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No muy lejos de la famosa Torre de Tokio, junto a un restaurante de cinco estrellas, una escuela, una estación de radio y hasta una embajada, se alza un discreto conjunto de edificios que suele pasar desapercibido. Entre ellos se ocultan numerosos pequeños santuarios [1] esparcidos por todo el lugar.
Uno de ellos tenía como único acceso un camino sinuoso que seguía la dirección de la carretera. Era tan estrecho que cualquiera podría pasarlo por alto fácilmente. De hecho, la mayoría de las personas no se percataba de que estaban en el sendero hasta que veían la puerta Torii, señalando el inicio del territorio de culto. Y casi nadie se animaba a subir los más de 200 escalones hasta la cima.
¡Todos pensaban que el esfuerzo era demasiado para visitar un santuario más, sobre todo cuando había tantos otros cercanos y mucho más accesibles!
Pero quienes lo intentaban descubrían un hermoso Honden, o Salón Principal, dedicado a la veneración de la deidad local. Además, todo el santuario estaba rodeado de árboles frondosos que, aunque no eran tan altos como los de una Reserva Natural, sí conformaban un pequeño reducto de naturaleza que ocultaba el recinto de la vista. Era bastante estético y trasmitía una constante sensación de paz y tranquilidad.
No muy lejos del edificio principal se alzaba una pequeña y encantadora cabaña, destinada a que los miembros del santuario se cambiaran de ropa. Allí también se guardaban los objetos de uso diario y servía de vivienda para el personal permanente.
Dentro de una de las habitaciones, la sacerdotisa Mariya Yuri se estaba vistiendo.
Las prendas tradicionales que debía utilizar para su oficio no eran fáciles de vestir ni de llevar: Primero venía el Kosode, la bata ceremonial; luego el Furisode, un kimono de mangas largas que colgaban de las muñecas; y finalmente, el Hakama, un pantalón largo de color escarlata hecho con telas gruesas que debía ajustarse perfectamente. Cuando finalmente estuvo lista, Yuri se contempló en el espejo para asegurarse de que no hubiera el más mínimo defecto.
Yuri era una joven de gran belleza. Su cabello, de un tono castaño profundo casi negro, recordaba al de las cuentas oscuras que algunos sacerdotes solían portar. No lo teñía: era el color que había tenido desde el día en que nació. Al principio le molestaba un poco, porque atraía muchas miradas, pero ahora se había acostumbrado.
Sin embargo, aquel día prometía ser distinto de lo ordinario, y desde el primer instante, pequeñas señales parecían advertirle que nada transcurriría con normalidad.
La más clara de ellas ocurrió mientras realizaba los últimos ajustes de su vestimenta ceremonial: un chasquido llamó su atención y descubrió que uno de los dientes de su peineta se había quebrado. En Japón, un detalle así siempre se interpretaba como un augurio de problemas por venir, y Yuri sintió un leve escalofrío recorrerle la espalda.
—… ¡Qué desfavorable! ¡Quiera Kami-sama que nada muy malo suceda! —susurró Yuri en voz muy baja.
Si ella fuese una chica común y corriente, este incidente apenas habría merecido unos momentos de su tiempo antes de pasar al olvido. Pero Yuri no era una persona ordinaria y, en realidad, sentía que había motivos para investigar más a fondo, con el fin de prevenir que algo funesto acabase conjurándose.
Por ello, tras terminar de vestirse, Mariya Yuri salió de la cabaña y emprendió el camino hacia el edificio principal, decidida a iniciar su investigación. En su recorrido se cruzó con distintos tipos de personas, mayormente sacerdotes, monjes y otros habitantes del lugar.
Y cada uno se inclinó reverentemente a su paso.
Para un recién llegado, aquel trato podría parecer excesivamente respetuoso hacia una joven de apenas quince años, incluso si se trataba de una sacerdotisa. Pero Mariya Yuri no era alguien común: ostentaba la posición más honorable y elevada en todo el Santuario Nanao Jinja.
—… ¡Oh! ¡Miko-Hime[2]! ¡Es un gusto conocerla! Si tiene tiempo… ¿podríamos conversar un rato?
En medio de tanta reverencia, una voz rompió la solemnidad del momento con un saludo frívolo e inesperado. Aunque el desconocido empleó el título formal de “Princesa Sacerdotisa” para dirigirse a ella, su tono no contenía el menor indicio de respeto genuino; más bien recordaba al de un payaso improvisado irrumpiendo sin aviso.
El desconocido avanzó lentamente hacia Yuri, aparentemente inmune a las miradas desaprobatorias de los presentes, que no aprobaban la atrevida manera en la que se había dirigido hacia ella. Sin embargo, Yuri no permitió que el orgullo nublara su juicio y advirtió casi de inmediato un detalle inquietante: aquel hombre no producía el más mínimo sonido al caminar, aunque sus botas de cuero pisaban con firmeza la fina grava que cubría el acceso al Gran Salón, como si desafiara las leyes mismas de la física.
De inmediato comprendió que no tenía delante a alguien ordinario. Así que hizo un gesto discreto, pero firme, para que los presentes se apartaran y le permitieran atender al visitante. Algunos de los más jóvenes vacilaron apenas un segundo, una reacción instintiva, pero enseguida se contuvieron. Todos sabían lo crucial que era la disciplina y respetaban la autoridad de Yuri. Además, confiaban en su prudencia: si había decidido recibirlo, no era por simple capricho.
—… Es un placer conocerle. ¿Puedo preguntar por su nombre? —dijo Yuri en cuanto quedaron a solas.
—Ah, por favor, discúlpeme por la tardía presentación. ¿Dónde están mis modales? Mi nombre es Amakasu, Amakasu Tōma —respondió el hombre, sacando una tarjeta de uno de sus bolsillos y extendiéndosela con gesto ceremonioso—. En primer lugar, es un honor estar frente a una elegante Hime-Miko como usted. Espero que podamos llevarnos bien.
Yuri aceptó la tarjeta y le dio un vistazo rápido. El nombre Amakasu Tōma estaba impreso con claridad, acompañado de una fotografía tomada hacía algunos años. Sin embargo, lo que realmente atrajo su atención fue el sello institucional en la parte inferior: la COMISIÓN DE COMPILACIÓN HISTÓRICA.
—Sea bienvenido. Tengo curiosidad por saber qué asuntos traen a un miembro de la Comisión hasta este humilde santuario —respondió Yuri, dejando ver un matiz de recelo en su voz.
El aspecto de Amakasu resultaba tan poco imponente como desconcertante. Llevaba un terno occidental gastado, casi desaliñado. Su rostro dejaba claro que no debía de haber pasado aún de los treinta, aunque las profundas ojeras y el aire enfermizo que lo rodeaba le arrebataban gran parte de su vitalidad. En resumen, todo en él invitaba a pensar que no podía tratarse de un funcionario importante.
Pero uno nunca debía juzgar un libro por su cubierta. En Japón, como en muchos países orientales, el Estado ejercía un férreo dominio sobre los asuntos culturales, religiosos e incluso mágicos. A diferencia de otros lugares del mundo, los magos japoneses se encontraban sometidos a la estricta vigilancia de una oficina gubernamental.
Amakasu Touma era un enviado de esa institución. Por eso Yuri tenía que ser muy cuidadosa a la hora de tratarlo o las consecuencias podían ser terribles.
—Un grave problema parece haber encontrado su camino hacia nuestras nobles costas. —explicó Amakasu con un tono que sonaba sobreactuado, aunque bajo esa pantomima se ocultaba una seriedad innegable que dejaba dolorosamente claro que hablaba en serio—. De hecho, podría tratarse del mayor desastre que nuestro país haya enfrentado jamás. Es un asunto de enorme complejidad, y por eso necesitamos de tu ayuda, aunque solo sea para aumentar un poco nuestras posibilidades de resolverlo. Lamento mucho los inconvenientes, pero espero que comprendas mi posición.
