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Estaba solo en el patio de armas, envuelto en la penumbra de la noche. A un par de metros, sobre el suelo, descansaba una cesta cerrada que contenía cuatro ratas inquietas. Los pequeños roedores se movían frenéticamente en su interior, al punto de casi volcar la jaula, que permanecía firme gracias a las pesadas piedras que aseguraban la tapa. Sin duda, eran los sujetos ideales para el experimento de esa noche.
Bryan inhaló profundamente, dejando que la calma invadiera su mente, mientras activaba su Astro Proyección, una habilidad que le permitiría observar con mayor claridad el mundo espiritual. Había descubierto hacía tiempo que la noche ofrecía condiciones óptimas para trabajar con la Magia Almática, ya que los matices de su energía se revelaban con mayor nitidez. También era posible hacerlo de día, pero el sol era una fuente de poder demasiado resplandeciente y dominante, dificultándole un poco distinguir los pequeños detalles en el flujo de Elementos Mágicos asociados al Vacío. En cambio, la luz de la luna parecía perfecta para iluminar exactamente aquello que deseaba percibir.
“¡Intentémoslo!” Pensó con determinación mientras extendía ambos brazos hacia los costados, como si quisiera abarcar el espacio nocturno que lo rodeaba. Luego, con un movimiento decidido, juntó las manos frente a su pecho, provocando un suave eco en el aire, como un aplauso contenido. Sin separar las palmas, giró una mano hacia abajo y la otra hacia arriba, haciendo que sus dedos se orientaran en direcciones opuestas. Luego ajustó cuidadosamente los codos, alineándolos hasta que sus manos quedaran verticales, como si sujetaran un objeto invisible entre ellas.
Una vibración casi imperceptible recorrió sus dedos, y de inmediato, una chispa de energía verde comenzó a manifestarse en el espacio estrecho entre sus palmas. Bryan comenzó a separar las palmas muy lentamente, mientras susurraba conjuros a toda velocidad. Era como si una parte del mundo espiritual respondiera a su llamado, enviando corrientes de magia que se entrelazaban y convergían en ese punto exacto, formando un orbe de luz pálida que se extendía siguiendo los movimientos de su invocador.
El aire alrededor se densificó, cargado de una energía casi tangible. Bryan mantenía su concentración, sintiendo cómo las corrientes de poder fluían desde los rincones invisibles del mundo espiritual hasta sus manos. No había lugar para errores; cada gesto, cada palabra debía ser exacta.
“¡Ahora!”
Era el momento de levantar el orbe por encima de su cabeza y comenzar a concretar el conjuro, pero en el momento en que sus manos se alejaron un poco más, el orbe comenzó a volverse inestable.
- ¡No, no, no, no! ¡Íbamos bien! ¡Íbamos bien! - Se quejó Bryan con voz desesperada mientras luchaba por controlar el hechizo, pero al final este colapsó soltando una oleada de energía que lo derribó a él y también la cesta de ratas, las cuales se escaparon rápidamente sin ninguna señal de estar debilitadas. Para colmo de males, sus propias manos acabaron bastante lastimadas, con algunos nudillos desarticulados.
Afortunadamente, la Esencia Mágica en su interior lo curaría antes del amanecer, así que Bryan apenas prestó atención mientras reposicionaba los huesos en su sitio, con una expresión bastante malhumorada. Su enojo no era por el dolor. De hecho, su entrenamiento en Magia Demoníaca era tan intenso que algo como un dedo dislocado apenas era digno de mención. No, lo que le enojaba es que esta era la quincuagésima séptima vez que fracasaba completamente en ejecutar el conjuro de Memento Mori y todavía no tenía idea de por qué.
La verdad era que Bryan comenzaba a sentirse inquieto. No solo por la presión constante de sus enemigos políticos y militares, sino también por otra razón más personal. Podía percibir con claridad que se aproximaba al umbral del Reino Carnal de la Magia Demoníaca, un avance que incrementaría enormemente sus habilidades. Sin embargo, ahora entendía que los poderes de Chu Can Lan llevaban consigo un peligro oculto: la Esencia Mágica intentaría apoderarse de su cuerpo.
En el pasado, el Niño Misterioso lo había auxiliado para superar varias heridas internas, logrando que evitara ser dominado por los Extraños durante su ascenso al Reino de los Demonios Separados y que, incluso, consiguiera someterlos a su voluntad. Sin embargo, su instinto le advertía que el Reino Carnal representaría un desafío mucho mayor. Estaba convencido de que la Esencia Mágica tendría múltiples oportunidades para intentar dominar su mente. Por esa razón, buscaba perfeccionar su dominio de la necromancia, confiando en que sería su mejor herramienta para resistir llegado el momento. Después de todo, el Niño Misterioso le había enseñado que ambos poderes oscuros podían anularse entre sí.
