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Las calles estaban llenas de personas y de todo tipo de tiendas que ofrecían productos exóticos traídos de todas partes del mundo. Monedas de bronce, plata y oro pasaban de mano en mano, en un flujo constante que no dejaba de engrosar las arcas de aquella poderosa ciudad. Emily Asturias observaba el bullicio discretamente, a través del resquicio entre las cortinas del palanquín que la familia Baalzar había preparado para ella y sus sirvientas. En apariencia, era un gesto de bienvenida y buena voluntad, pero en realidad, su objetivo era que el pueblo reparase lo menos posible en su presencia.
Después de todo, una cosa era que los itálicos hiciesen negocios puntuales con los tirios; pero que una de las cuatro familias más poderosas de la Alianza Mercante se reuniese en privado con una aristócrata miembro de los Quintos por adopción, sin duda levantaría sospechas. No faltarían quienes propagasen rumores o incluso acusaciones de traición, ya que la lucha de facciones políticas en Tiro era mucho más compleja y enrevesada que la de Itálica.
Ni siquiera Emily, tan talentosa como era para la política, comprendía del todo cómo los tirios lograban tomar decisiones, ni cómo las cuatro familias conseguían mantener algún tipo de hegemonía. Aun así, en este caso la precaución de los Baalzar era bienvenida. Después de todo, su increíble belleza, un recurso que sabía usar estratégicamente, se había visto extraordinariamente potenciada por el Elixir de Juventud que su amado Bryan le había entregado. Con esta poción, la hermosa Archimaga había recuperado el esplendor de su juventud, dándole una apariencia casi sobrenatural; sin embargo, el inconveniente era que ahora atraía demasiada atención. Para contrarrestarlo, había comenzado a usar una serie de conjuros ilusorios que su querida amiga y superior, la Dama Cecilia, le había enseñado. Pero aún le costaba mantener dicha magia de forma continua, por lo que agradecía poder moverse por la ciudad oculta tras las cortinas de la litera.
- Qué ciudad tan próspera y rica. - Susurró Emily con suavidad. Pero, de repente, su mirada se endureció, volviéndose fría e implacable. Curiosamente, debido a su extraordinaria belleza, esa mirada resultaba aún más aterradora. Era una expresión que jamás mostraría frente a su amado Bryan. Esta era la Emily que adoptaba la identidad de la hija de los Asturias: la genio aristócrata y despiadada política, que haría lo necesario para aumentar los beneficios de su nación, mientras destruía a cualquier enemigo que amenazase la supremacía de Itálica.
- Demasiado próspera. - Sentenció al fin, y aquel susurro reverberó en el interior del palanquín como la sentencia de muerte de una emperatriz.
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Emily y sus doncellas fueron conducidas a una suntuosa sala de recepción, donde el lujo desbordaba en cada rincón. Las paredes estaban revestidas con finas losas de mármol oscuro, adornadas con intrincadas filigranas doradas que recreaban escenas de antiguos héroes y batallas épicas. Sobre ellas se alzaba un majestuoso techo abovedado, pintado con cielos estrellados y constelaciones que relucían suavemente, como si la bóveda misma estuviera encantada para imitar el resplandor del firmamento nocturno.
En el centro de la estancia, una imponente fuente de mármol negro con bordes de oro vertía agua cristalina, que caía en delicadas cascadas sobre un lecho de gemas pulidas y piedras preciosas de vibrantes colores. El agua, embellecida por un hechizo sutil, emanaba una suave fragancia de azahar y mirra, llenando el aire con una atmósfera envolvente, casi hipnótica. Alrededor de la fuente, dispersos por el salón, se encontraban montones de cojines de terciopelo carmesí y púrpura, bordados con hilos de plata y seda, todos ellos amplios y mullidos, que invitaban a cualquier noble a relajarse o conversar con comodidad.
A lo largo de las paredes se alineaban estatuas de dioses antiguos, esculpidas en marfil y ébano. Cada una de ellas estaba adornada con joyas que destellaban bajo la luz de los candelabros suspendidos del techo mediante delicadas cadenas de oro. Estos candelabros, tallados en formas de animales mitológicos como dragones y grifos alados, sostenían esferas de cristal que contenían llamas mágicas perpetuas. Las llamas cambiaban de color lentamente, alternando entre tonos cálidos de ámbar, verde esmeralda y azul profundo, iluminando la estancia con una luz etérea.
Unos enormes ventanales en forma de arco se abrían hacia una vista de exuberantes jardines exóticos, donde flores de todos los colores y especies parecían vibrar con vida propia. Las cortinas que colgaban de los ventanales estaban tejidas en oro y plata, pesadas y solemnes, pero al menor toque del viento se movían con la ligereza de la seda.
Todo en aquella sala de recepción parecía diseñado no solo para impresionar, sino para recordar a cada visitante que se encontraba en presencia de una de las familias más poderosas del mundo: un linaje forjado en la grandeza y sostenido por la riqueza.
Sin embargo, nadie los esperaba para recibirlos en ese fastuoso lugar.
“Que así sea.” Pensó Emily, tomando una decisión. La hermosa Archimaga avanzó hacia uno de los amplios cojines y, con un gesto de naturalidad, se sentó. Con un sutil movimiento de la mano, indicó a sus acompañantes que hicieran lo mismo. La etiqueta de Tiro dictaba que uno debía permanecer de pie hasta que el anfitrión concediera permiso para sentarse, a menos que se tratara de alguien superior en la escala social. Pero en momentos como este, ser una mujer resultaba ventajoso.
- Te saludo, Noble Emily Asturias. - Dijo Melcaris Baalzar, líder del clan, al entrar en la habitación unos minutos después.