—Esta humilde sacerdotisa posee pocas habilidades —respondió Yuri con calma—. Me temo que no podré aportar gran cosa en semejante empresa.
—Eres demasiado humilde —respondió Amakasu con una ligera sonrisa—. Es cierto que entre los protectores de la región de Kantō existen órdenes sintoístas mucho más grandes y poderosas que las de Musashino. Pero incluso entre ellas, son muy pocos los que destacan tanto como tú en el análisis de la energía espiritual. Y, además, hay dos razones adicionales por las que fuiste elegida.
Japón siempre había contado con hechiceros, chamanes y espiritistas, que transmitieron sus saberes desde tiempos inmemoriales. Mariya Yuri era descendiente de esa tradición y miembro de los Guardianes de Musashino, una de las organizaciones que reunía a distintos grupos sintoístas para coordinarse en la protección de la región de Kantō y sus cuarenta y dos millones de habitantes. Fueron ellos quienes, a pesar de su corta edad, le otorgaron el título honorario de “Hime” y le confiaron responsabilidades mucho más serias que a cualquier otra sacerdotisa.
—Como Guardiana de Musashino, tus deberes también incluyen colaborar en las misiones de la Comisión de Compilación Histórica. Estoy seguro de que tienes muy claro qué es lo que nuestra nación espera de ti. Si tienes otras preguntas, guárdatelas por el momento y permite que termine.
—Sé cuál es mi deber. ¿Qué necesitan que haga?
—Sería de gran ayuda si te reunieras con un joven japonés y nos ayudaras a discernir su verdadera identidad. Su nombre es Kusanagi Godou, estudiante de preparatoria… Y sospechamos que se ha convertido en un verdadero Campione.
—… ¿Un… Campione?
—Es el título que los europeos usan para designar a los reyes demoníacos.
Las palabras la golpearon como un balde de agua helada. Yuri enmudeció, luchando por ordenar sus pensamientos, hasta que las fuerzas le fallaron y cayó de rodillas. Entonces, un recuerdo irrumpió en su mente: un par de ojos ardientes, salvajes, como los de una bestia hambrienta. Los mismos que había visto en aquel antiguo monstruo con el que se topó en su niñez, durante el momento más fatídico de toda su vida.
—Estoy seguro de que ya comprendes el primer motivo por el que te elegimos —continuó Amakasu—. Como conociste a Dyanstà Voban en tu infancia, probablemente seas la única capaz de confirmar si este joven también es un Campione.
—…Si por “Campione” te refieres a los crueles demonios de la mitología japonesa, a la reencarnación de un Rakshasa Raja[3], claro que puedo reconocerlo. ¡Pero ellos deben ser evitados a toda costa! No puedo creer lo que me dice. Para que un humano normal llegue a convertirse en uno de esos monstruos… ¿no tendría que matar a un Kami en combate? ¡Eso debería ser imposible!
Habían pasado cinco años desde entonces, pero Yuri todavía recordaba lo que había presenciado en un pequeño país de Europa del Este: el poder de un Campione.
Dyanstà Voban.
Tan solo mencionar aquel nombre bastaba para que los hechiceros más poderosos de Europa corrieran a ocultarse en algún remoto rincón, murmurando encantamientos para alejar el mal, como niños asustados.
Y Mariya Yuri jamás olvidaría esos ojos azul marino, que se encendían como los de un tigre en acecho cada vez que el demonio liberaba su poder. Más tarde, el miedo se transformó en puro terror al descubrir que aquel monstruo era capaz de reducir a cualquier ser humano a polvo… con una sola mirada.
—Honestamente, me siento igual que usted, Hime. Tampoco creo que Kusanagi Godou se haya convertido en un Campione… o mejor dicho, no quiero creerlo. —respondió Amakasu, encogiéndose de hombros con un gesto exagerado que, sin embargo, no lograba ocultar la seriedad en su voz—. El problema es que, con todas las pruebas reunidas hasta ahora, esa parece ser la única conclusión posible.
Hemos recibido un informe del propio Servicio de Inteligencia Italiano, compartido con la mayoría de los magos del mundo. Eso significa que la información viene directamente de los Concilios Superiores… y esos ancianos no mienten. Según el documento, en marzo de este mismo año Kusanagi Godou logró matar al dios de la guerra persa, Verethragna, en la isla de Cerdeña, y obtuvo las Autoridades de un rey demonio.
Desde entonces, abundan los reportes de su presencia en distintas ciudades de Italia. Y cada vez que aparecía, desastres de gran magnitud seguían sus pasos. Si no es el responsable directo, al menos está innegablemente vinculado a todos esos sucesos.
—Dígame, Hime… ¿ha oído hablar de la reciente tragedia en la Ciudad Eterna?
—¿Quieres decir que el ataque terrorista en el Coliseo Romano fue…?
—El día en cuestión, Kusanagi Godou llegó a Roma invitado por uno de los Caballeros más poderosos de la Orden de la Cruz de Cobre Negra: la joven Érica Blandelli. Y luego, tras regresar a Japón, parece haberse traído consigo una antigua reliquia sagrada…
—¡¿Una reliquia?! —exclamó Yuri con visible preocupación.
Y es que, como Hime-Miko, Yuri poseía una sensibilidad excepcional hacia las fuerzas espirituales, además de un sexto sentido extremadamente agudo. Apenas oyó mencionar la reliquia, algo en lo más profundo de su ser le advirtió que aquel objeto encerraba el potencial de provocar un desastre sin precedentes.
- Sobre Kusanagi Godou, me gustaría saber un poco más antes de conocerlo en persona. ¿El pertenece a algún clan que practica la magia antigua? ¿Era erudito de alguna clase de conocimientos arcanos o quizá algún típico de Maestro Marcial?
Yuri había reunido la determinación de seguir adelante con esta tarea sin importar los peligros, así que decidió averiguar más. Por supuesto que estaba aterrorizada, y si dependiese de ella elegiría alejarse lo más posible de un matador de dioses. Pero si no hacía esto, miles de millones podrían perder sus vidas o sufrir un destino incluso peor que la muerte. Siendo así, Yuri sintió que esta era una prueba que estaba destinada a enfrentar.
—Si hablamos de brujería oriental u occidental, ese joven era completamente ajeno a cualquier poder sobrenatural o conocimiento del tema. Tampoco practicó jamás ningún arte marcial, ni siquiera por curiosidad. Su familia, además, no podría ser más ordinaria: no desciende de ningún clan aristocrático, de una antigua línea de onmyōji ni de guardianes de reliquias. Nada que justifique, al menos desde nuestra tradición, que pudiera poseer una conexión especial con lo divino o lo demoníaco. —Amakasu dejó caer una carpeta sobre la mesa y la empujó hacia Yuri—. Mira la información que hemos reunido aquí.
Amakasu sacó un folder de su maletín y se lo entregó a Yuri. Ella comenzó a revisar los legajos que contenía: un informe oficial con toda la investigación del Gobierno sobre Kusanagi Godou, su carácter, su historia personal y familiar. En efecto, no había nada que hubiese llamado la atención de las autoridades hasta el año pasado, cuando viajó a Italia por primera vez. A partir de entonces su vida dio un giro inesperado y comenzaron a suceder una serie de acontecimientos tan vertiginosos como extraordinarios.
—…Si tuviera que señalar un detalle sobresaliente de su vida antes de esa presunta apoteosis, sería su breve paso como candidato en la liga juvenil de béisbol. Incluso estuvo a punto de ser inscrito como cuarto bateador suplente en el campeonato de Kantō.
—Lo siento, pero… ¿qué es ese campeonato de Kantō? —preguntó Yuri con cautela.
—Es una competencia de un juego estadounidense, donde compiten en su mayoría estudiantes de secundaria. Kusanagi Godou iba a participar, pero se lesionó el hombro en uno de los entrenamientos y por eso fue retirado.
—Ah… espera, no entiendo… ¿cómo terminó peleando con una deidad persa en plena isla de Cerdeña? El dios y el lugar no tienen ninguna relación.
