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El silencio fue lo primero que sintió.
No se trataba de una privación sensorial ordinaria, sino de algo antinatural, nacido del exceso de la nada. Parecía una paradoja imposible, pero que sin embargo ocurría. Algo misterioso lo había despojado de todo y continuaba haciéndolo. No tardó en comprender que también había perdido la vista, el tacto, el olfato, e incluso el gusto.
Comenzó a sentir miedo, pero justo entonces la vacuidad se redujo ligeramente, y creyó percibir el murmullo de una voz. Esa impresión le brindó un efímero alivio. Pensó que estaba recuperándose, que fuese lo que fuese aquello, ya estaba pasando.
Pero se equivocaba.
Aquel murmullo estático comenzó a impregnarlo todo, volviéndose más denso que el aire, hasta tornarse completamente insoportable. Bryan quiso cubrirse los oídos, pero su cuerpo no respondía. Intentó abrir los ojos, en vano. Quiso gritar, pero su boca no se movía.
Estaba atrapado.
Y entonces, sin previo aviso, una visión apareció frente a él. En medio de la penumbra, el suelo se materializó muy cerca, haciéndole sentir que se encontraba de rodillas. Pero no era el mármol pulido del Cementerio de la Muerte, ni piedra, ni ceniza, ni hueso. Era una amalgama de todos ellos, endurecida por los siglos y agrietada como piel reseca. Cada fisura exhalaba un suspiro antiguo, cargado de memorias atrofiadas.
Bryan trató de enfocar, pero sus ojos no obedecían. Con el tiempo, su visión se amplió levemente y logró distinguir mejor el entorno. La sorpresa lo dejó sin aliento.
El mundo entero parecía haberse convertido en un páramo lúgubre y sobrenatural, completamente seco, desprovisto de sonido o viento. Siluetas oscuras se erguían en el horizonte sin luz: montañas negras como la obsidiana, esbeltas en exceso, como colmillos de una bestia dispuesta a devorar el cielo. Al verlas, Bryan supo, sin saber cómo, que aquellas montañas eran antiguas. Viejas más allá del recuerdo humano. Sus crestas eran monumentos de un pasado olvidado, anterior a cualquier memoria.
Comenzó a sentirse mal. No era dolor físico, sino una presión sorda, imposible de localizar, como si una mano invisible exprimiera lentamente su esencia. Su visión se movía, y al mismo tiempo no. Poco a poco se dio cuenta de que no estaba viendo como lo hacía antes. No tenía párpados que se cerraran, ni ojos que pestañearan, ni cuello que girara.
Mientras la desesperación comenzaba a apoderarse de su interior, Bryan sintió el impulso de escapar y miró hacia arriba.
Entonces se quedó pasmado.
En lo alto, como una visión que desafiaba toda comprensión, se alzaba un remolino titánico formado por miles de millones de fragmentos translúcidos. Y cada uno de ellos era un fragmento residual de un alma. Bryan lo supo de inmediato porque, con solo verlos, pudo sentir una cantidad incalculable de latidos de energía que vibraban con una frecuencia distinta, murmurando ecos de vidas extinguidas. Era como un huracán de gritos sin garganta, una corona espectral que giraba en el firmamento muerto. Las pulsaciones no se oían, pero se sentían. Se incrustaban en su espíritu con una violencia, rompiendo los límites entre memoria, identidad y miedo. No eran luces ni colores, sino recuerdos ajenos forzados dentro de su conciencia, que se deslizaban como cuchillas oxidadas por su psique.
En cuestión de segundos Bryan fue abrumado por aquel maremoto de sensaciones. Cada intento suyo por organizar algún tipo de idea terminaba aplastado por nuevas oleadas de aquel ritmo demencial. Bryan no lo comprendía del todo, pero sabía que estaba siendo desgajado por dentro. Su voluntad se disolvía como polvo en el vendaval.
Aullidos sin boca ni sonido se apretaban contra él, arrastrando emociones inhumanas. Sintió la certeza brutal de que, si continuaba allí, si permitía que esas vibraciones lo tocaran más tiempo, su mente terminaría rompiéndose en mil pedazos. Como tantos otros. Como todo lo que giraba en ese cielo sin tiempo.
Su conciencia, al borde del colapso, se agitó desesperadamente. Tenía que hacer algo.
Comenzó a arrastrarse por el suelo de aquel páramo. No sabía cómo lo hacía ni con qué parte de su ser se movía. Ni siquiera hacia dónde. Era un acto de pura voluntad: un deseo desesperado de no desaparecer para siempre en ese lugar.