- Te saludo, Magistrado Baalzar. - Respondió Emily con una dulce sonrisa, sentada en la posición más cómoda de la estancia: - Es un gran honor poder reunirme contigo en persona, considerando que tu agenda debe estar muy ocupada. -
- En lo absoluto, más bien debo disculparme contigo. - Contestó Melcaris, acercándose con una expresión de perfecta cordialidad: - Es completamente impropio hacer esperar a una dama tan distinguida y delicada. -
“Sí, claro, maldito engreído.” Pensó Emily, aunque rápidamente respondió en un tono halagador:
- La gran ciudad de Tiro siempre ha sido conocida por su esplendor y hospitalidad. Vuestra familia, en particular, es famosa por saber cómo agasajar a sus invitados. Me siento como en casa. -
Aunque por fuera era todo sonrisas, Emily sabía perfectamente que aquella demora del Magistrado, haciéndola esperar en una habitación vacía, era una forma sutil de presionarla antes de la reunión. Melcaris Baalzar, patriarca de los Baalzar, le dejaba claro que, a pesar de las aparentes buenas relaciones entre sus familias, nadie en Tiro se apresuraría a cumplir sus deseos. Como respuesta, Emily se había sentado antes de recibir una invitación. Si hubiese sido un hombre, su anfitrión se habría visto obligado a señalarlo para defender su honor. Sin embargo, al ser una "dama delicada”, junto con sus doncellas, podía evadir cualquier confrontación, escudándose en las consideraciones especiales que se les debía por ser mujeres.
Además, al aludir al poder mercantil de Tiro y la influencia de los Baalzar, Emily devolvía la cortesía, pero con el "me siento como en casa" insinuaba que estaba perfectamente cómoda, sugiriendo que ella tenía el control de la situación. Una brevísima vacilación en la sonrisa de Melcaris le confirmó a Emily que él había captado el mensaje.
El patriarca de la familia Baalzar aplaudió, y varios esclavos se acercaron llevando una elaborada mesa de marfil, junto con más cojines para que él pudiera sentarse frente a las damas. Poco después, un segundo grupo trajo una selección de manjares exquisitos. Melcaris invitó rápidamente a las damas a disfrutar de la comida, mientras intercambiaban cortesías.
Durante la conversación, Melcaris examinó discretamente a las cuatro bellas mujeres que servían como asistentes de Emily. Sentadas en silencio a su alrededor, parecían estatuas vigilantes. Luego, su mirada se detuvo brevemente en la quinta figura, una anciana de aspecto desaliñado, cuya piel bronceada bien podría ser un indicativo de su condición de esclava. No le prestó más atención, pues mirar mucho tiempo a una persona tan inferior sería indigno de alguien como él. Además, la hermosa figura de Emily que dominaba la estancia demandaba toda su concentración.
La Archimaga había elegido vestirse con los trajes típicos de Tiro: una túnica de seda negra con tonalidades de zafiro y esmeralda, bordada con intrincados diseños dorados que evocaban las olas del mar. Un cinturón de cuero negro adornado con gemas preciosas ajustaba su cintura, resaltando su esbelta figura con un aire de nobleza. Sobre sus hombros reposaba una capa ligera de gasa negra, decorada con pequeños espejos que reflejaban la luz como estrellas en un cielo nocturno. Sus brazaletes de oro, en muñecas y tobillos, tintineaban con cada movimiento, y su cabello, recogido en una trenza elaborada, estaba adornado con una tiara de perlas y zafiros digna de una reina.
Mientras conversaban amablemente sobre acuerdos comerciales entre ambas familias, enfocados en facilitar el transporte marítimo, Melcaris luchaba por mantener su concentración. Era un esfuerzo no dejarse arrastrar por la atracción que ejercían los labios color rubí de Emily, sus caderas seductoras o sus perfectos pechos, que despertaban en él todo un torbellino de fantasías. Finalmente, tras recuperar la compostura, el Magistrado reunió el valor suficiente para retomar la conversación con una determinación renovada.
- Es un alivio saber que nuestras relaciones con Itálica siguen siendo... funcionales. - Comenzó Melcaris, tanteando nuevamente el terreno: - Me alegra confirmar que vuestro imperio continúa siendo un gran socio comercial, a pesar de cualquier adversidad o fricción interna. -
Emily tomó un sorbo de vino, ocultando su verdadera expresión tras una sonrisa calculada. Aunque Melcaris envolvía sus palabras en diplomacia, era evidente que su anfitrión estaba refiriéndose al conflicto entre las facciones del Emperador, el Primer Príncipe Lucio y Tiberio Claudio. Eso significaba que la Alianza Mercante de Tiro estaba claramente al tanto de las luchas internas en el Senado. Sabiendo que no podía ceder terreno en este punto, la Archimaga decidió contraatacar con sutileza.
- Las relaciones entre grandes potencias siempre enfrentan retos. - Respondió con una amabilidad fingida, para luego añadir con un destello astuto en su mirada: - Pero, como bien sabéis, las verdaderas alianzas se forjan en tiempos difíciles. Me alegra ver que Tiro ha sabido prosperar tras aquellos... eventos pasados. -
El comentario de Emily golpeó con precisión. Melcaris tuvo que volverse hacia uno de los esclavos, fingiendo darle instrucciones para disimular su evidente incomodidad. La Archimaga había tocado un punto sensible: le recordaba la humillante derrota de la Alianza Mercante frente a Itálica. Aunque fue una victoria costosa para ambas partes, Tiro había tenido que pagar una considerable indemnización, lo que debilitó su capacidad para mantener mercenarios. Y, por si fuera poco, Emily insinuaba que Itálica no solo vigilaba la recuperación de Tiro, sino que no les sorprendía en absoluto.