—Eso fue obra de Alejandro Magno, el mayor conquistador de la Antigüedad y, para muchos, el más grande de los reyes. —explicó Amakasu mientras señalaba un mapa de Oriente Medio que venía incluido dentro del informe—. Sus hazañas militares hablan por sí solas: Consiguió dominar todo el mundo conocido, casi un cuarto de la esfera terrestre.
Pero, claro, una cosa es conquistar… y otra muy distinta, gobernar. A lo largo de la historia, los grandes generales han demostrado ser pésimos administradores de los territorios que conquistaron. Alejandro, sin embargo, fue una rara excepción. Parte de la razón por la que lo llamaron El Grande fue su visión de un Imperio Universal, donde griegos y persas convivieran, compartiendo y aprendiendo mutuamente lo mejor de sus culturas.
Lamentablemente, Alejandro Magno murió prematuramente, víctima de una enfermedad y sin un sucesor claro, por lo que su colosal imperio terminó fragmentándose. No obstante, su proyecto sobrevivió de otra forma: la cultura griega se difundió por todo el mundo antiguo en lo que llamamos el Periodo Helenístico, una de las épocas de mayor esplendor intelectual, artístico y filosófico de la humanidad.
En esos tiempos podías hallar esculturas helénicas en Egipto, templos griegos en Persia e incluso rastros de influencia en la India y más allá. —Amakasu sonrió con ironía contenida—. Claro que, así como exportaban sus costumbres, los griegos también absorbieron tradiciones de los pueblos conquistados. El resultado fue un mestizaje cultural que influyó incluso en la manera de concebir a los dioses y relatar los mitos.
Aunque cada pueblo veneraba a sus propias deidades desde tiempos inmemoriales, ciertos aspectos de algunos relatos comenzaron a resonar de forma similar, pese a pertenecer a culturas tan diferentes. En la tradición hindú, por ejemplo, Indra es el rey de los dioses guerreros y comparte varios rasgos con Verethragna. Y algo parecido ocurre con Heracles, cuando, ya convertido en un dios, luchó contra los gigantes: en ese relato se perciben ecos comunes tanto con Indra como con el dios persa.
¿Fue simple adaptación cultural? ¿O acaso los mitos, sin saberlo, evocan a una misma esencia primordial? Es imposible saberlo. Lo cierto es que los puntos en común existen. Y cuando Roma conquistó a los reinos helenísticos, heredó también ese legado: su arte, su cultura… y, desde luego, sus mitos.
Así que no debería sorprender que, en Italia acabaran estableciéndose devotos de Verethragna. Para los romanos, siempre dispuestos a amalgamar tradiciones, era natural tender puentes entre Oriente y Occidente.
—Por supuesto —añadió Amakasu con un dejo de sarcasmo—, todo esto puede sonar demasiado complicado para una persona promedio. Pero es la explicación más lógica de por qué una deidad aparentemente tan lejana terminó manifestándose precisamente en Italia.
Yuri escuchaba la explicación mientras seguía hojeando el documento. De pronto, sus ojos se detuvieron en la fotografía de una doncella de cabellos dorados. Su belleza era tan extraordinaria que incluso Yuri, siendo mujer, no pudo evitar sentirse impresionada pese a ser del mismo sexo. Era verdaderamente un deleite para cualquier mirada, como si de una obra de arte se tratase.
—Ah, esa chica es Érica Blandelli —comentó Amakasu con naturalidad—. Una auténtica prodigio tanto en la hechicería como en el manejo de la espada. Pertenece a una de las familias más antiguas y prestigiosas de Italia. Actualmente ha sido identificada como la amante de Kusanagi Godou.
—¡¿Amante?! —exclamó Yuri, como si hubiese escuchado la más atroz de las inmoralidades, y quedó sin aliento.
—Es probable que la Cruz de Cobre Negra comprendiera lo crucial que era establecer un vínculo estrecho con Kusanagi antes de que él mismo fuese plenamente consciente de su nueva posición. Por eso la enviaron a seducirlo. Fue un movimiento arriesgado, pues ella es una de las combatientes más poderosas de toda la Orden… pero el resultado habla por sí mismo. No se ha convertido oficialmente en su concubina, aunque ya prácticamente es un hecho consumado. —Amakasu suspiró, con una mezcla de ironía y resignación—. Tengo que elogiarlos por hacer sido tan decisivos para utilizar así a una chica como esa.
—¡¿La sacrificaron como una ofrenda para seducir a ese monstruo?! —la voz de Yuri tembló entre indignación y horror—. ¡Eso es demasiado descarado, inmoral y enfermizo! ¡Son unos malvados, todos y cada uno de ellos! ¡Entregar a una mujer sólo para ganarse el favor de un demonio…! —apretó los puños con fuerza, los labios crispados—. ¡Jamás lo permitiría! ¡Primero la muerte!
Con el corazón encendido, Yuri miró la fotografía de Kusanagi Godou con furia contenida.
«Aunque sea apenas una miko con escasa fuerza que oponer, nunca aceptaré someterme a un tirano como este», pensó con vehemencia.
No se percató de que aquella rabia, esa convicción nacida de la indignación, comenzaba a erosionar lentamente el miedo que sentía hacia el Campione.
—Por cierto, usted dijo que había dos razones para que me hubiesen elegido. ¿Puedo conocer la segunda?
—Por supuesto, aunque debo aclarar que esta vez se debe únicamente a una coincidencia… —respondió Amakasu.
Al oírlo, la Hime-Miko no pudo evitar pensar en lo misterioso que podía ser el destino. Nunca habría imaginado que ella y Kusanagi Godou compartían un mismo lugar en su vida cotidiana.
Habían pasado apenas unos días desde que regresó de Roma en secreto, una semana para ser exactos. Y en ese mismo momento Kusanagi Godou intentaba disfrutar de su tiempo libre.
Finalmente había conseguido superar los síntomas del desfase temporal al que su mente se vio sometida por culpa de haberse tenido que mover entre los continentes y su estado de ánimo también estaba mejorando e incluso pensó en dirigirse a dar un paseo al centro comercial más cercano. Sin embargo, justo al atravesar la puerta de su instituto, un recuerdo amargo lo golpeó: el Gorgoneion, la reliquia que la noche anterior había arrojado de mala gana en un rincón del armario. El bajón fue inmediato. Así que, tras soltar un suspiro derrotado, decidió dar media vuelta y regresar directamente a casa.
En realidad, lo primero que intentó hacer apenas pisó suelo japonés fue librarse de aquella maldita piedra. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Al final, gastó la mitad de un día sudando y devanándose los sesos en vano, pero ni siquiera consiguió hacer un rasguño sobre su superficie.
—Puede parecer una roca desgastada, pero no lo es. —le había advertido Érica Blandelli antes de despedirse—. Se trata de una cadena ininterrumpida de saber divino. Por eso, aunque adopte una forma material, en realidad es un objeto espiritual, imposible de destruir salvo en los fuegos del Tártaro… allí donde ni siquiera los Titanes pueden escapar.
«¡Estúpida piedra! ¡Estúpida cadena ininterrumpida de conocimiento! ¡Y más estúpido yo por dejarme arrastrar a esta situación absurda!» mascullaba Godou en su interior, maldiciendo la realidad mientras arrastraba los pies camino a casa.
La familia Kusanagi vivía en el distrito de Bunkyō, en la ciudad de Tokio. Su casa se encontraba en una calle comercial, convenientemente cerca de una estación de metro. En el pasado había sido una librería de segunda mano, propiedad de la abuela de Godou.
Tras la muerte de la anciana, el negocio empezó a decaer. En parte por el descuido, pero sobre todo porque cada vez más gente prefería los libros en formato digital. Al final, la librería terminó cerrando, aunque lo curioso era que desde entonces recibían más visitas ocasionales que en los tiempos en que la tienda seguía abierta, cuando podían pasar días enteros sin que entrara un solo cliente.