Bryan se dejó caer sobre el suelo, observando las estrellas que brillaban en el cielo nocturno. No quedaba rastro alguno de la dignidad del Procónsul de Itálica, esa fachada que tanto esfuerzo había invertido en construir. Sin embargo, no le preocupaba; los guardias estaban demasiado lejos para notar su estado, y la mayoría dormía profundamente, haciendo improbable que alguien lo viera en ese momento.
“Si, ese es otro problema.” Pensó con una sonrisa amarga, burlándose de sí mismo: “Tengo que estar haciendo suposiciones porque carezco de Generales Espectrales. ¡Debo ir al Cementerio de la Muerte para crear unos nuevos!”
El principal obstáculo para partir era la situación inestable en Valderán. Aunque el muro exterior de la fortaleza estaba en buen estado, los artesanos todavía tenían que completarlo. Lo ideal sería esperar unos meses más, hasta que su posición se fortaleciera, antes de aventurarse en el Bosque Oscuro.
“Pero tampoco puedo retrasarlo demasiado... ¡No hay de otra! Tendré que seguir mi plan e introducir un elemento de discordia en la Liga Etolia.” Se dijo con resignación, soltando un suspiro y entonces Bryan sintió que el Pequeño Esqueleto le enviaba una señal: “Parece que justo ahora es un buen momento para hablar con ella sobre eso.”
Rápidamente se levantó para dirigirse a toda velocidad hacia una ventana de la torre, justo a tiempo para ver cómo una cuerda improvisada, hecha con sábanas y cubrecamas atados, era lanzada por otra ventana más abajo. Poco después, Elena Teia descendió con agilidad, utilizando la soga para deslizarse por el muro exterior.
“Debo reconocer que es tenaz.” Pensó Bryan, esbozando una sonrisa mientras se movía con sigilo y precisión para posicionarse justo en el lugar en donde Elena aterrizaría, de manera que cuando habló, dio la impresión de que había aparecido de la nada.
- ¿Sabes qué? Acepto tu propuesta. -
- ¡AAAAHHH…! - Gritó Elena, sobresaltada, pero al reconocerlo, reaccionó al instante lanzándole un puñetazo mientras exclamaba furiosa: - ¡Deja de hacer eso, idiota! -
- ¿Te refieres a bloquear tus golpes o interceptarte cuando escapas? - Preguntó Bryan con sorna mientras detenía su puño con una mano.
- ¡Eres un maldito arrogante! -
- Sí, claro, lo que digas… ¿Escuchaste lo que acabo de decir? - Replicó Bryan, imperturbable.
- Ah… -
Elena parpadeó, procesando sus palabras, y su actitud combativa se desvaneció gradualmente.
- ¿Me dejarás ir? - Preguntó con una mirada incrédula.
- Después de firmar un pacto de no agresión y comprometerte a pagarme en plazos. - Aclaró Bryan con tono firme: - Pero sólo si me dices, con precisión, cuál es ese supuesto defecto de mi magia. -
- Vaya, parece que al final si estás interesado. - Dijo Elena, esbozando una sonrisa triunfante.
Sus palabras llevaban un claro matiz de superioridad, como si la simple pregunta de Bryan confirmara que ella tenía un conocimiento más profundo que él. Sin embargo, pronto recordó la gran cantidad de problemas políticos que tendría que enfrentar con ese Pacto de No Agresión, sumado el embrollo de intrigas que seguramente ya la esperaba en Helénica. Además de la enorme suma de dinero que admitiría deberle a Bryan, hizo que su expresión se volviese agria.
- Te recuerdo que las condiciones no son negociables. - Puntualizó Bryan, adoptando un semblante serio: - ¿Quieres que te deje ir a tu habitación para que lo pienses esta noche? -
- Si, gracias. Eso sería un alivio. - Respondió Elena, cruzándose de brazos con frustración.
- Qué lástima. Solo tienes diez segundos para decidir. - Objetó Bryan con tono despiadado.
- ¡Oye! -
- Diez, nueve… -
- ¡Eres un desconsiderado, bruto y maleducado! -
- Siete, seis, cinco… -
- ¡Está bien! ¡Está bien! - Exclamó Elena, rindiéndose finalmente.