- Hablando de prosperidad, me temo que no hemos tenido ocasión de mostraros la variedad de tesoros que Tiro puede ofrecer. - Dijo Melcaris, aclarando suavemente la garganta: - Tal vez os interese asistir a una de nuestras subastas privadas. Algunas piezas le resultarían... fascinantes. -
“¿Cambiando de tema tan rápido?.” Pensó Emily con una sonrisa interior al notar que su anfitrión finalmente estaba retrocediendo. El momento era propicio para volver a la diplomacia, así que, con una curiosidad moderada, replicó:
- ¿Subastas privadas? Qué interesante. Itálica también tiene su tradición en cuanto a coleccionar objetos valiosos, pero me intriga lo que Tiro podría ofrecer. ¿Qué clase de tesoros podríamos encontrar allí? -
- Oh, nada demasiado extraordinario. - Respondió Melcaris con un tono perfectamente controlado, dando a entender que solo deseaba ser amable e incluso disculparse por las insinuaciones anteriores: - Algunas piezas de arte, reliquias antiguas... Aunque, para una dama de vuestro refinado gusto, quizás algo más exclusivo llame vuestra atención. Se dice que entre los objetos hay ciertas... curiosidades traídas de tierras lejanas que podrían despertar vuestro interés. -
- Curiosidades... Qué fascinante. - Comentó Emily, esbozando una sonrisa: - Siempre he pensado que los objetos con alguna historia oculta son los más valiosos. Nunca se sabe qué secretos pueden esconder bajo la superficie. -
Melcaris guardó silencio unos instantes, como calibrando sus siguientes palabras, antes de volverse hacia uno de sus esclavos. Este le trajo una hermosa placa de marfil tallada, que servía como invitación a un evento privado. Era tan exquisita que por sí sola parecía una obra de arte. Y el hecho de que la tuviese lista de antemano dejaba en claro que este era su auténtico objetivo desde el inicio.
Emily comprendió que toda la conversación anterior solo había sido el preludio para llegar a este preciso momento.
- Tal parece que compartimos gustos similares, Dama Emily. - Dijo el Magistrado, extendiéndole la invitación con una amplia sonrisa: - Tal vez deberíamos contar con su distinguida presencia en nuestra próxima subasta. Después de todo, no es frecuente que una invitada tan especial como usted se cruce con estos... tesoros. -
- Sería un honor. Estoy segura de que encontraré algo... que despierte mi interés. - Respondió Emily, tomando la placa con elegancia antes de entregársela a su anciana asistente.
- Entonces quedamos a la espera de vuestra presencia. Estoy seguro de que será una experiencia... reveladora para ambos. - Dijo Melcaris, con emoción contenida.
- Lo espero con ansias. - Asintió Emily, manteniendo su sonrisa: - Siempre es gratificante descubrir qué se oculta tras lo que a simple vista parece ordinario. -
Ambos continuaron intercambiando cortesías y cerraron algunos acuerdos comerciales, manteniendo la apariencia de una reunión cordial. Finalmente, Emily se despidió del patriarca, quien la invitó a descansar en los aposentos privados que había preparado para ella.
******
Tras la despedida con Emily, el Magistrado Melcaris esperó unos momentos antes de retirarse de la sala. Entonces se dirigió hacia una de las paredes ornamentadas con escenas heroicas y, tras pulsar un mecanismo oculto entre las intrincadas filigranas, una sección de mármol se deslizó silenciosamente, revelando un pasadizo secreto. Con pasos apresurados, el patriarca de los Baalzar se adentró en la penumbra y avanzó por un pasillo de piedra que conducía a un pequeño cuarto de observación.
Allí lo esperaba un hombre de imponente presencia: Asdrúbal, el líder de la familia Ziran, otro de los cuatro clanes más poderosos de Tiro. Aunque apenas diez años más joven que Melcaris, la diferencia entre ambos era abismal. Mientras el patriarca de los Baalzar era un comerciante de piel pálida y manos acostumbradas al lujo, Asdrúbal era un guerrero curtido en batalla. Su musculoso cuerpo, marcado por cicatrices, estaba cubierto de tatuajes tribales que contrastaban con su piel bronceada por el sol. Sus cabellos y barba, trenzados con precisión, le otorgaban una apariencia feroz y calculadora, y su porte transmitía una autoridad indiscutible.
- Ya se ha ido - Anunció Melcaris con una sonrisa tensa, intentando ocultar su incomodidad.
- Ha sido una conversación interesante. - Dijo Asdrúbal, sin molestarse en voltear del todo, sus ojos clavados en la sala desde la que observaba a través de una pequeña rendija en la pared.
- Lo hice bien, ¿no es así? - Preguntó Melcaris con una mezcla de inseguridad y servilismo mientras se acercaba.
- Bien… - Asdrúbal giró lentamente hacia Melcaris, con una sonrisa burlona: - Si por “bien” te refieres a que has caído en su trampa, entonces sí. Lo has hecho muy bien. -
La expresión de Melcaris se endureció levemente, pero no se atrevió a replicar de inmediato. Sabía cuál era su lugar. Aunque para el pueblo en general el poder político de Tiro parecía equilibrado entre las facciones de las cuatro grandes familias, en secreto, el clan Ziran había ejecutado numerosas maniobras encubiertas, logrando monopolizar meteóricamente los cargos más importantes del gobierno en los últimos cinco años. Así, se habían convertido en la fuerza dominante de la Alianza Mercante.
