¡Por favor patrocina este proyecto!
«De todos los santuarios sintoístas, este debe de ser el más desconocido de la historia. Yo, al menos, jamás había escuchado hablar de él», pensó Kusanagi Godou al enterarse del lugar de la reunión.
Y en efecto, apenas bajó del bus lo invadió la sensación de haberse perdido. Intentó guiarse con el aplicativo del mapa en su teléfono, pero el GPS tardaba una eternidad en ubicarlo, como si el satélite mismo dudara de dónde estaba parado. Las referencias que aparecían tampoco eran demasiado claras, lo que aumentaba la frustración.
Por fortuna, en la estación quedaba uno de esos grandes mapas turísticos, con un punto rojo chillón acompañado del inevitable letrero: «USTED ESTÁ AQUÍ». Fue aquello lo que lo salvó de dar vueltas inútiles. Tras estudiarlo un momento, pudo trazar con rapidez la ruta más corta para llegar a su destino.
—Es raro. No entiendo por qué tenemos que reunirnos en un santuario. ¿No existen mejores lugares para conversar? Restaurantes, centros comerciales… De hecho, si estudiamos en la misma academia, ¿por qué no encontrarnos simplemente en la cafetería? —refunfuñó Godou mientras se rascaba la nuca.
—Ahora que lo dices, recuerdo haber oído que Mariya-sempai trabaja como sacerdotisa en un santuario. Y no lo hace por dinero, sino para ganar experiencia en el “mundo real”. Quizá por eso se siente más cómoda allí —explicó Shizuka con naturalidad.
—¿Quiere ganar experiencia en el mundo real y eligió ser “sacerdotisa”?
—¡No lo digas como si fuera algo estúpido!
—Que conste que fuiste tú quien pronunció la palabra “estúpido”, hermanita.
La noche anterior, ambos habían seguido discutiendo la extraña petición de su enigmática compañera de clases. Y las dudas de Godou solo crecieron cuando escuchó el lugar exacto de la reunión.
—¡Lo que sea! —bufó Shizuka—. Tenemos que decidir qué harás mañana, Oni-chan. ¿Cuándo piensas visitarla? Lo mejor sería que fuésemos inmediatamente después de clases.
—¿Por qué dices “fuésemos” tan alegremente? Por favor, no organices mi agenda, y mucho menos des por hecho que te llevaré.
—Eso es porque eres un joven grosero e insensible, Oni-chan. ¡No puedo dejar que te encuentres a solas con una señorita tan pura e inocente! Por eso voy a acompañarte.
—¡Por supuesto que no lo harás, Shizuka! Ella pidió reunirse conmigo en privado, y sería de muy mala educación que simplemente vinieses sin avisar. Además, no soy un niño de primaria para que tengas que vigilarme.
—¡¿Ah?! ¿Cuál es el problema con que te acompañe? ¡Seguro quieres ir solo para comportarte groseramente con Mariya-sempai!
Godou necesitó una conversación larga y agotadora para convencer a su testaruda hermana de no seguirlo.
En cuanto terminaron las clases, Godou regresó a casa y se cambió de inmediato. Eligió un atuendo ligeramente formal, no demasiado llamativo, pero apropiado para mostrar respeto en un recinto sagrado. Luego tomó el autobús que lo dejaba más cerca del lugar acordado. Por supuesto, llevaba consigo el Gorgoneion, cuidadosamente guardado en una sencilla bolsita de papel, como si la modestia del envoltorio pudiese ocultar el peligro que encerraba.
«¿Tal vez esta cosa es aún más peligrosa de lo que pensaba?» reflexionó, mientras ajustaba la correa de su bolso. Había tenido toda la noche para meditar al respecto y llegó a una conclusión inquietante: quizá Mariya Yuri lo había citado lejos de la escuela para evitar que otros estudiantes corrieran peligro, en caso de que el objeto liberara algún poder funesto.
Una parte de él quería creer que estaba exagerando, que solo era paranoia. Sin embargo, aquel presentimiento ominoso que lo había acompañado desde su regreso de Italia no remitía ni un instante.
«¡Nunca debí dejar que Erica me entregara esta maldita cosa! ¡Lo hubiera lanzado al fondo del mar y olvidado para siempre, en lugar de traerlo conmigo!» pensó con amargura, mientras avanzaba por el largo sendero que conducía al Santuario Nanao.
Los doscientos escalones de piedra no fueron un reto para su cuerpo, que era mucho más fuerte que el de un muchacho común. Sin embargo, cada peldaño se sentía más pesado que el anterior, como si llevara plomo en los pies. No era cansancio físico: lo que lo agobiaba era la carga invisible de la responsabilidad y el temor.
Por fin, al cruzar la segunda puerta Torii, Godou se adentró en el corazón del santuario. Allí lo esperaba una joven con el atuendo blanco y carmesí de una sacerdotisa. Su belleza era tan serena y refinada, que él tuvo la impresión de hallarse frente a una figura de linaje real.
Entonces la muchacha inclinó la cabeza en una reverencia impecable, ejecutada con tanta gracia y naturalidad que Godou entendió al instante por qué su hermana hablaba de ella con tanta admiración.
—Le doy la bienvenida, Su Señoría. Soy Mariya Yuri. Con respecto a la llamada telefónica que hice anoche a su honorable persona, creo sinceramente que debo disculparme por las molestias que ocasioné.
El cabello castaño de la joven se mecía con suavidad a cada movimiento, y Godou se distrajo sin querer. Mariya Yuri era una auténtica belleza; todos los rumores que había escuchado parecían quedarse cortos ante la realidad. De verdad parecía una princesa venida de otra era.
De todas las mujeres que había conocido, Erica Blandelli seguía siendo insuperable si uno juzgaba únicamente la apariencia. Sin embargo, Mariya poseía una hermosura distinta, de naturaleza delicada. Si Erica era como un girasol radiante o una rosa glamorosa, Mariya era comparable a una flor de cerezo en pleno florecimiento: frágil en apariencia, pero igualmente capaz de atraer la admiración de todos.
—Buenos días… Disculpa que vaya directo al punto, pero ¿eres también como esos magos que conocí en Europa?
—En efecto. Aunque preferiría que no nos comparase con ellos, podría decirse que somos semejantes en términos generales. Soy una miko perteneciente a los Guardianes de Musashino, protectores de Kantō. Me asignaron a servir en este templo y, aunque solo de manera superficial, también poseo ciertos conocimientos de magia.
«Quién lo diría… realmente trabaja en este templo y no es un simple pasatiempo, como yo pensaba» reflexionó Godou, con ironía, aunque se guardó muy bien de decirlo en voz alta y se limitó a asentir. Luego miró a su alrededor. El silencio era tan absoluto que lo hizo sentirse aún más incómodo, así que preguntó:
—Eh… ¿Señorita Mariya? ¿No hay nadie más aquí?
De haber sido posible, habría preferido que hubiera otras personas presentes. Estar a solas con una doncella tan hermosa y refinada lo hacía sentir incómodo.
—Su Señoría es muy perceptivo. En efecto, soy la única en este santuario. Por ello, cualquier ofensa cometida contra su honorable persona recaerá únicamente sobre mí, y a nadie más se podrá culpar. Le ruego que, si llega a cometerse alguna falta en mi humilde servicio, calme su terrible ira únicamente en mi cuerpo…
—… ¿Ah? ¿Señorita? No entendí bien eso último que dijiste. ¿Podrías aclararlo?
—Mi único deseo es que mi muerte pueda apaciguar su tiránica ira. Le ruego que, por favor, no torture ni ejecute a los desafortunados ciudadanos a su antojo. La demostración de un mínimo de compasión y tolerancia también es virtud de un Noble Señor; pero si siente que estas personas lo han ofendido de algún modo, estoy dispuesta a sufrir el castigo en nombre de todos ellos —declaró Yuri con una reverencia impecable, su voz impregnada de respeto solemne.
«…Ah, ya entiendo. Está interpretando una obra teatral. Seguramente esas son las líneas de alguna tragedia donde un ministro fiel se ofrece a morir para salvar a su pueblo del capricho de un emperador despótico. Tal vez le gusten demasiado los dramas de época[1]… Debe ser eso», pensó Kusanagi Godou al principio.
Pero entonces observó la profunda seriedad en el rostro de la hermosa sacerdotisa y sintió que la situación se encaminaba hacia la peor dirección posible.
—Por favor, espere un momento. Hay muchas cosas que quiero corregir de lo que ha dicho, pero primero debo dejar claro lo más importante. No sé con quién cree que está hablando… ¡pero yo no soy ni Calígula[2], ni Dong Zhou[3] y definitivamente no soy Oda Nobunaga[4]! ¡No pienso, ni quiero, ni voy a matar a nadie!
—… ¿Lo que quiere decirme es que el mero acto de matar no es suficiente para satisfacerlo? —replicó la hermosa Hime-miko con una calma y convicción que helaron a Godou.
«¡¿Por qué?! ¡¿Cómo fue que mi declaración anterior la llevó a esa conclusión?!» pensó, completamente desconcertado, mientras sentía que la conversación se adentraba en un territorio mucho más peligroso de lo que había previsto.
La joven parecía serena e inteligente, pero era evidente que no podía comprender ni una sola de las palabras de Godou. Quizá su forma de razonar era distinta a la de los demás, influenciada por su crianza en la nobleza y su educación de dama de clase alta
—Eso no es lo que quise decir. Por favor, escúchame con atención: soy una persona civilizada. No siento placer alguno en realizar actos crueles, despiadados o “tiránicos”, para usar tus propias palabras. No sé si ahora me he explicado con claridad —intentó aclarar, con un dejo de exasperación en su voz.
—…Sí, lo comprendo perfectamente. Si usted desea violarme o jugar con mi cuerpo, estoy completamente dispuesta a obedecer los deseos de Su Señoría, con tal de que muestre misericordia sobre los inocentes. Lo que usted quería expresar es que no me permitirá una muerte rápida, ¿no es así? —respondió Mariya Yuri con una tranquilidad que resultaba aterradora.
—¡No comprendiste nada! ¡Por favor, escucha! ¡Yo no tengo ningún fetiche enfermizo ni disfruto torturando mujeres! —exclamó Godou, sintiendo que la situación se le escapaba de las manos.
En ese instante comprendió que algo estaba muy mal. Incluso si Mariya Yuri era una hechicera, eso no explicaba cómo podía conocer su identidad. Muy pocas personas conocían su verdadera naturaleza. Ni siquiera los Grandes Maestres estaban completamente seguros de su poder hasta el duelo con Erica.