- Perfecto. - Respondió Bryan con calma, haciéndole un gesto para que lo siguiera a un lugar donde estuviesen solos: - Entonces, conversemos sobre magia. -
******
Frente a las formidables Legiones V y VI, formadas con disciplina impecable en el amplio patio de armas de la fortaleza, se erigía un altar improvisado, ensamblado apresuradamente con bloques de piedra. En su centro aguardaba un toro de imponente presencia, con los cuernos pintados de oro y decorados con guirnaldas de flores, simbolizando tanto la fuerza como la pureza en el sacrificio.
Sobre un estrado de madera sencillo pero robusto, Bryan y sus cuatro Tribunos observaban la escena con expresión grave. Aunque lo armaron apresuradamente, la estructura era robusta y los elevaba lo suficiente como para que todos los soldados pudieran verlos. Junto a ellos, Elena Teia, la hermosa Archimaga de Fuego, proyectaba un aura de poder innegable, aunque su mirada permanecía fija en el altar, evidenciando que estaba luchando contra fuertes emociones encontradas.
Un sacerdote anciano, envuelto en ropajes ceremoniales que ondeaban con el viento, había llegado apresuradamente desde la ciudad para realizar el sacrificio. Ahora se encontraba mirando hacia el cielo, buscando las señales para el momento propicio. Finalmente, el anciano levantó sus brazos, y una luz tenue iluminó su rostro.
- ¿Procedo? - Preguntó el sacerdote, lanzando una mirada rápida hacia Bryan.
- Procede. - Indicó este con un gesto firme de los dedos.
El anciano acató de inmediato. Con precisión ritual, degolló al toro y se apresuró a recoger la sangre caliente en un recipiente de plata. Acto seguido, subió al estrado y se arrodilló ante Elena Teia, quien soltó un leve suspiro de resignación antes de levantarse con elegancia. Extendiendo su delicada mano, permitió que una gota de su sangre se mezclara con la del animal en el cuenco ceremonial.
- Yo, Elena Teia, Arconte de la ciudad de Helénica, en presencia de la sagrada diosa Elenara, hago este solemne juramento. - Declaró la Archimaga con una voz impregnada de solemnidad, su tono tan firme como majestuoso: - Juro por el hogar, la familia y la sagrada pureza de Elenara, diosa etolia y patrona de Helénica, respetar y mantener el Pacto de No Agresión entre la noble ciudad de Helénica y la honorable provincia de Valderán. -
Hizo una breve pausa, dejando que sus palabras calaran profundamente en los presentes.
- Por la gracia de Elenara Fecunda, también prometo que la suma de un millón de monedas de oro, demandada por el Procónsul Bryan para mi liberación, será pagada en cuotas anuales a la provincia de Valderán, como muestra de nuestra devoción al pacto y en reconocimiento de una alianza duradera. Que el hogar sagrado de Elenara prospere y reafirme nuestra fe en este juramento. Si alguna vez rompo esta promesa, que su justicia divina juzgue mi alma perjura. ¡Que así sea! -
Bryan asintió, aprobando las palabras de la Archimaga con una expresión neutra pero cargada de autoridad. El sacerdote, siguiendo el rito, derramó la sangre del cuenco sobre un pebetero encendido frente al altar. El fuego crepitó y el humo ascendió lentamente hacia el cielo, llevándose el juramento hasta los cielos.
A continuación, el anciano mezcló un poco de tinta con los restos de sangre en el recipiente. Elena tomó el instrumento para firmar, con gesto seguro pero contenido, las dos copias del documento oficial que sellaban su compromiso de pago. La mezcla carmesí dejó un rastro imborrable sobre el pergamino, testimonio del pacto ante los dioses y los hombres.
- ¡Es un placer hacer negocios contigo! - Declaró más tarde Bryan con una sonrisa teatral, guardando su copia del documento con un gesto exagerado que parecía más burla que protocolo.
Elena, de pie frente a él, apretaba los puños con evidente rabia contenida. Ambos estaban solos en el austero cuartel general, lo que hacía que la tensión entre ellos fuera aún más palpable.
- Sabes que eres un miserable, ¿verdad? - Dijo ella, su voz cargada de desprecio y frustración.