Y lo consiguió. Reptó, o cayó, o fue arrastrado por algo más. No podía estar seguro. Pero avanzó hasta que una sombra distinta lo cubrió. Descubrió entonces que se encontraba al pie de una de aquellas montañas dentadas, donde la luz del torbellino apenas alcanzaba a rozar el suelo. Ahí encontró un rincón de aparente silencio. El vórtice seguía girando, zumbando en su conciencia, pero la sombra parecía amortiguarlo. Como si ese afilado pico sirviera de escudo contra la tempestad de almas rotas.
Bajo esa protección intangible, Bryan tuvo por fin la primera oportunidad para pensar con claridad.
“¡No tengo cuerpo ni forma!”
Recordó lo ocurrido en la Antecámara del Misterio, cuando absorbió demasiada Fuerza del Caos y casi muere: su alma se había desvanecido en parte, y no podía ver sus pies. También rememoró el palacio de Nécora, cuando fue transportado a una dimensión lejana. Pero incluso en esas dos ocasiones conservó algún vestigio de sí mismo.
Ahora, en cambio, solo era un cúmulo de voluntad. No tenía cuerpo, ni forma, ni poder mágico. Solo existía, y no sabía cómo seguir existiendo. No estaba vivo, pero tampoco muerto. No tenía carne que sangrara ni ojos con que llorar, pero el terror era real. Aquel respiro era solo una tregua entre tormentas, una pausa que solo prolongaría su agonía si no actuaba. Y lo pero era que lo único que podía hacer en semejante estado... era pensar. Pensar, y con ello, hundirse más en su desesperación.
“¿Dónde estoy?” Se preguntó mientras trataba de mantener la cordura y no dejarse arrastrar por la desesperación.
Intentó concentrarse en su entorno inmediato, buscando un patrón, algo que lo anclara a la razón. Fue entonces cuando notó los movimientos. Al principio creyó que eran un efecto residual de las ondas del remolino, sombras distorsionadas que titilaban al borde de su percepción. Pero esas formas estaban demasiado definidas. Demasiado… solidas.
Las siluetas se desplazaban con lentitud, como niebla densa que ganase volumen rápidamente. No emitían sonido, ni calor, ni presencia alguna que pudiera describirse como vida. Pero estaban allí. Decenas de diminutas formas esqueléticas, pequeñas, desnutridas, no más altas que un niño. Se arrastraban apenas fuera del límite de la luz grisácea, como si la sombra de la montaña también fuese su refugio. Tenían formas vagamente reconocibles, pero carecían de sustancia. Como proyecciones de pensamientos interrumpidos.
Bryan estuvo a punto de retroceder, pero de repente se detuvo. Reconoció una de las siluetas. Era imposible confundir la forma básica de la Criatura Oscura más débil de todas: El Pequeño Esqueleto. No el suyo, por supuesto, sino uno regular.
Al observar más de cerca, notó que todas estas en realidad eran siluetas de Pequeños Esqueletos. Varias docenas, ocultas dentro de las sombras. Pero estas versiones no estaban completas. Sus costillas flotaban en grupos inconexos, sus cráneos apenas tenían órbitas, y sus movimientos eran convulsiones de algo que aún no ha aprendido a ser. No eran entidades. Eran el preludio de su existencia.
Finalmente, su mente conectó los puntos y entendió dónde estaba.
Las partículas de alma, aquellas motas que descendían del torbellino, no se perdían. Se acumulaban lentamente en las bases de las montañas, impregnando las grietas, nutriendo la piedra. Y de allí, como hongos surgidos en la podredumbre, emergían esas figuras: las semillas de las Criaturas Oscuras.
Se encontraba en el Inframundo.
En ese momento, a pesar de lo opresivo del entorno y de su propia situación, la parte intelectual de Bryan, que había llegado a sentir una profunda fascinación por la necromancia, no pudo evitar experimentar una oleada de alegría ante lo que contemplaba.
Y entonces, de un modo misterioso, su espíritu comenzó a emitir sus propias pulsaciones, transmitiendo esa alegría a su alrededor. Quizá se debiera a que era un necromante o a alguna extraña propiedad única suya, pero las Criaturas Oscuras en gestación lo sintieron. Al principio, todas se habían ocultado rápidamente, como si temieran su presencia. Pero luego parecieron percibir que no era una amenaza y comenzaron a salir lentamente de las sombras, observándolo con curiosidad. Bryan sentía ganas de sonreír, aunque no podía. Quería examinarlos más de cerca, comprender cómo se formaban exactamente, y cómo el Elemento Vacío se fusionaba exactamente con sus cuerpos.
Pero de pronto, algo más ocurrió.