—Espera, por favor, dime primero cómo supiste que yo era un Campione.
—Eso es gracias a mis poderes. Esta sirvienta posee ojos clarividentes que pueden leer algunos secretos del mundo espiritual —respondió Yuri con seguridad—. Hace mucho tiempo, tuve el privilegio de conocer a uno de sus pares, el Marqués Voban. Por eso nunca fallaría en reconocer a un Campione… la terrible encarnación de un Rakshasa Raja.
«Ahora entiendo. Esta chica tuvo la mala fortuna de encontrarse con el legendario Rey Demonio de Europa del Este. Si la mitad de lo que me han contado sobre él es cierto, no me extraña que quedase traumatizada», pensó Godou, suspirando mientras intentaba calmar a la sacerdotisa.
—Yo también he oído ese nombre antes —dijo, adoptando un tono conciliador—. Ese sujeto tiene una actitud bastante tiránica y anacrónica. Además, me han dicho que es un anciano terco y temperamental. Mira, no tienes nada que temer. Creo que él es el único Campione que actúa de ese modo, así que, por favor, créeme cuando te digo que no pienso hacerte ningún daño.
La verdad era que, hasta ese momento, Godou solo había conocido a otro Campione, y su impresión de él era la de un estúpido sin remedio. A primera vista, parecía un perfecto caballero europeo de mente abierta, pero era capaz de sonreír alegremente… mientras trataba de rebanarte con su espada.
«Bueno, es cierto que él también es un anormal… pero al menos sabe tratar a la gente», reflexionó Godou, con un dejo de ironía.
—Su Señoría es muy humilde —dijo Mariya Yuri con calma—. Ya estoy bien informada acerca de sus hazañas en Sicilia, Milán y Roma. Todos esos eventos devastadores y cataclísmicos solo podrían ser resultado de las acciones de un furioso Campione ejerciendo su poder sobre los mortales. Verdaderamente horrible…
—No, no, no, no. ¡Definitivamente no fue así! —exclamó Godou, intentando calmar la impresión equivocada—. Es cierto que pasaron cosas, pero no es que haya hecho eso por enojo. De todos modos, señorita Mariya, ¿podrías por favor dejar de hablarme tan formalmente? Digo, somos compañeros del mismo grado, así que está bien si hablamos con naturalidad.
Y es que ser tratado de un modo excesivamente solemne por una chica de su edad resultaba bastante incómodo para Kusanagi Godou. Sin embargo, su sencilla sugerencia provocó que la expresión de Mariya Yuri se tornara confusa.
—Me encuentro terriblemente avergonzada —dijo ella, con un ligero rubor en las mejillas—, porque entiendo sus palabras, pero desconozco su significado. Disculpe mi ignorancia, pero… ¿podría explicarme a qué se refiere con “hablar normalmente”?
«¿Qué dijo? ¿Acaso en el mundo de las señoritas con ascendencia no existe el concepto de conversación casual?» pensó Godou, perplejo, imaginando lo distinto que debía ser el mundo en que ambos vivían.
—Me refiero a que abandones los formalismos y te dirijas a mí de un modo más coloquial, cotidiano, conversacional, habitual, frecuente. —explicó Godou con cuidado, intentando no volver a confundirla—. Por ejemplo, yo te llamaré Mariya, y tú puedes dirigirte a mí usando mi nombre, mi apellido o incluso algún apodo tonto si quieres. Cualquier cosa está bien.
Yuri se sonrojó de inmediato y negó con la cabeza.
—¡¿Cómo podría?!… Disculpe por oponerme a su imperial decreto, pero el estado de Su Señoría y el mío son tan diferentes como el cielo y la tierra. Además, nunca he llamado directamente a un hombre por su nombre —dijo, claramente incómoda.
Godou no pudo evitar pensar que esta chica parecía provenir de un país remoto… o tal vez de otra dimensión.
—¿Mi “Estado”? ¿Quién dice eso hoy en día? —murmuró Godou, con un toque de incredulidad—. Olvídalo. Si no te sientes cómoda, no voy a obligarte. Pero por favor, al menos baja el grado de formalidad al mínimo. No sabes lo incómodo que es cuando me llamas “Su Señoría”.
—Entendido… —dijo Mariya, con un leve temblor en la voz mientras se obligaba a relajarse—. Voy a intentarlo… ¿Señor Kusanagi?
—Mi padre era el Señor Kusanagi… ¡somos compañeros de clase! —argumentó Godou, todavía nervioso por la formalidad—. Si decir mi nombre es tan complicado, entonces al menos usemos los apellidos.
Mariya Yuri dudó un momento, miró a un costado como si luchara consigo misma, pero al final musitó:
—¿Compañero Kusanagi…?
—Gracias, compañera Mariya.
Godou la observó pronunciar cada palabra con extremo cuidado y asintió rápidamente, aprobando su esfuerzo. «Al menos es un comienzo», pensó.
—Tengo algo que solicitarle a usted, compañero Kusanagi. ¿Podría, por favor, mostrarme el objeto que trajo de Roma para examinarlo? —dijo Yuri, recuperando de pronto su actitud solemne.
—Sí, claro. No tengo problema en enseñártelo. Pero, ¿cómo supieron que lo tenía?
—El compañero Kusanagi es demasiado humilde. Alguien que podría convertirse en un Campione y que viajó repentinamente a Europa, donde residen los magos más poderosos del mundo y algunas de las deidades más antiguas e influyentes… Para los magos japoneses, más que curiosidad, lo correcto sería decir que sienten gran preocupación por cualquier objeto que haya podido traer de esas tierras extranjeras, y aún más si se trata de una reliquia de la era mitológica. Era natural que nos enteráramos.
—¿Dices que están preocupados?… —Godou frunció el ceño, inquieto—. Espera, ¿me han estado vigilando? ¿Desde cuándo? ¿Quiénes son? —sus palabras reflejaban sorpresa y cierta desconfianza; nunca sospechó que alguien estuviera espiándolo o siguiendo sus pasos.
—No sé si lo han seguido personalmente, pero al menos puedo confirmarle que ningún agente japonés fue enviado a Roma —respondió Yuri, adoptando un gesto serio y firme—. Sus defensas son prácticamente inexpugnables; sería imposible infiltrarnos sin que los poderosos hechiceros que protegen la Ciudad Eterna se percaten. Sin embargo, los italianos hicieron público un informe de inteligencia en el que te reconocían como Campione. A partir de ese momento, se solicitó formalmente al Servicio de Inteligencia Italiano un resumen de tus actividades en Roma, y ellos confirmaron haberte entregado una reliquia sagrada.
—¿Y quién realizó esa solicitud formal? —preguntó Godou, inclinando levemente la cabeza.
—Fue la Comisión de Compilación Histórica… —Yuri hizo una breve pausa, midiendo sus palabras—. ¿No los conoce?
«¡Vaya! Ese es un nombre terriblemente largo y aburrido, deberían cambiarlo», pensó Godou con ironía. Sin embargo, algo en su memoria le resultaba familiar. Recordó vagamente que Erica había mencionado en cierta ocasión que los magos en Japón estaban controlados directamente por el gobierno mediante una junta secreta, desconocida para el ciudadano promedio.
—Ahora que lo dices… Creo que he oído hablar de ese Comité. Alguien me dijo que era una especie de rama gubernamental —comentó Godou, inclinando levemente la cabeza.
—No es un comité, aunque estrictamente hablando tampoco es una comisión —explicó Yuri con voz firme—. Es una Oficina Secreta del Gobierno que controla y manipula toda la información obtenida o relacionada con los magos y asuntos sobrenaturales. Está integrada por miembros del Ministerio de Educación, Cultura, Deportes, Ciencia y Tecnología, la Biblioteca Nacional, la Agencia de la Casa Imperial, la Agencia de Asuntos Religiosos, el Departamento de la Policía Metropolitana y las Fuerzas de Autodefensa, entre otras organizaciones influyentes.
Las sacerdotisas como yo, con habilidades espirituales o representantes de los dioses, estamos obligadas a colaborar o servir como refuerzos en sus misiones. Lo mismo aplica a cualquier persona que manifieste poderes sobrenaturales, ya sea magia, adivinación, hechicería, etcétera —continuó Yuri—. La Comisión controla un enorme número de organizaciones con todo tipo de capacidades mágicas. Por ejemplo, mi familia pertenece a la Orden de Musashino, una agrupación que reúne a todos los grupos sintoístas de esta región municipal. Pero existen otros grupos, grandes y pequeños, en toda el área metropolitana de Tokio y aún más en toda la región de Kanto. La Comisión de Compilación Histórica es vital para asegurarse de que todos permanezcamos bajo estricto control, castigar a los disidentes y coordinar esfuerzos para defender a la nación.
—El control de lo sobrenatural también implica controlar la psicología de los ciudadanos —agregó Yuri, con un tono solemne—. Por eso, la Comisión define todo aquello que pueda considerarse “Historia Apropiada” de Japón y oculta lo que no lo sea.
«Sí, Erica me lo explicó… Básicamente deciden qué pueden saber los ciudadanos comunes y qué no conviene que descubran sobre su propia historia, los dioses y los magos. Por eso se llaman Comisión de Compilación Histórica, para que uno no sospeche a qué se dedican. Y, por supuesto, manipulan la información para que todos adopten la actitud que el gobierno desea sobre estos temas. Al final, todo se reduce al poder», reflexionó Godou, apretando ligeramente los puños.
—Fue por orden de la Comisión que me he reunido hoy con usted, compañero Kusanagi. Mi primera misión era confirmar si usted era realmente un Campione. También me seleccionaron porque estudiamos en la misma academia y porque soy buena amiga de su hermana, Shizuka —dijo Yuri, manteniendo su postura recta y la mirada firme, casi reverente.
—Eres una víctima obligada por el gobierno, ¿eh? —susurró Godou para sí mismo, sintiendo una inmediata simpatía por Yuri. La situación de los magos japoneses parecía mucho más tensa y complicada que la de sus contrapartes europeas, quienes no estaban presionados por ninguna autoridad estatal y tenían suficiente poder para mantenerse independientes. Resultaba triste comparar la actitud tan seria y formal de Mariya Yuri con la solemnidad, aunque cordial, que mostraban los Grandes Maestres.
«Pobre chica… la metieron en una jaula con un animal desconocido y le pidieron que confirmase si se trataba de un león o de un gato. Supongo que debo hacer lo posible para llevarme bien con esta Comisión de Compilación Histórica; de lo contrario, muchos de mis compatriotas relacionados con la magia tendrán dolores de cabeza»
Una vez que decidió esto, Godou sacó el Gorgoneion de la bolsa.
