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- Por fin. - Susurré al entrar al Laberinto y observar los alrededores de la entrada.
El Patio de Juegos del Sabio era el típico escenario de un videojuego de rol. El suelo estaba compuesto por losas de piedra tallada, mientras que el resto del lugar tenía la apariencia de una caverna natural. Cada cierto tramo se alzaban majestuosas columnas que sostenían el techo. Las paredes estaban salpicadas de antorchas empotradas que, de algún modo, permanecían encendidas de manera constante, eliminando la necesidad de cualquier otra fuente de luz.
Recordé como que en los foros de DunBrave solíamos bromear inventando historias estrambóticas sobre la misteriosa figura encargada de encender el fuego cada vez que el jugador entraba. Era una de esas preguntas absurdas que compartía espacio con otras igual de curiosas: Si los Mecha de Gundam cuestan billones, ¿quién paga las reparaciones cuando los destrozan en cada batalla? o ¿Los entrenadores se comen a sus Pokémon?
Con una ligera sonrisa, continué avanzando por el pasillo hasta que este se abrió hacia la primera cámara. Dado que mis 39 compañeros de clase ya habían pasado antes que yo, cualquier objeto valioso en el camino seguramente habría sido saqueado. Pasarían varias semanas, o incluso meses, antes de que aparecieran nuevos. En cambio, los monstruos tenían ciclos de regeneración más rápidos: los más débiles regresaron primero, mientras que los poderosos tardaban más en hacerlo.
Por eso no me sorprendió que la primera criatura en cruzarse en mi camino fuera una masa viscosa y amorfa que se arrastraba lentamente hacia mí.
- Ueggg, es mucho más desagradable en la vida real. - Murmuré con asco al verla.
Sin pensarlo demasiado, levanté la mano con dos dedos extendidos y pronuncié con voz firme:
- Magia Oscura: Filo de las Sombras. -
El limo comenzó a agitarse, preparándose para lanzarse sobre mí. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, mi conjuro lo partió limpiamente por la mitad. Poco después, el resto de su cuerpo empezó a deshacerse, dejando tras de sí solo un charco en el suelo. Entre los restos sobresalía una pequeña piedra de color azul claro: el elemento tipo material, Núcleo de Limo.
- La estructura de este lugar y los objetos que se pueden conseguir son exactamente los mismos que en el juego… ¡Bien! Esto será pan comido. -
Como ya mencioné, este Laberinto en particular está diseñado como un tutorial para aprender los movimientos básicos. Por lo tanto, no habrá trampas ocultas, portales de teletransporte ni emboscadas de hordas interminables de monstruos. No pasó ni un minuto antes de que viera el acceso que descendía a la siguiente planta.
De vez en cuando, alguna criatura apareció en mi camino, pero en este momento soy Zenón, el segundo personaje más poderoso del juego, solo superado por León Brave. Incluso ahora, nuestros niveles son bastante similares. No hay enemigo alguno en este lugar que represente un peligro real… salvo esa cosa en la última planta.
Sin embargo, no importa, porque no debería tener que enfrentarme a ella. Solo necesito tomarme mi tiempo y avanzar despacio. El héroe se encargará de todo, tal como está previsto por la trama.
Mientras caminaba como si de un simple paseo se tratara, me encontré con algunos de mis compañeros descansando al borde del camino. Su situación era completamente distinta a la mía. Aunque no tenían heridas mortales, los combates evidentemente habían sido un verdadero desafío para ellos. Sus ropas estaban sucias o desgarradas, varios mostraban cortes sangrantes o moretones, y sus rostros reflejaban el agotamiento absoluto. Solo unos pocos tenían la fuerza suficiente para caminar entre los demás, repartiendo pociones de curación o lanzando hechizos sanadores.
“Si así sufren en este Laberinto, no quiero imaginar cómo los destruirán si tienen que enfrentarse al ejército del Rey Demonio. Algo está muy mal con esta generación. ¡Se supone que los aristócratas del Reino Slayer son guerreros! Pero estos parecen más pececillos fuera del agua.” Pensé, observándolos con una mezcla de disgusto y decepción. Sin embargo, rápidamente me reprendí: “Bueno, después de todo, yo conozco este escenario del juego como la palma de mi mano. Quizás estoy esperando demasiado de personas que pisan un Laberinto por primera vez… Ahora que lo pienso, en el juego, León, Nagisa y Ciel fueron los únicos que lograron llegar hasta la última planta en su primer intento.”
