329 La larga marcha

A la mañana siguiente, Bryan despertó antes de que asomara el sol y abandonó el calor de su estancia. Caminó en silencio, escoltado por su guardia de lictores, mientras dirigía pensativo su mirada hacia el cielo y luego hacia el horizonte. La tierra estaba mojada por la lluvia de la noche anterior. La temporada de lluvias llevaba mucho tiempo en curso y tendría que estar llegando a su fin, pero parecía que el clima funcionaba de manera peculiar en aquel país extranjero. Los pasos de Bryan eran apresurados, y los lictores avanzaban con dificultad por el terreno fangoso, impulsados por el sentido de urgencia que su general les transmitía.

Bryan sabía que, como en tantas ocasiones pasadas, la sorpresa sería su mejor arma. La conversación con Druso había disipado algunas de sus incertidumbres, aunque lejos de tranquilizarlo, se sentía aún más nervioso, si tal cosa era posible. Aunque sabía que podía confiar en la lealtad inquebrantable de su amigo, un pilar esencial para el éxito de su plan, la completa falta de confianza de Druso en las posibilidades de llevar a cabo su estrategia había desatado un tumulto de dudas que resonaba incesantemente en su imaginación.

Y, no obstante, ese era su mayor punto a favor. Nadie creía en la viabilidad de lo que Bryan se había propuesto. Ahí residía la clave de su plan: Los propios etolios también estaban completamente convencidos de que las Legiones Malditas no representaban amenaza alguna. Jamás pasaría por su cabeza la posibilidad de que aquellos hombres desterrados por su cobardía se atreviesen a lanzar un ataque directo, y menos aún en su propio territorio.  

Por eso a Bryan no le sorprendió mucho cuando los informantes del Manto Oscuro le confirmaron que apenas existían destacamentos de vigilancia etolios que estuviesen atentos a lo que ocurría en la Fortaleza de Valderán. Estaban tan confiados, que incluso se tomaban la libertad de hacer marchar a sus ejércitos por caminos muy cercanos al desfiladero que los llevaría al territorio itálico, mientras se enzarzaban en peleas internas.

En estos momentos, Micénica se encontraba inmersa en una guerra contra Helénica e Ilión, lo que implicaba que Valderán estaría protegida durante ese lapso. Sin embargo, esta tranquilidad sería efímera, porque después el bando vencedor seguramente buscaría reponer sus pérdidas económicas saqueando la provincia de Bryan.

Por eso tenía que moverse rápido. Todo debía llevarse a cabo con celeridad. Aunque las guerras solían ser empresas prolongadas, esto no implicaba que cada paso debiera darse con lentitud.

No obstante, Bryan se veía constantemente acosado por un sentimiento de desazón que luchaba por apoderarse de su interior. Al fin y al cabo, tal vez su plan fuera simplemente eso: imposible, absurdo, temerario. Quizás él no fuese más que otro general itálico destinado a guiar a sus legiones hacia la derrota, el desastre y la destrucción. Después de todo, lo que Bryan estaba a punto de intentar se encontraba prácticamente en el límite de lo que un Procónsul legalmente podía hacer, aunque todavía no transgredía ningún mandato del Senado.

Bryan el Necromante será nombrado Tribuno Militar con Imperium Proconsular sobre la fortaleza de Valderán. Sin embargo, su autoridad está limitada a las legiones V y VI, o sea, las Legiones Malditas. No puede hacer uso del dinero o los hombres que vivan en la propia ciudad. Tampoco tiene autoridad sobre sus Ediles o Pretores. Tiene prohibido usar su autoridad para reclutar a más soldados, ya sean caballería, infantería, magos u oficiales. Solamente puede llevar consigo a aquellos que deseen acompañarlo voluntariamente, pero deberá pagar sus sueldos con dinero de su propio peculio. También tiene terminantemente prohibido intentar algún tipo de conquista militar o la contratación de mercenarios.

Estas fueron las palabras del portavoz del Senado, las cuales delinearon las limitaciones legales a las que Bryan tenía que someterse. Estas mismas instrucciones se encontraban minuciosamente redactadas en un rollo de pergamino oficial que le fue entregado, vinculando así su cargo militar a esos límites.

Y desde que recibió la autoridad proconsular, Bryan tuvo mucho cuidado de que ninguna de sus acciones violase esas condiciones. Por eso en ningún momento él… Mejor dicho, casi en ningún momento… O más bien, la mayor parte del tiempo… Bueno, era cierto que ya se había pasado un poco al forzar las cosas con ese Pretor en Odisea por el escandaloso asunto del burdel, pero en su defensa, todo lo que hizo fue "persuadirlo con insistencia" de que cumpliera con su deber.

Además, era muy poco probable que aquel hombrecillo denunciara a Bryan por eso, ya que entonces tendría que explicar toda la situación con pelos y señales en un tribunal, exponiendo su propia corrupción en el proceso.

En cambio, movilizar a las Legiones Malditas fuera de la provincia para dirigirse con ellas directamente hacia territorio enemigo era algo considerablemente más arriesgado. Y la responsabilidad de todo lo que ocurriese recaería únicamente sobre él al final. Por lo tanto, Bryan tenía que ser sumamente cauteloso en cada paso que diese; o sus enemigos políticos, con Tiberio Claudio a la cabeza, lo etiquetarían como un rebelde.

Una acusación de este tipo, respaldada por indicios lo bastante convincentes, podría resultar fatal para él en este momento. La población de Itálica aún estaba profundamente marcada por el temor que experimentaron durante el Desastre Militar, y si a los ciudadanos les parecía que Bryan estaba comportándose como un segundo Terencio Varrón, perdería de inmediato el apoyo popular que había ganado con tanto esfuerzo al arriesgar su vida para vencer a Vlad Cerrón en el Gran Anfiteatro Imperial.

Y es que aquella tragedia se desató precisamente porque un Procónsul movilizó legiones sobre las que carecía de autoridad legal. Además, Varrón lo hizo actuando de manera sumamente imprudente e injustificada.

Afortunadamente, Bryan contaba con un factor crucial a su favor. En el mundo de donde provenía, las leyes y los gobiernos habían avanzado de tal modo, que el criterio de los funcionarios al tomar decisiones se resumía con la frase: Si algo no está legalmente permitido, entonces está prohibido. Esa era la norma que regía su sociedad moderna.

Por el contrario, en el mundo del continente Vathýs, todo resultaba mucho más ambiguo. No existía una clara línea de separación entre los deberes de los funcionarios; los gobernantes también actuaban como jueces, los senadores desempeñaban roles de magistrados, y los sacerdotes, en ocasiones, asumían funciones legislativas. Todo estaba entremezclado o superpuesto. Uno de los muchos motivos detrás de esta situación era la carencia de medios de comunicación masivos, lo que dificultaba que toda la sociedad se enterara inmediatamente de los acontecimientos. Los artefactos mágicos para transmitir mensajes a grandes distancias eran escasos en número, y las matrices de transporte resultaban costosas de mantener. Como resultado, los Cónsules, Procónsules y Tribunos a menudo se veían obligados a improvisar, ya que no era realista esperar que consultaran al emperador cada paso que daban y tampoco que reportasen todo lo que hacían a cada momento.

