor. Su cabello parecía un nido enmarañado de ratas, sus pechos estaban caídos y deformados por las manos de demasiados hombres. El hedor de su cuerpo era insoportable porque no se abañaba regularmente.
Una mueca de asco se dibujó en el rostro de Eumenes. ¿Cómo había podido confundirla con ella? La realidad era demasiado cruda, demasiado dolorosa. Precisamente por eso se había vuelto dependiente de la hierba de jato, un alucinógeno extraído de la planta Efeméride, que le permitía desconectarse del mundo y acallar su mente inquieta. Ese era el único modo en que podía soportar acostarse con una prostituta como aquella: estando lo suficientemente drogado como para olvidar quién era y con quién estaba.
Eumenes era hijo de un mercader inmigrante que, tras mucho esfuerzo, consiguió la ciudadanía en Itálica y estableció su negocio en una próspera provincia de Cardia. Con el tiempo, su empresa creció hasta amasar una considerable fortuna. Aunque esto habría bastado para ganarse la admiración de cualquiera, Eumenes no supo valorar a su padre hasta mucho tiempo después, pues desde su punto de vista era una persona poco hábil y sin ambición. Esto le parecía así porque desde niño resultó ser un genio, capaz de realizar en minutos los cálculos y planificaciones que a su padre le tomaban horas o incluso días.
La relación entre padre e hijo se volvió tensa, especialmente cuando Eumenes, desde muy joven, dejó claro que no pensaba heredar el negocio familiar, pues a los catorce años ya tenía aspiraciones mucho mayores. Además, estaba convencido de que su padre intentaba limitarlo, impidiéndole emanciparse por pura envidia.
- Nunca he negado que eres talentoso, Eumenes. - Le dijo su padre un día, decidiendo sincerarse con él: - Es solo que eres demasiado inmaduro. Puedes hacer fácilmente cosas que otros no pueden, por eso te sientes superior y capaz de controlarlo todo en cualquier momento. Pero ni siquiera los dioses pueden controlar el destino... -
- ¡Estás buscando excusas para retenerme aquí! - Lo interrumpió Eumenes: - Solo porque tú avances por la vida a paso de tortuga no significa que yo también deba conformarme con ser un tendero. -
- No se trata de eso. - Replicó su padre, tratando de controlar su ira y encontrar las palabras para expresar sus verdaderos temores: - ¡Mira mis manos! Están llenas de callos por haber trabajado toda mi vida junto con tu abuelo. El dolor fue lo que endureció estas palmas. Y, del mismo modo, tu corazón necesita sus propios callos antes de que puedas irte. -
- No comprendo. -
- Experimentar el fracaso es la única forma de aprender a levantarse cuando la vida te derriba. - Explicó su padre, esforzándose por hacerse entender: - Temo que el día en que por fin encuentres un problema que no puedas controlar y no sepas cómo manejarlo. -
- ¡Soy inteligente! ¡Y sé mucho más que tú! - Gritó Eumenes, enfurecido.
- ¡Eso es lo que me preocupa! - Respondió su padre, esforzándose por mantener la calma pese a la insolencia de su hijo: - He vivido más que tú, y la experiencia me ha enseñado que las tragedias más terribles las provocan las personas inteligentes. Lo peor que un hombre estúpido podría causar es quemar su propia casa o morir por una borrachera. ¡Pero un hombre brillante, especialmente en una posición de poder como la que aspiras, puede terminar provocando una tragedia para miles de personas! No te pido que te quedes aquí para siempre; solo quiero que primero adquieras experiencia en la vida real aquí, donde puedo apoyarte, antes de que salgas a conquistar el mundo. -
Esa fue la última vez que hablaron de ese modo, porque a partir de entonces, Eumenes se cerró por completo y comenzó a planear en secreto su independencia. Sin embargo, aunque su padre no era un genio, tampoco era tonto y presintió lo que su hijo estaba tramando. Sabía que no tenía forma de retenerlo, ni cómo enseñarle lo que necesitaba aprender. Lamentablemente, la madre de Eumenes había muerto durante el parto, así que no tenía a nadie más a quien recurrir. De manera que, a pesar de su mal presentimiento, un día el mercader anunció a su hijo que había utilizado casi toda su fortuna ahorrada con esfuerzo para inscribirlo en la Academia Babilonia de Artes Mágicas y Militares.
Esa fue la primera vez que el padre de Eumenes sorprendió por completo a su hijo, pues este no podía creer lo que escuchaba.