Es un panorama inquietante. En un juego, puede resultar emocionante que nadie destaque salvo León y sus heroínas, pero en la vida real, que haya tan pocos individuos competentes para combatir cuando una guerra a gran escala está a punto de estallar, es aterrador. Esto solo añade más presión sobre mí, que ya estoy trabajando contra reloj. ¡Debo volverme más fuerte en el menor tiempo posible! El problema es que hay demasiados límites a lo que puedo hacer por mi cuenta.
“Supongo que mi mejor opción será buscar aliados fuertes fuera de la Academia para formar un equipo. Si intento fortalecer a mis compañeros, todos mis planes se retrasarán, y tendría que dar cada paso con una prudencia excesiva. Sí, lo mejor será encontrar un luchador poderoso que sepa coordinarse conmigo.”
Con este pensamiento en mente, continué avanzando y derrotando a todos los monstruos que se interponían en mi camino. Con el tiempo, la tarea se volvió monótona. Justo cuando estaba por dirigirme a las escaleras que descendían al siguiente nivel, me topé con Aeris Centorea, una de las tres heroínas principales del juego.
La hermosa sacerdotisa estaba rodeada por al menos diez compañeros de clase heridos, a quienes atendía con su magia curativa. El problema era que, incluso en ese estado, todos parecían competir por acercarse primero.
- Por favor, hagan una fila para poder curarlos. -
- ¡Ah, qué maravillosa magia sanadora! -
- Realmente ella es la Divina Centorea. ¡Puede curar a tanta gente y no quedarse sin magia! -
Aeris mantenía una expresión serena mientras sanaba a cada uno. Aquellos que recibían su toque, hombres o mujeres por igual, la miraban con ojos embelesados, como si estuvieran frente a una deidad.
No se les podía culpar. Como una de las heroínas principales, la belleza de Aeris era sobrecogedora, hasta el punto en que uno podría preguntarse si realmente era una mujer mortal. En medio de su arte curativo, su rostro parecía esculpido por ninfas, y la perfección de sus rasgos podía hacer sentir a cualquiera que su alma estaba a punto de escapar de su cuerpo.
- ¡Vaya!... Casi me enamoro de ella. - Murmuré, sorprendido.
Sin darme cuenta, había estado mirándola embelesado. Incluso comencé a dar unos pasos hacia ella, pero entonces las imágenes de su profanación en el juego pasaron por mente e inmediatamente me di una cachetada para recuperar el control.
“Increíble, su carisma es tan grande que casi quedó completamente obsesionado. ¿O tal vez estos sentimientos son una consecuencia de estar habitando el cuerpo de Zenón?”
Fuera lo que fuera, debía evitar cualquier riesgo de caer en la ruta Netorare de la secuela. Ese camino solo conduce al fatídico final donde el mundo es destruido por el Rey Demonio. Así que me forcé a apartar la mirada de Aeris y traté de seguir avanzando.
- Oh… usted es el señor Baskerville, ¿verdad? -
- ¿Mmm? -
Para mi sorpresa, Aeris me notó y se dirigió a mí con una sonrisa suave, inclinando ligeramente la cabeza. Los compañeros de clase a su alrededor se encogieron de hombros al ver al “villano” aparecer de repente, pero la sacerdotisa no parecía intimidada.
Aeris me examinó de pies a cabeza con la misma mirada benévola que usaba con los demás y dijo:
- No parece que necesite magia curativa, señor Baskerville. Es bastante impresionante que haya llegado tan lejos por sí solo y sin sufrir una sola herida -
- Bueno, señorita Centorea, este es un Laberinto de bajo nivel diseñado para el entrenamiento básico. - Comente con una sonrisa astuta. Mi intención era provocar un poco a mis compañeros, dándoles un entendimiento de que eran débiles. Así me mantenía fiel a mi rol de antisocial mientras los fustigaba ligeramente para que mejoraran.
Lamentablemente, mis palabras cayeron en oídos sordos, porque la mayoría estaba demasiado ocupada mirando de reojo los francamente impresionantes pechos de Aeris que se insinuaban incluso bajo su uniforme que estaba cubierto por una bata de sanador. Solté un suspiro, resignado, y le pregunté:
- ¿Has estado curando a estas personas todo este tiempo? -
- Por supuesto. No puedo dejar solos a mis compañeros heridos. - Respondió Aeris, enderezando la espalda y colocando las manos sobre su busto como si fuese algo natural.