Su apariencia no había cambiado: un simple disco tallado en roca oscura, con un grabado apenas distinguible de una mujer con cabellos de serpiente… Sin embargo, en cuanto Yuri lo vio, quedó paralizada por el miedo, incapaz de pronunciar palabra durante varios minutos.
—Entonces… ¿esta cosa es muy peligrosa? —preguntó Godou, observando el Gorgoneion con una mezcla de curiosidad y cautela.
—Me temo que sí —respondió Yuri, cerrando los ojos como si entrara en un estado de profunda meditación—. Tiene grabado un sello muy, muy antiguo y pertenece a una divinidad poderosísima. Una diosa serpiente, la marca de un antiguo dragón… No, es probable que sea incluso más antigua que todos los dragones. El sello de la Madre Tierra, que trae al mismo tiempo la vida y la muerte.
—Aunque es sólo mi intuición —continuó, abriendo lentamente los ojos—, creo que este objeto proviene del norte de África. Cerca del Antiguo Egipto, pero no en Egipto. No sé por qué exactamente, pero mi corazón me dice que eso es lo más probable.
—Intuición, ¿eh? —dijo Godou, ladeando la cabeza—. Una amiga mía llamó a esto el Gorgoneion. ¿Te suena el nombre?
—No, lo siento —admitió Yuri—. Casi no sé nada sobre los dioses de Europa o África. Lo que dije antes es producto de mi habilidad de clarividencia. Uso mis sentidos espirituales para «intuir» la verdadera naturaleza de algo y luego interpreto las señales que percibo. Pero siempre es un cálculo aproximado.
«Ella dice que es un aproximado, pero sus palabras hasta ahora coinciden mucho con lo que Erica sabía sobre esta cosa maldita. Además, mencionó algo completamente nuevo al situar su origen en África», pensó Godou, impresionado. Claro que también existía la posibilidad de que Yuri hubiera investigado el Gorgoneion de antemano, pero su expresión era tan sincera que hasta dudar se sentía mal.
«Ahora que lo pienso, esta cosa está relacionada con Medusa y las Gorgonas… El héroe Perseo tenía el casco de invisibilidad de Hades, las sandalias aladas de Hermes, el escudo que reflejaba como un espejo… ¿Qué más? Bueno, realmente no importa. Luego obtuvo la cabeza de Medusa, con la que podía petrificar a sus enemigos… ¡Espera! También salvó a una princesa encadenada para ser devorada por un monstruo. Convertiría al monstruo en piedra usando la cabeza de la gorgona. ¿No se casó después con la princesa? ¡Sí! Se llamaba Andrómeda, una princesa de Etiopía[5], un reino al sur de Egipto, el mitológico, no el actual… tiene sentido que esta reliquia tenga relación con África», reflexionó, con la mente llena de asociaciones y recuerdos de mitos.
—Compañero Kusanagi, me gustaría hacerle una pregunta —interrumpió Yuri, devolviéndolo al presente.
—¿Eh?… Sí, claro. Pregunta lo que quieras —respondió Godou, todavía digiriendo sus pensamientos.
Era la primera vez en mucho tiempo que Godou se permitía una reflexión tan profunda sobre dioses y mitología, pero la intervención de Yuri lo trajo de golpe al mundo real.
—Es evidente que esta reliquia es una herramienta divina que mantiene sellados los poderes de una Deidad Desatada; como Campione, es imposible que no se haya dado cuenta de esta verdad, ¿no es cierto?
—Bueno, sí. Supongo que tienes razón… Digo, sentí que esta cosa era un poco problemática… —admitió Godou con una sonrisa avergonzada.
—¡Entonces, ¿por qué lo trajo aquí?! ¿Acaso quiere provocar un cataclismo en nuestra ciudad de Tokio? ¿Alguna vez ha pensado en las consecuencias que sus acciones podrían traer a los ciudadanos inocentes de nuestro país? —exclamó Yuri de repente, con una voz aguda pero cargada de energía, como si surgiera de la nada.
Godou sintió el mismo impacto que cuando, en el jardín de infantes, la maestra lo descubría en medio de una travesura. Inconscientemente retrocedió y sólo entonces se dio cuenta de que era Mariya Yuri quien hablaba, pero parecía distinta. Hasta ese momento, sus principales características habían sido su elegancia natural y su elocuencia; ahora, de pronto, revelaba una osadía que la hacía parecer mucho más seductora e imponente.
—Bueno, yo… ¡también estaba preocupado! —dijo Godou, intentando justificar su actitud—. Pero no debería haber ningún problema. Digo… la diosa que quiere esta reliquia sigue en Italia y seguramente ni siquiera conoce el nombre de Japón o su ubicación. ¡Hay varios océanos entre nosotros!
—¿No debería haber ningún problema? —exclamó Yuri, con voz cargada de incredulidad—. ¡¿Se da cuenta de lo irresponsable que suena?! ¡¿De la locura que ha dicho?! Los dioses no pueden ser detenidos ni por el paso de eones. ¿De verdad piensa que algo tan insignificante como la distancia o los océanos será un impedimento para una Deidad Desatada tan antigua y poderosa? ¡Por favor, no cree problemas innecesarios para nosotros! Después de escucharlo, ahora comprendo que el contenido de su informe era cierto y que usted no tiene el menor respeto por las demás personas ni por sus propiedades.
Yuri prácticamente atravesó a Godou con la mirada, y él retrocedió dos pasos, incapaz de sostenerla. La situación era mala. Cada intento de discutir con esta chica parecía condenado a empeorar las cosas.
Todos sus instintos le decían que la personalidad de esta sacerdotisa era de algún modo la antítesis de la suya. En cierto sentido esta chica era un “Jefe Final” al mismo nivel que Erica Blandelli, aunque su naturaleza fuese completamente distinta. Lo peor era que Mariya Yuri parecía consciente de que podía lastimarlo con sus palabras. Su “pregunta” inicial ya se había transformado en un ataque brutal.
—Un gran poder también implica una gran responsabilidad —dijo Yuri, con la voz cargada de indignación—. ¿Tiene idea de cuántos pueden sufrir por su desconsiderada forma de actuar? ¿Cómo cree que deben calificarse sus recientes decisiones? Se dejó manipular por las simples caricias de su amante y ahora trajo ese peligroso objeto hasta su tierra natal, sin importarle la seguridad de sus compatriotas. ¡¿Puede haber conducta más irresponsable?!
—Espera… ¿Amante? ¿Qué? ¿A quién te refieres? —preguntó Godou, visiblemente desconcertado.
—No sirve de nada que pretenda hacerse el tonto —replicó Yuri, sacando un gran folder de manera solemne—. Este informe del gobierno lo expone con claridad: Erica Blandelli, miembro de la Orden de la Cruz de Cobre Negra, 16 años de edad. Altura: 1,64 metros. Medidas: 86-58-88. Amante de Kusanagi Godou.
Al escuchar esto, Godou sintió como si una mano helada le apretara el corazón por la espalda. «¡No puede ser… esto es absurdo!», pensó, abrumado por la desesperación.
—¡Espera! ¡Espera! ¡Espera! —exclamó—. ¡Todo eso es mentira! ¡Esa información sobre mí no es cierta! ¡Son hechos infundados! ¡Informes falsos! ¡Falacias de autoridad en el mejor de los casos! ¡Al menos escúcheme, por favor!
—¿Me está pidiendo que le crea a usted en lugar de a los informes de inteligencia de una República, un Reino y un Imperio? —replicó Yuri con furia contenida—. ¡¿En serio pretende engañarme cuando todos los hechos están claramente expuestos aquí?! ¡Es usted un tirano que usa su poder para hacer lo que se le antoja con mujeres inocentes, sacrificándolas para saciar su lujuria a cambio de favores infames, sin importarle las consecuencias! ¡¿Acaso no conoce el significado de la palabra “vergüenza”?!
—¡¿Cuándo he “hecho lo que se me antoja” con alguien?! —gritó Godou, desesperado—. ¡Es todo lo contrario! ¡Ella es la única que hace lo que le da la gana conmigo y dice a los cuatro vientos que somos amantes, a pesar de que nunca consentí semejante relación! ¡Tienes que creerme!
—¡¿Oh?! —exclamó Yuri, con la voz cargada de reproche—. O sea que no solamente usted es capaz de jugar con una mujer, sino que incluso afirma que la culpa es de ellas por seducirlo. ¡Ahora entiendo hasta qué punto puede ser despreciable! ¡Una desgracia para todos los hombres!... ¡Deje sus inútiles intentos por engañarme ahora mismo!
El rostro de Yuri se iluminó con una sonrisa, pero esta no llegó a sus ojos.
«Esta mujer es una Ráksasa[6]…» Pensó Godou. Si las Ráksasa hembras realmente existiesen, seguramente sonreirían igual que Yuri. No podía creer que una sonrisa pudiera ser tan hermosa y, al mismo tiempo, transmitir tanta frialdad.
Inconscientemente, Godou retrocedió y desvió la mirada hacia atrás, como si buscara una ruta de escape. Fue entonces cuando la vio.
Era una silueta muy familiar, caminando hacia él con pasos rápidos y seguros.
«Espera, espera, espera… ¿Por qué tú estás aquí?» pensó, sorprendido.
—Te voy a pedir que dejes de intimidar a mi Godou ahora mismo —dijo la mujer, con voz alegre, pero firme—. La única persona en el mundo que puede amarlo, corregirlo, consolarlo o tratarlo como un juguete, soy yo, la Diávola Rossa. Tal es mi derecho y no pienso compartirlo con nadie. ¿Entendiste? No me culpes si luego te hago sufrir por jugar con la propiedad de otros. Además, aunque los informes de inteligencia no estén del todo mal, la forma en que tu Comisión recopila la información deja mucho que desear, porque mis medidas son 90–58–91.
Godou la miró estupefacto. Unas palabras que no deberían haber sido pronunciadas por alguien que no tendría que estar allí… y, sin embargo, frente a él estaba precisamente la mujer de la que hablaban hacía unos momentos: Erica Blandelli.
Con sus cabellos dorados ondulando al viento y una presencia capaz de cautivar incluso al hombre más indiferente, Erica Blandelli parecía la personificación misma de la belleza exuberante, propia de las legendarias reinas guerreras occidentales. Pero no era solo su apariencia lo que atraía todas las miradas: cada movimiento, cada gesto, cada detalle de su porte transmitía una elegancia natural que imponía respeto y admiración.