- Ve a cumplir tu gran destino, hijo mío. - Lo despidió su padre con una sonrisa: - Pero recuerda siempre tener cuidado y no confiar demasiado en tus habilidades. Aquí en nuestro negocio eres un pez muy grande, pero cuando llegues al océano de la capital, te encontrarás con personas muy poderosas que no debes ofender por nada del mundo. -
- Despreocúpate, padre. - Respondió Eumenes, abrazándolo con una sonrisa confiada y sin prestarle mucha atención: - Quizá al principio me cueste un poco, pero eventualmente obtendré reconocimiento. Después de todo - Señaló su cabeza para recordarle lo brillante que era: - Soy muy rápido aprendiendo y “el conocimiento es poder”. -
- No, hijo. - Negó su padre con la cabeza: - "Poder" es "poder", pero ya lo entenderás. -
Eumenes no tomó en serio las advertencias de su padre, pero al llegar a la capital comenzó a comprender lo que él quería decir. Existían muchas diferencias sociales, y una persona como él, que ni siquiera tenía un apellido, no tenía derecho a imponerse sobre nadie. El arrogante genio tuvo que aprender a mantener un perfil bajo para no atraer la ira no deseada de personas con un fuerte respaldo y por un tiempo su arrogancia pareció desaparecer. Además, ahora estudiaba en el centro de saber más prestigioso del Imperio, por lo que, por primera vez, su gran intelecto podía ser puesto a prueba.
Con el tiempo, su talento comenzó a ser notado por las personas adecuadas. Su mente ágil y su capacidad para anticiparse a los movimientos de otros le permitieron destacar rápidamente en la Facultad de Artes Militares, donde los mejores tutores perfeccionaron sus habilidades hasta que finalmente estuvo listo para enlistarse en la Legión.
Eumenes se convirtió en una estrella en ascenso, acumulando méritos militares a una velocidad vertiginosa. Antes de cumplir la mayoría de edad, ya había alcanzado el rango de Tribuno Militar, el más joven en la historia del ejército Itálico. Como su potencial era innegable pronto atrajo ofertas de adopción de las familias más poderosas de Itálica, deseosas de contar con un genio militar entre sus activos. ¡Las mismas familias que al principio lo despreciaron ahora competían por tenerlo entre sus filas!
Este ascenso casi meteórico provocó que su arrogancia resurgiera con más fuerza que nunca, llevándolo a creer que era invencible, tanto en el campo de batalla como en la vida. Eventualmente comenzó a cometer pequeñas transgresiones, pero sus nuevos “amigos” en la aristocracia siempre estaban dispuestos a ayudarlo a salirse con la suya para mantener buenas relaciones con él. Esto despertó en Eumenes un placer desconocido por hacer cosas que para otros estarían prohibidas.
En un momento, Eumenes se dio cuenta de que tenía un talento natural para la seducción y se dedicó a cortejar a las mujeres hermosas, incluso aquellas que ya estaban comprometidas. Disfrutaba mucho tanto del sexo como del gratificante sentimiento de conquista. Las mujeres se convirtieron en una nueva forma de sentir superioridad, y él se sintió muy complacido al descubrirlo.
Fue en medio de esta euforia que conoció a Eurídice, nada menos que la prometida de un conde. Para Eumenes, seducirla era solo un reto al principio, una forma de demostrar su poder sobre quienes lo rodeaban. Ella era un trofeo más, una conquista que alimentaría su ego y que luego abandonaría rápidamente antes de que alguien se enterase. Sin embargo, de algún modo comenzó a obsesionarse con aquella joven de espíritu apacible y belleza notable. Cada vez que interactuaba con ella en los eventos sociales, no podía sacársela de la mente. Aunque inicialmente pensó que simplemente disfrutaba del desafío, tuvo que enfrentar el hecho de que el brillante Eumenes de Cardia, quien siempre había mantenido el control en todas las situaciones, se encontraba por primera vez atrapado en un torbellino de emociones que no sabía cómo manejar. Eumenes se enamoró de Eurídice con una pasión que lo cegó, llevándolo a tomar la decisión más imprudente de su vida.
El plan de huir con Eurídice parecía perfecto en su mente; porque Eumenes confiaba ciegamente en que sus amigos y aliados lo respaldarían en cualquier adversidad para garantizar que se uniese a uno de su clanes. Sin embargo, la realidad resultó ser mucho más cruel. Cuando la noticia se divulgó, la furia del conde fue inmensa. No se trataba simplemente de un asunto amoroso, ya que el conde nunca había conocido personalmente a la joven. El verdadero problema era el daño a su prestigio: un plebeyo se había fugado con su prometida, dejándolo en ridículo como un cornudo.
Y un hombre en la posición del Conde no podía permitir que las cosas quedaran así.
De inmediato, su ejército personal se lanzó a la persecución y dejó claro que cualquiera que ayudase a Eumenes de Cardia se convertiría en enemigo declarado de su familia. Incluso los padres de Eurídice se unieron al conde, ya que no podían arriesgarse a enemistarse con una familia tan poderosa y, además, era la única forma en que podrían salvar el honor de su hija.
Lo más sorprendente para Eumenes fue la rapidez con la que todos aquellos que alguna vez se habían mostrado tan interesados en ser sus amigos lo abandonaron. Solo uno de ellos pareció querer ayudarlo, ofreciéndole refugio en su mansión. Sin embargo, resultó ser una trampa. De repente, una gran cantidad de hombres rodeó la residencia, y antes de que Eumenes pudiera comprender lo que estaba ocurriendo, se encontró separado de Eurídice, quien fue enviada rápidamente a casa de sus padres.