- No digas eso. - Respondió Bryan con fingida inocencia, antes de añadir con una chispa burlona: - Realmente voy a extrañar nuestras conversaciones. -
- ¡Bastardo! - Lo maldijo Elena, pero tras un instante en el que pareció debatirse entre atacarlo o controlarse, optó por cruzar los brazos con un gesto desafiante: - ¿Cuándo me puedo ir? -
- Ahora mismo, si quieres. - Respondió Bryan con una sonrisa que mezclaba desprecio y humor: - Tenemos algunos prisioneros de tu ejército que liberaremos gratuitamente para que te sirvan como escolta de regreso. ¿No soy generoso? Puedes derramar lágrimas de agradecimiento si lo deseas. -
- ¡Me estás extorsionando un millón de monedas! - Espetó Elena, dando un paso al frente y clavándole una mirada fulminante: - Mis poderes aún no se han recuperado y no puedo defenderme en el camino de regreso. ¡Lo mínimo que puedes hacer es darme una escolta! ¿¡Y encima esperas que te agradezca!? -
Elena cerró los ojos con fuerza, respirando hondo para contener el impulso de lanzarle un golpe. Sus manos temblaban levemente, pero su orgullo se mantuvo firme. Bryan, por su parte, la observaba con una expresión entre divertida y calculadora, disfrutando del juego de emociones que había provocado.
- Si, con respecto a eso… - Respondió Bryan con aparente indiferencia.
Antes de que Elena pudiera reaccionar, Bryan se movió con una rapidez sorprendente y la envolvió en un abrazo inesperado. La fuerza de su cuerpo la inmovilizó por completo, y el calor que irradiaba la dejó momentáneamente sin aliento. Sentía cada línea de su torso pegada al suyo, mientras sus manos se posaban con firmeza en su espalda, manteniéndola atrapada.
Elena, atónita, tardó unos segundos en procesar lo que sucedía. Su orgullo gritaba por liberarse, apartarlo de un golpe, hacer algo, pero su cuerpo, sujeto con precisión, apenas conseguía temblar bajo el agarre de Bryan. Desde afuera, cualquiera que los viera habría jurado que se trataba de un abrazo apasionado entre amantes, pero ella sabía que Bryan no era del tipo de hombre que haría algo sin una razón oculta.
- ¡Maldito…! - Logró gritar finalmente, aunque su voz salió entrecortada y mucho más agitada de lo que había planeado.
- Sí, ya sé. Dame solo unos segundos más. - Susurró Bryan cerca de su oído, provocándole un escalofrío que no pudo contener.
Elena sintió cómo algo extraño comenzaba a fluir desde donde sus cuerpos se tocaban. Una energía cálida y profundamente íntima se deslizó por su interior, como una corriente que restauraba algo roto, pero también la electrizaba de una manera que no podía describir. Su desconcierto crecía a cada segundo, mezclándose con una furia intensa y, para su sorpresa, un atisbo de emoción. Nadie, absolutamente nadie, la había tocado así antes, y mucho menos alguien que consideraba un enemigo.
Un minuto completo pasó antes de que Bryan finalmente aflojara el abrazo y se apartara. Apenas lo hizo, Elena reaccionó lanzándole una patada furiosa que él esquivó con facilidad.
- ¡¿Qué demonios crees que estás haciendo?! - Gritó, extendiendo ambas manos mientras invocaba dos enormes Bolas de Fuego, las llamas ardiendo con una intensidad acorde a su indignación. Su rostro estaba enrojecido, aunque no podía discernir si era por la ira o algo más que prefería no admitir.
Bryan retrocedió con una leve sonrisa, como si nada hubiera pasado, mientras su mirada parecía analizarla cuidadosamente, como quien evalúa los resultados de un experimento secreto.
- Ya estás mejor, ¿no? - Dijo con una confianza que solo aumentó la frustración de Elena.
Recién en ese momento Elena se dio cuenta de que estaba realizando magia de fuego avanzada. ¡Lo que significaba que gran parte de sus poderes había vuelto!
- ¿Cómo es esto posible? - Exclamó, sorprendida, deshaciendo sin querer los conjuros. Las llamas desaparecieron de sus manos, dejando un rastro cálido en el aire.
Naturalmente, Bryan había usado la Esencia Mágica para reparar los circuitos mágicos de Elena. No fue difícil porque anteriormente tuvo la oportunidad de estudiar su cuerpo y gran parte del daño original estaba restaurado por el pasar del tiempo. Pero él no tenía intención de revelarle esos detalles.
- Digamos que ahora estamos en paz. - Dijo Bryan, con una sonrisa apenas perceptible y un tono que dejaba mucho a la interpretación: - Tus poderes deberían estar completamente restaurados entre hoy y mañana. -
- ¡Eso no explica nada! - Replicó Elena con vehemencia. Luego, con una mezcla de incredulidad y desconfianza, insistió: - ¿Por qué me ha ayudado? -
Bryan la observó en silencio unos segundos antes de responder.