De forma repentina, las siluetas comenzaron a estremecerse. Un temblor colectivo recorrió sus frágiles estructuras óseas justo antes de que se dispersaran con pánico, ocultándose de nuevo entre las sombras, como si algo invisible las hubiera aterrorizado hasta la médula. Bryan intentó comprender lo que pasaba, pero entonces lo sintió: una vibración sorda, casi intestinal, resonó en su esencia incorpórea. Era como un latido enfermo que hacía eco en todo el páramo.
“¡¿Ahora que mierda sucede?!” Se preguntó, mirando a su alrededor con dificultad, intentando encontrar el origen de aquella espantosa sensación.
Desde los cielos, entre los picos que desgarraban el paisaje, emergió una sombra aterradora. Se desplazaba sin alas, flotando a escasa altura, como empujada por un viento que no soplaba en la superficie. El entorno sombrío dificultaba distinguir formas a la distancia, y Bryan, en su estado actual, carecía de sus ojos sobrehumanos. Sin embargo, podía verla aproximarse. Eso solo significaba una cosa: fuese lo que fuese, tenía un tamaño colosal. Aun así, sus movimientos eran tan espectrales que no logró discernir su silueta hasta que estuvo mucho más cerca.
Entonces la vio.
Era una criatura de cuerpo grueso, alargado y segmentado. Su piel, de un blanco pálido casi translúcido, parecía viscosa y tersa, aunque bajo la superficie se insinuaban protuberancias subcutáneas que se retorcían de forma inquietante con cada uno de sus movimientos.
De su lomo brotaban filamentos negros, porosos y palpitantes, que se contraían como si respiraran con esfuerzo, dando la impresión de que la criatura luchaba por mantenerse viva. La parte inferior de su cuerpo recordaba a un quilópodo gigantesco, con una infinidad de patas en constante movimiento, mientras que la superior evocaba la figura distorsionada de una mujer monstruosa, con brazos pequeños y atrofiados, aparentemente inútiles.
Su cabeza, colgante y demacrada, no tenía ojos. En su lugar, unas cuencas vacías exhalaban vahos oscuros que se disolvían en la penumbra. Pero lo más aterrador era su boca: una hendidura vertical grotesca que se extendía desde la mitad del cráneo hasta el pecho. Al abrirse, dejaba ver una garganta como una grieta sangrante, húmeda y repulsiva.
Aquel ser avanzaba lentamente, deslizándose por el aire como una mantarraya muerta, hinchada por gases putrefactos e impulsada por corrientes invisibles. De vez en cuando, usaba sus deformes manos para palpar el terreno entre las montañas, como si dependiera del tacto ante la imposibilidad de orientarse por la vista.
Y si se hubiera tratado de cualquier otra criatura, aquella limitación habría despertado algo de compasión. Pero había en su forma de moverse un rechazo instintivo: el mismo que se siente al ver a un carroñero merodeando, e imaginar que algún día podría saborear con placer tu propio cadáver.
Con la llegada de aquella criatura, el espíritu de Bryan se crispó, invadido por un malestar profundo. Jamás había leído ni escuchado sobre un ser semejante, así que no sabía qué podía esperar. Sin embargo, su aspecto repulsivo no auguraba nada bueno. Para empeorar la situación, Bryan no tenía cuerpo y desconocía si en su estado actual podía hacer algo para defenderse.
Lo más alarmante era que estaba atrapado. No podía salir al descubierto sin exponerse al tormento que le provocaría el remolino de almas suspendido en el cielo, si se alejaba de la sombra protectora de la montaña.
Su situación era, en efecto, desesperada. Cualquiera habría sentido terror en esas circunstancias. Pero el pavor que oprimía el corazón de Bryan no provenía de su propio miedo. Era un temor ajeno, más vasto y profundo, que parecía emanar desde cada rincón del páramo.
Se trataba de las sombras que albergaban a las pequeñas Criaturas Oscuras en gestación: vibraban como nidos perturbados por una presencia asesina. Bryan no sabía si aquello era una propiedad del Inframundo o una consecuencia de su estado actual, pero ahora podía percibir con asombrosa claridad las emociones de esos seres.
Por eso entendía que lo que sentía no era su propio miedo, sino el pánico de las semillas ocultas entre las sombras de las montañas afiladas: una desesperación infantil, semejante al terror de ratones acechados por una serpiente silenciosa y hambrienta.
Aquel monstruo repulsivo flotó lentamente hacia una de las montañas esbeltas y, al alcanzarla, clavó sus atrofiadas manos en la roca con una firmeza que no parecía posible para sus miembros deformes. Luego comenzó a descender, arrastrándose con lentitud, como si se deslizara por un pozo invisible en el aire, usando los brazos como anclas para vencer la suspensión de su cuerpo.
Las semillas de Criaturas Oscuras percibieron su llegada y se ocultaron de inmediato entre las sombras, pero la abominación no se detuvo. Siguió bajando con la misma parsimonia hasta quedar lo bastante cerca del suelo. Entonces, abrió aún más su horrenda boca.