Eumenes consiguió escapar por los pelos de la emboscada gracias a sus habilidades como Maestro de Espadas, pero comprendió que estaba completamente solo y sin aliados. Además, su huida tuvo graves consecuencias: En su huida desesperada, Eumenes mató sin saberlo a uno de los hermanos menores del conde.
Este fue un acto que selló su destino, porque si antes la venganza del conde era por orgullo ahora se volvió algo personal.
Sin otro lugar a donde ir, Eumenes regresó a Cardia, esperando encontrar refugio temporal. Sin embargo, al llegar, todos lo desconocieron de inmediato. Pronto entendió la razón cuando encontró las cenizas de su casa, donde la cabeza de su padre colgaba de una pica. Junto a ella había un mensaje personal del conde, que le informaba que se casaría con su prometida de todos modos, con el propósito de violarla frente a él cuando finalmente lo capturase.
Y sobre esas cenizas que parecían representar todas sus ilusiones de grandeza, Eumenes de Cardia lloró desconsoladamente por primera vez en su vida. Enterró la cabeza de su padre con sus manos desnudas, sin dejar de pedir perdón cada vez que se detenía para respirar, mostrándole el respeto que ahora entendía que le debía, pero que nunca antes le había brindado. Juró vengarse del conde, pero pronto descubrió que era perseguido en todas partes. El enfurecido aristócrata había ofrecido una inmensa recompensa por su captura.
Eumenes intentó contactar a los enemigos políticos del conde, pero estos ni siquiera le prestaron atención. Aunque su genio era un recurso valioso, la infamia que lo acompañaba era una mancha demasiado molesta. Ningún aristócrata quería asociarse con un plebeyo que se daba aires de grandeza seduciendo a mujeres nobles que ya estaban comprometidas.
Al final, después de fracasar en todos sus intentos y con cientos de cazadores de recompensas y hombres del conde persiguiéndolo, Eumenes no tuvo más opción que escapar lo más lejos posible, a un lugar donde nadie lo conociera. No podía abandonar el imperio, pues hacerlo significaría renunciar a cualquier posibilidad de venganza, por remota que pareciera. Tampoco podía dejar a su amada Eurídice a un destino peor que la muerte sin intentar hacer algo por ella. Sin embargo, una cosa era lo que deseaba y otra lo que realmente podía hacer. Como sus opciones eran limitadas, el único refugio que encontró fue en la abandonada provincia de Valderán.
Así fue como Eumenes de Cardia, el otrora brillante genio militar en ascenso, terminó trabajando para una de las bandas de ladrones que asolaban la región. Aunque despreciaba a los hombres con los que ahora se asociaba, no tuvo más remedio que aceptar su nuevo papel como estratega para uno de los líderes locales. Este bandido, astuto pero de limitada visión, le prometió ayudarle en su venganza, aunque Eumenes sabía en el fondo que dicha promesa era vacía. Sin embargo, no tenía otra opción y se aferró a esa esperanza, mientras su mente, antes brillante, se veía cada vez más nublada por la amargura y el deseo de revancha que parecía cada vez más imposible de satisfacer.
Volviendo al presente, Eumenes se giró para evitar mirar a la mujer con la que había dormido y se envolvió aún más en una manta raída. Durante la noche, tras copular, había jalado inconscientemente toda la tela sobre su cuerpo, dejando a la prostituta a merced del frío, lo que provocó sus quejas iniciales. Pero a Eumenes no podría importarle menos lo que sintiera aquella puta, así que intentó volver a quedarse inconsciente. La mujer lo maldijo en su lengua natal, pero al final comprendió que no conseguiría nada y comenzó a buscar los harapos con los que se vestía, cuando de repente se escucharon gritos a la distancia.
- ¡¿Qué es eso?! - Exclamo la mujer, asustada. Los ruidos no dejaban de incrementarse, y ahora podía oír claramente a muchos hombres corriendo, gritando órdenes, y el inconfundible sonido del metal chocando contra metal. Desesperada, volvió a dirigirse a Eumenes:
- ¡Oye! -
Eumenes simplemente gruñó en respuesta y se negó a abrir los ojos.
- ¡¿No escuchas eso?! -
- Mmmm. -
- ¡Despiértate, imbécil! - Chilló la mujer.
- ¿Qué quieres, puta? - Se quejó Eumenes, aún reacio a abrir los ojos.
- ¡¿No oyes esos ruidos?! -
- ¡Con tus chillidos molestando mis tímpanos no puedo escuchar gran cosa! -
- ¡Algo está pasando! -
Por fin, Eumenes abrió los ojos, levantó un poco la cabeza y la ladeó para escuchar. Luego ascendió, como si comprendiera algo, y volvió a dormirse.