En el imperio, las reglas para la toma de decisiones eran, por lo tanto, inversas: Si algo no está legalmente prohibido, entonces está permitido.

Según lo expresado por el vocero y lo registrado en el pergamino oficial del decreto ratificado por el Senado: Bryan tenía terminantemente prohibido utilizar su autoridad para obligar a la población local a enrolarse en el ejército e incrementar así el número de sus soldados. Tampoco podía emplear fondos del estado para pagar los sueldos de aquellos que se ofrecieran como voluntarios. No estaba autorizado a contratar mercenarios, ni siquiera con su propio dinero. Y, como si fuera la cereza del pastel, se le prohibió intentar cualquier tipo de conquista militar.

Bryan leyó las cláusulas de este decreto en repetidas ocasiones para asegurarse de comprenderlas al detalle. Fue entonces cuando descubrió que la clave para sortear las restricciones del Senado era el término "Conquista": es decir, ganar el control de un territorio por medio de las armas. En pocas palabras, según la lógica imperial que Bryan entendía, siempre y cuando no intentara apoderarse de un nuevo territorio, tenía vía libre para realizar incursiones, escaramuzas o incluso intentar ataques a gran escala. Mientras no reclamara una porción de tierra, todo estaría permitido.

Era un vacío legal algo desconcertante. Tal vez el Senado asumió que estaba implícito, dado que los ataques a gran escala suelen tener el propósito de conquistar territorio enemigo inmediatamente después de una hipotética victoria. O quizás la facción de Tiberio Claudio pensó que Bryan nunca se atrevería a intentar una incursión y, por lo tanto, no lo especificaron como condición. De cualquier manera, representaba una oportunidad única a la que Bryan podía aferrarse en ese momento tan complejo.

Ni Tiberio Claudio, ni el Senado, ni sus Tribunos, e incluso su amigo Druso pensaban que tuviera sentido intentar un ataque. Su esperanza residía en que los etolios también asumieran que esta posibilidad era algo imposible. Sin embargo, si no fuera así y llegaran a sospechar de sus planes... todos estarían condenados.

Y encima, para tener alguna esperanza de vencer, debía lograr que de algún modo a los soldados de sus Legiones Malditas les crecieran un par de testículos y esta vez lucharan sin miedo, como auténticos varones esforzados. ¡Vaya chiste! Con esas tropas, todo el proyecto se convertía en un suicidio político y militar, pero ya no quedaba más que avanzar hasta el final, por el bien de sus amadas Emily, Phoebe y Fanny. Debía vencer por ellas o morir en el intento. Vencer ahí, en Etolia, donde generales mucho mejores que él ya habían fracasado. Vencer más allá de toda posibilidad… con aquellos perdedores irremediables.

Supongo que puedo encontrar algo de consuelo en la idea de que es aún más improbable que los etolios sospechen de las Legiones Malditas cuando, incluso yo, su comandante en jefe, no consigo creer del todo que sea posible transformar a esas gallinas en hombres.” Pensó irónicamente, lanzando al mismo tiempo un profundo suspiro. Si sus informaciones eran correctas, aún quedaba una esperanza. ¡Resultaba tan irónico! Tanto su futuro y el de sus hombres dependían de las historias de un pescador. Bryan se sonrió. No se había atrevido a confesar a nadie, salvo a Druso, que su más reciente estrategia de guerra se basaba por completo en un relato extraño que escuchó por pura casualidad en boca de los pescadores de Odisea, una historia que luego buscó confirmar con anhelo desde su llegada a Valderán porque pensó que podría servirle en el futuro, pero que realmente jamás pensó que llegaría a usar. ¿Cómo confesar semejante locura? ¿Cómo admitir que estaba a punto de lanzarse con un ejército entero para constatar, en el fragor de la batalla, si aquel rumor era auténtico?

Los pensamientos oscuros acompañaron a Bryan durante todo el viaje desde el campamento hasta que, al anochecer, él y su escolta de lictores llegaron a la Fortaleza de Valderán. A lo largo de ese trayecto, Bryan se aferró con todas sus fuerzas a la idea de que su plan podía funcionar, consolándose al mismo tiempo con el recuerdo amoroso de las mujeres que amaba. Finalmente, se encontró ante las imponentes puertas fabricadas por sus amigos enanos. En ese momento, el Procónsul recuperó su careta de severidad, y el temible Archimago Ejecutor volvió a manifestarse justo antes de atravesar el umbral.

Ahí ya lo esperaban aquellos veinte mil hombres, entre los desterrados de las Legiones Malditas y el mucho menor número de valientes voluntarios que lo acompañaron desde Itálica. Todos permanecían de pie frente a las puertas en perfecta formación, debido en parte a la constancia del centurión de la V Legión, Cayo Valerio, y sobre todo a la experiencia como instructor del veterano Tribuno Anco Marcio. La disciplina de los hombres había mejorado mucho, pero Bryan podía notar que los legionarios todavía estaban atrapados por el miedo y la desesperanza.

También se les veía bastante nerviosos. Acababan de cenar y estaban a punto de acostarse cuando repentinamente los cuernos, las tubas y las voces de los centinelas anunciaron la llegada del general en jefe. Todos experimentaron un sentimiento compartido de expectación. ¡Por fin algo estaba sucediendo! Llevaban meses desplazándose del Campamento a la Fortaleza y de la Fortaleza al Campamento, sesenta kilómetros diarios cargando con todo su equipamiento en medio de ese clima de humedad que empapaba su piel y les provocaba rozaduras molestas, afectaba las viejas correas de cuero que apenas mantenían unidas a sus armaduras e incrementaba el peso de sus escudos. Resultaba monótono e irritante.

Pero lo peor de aquellas condiciones atmosféricas era que les recordaba su reciente derrota vergonzosa frente a los bandidos, cuando cruzaron ese maldito río que los llevó a aquel laberinto de piedras. Algunos lo llamaban "retirada táctica" para consolarse, mientras que otros, más venenosos e instigados por los centuriones de la VI, decían que era culpa del Procónsul por no planificar adecuadamente. Pero todos en el fondo sabían la verdad: Ellos fueron los que huyeron por segunda vez, como ya lo habían hecho en aquellos bosques durante el Desastre Militar. Debieron haber muerto aquel día luchando heroicamente hasta el final por el honor del imperio, pero eligieron correr para vivir y ahora eso se había convertido en un hábito. Era tan humillante como cierto.

Por eso, todos llevaban tanto tiempo esperando el momento para redimirse, aguardando una orden para volver a cruzar ese río y masacrar a los bandidos.

Sin embargo, aquel general al que servían parecía haberse decepcionado completamente de ellos. No los abandonó, pero ya casi no lo veían, salvo cuando almorzaban en el campamento y lo observaban sentarse para compartir la misma comida con ellos, sin dirigirles la palabra. El resto del tiempo se recluía en su tienda y, desde entonces, no había ordenado ni una sola salida, o al menos una escaramuza hacia el sur que les diera una oportunidad de vengarse de los bandidos. Solo ejercicios y maniobras sin fin. Trabajos agotadores. Marchas forzadas de sol a sol, pero entre el Campamento y la Fortaleza. Caminatas de hasta diez horas en un día. No habían tenido descanso, pero tampoco combates.