Una mujer así nunca adoptaría una postura dócil frente a otra, menos aún frente a alguien como Mariya Yuri, cuya presencia irradiaba refinamiento y dignidad. Ambas eran hermosas, pero opuestas, como polos que se equilibran automáticamente al encontrarse. Solo que Erica llevaba la iniciativa, mostrando una sonrisa que deslumbraba y, al mismo tiempo, dejaba entrever una agresividad contenida hacia Mariya Yuri por haberse atrevido a sermonear al hombre que amaba.
—¿Qué pasa, Godou? ¿Por qué pareces petrificado por Medusa? —preguntó Erica con un tono dulce, que contrastaba intensamente con la mirada fría que había dirigido a Mariya Yuri.
—Porque alguien que debería estar al otro lado del mundo aparece de repente frente a mí… Pero ya que has viajado desde Milán hasta Tokio, supongo que no es solo para saludar, ¿verdad? Dime de una vez por qué has venido.
—¿Por qué? Hay un límite para lo obtuso que puede ser un hombre, Godou —respondió Erica, acercándose con seguridad—. Cuando una mujer hace un viaje inesperado desde un país lejano, solo puede ser porque desea ver al hombre que ama, ¿no?
Llevaba un top negro sin mangas, un suéter rojo y unos vaqueros azules que realzaban la silueta de sus piernas, ya de por sí perfectas. De algún modo, incluso con prendas tan sencillas, parecía la indumentaria de una auténtica reina; nada se sentía fuera de lugar, ni siquiera en el templo sintoísta donde se encontraban.
«¿Cómo lo logra?», pensó Godou, admirándola a pesar suyo.
Parecía que, sin importar el sitio, Erica Blandelli estaba destinada a ser el centro de atención.
—Acércate, Godou —dijo Erica, entrelazando su mano con la del joven y llevándolo amorosamente junto a ella—. Cuando sea y donde sea, tú eres el único hombre que tiene derecho a estar a mi lado.
—¿Qué… ¡¿Qué están haciendo?! ¡¿Cómo puedes llegar así de repente e inmediatamente ponerte a intimar de manera tan descarada?! —exclamó Yuri, escandalizada.
—¿De qué hablas? —respondió Erica con ligereza—. Ya conoces bien la relación entre Godou y yo, ¿verdad? Interrumpir a una pareja de amantes es algo que solo haría una mujer insensible.
—¡Oye, deja de provocar malentendidos intencionales…! —intentó protestar Godou, pero un escalofrío recorrió su espalda.
La sonrisa que Yuri mostró entonces era tan hermosa como aterradora, una mezcla de perfección y frialdad capaz de dejar sin palabras a cualquiera.
—Este es un santuario donde las personas vienen a buscar la bendición de los dioses con auténtica devoción y temor reverencial desde tiempos inmemoriales. Ahora les pido a ambos que respeten este lugar, absteniéndose de cualquier comportamiento vergonzoso o acto profanador. ¿Me he explicado con claridad?
—E… es… es cierto, Erica. Por favor, escuche lo que mi compañera Mariya dice —dijo Godou, intentando calmar la situación—. Ni siquiera tú serías capaz de bromear en un lugar sagrado, ¿verdad?
Pero todas las normas de cortesía que se esperaban de los jóvenes japoneses parecieron esfumarse con una simple sonrisa de Erica.
—Yo no estoy bromeando. Además, ya que estamos en un templo, bien podríamos proclamar nuestro amor a todo el mundo, como un adelanto de lo que será nuestra ceremonia de bodas. ¿Qué piensas?
—¡Esto no es una boda! ¡Ya deja de hablar sin pensar en las consecuencias!
Toda la conversación transcurría en japonés, y la pronunciación de Erica era tan impecable que superaba incluso a la de algunos compatriotas de Godou, lo que sugería que había usado algún tipo de magia para dominar el idioma en poco tiempo, al igual que él había aprendido italiano con Mille Linguis. Gracias a esto, Yuri también podía entender la conversación y responder.
Y hablando de Yuri…
Los ojos de la Hime Miko se tornaron aterradores, fríos como el hielo, y dejaban escapar una clara intención asesina. Su mirada estaba clavada en el brazo izquierdo de Godou, específicamente, la parte de su cuerpo que era abrazada fuertemente por la hermosa doncella italiana, quien no mostraba el menor reparo en dejar que sus pechos se rozaran suavemente contra él.
—Kusanagi Godou, ahora voy a pedirle que se retire inmediatamente de este Santuario. Ya he comprendido la verdadera profundidad de su lujuriosa depravación y no tengo nada más que decirle.
—¡Por favor, espere un momento, Señorita Mariya! Le ruego que me dé un minuto para calmar a esta chica —exclamó Godou, avergonzado, y luego se volvió hacia Erica con una expresión severa—. Suficiente de juegos y mentiras, Erica. Si sigues haciéndote la tonta, de verdad me voy a enfadar.
—Ah, finalmente dejaste esa expresión de cachorrito arrepentido y te pusiste serio. Me gustas mucho más cuando demuestras tu verdadero carácter —respondió Erica, sonriendo mientras retiraba su brazo.
Lo más frustrante era que, en el fondo, seguramente había venido a ayudarlo con la mejor de las intenciones. Sin embargo, su naturaleza maliciosa le impedía dejar pasar cualquier ocasión para burlarse de él, incluso en los momentos más delicados.
«Esperar lo contrario sería un imposible», pensó Godou, suspirando. Por eso decidió no quejarse y fue directo al asunto que los ocupaba.
—Justo estábamos hablando del Gorgoneion que tú me diste cuando de repente apareciste. ¿Es por eso que estás aquí?
—¡Qué niño tan inteligente! —exclamó Erica alegremente—. Casi te sacas veinte puntos en el examen… Pero no vine directamente a Japón: estaba persiguiendo a cierta persona de interés.
—Ah… ¿Y quién es esa “cierta persona de interés”? —preguntó Godou con cautela. Ya intuía de quién se trataba, pero aún abrigaba la ingenua esperanza de estar equivocado.
—¿De verdad tienes que preguntármelo? —dijo Erica con una sonrisa que derrumbó cualquier ilusión de escape—. Pero si insistes en que yo misma te lo diga…
En ese mismo instante, el rostro de Yuri se tornó lívido. La palidez que la envolvió fue tan súbita y marcada que Godou entendió de inmediato: la sacerdotisa acababa de tener el peor tipo de precognición.
—¡Obviamente es una deidad desatada!
—¡Un dios desatado ha llegado a nuestra tierra!
Erica y Yuri hablaron al mismo tiempo, aunque con tonos opuestos: la primera con una ligereza casi despreocupada; la segunda, con un suspiro cargado de pánico.
Ahora que sus malos presentimientos habían sido confirmados, Godou ya no podía seguir negando la realidad. Su ánimo se desplomó como una roca lanzada al agua.
—¡Pero si ni siquiera le dije de dónde venía o hacia dónde me dirigía! ¿Cómo me persiguió desde Roma? —preguntó, estupefacto.
Pero Erica simplemente se encogió de hombros como si estuviese diciendo “Bueno, para empezar los seres humanos nunca comprenderán los métodos de los dioses”.
—Siendo honesta, probablemente fue culpa mía. Mejor dicho, fui demasiado optimista. Para un dios, cruzar océanos y continentes debe de ser incluso más sencillo que respirar… ¡Pero bueno, no hay que llorar sobre la leche derramada! Ya que la deidad está aquí, lo mejor es concentrarnos en cómo expulsarla.
—“Fui demasiado optimista” … ¡Sí, cómo no! —reclamó Godou—. ¡Tú sabías que esto pasaría! ¡Sabías que vendría aquí y, aun así, no me lo advertiste!
Por primera vez, Erica no respondió con una burla ni con un sarcasmo. En lugar de eso, lo miró con un gesto levemente apenado, como si quisiera disculparse por su travesura; aunque en sus ojos también brillaba cierta premura, como diciendo: «Sí, sí, está bien, ya sé que es mi culpa…».
Esa fue la impresión que transmitió su semblante. Sin embargo, aquella congoja apenas duró un instante, pues enseguida recuperó la compostura y comenzó a dar instrucciones.
—Lo más importante es determinar la identidad de esa deidad desatada para hacernos una idea de cuáles son sus poderes. Luego debemos averiguar dónde se encuentra exactamente —declaró Erica con firmeza, antes de volver su atención hacia Yuri—. Por lo que alcancé a escuchar, posees una percepción espiritual muy desarrollada, que es perfecta para resolver nuestros problemas. Te ruego que realices un auspicio para descubrir el nombre que necesitamos.
—¿Un auspicio? ¿Te refieres a un oráculo? ¿Es posible hacer algo así? —exclamó Godou, incapaz de ocultar su sorpresa.
—Creo que tenemos buenas posibilidades —replicó Erica con serenidad—. Actualmente contamos con el Gorgoneion, que encierra gran parte de los poderes de la deidad. También tenemos a alguien que conoció personalmente a esa diosa: tú, Godou. Si quien realiza el auspicio es una Sibila[7] adecuada, debería funcionar.
Saber el nombre y los poderes de un dios contra el que estaba a punto de enfrentarse podía significar la diferencia entre la vida y la muerte. Aunque Godou tenía una experiencia limitada en asuntos arcanos, había aprendido cuán crucial era obtener esa información antes de entrar en combate con una divinidad.
De modo que Godou se volvió hacia la Hime Miko y realizó una profunda reverencia, mientras le pedía usando las palabras más sinceras posibles:
—…Lo siento, señorita Mariya, pero Erica tiene razón. Sé muy bien que este desastre es culpa nuestra. También entiendo que es increíblemente descarado de nuestra parte solicitar tu ayuda. Pero aun así debo pedírtelo. Por favor, ¿podrías intentarlo?
Yuri abrió la boca, dispuesta a soltar una réplica severa; sin embargo, se contuvo en el último instante y, en lugar de hablar, exhaló un suspiro profundo.
—No es que tenga otra opción, ¿verdad? Entonces lo intentaré. Por favor, entrégueme ese disco de piedra. Y usted, Kusanagi Godou, extienda la mano. Ahora concéntrese en el instante en que conoció a esa diosa desatada y dígame: ¿cuál fue su primera impresión al verla?
Yuri tomó el Gorgoneion con su mano izquierda y, con la derecha, sujetó la de Godou. Luego cerró los ojos, adoptando una expresión solemne mientras comenzaba a entonar un antiguo cántico mágico.