- ¡Oye! -
- ¡Déjame descansar! - Replicó Eumenes sin abrir los ojos: - No tiene sentido preocuparse por eso. -
- Sabes ¿qué está pasando? -
- Por supuesto, es algo obvio. -
- ¡Pues dímelo! -
- Las Legiones Malditas están invadiendo esta base. -
- ¿Qué has dicho - Exclamó la prostituta: - ¿Cómo es posible? -
- Es bastante obvio. - Respondió Eumenes, renunciando a tratar de dormir. En lugar de eso comenzó a buscar su pipa para fumar un poco de hierba de jato: - Hace días perdimos a cientos de hombres porque Flynn decidió atacar unos carros de transporte que prácticamente llevaban la palabra “TRAMPA” bordada en un estandarte gigantesco. No contento con eso, el imbécil decidió que era el mejor momento para empezar a matar a algunos cabecillas para imponer disciplina, lo que provocó que muchos intentaran huir o comenzaran una lucha interna. El río ha disminuido su caudal y el laberinto óptico solo funciona cuando uno no es consciente de que está ahí. Por lo tanto, era predecible que los legionarios vendrían a buscar venganza tarde o temprano. Le expliqué claramente a Flynn que debíamos escapar cuanto antes, pero se negó a escuchar mi consejo. Esta vez, su excusa fue que no podía dejar su tesoro atrás y perdió tiempo valioso tratando de encontrar la manera de llevárselo todo. Me pregunto: ¿De qué le servirá ese botín si no puede llevárselo al otro mundo? -
- Entonces… ¿dices que tenemos que escapar? - Preguntó la prostituta, temblando de miedo.
- No. - Respondió Eumenes, sonriendo al encontrar su pipa y buscando una luz para encenderla.
- ¿Qué debemos hacer? -
- ¿Hacer? - la miró confundido por un momento, luego precisó: - No hay nada que podamos “hacer”. Anoche te follé bastante y aún me queda un poco de hierba que, si lo deseas, puedo compartir contigo. - Hizo un gesto para ofrecerle fumar de su pipa: - Eso es lo mejor que podemos “hacer” hasta que nos maten. -
- ¡¿Por qué?! - Exclamó la prostituta, mirándolo aterrorizada e incapaz de comprender lo que aquel hombre le decía.
- Desde que los legionarios llegaron aquí, seguramente todos los caminos están bloqueados, y no hay forma de escapar. - Explicó Eumenes tras aspirar su droga: - Ahora, si no vas a fumar, es mejor que te hagas a un lado. Dentro de poco ese imbécil debería llegar aquí para quejarse... -
Justo en ese momento se escucharon unos pasos apresurados acercándose, y poco después, Flynn, el barbudo jefe de los bandidos, irrumpió en la habitación excavada en la roca que pertenecía a Eumenes. La prostituta trató de hacerse a un lado, pero Flynn estaba completamente fuera de sí y sin tiempo que perder, le propinó una patada, arrojándola al suelo.
- ¡Nos atacan! - Gritó con pánico.
- Eso es algo evidente. -
- ¡¿Qué debemos hacer?! -
Eumenes no pudo evitar reírse al notar que, a pesar de la ruda apariencia de Flynn, su reacción no era muy distinta a la de la prostituta, haciendo las mismas preguntas. Al verlo, el bandido enfureció, pensando que el estratega se había drogado tanto que no comprendía la situación y estaba a punto de golpearlo cuando, de repente, todo el sistema de cuevas tembló. Luego, se escuchó un estruendo en cierta dirección.
- ¡¿Qué ha pasado?! -
- A juzgar por el sonido, creo que han derrumbado la entrada principal. - Respondió Eumenes encogiéndose de hombros: - Es evidente que han optado por sellarla para evitar la mayoría de mis trampas y, en su lugar, concentrarán el asalto en el túnel. -
- ¡¿Cómo averiguaron acerca de nuestra ruta de escape?! -
- ¿De verdad estás preguntando eso? - Inquirió Eumenes levantando una ceja: - ¿Cuántos hombres han desertado en estos días? Seguramente los capturaron e interrogaron. -
- ¡Tienes que hacer algo! ¡Se supone que eres un gran estratega militar, maldita sea! ¡Eres un genio! Seguro que se te ocurre algún truco para salir de esto. -
- “Tienes que hacer algo”. - Repitió Eumenes antes de soltar una carcajada: - ¿Esperas que haga un milagro? Han rodeado por completo nuestro escondite y cortado todas las vías de escape. ¿Con qué hombres se supone que debo defender este sitio? La mitad de nuestra banda murió porque insististe en atacar esas caravanas. Luego iniciaste un conflicto interno que redujo aún más nuestros ya mermados números - Hizo una pausa para fumar antes de continuar: - ¿Y ahora recuerdas que soy un estratega militar? ¿Un genio? Esos son halagos tardíos. No has escuchado ninguno de mis consejos, salvo los que sonaban bien en tu cabeza. ¡Ahora no hay nada que pueda hacer para ayudarte! -
Flynn se acercó a Eumenes y comenzó a sacudirlo violentamente, pero este simplemente lo miró sonriendo. Entonces, el bandido gritó:
- ¡Haz algo, maldita sea! ¡¿No quieres que te ayudemos con tu venganza?! -
La mirada de Eumenes se volvió fría:
- ¿Alguna vez has pensado realmente en ayudarme con eso? -
- ¡¿Acaso lo dudas?! ¡¿Por qué entonces te quedaste con nosotros, miserable?! -
- Porque literalmente no me queda ningún otro sitio a dónde ir. Por eso me quedé aquí, a pesar de saber que las Legiones Malditas estaban en camino. - Respondió Eumenes sin inmutarse, pero confesó con autodesprecio: - Y porque quería creer que me ayudarías. Pero dentro de poco estaremos muertos, así que ya nada importa. -
- ¡Vete a la mierda! ¡Yo no pienso morir! - Gritó Flynn y se dio media vuelta para escapar.