Quizá, si hubieran modernizado el negocio incluyendo cómics, manga u otros productos atractivos para las nuevas generaciones, habrían logrado mantenerlo a flote. Pero ni su abuelo ni su padre quisieron hacer ese tipo de estudios de mercado. No resultaba sorprendente que la tienda acabara hundiéndose, sobre todo porque la calle Sanchōme, donde vivían, resultaba poco atractiva para la juventud.
Así fue como, cuatro años atrás, la familia tomó la decisión de cerrar la librería “temporalmente” y jamás volvieron a plantearse reabrirla.
Por supuesto, durante buena parte de su vida Godou no fue consciente de que vivía en un barrio algo anticuado. Al fin y al cabo, siempre había estado allí, aunque más de una persona se lo había señalado en alguna ocasión. Para cualquiera que lo visitara por primera vez, la diferencia era evidente: las calles transmitían una sensación de haberse detenido en el tiempo, como si uno hubiera retrocedido varias décadas en la historia de la ciudad.
La arquitectura de los edificios, incluida la de su propia casa, evocaba claramente el periodo Shōwa, anterior a la Segunda Guerra Mundial: construcciones de madera mezcladas con estructuras de concreto, todas intentando preservar un aire tradicional.
Hasta entonces, Godou apenas había reparado en ello. Pero todo cambió tras su primer regreso de Italia. Después de haber caminado entre los templos majestuosos, las plazas abiertas y las avenidas monumentales de Roma, el contraste se volvió imposible de ignorar. Su propio barrio le pareció reducido, modesto, casi provinciano en comparación: pocas casas superaban un piso, no había edificios modernos a la vista y la mayoría de las fachadas seguían siendo de madera.
La mayor parte de los vecinos habían llegado desde otros distritos urbanos, buscando un lugar más tranquilo donde vivir sin abandonar la ciudad. Para ellos, aquella calle era un pequeño refugio; para Godou, desde entonces, un recordatorio constante de lo distinto que podía ser el mundo más allá de Japón.
—Bienvenido a casa, oni-chan… Qué raro verte tan temprano hoy.
Godou escuchó la voz detrás de él, pero no necesitaba girarse para saber quién era. Incluso sin el «oni-chan», reconocería de inmediato el tono de alguien con quien había compartido más de una década bajo el mismo techo.
—¿Por qué hablas así, Shizuka? —replicó con una sonrisa cansada—. ¿No crees que eres un poco injusta? He estado llegando temprano todos estos días, pero me hablas como si fuera alguien que disfruta quedándose fuera hasta medianoche a propósito.
—Cierto, pero solo estos últimos días. —Shizuka lo fulminó con una mirada de leve descontento—. El sábado pasado desapareciste sin que te viéramos salir y no volviste hasta la noche del domingo. Encima faltaste a la escuela el lunes porque no te sentías bien. ¿Dónde estuviste y qué estuviste haciendo?
Kusanagi Shizuka tenía catorce años, cursaba el tercer año de secundaria y era dos años menor que Godou. En ese momento no llevaba el uniforme escolar, sino ropa ligera de andar por casa. En sus brazos cargaba una bolsa de tela repleta de leche, pescado y otros comestibles. Probablemente había llegado temprano, se había cambiado y luego salido otra vez a comprar los ingredientes de la cena.
Ahora, por pura coincidencia, los dos hermanos se habían encontrado en el camino de regreso al hogar.
—¿No hemos hablado ya de esto? Un amigo me pidió ayuda con un proyecto y, como resultó ser más complicado de lo esperado, terminé quedándome a dormir para terminarlo al día siguiente… ¿Cuántas veces tengo que repetirlo?
Desde que regresó de Italia, Godou había estado repitiendo la misma excusa una y otra vez. Sabía que era vaga, pero no quería entrar en detalles; además, había tenido suerte: su hermana estaba demasiado cansada por los estudios la noche de su partida, y ni ella ni su abuelo se dieron cuenta de que salió en secreto el viernes. Así pudo venderles la historia de que ayudaba a un compañero recién ingresado a la universidad en la carrera de arquitectura, quien necesitaba terminar una compleja maqueta.
—Así que estuviste ayudando a un amigo… Ya veo… ¿un amigo, eh?
—Sí, necesitaba cortar muchos materiales para armar una maqueta a escala del Coliseo Romano, y nos llevó mucho más tiempo del que esperábamos.
—Qué interesante… Y también curioso que nunca hayamos conocido a ese amigo arquitecto tuyo.
—Aún no es arquitecto; recién ingresó a la universidad.
—Mmm… Qué curioso. Y qué buen amigo eres para ir a ayudarlo, aunque no sepas nada de arquitectura.
—Si tienes algo que decir, dilo de una vez —interrumpió Godou, tomando la bolsa que su hermana sostenía para colocar las cosas en su lugar, como un buen hermano mayor haría—. Sabes que no me gusta cuando le das vueltas a un asunto.
Pero Shizuka no respondió de inmediato. Continuó mirándolo con ojos suspicaces durante un buen rato, hasta que finalmente preguntó:
—Entonces, dime algo… ¿este “amigo” tuyo es un hombre o una mujer?
—… Por supuesto que es un hombre —respondió Godou sin mirarla, esforzándose por mantener una expresión neutral y suplicando a los cielos que su hermana no detectara la gran mentira que acababa de soltar.
Ambos continuaron caminando por la calle, pero la tensión entre ellos era palpable. Godou fingía despreocupación, aunque su corazón latía con fuerza, mientras Shizuka no dejaba de observarlo con una mezcla de sospecha y curiosidad. Hasta que finalmente, la joven decidió soltar la bomba.
—Oh, ya veo. Y cambiando de tema… ¿Qué tal te fue con Erica?
—¡¿Qué?!… —Godou se quedó boquiabierto. Su mente empezó a girar a mil por hora, incapaz de comprender cómo su hermana podía conocer ese nombre.
—¿Dijiste Erica?... Sí, bueno… ¿podrías repetirme el nombre? —balbuceó, intentando ganar tiempo.
—No te lo mencioné, pero nos preocupamos mucho cuando desapareciste dejando una simple nota y no respondiste a nuestras llamadas. El abuelo y yo estábamos a punto de ir a la comisaría… cuando esa chica llamó a nuestra casa —dijo Shizuka con una frialdad que helaba la sangre.
¡Sus ojos brillaban como los de un cazador a punto de disparar a su presa!
Ocurrió que, la semana pasada, Shizuka se levantó en plena madrugada para ir al baño y notó la ausencia de los habituales ronquidos en la habitación de su hermano. Aquello le pareció extraño, así que entró y descubrió una nota sobre la cama, en la que Godou explicaba que había salido a “ayudar a un amigo”. La hora le pareció demasiado inusual, así que intentó llamarlo al celular para obtener más detalles. Pero, Godou lo había dejado en Modo Avión durante todo el viaje, y por más que insistiera, no lograron comunicarse con él.
Preocupada, Shizuka corrió a avisarle a su abuelo, quien le dijo que, si no lograban contactarlo hasta el mediodía, avisarían a la policía.
Horas después, justo cuando el abuelo se estaba poniendo el abrigo para salir a la comisaría, sonó el teléfono de la casa. Shizuka corrió a contestarlo, creyendo que era su hermano, y hasta encendió el altavoz… pero, para su sorpresa, era una mujer que se presentó formalmente como Erica Blandelli.
La joven les explicó que había surgido un asunto urgente que requería la ayuda de su hermano y que por eso lo había invitado a su casa. Añadió que podía tardar algunos días, pero que no había motivo para preocuparse. Después colgó sin darles oportunidad de responder.
El abuelo soltó una carcajada, se quitó la chaqueta y se dirigió a la cocina a preparar el almuerzo, tarareando una canción. Shizuka, en cambio, se quedó de pie frente al teléfono, temblando de indignación.
—La voz de esa mujer era muy bonita. Me pregunto si su aspecto estará a la altura… ¿Qué opinas, Oni-chan? ¿Es hermosa? ¿Cuántos años tiene? Y, por favor, no intentes ahora decirme que Erica es un hombre, porque eso sí sería una estupidez. —remató Shizuka con frialdad, cerrándole de golpe cualquier vía de escape.