Dentro no había dientes ni lengua, sino capas superpuestas de membranas desgarradas que latían y se contraían como órganos expuestos. Cada una estaba cubierta por cientos de apéndices retráctiles, semejantes a las patas de un insecto gigantesco.
Entonces, desde lo profundo de su garganta surgió un sonido húmedo, seguido de una fuerza succión lenta y poderosa.
Las Criaturas Oscuras en gestación comenzaron a ser arrastradas hacia su vientre. Bryan podía ver cómo se aferraban desesperadamente a las rocas, buscando grietas y salientes donde ocultarse en un último intento por resistir, pero eran demasiado débiles. Una a una, sus siluetas eran absorbidas y despedazadas en el proceso; sus formas fragmentadas giraban en espirales antes de desaparecer por completo dentro de aquellas fauces espantosas.
Esto no parecía una cacería, sino una limpieza meticulosa, casi mecánica, como si la criatura estuviera diseñada específicamente para arrancar del inframundo a aquellas cientos de existencias antes de que pudieran materializarse. Continuó aspirando sin tregua hasta consumirlas a todas, y de inmediato se desplazó hacia la siguiente montaña. Así siguió devorando, de forma voraz, como si su hambre no conociera límites. Y cada vez que se atiborraba de sombras, su cuerpo se hinchaba ligeramente, adquiriendo poco a poco la forma de un tumor colosal y putrefacto.
Bryan observó con horror cuando la criatura cambió de dirección y comenzó a flotar hacia la montaña donde él se refugiaba. Aún estaba a gran distancia, pero ya podía sentir la fuerza de succión que emanaba de aquellas fauces. Inconscientemente intentó retroceder o aferrarse a algo, pero la atracción aumentaba, y pronto comprendió que sería devorado igual que las demás siluetas si no lograba escapar.
Sin otra opción, se vio obligado a abandonar su escondite y alejarse antes de que la succión lo atrapara por completo. Sin embargo, en el momento en que su espíritu dejó de estar cubierto por la sombra de la montaña, volvió a quedar expuesto a la presión abrumadora del remolino colosal que seguía dominando los cielos.
Sus fuerzas se diluyeron al instante. No podía avanzar ni resistir. Una presión invisible lo aplastaba desde todas direcciones, debilitando su voluntad. Apenas había avanzado unos metros cuando se vio obligado a detenerse, jadeando a pesar de no tener pulmones, mientras sentía cómo comenzaba a ser arrastrado lentamente hacia el abismo de aquella boca horrenda. Abajo, la criatura devoraba los restos dispersos de las sombras que hasta hacía poco lo observaban con curiosidad. La montaña donde se había refugiado se había convertido en un escenario de pesadilla, y él era el siguiente.
“¡No, no puedo terminar así!” Gritó Bryan en su interior, mientras luchaba por resistir.
En ese instante, casi por azar, Bryan alzó la vista con desafío hacia el remolino y, por primera vez, notó algo en lo que no había reparado antes. Era una larguísima cadena que descendía desde el centro mismo de aquel vórtice de fragmentos de almas. No podía verla con claridad, pues era casi completamente traslúcida, pero en cuanto se hizo consciente de su presencia, comprendió, asombrado, que ya sabía algo sobre ella.
Era como si ese conocimiento hubiese estado guardado en su memoria, inaccesible hasta el momento en que posó los ojos sobre la cadena.
Sabía, por ejemplo, que provenía de muy lejos. Más allá incluso del mundo mortal. También comprendía que aquella atadura no debía estar ahí, que no era algo que le perteneciera por naturaleza. Y, sin embargo, tenía la certeza de que, en algún momento, él mismo se la había colocado. Lo había hecho por voluntad propia, aunque no podía recordar cuándo ni por qué.
Pero quizá lo más inquietante era la certeza de que aquella cadena no solo lo unía al vórtice, sino que formaba parte de algo mucho más vasto. Y Bryan no era el único prisionero. Sentía, con creciente angustia, que había cientos de espíritus encadenados como él, dispersos en otros rincones desconocidos.
“¿Pero… esto…? ¡¿Cuándo sucedió esto?! ¡¿Quién fue el responsable?!”
Bryan intentaba comprender lo que ocurría cuando, de pronto, la cadena pareció cobrar vida y se tensó con violencia, envolviéndolo con más fuerza, como una serpiente constrictora. Entonces comenzó a triturar su espíritu con brutalidad, como si intentara aplastarlo hasta borrarlo de la existencia.