Bryan usó su Sexto Sentido espiritual y leyó en los ojos de los legionarios las preguntas que se habían ido acumulando en sus mentes, deformando su percepción de los hechos e incluso provocando que tuvieran el descaro de sentirse indignados: Eran un ejército, se decían a sí mismos, no gladiadores entrenándose para cuando hubiera juegos de circo. Querían luchar para recuperar su honor perdido, librarse del destierro que el Senado les impuso por su vergonzosa derrota y finalmente regresar de aquel país lejano en el que estaban confinados. Daban todo por bueno si valía para combatir, pero aquel joven general ya no parecía tener interés por la guerra. Se quedaba solo en su tienda, leyendo planos y literatura, decían los esclavos cuando creían que nadie los oía, recibiendo extrañas visitas de viajeros y mensajeros de tierras lejanas Conversaciones secretas en su residencia y marchas forzadas para las tropas. ¿Estaba asustado? ¿Para qué se había ofrecido entonces como general en jefe de Valderán? Nadie le obligaba a hacerlo.

Y ahora, por fin, aquel general lector de planos y amigo de gentes excéntricas se decidía a venir a encontrarse con ellos. Quizá al fin salieran ya a combatir.

“¡Debería haber un límite para la estupidez!” Se dijo Bryan, apenas conteniendo las ganas de asesinar a esos imbéciles que se llamaban a sí mismos legionarios, los cuales en su locura parecían haberse olvidado de que su Procónsul, por sí solo, exterminó a varios escuadrones de bárbaros de un modo visceral.

Pero dejando de lado la amnesia autoinducida que su frustración les provocaba, seguía siendo increíble las cosas que se les ocurría pensar. ¿Es que no entendían nada? ¡Todos sabían que en cualquier momento un inmenso ejército de Hoplitas Etolios podía venir a atacarlos! Entonces tendrían que luchar contra soldados profesionales, no contra chusma. Además, seguramente llegarían acompañados por aquellos mismos bárbaros a los que con tanta dificultad él solo consiguió asustar, pero que esta vez actuarían como mercenarios contratados de las Ciudades Estado y a las órdenes de buenos comandantes. ¿Qué esperanza tenían de resistir ese segundo ataque? Por más que los muros de la fortaleza estuviesen reparados casi por completo y que las puertas de los enanos la hiciesen todavía más segura, esto no valdría para nada si los defensores eran los mismos hombres que unos meses atrás escaparon aterrorizados por el ataque de tres mil bandidos… ¡cuando ellos los superaban casi siete veces en número!

Pero bueno, si tanto quieren hacer la guerra…” se dijo Bryan sonriendo cruelmente para si mismo: “¡Les daré la oportunidad!

Frente a la VI Legión estaban aquellas cucarachas de las que todavía no podía librarse: Jaime Luccar y César el Breve, justo detrás del leal Tribuno Cayo Silano, a quien le encomendó la misión de vigilarlos como los potenciales traidores que eran. ¡Bravo por él! Seguramente la situación de la tropa sería mucho peor si no fuese por sus esfuerzos. Aun así, Bryan juró nuevamente que se ocuparía de hacer muy dolorosas las muertes de aquellos dos miserables cuando llegase el momento.

- ¡Prepárense para salir! - Ordenó Bryan a los Tribunos.

- ¡Comprendido mi general! -

Al alba, Bryan dispuso que las legiones se pusieran en marcha rumbo al nordeste. En media hora, las dos legiones estaban completamente formadas y dispuestas para la que iba a ser una larga marcha de varios días. Los soldados se sentían preparados, aunque se decepcionaron un poco cuando corrió el rumor de que solamente harían un recorrido por la frontera para asegurar los puntos débiles. Sin embargo, consideraron que eso era mejor que nada. Además, Bryan les dio un breve discurso donde les recordaba que su deber era defender al Imperio Itálico, y este empezaba justo ahí, al pie de la cordillera de Etolia. Luego se procedió con las ceremonias religiosas para asegurarse la bendición de los dioses antes de partir en aquella empresa.

Una hora después, las tropas cruzaron las puertas y se internaron rápidamente en el territorio enemigo. Por delante, a modo de avanzadilla, se desplazaban varios grupos de exploradores a los que el Procónsul había ordenado que en todo momento precedieran al grueso del ejército. Era la forma usual de proceder, porque cualquier comandante querría asegurarse de que no hubiese encuentros sorpresa con los hoplitas ni con los bárbaros.

Bryan marchaba a pie, con la misma impedimenta que cualquier otro legionario, es decir, casi veinticinco kilos entre armas, víveres, utensilios de cocina, ropas y mantas. Al mediodía, el cansancio era patente en las tropas. Llevaban prácticamente seis horas de marcha con apenas breves pausas de pocos minutos para beber y recuperar fuerzas. Aún estaban lejos del objetivo que el general se había marcado para ese día cuando Bryan ordenó que las legiones se detuvieran y comieran con sosiego durante una hora.

Los soldados ingirieron el rancho con ansia y descansaron un poco, pero enseguida, a la hora señalada, la marcha se reinició y continuaron así hasta bien entrada la tarde. Esa noche, las legiones acamparon frente a un pequeño barranco seco. No se levantó un campamento con empalizadas, lo que dejaba claro que el general tenía previsto proseguir con el avance al día siguiente.

*****

Bryan se dejó caer en el lecho de su tienda. Aunque estaba en mejor estado que sus hombres, incluso con su físico sobrehumano, se sentía cansado. Nadie se había percatado, pero los Espectros Oscuros estuvieron desplegados todo el tiempo para asegurarse de que ningún vigía enemigo los viera. El problema era que, con solo dos espectros restantes, no era suficiente para cubrir todo el perímetro que recorrían las legiones. Por lo tanto, tuvo que compensar esa falta de visibilidad manteniendo activado en todo momento su Sexto Sentido y enviando pulsos constantes del conjuro de Revelar Vida. Aunque usar esta magia no consumía tanto sus reservas de poder, su uso repetido sí afectaba considerablemente su estado mental, debido a que implicaba enviar y recibir una gran cantidad de señales.

Sin embargo, Bryan se obligó a caminar como si nada le ocurriese. Sabía que no podía desfallecer; debía dar ejemplo. Se tomó un momento para repasar sus planes. Aunque llevaban un buen ritmo, aún estaban un poco atrasados. Era necesario acelerar la marcha, y encima, tenía que hacerlo mientras ocultaba a todos su verdadero destino. ¿Soportarían sus hombres? ¿Resistiría él? Bryan suspiró, casi dormido, vencido por el agotamiento.

¡Resistirán!” Se dijo finalmente, abriendo los ojos con fuerza mientras reforzaba su determinación: “¡Resistirán tanto como su general aguante!

La clave era resistir él. Esa noche no habría lectura, y las siguientes tampoco. Bryan llevaba consigo algunos rollos del "Arte de la Guerra de los Asturias", como auténticos tesoros seleccionados de aquella colección. Pero en esta ocasión, toda su atención estaba en un pequeño cofre que apretaba contra su pecho, el cual contenía los pañuelos que las tres damas que lo amaban le habían ofrecido antes de su duelo contra Vlad Cerrón.