- Si estás pensando en usar esa salida que sólo tú conoces, eso no servirá. - Le advirtió Eumenes.
- ¿Qué quieres decir? - Pregunto el bandido deteniéndose súbitamente con un escalofrío.
- Porque ya la encontré y la utilicé para entrar. - Respondió otra voz.
Flynn se giró hacia el recién llegado e intentó desenvainar su arma, pero antes de que pudiera hacer algo, cuatro Lanzas de Hueso se clavaron profundamente en sus piernas y hombros, arrancándole un grito de dolor mientras se desplomaba en el suelo. En la entrada de la habitación estaba Bryan, sonriendo tranquilamente mientras barría la estancia con la mirada. La prostituta soltó un chillido de terror y se encogió en un rincón, como si intentara mimetizarse con la roca. Flynn, por su parte, trató de arrastrarse, pero apenas avanzó unos metros antes de que las fuerzas lo abandonaran.
- ¡¿Quién eres tú?! - Preguntó desesperado.
- Soy el Procónsul de Valderán. - Respondió Bryan: - Y creo que tú eres el jefe de los bandidos, ¿verdad? -
- ¿Cómo llegaste hasta aquí sin que mis hombres te vieran? -
- Fue fácil, usé la grieta camuflada del lado oeste. -
- ¡Eso es imposible! ¡La entrada estaba sellada y nadie sabía de su existencia! -
- Bueno, usando Revelar Vida mientras levitaba, pude ubicar en qué parte de la montaña se concentraba esta pequeña banda. - Explicó Bryan entrando en la habitación: - Luego pedí la ayuda de alguien muy hábil en controlar la tierra para encontrar y despejar tu pequeña ruta de escape privada. -
Flynn, jadeando y con los ojos llenos de terror, intentó levantarse, pero las Lanzas de Hueso le impedían cualquier movimiento. Desesperado, levantó la mirada hacia Bryan y, tartamudeando, comenzó a suplicar.
- ¡E-Espera! ¡No me mates! ¡Te lo ruego! - Gimió Flynn, su voz quebrada por el miedo a la muerte que ahora sentía cercana: - Tengo algo… algo que te interesará… Mi tesoro secreto… ¡Todo lo que he acumulado durante años sin que mi banda lo sepa! Es tuyo, todo tuyo, si me perdonas la vida. -
Bryan soltó una risa fría y despectiva.
- ¿Tu tesoro? - Se burló, dando un paso adelante: - ¿Crees que necesito negociar contigo? Flynn, todo lo que tenías ya me pertenece. Tus hombres, tus recursos, tu miserable escondite… ya no son tuyos. No tienes nada que ofrecerme. -
El bandido tragó saliva, desesperado, mientras intentaba buscar otra salida, pero Bryan continuó, su voz más afilada que cualquier espada.
- Además, he venido aquí en busca de algo mucho más valioso que tu sucio botín – Añadió, inclinando ligeramente la cabeza hacia un lado mientras su mirada se desplazaba lentamente hacia Eumenes de Cardia, quien observaba la escena en silencio, aun fumando su pipa: - Un verdadero trofeo. -
Eumenes levantó la vista, encontrándose con los ojos de Bryan, y una leve sonrisa de desafío se dibujó en sus labios.
- Supongo que tú eres Eumenes de Cardia. - Dijo el Procónsul, avanzando unos pasos mientras examinaba al hombre frente a él. Eumenes aparentaba unos veinticinco años, su cuerpo en buena forma, aunque claramente deteriorado por la falta de una alimentación adecuada. Tenía además una incipiente barba descuidada, típica de una persona que se ha abandonado a sí misma. Nada que ver con el orgulloso genio militar que tanto alababan en el informe que Bryan había recibido del Manto Oscuro. Con cierta ironía, añadió: - O por lo menos, eres lo que queda de él. -
Eumenes asintió con una carcajada resignada y luego preguntó:
- ¿Cuánto piden por mí últimamente? -
Los pasos de Bryan se detuvieron y sus ojos se entornaron peligrosamente mientras susurraba:
- Prueba otra vez. -
- Lo siento. - Dijo Eumenes de inmediato, intentando levantarse con dificultad mientras cubría sus vergüenzas con una manta raída: - ¿Cuánto piden últimamente por mí, Procónsul de Itálica? -
- Creo que eran mil monedas de oro por tu cabeza y tres mil si alguien conseguía capturarte vivo. - Respondió Bryan, esbozando de nuevo una sonrisa.