- Quiero asegurarme de que llegues a salvo. - Contestó finalmente, mientras hacía un gesto invitándola a que lo acompañase con un gesto y la guió hacia las puertas que se abrían hacia el camino a Etolia.
Ahí, para gran sorpresa de Elena, se encontraba nada menos que una comitiva de diez Hoplitas helénicos que habían sido capturados como prisioneros de guerra. Todos lucían en buenas condiciones e incluso les devolvieron sus armas y armaduras. Además, era obvio que tenían claro que cualquier intento de insubordinación los condenaría de inmediato, ya fuera a la ejecución o ser vendidos como esclavos. Por eso, aunque conservaban una actitud altiva, cada uno de sus movimientos eran muy cautelosos.
Elena no podía comprender por qué Bryan los liberaba, un sentimiento compartido por los oficiales de las Legiones V y VI. Todos sabían que los aristócratas capturados podían ser vendidos por un precio considerable o usados como moneda de cambio para negociar rescates con sus familias. Liberar a estos prisioneros era como renunciar a una fortuna potencial, una decisión que parecía irracional. Sin embargo, Bryan, con una firmeza inusual, insistió en dejarlos partir a pesar de la pérdida económica que esto significaba.
- Esta será tu comitiva. - Explicó Bryan señalándolos con calma: - No cobraré extra por liberarlos. Además, llevan suficiente comida para una semana. Por último, también quiero devolverte algo. -
Elena entrecerró los ojos con desconfianza. Había tratado lo suficiente con Bryan para saber que la generosidad no era parte de su naturaleza. Al contrario, era un estratega despiadado que nunca hacía nada sin un propósito oculto. Estuvo a punto de preguntarle cuáles eran sus verdaderas intenciones, pero entonces lo vio activar su Anillo Espacial.
La visión del objeto que apareció en sus manos hizo que se quedara sin aliento por un segundo. Se trataba de un escudo inconfundible, adornado con un emblema que llevaba un significado especial, porque ella misma lo había diseñado para que su mayor benefactor y sus hijos lo utilizasen en adelante.
- El Hoplón de Aphros. - Murmuró, su voz apenas audible.
- Así que ese era su nombre. - Comentó Bryan, con una expresión apesadumbrada pero un destello de respeto en los ojos: - Luchó con un coraje admirable hasta el último momento. Me impresionó su valentía. Quiero que esto regrese a su familia, para que puedan rendirle los honores que merece. -
Elena recibió el escudo con sumo cuidado. Aphros nunca le había resultado particularmente simpático, pero seguía siendo el hijo del hombre en quien más confiaba. Lo que más le pesaba al imaginar su regreso a Helénica era enfrentar a Patros y confesarle que no logró recuperar el cuerpo. Sin embargo, llevarle el escudo, símbolo supremo del honor de los guerreros hoplitas, era lo más cercano que podía ofrecer como consuelo.
La Archimaga de Fuego deslizó las manos por la superficie del bronce dorado. Aquel escudo, cuyo valor superaba el de cuatro excelentes bueyes, representaba algo mucho más importante que su precio. No podía comprender por qué Bryan no lo había incluido en su botín de guerra para enviarlo a Itálica, sino que, en su lugar, había decidido rendir tributo al valor de un joven enemigo caído. Ese gesto, inesperadamente noble, logró conmoverla profundamente.
- Muchas gracias, Procónsul Bryan. - Dijo Elena, inclinándose en un gesto solemne y respetuoso.
Bryan asintió y, con un leve gesto, ordenó que trajeran un caballo para que la Arconte no tuviera que regresar a pie. Este gesto hizo que Elena Teia sintiera todavía más gratitud, especialmente porque sabía que los itálicos en Valderán carecían gravemente de caballos en ese momento. Finalmente, ambos se despidieron de manera formal. Las puertas se abrieron, y la Archimaga de Helénica partió hacia su ciudad con la comitiva asignada.
- Bueno, eso salió muy bien. - Comentó Bryan en voz alta, aparentemente satisfecho. Sin embargo, cuando nadie lo observaba, su rostro adoptó una expresión de desagrado. Por fin murmuró para sí mismo con amarga honestidad: - Soy un maldito hijo de puta. -
No le había dicho nada. Elena desconocía que, en ese momento, todas las ciudades estado de la Liga Etolia estaban envueltas en rumores escandalosos sobre cómo Bryan la había sometido sexualmente, reduciéndola a una supuesta "mascota" de su dominio. Al llegar a Helénica, inevitablemente tendría que enfrentar una feroz oposición social y política derivada de esas acusaciones.