Por supuesto que las demás familias intentaron unirse para detenerlos, pero descubrieron demasiado tarde que casi todos los mercenarios que habían contratado se habían alineado con los Ziran, sin importar cuánto dinero les ofrecieran las otras facciones. Nadie esperaba semejante lealtad de guerreros acostumbrados a pelear por el mejor postor, pero, de alguna manera, ocurrió. Eso significaba que actualmente el noventa por ciento de las fuerzas armadas de Tiro estaban bajo el control de los Ziran.
Por esta razón, aunque Melcaris era mayor y seguía siendo el líder de los Baalzar, no tenía otra opción que inclinarse ante la familia Ziran. No es que estuviera completamente en desacuerdo con ellos; Después de todo, sus objetivos coincidían en muchos aspectos con los suyos. Sin embargo, lo que predominaba en él era el miedo. Asdrúbal había demostrado ser el hombre más astuto y peligroso de todo Tiro, y, como muchos otros, Melcaris optó por obedecerlo en secreto en lugar de enfrentarlo.
- He estado trabajando durante años para atraer a los Asturias. - Se justificó Melcaris por fin: - Tantos tratos, tantos sacrificios... Incluso llegué a perder dinero a propósito solo para que esa mujer viniera aquí. Finalmente, lo he conseguido. ¿Por qué dices que yo he caído en su trampa? En lugar de eso… -
- ¿Realmente crees que ella ha venido a Tiro solo por tus intrigas comerciales? - Interrumpió Asdrúbal, como si estuviese hablando con un estúpido.
Melcaris lo miró, desconcertado.
- Esa mujer. - Continuó Asdrúbal, acercándose lentamente: - No está aquí por tus pequeños juegos de intercambios comerciales. Ella es parte del Manto Oscuro, la organización de espionaje más temida de Itálica. -
El rostro de Melcaris se contrajo en una mezcla de horror y sorpresa. Su mente intentaba asimilar lo que acababa de escuchar.
- ¿El Manto Oscuro? ¿Por qué no me lo dijiste antes? - Preguntó el Magistrado, considerablemente alarmado
- Porque si lo hubieras sabido, quizá hubieses cometido algún error, algo que la habría alertado. - Respondió Asdrúbal fríamente: - Ella está aquí porque quiere estarlo, y solamente está fingiendo que se ha dejado engañar por ti. Afortunadamente, gracias a tu arrogancia, has sido la carnada perfecta. -
Melcaris tragó saliva con dificultad. Ahora comprendía cuán profunda era la red de Asdrúbal y cuán poco control había tenido en toda esta situación. No era extraño que, aunque su anciano padre todavía fuese el líder del clan Ziran, hubiese convertido al joven Asdrúbal en el líder de facto de toda su facción. Melcaris realmente creía que había conseguido engatusar a los Asturias para que viniesen a Tiro, pero resultó que era Emily quien lo estaba usando para infiltrarse.
- ¿Entonces qué hacemos? ¿Debo... deshacerme de ella? - Preguntó, con un tono titubeante.
Asdrúbal lo miró con frialdad.
- Ni se te ocurra tocarla. - Le advirtió con una nota amenazante en la voz: - No podemos darles a los itálicos ningún motivo para sospechar de nosotros antes de que estemos listos. Al contrario, debes asegurarte de que no le suceda absolutamente nada. Si Emily Asturias se va de Tiro con un solo rasguño, las facciones de su Senado podrían dejar de lado sus conflictos internos para unirse contra nosotros. No debemos hacer nada para impedir que estalle una guerra civil en el Imperio, pues ese será el mejor momento para atacarlos. -
- ¿Entonces por qué querías que ella viniese aquí? - Preguntó Melcaris, completamente perdido.
Asdrúbal esbozó una sonrisa siniestra, acercándose aún más a Melcaris, hasta que estuvieron cara a cara.
- Emily Asturias no ha venido aquí a charlar sobre comercio. Ha venido por uno de los tesoros que subastaremos. No sé cuál, pero estoy seguro de que intentará hacerse con él, ya sea comprándolo o robándolo. Y tu trabajo será asegurarte de que eso no suceda... sin que ella lo note. Quiero que vigiles cada uno de sus movimientos y que coordines a tus hombres con los míos. Nadie debe saberlo, ni siquiera ella. -
Melcaris, todavía intentaba comprender todo lo que estaba escuchando, pero asintió con nerviosismo.
- ¿Y qué hacemos si lo intenta? - Preguntó, su voz apenas un susurro.
- Si intenta llevarse algo, me lo comunicas de inmediato. Pero recuerda, Melcaris: no la toques. No quiero que Itálica tenga excusa alguna para intervenir antes de tiempo. -
El patriarca de los Baalzar se inclinó levemente en señal de comprensión y obediencia, pero no podía evitar sentir una creciente inquietud. ¿Qué clase de tesoro podría interesar tanto al Manto Oscuro como para enviar a uno de sus agentes a Tiró? Y lo más importante: ¿qué tenía planeado Asdrúbal?
El líder de los Ziran le dirigió una última mirada, su sonrisa cómplice era tan peligrosa como el filo de una espada.
- Ahora ve, Melcaris. La subasta será dentro de poco, y quiero que todo esté bajo control. -
- Como desees. - Respondió Melcaris antes de dar media vuelta y salir del cuarto secreto.
Asdrúbal lo observó marcharse con una expresión calculadora. Todo iba según lo previsto. La llegada de Emily Asturias solo era una pieza más en el tablero, y pronto, tanto Tiro como Itálica, conocerían la verdadera magnitud de sus preparativos.