- Una buena cantidad que sin duda te servirá para tus futuras campañas. - Comentó Eumenes, volviendo a sentarse: - Me temo que no puedo dejar que me captures con vida, porque no pienso darle el gusto a ese miserable malnacido. Sin embargo, me tranquiliza que alguien como tú sea quien finalmente acabe conmigo. - Soltó un suspiro y dejó a un lado su pipa: - No me molesta morir, lo que realmente me asustaba era que un aficionado se llevase el crédito. -
- ¿Así que crees que estoy aquí para matarte? -
- Por supuesto, ¿no es obvio? -
- Interesante. - Dijo Bryan, deteniéndose justo frente a Eumenes: - A ver, supuesto genio. Deslúmbrame con tus habilidades para leer a tus adversarios. Dime exactamente por qué estoy aquí. -
Eumenes lo miró fijamente, tratando de analizar cada gesto, cada palabra que había intercambiado con el Procónsul. El silencio se prolongó por un momento, mientras el estratega repasaba las posibilidades, intentando discernir las verdaderas intenciones de Bryan. Poco después tomó aire y comenzó a dejar salir una perorata condescendiente, similar a la de un maestro que explica lo evidente a un estudiante rezagado.
- Es fácil entender tus motivos, Procónsul. Eres un hombre ambicioso, eso está claro. Alguien que no teme mancharse las manos para ascender en las filas del Imperio. Por eso, la situación en Valderán, que para otros sería una misión suicida, oculta oportunidades que solo alguien como tú podría explotar. Por ejemplo, ganarte el favor de alguien con más poder, alguien que pueda darte un empujón hacia la cima. Y, ¿quién mejor que el conde que ha estado persiguiéndome durante todo este tiempo? Lo veo claro: al eliminarme a mí, el genio militar que le causó tantas molestias, y entregarle mi cabeza en bandeja de plata, te asegurarás una posición privilegiada al lado del conde, que luego te ayudará con sus contactos para regresar a Itálica con honor e incluso puede que te adopte en su familia. No eres el primer hombre con estas ambiciones, pero probablemente serás el último en intentarlo conmigo. Eso, Procónsul, es por lo que estás aquí. - -
Bryan mantuvo su sonrisa, pero sus ojos se entornaron con una peligrosa chispa de diversión mientras respondía con ironía cortante.
- Tu análisis es impresionante, Eumenes. ¡Muy bien razonado! -
- Gracias. - Respondió Eumenes con una sonrisa
- Lástima que hayas pasado por alto todo lo importante. - Continuó Bryan, ahora hablando con condescendencia: - Pero lo entiendo, has vivido demasiado tiempo entre estos bandidos, aislado de las noticias de Itálica. Es natural que tu información esté desactualizada. -
Eumenes parpadeó, desconcertado por la respuesta.
- ¿En qué me equivoqué? - Preguntó, su tono ahora más serio.
Bryan dio un paso adelante y su voz adquirió un tono más grave, como si estuviese impregnando sus palabras con el maligno poder mágico que poseía:
- Sí, soy un poderoso mago y un líder militar en ascenso. Acertaste en esa parte. Pero mis ambiciones van mucho más allá de simplemente ganar una posición dentro de la jerarquía imperial. Acepté el encargo de Valderán porque, para lograr lo que realmente deseo, necesito hacer posible aquello que otros consideran imposible. Y ese es uno de los motivos por los que estoy aquí. He venido a reclutar a Eumenes de Cardia. -
La risa de Eumenes fue amarga.
- Eso es imposible. Ningún aristócrata se asociaría contigo si saben que estoy entre tus filas. Nadie querría ganarse la enemistad de un conde, y aunque fuese cierto, no estoy interesado en ser una herramienta para que ganes algunas batallas y luego me deseches como un simple peón. - -
La carcajada de Bryan resonó en la habitación.
- ¿Un conde? Mi enemigo es nada menos que el Gran Duque del Imperio, Tiberio Claudio. El odio de un simple conde no podría importarme menos. - Luego señaló hacia el inmovilizado Flynn: - ¿Acaso crees que pienso hacer lo mismo que ese idiota de ahí y guardarte como un consejero secreto para que nadie sepa que te tengo a mi servicio? - Entonces su sonrisa desapareció: - Y no, no estoy aquí para convertirte en un asesor en las sombras. Estoy aquí para ofrecerte el puesto de Tribuno Militar, uno de mis cuatro oficiales de mayor confianza.
Además, lo que creas saber en este momento es irrelevante. Porque debes saber que yo nunca habría venido personalmente a buscarte si no estuviese seguro de que aceptarás servir bajo mi mando... y de buena gana. -
Eumenes sintió un nudo en el estómago, incapaz de creer completamente lo que oía, pero la última afirmación de Bryan se le quedó grabada.
- ¿Por qué estás tan seguro de que aceptaré ser tu subordinado? - Preguntó entrecerrando los ojos, mientras trataba de leer la expresión del Procónsul.
Con una sonrisa tranquila, Bryan sacó un rollo de pergamino con un sello imperial y se lo entregó. Eumenes dudó un momento, pero al final lo aceptó. Cuando acabó de leer el contenido, su expresión se había transformado por completo. Todo su cuerpo estaba temblando y parecía que le iba a dar un ataque al corazón.