Esto provocó reacciones apenas disimuladas entre los hombres a su alrededor, pero ella parecía completamente ajena a la situación. Tal vez era realmente despistada o, quizás, simplemente no le importaba.
- Eso es muy misericordioso de tu parte. Pero, ¿no deberías concentrarte en avanzar? Tus calificaciones van a sufrir si no lo haces. -
- Tengo permiso de mis compañeros de grupo. Pensé que sería más conveniente que todos avancemos juntos paso a paso, en lugar de apresurarnos por llegar primero. -
- Vaya... qué linda amistad. - Respondí con una sonrisa forzada, aunque por dentro quería gritar: “¡Eso es conveniente para todos los demás, excepto para ti! ¿Por qué cargas con esta sarta de inútiles?”
Aeris Centorea era una mujer extraordinaria que encarnaba la dedicación y el autosacrificio. Estaba dispuesta a arriesgarse y atravesar grandes dificultades para ayudar a los demás. En el juego, hubo múltiples escenarios donde ella estuvo a punto de perder la vida por salvar a alguien.
Sí, su actitud como sacerdotisa era admirable… pero al mismo tiempo, me resultaba profundamente irritante cada vez que jugaba.
“Sé que no es una mala chica, pero me exaspera ver a alguien tan autodestructivo.”
A primera vista, cualquiera podría pensar que Aeris era simplemente una mujer devota. Pero yo conocí la verdad. Su autosacrificio no nacía de un sano aprecio por la vida de los demás, sino de una profunda creencia de que ella misma no merecía ser feliz.
¡Qué absurdo! Si hay un don que los humanos hemos recibido del cielo, es el derecho a buscar nuestra propia felicidad. Y en ese camino, inevitablemente descubrimos que la verdadera dicha está en ayudar a los demás, no en vivir para uno mismo. Ese es el orden natural de las cosas: amarse a uno mismo para poder amar a los demás. Pero esta mujer creía sinceramente que su vida no tenía valor más allá de entregarla por el bien de personas que ni siquiera conocía. Eso no era abnegación, sino puro y llano autodesprecio.
“Bueno, no es mi trabajo enseñarle eso.” Pensé encogiéndome de hombros: “Dejaré que el Héroe le dé su sermón a la Divina Sacerdotisa.”
- ¿Pasa algo? - Preguntó Aeris con suavidad.
- No, señorita Centorea. Más bien, me despido porque voy a continuar mi camino. -
Con esas palabras, le di la espalda y me dirigí hacia las escaleras. Sabía que no podía, ni debía, intentar ayudar a la Divina Aeris Centorea. Solo a León Brave le correspondería decirle las palabras que la liberarían de las cadenas del autodesprecio.
Lo mejor era seguir mi papel de villano y marcharme rápidamente.
Sin embargo, justo antes de irme, no pude evitarlo. Contra mi mejor juicio, me detuve por un instante y, sin mirarla, dije:
- Está bien ayudar a otros, pero hazlo con moderación. Tú también eres una de nosotros, ¿verdad? -
Después de eso, continúe rápidamente.
- Baskerville se fue con tanto estilo… ¡Increíble! - Dijo alguien a mis espaldas.
Pero yo no me volví ni le presté atención. Mi mente ya estaba en el cuarto piso, planeando cómo despejarlo. Además, pronto tendría que concentrarme en los problemas que acechaban en el quinto.
Divina Aeris Centorea
¡Felices fiestas, estimados lectores!
Quiero aprovechar esta ocasión para agradecerles de todo corazón por acompañarme en esta travesía literaria. Su apoyo y entusiasmo son una fuente de inspiración constante. No hay palabras suficientes para expresar mi agradecimiento.
Como un gesto de aprecio y celebración navideña, he publicado otro capítulo especial de la novela. Este es mi regalo para ustedes, una muestra de mi gratitud por su dedicación y paciencia. Espero que lo disfruten y que les aporte un poco de emoción en estas fiestas.
Les deseo una Navidad llena de momentos especiales y que el Año Nuevo nos permita seguir compartiendo esta increíble aventura.
Con agradecimiento, Acabcor