Un dolor aterrador lo atravesó, amenazando con quebrar su mente. El grito que soltó fue tan desgarrador, tan profundo, que incluso la criatura devoradora de oscuridad pareció estremecerse. Aquel ser titánico, que hasta entonces no había mostrado temor alguno, se detuvo... y retrocedió con nerviosismo.
Pero Bryan ya no pensaba en eso. Seguía gritando, atrapado en una espiral de tormento que parecía interminable. El sufrimiento era tan intenso que, por un instante, consideró rendirse y dejarse morir, solo para poner fin a aquella agonía. Él, que tantos dolores inhumanos había soportado durante su vida, por primera vez sintió que algo lo abrumaba completamente a un grado inconcebible.
Justo cuando creía que todo había terminado, una voz irrumpió en aquel lugar donde normalmente reinaba el silencio.
- ¡¿Te volviste loco o eres estúpido?! ¡¿No solo usas un ritual de Proyección Astral Trascendental incompleto, sino que además lo haces sin designar un destino claro?! -
De forma repentina, el dolor se interrumpió. Entonces sintió cómo un poder distinto comenzaba a derramarse sobre él, provocando una sensación semejante al agua fría cayendo sobre una quemadura abierta.
- ¡Ahora no te resistas! Puedo regenerar partes de un cuerpo con los ojos cerrados, pero... ¿semejante daño espiritual en un espíritu de rango mortal? Esto me va a costar... -
La conciencia de Bryan seguía tambaleándose, incapaz aún de ordenar sus pensamientos, pero poco a poco empezó a recobrar el sentido.
- Pero en serio… - Seguía quejándose esa persona: - ¡De todos los lugares a los que podías haber venido...! -
“Espera… esa voz… yo la reconozco…” Se dijo Bryan, recuperándose de la confusión. Entonces se dio cuenta de que estaba entre las manos de alguien que lo sujetaba como si fuera una pelota.
- Y más te vale... ¡Miserable malagradecido! -
“¡Eres tú!”
¡Era el niño misterioso!
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- ¡No te muevas, idiota! - Espetó el niño en cuclillas, mientras sujetaba con fuerza el espíritu de Bryan para obligarlo a quedarse quieto. De sus palmas emanaba una luz misteriosa que poco a poco lo nutría, reparando sus heridas y devolviéndole la razón: - En serio, Bryan. Sé que últimamente la diosa fortuna te ha tomado como mascota, pero incluso eso tiene un límite. ¡En este punto se están inventado reglas nuevas para todas las que estoy teniendo que romper sólo para ayudarte esta vez! -
“Lo lamento.” Pensó Bryan, apenado, mientras luchaba por sobreponerse al estado de confusión.
- Guarda eso para más tarde. Ahora debo concentrarme en regenerar tus heridas antes de sacarte de aquí. - Lo interrumpió el niño y luego sonrió burlonamente: - Bueno, gracias a que terminaste en el Inframundo pude comunicarme contigo sin que esas molestas barreras me detuviesen. Así que no todo fue malo. Consideraré que has sido suficientemente castigado con la tortura que has experimentado, pero espero que seas mucho más cuidadoso a partir de ahora. ¡Invertí demasiado en ti como para que termines hecho pedazos en el estómago de un miserable Ghurwen! -
“¿Un Ghur... qué…?” Preguntó Bryan, sin comprender.
- Es un Parásito del Páramo, la cosa esa que casi te traga. - Le respondió el niño señalando hacia el horrible monstruo alargado que los observaba con actitud temerosa, escondido entre las montañas: - Este lugar es una especie de Frontera Exterior para el Inframundo, y esas criaturas son los depredadores más terribles de la zona. -
“Ya veo… así que eso son… Pero aún no entiendo… ¿cómo es que estás aquí? ¿O estoy soñando?” preguntó Bryan con voz agotada, tratando de aferrarse a la lucidez: “Te llamé muchas veces en mis sueños, pero no me respondías. ¿Por qué estás aquí ahora?”
- Eso es un poco complicado, Bryan. - Respondió el niño con una mueca: - Tiene que ver con esas reglas que he tenido que romper. Pero ya hablaremos luego. Por ahora he terminado con los primeros auxilios. ¡Es tiempo de irnos! -
El niño misterioso se levantó rápidamente, con Bryan aún en sus manos. Alzó la vista y, en respuesta a su voluntad, un potente rayo de luz descendió de los cielos, rompiendo la oscuridad que durante eones había reinado en el Inframundo. La luz los envolvió por unos instantes y, cuando desapareció, ninguno de los dos pudo verse por ningún lado.