La atmósfera se volvió solemne de inmediato. Godou estaba tan nervioso que apenas podía ordenar sus recuerdos. Sin embargo, cerró también los ojos y se obligó a concentrarse con todas sus fuerzas.
—Creo que es… la noche. Sí, la oscuridad de la noche. No un negro absoluto, sino uno lleno de matices, como el cielo estrellado. No sé qué divinidad es, pero… estoy seguro de que está ligada a la noche.
La madre tierra, una serpiente, las gorgonas, Medusa… esas eran las palabras clave que Godou conocía y que giraban en torno a la identidad de la figura. Sin embargo, ninguna despertaba sus instintos. Lo que sí emergió con fuerza, como un destello en la memoria, fue la mirada de aquella niña. Y con ella, la palabra noche se grabó en su mente con una asombrosa claridad.
—La noche eterna… —susurró Yuri, con los ojos cerrados y el Gorgoneion ardiendo en su palma—. Ojos como la obsidiana, pertenecientes a una joven de cabellos plateados… No, no es una niña, ni pretende serlo. Ha sido despojada de su edad y desterrada de su trono divino. Encerrada en un cuerpo infantil, por siempre y para siempre. Nunca volverá a reinar… Y por eso ahora intenta desatarse.
De improviso, la Hime Miko comenzó a murmurar verdades sobre la divinidad que ninguno de los presentes había escuchado jamás. Era como si sus palabras fluyeran desde un manantial invisible, más allá del entendimiento humano. Tal era la magnitud de su percepción espiritual que Godou quedó sobrecogido, consciente de que aquel poder trascendía con creces los límites de lo meramente cognoscible.
—Ella es la diosa madre de los tres rostros… la cruel tirana del inframundo… la más celosa, intrigante e iracunda. La hermosa tejedora de arañas y serpientes. La que siembra pensamientos en las profundidades más secretas de la mente humana… y otorga la victoria a tramposos, ladrones y astutos —murmuraba Yuri en trance, cada palabra impregnada de un poder ajeno a su propia voz—. Entonces, el nombre de la diosa desatada es… ¿Eh?
De pronto, la sacerdotisa se interrumpió con un grito ahogado.
Al escucharla, Godou y Erica se miraron de inmediato, un escalofrío les recorrió la espalda. ¿Qué clase de entidad podía provocar tal sobresalto en la sacerdotisa?
—¡¿Qué has visto?! ¡¿Quién es?! ¡¿Escuchaste su nombre?! —insistió Godou, con la voz cargada de urgencia.
—S-sí… claro que lo escuché —respondió Yuri, aún atónita—. Pero… debe haber un error. Porque… ¡todos conocen a esa diosa! Es la señora de la guerra de Grecia. Además, es famosa por ser enemiga de las gorgonas y de toda criatura serpentina. ¡Su nombre no encaja con la descripción!
—Así que es una divinidad famosa… tanto que incluso una miko japonesa reconoce su nombre. Bueno, ¡dilo ya! —exigió Erica, clavándole una mirada tan severa que no dejaba espacio a réplica.
El silencio se tornó denso. Finalmente, la voz de Yuri quebró la quietud como un relámpago:
—Ella es… Atenea. La diosa con la que el compañero Kusanagi se encontró. La diosa que ha venido a Japón. ¡Su nombre es Atenea! Pero… eso tendría que ser imposible… ¿no?
Palas Atenea, la de los ojos grises.
La portadora de la égida dorada.
La hija de Zeus, diosa de la sabiduría y de la guerra estratégica.
A pesar de ser reverenciada como la diosa de la sabiduría y la estrategia, Atenea también poseía una fuerza temible, suficiente para superar en ocasiones a su propio hermano Ares, el sanguinario dios de la guerra, e incluso herirlo con su lanza invencible.
Todos conocían también la leyenda de Perseo: aquel semidiós que se enfrentó a la gorgona Medusa, cuyo poder bastaba para petrificar a sus enemigos con una sola mirada. Su victoria solo fue posible gracias a la protección de Atenea. Fue por ello que, al culminar su hazaña, el héroe le ofreció la cabeza cercenada como tributo y la consagró a su patrona.
En verdad, nada parecía indicar que esta divinidad tuviese una afinidad con serpientes o gorgonas. Más bien, era su eterna enemiga.
Pero a Kusanagi Godou aquel misterio poco le importaba. Lo único que hacía en ese momento era maldecir su pésima suerte por verse obligado a enfrentar a una entidad tan peligrosa.
«Pudo ser una sirena, una ninfa, incluso un fauno… ¡pero no! ¡Tenía que ser la diosa de la estrategia militar!»
La brillante hija de Zeus y Metis nació de la cabeza de su padre, pues éste, temiendo que su madre diera a luz a un hijo varón que lo superase en poder, devoró a Metis mientras aún llevaba al bebé en su vientre. Así, Palas Atenea emergió completamente formada de un dolor de cabeza del rey de los dioses.
Al haber conocido únicamente el amor de su padre, Atenea despreciaba naturalmente a todas las mujeres, salvo aquellas que compartían su causa, como Electra, que buscaba vengarse por el asesinato de su progenitor.
En cierta ocasión, la tejedora Aracne, orgullosa de su habilidad, se jactó de ser mejor que Atenea, quien había inventado el arte del hilado. La diosa la retó a un concurso de telares, pero Aracne no solo ganó, sino que eligió un tema que se burlaba de los amores de los dioses, aumentando aún más la humillación. Dolida y amargada, Atenea transformó a Aracne en una araña gigantesca y horrenda, condenándola a tejer por toda la eternidad.
En numerosas ocasiones, Atenea se enfrentó al hermano mayor de su padre, el dios Poseidón, señor de océanos y terremotos. La diosa logró arrebatarle el derecho de nombrar la ciudad que llevaría su nombre, Atenas, e intervino en múltiples ocasiones en favor del héroe Odiseo, quien se había ganado la enemistad del dios del mar.
Además, conspiró junto a Hera para destruir la ciudad de Troya, no por la gloria de la guerra, sino para vengarse del príncipe Paris, que había otorgado el título de “la más hermosa” a Afrodita, ignorando a la diosa de la sabiduría. Fue Atenea quien inspiró en la mente del astuto Odiseo la idea del Caballo de Troya, asegurando la victoria de los griegos.
Todos los mitos griegos encerraban parte de la verdad, pero también servían para ocultar secretos; velaban la verdadera naturaleza de Atenea y mantenían su identidad atrapada tras capas de leyenda y engaño.
Lo que verdaderamente odiaba era el Sol.
Esos brillantes rayos, su luz deslumbrante que proclamaba supremacía desde las alturas… eso era lo que más irritaba a la Reina de la Noche. Sin embargo, era solo irritante. No constituían una amenaza real mientras no fuesen manipulados por el poder de un inmortal.
«Además, incluso el poder destructivo del Sol encierra el don de la vida, esencial en el ciclo que culmina con la muerte. Soportar gentilmente su brillo… también podría considerarse propio de una reina», reflexionó Atenea.
—No —exclamó la niña, negando de inmediato su propio razonamiento—. Ese pensamiento es erróneo. Esta reina sólo soporta la luz porque aún no he recuperado mis poderes… porque todavía no soy la “Atenea Desatada”.
Pero cuando posea el Gorgoneion, recuperaré lo que me fue arrebatado: las memorias de la Madre Tierra, la autoridad de la Reina del Inframundo y la sabiduría de la más anciana de las diosas.
Restauraré este cuerpo quebrantado a su verdadera y gloriosa forma. Nuevamente desafiaré a mi padre, Zeus el Tonante, señor de los cielos, quien osó imponer orden sobre el caos de la oscuridad y ahora domina el Sol por encima del mundo que una vez me perteneció.
La batalla será terrible, pero mientras recupere mi trono… ¡qué importa si el mundo entero se destruye!
¡La oscuridad volverá a reinar! ¡Recobraré lo que era mío!
Solo un poco más…
Todo lo que la niña necesitaba era recuperar a la Antigua Serpiente, el Gorgoneion, para restituir su verdadera identidad y volver a ser la auténtica “Atenea”.
Entonces, cubriría al mundo entero con una segunda Gran Oscuridad, dominando toda forma de vida, mortal o inmortal.
En el instante en que sus pies tocaron por primera vez las costas de Japón, Atenea percibió de inmediato un peso invisible en el aire. Era la presión de incontables voluntades divinas, antiguos guardianes del archipiélago que, unidos, trataban de excluirla. Era una advertencia muda, una resistencia sagrada que proclamaba: “No eres bienvenida en esta tierra”.
La niña de cabellos de plata arqueó apenas una ceja, con una sonrisa desdeñosa. Alzó una mano delicada y, con un simple movimiento de sus dedos, las murallas invisibles que protegían al país estallaron en silencio. Aquellas innumerables defensas espirituales, forjadas a lo largo de siglos para mantener a raya a lo sobrenatural, se desmoronaron como frágiles espejos de cristal.
Atenea avanzó con calma, sus pasos tan ligeros como inevitables. Ni la amenaza de tifones, ni la furia de tormentas, ni los temblores de la tierra le merecieron la más mínima atención. Para ella, tales fenómenos eran insignificantes: sólo catástrofes pasajeras, incapaces de compararse al poder del mar embravecido de Poseidón o a los relámpagos que blandía Zeus.
Entonces, su voz resonó, clara y solemne, como un eco que vibraba en la misma esencia del mundo:
—Dioses de estas islas… escuchadme. No osaré fingir cortesía. Si osáis alzaros contra mí, si pretendéis declararme la guerra, sepultaré a estas islas bajo el mar y las borraré de la faz de la tierra.
El silencio que siguió fue absoluto. Las voluntades divinas que habían intentado impedir su paso se disolvieron, retirándose una a una en un murmullo de resignación. Ningún kami se atrevió a replicar, ninguno osó desafiarla, pues sabían que un enfrentamiento directo sólo arrastraría a la ruina la misma tierra que tanto se esforzaban por proteger. Rechinando los dientes, la dejaron pasar.
Con una serenidad terrible, Atenea prosiguió su marcha, dueña absoluta del cielo y la tierra que pisaba.
«¿Dónde está? ¿Dónde se oculta? Caminé sobre las olas y atravesé los vientos, siguiendo el rastro de la antigua serpiente. ¿Dónde la han escondido mis enemigos? ¿Dónde me aguarda aquello que siempre me perteneció? ¿En el Este? ¿Fue aquel joven quien se lo llevó a su hogar? ¿Acaso creyó que el tiempo o la distancia podrían detenerme?»