Bryan soltó otro suspiro. Había aliviado buena parte de su lujuria en el burdel, pero no fue del todo satisfactorio. En cierto modo era como tener demasiada sed e intentar saciarla con un vino dulce que al bajar por la garganta se siente bien, aunque luego deja un ansia persistente. Necesitaba el cariño de sus amantes. Pero lo que más deseaba en ese momento, incluso más que su amor, era confirmar que estaban bien y a salvo ahora que estaban tan lejos de su alcance.

Phoebe, Emily, Fanny

En su mente, repasó la situación de cada una de sus mujeres:

Fanny se encontraba a salvo en la Academia Babilonia, bajo la protección de la Rectora. Por otro lado, Bryan ahora sabía acerca de su poderoso padre, un héroe de guerra que incluso era capaz de intimidarlo a él; no obstante, su existencia representaba otro factor que garantizaría la seguridad de su Maestra. Además, Fanny era de naturaleza prudente y solía evitar exponerse al peligro, excepto en situaciones donde la seguridad de sus estudiantes estuviera en juego.

Phoebe tenía un temperamento más audaz, pero debería estar segura porque Cándido le había prometido usar a la Orden del Manto Oscuro para protegerla. Al mismo tiempo, ella era una Gran Maestra de Espadas, así que no existían muchos que pudiesen amenazar su vida incluso en la capital. Y los pocos que podían no se atreverían a provocar al incomparable Cyrano Constantino.

Emily en cambio… le generaba inquietud. Lo último que supo de ella fue que se embarcó en una misión en el extranjero bajo las órdenes de la Dama Cecilia, pero desconocía su ubicación exacta o las actividades que realizaba. La ansiedad lo invadía. Intentó tranquilizarse recordando que su mujer era una poderosa Archimaga Oscura, sumamente talentosa y llena de recursos. Además, aunque no fuera evidente a simple vista, la Dama Cecilia era una genio en el arte del espionaje, capaz de desestabilizar naciones enteras solo con un rumor o un golpe aparentemente inofensivo. Con damas tan formidables trabajando juntas, todo debía estar bien, ¿verdad?

A pesar de la preocupación que sentía por el bienestar de Emily y el resto de sus amantes, Bryan finalmente se obligó a apartar sus pensamientos de ellas e intentó descansar algunas horas. La lucha interna entre sus deberes y sus preocupaciones personales no cesaba, pero en ese momento el destino de veinte mil legionarios dependía de cada una de sus decisiones. No podía permitirse apartar su concentración del camino que tenía por delante. Al amanecer, continuaría con la ardua travesía, y necesitaría, por lo menos, un respiro para afrontar los desafíos que les deparaba el futuro.

Justo antes de dormir, el rostro de Lisa vino a su mente. Bryan no estaba muy seguro de por qué, dado que había cortado esa relación de raíz, incluso de mala manera. En aquella ocasión lo consideró necesario, aunque no disfrutó en absoluto destrozar el corazón de la joven de esa manera.

La verdad era que Bryan deseaba sinceramente que Lisa fuese feliz y no quería que continuara atrapada en una ilusión de amor que él le había vendido por mera necesidad: En aquel momento, él todavía era un simple esclavo, y Lisa podía matarlo si se le antojaba, así que le hizo creer que estaba enamorado de ella para halagar el amor propio de la muchacha; eso era todo. Fue rastrero de su parte, pero le resultó muy útil para sobrevivir.

Luego la conoció mejor, descubrió su lado bueno e incluso se arrepintió de haberla engañado. Después de la tragedia en la que Lisa perdió a su familia y terminó vendida como esclava, Bryan experimentó un intenso deseo por protegerla que lo sorprendió bastante. Pero eso era todo. Un simple lapsus paternal que no sabía que poseía. Sí, seguramente era eso, se repetía a sí mismo. Definitivamente no era amor. Además, ya había hecho mucho más de lo que correspondía para compensarla, y no le debía nada. Ahora que Lisa sabía que no existía un futuro entre ambos, podría concentrarse en conocer a alguien más que la amase de verdad.

Quizá Bach vuelva a cortejarla. Recuerdo que parecía muy enamorado de ella.” Imaginó Bryan, pero luego frunció el ceño: “No, Lisa es demasiado buena mujer para ese mierdecilla. No pienso permitir algo así. Quien la pretenda tendrá que ser un hombre de verdad, sólo para empezar. También creo que ella se merece a alguien de alta alcurnia. Aunque el hecho de que perdiera a su familia complica las cosas, pero quizá pueda hacer planes con Lawrence para asegurarle una fortuna con un candidato digno y mover las cosas entre bastidores…

Bryan detuvo repentinamente aquel tren de pensamiento. Nuevamente se estaba preocupando por aquella muchacha y planificando cosas sobre el futuro de alguien que no tenía nada que ver con él. Necesitaba dejar de hacerlo.

Así, entre preocupaciones y ansiedades, apenas consiguió cerrar los ojos para dormir.

Aquella noche, el Niño Misterioso tampoco le habló en sus sueños.

*****

Antes del amanecer, Bryan ordenó que se reanudase la marcha, pero esta vez algo muy extraño sucedió: Contrario al primer día, no se enviaron tantos destacamentos de exploradores, ni siquiera la mitad de ellos, aunque solamente algunos oficiales se dieron cuenta.

Las legiones V y VI continuaron avanzando en columna. Sus calzados militares hacían resonar la tierra rocosa de aquel terreno que ascendía gradualmente, revelando promontorios escarpados cubiertos de hierba seca y esparto. A medida que subían por colinas de piedras desgastadas por la erosión, el viento soplaba con fuerza, trayendo consigo un aroma terroso y seco.

Legiones Malditas marchando 

La vegetación escaseaba en ese sector, compuesta principalmente por arbustos espinosos que ofrecían poca sombra contra el sol en su cenit. Afortunadamente, al entrar la tarde, todos escucharon el murmullo de un río cercano, y el Procónsul Bryan ordenó una breve pausa para hidratarse. El agua clara y fresca fluía entre guijarros pulidos, reflejando destellos de luz. Los soldados sedientos se arrodillaron para beber precipitadamente, pero Bryan y los tribunos los detuvieron casi a palos: Consumir el agua de los cauces desconocidos era extremadamente peligroso. Era necesario desinfectar primero el líquido mezclándolo con vinagre dentro de sus cantimploras o corrían el riesgo de que todo el ejército muriese de disentería.

En cuanto se reabastecieron de agua, reanudaron la marcha. El calor se intensificaba y el polvo se elevaba en pequeños remolinos al paso de los soldados. El paisaje, ahora teñido de tonos ocres y tostados, se extendía sin fin, como un desafío silencioso a la fortaleza y resistencia de los soldados.

Antes de darse cuenta, los legionarios descubrieron que las lomas por las que marchaban se convertían en un auténtico laberinto de altas cumbres cubiertas por densos bosques de coníferas, formando un paisaje majestuoso e imponente. A medida que avanzaban, las montañas se cerraban a su alrededor, creando un escenario donde era difícil distinguir un horizonte claro.

El crujir de las agujas de pino bajo sus botas resonaba en el silencio del lugar, interrumpido solo por el murmullo del viento entre las ramas. Las sombras proyectadas por las montañas creaban intrincados patrones en el suelo irregular. Los legionarios comenzaron a sentirse nerviosos por estar en medio de aquel entramado natural, pero vieron al Procónsul avanzar al frente sin la menor vacilación y asumieron correctamente que no había perdido el rumbo. Eso los tranquilizó e hizo que se desentendieran del asunto mientras ascendían por los sinuosos senderos naturales.