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Emily entró a sus aposentos con paso firme, seguida por sus cinco fieles seguidoras. La estancia, majestuosa y opulenta, reflejaba la riqueza y el poder de los Baalzar. Alrededor de la gran cama adornada con suaves sedas y cortinas traslúcidas, había otras más pequeñas dispuestas para sus criadas. Una chimenea crepitaba suavemente, llenando el aire con un aroma a maderas exóticas. En un rincón, un baño privado con una piscina de agua humeante prometería el alivio del calor del día. Desde las ventanas, el crepúsculo teñía de dorado y púrpura la ciudad portuaria y el vasto mar que se extendía hasta el horizonte, casi fusionándose con el cielo mientras el sol se escondía lentamente.
Emily, sin volverse, observó el panorama durante un instante, y luego, con voz autoritaria, rompió el silencio.
- Prepárenlo todo. Esta noche quiero pasear por la ciudad. - Ordenó, cortante: - Avisen al señor de la mansión, que se disponga una escolta y la litera. -
Las doncellas, al oír la orden, intercambiaron miradas de alarma, pero no perdieron tiempo en actuar. En cuestión de segundos, la habitación se llenó de murmullos y el suave pero frenético sonido de sus pasos. Los cofres se abrieron, las telas se desplegaron y las joyas tintinearon mientras seleccionaban el atuendo adecuado para la ocasión, porque una mujer de tan noble alcurnia no podía arriesgarse a dejarse ver vistiendo otra cosa que no fuesen las prendas más lujosas. El caos organizado que se generaba por la prisa de las doncellas resonaba como una orquesta apresurada, mientras sus manos recorrían el equipaje y los detalles de su vestimenta.
Mientras tanto, Emily se mantuvo tranquila, apoyada en el borde del escritorio, observando la frenética actividad a su alrededor. Sin que ninguna de ellas lo notara, dejó caer la placa de marfil sobre la superficie pulida de la mesa. Con un movimiento calculado, deslizó el objeto sutilmente, hasta que llegó a las manos de la anciana, quien lo atrapó con una agilidad sorprendente para su avanzada edad. El movimiento fue casi invisible, calculado, un acto que solo la experiencia y el dominio sobre sí misma pudieron ejecutar.
- ¡Vieja inútil! - Gritó Emily, girándose repentinamente hacia la anciana: - ¿Qué haces ahí, perdiendo el tiempo como una idiota? Ve a preparar las sales para mi baño. Quiero lucir perfecta para cuando salga. -
La anciana, temblorosa, pero manteniendo su semblante sumiso, hizo una torpe reverencia y se retiró rápidamente hacia el baño, tropezando varias veces en su apresurada huida. Al poco tiempo había desaparecido tras las cortinas que separaban la estancia del baño privado.
Una vez que la anciana se fue, las doncellas continuaron con sus trabajos, ahora aún más tensas tras presenciar el estallido de su señora. Emily se mantenía en su posición, observando cada movimiento con la calma de quien está acostumbrada a tener todo bajo control.
Pasaron unos minutos de actividad silenciosa, hasta que una voz temblorosa, la de la anciana, se oyó desde el otro lado del umbral.
- Mi señora, el baño ya está preparado. Las sales y fragancias están listas, tal como habéis ordenado. -
Al escuchar el aviso, Emily asintió con gesto imperceptible y se dirigió hacia el baño, seguida de sus cuatro doncellas. Las cuatro jóvenes se apresuraron a llenar la gran tina de piedra con agua caliente, hasta que el vapor empezó a inundar el ambiente, envolviendo el cuarto de baño en una bruma cálida y fragante. El aroma de hierbas, aceites y exóticos flotaba en el aire, dándole un toque de opulencia a la ya lujosa estancia.
Con la calma característica de quien está acostumbrada a ser servida, Emily se permitió entrar en el espacio íntimo del baño. Sus doncellas la rodearon en silencio, ayudándola con delicadeza a despojarse de sus vestiduras. Cada gesto era preciso, casi ritual, mientras la ropa caía suavemente al suelo, dejando al descubierto su piel perlada bajo la tenue luz que lograba atravesar el vapor. La hermosa Archimaga cerró los ojos mientras disfrutaba ser acicalada, aparentemente distraída, pero sabía claramente lo que estaba sucediendo a su alrededor.
Detrás de los muros, en los pasillos secretos, los espías que la vigilaban tragaron saliva, cautivados por la escena. Aunque el vapor dificultaba una visión clara, la figura de Emily era suficiente para atraparlos en un trance involuntario. Estaban tan cautivados por su belleza que nadie notó la ausencia de la anciana, cuyas maniobras habían sido tan sutiles como las de su ama.
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Las calles de Tiro seguían palpitando de vida incluso bajo el manto de la noche. Los mercados y bazares permanecían repletos de comerciantes, ofreciendo productos bajo la luz de lámparas de diseño exótico, algunas flotando misteriosamente en el aire, mientras otras emanaban destellos de colores vibrantes. En cada esquina, los sonidos de música y risas se mezclaban con el murmullo de las multitudes. Artistas callejeros, magos y alquimistas se afanaban en demostrar sus habilidades, cautivando a quienes pasaban cerca con ilusiones y artefactos fascinantes. A lo lejos, entre el bullicio, se vislumbraban las luces tenues de las tabernas y los prostíbulos, que ofrecían sus propios placeres a los caminantes nocturnos.
El palanquín, transportado por ocho esclavos musculosos, se deslizaba con elegancia por las calles, manteniendo un ritmo constante. Dentro, envuelta en la privacidad del vehículo, Emily observaba las ventanas cerradas con un suspiro. Aunque el sol se había ocultado hacía horas, el calor sofocante de aquel país aún se aferraba al ambiente y con mucha más tenacidad que en el Imperio Itálico. Nada le hubiera gustado más que abrir todas las ventanas para dejar entrar una brisa refrescante, pero sabía que debía soportar esa incomodidad para cumplir con lo que venía.