Una sonrisa apenas perceptible se dibujó en su rostro: acababa de confirmar la ubicación de su presa.
«El Gorgoneion está muy cerca de uno de “ellos”, nuestros eternos adversarios. ¡El eterno adversario! Al final tenía razón… fue él quien se robó a la Serpiente.»
La última vez que se enfrentó a un Campione había sido hace tanto tiempo que ni siquiera recordaba su rostro. Tal vez siglos… no, miles de años.
Aún así, al percibir que se aproximaba a su enemigo mortal, un brillo asesino surgió en los ojos de la niña, revelando su verdadera naturaleza como la diosa de la guerra. Ese resplandor pronto se transformó en un estallido de auténtico poder divino, que giraba y rugía como un torbellino alrededor de su cuerpo.
Era un poder casi tan inmenso como su sed de sangre.
—Gracias por traernos, señorita Anna —dijo Godou con una sonrisa que le costó casi toda su fuerza mental. Acababa de salir del asiento trasero del coche de la muerte; sus rodillas temblaban por los nervios y el aire fresco del exterior llenó su atribulado corazón de tal alegría que tuvo que contenerse para no saltar de emoción, arriesgándose a tropezar o caer al suelo.
«Creía que nunca más tendría que subirme a este demencial automóvil suicida», pensó Godou, resignándose a su funesto destino. Nunca imaginó que volvería a encontrarse con “EL HORROR” tan pronto.
La expresión de su rostro debía ser aterradora. Incluso Erica, que acababa de salir detrás suyo, lucía pálida y con una mirada incómoda, algo poco común en alguien tan segura de sí misma.
—Las gracias no se merecen. Para mí es un placer estar al servicio del joven Godou y de la señorita Erica —respondió Arianna desde el asiento del conductor, con una sonrisa radiante y serena. Era realmente increíble que pudiera mostrar una expresión tan dulce apenas segundos después de haber conducido como una maniaca.
Definitivamente, ella era alguien fuera de lo normal.
Después de descubrir que Atenea era la diosa desatada, Godou salió literalmente corriendo del Santuario Nanao. Su objetivo era interceptarla lo antes posible, antes de que se desataran eventos catastróficos. No le preocupaba demasiado la dirección, pues sabía que Erica lo alcanzaría sin problemas y que, con seguridad, ya conocía la ubicación exacta de Atenea.
Aunque antes de salir, tuvo que detenerse un segundo porque Yuri le gritó una advertencia.
- ¡¿Cómo se le ocurre llevar la única cosa que Atenea realmente está buscando?! ¡¿Qué tienes en la cabeza?! Por todos los dioses, por lo menos deja esa piedra aquí conmigo, aunque sea de momento. Aaaah… ¡Ya no sé qué hacer con usted!
Solo entonces Godou cayó en cuenta de que todavía tenía el Gorgoneion firmemente aferrado en la mano y se sintió completamente estúpido. Recién tomaba conciencia de cuán ingenuo había sido al traer consigo la reliquia. Tampoco podía evitar sentirse culpable por Yuri, que ahora se esforzaba por ayudarlo.
La Hime Miko le arrebató el Gorgoneion con un gesto exasperado, y Godou, consciente de que tenía toda la razón, no protestó y volvió a correr.
Al llegar a la carretera, Erica sacó su teléfono y llamó a Arianna para que los recogiese.
«Supongo que debía esperar esto», pensó Godou, reprimiendo un escalofrío de angustia. «Por supuesto que traería a alguien que ya supiese japonés como acompañante».
Su corazón sufrió un nuevo revés al ver acercarse a la sirvienta al volante de una camioneta 4x4, sin el menor respeto por las señales de tránsito. Era un milagro que no hubiese atropellado a nadie ni atraído a un escuadrón de policía tras ella.
—…No tenemos tiempo —susurró Erica, sonriendo con esfuerzo—. Si dependiera de mí, tampoco me metería en esta máquina mortal, pero es la forma más rápida de llegar hasta Atenea.
—Supongo, siempre y cuando lleguemos vivos —murmuró Godou, con los ojos abiertos como platos—. Pero, ¿cómo es posible que esta chica tenga una licencia internacional? ¡O cualquier otra forma de permiso! Tiene que haber algo muy mal con los italianos para que la hayan dejado subirse legalmente a un vehículo motorizado.
—Pues lamento decirte que, aparentemente, Arianna obtuvo su licencia en Japón.
—¡…!
Lo cierto era que ambos tenían ganas de culpar a sus respectivas naciones, pero lamentablemente no había tiempo para eso, y tampoco valía la pena llorar sobre la leche derramada.
Así, mientras Godou y Erica se consolaban con ese viejo aforismo, se armaron de valor y se acomodaron en el asiento trasero, ajustando los cinturones de seguridad con la conciencia de que sus vidas dependían de ello. Instantes después, el vehículo se precipitó por las calles como un relámpago que cae del cielo.
El viaje infernal duró cerca de una hora, tal vez incluso menos, pero sus cuerpos fueron sometidos a tensiones tan extremas que perdieron por completo la noción del tiempo.
Lo más increíble era que el vehículo de Arianna era automático, lo que en teoría debería regular la velocidad; sin embargo, de algún modo inexplicable, conducir en esa camioneta se sentía igual de al límite que hacerlo en un modelo mecánico.
Finalmente entraron en un óvalo a más de 120 kilómetros por hora, pero lograron salir con vida, aunque probablemente provocaron un infarto a más de un peatón desprevenido. Entonces el vehículo se detuvo y Godou no pudo contener una lágrima de alivio.
—Ah… qué deliciosa brisa. Hace mucho que no estoy frente al mar —dijo Godou, con la mirada perdida, contemplando una playa desconocida mientras su cerebro intentaba borrar los horrores del trayecto, como si fuese víctima de un trauma de guerra. Quizá ya habían salido de los límites de Narashino o incluso de la prefectura. ¡Qué importaba!
—Godou, vuelve a la realidad. Atenea está cerca. Arianna, espéranos aquí y retírate a la menor señal de peligro —ordenó Erica, mientras examinaba un artefacto que recordaba a un reloj de bolsillo antiguo de oro, aunque con extraños símbolos en lugar de números. Enrolló la cadena alrededor de uno de sus dedos y dejó que el objeto colgara como un péndulo sobre su palma.
Parecía un instrumento mágico para localizar o investigar algo. Godou lo había visto antes en acción, y probablemente fue gracias a él que Erica había podido rastrearlo tan rápidamente, incluso dentro del Santuario Nanao.
—Como ordene, señorita Erica. ¡Por favor, tenga cuidado! —exclamó Anna, inclinándose profundamente en señal de respeto.
Erica comenzó a correr hacia la costa, y Godou la siguió detrás, respirando con dificultad. La hechicera no mostraba ni un atisbo de duda: debía haber localizado a Atenea, pues su paso era seguro y decidido.
Eran más de las cinco de la tarde. Continuaron corriendo hasta que se vieron obligados a detenerse ante unos matorrales decorativos. Más allá se alzaba un muro de contención, diseñado para impedir que las personas accedieran a la playa sin pasar por los controles correspondientes. Aun así, no lograba ocultar la imponente vista de los rompeolas, que tronaban bajo el implacable embate del mar.
—¿Tu sirvienta siempre conduce de esa manera? —preguntó Godou, mientras buscaba un camino entre la vegetación.
—¡Por supuesto! —respondió Erica—. Aunque lo verdaderamente asombroso es que hasta hoy jamás ha tenido un accidente real ni ha lastimado a ningún transeúnte. Por eso no estoy segura si calificarla como una conductora temeraria… o un auténtico genio al volante.
—…Supongo que tienes razón —admitió Godou—. Me faltan palabras para describirla. Pero no me negarás que es un poco cabeza hueca. Cuesta creer que alguien pueda ser tan “singular” y, al mismo tiempo, no darse cuenta.
—Bueno, no es que sea tan mala —replicó Erica con ligereza—. De hecho, Arianna es inteligente, dedicada, trabajadora… y hasta tiene un gran sentido del humor. Muchos dirían que es una mujer perfecta. Solo tiene cuatro pequeños defectos sin importancia.
—… ¿Inteligente? ¿Ella? —Godou preguntó con total sinceridad, sabiendo que la otra parte no podía escucharlo—. ¿Y qué significa “gran sentido del humor”?
Porque cada vez que Erica mencionaba la palabra “diversión”, casi siempre implicaba que alguien más estaba sufriendo dolorosamente.
—Solo por curiosidad… —preguntó Godou, levantando una ceja—. ¿Cuáles son esos cuatro “defectos sin importancia” de los que hablas?
—Bueno, primero están sus… singulares habilidades de conducción. Pero claro, esas ya las conoces.
—Por supuesto. —Godou suspiró con amargura.
—En segundo lugar, por alguna razón que nadie entiende, Arianna es incapaz de dominar cualquier arte mágico o de combate. ¿Puedes creerlo?
—Y aun así eligió vivir como hechicera… —replicó Godou, incrédulo—. Eso no le suma puntos a la supuesta inteligencia que dices que tiene.
—En tercer lugar —continuó Erica con total calma—, aunque la mayoría de sus platillos son exquisitos, sus sopas y guisos son tan terribles que basta con el olor para hacer llorar al niño más obediente.
—… —Godou la miró en silencio, como si las palabras lo hubiesen abandonado.
—Y en cuarto y último lugar… ¿cómo decirlo? Bueno, de alguna manera, cada tres días ocurre un gran accidente a su alrededor. Sí, eso sería todo.
«¡No importa cómo lo digas, esos no son defectos que una doncella debería tener! ¡Mucho menos alguien que se supone está entrenando para ser un caballero mago!»
Godou contuvo a duras penas un grito de exasperación.
«No hay un motivo lógico para que Erica la mantenga a su lado… Seguramente lo hace porque la considera divertida o interesante. ¡Esa chica siempre prefiere dar rienda suelta a sus caprichos antes que hacer lo que es práctico!»
Ambos continuaron charlando sobre temas triviales mientras buscaban un modo de abrirse paso. Finalmente, tras diez minutos de rodeos, se toparon con la niña de cabellos plateados.
Ninguno tenía idea de cómo se las había arreglado para llegar hasta Japón con tanta facilidad. Pero ahí estaba ella, vistiendo una chaqueta de lana fina, una minifalda con calcetines hasta la rodilla y, sobre su cabello brillante como la plata, llevaba un gorro de lana tejida a mano.