De hecho, ese era el verdadero motivo de su liberación. Bryan planeaba utilizar los rumores para sembrar caos y distracción en la Liga Etolia, ganando tiempo mientras preparaba su próximo movimiento. Su estrategia no dejaba nada al azar, pero no era una de la que pudiese enorgullecerse.
- Escudarse tras la humillación de una mujer… - Dijo Bryan como si le costase expresar cada palabra: - No importa si somos enemigos. ¡Es algo que un hombre nunca debería hacer! -
Se quedó en silencio por un instante, dejando que la oscuridad de la habitación acentuara la gravedad de su reflexión. Luego, como si esa admisión le quemara por dentro, añadió con un dejo de resignación:
- Pero el problema es que no se me ocurre nada mejor. La política, al final, es la ciencia de lo posible. -
******
Sentado solo en su centro de comando, Bryan meditaba en silencio. Fuera, el murmullo lejano del campamento apenas rompía la calma que imperaba en la última hora del atardecer. El crepitar de las fogatas en el campamento de los soldados, el sonido de los centinelas cambiando de turno, incluso el ladrido ocasional de un perro parecía amortiguado.
En esta ocasión, numerosos asuntos exigían su atención. Primero, aprobar las pagas de los soldados a fin de mes y, a continuación, coordinar con Licisca para que trajera a sus chicas y mantuvieran entretenidos a los hombres, asegurándose de que gastaran su dinero dentro del campamento. Además, era indispensable que firmara todos los informes sobre el consumo de suministros proyectado para la siguiente jornada y organizara el envío de nuevos materiales.
Por otro lado, había cuestiones personales que no podía ignorar, como escribir una carta de amor para Fanny. Finalmente, debía comunicarse con Chester para saber cómo avanzaba con las dos misiones que le encomendó: establecer su propia red de espionaje en la capital y continuar con la estrategia para derribar al Conde Mondego.
Sin embargo, la mente de Bryan se desviaba constantemente hacia su reciente conversación con Elena Teia y el motivo por el cual no lograba avanzar en el desarrollo de su Magia Almática. Antes de darse cuenta, estaba intentando abordar todos estos asuntos a la vez, lo que resultó en que sellase la mitad de los documentos oficiales de manera apresurada mientras que al mismo tiempo escribía frases amorosas inconexas en un papel.
“¡Maldita sea, tengo que concentrarme!” Se dijo, forzándose a centrar su atención en el documento que tenía frente a él. Era un listado de sentencias de muerte para dos legionarios que habían desertado y otros tres acusados de hurto e insubordinación. Nada fuera de lo ordinario. Los mejores hombres permanecían leales, y probablemente lo seguirían siendo mientras él continuara garantizándoles una vida digna.
Según Elena, existía un problema en el flujo de circulación mágica que se manifestaba una vez que sus conjuros comenzaban a ejecutarse. Hizo especial énfasis en que este defecto resultó particularmente evidente cuando se utilizó el Dominio Necromántico. Eso significaba, que uno de sus más poderosos conjuros no se estaba realizando correctamente. ¡En cualquier momento podría haber sufrido un Contragolpe Mágico!
- El poder de un Gran Mago, pero la sensación de enfrentar a un Archimago, ¿eh? - Murmuró Bryan, dejando escapar un suspiro. - Supongo que era inevitable. Después de todo, la teoría por sí misma sólo puede llevarme hasta cierto punto. -
Bryan había aprendido el Dominio Necromántico con gran esfuerzo mientras descifraba los antiguos documentos encontrados en el Cementerio de la Muerte, y con la ayuda de la Maestra Fanny. Sin embargo, aquellos textos no solo contenían magia avanzada, sino que estaban claramente escritos para lectores que ya poseían un conocimiento profundo en Necromancia, mucho del cual se habían perdido con el tiempo. Esto hacía que interpretar su contenido fuese una tarea ardua y, en ocasiones, frustrante.
A ello se sumaba otro desafío significativo: todos los conjuros de Clase Dominio eran la marca distintiva de los que alcanzaban el rango de Gran Mago. Aunque Bryan poseía el poder de uno, nunca tuvo acceso a la formación adecuada. La Maestra Fanny, por más brillante que fuese, seguía siendo una Maga Adepta, y carecía de la experiencia práctica necesaria para guiarlo en esta área.