- Lo que dice el pergamino es cierto. - Dijo Bryan, su voz penetrante: - Eurídice, la mujer que tanto amas, quedó embarazada de ti. Aparentemente había un problema con la Marca de la Concepción Prohibida, y para evitar cualquier duda sobre el honor de su hija la familia estaba entablando negociaciones secretas con el templo para volviesen a ponérsela antes de la boda con el conde… cuando tú apareciste en escena y te fugaste con ella.
Después fueron separados antes de que los síntomas del embarazo se hicieran evidentes, así que ella no lo supo hasta unos meses después. Pero todo indica que tienes un hijo. ¡Felicidades! -
Eumenes no respondió de inmediato, porque seguía temblando por la emoción. Pero finalmente se recuperó lo suficiente como para preguntar con voz carrasposa.
- Mi… hijo… ¿dónde está? -
Bryan suspiró un momento antes de responder.
- Honestamente no lo sé, Eumenes. Nadie lo sabe. El Manto Oscuro confirmó que nació un varón, pero lo que ocurrió después es un misterio, guardado celosamente por la familia de Eurídice. -
Eumenes no dijo nada, pero Bryan podía ver claramente con su Visión Espiritual cómo la esperanza y la desesperación estaban combatiendo furiosamente en el interior de aquel hombre que unos momentos atrás no temía morir porque pensaba que ya lo había perdido todo. Bryan esperó pacientemente a que esas emociones se asentasen en el espíritu de Eumenes antes de continuar.
- Y eso nos lleva al asunto que tenemos entre manos. - Dijo suavemente, sentándose al costado de Eumenes, sin prestar atención a Flynn que seguía sufriendo o a la prostituta que temblaba encogida en un rincón de aquella estancia: - Dime, ¿en verdad crees que tienes otra opción además de luchar? - Hizo una pausa antes de continuar: - Creo que es tiempo de que analices tu vida y tomes en cuenta lo que has hecho hasta ahora: Ya fallaste como hijo, provocando la muerte de tu padre, y ya fallaste como amante, dejando que capturasen a la mujer que amabas.
Pero aún tienes la oportunidad de no fallarle a tu hijo. Eso es, si quieres conocerlo antes de que el conde te mate o te lo arrebate para siempre. -
Esas palabras golpearon a Eumenes con la fuerza de un martillo, pero poco después su espíritu aplastado comenzó a renacer con un fuego interno que parecía capaz de incendiar todo lo que se interpusiese en su camino.
Sabiendo que había logrado la reacción que quería, Bryan se levantó de nuevo y se paró de nuevo frente a aquel hombre. Entonces dejó escapar gran parte del inmenso poder mágico poseía, provocando que todo el ambiente se volviese bastante opresivo, como si el aire dentro de la habitación estuviese tratando de aplastarlos. La prostituta se desmayó por el terror y Flynn se maldijo a sí mismo por su estupidez, porque si hubiera sabido que el Procónsul era un ser tan poderoso nunca se habría planteado ser su enemigo.
- Solo yo puedo ofrecerte la única oportunidad de levantarte de nuevo. Solo sirviéndome a mí tendrás una esperanza de volver a pelear. - Declaró Bryan, su voz era tan poderosa que parecía hacer temblar aquellos muros excavados en la rosa: - Júrame absoluta lealtad, Eumenes de Cardia, y te concederé el poder para vengar a tu padre, salvar a tu amada, descubrir qué sucedió con tu hijo… y, si es posible, recuperarlo. -
Eumenes cayó de rodillas ante Bryan, pero cuando levantó la mirada había un brillo de resolución en su mirada que antes no tenía.
- ¿Lo prometes? - Preguntó con la voz quebrada por la emoción.
Bryan asintió lentamente.
- Tienes mi palabra. -
Así fue como Eumenes de Cardia juró lealtad de por vida a Bryan el Necromante.
El juramento de Eumenes
Hola, amigos. Soy Acabcor de Perú, y hoy supuestamente debía ser miércoles 28 de agosto, pero debido a mis problemas de salud, tuve múltiples retrasos y acabé terminando a las dos de la madrugada del 29.
A pesar de todo, espero que este capítulo les guste. Son 28 páginas sin contar las maravillosas imágenes que conseguí hacer con Seaart y LeonardoIA, así que de entrada tiene mucho contenido. Originalmente iba a ser mucho más largo porque tenía planeado relatar todo el asedio a la montaña, pero como son simples bandidos, nada remarcable sucedería. Por eso decidí concentrarme en lo importante y dejar el resto a la imaginación del lector.
En la primera parte, abrimos con el sueño de Bryan, que claramente es un eco de lo que sucedió con la diosa Nycteris, pero al mismo tiempo sirve para mostrar lo supersticiosos que eran (y a veces todavía son) los soldados. Y es que, cuando un hombre está expuesto a una situación de extrema tensión, generalmente su mente reacciona de dos formas: violencia o misticismo. Es un curioso fenómeno psicológico que se aprecia muy bien en los soldados cuando están en combate. Frente al miedo, lanzarse a combatir es, en cierto modo, un alivio. ¿Pero qué pasa cuando el soldado no puede atacar porque tiene que mantener una posición? Eso es algo que muchas veces pasa en la guerra, sobre todo cuando uno sabe que eventualmente el enemigo vendrá y tiene que esperarlo. Ahí es cuando se activa el mecanismo que busca encontrar señales de que todo estará bien al final.