Pero al caer la noche, las montañas parecían entrelazarse unas con otras, formando pasajes estrechos y empinados que eran un auténtico desafío a la orientación. Aunque aún se podía vislumbrar el cielo estrellado entre las copas de los árboles, las altas cumbres a menudo bloqueaban la vista, sumiendo a las legiones en una penumbra que avivaba sus inquietudes. Cada paso era una incursión más profunda en el intrincado laberinto montañoso, donde la naturaleza imponía su propia ley y la sensación de aislamiento se hacía cada vez más palpable. Afortunadamente, descubrieron una pequeña aldea abandonada junto a la desembocadura de un río poco caudaloso. No había rastros de sus habitantes, pero les proporcionaba un excelente refugio para descansar.

En el interior de su tienda, Bryan observaba a través de sus Espectros Oscuros cómo el agotamiento había afectado los cuerpos de sus legionarios, pero no su espíritu. Esto le daba esperanzas de salir victorioso en ese proyecto. En la segunda noche, el general cayó rendido por el sueño, sin repasar planes de ataque ni reflexiones personales. Una dulce somnolencia le abrazó con decisión de forma que, cuando aún pensaba que apenas acababa de cerrar los ojos, sintió que alguien le sacudía el brazo levemente.

El Procónsul se sobrecogió y veloz se abalanzó sobre la espada que escondía debajo de su manta para hacer frente al enemigo que le sorprendía en la noche, pero al abrir los ojos una luz poderosa que venía de detrás de aquel hombre que se le había acercado le cegó.

- Lo lamento, mi general, pero ya ha amanecido, y sus instrucciones eran proseguir el avance al alba. Sé que está cansado, pero ordenó que le despertásemos con la luz del nuevo día si usted no se levantaba... No quería sorprenderle de esta forma. -

Era uno de los lictores que le escoltaban. El soldado acababa de retroceder sobre sus pasos por la violenta reacción del general. Bryan bajó el arma y se llevó la mano libre al rostro, deslizando sus dedos sobre las cejas y los párpados cerrados. Estaba agotado. Guardó silencio unos segundos mientras intentaba sacudirse el cansancio y la sorpresa, solo para caer en cuenta de que la noche ya había pasado. Por primera vez en mucho tiempo la Esencia Mágica no conseguía restaurar la totalidad de sus fuerzas durante el sueño. Apenas le parecía que hubieran pasado unos minutos desde que se había acostado y, sin embargo, ya era de día. Un nuevo día de marcha.

- Has hecho bien. Si me quedo dormido otra vez, haz lo mismo que hoy, y hazlo antes de que amanezca. - Respondió Bryan: - Pero no me vuelvas a tocar al despertarme, llámame a viva voz, no sea que acabe matándote un día de estos. -

- Sí, mi general. Lo siento… - El lictor iba a seguir disculpándose, pero una sonrisa y un gesto con la mano como quitando importancia a lo sucedido por parte de Bryan frenaron sus palabras: - Le llamaré a viva voz, mi general. - Concluyó y salió de la tienda.

Al salir le esperaban otros lictores. Uno de ellos preguntó al que salía:

- ¿Está bien? -

- Sí - Y añadió: - Casi me hiere con la espada. Se ha sobresaltado al despertarlo y debe de haber creído que le atacaban. Parece que el Procónsul siempre está en guardia, incluso mientras duerme. - Y se alejó para transmitir a los Tribunos las órdenes de poner en marcha las tropas.

El resto de los lictores reflexionaron sobre las palabras de su compañero y las recibieron con agrado. Su tarea era salvaguardar la vida del Procónsul, y esa labor se facilitaba con un líder que permanecía alerta en todo momento, especialmente en el campo de batalla, donde los riesgos eran mayores. Y pronto iban a entrar en combate. Lo presentían, como lo intuía el resto de la tropa.

La travesía continuó a lo largo de aquel día por el intrincado laberinto que era la cordillera de Etolia. La luz matutina se filtraba con timidez entre las copas de los árboles, proyectando sombras danzantes en el suelo irregular. Las montañas, imponentes y cubiertas por densos bosques de coníferas, persistían en cerrarse alrededor de ellos. Bryan ordenó que ningún explorador fuese despachado esta vez, una decisión que sorprendió incluso al leal Cayo Valerio. Sin embargo, el Centurión no se atrevió a cuestionarla, ya que el general continuaba liderando el rumbo con paso firme, demostrando su seguridad en la dirección.

Quienes sí expresaban su descontento en cada oportunidad eran los centuriones de la VI legión. Sin embargo, aquel día, durante la pausa para almorzar, fue la primera vez que lo hicieron abiertamente y sin preocuparse de ser escuchados.

- ¿Alguien podría decirme a qué está jugando el general? - Preguntaba despectivamente Jaime Luccar, mientras un grupo de legionarios a su alrededor asentía, animándolo a continuar: - Nos hace caminar todos estos días como mulas con todo este equipo y ni siquiera nos revela a dónde nos dirigimos. -

- Es verdad, tampoco ha despachado exploradores. - Añadió César el breve: - ¿Alguien sabe dónde estamos o por qué seguimos rodeados de montañas? Se suponía que íbamos a patrullar la frontera. Si ese es realmente nuestro rumbo, ¿por qué el paisaje no ha cambiado todavía? -

- ¡Es cierto! - añadió un legionario: - Estamos demasiado adentrados en la cordillera, o al menos así se siente. No parece que estemos recorriendo la frontera. -

- ¡Qué conversación tan interesante! - dijo de pronto una voz interrumpiendo. Era el Tribuno Druso que se había acercado repentinamente: - Por favor, continúen. Sigan dando su conferencia, Centuriones. -

Aunque estaba rodeado de sus hombres, Jaime Luccar todavía no se sentía lo bastante valiente como para desafiar a un Tribuno abiertamente, así que fingió una sonrisa y respondió con un tono que pretendía ser servicial: - Solamente me preguntaba en dónde estábamos, Tribuno. -

- Y adónde nos dirigimos cargando tantos pertrechos. - Se atrevió a decir el legionario que acababa de intervenir, pero entonces cayó en cuenta de que estaba cometiendo una falta grave al cuestionar de esa manera a un oficial y se corrigió rápidamente: - Eso era lo que me preguntaba a mí mismo en voz alta, mi Tribuno. -

- Ya veo, me parece natural que se lo pregunten. - Respondió Druso tranquilamente mientras comía una cucharada del cuenco de alimentos que llevaba en una mano con una actitud calmada, luego hizo un gesto con la cabeza hacia los centuriones: - Diles la respuesta, Luccar. -

El aludido lo miró sorprendido por un instante, pero rápidamente respondió lo primero que se le ocurrió: - Nos dijeron que estamos haciendo un viaje de reconocimiento para encontrar puntos débiles en las fronteras. -

- Ahí lo tienen. - Asintió Druso sonriendo de forma condescendiente: - Esa información se la dieron a todos los oficiales. ¿Realmente era necesario dar tantas vueltas para explicárselo a los legionarios? -

Jaime Luccar apenas contuvo un gesto de enfado, pues para todos era evidente que el Tribuno lo trataba como si fuera un estúpido. Era muy claro que había motivos de sobra para desconfiar de esa información y, sin embargo, Druso pretendía dar a entender que todo lo que ocurría era normal.