“Curiosamente, lo más cercano que tuve a un maestro en conjuros ofensivos avanzados fue el difunto Fausto.” Pensó Bryan, esbozando una sonrisa irónica: “El idiota me regaló involuntariamente sus recuerdos y experiencias cuando intentó absorber mi alma. Pero incluso él nunca llegó a superar el nivel de un Archimago.”
- ¡Maldición, volví a distraerme! - Exclamó Bryan al darse cuenta de que había estado escribiendo sus reflexiones sobre la magia necromántica encima de un listado de suministros. Chasqueó la lengua, molesto consigo mismo, y sin dudarlo usó su Fuego Glacial para incinerar el documento. - Tendré que pedirle a Cayo Valerio que lo rehaga. -
Era una lástima desperdiciar un buen papel, pero no podía permitirse el lujo de que esos conocimientos quedasen expuestos.
“Claro, siempre está la opción de consultar al Culto de Caelos.” Pensó Bryan con amargura mientras observaba las cenizas desvanecerse: “Sin duda, ese Nestoriano tiene el conocimiento que necesito. Sin embargo, teniendo en cuenta lo que el Niño Misterioso me advirtió sobre ellos… Será mejor explorar cualquier otra alternativa. Después de todo, sus consejos nunca han fallado.”
Si un Gran Mago Necromante estaba fuera de su alcance, quizás podría recurrir a otro Gran Mago, incluso de una rama mágica distinta. Después de todo, eran la élite de la élite en el mundo mágico. Y si su problema se manifestaba principalmente al usar su Dominio, seguramente sería la opción más indicada para orientarlo.
¿Pero qué Grandes Magos podrían ayudarle?
- Cándido es el primero que me viene a la mente, pero no tengo tiempo de regresar a Itálica. ¿A quién más conozco aparte de él? - Murmuró Bryan para sí mismo, tamborileando los dedos sobre la mesa. Una sonrisa sarcástica se dibujó en su rostro mientras añadía: - Qué lástima no haber interrogado un poco a Costel antes de matarlo. Aunque, siendo honesto, si en esa ocasión hubiera dado un solo paso en falso, habría terminado hecho cenizas. -
Se quedó en silencio unos segundos, con la mirada perdida en las sombras de la habitación.
- No, no. Necesito un Gran Mago que pueda enseñarme más sobre los Dominios. ¿Dónde podría encontrar uno? - Preguntó al vacío, como si buscara una respuesta en el aire. Entonces su frustración volvió a manifestarse de golpe. - ¡Carajo, me distraje otra vez! -
Sin darse cuenta, Bryan había estado escribiendo la frase “necesito hablar con un Gran Mago sobre los Dominios” en un formulario oficial. Al darse cuenta de su error, suspiró frustrado, pero lo peor llegó cuando notó que ya había estampado un sello sobre el documento.
Antes de que pudiera reaccionar, las letras empezaron a desvanecerse, junto con el resto de la página.
- ¡Maldita sea! - Exclamó, observando cómo el pergamino se desintegraba lentamente ante sus ojos, transformándose en motas de luz que flotaron por un instante antes de desaparecer por completo.
Bryan se llevó una mano al rostro, entre frustrado y agotado. El sello de la Rectora le fue dado exclusivamente para enviar mensajes directos a Fanny, pero acababa de enviar un documento militar.
- Perfecto. Ahora Fanny recibirá una confesión de mis problemas mágicos en lugar de la carta de amor que estaba planeando escribirle - Gruñó, dejando caer su frente sobre la mesa.
Justo en ese momento el pequeño sello comenzó a resplandecer de forma inesperada. Un brillo intenso y errático emanaba de él, pulsando con una energía que hizo que Bryan alzara una ceja. El artefacto, que hasta entonces había parecido un simple objeto práctico, se transformaba ante sus ojos en algo que contenía un poder aterrador.
Bryan no dudó. En un movimiento fluido, se levantó de su asiento y desenvainó una espada negra como el ébano que llevaba siempre a su alcance. Al mismo tiempo, su otra mano se rodeó de un fuego helado, su magia característica del Fuego Glacial en su variante carmesí. La luz rojiza oscilaba en su palma, lista para ser desatada en cualquier momento.