******
A diferencia del Páramo, la zona conocida como las Torres de la Discordia parecía arrancada directamente de una pesadilla. Un horizonte quebrado de riscos negros se extendía hasta donde alcanzaba la vista, y la piedra se curvaba como si hubiera sido sometida al peso de una voluntad inconmensurable. Sobre ese paisaje, el cielo estaba cubierto por el omnipresente remolino de fragmentos de almas, girando con lentitud opresiva. Pero lo que más llamaba la atención en la superficie era la presencia de un inmenso número de torres altas, macizas y retorcidas, dispersas por toda la región.
Estas estructuras estaban construidas principalmente con piedra, aunque muchas de sus secciones mostraban signos evidentes de haber sido reparadas, ampliadas o reforzadas con una amalgama de osamentas ennegrecidas, pellejos endurecidos y fragmentos de armaduras corroídas. Algunas poseían formas tan extrañas que uno pensaría que fueron moldeadas cuando una fuerza desconocida las desgarró al surgir desde las profundidades. Otras parecían al borde del colapso, aunque se mantenían en pie gracias a ligaduras hechas con tendones y lo que parecían ser restos secos de carne. En más de una torre podían distinguirse elementos sin relación aparente con su arquitectura: el trozo de una farola, un fragmento de puente, el asa de una escalera, el capitel de un templo, las manecillas de un reloj descomunal o la mitad de un vitral. ¿Qué hacían esas piezas allí? ¿Cómo llegaron? ¿Desde cuándo formaban parte de la estructura? Y lo más inquietante: ¿quién las incorporó y por qué? Nadie podía responder estas preguntas. Las piezas estaban muy deterioradas y, además, parecían proceder de territorios y épocas muy distintas. Uno podría imaginar a un arquitecto demente recogiendo ruinas de múltiples ciudades devastadas, usándolas para parchear o elevar estas torres sin sentido ni orden.
Otro aspecto, quizá más comprensible pero también más tétrico, era la presencia de jaulas oxidadas, grilletes carcomidos y símbolos mágicos defensivos en muchas de sus salientes. Todo sugería que sus dueños estaban tan preocupados por mantener el orden entre quienes viviesen en su interior como por protegerse de cualquier posible ataque del exterior. La ausencia de simetría entre las torres hacía que cada una se sintiera como el resultado del delirio de una criatura distinta. Incluso las luces que brotaban de sus grietas no iluminaban: manchaban el entorno con tonos púrpura, óxido y azul muerto.
Curiosamente, ninguna de estas torres estaba aislada. Todas estaban conectadas entre sí por una maraña de puentes, tanto naturales como artificiales: caminos de roca rota, pasarelas colgantes, túneles excavados con furia y corredores sombríos. La red de rutas era tan vasta que resultaba imposible conocerlas todas. Sin embargo, en cada una de ellas ocurría lo mismo: un conflicto perpetuo y despiadado.
Un inmenso número de Criaturas Oscuras combatía sin tregua por el control de cada sendero. Los sonidos de los choques y estallidos formaban una sinfonía insoportable, repetitiva y constante, que encontraba eco en todas las estructuras. En cada paso, cada puente, cada corredor, podían verse Esqueletos, Zombis, Espectros o Abominaciones luchando con desesperación. Pero como las rutas eran bastante estrechas, ganar incluso un metro requería del sacrificio colectivo de varios cientos. Las derrotas eran constantes. Cuerpos despedazados caían por los bordes y se precipitaban hasta el fondo, donde montañas de restos los esperaban. Muchos de esos despojos aún estaban vivos... y atacaban de inmediato a los recién llegados, perpetuando la discordia como única ley.
A primera vista, esta guerra eterna podía parecer completamente caótica, y en gran medida lo era. Sin embargo, al observarla durante años, uno podía detectar cierta lógica, o al menos una tendencia. En los niveles más bajos, cerca de las bases de las torres, predominaban las criaturas más débiles e irracionales, como los esqueletos. Al ser los más débiles, eran los primeros en caer. Sin embargo, su carencia de órganos vitales les permitía sobrevivir a muchas caídas y continuar luchando, especialmente cuando otras criaturas, más grandes y heridas en combates previos, se desplomaban sobre ellos.
Por encima de estos se hallaban los zombis, los gules, las Abominaciones y las Gárgolas, entre otras entidades cada vez más avanzadas. A medida que se ascendía, las criaturas eran más poderosas y avanzadas.
Entre todos, destacaban los Caballeros del Mal. Estos guerreros humanoides, completamente blindados, podían cargar con una fuerza brutal, empujando a las líneas enemigas hasta las entradas de las torres que intentaban conquistar. Sin embargo, en el interior solían esperar Criaturas Oscuras más inteligentes, que sellaban las puertas de inmediato, haciendo que el esfuerzo pareciera inútil.