A su lado, la anciana que había recibido sus reproches más temprano estaba sentada en silencio. La mujer, con su rostro arrugado y sus movimientos torpes, parecía totalmente inofensiva. Emily la miró por un instante sin decir una palabra, pero entonces, tomando un respiro, se disculpó en un tono sorprendentemente suave, casi reverencial, tan diferente del grito que había usado antes.
- Lamento haberte gritado de esa manera. -
La anciana la miró sonriendo, y cuando habló, su voz resonó con un tono cálido, melodioso, que no correspondía a su apariencia.
- No te preocupes, hermana. Todo es parte de la misión. -
En ese preciso instante, una distorsión apenas perceptible rodeó el cuerpo de la anciana, y su figura se transformó. La vieja de aspecto rudo desapareció, dejando en su lugar a una joven adorable de estatura baja, con un largo cabello castaño que caía en suaves ondas. Su rostro delicado y dulce evocaba la imagen de una niña indefensa, el tipo de persona que uno querría proteger a toda costa. Sin embargo, sus ojos traicionaban esa ternura.
Era la Dama Cecilia, una de los tres Maestres del Manto Oscuro. A pesar de su apariencia aparentemente inofensiva, era una asesina despiadada, capaz de manipular y matar sin remordimientos, lo que hacía aún más desconcertante el contraste entre su aspecto y su verdadera naturaleza.
- Aquí tienes. - Dijo Cecilia, extendiendo la placa de marfil hacia Emily: - No tiene ningún encantamiento, ni para espiar ni para seguirte. Lo he verificado meticulosamente. Aunque, claro, no esperaba algo tan obvio desde el principio. Pero siempre es mejor no correr riesgos cuando.... -
Emily la interrumpió antes de que continuara.
- ¿No sería mejor colocar una barrera mágica de insonorización antes de hablar? - Preguntó, con la intención de proteger la conversación.
Cecilia se negó con una leve sonrisa, casi maternal en su dulzura, aunque su mirada seguía siendo astuta como la de una serpiente.
- Eso sería subestimar a nuestro enemigo. - Respondió: - Los espías de la Alianza Mercante de Tiro ya nos siguen. Si colocamos alguna defensa mágica, lo notarán de inmediato. La mejor opción es hablar aquí, en movimiento, mientras los sonidos de la ciudad nos envuelven. Nos protegerán mejor que cualquier barrera. -
Emily asintió con respeto, impresionada por la habilidad de Cecilia.
- Eres increíble, hermana. -
- Tengo demasiada experiencia infiltrándome en naciones enemigas. A veces, los trucos más antiguos son los más eficaces. -
Cecilia ajustó su posición en el asiento y comenzó a hablar con calma.
- Ya hemos confirmado que la familia Ziran ha tomado el control de Facto en Tiro. Están planeando un ataque contra el Imperio Itálico, seguramente inmediatamente después de que termine la Guerra Civil entre los príncipes. -
Emily asintió lentamente, recordando en voz alta lo que el general Aurelio Asturias le había contado sobre la primera guerra entre la Alianza Mercante de Tiro y el Imperio Itálico. Con voz suave comenzó a relatar lo que sabía:
- Mi suegro dijo que fue un conflicto largo, agotador para ambos pueblos. Todo empezó cuando Itálica se apoderó de Icursa, una ciudad muy importante en una gran isla. El problema era que en este territorio ya existían varias colonias fundadas por los tirios, quienes de por sí aspiraban a controlar toda la isla, incluyendo a Icursa. Por eso la guerra se volvió inevitable. Tiro dominaba las aguas con su poderosa flota, mientras que Itálica poseía el ejército terrestre más poderoso. Como el escenario de la guerra era una isla, ambos bandos quedaron atrapados en un estancamiento: La flota de Tiro siempre ganaba las batallas navales, pero Itálica vencía en las batallas campales. Al final todo se redujo a una serie de sangrientos asedios aparentemente interminables. La guerra se prolongó durante años, sin que ninguna de las dos naciones lograra imponerse del todo, hasta que, finalmente, los tirios decidieron rendirse. -
Emily hizo una pausa antes de continuar.
- Mi suegro dijo que el principal motivo para la rendición de la Alianza Mercante era que nuestros pueblos tenemos formas muy diferentes de entender la guerra. Para los tirios, la guerra es solo un medio para obtener beneficios, un negocio más. Cuando ven que pueden lograr un acuerdo comercial que les sea favorable, no tienen reparos en negociar la paz. La mayoría de sus victorias en esa guerra fueron en el mar, pero ¿qué pasa cuando hundes un barco enemigo? - Emily dibujó una sonrisa amarga en su rostro: - El botín, las riquezas, todo lo que podría haber sido útil, se pierde en el fondo del océano. Apenas obtendrían beneficios tangibles. -
Cecilia la escuchaba en silencio, asintiendo de vez en cuando mientras Emily continuaba su relato.
- Además, sus fuerzas terrestres, aunque formidables, estaban compuestas por mercenarios. Eran guerreros altamente capacitados, sí, pero que exigían sueldos exorbitantes. Mantener ese ejército resultaba cada vez más caro. Llegó un momento en que los tirios comenzaron a pensar que continuar la guerra sería un mal negocio y se convencieron de que, incluso si ganaban, al final resultaría mucho más caro que rendirse. Y así lo hicieron. -
La mirada de Emily se volvió más intensa mientras sus palabras se tornaban severas.