Pese a todo, algunos soldados no pudieron evitar reírse de la expresión frustrada de Jaime Luccar, ya que las palabras de Druso les hicieron darse cuenta de que, en efecto, el Primer Centurión estuvo dando muchas vueltas en su argumentación en lugar de ir directo al punto, como una táctica para sembrar el descontento. En el ejército no está bien visto que la gente hable con demasiados rodeos, porque lo ven como un signo de debilidad, y generalmente se les anima a emplear un lenguaje lacónico, corto y conciso. Los legionarios de la VI lo habían olvidado, pero ahora comenzaban a recordarlo.

- Lo que pasa es que algunos hombres se sienten intranquilos porque no sabemos dónde estamos - Dijo el Primer Centurión, apretando los dientes para no subir el volumen de la voz. A pesar de los esfuerzos de Marcio por corregir su actitud, Jaime Luccar se había acostumbrado demasiado tiempo a actuar como un reyezuelo y no podía soportar que alguien más se burlase de él.

- Si tantas dudas tienen los hombres sobre nuestra ubicación actual o el rumbo que estamos tomando, entonces explícaselos tú - Propuso Druso encogiéndose de hombros.

- ¿Yo? ¿Por qué…? - Preguntó Jaime Luccar, desconcertado.

- ¡Porque tú has estado al mando de la VI Legión desde que comenzó su destierro y tienes años viviendo en este país, maldito imbécil! ¿Me estás diciendo que, a pesar de llevar mucho más tiempo que nosotros aquí, todavía no conoces la geografía del territorio enemigo? - Explotó Druso repentinamente, arrojando su cuenco de madera a medio terminar directamente contra el pecho de Jaime Luccar con tanta fuerza que la madera se partió en pedazos.  Luego, añadió con un tono que rebosaba peligro mientras barría a todos con la mirada: - El deber de un legionario es mantener sus armas limpias, el cuerpo entrenado y estar siempre listos para entrar en combate. ¡Eso es todo! Si tienen opiniones, métanselas por el culo. ¿Acaso el Procónsul no se los dijo el primer día de entrenamiento? -

Los legionarios de aquel grupo retrocedieron un paso atrás, aterrorizados. Entonces, Druso comenzó a caminar de un lado a otro como un león, mientras dejaba escapar su Aura de Batalla a intervalos para que supieran que hablaba en serio y, al mismo tiempo, llamaba la atención de otros legionarios en las inmediaciones: - ¿Quién mierda les ha hecho creer que pueden cuestionar a su comandante en jefe? Ustedes solamente tienen que luchar cuando se los ordenen y en el momento que se los ordenen. Nada más. ¿No es sencillo acaso? ¡No habrían sido desterrados nunca si hubiesen entendido algo tan simple! -

Para entonces, casi toda la VI legión estaba escuchando sus palabras, y se notaba que habían tenido efecto. Druso sonrió y miró directamente a Jaime Luccar para que los hombres tuviesen claro que lo siguiente que iba a decir estaba dirigido únicamente contra el Primer Centurión y no los incluía a ellos:

- Pero ya que aparentemente Jaime Luccar es como una doncella que no puede contener su curiosidad, voy a hacer una excepción esta vez y te explicaré exactamente en dónde estamos y lo que hacemos. - Añadió como si estuviese hablando con un niño bastante tonto, al que hay que explicarle las cosas una y otra vez: - Se llama “Marcha Larga”, estúpido ignorante. Como su nombre lo indica, se trata de un desplazamiento a larga distancia con un objetivo estratégico. Las marchas largas suelen durar bastante tiempo, por eso necesitamos llevar muchas provisiones. Y que yo sepa, ni el armamento ni las provisiones caminan, así que el general ha optado por que caminen sus legionarios. -

Entonces Druso se dio la vuelta para retirarse, aunque se detuvo un instante para agregar despectivamente: - Claro que, a lo mejor, el genio estratega que es Jaime Luccar habría optado por algo diferente. -

El Tribuno se echó a reír, y el resto de la VI Legión acompañó las carcajadas de su oficial superior. De pronto, había buen ambiente a pesar del cansancio acumulado.

Jaime Luccar se mantuvo en silencio hasta que Druso se marchó, pero apretaba los puños con todas sus fuerzas. La indignación que sentía era tan intensa que no podía evitar temblar, lo que provocaba que los trozos de lentejas húmedas que cayeron sobre su armadura cuando el plato del Tribuno le impactó en el pecho resbalaran hasta caer al suelo.

Jaime Luccar jura venganza

Algún día, se juraba a sí mismo, se aseguraría de matar con sus propias manos a aquel maldito engreído que ahora se atrevía a humillarlo frente a todos sus hombres. Sin embargo, todavía no era el momento.

Con frustración, escupió en el suelo. Había esperado ansiosamente a que, después de la derrota frente a los bandidos, llegasen noticias de la capital anunciando la deposición de Bryan y el resto de sus oficiales, pero al final, todo eso había quedado en nada. Sin embargo, las cosas podrían cambiar en esta marcha, que Druso acababa de confirmar que sería larga. Quizá un accidente ocurriese. Tal vez Druso se descuidase durante la noche y entonces podría apuñalarlo por la espalda. En cualquier caso, si esperaba la oportunidad perfecta, esta acabaría llegando. De eso no había duda.

Con esos siniestros pensamientos, Jaime Luccar se entretuvo durante el resto del almuerzo.

*****

La pausa llegó a su fin y la larga marcha se reanudó. El avance continuó por un terreno que afortunadamente descendía hasta que el ejército se encontró frente a un río. Aunque no era tan caudaloso como para requerir la construcción de un puente de barcos, los Magos de Tierra colaboraron con varios legionarios para erigir una pasarela provisional que garantizara el traspaso seguro de las tropas.

Dado que los trabajos se extenderían hasta el final de la tarde, Bryan ordenó establecer un campamento para que pudieran pasar la noche con seguridad y cruzar a la otra orilla recién a la mañana siguiente. Esa misma noche, el Procónsul convocó a los Tribunos y a Cayo Valerio en su tienda. Cuatro lámparas de aceite, dispuestas en cada esquina, iluminaban la estancia.

- Los he reunido por dos motivos. En primer lugar, deseo que establezcamos aquí un campamento de aprovisionamiento, donde almacenaremos la mayor parte de nuestros alimentos y materiales, aprovechando la presencia del río como una barrera natural. Silano, debes elegir a unos quinientos hombres entre nuestros voluntarios provenientes de Itálica para que se establezcan aquí de manera permanente. Es crucial contar con una base entre la Fortaleza de Valderán y nuestro destino final. -

Bryan notó cómo los ojos de los Tribunos brillaban al escuchar la expresión "destino final". Podía observar cómo todos intentaban discernir cuál sería ese destino. Los veía calculando distancias, y si alguno había llegado a inferir por un momento que el campamento que estaban levantando junto ese río se encontraba equidistante entre la Fortaleza de Valderán y el Monte Ida, no podía dar crédito a la idea. Negaban la cabeza en total desacuerdo con la conclusión a la que habían llegado. Los ojos de sus oficiales se volvían indecisos sobre la superficie del plano, dirigiéndose hacia el interior de Etolia. Todo indicaba que ni siquiera sus propios oficiales podían concebir que ese fuera el objetivo premeditado, a pesar de llevar varios días avanzando en esa dirección. Y mucho menos podrían sospecharlo los etolios. La cuestión fundamental en ese momento era si podrían resistir ese ritmo.