Entonces, ¿por qué luchaban? La respuesta era simple: para fortalecerse. Cuando una Criatura Oscura era destruida en el Inframundo, parte del Elemento Vacío adaptado para su especie regresaba al suelo, pero otra porción podía ser absorbida. Primero, por quien hubiera causado su derrota; y en menor medida, por quienes estuvieran cerca. Repetir este proceso durante siglos podía permitir que una Criatura Oscura se hiciera más poderosa, incluso que ascendiera de nivel.
Y cuanto más alto se encontraba uno en la torre, más abundante era el Elemento Vacío que podía obtenerse de los enemigos derrotados. De manera que, si uno se encontraba en la cima, podía incluso alimentarse sin necesidad de hacer nada. Era por eso que la condición de señor en una de estas torres era tan codiciada.
En la cima de una de aquellas torres, dentro de una cámara pétrea repleta de Criaturas Oscuras, el Pequeño Esqueleto se hallaba sentado en un trono de piedra, sacándole filo a su daga de hueso. A su costado, flanqueándolo como oficiales de alto rango, estaban los Zombis Élites de Tierra y Madera, junto a un grupo de cuatro Caballeros del Mal que actuaban como su guardia personal. Unos pasos más atrás, en una posición privilegiada pero claramente inferior, se mantenía de pie el Zombi Élite de Fuego, cuya actitud oscilaba entre la curiosidad y el nerviosismo.
Frente al trono, arrodillado, un Guerrero Zombi de aspecto destrozado parecía recién salido de una batalla atroz.
- Entonces, dices que fallaste… -
La voz provenía del Pequeño Esqueleto. A pesar de carecer de labios, su tono grave reverberaba por toda la sala. En el Inframundo, la comunicación no parecía depender de cuerdas vocales, sino de una forma cercana a la telepatía.
- Mi señor, yo… ¡fue una emboscada…! - Se excusó el Zombi, utilizando el mismo método.
- Tus circunstancias no me importan. - Lo interrumpió el Pequeño Esqueleto, fijando en él su único ojo. La criatura se estremeció al sentir el brillo púrpura de aquella mirada: - Te entregué el mando de cincuenta hermanos para que tomaras un camino. Ahora regresas derrotado, sin camino… y sin los cincuenta zombis. ¿Recuerdas lo que me prometiste? Creo que dijiste: “Juro por mi vida que tendré éxito”. -
- Mi señor... ¡solo quería ser uno de tus elegidos! - Insistió el Guerrero Zombi.
- No son míos. - Aclaró el Pequeño Esqueleto con frialdad - Son de mi padre. Él es quien otorga la oportunidad de renacer… y solo necesita a los mejores. La basura, en cambio... -
Desvió la mirada, como si se hubiera cansado de dirigirle la palabra, y posó los ojos sobre uno de los Caballeros del Mal.
- Deshazte del desperdicio. -
El Caballero se movió con velocidad brutal. Antes de que el Guerrero Zombi pudiera emitir otro sonido, ya había recibido un impacto devastador con el escudo. Luego, fue arrastrado hasta un balcón cercano. Lo que quedaba de él cayó sin emitir más que un grito mudo, perdiéndose entre los innumerables cuerpos que se precipitaban al abismo.
- Qué pena, parecía prometedor cuando lo conocí. - Comentó el Zombi Élite de Tierra con un tono aburrido.
- Bueno, quizá aún lo sea... como fertilizante para el suelo. - Se burló el de Madera.
Las carcajadas estallaron al unísono. Un coro cruel y resonante llenó la sala, divertido por el trágico final del Guerrero Zombi. Era algo habitual en aquella región del Inframundo; escenas como esa ocurrían todos los días y habían dejado de escandalizar a quienes las presenciaban. Sin embargo, uno de los presentes no compartía el ánimo general.
- Cállense de una maldita vez. - Ordenó el Pequeño Esqueleto.
El silencio cayó de inmediato. Todos adoptaron una postura firme, casi marcial. No mostraban rabia ni desdén ante la forma en que la diminuta criatura oscura se dirigía a ellos. Al contrario, en sus miradas había reverencia, respeto… incluso admiración.
- Que el fracaso de esa basura les sirva de motivación. - Advirtió el Pequeño Esqueleto: - Los llamo hermanos, y lucharé con ustedes hasta el final si es necesario. Pero lo que no pienso hacer es cargar con el peso de ningún inútil. ¡Así que no dejen de mejorar! -
Sus palabras fueron respondidas con rugidos y gritos de guerra que estremecieron la sala.
- Ahora… - Continuó el Pequeño Esqueleto cuando el clamor se extinguió: - Debemos pensar en cómo nos vengaremos por esta “emboscada” y... -
- ¿No lo castigaste porque no te importaba? - Interrumpió repentinamente el Zombi Élite de Fuego.
Silencio.