«Sí… esta pequeña diosa se ve tan resplandeciente. Pero, de algún modo, la única palabra que viene a mi mente cuando la contemplo es “oscuridad”.»
—Finalmente nos encontramos, Campione. Me alegra que nuestra reunión se produzca sin demora ni adversidad —dijo la niña con una voz dulce y tierna, aunque el contenido de su saludo parecía atemporal.
Godou respondió con un tono cargado de cansancio y una pizca de frialdad:
—Me gustaría darte la bienvenida, pero estoy cansado de que aparezcan sin previo aviso y perturben la tranquilidad de mi vida diaria. ¿Acaso los dioses desatados no tienen nada mejor que hacer últimamente que convertirse en la piedra en el zapato de los mortales?
La niña entrecerró los ojos, observándolo con interés.
—Durante mi existencia divina he contemplado innumerables prodigios, pero creo que es la primera vez que me topo con un hijo de Epimeteo, aquel al que todos los pueblos llaman el Tirano Irresistible, que pretende instruirme en la moral. Realmente eres un Campione singular.
Aunque no mostraba agresividad, en ella había algo que irradiaba un peligro inconfundible. Godou lo sabía demasiado bien: había comprobado muchas veces lo impredecibles que podían ser las deidades y lo rápido que su ira encendía la destrucción.
—Cumplamos, pues, con las formalidades antes del combate. Ante tus ojos se encuentra Atenea la de los ojos grises, señora de la sabiduría y de la guerra.
Al final, ella misma reveló su verdadero nombre con la dignidad de una emperatriz. Su fama sobrepasaba con mucho a la Grecia clásica; no existía diosa más venerada en todo el Mediterráneo occidental y quizá en el mundo entero.
«Si tan solo hubiera pronunciado otro nombre…» pensó Godou con ironía, imaginando por un instante una realidad que pudo ser, pero no fue.
—Ahora pronuncia tu nombre, Campione del Oriente. Esta quiere saber quién es su oponente antes de que nos enfrentemos en glorioso combate por la reliquia de la Antigua Serpiente. ¡Dímelo, para que pueda invocarlo en el crisol de este enfrentamiento, ya sea cuando te arrebate la vida o cuando entregue la mía!
Las palabras de Atenea eran tan grandiosas como el estruendo de un himno bélico, pero ni su expresión ni su tono mostraban emoción alguna.
—¿De verdad tenemos que ser enemigos? —preguntó Godou con pesadumbre. Sabía cuál sería la respuesta, pero aun así quería intentar hallar otra salida.
—Has tomado el Gorgoneion con la intención de ocultarlo. Estos conjuradores te obligaron a hacerlo, ¿verdad? Pues quienquiera que tome a la Antigua Serpiente y pretenda conservarla será siempre mi enemigo. Nuestra lucha es inevitable.
El tono de Atenea fue resuelto e inexorable. Sin embargo, aunque aludía claramente a los magos, ni una sola mirada se dirigió hacia Erica Blandelli.
La diosa de la guerra tenía a su disposición millones de años de conocimiento acumulado y aquello que ignoraba podía aprenderlo por medios desconocidos para los mortales. Pero, aunque tenía alguna idea sobre la existencia de organizaciones mágicas, nunca se había propuesto a aprender acerca de ellas y tampoco le importaba conocerlas.
Para Atenea, los hombres comunes eran tan comunes como las piedras del camino; apenas en contadas ocasiones alguno merecía su mirada. Ahora, ante sus ojos, únicamente un ser era digno de atención.
Solo Kusanagi Godou.
Solo un Campione: el matador de dioses.
—Esta espera que pronuncies tu nombre.
—Mi nombre es Kusanagi Godou, y a mi lado se encuentra Érica Blandelli. Aunque seas una diosa, sigue siendo grosero ignorar por completo a los demás —replicó finalmente Godou.
—Kusanagi Godou… Un nombre singular. Un apelativo masculino de esta tierra desconocida, ¿verdad? Esta no lo olvidará —respondió Atenea, haciendo caso omiso a toda mención de Érica.
La hermosa hechicera no se inmutó en lo más mínimo. Más bien se hizo a un lado, como dejando claro que no pretendía interponerse entre Godou y la diosa. Sin embargo, sus labios se movían apenas, murmurando encantamientos en un susurro casi inaudible.
Godou, que la conocía demasiado bien, no necesitaba adivinar el resto. Estaba seguro de que Erica jamás podría llevarse bien con esta deidad. De hecho, había un brillo desafiante en los ojos de la joven, un fulgor que parecía gritar sin palabras:
«¡Basta de discursos… que empiece la lucha de una vez!»
Por supuesto, Godou ignoró por completo la mirada de Erica y, en cambio, dirigió su atención al entorno. Quería asegurarse de que no hubiera nadie cerca. Para su alivio, no distinguió a nadie: ni voces de conversación, ni risas, ni pasos en la arena. Y eso a pesar de que estaban en una playa pública, a la que cualquiera tenía acceso.
Solo ellos tres estaban aquí.
¿Tendría algo que ver con Atenea? Tal vez la diosa había decidido evitar miradas inoportunas. Lo cierto era que el simple pensamiento de una divinidad bastaba para condicionar el corazón de los hombres.
Mientras Atenea permaneciera en aquel lugar, era seguro que nadie se acercaría. Pero si la diosa se dejaba llevar por un capricho, bastaría con que concibiera la idea del suicidio para que una multitud de ciudadanos se quitara la vida sin razón alguna. Tal era la influencia de los dioses sobre el mundo… y eso sin necesidad de que invocase su autoridad divina.
Por fortuna, los Espíritus Primordiales que habían participado en la creación establecieron en tiempos remotos un pacto absoluto: los dioses no descenderían del plano divino salvo en circunstancias muy precisas, para no perturbar la libre existencia de los mortales, cuyo destino debía depender de sus propias elecciones. Solo cuando los hombres los invocaban, o cuando un propósito superior entraba en juego, se les permitía conceder o negar su favor, siempre con la finalidad suprema de preservar el equilibrio de la existencia.
Sin embargo, algunos dioses desafiaban aquella prohibición, dejándose arrastrar por deseos egoístas en lugar de obedecer los designios superiores del destino. Con el tiempo, su voluntad se tornaba errática y catastrófica, hasta el punto de amenazar los mismos cimientos de la realidad que ellos habían contribuido a forjar. Por ello se les conocía como Deidades Desatadas.
—Kusanagi Godou, esta quiere preguntarte: ¿dónde se encuentra el Gorgoneion?
—Por favor… ¿de verdad crees que te lo voy a decir?
—No, pero quería confirmar que no lo llevas contigo. Una parte de esta quiere chocar armas contigo y saciar así el hambre de gloria que desde hace siglos no disfruta. Pero la otra parte, la diosa de la sabiduría, te hará una advertencia —explicó Atenea con voz imponente y fría.
Los oscuros y abismales ojos de la diosa mostraron un destello de diversión. Godou sintió que le resultaban extrañamente familiares, como si los hubiera visto en algún lugar lejano, aunque no lograba recordarlo con exactitud.
—Tú realmente eres un Campione distinto de los demás. Puedo sentir que el poder divino que obtuviste al usurparlo de uno de mis pares es insignificante comparado con el mío. Sin embargo, el don de la sabiduría me dice que eres un enemigo muy peligroso, capaz de infligir heridas sorprendentes incluso a esta… Eres como una trampa en el camino que hace que esta se sienta amenazada.
«Una lechuza…» pensó Godou de repente. «Eso es lo que me recordaban sus ojos. Como los de un ave nocturna. Pero su forma es humana. Y, aun así, algo en mí me dice que ambas, la lechuza y ella, son lo mismo.»
—Esta te dará la oportunidad de vivir, Campione. ¿Qué destino elegirás: marcial o intelectual? —preguntó Atenea—. Todavía puedes rendirte y apartarte del camino. ¿Qué eliges?
—Oh, si fuese posible, me encantaría resolver esto pacíficamente… Pero debo negarme —respondió Godou, con tristeza—. Nunca quise que esa cosa llegara a mis manos, pero ahora no puedo entregarte el Gorgoneion ni permitir que lo consigas, porque las consecuencias serían espantosas para la humanidad.
Uno no puede medir el poder de un dios.
De hecho, uno no puede describir el poder de un dios.
Incluso en su forma de niña, el poder que Atenea contenía era insondable. Su mera presencia emanaba una autoridad capaz de quebrar la mente de cualquier mortal; tan solo hablarle o mirarla fijamente podía dejar cicatrices irreparables en la psique de un humano común. ¡Y eso que gran parte de sus habilidades permanecían selladas en aquel instante! Godou no se atrevía a imaginar lo que ocurriría si la diosa llegara a obtener el Gorgoneion… el pensamiento mismo le helaba la sangre.
—Hago una contrapropuesta: olvídate del Gorgoneion y regresa por donde viniste. Es mejor que cualquier resultado que pueda surgir de un enfrentamiento entre nosotros —propuso Godou como último intento. Tal vez, frente a una diosa tan inteligente, aún existiera un camino que evitase el derramamiento de sangre.
Pero Atenea simplemente dio un paso hacia él, y el instinto de Godou para percibir el peligro se disparó hasta un nivel insoportable.
—Dices bien —respondió la diosa con voz serena, pero cargada de peso—. Las batallas entre dioses y Campiones solo pueden traer profunda pena a ambos bandos, y el mejor resultado no pasará de ser una victoria estéril. Sin embargo, existe otra forma de resolver este asunto.
Hasta ese momento, Atenea había permanecido a una distancia de al menos cinco metros, pero de la nada apareció frente a Godou, como si siempre hubiera estado allí. ¡Un desplazamiento instantáneo!
—Esta te pide disculpas ahora, Kusanagi Godou. En verdad eres un hombre increíblemente compasivo y bondadoso para ser un Campione. Sin embargo, no se puede negar que eres un gran guerrero; y lo que es aún más triste, también eres un rey, descendiente del hijo astuto del titán Cronos. En tu defensa, diré que algún día podrías haber surgido en este mundo como un gran héroe y conquistador. Pero, lamentablemente, ese día jamás llegará… Esta lo siente por ti.
Godou sintió el ataque venir y golpeó el suelo con los pies para impulsarse hacia atrás, concentrando todos sus sentidos en el combate. Pero aún más rápido que su pensamiento fue la acción de Atenea, cuyos ojos repentinamente resplandecieron al fijarse en los suyos.