«¡Mujeres! ¡Todas son unas astutas intrigantes!» masculló Godou en sus pensamientos, maldiciendo la sagacidad de su hermana y la malicia de Erica al mismo tiempo.
Estaba claro que aquella llamada no había tenido la intención de tranquilizar a su familia, sino de sembrar problemas a propósito. Seguramente Erica se había divertido imaginando el revuelo que causaría en el hogar de los Kusanagi y, con toda probabilidad, todavía se reía de ello en la distancia.
Pero lo que nunca esperó fue descubrir que su hermana también podía ser una manipuladora peligrosa.
«Lo esperaba de Erica, pero Shizuka… Shizuka puede ser incluso más espeluznante. ¡Sabía que estaba mintiendo! ¡Lo sabía! Y aun así me dejó creer que estaba a salvo durante toda una semana… solo para atacar en el momento menos esperado.»
—Entonces, Oni-chan. Mentiste sobre tu amigo, mentiste sobre cuándo saliste (fue el viernes, no el sábado, no intentes negarlo) y, encima, mantuviste el celular apagado todo el tiempo. ¿Y por qué? ¡Para pasar dos días enteros con una mujer desconocida!
¡Increíble! ¿Qué estuviste haciendo con ella? ¡Debe de haber sido algo bastante malo, o no habrías tenido necesidad de engañar a tu propia familia tan descaradamente! ¿No es cierto? —los ojos de Shizuka brillaban con una mezcla de severidad y triunfo—. Al final, el abuelo tenía toda la razón… Estoy tan decepcionada. ¡Nunca pensé que Oni-chan fuese capaz de hacer algo así!
—¡Espera! ¡¿Qué fue lo que te dijo el abuelo?!
—Dijo que: “Cuando un muchacho sale corriendo para encontrarse con una mujer, sin decírselo a nadie, tiene que ser porque algo turbio o inmoral está sucediendo. Bueno, yo también tuve un periodo de mi vida en el que me comporté así…” —repitió Shizuka con voz gélida, cada palabra afilada como una cuchilla—. ¡No puedo creerlo, Oni-chan! Yo siempre pensé que eras una persona decente. ¿Por qué mentiste? ¡Habla de una vez! —lo miró fijamente, como un verdugo aguardando la confesión de su reo—. ¿Es una historia de amor ilícito? ¿Estás teniendo un romance con una mujer casada? ¿O quizá… una relación prohibida con alguna sensual maestra tipo onee-san? ¡Tiene que ser algo por el estilo!
Godou inmediatamente negó con la cabeza de un modo desesperado, mientras trataba de defender lo que le quedaba de honor.
—¡Absolutamente no! ¡Nada de eso! ¡Yo no soy como el abuelo! ¡Jamás haría algo tan escandaloso!
—¡Hmph! —bufó Shizuka, entrecerrando los ojos—. Pero eres su único nieto, ¿no? Hasta sus rostros son parecidos. Quizá una parte de tu genética se activó de repente y desbloqueaste la misma HABILIDAD natural para seducir mujeres que tenía el abuelo. ¡Seguramente eso es lo que ocurrió!
—¡¿Me estás hablando de genética o de un videojuego?! —estalló Godou—. ¡Para empezar, la seducción no tiene nada que ver con la biología, sino con la sociabilidad! ¡Y solo porque soy su nieto no significa que seamos el mismo tipo de persona!
«¿Por qué demonios tengo que estar discutiendo esto con mi hermana pequeña… y justo en plena calle, donde todos pueden escucharnos?»
Efectivamente, varias miradas curiosas ya se clavaban en él como dagas, algunas divertidas, otras reprobatorias. Godou solo quería que la tierra lo tragara en ese instante.
Shizuka también se dio cuenta de que estaban dando un espectáculo frente a los vecinos y, algo sonrojada, bajó el tono de su voz antes de continuar:
—…Entonces, ¿por qué me mentiste? Si no hiciste nada inmoral, ¿por qué no dijiste la verdad desde el principio?
—Porque tenía miedo de que las cosas se complicaran… como precisamente acaba de ocurrir. —Godou suspiró y apoyó una mano sobre la cabeza de su hermana, despeinándole suavemente el cabello en un gesto conciliador—. Siempre haces un océano de un vaso de agua. Mira, se podría decir que me hice amigo de Erica por pura mala suerte, pero en cierto momento me ayudó bastante, así que le debía un favor. La semana pasada se metió en un problema muy serio, uno que no puedo andar contando a los demás porque sería violar su privacidad. Fui a verla, pero había muchas otras personas allí también; nunca estuvimos a solas. Definitivamente, ni ella ni yo tenemos nada inmoral… ¿Me crees ahora?
Shizuka lo observó con los labios fruncidos, todavía preocupada, aunque al final dejó escapar un suspiro y asintió con resignación.
—No es que no confíe en ti… pero no vuelvas a mentirme nunca más, ¿entendido? Incluso si lo intentas, me doy cuenta de inmediato solo con mirar cómo te comportas en casa. ¡Que esta sea la última vez!
—De acuerdo. Ya no hablemos más de esto.
Con el asunto al fin resuelto, Shizuka esbozó una sonrisa tímida, un poco avergonzada por el alboroto que habían armado.
«Si tan solo hiciera esas expresiones más seguido, podría presumir ante el mundo de tener una hermana honesta y adorable», pensó Godou con una sonrisa irónica.
—Todo esto me recordó a cuando estabas en el equipo de béisbol. —comentó Shizuka, retomando la conversación con un aire más ligero—. Siempre llegabas tarde, incluso los sábados, porque entrenabas mañana y noche. ¿No quieres unirte a algún club deportivo ahora que estás en preparatoria?
—…Yo… —Godou dudó, buscando una salida—. La verdad es que no me siento con ánimos de volver a jugar. Creo que aún necesito descansar un tiempo de los deportes… al menos hasta que decida qué carrera universitaria seguir.
Como el tema cambió de forma tan abrupta, Godou no estaba seguro sobre cómo responder, así que terminó dando una excusa muy vaga. Lo cierto era que no quería entrar en ninguna competición porque alguien podría notar que sus capacidades físicas ya no eran normales. No confiaba en poder fingir lo suficiente como para ocultar su condición.
Su respuesta, sin embargo, solo despertó nuevas dudas en Shizuka, que lo miró con una mezcla de tristeza y preocupación.
—El hombro… ¿todavía te duele? Nunca fui atleta, así que quizás no debería opinar, pero creo que aún podrías ser bateador incluso con una lesión… —se interrumpió de golpe, bajando la mirada—. Oh, acabo de decir algo horrible… ¡Lo siento, Oni-chan!
Shizuka se quedó callada a mitad de la frase, visiblemente arrepentida.
«Aunque pueda ser implacable, no cabe duda de que tengo una buena hermana.» pensó Godou, sonriendo con ironía. «Normalmente es reservada, pero cuando tocamos asuntos delicados suelta comentarios insensibles sin darse cuenta… y luego se tortura por ello. En el fondo, siempre está intentando protegerme.»
—Bueno, eso sonó un poco duro —respondió Godou, revolviendo con cuidado los cabellos de su hermana—. Pero lo cierto es que, si ahora mismo me meto en algún club, tendría que empezar desde abajo. Y ya sabes cómo son las jerarquías… ¿te imaginas tener que llamar Sempai o Senior a mis propios compañeros de clase, o incluso a los de un curso inferior? Sería humillante. Por eso no me interesa unirme a ningún club deportivo.
La respuesta no resultaba del todo convincente, pero Shizuka se limitó a asentir con tristeza. Al final, aquella hermana no solo era más perspicaz que su hermano, sino que también sabía cuándo era mejor guardar silencio.