- Pero los itálicos vemos la guerra de un modo completamente diferente. Nuestra cultura es más agresiva, más implacable. La guerra no termina hasta que el enemigo ha sido completamente destruido o humillado. Además, nuestros legionarios cobran un sueldo mucho menor, pero tienen algo que los mercenarios no: patriotismo. Los itálicos arriesgan todo, no solo por el oro, sino por la gloria de la victoria. Por eso, cuando Tiro propuso la rendición, nuestras exigencias fueron desmedidas. No fue suficiente aceptar la derrota; los humillamos al exigirles una compensación económica absurda. Como sabes, eso solo fue el principio. La humillación no se detuvo ahí. -
Cecilia, con una sonrisa en los labios, intervino: - Te refieres a la Rebelión de los Mercenarios, ¿verdad? -
Emily asintió: - Exacto. Después de la guerra, Tiro decidió retrasar indefinidamente el pago de muchos mercenarios, en un intento desesperado de mitigar el impacto económico que sufrirían por el pago que tenían que hacernos. En respuesta, los mercenarios se rebelaron, atacando sus propias colonias en un sangriento levantamiento. De pronto, la Alianza Mercante de Tiro estaba desbordada con una guerra interna. Entonces nosotros aprovechamos esa debilidad. Nos apoderamos de varias colonias bajo el pretexto de que formaban parte de la indemnización. No lo hacíamos por justicia, sino porque sabíamos que Tiro no podía hacer nada para evitarlo. Literalmente, les robamos esas ciudades sin que nos dieran ningún motivo. -
Los ojos de Cecilia brillaron con satisfacción, aunque ambas sabían que la victoria había sido amarga: - Recuerdo haber oído que Aurelio Asturias, tu suegro, y otros senadores, como los Cornelios y los Emilianos, intentaron detener esa humillación excesiva, pero la sed de venganza del pueblo itálico era más fuerte. Nobles como Odón Ascher no dudaron en avivar las llamas del odio. -
- Esa intransigencia nos ganó enemigos poderosos. - Respondió Emily frunciendo el ceño por la alegría de su amiga: - Los tirios no olvidan, y la familia Ziran menos aún. Durante los últimos días de la guerra, su patriarca fue ascendido a general y lideró un devastador ataque preventivo contra nuestros puertos cuando estábamos construyendo una nueva flota. Hubo un momento en que se pensaba que Tiro podría haber recuperado la iniciativa, pero luego su consejo de guerra decidió rendirse. Para Ziran, esa decisión fue una traición. Creyó que aún podían ganar, y esa frustración quedó clavada en su alma. -
Cecilia asintió lentamente, midiendo cada palabra:
- Esa rabia alimentó su deseo de venganza, y la rebelión de los mercenarios solo agravó su furia. Muchos de esos hombres sirvieron fielmente bajo su mando durante la guerra contra nuestro imperio. Cuando Tiro decidió no pagarles, fueron sus propios antiguos compañeros de armas quienes se rebelaron. Para colmo de males, el consejo de guerra de la Alianza Mercante de Tiro le ordenó al general Ziran aplastar la insurrección, obligándolo a recurrir a métodos despiadados contra aquellos que alguna vez consideró hermanos. Ahora los Ziran no buscan solo venganza; quieren revancha total. -
- ¿Qué han estado haciendo para lograrlo? - Preguntó Emily intrigada.
Cecelia sonrió, pero guardó silencio por unos momentos antes de responder:
- De manera sutil, han estado cambiando la estructura del ejército de la Alianza Mercante de Tiro. Poco a poco incrementaron la cantidad de mercenarios, y no nos dimos cuenta porque los escondían en distintas colonias para no levantar sospechas. Pero su objetivo es claro: Transformar la Alianza en una potencia de tierra, capaz de enfrentarse a nuestras legiones en igualdad de condiciones. -
Emily se inclinó hacia adelante, pensando en todo lo que escuchaba y finalmente dijo: - Eso podría ser un problema, pero no sólo para nosotros. Aunque se fortalezcan en tierra, sacrifican su poder naval. Y sin su marina, tendrán dificultades para abastecer a sus tropas en las costas. -
- Se nota que tu suegro te ha enseñado bien. - Respondió Cecilia: - Eso mismo dijeron todos nuestros asesores militares: Con menos barcos y menos hombres hábiles en navegación, su capacidad para abastecer a sus ejércitos cerca de la costa se verá comprometida. -
- ¿Es por eso que estamos aquí? -
- Exactamente. - Confirmó Cecilia: - ¡Es por eso que estamos aquí! -
Cecilia hizo una pausa, sus ojos reflejaban la intensidad de lo que estaba por explicar. Emily, expectante, no apartaba la vista de ella.
- Durante la primera guerra entre Itálica y Tiro, nuestros espías del Manto Oscuro llevaron a cabo una operación que, si bien ha quedado casi en el olvido, podría cambiar el curso de lo que está por venir. Según el informe de mi predecesor, nuestros agentes se infiltraron en una base enemiga y lograron apoderarse de unos mapas de navegación extremadamente valiosos. No eran simples trazos de las rutas comunes que todos conocen, sino rutas secretas, detalladas, que los tirios habían estado trazando para llegar a las costas menos vigiladas de nuestro Imperio. -
Emily frunció el ceño. Las rutas navales eran vitales, sobre todo ahora que la flota de Tiro estaba disminuyendo en número y destreza. No es que uno pudiese navegar libremente por el mar, sino que se debía tener cuidado para evitar corrientes, tormentas, huracanes, remolinos y monstruos marinos. Generalmente, las flotas nunca se alejaban demasiado de la costa para poder escapar a tierra en caso de emergencia, pero incluso así siempre estaban vulnerables a algún desastre que pudiese destruir por completo a todos los barcos. De ahí que fuese imperativo saber por dónde era seguro navegar.