Entonces un poder misterioso lo mantuvo inmóvil, desconectando su voluntad de su propio cuerpo. Godou ni siquiera tuvo tiempo de asimilar lo que ocurría cuando Atenea rodeó su cuello con sus brazos, se puso de puntillas y selló sus labios de rojo cereza contra los suyos en un beso profundo.
—¡¿…?! – Godou estaba demasiado sorprendido para responder; y aunque no lo hubiese estado, seguía paralizado por la mirada de la diosa.
—Lo que busco es el Gorgoneion. Descansa ahora, Kusanagi Godou. Tu aliento, tu vida y tu destino han sido capturados por la diosa Atenea. Desciende, entonces, a través de las oscuras hendiduras de la tierra, hacia los fríos y vacíos corredores de la muerte.
Esas palabras resonaron en la mente de Godou en el instante mismo del beso. Se trataba de un encantamiento frío y mortal que comenzaba a filtrarse por su cuerpo.
«Mierda… es una maldición mortal.» pensó Godou, sintiendo cómo sus extremidades se enfriaban y la llama de su vida comenzaba a extinguirse «¡¿Por qué?! ¿Cómo puede la diosa de la guerra también usar maldiciones?»
Ya fuese que se encontraran en su máximo poder o en situaciones adversas, todos los dioses que Godou había conocido eran muy escrupulosos manteniendo sus características. Por ejemplo: Los dioses del fuego podían desencadenar erupciones volcánicas, los de las montañas provocar derrumbes… pero jamás causaban maremotos, inundaciones, huracanes o fenómenos fuera de su dominio.
«¿Acaso Atenea es algún tipo de deidad de ultratumba?» preguntó Godou, con un escalofrío recorriéndole la espalda.
—Como ocurrió con el Caballo de Troya, todas tus defensas resultaron inútiles en un momento de descuido… ¿Eh? A pesar de que te he concedido el regalo del Sueño Eterno, tu mirada sigue siendo desafiante.
En ese momento, Godou luchaba por mantenerse de pie, pero sus ojos seguían atrapados por la mirada de la diosa.
«Atenea, diosa de la sabiduría y la guerra, estrechamente vinculada con la serpiente, quien a su vez es la moradora de las tinieblas», se obligaba a pensar Godou, buscando una manera de escapar de su predicamento. «Ahora recuerdo que una vez leí algo al respecto, cuando estaba aburrido. En Occidente, la lechuza es el símbolo de la sabiduría, el ave mensajera y símbolo por excelencia de la diosa Minerva, que es la forma latina de Atenea, la portadora de la égida. Entonces está relacionada con serpientes y con aves nocturnas… Pero, ¿quién es en realidad?»
—Sí, aún hay desafío en tu mirada. ¡Qué persistente! —la voz de Atenea resonó en la mente de Godou, como si encontrara divertida su resistencia inútil—. ¿O acaso se trata de tu voluntad de vivir? Pero es una lástima... Da igual cuánta determinación tengas: Si no tienes la voluntad de luchar todo carece de sentido. De nada sirve tener determinación en el campo de batalla si uno no está dispuesto a utilizar la fuerza para respaldarla.
…Y lo cierto era que su visión se estaba tornando cada vez más borrosa.
Pero cuando la muerte estaba a punto de recibirlo con las fauces abiertas, escuchó la voz de la hermosa hechicera, que sonaba como si viniese desde un lugar muy lejano.
—¡Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó infinitos males y precipitó al Hades a muchas almas valerosas de héroes! —gritó Érica Blandelli, invocando el conjuro más grande de todo su repertorio—. ¡Difícil es que yo sola, aunque valiente, persiga a tantos guerreros y luche contra todos ellos! ¡En lo que puedo hacer con mis manos, mis pies o mi fuerza, no me muestro remisa! ¡Irrumpiré por todas partes entre las filas de las falanges enemigas, y me figuro que mis adversarios no se alegrarán al acercarse a mi lanza!
«¡Ah, qué magnífica mujer!» pensó Godou, sonriendo a pesar suyo.
Erica era poderosa y estaba por encima de muchos, pero al final no era más que una simple mortal. La presión a la que su corazón y mente se veían sometidos únicamente por pararse frente a un dios era tan intensa que la mayoría enloquecería de miedo o perdería el sentido. Pero Erica estaba enfrentándose con una. ¡Nada menos que con una diosa de la guerra!
—¡Como no es posible que haya fieles alianzas entre los leones y los hombres, ni que estén de acuerdo los lobos y los corderos, tampoco puede haber entre nosotros ni amistad ni pactos, hasta que caiga uno de los dos y sacie de sangre a Ares, infatigable combatiente!
Érica era intrépida, pero también sumamente inteligente. Tenía claro que jamás podría esperar vencer a un dios. Y, sin embargo, había aceptado enfrentarse sin dudar al más terrible de los destinos, únicamente para intentar salvar la vida de Godou.
«Pues entonces no puedo morir aquí. ¡Nunca permitiré que ella arriesgue su vida por nada!» pensó Godou con determinación.
Erica dio un salto hacia adelante con la velocidad del viento, su espada centelleó buscando el cuello de Atenea. La diosa dio un paso atrás para esquivar ágilmente. Y lo último que vio Godou fue el instante en que ambas mujeres iban a chocar.
«¡Yo soy el más fuerte entre los fuertes! ¡Poderoso sobre los poderosos! ¡En verdad soy aquel que ostenta todas y cada una de las victorias!»
«¡En las cuatro partes del mundo, solo yo soy incomparable! ¡El cielo y la tierra duran por siempre, pero sólo mi voluntad es invencible! ¿Qué son los grandes guerreros comparados conmigo sino escalones de cadáveres en el camino de mi supremacía?»
«¡Todos mis adversarios tiemblan ante mí! ¡Todos mis enemigos huyen a mi paso! No importa quién me desafíe —hombre, bestia o demonio—: ¡los aniquilaré sin dudarlo!»
Su visión se volvió oscura, pero Godou se obligó a recitar el himno victorioso del dios de la Guerra de Persia. Y en ese momento vio claramente dentro de su mente a la octava forma de Verethragna… El Carnero.
[1] Un cierto tipo de representaciones ambientadas en la antigüedad, que son muy populares en China y Japón.
[2] Calígula fue un emperador romano que se volvió loco y fue famoso por matar de forma indiscriminada a muchas personas, incluyendo miembros de su familia. Aterrorizó a Roma durante su reinado hasta que fue asesinado.
[3] Político de la Dinastía Han Posterior, mató a todos los que se oponían a su ascenso al poder, eventualmente incluso al emperador. Fue conocido por la cruel tortura a la que sometía a sus víctimas. Por ejemplo, remojaba a un soldado en aceite y les prendía fuego a sus pies, para poder ver sus expresiones faciales al mismo tiempo que disfrutaba banquetes.
[4] El último unificador de Japón después de su Período Sengoku, mató a su hermano para asumir el trono, y se le conoce por asesinar a cualquier persona que se puso en su camino e incluso incendiar el Templo Budista más importante de Japón en su tiempo.
[5] Aquí el autor tiene una confusión porque no está claro dónde estaba realmente el reino de Etiopía en la mitología, sólo se sabe que estaba al este, por donde salía el sol. El autor asume que este país y el actual eran el mismo y eso es un error. En la Odisea, el reino de Etiopía está al sur de Egipto, pero en el Mito de Perseo parece ser un reino fenicio que estaba en lo que actualmente es Jaffa, en Israel.
[6] En el marco del hinduismo y el budismo, un Ráksasa es un tipo de ser demoníaco.
[7] Nombre que le daban los romanos a las mujeres que hacían de Oráculos.
El Capítulo Cuatro es, sin duda, uno de los que más trabajo me ha costado, pero también uno de los que más satisfacción me ha dado. Creo, sinceramente, que es el capítulo con las mejores imágenes generadas por IA hasta ahora y, al mismo tiempo, el que marcó un punto de madurez en mi forma de reconfigurar los poderes divinos dentro del universo de El Séptimo Campione.
Comenzando por el intercambio entre Godou y Yuri, fue donde realmente puse a prueba el nuevo enfoque lingüístico: la adaptación completa de los diálogos al castellano, eliminando los honoríficos japoneses sin perder la intensidad ni el tono emocional original.
Para lograrlo, me inspiré en el estilo de las traducciones de anime de los años 90, donde el lenguaje era más formal y estructurado, pero con una carga emocional muy clara. También me ayudó mi propia experiencia en el Ejército, donde las formas de trato —“usted”, “escuche”, “compañero instructor”— implican jerarquía y respeto, algo que encaja perfectamente con la dinámica entre los personajes.
Además, recurrí al recurso narrativo que ya había utilizado en The Great Demon King: aumentar el tamaño de fuente en ciertos diálogos para transmitir la intensidad emocional o el volumen de voz de los personajes. A la vez, profundicé el mundo interno de Godou, dándole más reflexión, dudas y emociones, para que deje de ser solo un personaje reactivo y se convierta en alguien con mayor iniciativa y evolución psicológica.
En cuanto a Erica, me propuse humanizarla. En la obra original suele mostrarse distante y manipuladora, pero aquí quise hacerla dudar, mostrar un atisbo de vulnerabilidad. Su imagen IA fue particularmente difícil de lograr: tuve que generar varias versiones hasta encontrar aquella que realmente capturara la mezcla de elegancia, fuerza y contradicción que buscaba.
Otro de los grandes cambios está relacionado con Atenea. En el material original casi no se profundiza en su trasfondo, así que decidí expandir su lore inspirándome en la mitología clásica. Creé una escena completamente nueva donde Atenea debe abrirse paso hacia Japón, enfrentando brevemente la oposición de los dioses locales. Me parecía absurdo que, en un mundo repleto de divinidades, nadie reaccionara ante la llegada de una de las más poderosas. Aun así, dejé una justificación coherente para su posterior neutralidad: el temor a un conflicto divino que podría destruir Japón entero.
Finalmente, retrabajé la escena de la derrota de Godou, dándole más carga emocional y mostrando un vínculo más profundo con Erica, que deja entrever un desarrollo real de sentimientos entre ambos.
Y como broche de oro, logré obtener una imagen espectacular de la Autoridad del Carnero, una de las piezas visuales de las que me siento más orgulloso.
Este capítulo representa el equilibrio entre acción, introspección y mitología que siempre quise lograr en esta historia.
¡Espero sinceramente que lo hayan disfrutado tanto como yo disfruté el proceso de crearlo!