Claro que ella no tenía idea de la verdad. Desde que se convirtió en Campione, la vieja lesión en el hombro de Godou había desaparecido y ahora su desempeño superaba con creces al de cualquier atleta profesional. Precisamente por eso, unirse a un club le parecía una falta grave al espíritu deportivo.
Además, aunque nunca lo admitiría en voz alta, el equipo de béisbol de su escuela no tenía salvación. No lograban avanzar ni a la primera ronda del campeonato interdistrital. Si de pronto él entraba y los llevaba a la cima, llamaría demasiado la atención.
A veces, cuando veía a sus compañeros jugar, sentía cierta punzada de envidia. Pero en comparación con la nueva oportunidad de vivir que había ganado —tras escapar de una muerte segura en manos de un dios—, ese sacrificio parecía casi insignificante.
Al menos, así era como él trataba de convencerse.
Godou y Shizuka llegaron a casa alrededor de las seis de la tarde.
La entrada principal todavía conservaba la puerta corrediza de cristal que en otros tiempos daba paso a la librería familiar. La construcción era un bloque de madera de dos pisos, típico de antes de la Segunda Guerra Mundial, aunque había sido renovado y ampliado en numerosas ocasiones hasta convertirse en un hogar cómodo y funcional.
Apenas cruzaron el umbral, los recibió Kusanagi Ichirou. El anciano cerró el grueso tomo que estaba leyendo y lo devolvió con cuidado a una de las estanterías que aún quedaban en pie, luego los saludó con una sonrisa.
—¿Oh? Qué raro verlos llegar juntos. ¿Pasó algo?
El anciano lucía igual que siempre. El atuendo, impecable; cada palabra y cada movimiento, ejecutados con una calma precisa. Incluso superados los setenta años, conservaba una elegancia sobria y un atractivo inesperado, de esos que no se desvanecen con el tiempo. Irradiaba un carisma sereno que lo hacía parecer un caballero honorable… aunque, en ocasiones, esa aura resultaba tan enigmática que podía llegar a ser inquietante.
Desde que Godou tenía memoria, Ichirou había tomado el rol de cabeza de familia en ausencia de su madre. Se ocupaba de cada detalle del hogar: las tareas domésticas, las cuentas, la despensa y, por supuesto, la cocina diaria. Todo lo hacía con una disciplina meticulosa.
Si uno se quedaba en esa imagen, no habría nada que reprocharle. Pero…
—Entonces, Shizuka —dijo con un brillo socarrón en la mirada—, ¿finalmente atrapaste a Godou en tu red para obligarlo a confesar? ¿Qué fue lo que admitió al final?
—Bueno, parece más complicado de lo que pensábamos —respondió la chica, con calma calculada—. Oni-chan insiste en que son “solo amigos”. Así que desde ahora observaré cada una de sus palabras y acciones. La verdad saldrá con el tiempo.
—Ustedes dos… —replicó Godou con fastidio—. Dejen de hablar de mí como si no estuviera aquí.
Sí, así era su abuelo: alguien capaz de descifrar cualquier situación con solo una mirada.
Y esa era su agresiva hermanita: capaz de declarar sin tapujos que no confiaba en él y que lo vigilaría sin descanso hasta arrancarle sus secretos.
Faltaba mencionar a su madre, siempre ausente por trabajo, o a su padre, del que se había divorciado y que ahora vivía muy lejos.
En realidad, se podría escribir un libro entero sobre las peculiaridades de los cinco miembros de la familia Kusanagi… aunque difícilmente alguien lo creería si llegara a leerlo.
—Te entiendo, Shizuka, pero tampoco vayas demasiado lejos. Yo solía ser igualito que él. Y a su edad es normal desaparecer de la casa por varios días —comentó Ichirou con naturalidad—. Así que no le prestes demasiada atención.
—¡Shizuka, no escuches al abuelo! ¡Yo no soy como él! —explotó Godou, incapaz de soportar la mirada de simpatía, pero a la vez de complicidad, que el anciano le dedicaba en ese instante—. ¿Recuerdas lo que nos contó mamá? ¡Cuando estaba en el instituto se atrevió a tener amoríos con una viuda y con una geisha al mismo tiempo! ¡Incluso se quedó a vivir en sus casas durante dos semanas, casi perdiendo los exámenes finales! ¡Yo nunca hice ni haré algo así!
El problema era que la semana pasada había hecho algo sospechosamente parecido, así que sus palabras no sonaban demasiado convincentes.
—¿Qué disparates te ha metido en la cabeza tu madre? —replicó Ichirou, negando con la cabeza con toda tranquilidad—. Absurdo. Déjame decirte que, cuando era estudiante, estaba completamente entregado a mis estudios. Shizuka, no vayas a creer algo tan descabellado. —Lo dijo con una sonrisa encantadora, tan natural que por un instante casi parecía convincente.
En su juventud, Kusanagi Ichirou había sido un casanova en el sentido más puro de la palabra. Y lo sorprendente era que, a pesar de la edad que tenía, aún conservaba un resto de aquella actitud seductora, profundamente arraigada en lo más hondo de su carácter.
Cuando Godou tuvo edad suficiente para enterarse de las hazañas de su abuelo, lo primero que pensó fue: «Ahora entiendo por qué este viejo verde es tan desenfrenado… ¡Debió de ser un seductor incurable en su juventud!».
—Qué bueno que Shizuka ya compró todo lo que necesitamos para la cena, voy a empezar a prepararla. ¿Podrían ayudarme ustedes dos? —dijo el abuelo con tono afable, cambiando de tema con maestría, como si nada hubiese ocurrido.
Cuando se trataba de habilidades interpersonales, nadie superaba a Kusanagi Ichirou. Uno podía intentar ponerlo en evidencia, acusarlo, incluso gritarle las verdades en la cara… y, aun así, él siempre hallaba el modo de girar la situación a su favor, dejándola atrás como un recuerdo insignificante.
En una ocasión, un policía furioso vino a buscarlo porque uno de sus colegas lo había sorprendido coqueteando descaradamente con su esposa. Y, para ser justos, aquello era cierto. Todos estaban convencidos de que Kusanagi Ichirou recibiría la paliza de su vida… pero, contra todo pronóstico, al final del día ambos hombres terminaron bebiendo juntos en un restaurante, riendo como si fueran viejos camaradas.
Al día siguiente, aquel mismo policía apareció en la casa de los Kusanagi para agradecerle personalmente por los consejos recibidos durante la velada, e incluso le entregó su número de contacto personal “por si alguna vez necesitaba un favor”.
Shizuka ya conocía bien esas historias. Por eso ni siquiera se molestaba en intentar regañar a su abuelo; comprendía que la diferencia de niveles era tan abismal que solo le quedaba centrarse en disciplinar a su hermano.
«Si tan solo tuviera la mitad de la habilidad del abuelo… Ni mi hermanita ni Erica podrían darme tantos dolores de cabeza» pensó Godou, envidiando un talento que jamás había heredado.
Los tres se pusieron a trabajar y, al poco tiempo, la mesa estaba repleta con los platos de esa noche. En la cocina japonesa, a diferencia de la occidental, no se distingue Entrada, Plato Fuerte y Postre. Todos los platillos se colocan en el centro de la mesa, y cada comensal puede servirse un poco de todo según su gusto. Lo único que se sirve de forma individual es el arroz o los fideos, que actúan como base y unificador de sabores, combinando perfectamente con cada acompañamiento.
Esa noche había bacalao a la parrilla, rábanos encurtidos, pequeñas porciones de verduras estofadas, pescado al vapor y la infaltable sopa de miso. Los platillos estaban dispuestos para que cada quien se sirviera a su gusto, mientras el arroz permanecía en platos individuales como base de la comida. Todos en la familia Kusanagi disfrutaban comer bien, así que desde pequeños habían aprendido el arte de la gastronomía; por eso, cada plato estaba preparado con cuidado y resultaba delicioso.