- El segundo tema que me interesa es conocer el estado de ánimo de las tropas con respecto a la marcha. -

Anco Marcio, el tribuno más veterano entre todos, había sido ascendido número uno por Bryan debido a su experiencia y veteranía en la guerra. Por ello, fue él quien resumió el sentir de todos.

- En general, el desánimo comienza a hacer mella. Son ya varios días de marchas forzadas sin un objetivo claro, sin entrar en combate y adentrándose cada vez más en el territorio controlado por la Liga Etolia. Solo intervenciones como las del Tribuno Druso en el momento adecuado han supuesto un pequeño refuerzo para la moral, pero incluso ese estímulo pierde impacto a medida que el agotamiento se apodera cada vez más de la tropa. -

- Bien, Marcio. Esta noche, en la cena, quiero que se reparta vino entre los soldados, hasta dos vasos, no más. Y saldremos mañana una hora y media más tarde para que los hombres duerman bien. Pero el avance continúa en los mismos términos: Marchas Forzadas, a toda velocidad, hacia el Noreste. -

Miró alrededor. Los oficiales tenían preguntas en sus ojos, pero como él no daba pie a más intervenciones, ninguno se atrevía a hablar. Algunos miraron de soslayo a Druso, para ver si este se atrevía a preguntar algo más acerca del objetivo final de aquel rápido avance, pero Druso tenía su mirada clavada hacia el frente y no hizo contacto visual con nadie.

Los Tribunos salieron de la tienda para coordinar la organización del campamento, el cual debía establecerse en aquel lugar como Base de Aprovisionamiento para un objetivo que aún desconocían, según había ordenado el general. Les quedaba un arduo trabajo por delante, incluyendo la excavación del foso, la construcción de la empalizada y la selección de los quinientos legionarios que permanecerían para su defensa. Únicamente Cayo Valerio retrasó su salida. Tenía su mirada clavada en el plano. Bryan observó lo que miraba y se percató de que el Primer Centurión sí observaba fijamente el punto que en el mapa marcaba la ubicación del Monte Ida. Finalmente, Valerio se dio la vuelta para marcharse, pero justo en el umbral de la salida de la tienda, se detuvo y se volvió hacia su general.

- Sí, Valerio, ¿tienes alguna pregunta? -

Cayo Valerio estuvo a punto de hablar, pero reconsideró y negó con la cabeza.

- No, mi general. No quiero meterme donde no me llaman. -

- Haces bien. - Respondió Bryan con tanta seguridad y decisión que Valerio se puso firme, saludó militarmente y se despidió.

- Buenas noches, mi general. - Solo se permitió añadir algo: - Que los dioses os guíen en vuestras decisiones. -

Con esto, se dio la vuelta y abandonó la tienda. Bryan se quedó solo, en silencio, contemplando nuevamente el plano. Valerio conocía el destino al que se dirigían. Dudaba, al igual que Druso y él mismo, pero guardaría silencio. Mantendría su lealtad. Tal vez había querido advertirle sobre lo imposible de la empresa, pero no confiaba lo suficiente en él y prefería evitar que sus palabras se interpretaran como una indisciplina. Más dudas que añadir a las que Bryan ya sobrellevaba. Más le valía acostumbrarse. Esta batalla la tendría que ganar solo con su confianza en sí mismo, y en contra de los pensamientos de todos, incluyendo al enemigo y sus propios hombres.

Si perdía, regresaría a Itálica con su carrera política arruinada. Aurelio jamás permitiría que volviera a ver a Emily, se esfumaría cualquier posibilidad de casarse con Fanny y el Gremio Mercante de Bootz podría sufrir considerables perjuicios cuando todos descubrieran que el novio de Phoebe era un perdedor como Varrón.

Pero, ¿y si, contra todo pronóstico, lograba su objetivo? Obtendría todo lo que un ciudadano itálico soñaba con tener: sería un general victorioso con un futuro de prosperidad garantizado, capacidad para mantener su posición frente a los aristócratas, la posibilidad de tener a cualquier mujer que desease sin que nadie pudiese decir algo al respecto y, lo más importante, contaría con la fe ciega de un ejército, aquello que confiere a un general el poder más allá de su cargo.

*****

El reparto de vino y el anuncio de una hora y media extra de descanso para el día siguiente surtieron el efecto deseado. Los legionarios se sintieron recompensados por su esfuerzo y, con el dulce influjo del vino, durmieron esa noche sin albergar demasiado rencor hacia un general que los llevaba varios días en marchas forzadas hacia el interior de un territorio controlado por fuerzas enemigas, que sabían eran infinitamente superiores tanto en número como en calidad. El vino, con su cadencia de atrevimiento, los hizo sentir más seguros, calmó sus ánimos y mitigó su creciente cansancio.

Al día siguiente, el avance prosiguió hasta que llegaron a las proximidades de una pequeña ciudad de menor rango, la cual se encontraba bajo el control de la poderosa Micénica. Los legionarios se mantuvieron alejados de la población para no poner a prueba ni forzar la lealtad de sus habitantes. Una noche más y un nuevo amanecer los condujo hacia el norte, atravesando pasos montañosos que primero ascendían y luego descendían, junto con las desembocaduras de pequeños ríos y barrancos prácticamente secos.

Con la caída del sol, se instauró una nueva pausa. Los legionarios se congregaron alrededor de las pequeñas hogueras que les permitían encender, con cuencos repletos de comida para cenar, compartiendo comentarios que, debido al cansancio acumulado, habían pasado de bromas y risas a quejas y reclamaciones.

Aquella era, sin lugar a dudas, la marcha más ardua que esos legionarios habían enfrentado en toda su vida. Ahora comprendían la razón detrás de las extensas prácticas de desplazamiento entre su Campamento Principal y la Fortaleza de Valderán. Sin embargo, a pesar de este descubrimiento, el descontento no hacía más que crecer. Bryan les había hablado con valentía antes de partir, pero en su discurso y en los sacrificios a los dioses proclamó que su principal objetivo era la defensa del imperio, no agotarse caminando días y noches bajo el sol abrasador. ¿Cuál era la intención de ese general? ¿Dónde planeaba llevarlos a luchar? ¿O acaso simplemente deseaba recorrer el territorio evitando al enemigo?

Sexto Rufo, Decurión en la VI legión, se encontraba en uno de esos grupos. Había terminado su comida y escuchaba las cada vez más frecuentes quejas de los legionarios bajo su mando. Su cuerpo estaba marcado por cicatrices, su barba era densa y tenía la frente surcada de arrugas, aunque sin un ceño marcado. Con sus manos gruesas y toscas, blandía un largo palo con el que removía las brasas del fuego, haciendo que pequeñas pavesas chisporroteasen hacia el cielo oscuro de la noche.