Para su sorpresa, en lugar de explotar o atacarlo, el pequeño sello comenzó a proyectar runas mágicas en el aire. Los símbolos brillantes se desplegaron como si estuvieran siendo escritos por una mano invisible, formando patrones complejos alrededor del artefacto. Las runas se extendieron rápidamente, creando una matriz mágica que cubrió toda la sala.
Por un instante, Bryan temió que fuera una trampa diseñada para destruirlo. Pero en lugar de una explosión, una columna de luz blanca lo cegó brevemente, forzándolo a cerrar los ojos mientras convocaba instintivamente a la Esencia Mágica para defenderse.
Sin embargo, cuando la luz se desvaneció y volvió a abrir los ojos, encontró a alguien frente a él. Una mujer de apariencia anciana, pero cuya vitalidad desafiaba su edad. Su porte era elegante, y el aura de poder que irradiaba no dejaba dudas sobre quién era.
- Buenas noches, joven Bryan. - Lo saludó con voz tranquila pero firme.
- Rectora Emma… - Respondió Bryan con cautela, apretando aún la empuñadura de su espada: - No esperaba su visita. -
La Rectora Dean Emma
Hola amigos. Soy Acabcor de Perú, y hoy es miércoles 08 de Enero del 2025.
¡Saludos, estimados lectores! Finalmente hemos dejado atrás las fiestas navideñas y de Año Nuevo, que me tuvieron bastante ocupado. Por un lado, disfruté de momentos de calidad con mi familia y amigos cercanos; pero, por otro lado, tuve que lidiar con los constantes apagones que interrumpían mi trabajo. Por si fuera poco, entre ambas festividades me enfermé, y encontrar atención médica fue casi imposible debido a la escasez de médicos disponibles. Afortunadamente, ya estoy mejor… aunque mi bolsillo quedó completamente vacío.
Y antes de que alguien lo diga: sí, sé que hay personas que están pasando por situaciones mucho peores que la mía. Pero este es mi espacio, y aquí vengo a desahogarme. Consideren esto un pequeño ejercicio de egoísmo en nombre de mi paz mental. ¡Viva yo y mi derecho a quejarme! Probablemente luego me arrepienta de esto, pero ¿no les molesta cuando están contando sus pesares y justo sale alguien diciendo que otros la están pasando peor o que también tienen problemas? Es como si me quitasen el turno en la fila de la autocompasión, me dan ganas de levantarme y decir “¡Yo llegué primero, espera tu turno!”.
Ahora, pasemos al capítulo. ¿Qué les pareció? Muchas cosas sucedieron, y en el proceso sufrí lo mío con las imágenes que la IA se empeñaba en no generar correctamente. Aun así, creo que logré capturar lo que buscaba.
Primero, tenemos a Bryan enfrentándose a un cuello de botella importante. Este capítulo responde una de las preguntas que muchos me hacían: ¿Por qué no avanza al siguiente nivel? La razón es que necesita equilibrar los poderes necrománticos y demoníacos dentro de él para evitar que alguno lo posea.
Luego está la parte de Elena, que la considera especialmente significativa. Ella sabe que enfrentará críticas al regresar, aunque no tiene idea de hasta qué punto. Por su parte, Bryan decide dejarla ir, principalmente para evitar que alguien la utilice como bandera en su contra y también para que las ciudades concentren su enojo en ella en lugar de pensar en vengarse de él. Es una estrategia sucia, pero necesaria. Técnicamente, no es responsable directo de lo que ocurre, pero eso no impide que se sienta culpable. De hecho, creo que no habíamos visto al protagonista tan lleno de remordimientos desde su confesión falsa a Lisa. Este es un claro ejemplo de su crecimiento interior.
La última parte del capítulo creo que es la más graciosa: muchas veces intento pensar en dos cosas al mismo tiempo y termino sin llegar a nada concreto. ¿Les ha pasado? Estoy seguro de que a todos nos ha ocurrido, especialmente cuando intentamos hacer varias cosas a la vez y todo se convierte en un completo remezclado de cosas.
A menos, claro, que seas mujer. Porque, seamos honestos, las mujeres parecen tener un superpoder increíble para manejar múltiples tareas al mismo tiempo.
La mente masculina funciona de una manera muy distinta. Somos como Superman en su Fortaleza de la Soledad: necesitamos un cristal para enfocarnos en un mundo, y solo podemos concentrarnos en ese mundo hasta que cambiemos de cristal. Pero las damas… ¡Ellas son otra historia! Pueden hablar con sus amigas, escuchar música, trabajar, cocinar y, de paso, vigilar al niño con un ojo. ¡Todo al mismo tiempo!
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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!