Los rábanos encurtidos tenían un sabor bastante fuerte, pero al combinarlos con la sopa de miso se equilibraban, ofreciendo un gusto sorprendentemente agradable al paladar. Godou tomó uno, lo probó y exclamó:
—¿Eh? ¡Estos rábanos están deliciosos, abuelo! ¿Cuándo los encurtiste? —preguntó Godou, su voz cargada de curiosidad.
—Sí, son deliciosos. Recuerdo que la abuela solía encurtir vegetales, así que extrañaba mucho este sabor. ¿Ella te enseñó a hacerlo o lo aprendiste tú solo, abuelo? —interrogó Shizuka, inclinándose ligeramente sobre la mesa.
Ambos hermanos usaron sus palillos para recoger una pieza. El sabor era excelente y, al mismo tiempo, nostálgico; se notaba que los rábanos habían sido preparados en casa, con cariño, y no comprados en un supermercado. Sin embargo, Godou recordaba que su abuelo nunca fue muy diestro en la técnica del encurtido… al menos eso era lo que siempre les había parecido.
—Ah, estos fueron un regalo de la señora Sakuraba, la propietaria de la tienda de licores. Es muy buena cocinando, ¿verdad? —dijo Ichirou con una sonrisa tranquila, sin siquiera molestarse en ocultarlo.
«¡Maldición!» pensaron ambos hermanos al instante, mirándose con cierta preocupación. Sabían perfectamente lo que eso significaba: al día siguiente comenzaría otra ronda de discretas, pero feroces, batallas entre un grupo de mujeres celosas.
No había pasado mucho tiempo desde la muerte de su abuela, y ni Godou ni Shizuka podían precisar exactamente cuándo comenzó, pero ya habían descubierto que un buen número de damas del vecindario competían por acercarse a su abuelo recientemente enviudado. Y no escatimaban esfuerzos para hacerse notar y enviarle todo tipo de obsequios.
Lo más desconcertante era que todas eran amas de casa con sus propias familias o incluso matriarcas que ya tenían nietos. Entre ellas destacaban la señora Murakawa, dueña de la tienda de crepes; la señora Endou, vendedora ambulante de juguetes; la señora Yamamoi, propietaria de la ferretería; y muchas otras más.
Cuando se enterasen de que la señora Sakuraba le había regalado encurtidos a su abuelo —y Godou no tenía la menor duda de que se enterarían— todas ellas comenzarían a enviarle un alud de platos caseros, compitiendo sin descanso.
«Si esto fuera solo un gesto de vecinos compartiendo comida, sería encantador…» pensó Godou, recordando las miradas emocionadas que esas mujeres le dirigían a su abuelo cuando visitaba sus tiendas «¡Espero que esto no se convierta en una catástrofe!»
Lo peor era que la mayoría de ellas estaba casada. Godou y Shizuka solo podían esperar que su abuelo se contuviera un poco, aunque fuese por el bien de la paz en la calle.
Aun así, no tenía sentido preocuparse por algo que todavía no había ocurrido. Negaron con la cabeza y volvieron a concentrarse en la abundante comida frente a ellos. Sus palillos se movían con rapidez casi hipnótica, llevando cada bocado a la boca mientras el aroma de los platos llenaba la sala. Finalmente, tras varios minutos, todos los platillos quedaron vacíos.
Luego se levantaron para recoger la mesa y lavar el servicio… Pero en ese momento el teléfono de la sala de estar comenzó a sonar.
—Yo contesto —dijo Shizuka, viendo que tanto Godou como el abuelo tenían las manos llenas de platos. Corrió hacia el teléfono de la sala de estar y levantó el auricular con diligencia—. Buenas noches, esta es la residencia Kusanagi. ¿Con quién deseo hablar?… Ma… ¿¡Mariya-sempai[4]!? ¿Hay algo que necesite usted?
«Parece que es alguien conocido de Shizuka», pensó Godou, desentendiéndose del asunto para concentrarse en lavar los platos. Cuando terminó y regresó al comedor, su hermana seguía conversando animadamente, así que se acomodó en el suelo de la sala a esperar, evitando encender el televisor hasta que la llamada concluyera.
—Sí… sí, él está en casa en este momento… ¿Por qué sempai está buscando a mi hermano? Pensé que estaban en clases diferentes… ¡Ah, no, por favor no diga eso! Yo… lo entiendo. Me aseguraré de transmitirle el mensaje. Sí, está bien. Por… por favor, pase una tarde agradable.
«¿Por favor, pase una tarde agradable?» pensó Godou, sorprendido por el tono tan formal y casi arcaico que su hermana empleaba. Además, acababa de escuchar claramente la palabra “hermano”, así que la conversación debía tratar sobre él.
«¿Con quién estará hablando Shizuka?»
—…Oni-chan, por favor, siéntate aquí —dijo Shizuka de pronto, señalando el tatami frente a ella.
—Pero yo ya estoy sentado, Shizuka. ¿Qué está pasando? —respondió Godou, confundido.
—¡Quiero que te sientes aquí y te arrodilles apropiadamente! Voy a hacerte una pregunta y espero que me contestes la verdad… Oni-chan, ¿desde cuándo eres tan cercano a Mariya-sempai?
—¿Huh? —Godou se quedó paralizado un instante.
Primero Shizuka lo obligó a arrodillarse frente a ella y luego le lanzó una pregunta completamente inesperada.
—¿Cercano a quién? —preguntó Godou, aún más confundido—. Quiero decir… ¿de quién hablas? No creo haber conocido nunca a alguien con ese nombre.
—¿Estás diciendo la verdad?… Bueno, podemos continuar con esa parte del interrogatorio después, ahora sigamos con lo importante —respondió Shizuka con voz firme, como si dirigiera una sesión militar.
—Mi querida hermanita… la forma en que casualmente usas la palabra “interrogatorio” es demasiado aterradora. ¿Lo sabías? —musitó Godou, tratando de suavizar la tensión.
—Oni-chan, ¿sabes quién es la persona más hermosa de toda tu preparatoria? —preguntó Shizuka, clavándole la mirada.
—¿Ah?… No tengo idea. Para empezar, la belleza es algo subjetivo y no puede cuantificarse tan fácilmente —respondió Godou, intentando mantener la calma.
—Normalmente tendrías razón, pero en nuestro campus hay alguien tan excepcional que no hace falta compararla con nadie más para emitir un veredicto… Y esa es Mariya Yuri-sempai —dijo Shizuka con firmeza.
Godou y Shizuka estudiaban en la misma institución, la Academia Jounan, que abarcaba tanto secundaria como preparatoria. Era un colegio de buena reputación, y su ubicación, a apenas veinte minutos de la casa, lo hacía muy conveniente.
Pero al principio Godou había asistido a una secundaria estatal y solo ingresó a la Academia Jounan al comenzar la preparatoria, después de aprobar el examen de admisión en primavera. En cambio, Shizuka había estado allí desde primero de secundaria, por eso conocía a mucha más gente y estaba al tanto de las dinámicas internas del instituto que Godou todavía ignoraba.
—Ella es mi senior en el Club de Ceremonia del Té y también una estudiante de primer año de preparatoria, como tú —continuó Shizuka con voz firme—. Es famosa entre todos los estudiantes por ser la chica más hermosa e inteligente que puedas encontrar. De hecho, siempre se encuentra entre los cinco primeros puestos cada año.
Recién entonces Godou recordó vagamente que su hermana era miembro del Club de Ceremonia del Té. También le vino a la memoria haber leído el nombre de Mariya Yuri en las listas de calificaciones tras los exámenes bimestrales. En varias conversaciones de sus compañeros, su nombre había surgido repetidamente, mencionándola como una chica hermosa y destacada, aunque los detalles exactos se le habían escapado.
En la Academia no estaba prohibido que estudiantes de secundaria y preparatoria participaran en los mismos clubes, por lo que no era extraño que Mariya Yuri conociera a su hermanita.
«Entonces… ¿por qué tengo que arrodillarme aquí?» pensó Godou, cada vez más frustrado.