- Creo que te he dicho que no hables en esta sala a menos que alguien te pregunte algo directamente. - Dijo el Pequeño Esqueleto sin mirarlo: - Especialmente cuando yo estoy hablando. -
Mientras pronunciaba esas palabras, acariciaba el filo de su daga de hueso con un gesto sugerente.
El Zombi Élite de Fuego se estremeció visiblemente y respondió de inmediato:
- ¡Lo siento! ¡Lo olvidé! -
- Más te vale recordarlo pronto o tendré que escribirlo directamente sobre tu piel para que nunca más no lo olvides. - Le espetó el Pequeño Esqueleto, con visible desagrado. Luego, tras un suspiro, añadió: - Arrojé a ese inútil por fracasar, pero eso no significa que me quedaré de brazos cruzados cuando atacan a los míos. ¡Es un principio básico! -
- Ah, ya veo. -
- Sí. Pues si nadie más tiene otra pregunta estúpida, creo que debemos... –
Pero el Pequeño Esqueleto no alcanzó a terminar. De pronto levantó la cabeza, como si algo lo hubiese sacudido desde dentro.
- ¡¿Qué ocurre, hermano mayor?! - Preguntó el Zombi Élite de Tierra.
El Pequeño Esqueleto no respondió de inmediato. Permaneció en silencio mientras se llevaba una mano a la cabeza como si estuviese analizando algo. Luego comenzó a murmurar:
- Siento algo... Es una presencia... Algo que no percibía desde que... -
Entonces, de forma repentina, se irguió de un salto y exclamó:
- ¡Padre está aquí! -
En el instante en que pronunció esas palabras, su cuerpo estalló en una oleada de poder oscuro. Sin dudarlo, corrió hacia el balcón con velocidad fulminante y se lanzó al vacío, ignorando por completo las miradas desconcertadas que lo seguían desde la sala. Un segundo después, las siete púas de su espalda comenzaron a brillar con intensidad, y la Criatura Oscura alzó el vuelo, surcando el aire a toda velocidad en dirección al Páramo.
Inframundo - Torres de la Discordia II
Hola amigos. Soy Acabcor de Perú, y hoy es jueves 05 de junio del 2025.
La verdad no sé cómo lo logré. Estos días me he sentido muy mal: dolores en las articulaciones, un malestar estomacal que casi me hace vomitar, una herida que no deja de supurar, y varias molestias que me obligan a hacer más análisis y tomar más antibióticos. Para colmo, mi gato también enfermó. Cuando mis hermanas lo llevaron al veterinario —porque yo ni loco lo habría llevado estando como estoy; quiero decir, es un gato— les dijeron que necesita una operación por una obstrucción en el duodeno. Plata, plata, plata.
Encima perdí un suscriptor. ¡Con todo este estrés me dan ganas de arrancarme los pelos!
Lo peor es que este capítulo me trajo muchísimas dificultades. Sé que no lo parece, por lo corto que es, pero tuve que diseñar primero toda la Totalidad del Lore del Inframundo y sus dos zonas antes de escribir sobre ellas en la historia. Si no tenía cuidado, podía generar incoherencias más adelante. No se imaginan lo deprimente que es escribir páginas y páginas de contenido teórico, sabiendo que cuando publiques todo eso apenas serán un par de páginas de historia real, porque solo es el primer vistazo al inframundo para nuestro protagonista. Pero no había otra opción.
Aun así, creo que conseguí algo muy bueno, y además logré generar algunas de las mejores imágenes con IA que he tenido hasta ahora. Ese Pequeño Esqueleto al final quedó fenomenal, ¿no? Tuve que trabajarlo mucho en Photoshop y agregarle las púas después, porque la IA no quería generarlas bien, pero valió totalmente la pena.
Por cierto, ahora el Pequeño Esqueleto es blanco traslúcido, se volvió así después de consumir a los Sanguisuga en el Valle del Sol.
¿Y qué me dicen de los paisajes? En cuanto a Whurgen, su nombre es en realidad una referencia a un comunista peruano que, al igual que esa criatura, se alimenta de los más débiles con su podcast de izquierda.
En fin, me están dando mareos, así que lo dejo aquí. Espero que les guste el capítulo. Por favor, no dejen de compartir sus opiniones en los comentarios. Si encuentran errores ortográficos, señálenlos y los corregiré cuando mi cabeza vuelva a la normalidad.
Pero lo que realmente agradecería, junto con toda la corte del Pequeño Esqueleto, es que se vuelvan patrocinadores en Patreon. Incluso unos pocos dólares serían de gran ayuda, sobre todo ahora que la economía gringa está mejorando. También me ayudaría mucho que compartan esta novela con más gente para atraer a posibles donantes.
¡Nos vemos en el siguiente capítulo!