Naturalmente, esto no solo pasa con los soldados. Hay muchos atletas y artistas que llevan a cabo un ritual justo antes de hacer una jugada o dibujar una pintura, con la idea de que eso les dará buena suerte. Este fenómeno puede apreciarse en casi todas las culturas.
Yo quise reflejar esta realidad en el hecho de que hombres diferentes como el valiente Druso, el veterano Marcio e incluso el estoico Silano se asustaron mucho al escuchar que su general había tenido un sueño justo antes de las operaciones. Aunque después un lector muy atentamente me recordó que dejé a Marcio en la fortaleza, así que tuve que corregir eso después, fue un error bastante tonto por mi parte.
El resto es Bryan anunciando que irá solo a buscar a Eumenes para asegurarse de obtenerlo. Hay que recordar que los tribunos militares son subcomandantes del ejército y tiene mucho sentido que su general les asigne el mando para misiones secundarias. El asalto a una base de bandidos ni siquiera cuenta como una batalla real en la mente de los itálicos, de ahí que no sea extraño que el general pueda delegar esto a sus subordinados.
La garrucha es un tipo de tortura que fue bastante popular durante miles de años y, por supuesto, que los romanos la utilizaban. Originalmente estaba pensando en algo más fuerte, como hacer que crucificaran a los bandidos, pero no quería darle demasiado énfasis, ya que esta parte del capítulo sirve para mostrarnos que la crueldad es algo muy usual en el nuevo mundo, como lo era en los tiempos precristianos. Por eso me da risa cuando alguien señala con el dedo a la Inquisición por utilizar la tortura... ¡cuando todos los tribunales del mundo usaban la tortura! Era algo normal. De hecho, las torturas de la Inquisición eran las más benévolas de todas, porque se hacían con un médico presente y no estaba permitido dejar cicatrices, moretones o romper huesos. Hubo muchos casos de personas acusadas de crímenes como robo de impuestos, malversación o corrupción que, al saber que serían interrogados, blasfemaban a propósito en el juicio con la esperanza de que su caso fuese derivado a la Inquisición y así no tuviesen que sufrir las torturas que les harían en otros tribunales, como por ejemplo la ya mencionada garrucha.
Bueno, finalmente conocimos el pasado trágico de Eumenes de Cardia. No hay mucho que decir al respecto, salvo que originalmente quería escribirle una historia más trágica y desgarradora, pero honestamente no me gustan las tragedias, así que naturalmente no soy muy bueno escribiendo cosas tristes. Pero hice mi mejor esfuerzo para darle profundidad a este personaje. En el original, tenía otro nombre, y aunque su tragedia era básicamente la misma (se enamora de la prometida de un conde y este se venga acusándolo de delitos que no cometió, para luego abusar horriblemente de su prometida). La diferencia es que este triste pasado… es explicado en un párrafo, si mal no recuerdo. Así que realmente le he dado profundidad.
En la última parte me basé mucho en las precuelas de Star Wars y en la serie Sherlock para escribir el encuentro entre Eumenes y Bryan, así como el intercambio de palabras entre ambos. Quería que Eumenes sonase como uno de esos cerebritos que cree que lo puede deducir todo fácilmente, pero no demasiado, porque se supone que está drogado y además ha sufrido una fuerte depresión.
Lo más difícil para mí fue imaginar qué podría hacer que Eumenes se uniese a Bryan, y lo estuve pensando durante días (dejé la vara muy alta en el capítulo de la ciudad). Al final se me ocurrió darle un hijo desconocido como una fuente de esperanza y, al mismo tiempo, de ansiedad.
Por cierto, si te preguntas qué es la Marca de la Concepción Prohibida, pues es un hechizo que usan las mujeres para evitar quedar embarazadas en el mundo donde vive Bryan. Lo inventé porque muchos lectores no dejaban de preguntar cómo es posible que hasta ese momento ninguna de las novias del protagonista esté embarazada o cuándo tendrán hijos. Pienso colocarlo dentro de poco en los capítulos reescritos del volumen 1. Así que ese será un cabo suelto que finalmente será atado.
Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿qué te pareció el capítulo? ¿Cuál fue tu parte favorita? ¿Qué te pareció la tragedia de Eumenes? ¿Te gustó cómo Bryan se puso en modo Sith y lo convenció de servirle?
Si te gustó este capítulo, por favor no dejes de patrocinarme usando los enlaces de mi cuenta de Patreon, mi BCP o YAPE, para que pueda continuar escribiendo esta historia. No dejes de señalar cualquier error ortográfico o inconsistencia, como por ejemplo, el que Marcio no tendría que haber estado ahí, para que lo corrija en el menor tiempo posible. Y, por favor, comparte esta historia con todos los que puedas.
¡Nos vemos en el siguiente capítulo!