—¿Y bien? ¿Qué te dijo esta Mariya Yuri para que te enojaras tanto conmigo? —preguntó con un dejo de aspereza, incapaz de entender cómo la llamada de esa chica podía estar relacionada con la situación actual.
—Está bien, ahora voy a tocar el tema principal —respondió Shizuka con gravedad—. Hace poco ella me dijo lo siguiente: que, aunque fuese presuntuoso por su parte, deseaba reunirse contigo para conversar. Escúchame bien, Oni-chan. Mariya-sempai no solo es hermosa e inteligente, sino también una dama de clase alta que no está manchada con los asuntos mundanos.
—¿Y eso tiene algo que ver con su invitación? —preguntó Godou, arqueando una ceja.
—¡Claro que sí! Oni-chan, ¿podría ser que te hayas aprovechado de que sempai es una joven inocente y pura… para seducirla, engañarla y finalmente aprovecharte de ella? ¡Dime la verdad!
—¡Para el coche! —exclamó Godou, incapaz de comprender las extrañas acusaciones de su hermana—. ¡¿Cómo podría haber seducido y engañado a una persona cuyo nombre acabo de escuchar?!
—Entonces explícame, ¿por qué llamó a nuestra casa y pidió específicamente encontrarse contigo? ¡Eso es demasiado sospechoso!
Godou se quedó mudo, porque tampoco podía encontrar una buena explicación para esto. Pero tras unos segundos consiguió recomponerse:
—Espera un momento, esto tampoco tiene sentido. Si quería hablar conmigo, ¿para qué te pidió que me dieras el mensaje? ¿Por qué no te dijo simplemente que me pasaras el teléfono?
—Tal vez no se le ocurrió. Después de todo, ella es una auténtica señorita. Si bien es muy inteligente, también es cierto que no suele pensar de forma eficiente. Además, probablemente se sentía nerviosa por tener que hablar con un chico así de buenas a primeras, incluso si era solo por teléfono. Mariya-sempai es una persona muy educada e increíble. Incluso cuando se despide de nosotros, lo hace diciendo “Espero por su continuo bienestar…” y lo dice de un modo completamente natural.
—… ¿Esa chica viene del siglo XII? —murmuró Godou con incredulidad.
Jamás había conocido a una mujer que se expresara de forma tan formal. Aunque… no era del todo cierto. Erica Blandelli, pese a sus excentricidades, podía mostrarse impecable cuando la ocasión lo requería. Al fin y al cabo, era la princesa de la influyente familia Blandelli, y no necesitaba esforzarse para lucir como una dama perfecta, intachable, casi como una diplomática consumada.
Solo que, la mayoría de las veces, elegía no hacerlo.
—Ella no es anticuada —replicó Shizuka con severidad—. Lo que ocurre es que desciende de una noble y antigua familia. En comparación, los Kusanagi no somos más que simples plebeyos. No hay conexión alguna entre nuestro linaje reciente y el suyo.
—Ya veo. Pero eso solo despierta más dudas que otra cosa. ¿Por qué alguien así querría verme? ¿Tal vez se ha confundido de persona?
Cuanto más escuchaba, más convencido estaba Godou de que él y Mariya Yuri pertenecían a mundos totalmente distintos.
«A excepción de los magos italianos, todos mis conocidos son personas ordinarias e incluso aburridas. No recuerdo haber hecho nada que pudiera captar el interés de una señorita de clase alta como Mariya Yuri».
Sin embargo, los ojos de Shizuka seguían fijos en él, cargados de una frialdad implacable.
—¿En serio? Pero últimamente tus acciones han sido muy sospechosas. Por ejemplo… la cuestión de la misteriosa Erica.
—Ya te expliqué que ella solo es una amiga…
—Oh, me olvidaba de algo. Mariya-sempai también dijo que quería ver… ¿cómo era? El “objeto” que trajiste recientemente. ¿De qué estaría hablando?
«Oh, no… El Gorgoneion. ¡El maldito Gorgoneion! Erica, un día vas a matarme. No serán los dioses, ni los monstruos, ni los cataclismos… ¡Vas a ser tú! Me vas a matar de una úlcera, un infarto o un derrame cerebral», pensó Godou, comprendiendo al fin. «Seguro que los magos locales descubrieron que traje esta cosa y ahora han pedido a esa Mariya Yuri que los representase en este asunto».
Un suspiro cansado se escapó de sus labios. Apenas había pasado una semana desde su regreso a casa, y sin embargo ya estaba atrapado de nuevo en una maraña de problemas, como si el destino no tuviera intención de dejarlo descansar.
[1] En japón los Templos son budistas mientras que los Santuarios son sintoístas desde las Restauración Meiji, cuando ambas religiones fueron separadas.
[2] Hime: Significa Princesa en japonés, en este caso Miko-Hime es un título extremadamente formal para dirigirse a una sacerdotisa.
[3] Un tipo de ser demoníaco con forma humana en el hinduismo y el budismo. Son una manifestación del mal y la crueldad más salvaje, que caminan siempre en busca del caos.
[4] Sempai: Palabra japonesa que se refiere a una persona con mayor experiencia, rango o antigüedad en una organización, escuela, o club, que sirve como mentor para un miembro más joven e inexperto, llamado kōhai
El tercer capítulo de El Séptimo Campione resultó mucho más difícil de lo que había imaginado al principio. Para poder escribirlo correctamente, tuve que sumergirme por completo en el estudio de las diferencias entre los templos y santuarios sintoístas y budistas de Japón, así como en sus costumbres y su simbolismo. Fue un proceso fascinante, pero también desafiante.
En un inicio, planeaba mantenerme fiel al estilo original, usando los honoríficos japoneses como -sama, -kun o -chan. Sin embargo, cuando estaba casi por terminar el capítulo, me surgió una duda: ¿no sería mejor adaptar también el lenguaje al castellano para el público hispanohablante? Después de todo, no todos conocen el significado de esos sufijos, y aunque suenen bien en japonés, pueden romper el ritmo de lectura para muchos lectores.
Consulté la duda con ustedes en Facebook, y la mayoría votó por una adaptación completa al español, así que tomé esa decisión. Eso significó reescribir todos los diálogos desde cero, lo cual me tomó más tiempo del previsto, pero valió completamente la pena.
El único honorífico que decidí conservar fue el icónico “Onii-chan” de Shizuka, porque es tan representativo del anime que sería un pecado quitarlo. Creo que todos reconocerán la referencia.
Aproveché también este capítulo para cambiar el aspecto visual de la obra.
¿Qué les parece el nuevo fondo, el tipo de letra y el tamaño de los títulos? Si les resulta más agradable para leer, probablemente lo adopte como el formato definitivo para los próximos proyectos.
Otra mejora importante estuvo en los diálogos y la narración. Aunque los eventos principales siguen siendo los mismos que en el material original, el lenguaje ahora ofrece mayor profundidad emocional, permitiendo ver más claramente los matices internos de cada personaje. Los gestos, los silencios y las pequeñas reacciones ahora comunican mucho más.
Además, este capítulo nos da los primeros destellos de cómo funciona la sociedad mágica japonesa: una estructura casi tribal, formada por muchos cultos diferentes unificados bajo la figura del Estado. A diferencia de los magos europeos, que son más libres e independientes —al estilo Harry Potter—, en Japón vemos magos estatales que operan directamente bajo supervisión gubernamental. Ese contraste entre Oriente y Occidente será clave más adelante.
Por último, quiero destacar las imágenes generadas con IA, que en este capítulo me dieron bastante trabajo.
Curiosamente, la más difícil de todas fue la del abuelo de Godou, Kusanagi Ichirou. Quería que reflejara a un anciano que, pese a los años, aún conserva ese aire de galán que claramente tuvo en su juventud. Fue un desafío técnico, pero el resultado final me dejó muy satisfecho.
Este capítulo fue una experiencia de aprendizaje y experimentación narrativa que me permitió pulir tanto el contenido como la presentación visual de El Séptimo Campione.
¡Espero sinceramente que lo hayan disfrutado tanto como yo disfruté el proceso de crearlo!