- Estos mapas. - Continuó Cecilia: - Eran esenciales para los tirios. Los estaban dibujando los cartógrafos marinos de Ziran en la misma isla de Icursa, aprovechando los años de guerra para asegurarse de tener un conocimiento perfecto de nuestras costas. Sabían que, si querían volver a tener una oportunidad contra nosotros, necesitarían dominar los mares de una manera más eficiente, llegando a nuestras costas por rutas que ni siquiera nosotros vigilamos. -
Emily asintió, comprendiendo la importancia de lo que Cecilia decía. El control de las rutas marítimas había sido siempre un punto fuerte de los tirios, pero si estos mapas caían en manos itálicas, cambiarían el equilibrio de poder en el mar. Y el premio era incluso mayor porque se trataba de rutas que ni los propios tirios conocían todavía.
- En su intento de llevar esos mapas a su capital. - Prosiguió Cecilia: - Los espías tirios encontraron su fin gracias a una tormenta repentina. ¡¿Puedes creerlo?! Los especialistas en navegación acabaron naufragando. Y en medio del caos, los nuestros, me refiero al Manto Oscuro, se lanzaron sobre ellos. Fue un golpe de suerte para nosotros. - Cecilia estaba sonriendo, pero de pronto dejó de hacerlo: - Lamentablemente, las cosas no salieron como estaba planeado. Para traer el mapa a Itálica, los agentes usaron un barco mercante camuflado para no llamar la atención. Pero la flota tiria interceptó el barco antes de que pudiéramos poner pie en nuestras costas. -
El relato de Cecilia se volvía más sombrío.
- El capitán del barco sabía que no tenía esperanzas de sobrevivir. El enemigo era superior en número y fuerza. Pero antes de que lo capturaran, arrojó al agua una botella con un mensaje. En él explicaba que había destruido el mapa original, pero había conseguido hacer una copia y la había ocultado en una de las muchas obras de arte que estaban en la bodega del barco. -
Emily alzó una ceja, sorprendida por la astucia del capitán: - ¿Obras de arte? -
Cecilia asintió, esbozando una sonrisa apenas perceptible. - Sí, eran la típica fachada que usaban nuestros predecesores. El barco no llevaba solo mercancía ordinaria; estaba cargado con esculturas, cuadros, y joyas de gran valor. Los tirios tomaron el botín, pero no sabían que en una de esas piezas se encontraba el mapa que el general Ziran tanto quería. Solo recientemente se han dado cuenta de que han tenido algo mucho más valioso de lo que pensaban en su poder durante todos estos años. -
- ¿Y cómo lo descubrieron? - Preguntó Emily, cada vez más intrigada.
- Ha pasado mucho tiempo. - Respondió Cecilia: - Esto ocurrió incluso antes de que Cándido se volviese Gran Maestre y por aquel entonces la orden no tenía tanta experiencia en evitar que la información se filtrase. Además, el general Ziran, y ahora su hijo Asdrúbal, no han dejado de buscar noticias al respecto. Al parecer, uno de sus navegantes, un hombre que se ha ganado la confianza de la familia Ziran, estudió la carga recuperada de aquel barco. Ahora, Tiro tiene conocimiento de la existencia de esa copia del mapa; solo que no saben en cuál de las cientos de obras de arte que tienen en su poder está escondida. - Luego añadió con un susurro: - Nosotros sí lo sabemos, porque recuperamos la botella con la nota del capitán. -
Emily asintió lentamente, reconociendo la gravedad de la situación.
- Entonces, por eso me han “invitado” a esta supuesta subasta. De algún modo han averiguado que soy del Manto Oscuro y quieren que, al intentar robarla, les revele dónde está el premio. - Hizo una breve pausa antes de continuar: - Así que nuestro objetivo es claro. -
- Exactamente. - Afirmó Cecilia, su mirada aguda: - Tenemos que apoderarnos de ese mapa. Contiene rutas marinas que incluso los navegantes actuales de Tiro desconocen. Tenerlo nos daría una ventaja estratégica enorme. No solo podríamos anticipar sus movimientos, sino que nuestra propia flota podría vigilar mejor todas las posibles rutas por donde podrían intentar reabastecer a sus tropas. Sería un golpe maestro en caso de que la Alianza Mercante nos declare la guerra. -
- Solo tenemos que encontrar la manera de robarlo en una subasta vigilada por los mejores espías de esta ciudad, que ya saben de antemano lo que planeamos hacer. - Dijo Emily sonriendo con ironía y luego añadió bromeando: - Bueno, siempre hay una primera vez para todo. -
Cecilia también sonrió, pero respiró hondo antes de añadir.
- Si no podemos robar el mapa, entonces lo destruiremos. No podemos permitir que caiga nuevamente en sus manos. Con una flota tiria reducida, lo último que necesitamos es que obtengan la ventaja que esas rutas les darían. Cuanto menos puedan abastecer a sus ejércitos, es mejor. -
Emily se inclinó hacia adelante: - ¿Dónde está el mapa y cuál es el plan? -
Cecilia se inclinó, y en un susurro, comenzó a explicarle lo que harían.
Mapa de las rutas marinas
Hola amigos. Soy Acabcor de Perú, y hoy es jueves 24 de octubre de 2024. Disculpen por la demora.
Estoy sufriendo un fuerte resfriado, así que será breve. Espero que disfruten este capítulo. Tengo una pequeña preocupación: uno de los principales patrocinadores de la novela se retiró. Le agradezco mucho su apoyo hasta ahora, pero no puedo evitar sentir un poco de inquietud. ¿Será que la novela ya no resulta tan entretenida? Agradeceré muchos sus comentarios; siempre me ayudan a mejorar.
Y espero que les gusten las imágenes.
¡Nos vemos en el siguiente capítulo!