Rufo era un veterano con una gran cantidad de experiencia en el campo de batalla, tanto que incluso había sido considerado para convertirse en Triario antes de que toda su legión fuera desterrada. Ya en Valderán, terminó entregándose a la mala vida propiciada por Jaime Luccar y César Germánico, arrastrado por la profunda desesperanza que inundaba su entorno. Pero a pesar de todo mantenía una posición de cierto respeto entre los hombres de su manípulo.

Cuando Bryan asumió el mando, Rufo fue el primero de su legión en recuperar en secreto su identidad como soldado, y lo demostraba todos los días en los entrenamientos dirigidos por Marcio. Por prudencia, evitaba confrontar abiertamente a los líderes traidores de la VI, pero su frustración crecía ante la falta de compromiso de sus compañeros. Deseaba fervientemente que despertaran del estupor de la mediocridad.

Así que, cuando escuchó a los hombres cotorreando, finalmente no pudo contenerse y exclamó furioso: - ¡Por todos los dioses, ya basta! ¡Esto es una Legión Imperial, no un grupo de putas quejumbrosas chillando por cualquier cosa! - Sexto imitó la voz de una mujer con un tono fingido, como los actores en el teatro: - ‘Ay, ay, papi dame un poco más de dinero... hoy no, estoy agotada...’ - Los hombres rieron con ganas: - Aquí no hay lugar para los débiles. Quien no sea capaz de soportar unos días de marchas forzadas no merece llamarse legionario. Es más, ni siquiera debería hacerse llamar Itálico. -

Una vez que cesaron las carcajadas, uno de los legionarios se dirigió a su decurión.

- Sí, pero ¿para qué es este avance? ¿A dónde nos lleva el general? Cada vez estamos más alejados de nuestra base en Valderán. ¿Qué sentido tiene adentrarnos tanto en territorio enemigo? ¿Y qué sentido tiene…? -

Pero Sexto Rufo interrumpió las quejas de su soldado con un tono firme y autoritario.

- ¡Silencio! Nosotros somos legionarios, y los legionarios no cuestionan los planes de combate. Si el Procónsul ordena que avancemos en una dirección, lo hacemos, y punto. -

Aquello pareció acallar ligeramente las quejas, pero Sexto observó que algunos de sus hombres todavía murmuraban entre sí, de forma que tomó una decisión, se levantó y habló con fuerza para que todo su regimiento le prestase atención.

- ¡Escuchadme todos! Yo tampoco entiendo el sentido de estas marchas. Puede que nuestro general esté loco; no lo sé, pero sí sé que es él quien tiene el mando. Esto es una legión y, si un legionario recibe una orden, aunque parezca absurda, debe cumplirla al pie de la letra… y sin quejarse. - Repentinamente, notó algo extraño y se quedó sorprendido al ver cómo sus hombres se levantaban rápidamente para escucharle. Él no era un orador como algunos de los tribunos o el propio Procónsul. No comprendía por qué sus palabras habían tenido tal efecto.

Entonces, tuvo un terrible presentimiento. Se dio la vuelta y se encontró cara a cara con Bryan el Necromante, a tres pasos de distancia, rodeado de sus lictores. Sexto se preguntaba en medio de su estupor cuánto tiempo habría estado escuchando el general.

- De modo que mis órdenes son las de un loco, ¿es eso lo que estabas explicando a tus legionarios? - La voz de Bryan resonó potente entre todos los presentes. Sexto Rufo se sintió atrapado, sin una respuesta clara. Esa no había sido la intención de sus palabras, pero antes de que pudiera articular una respuesta, el general insistió: - Te he hecho una pregunta, decurión, y espero una respuesta. -

Sexto Rufo maldijo su mala fortuna, a la diosa del mismo nombre y, ya de paso, a algún otro dios más que le vino a la mente. Lo que realmente intentaba enseñar a sus soldados era la importancia de obedecer al general al mando, incluso cuando el sentido de sus órdenes no estuviera claro. Sí, eso era lo que debía decir.

- Yo… mi general… intentaba explicar que hay que obedecer las órdenes… que en la legión eso es lo fundamental…

- Ya. ¿Y para eso era necesario insultar al general al mando llamándolo loco? - La voz de Bryan era fría y cortante, cargada de autoridad y desaprobación.

Sexto Rufo deseó que los dioses lo fulminaran allí mismo. A pesar de sentirse abrumado, comprendió que no podía permanecer en silencio. Respiró hondo y se preparó para responder, consciente de que debía encontrar una explicación convincente. La que fuese.

- Yo no soy un orador… sólo sé cumplir órdenes… lo siento, mi general. Sólo valgo para luchar. -

- No, no eres un orador. - Coincidió Bryan, luego dibujó en la comisura de los labios el esbozo de una sonrisa cargada de una incierta intención amenazante: - Pero en lo de luchar no te preocupes, que averiguaré personalmente si realmente vales para ello. -

Los Lictores se echaron a reír. También lo hicieron algunos de los hombres al mando del propio decurión. Bryan observó cómo Rufo sentía vergüenza, pero lograba reprimir con disciplina esos sentimientos y su orgullo. Asintió en secreto. Luego, el Procónsul se adelantó y se acercó a los legionarios que reían.

- ¿Me parece o se están riendo de vuestro oficial al mando, Sexto Rufo? -

Las risas desaparecieron automáticamente. Bryan continuó con voz firme: - Soy el general al mando y, si lo considero oportuno, puedo reprender la actitud de cualquier oficial, pero no sabía que un legionario pudiera reírse de un superior. ¿Con esa falta de disciplina es como esperan defender a Itálica y recibir el perdón del Senado? ¿O acaso quieren seguir siendo unos miserables desterrados? -

Los legionarios guardaron silencio. Todo el mundo callaba. Bryan los miró uno a uno.

- Me ocuparé en persona de averiguar la valía de todos los aquí presentes. Veremos si en el campo de batalla resolvéis las cosas con risas o con arrojo. Allí averiguaremos de qué naturaleza son vuestros espíritus… - - y concluyó con un toque de sarcasmo: - Si es que resistís la marcha, claro, ¿cómo era eso?, ¿putas chillonas? Eso ha tenido gracia. -

Esta vez, solo los lictores del general sonrieron. Sexto tragó saliva. Sabía que la primera norma para sobrevivir en la legión era el anonimato de tu unidad, pero esa noche, su Manípulo había quedado señalado especialmente por el general.

Bryan abandonó el regimiento de Sexto Rufo y a sus hombres. Durante unos instantes, todos quedaron allí, quietos, en pie, sintiendo el aire frío de la noche en su piel. Las llamas de la hoguera se habían ido consumiendo durante el debate, y un fulgor rojo salpicaba de luz temblorosa a los soldados. Sabían que el general no hablaba en vano, y sus palabras a modo de advertencia no podían sino presagiar que iban a ser usados en primera línea de batalla. Los legionarios miraban al suelo, reflexionando. “Me ocuparé de averiguar la valía de todos los aquí presentes”, había dicho. Al final, Sexto exhaló largo y profundo, sin saber que había estado conteniendo la respiración durante todo un minuto.

- Bien, - dijo al fin: - espero que todos estén contentos. Sus malditas quejas nos acaban de poner con toda seguridad en primera línea de combate en la primera batalla. Si alguien tiene alguna otra queja, que haga el favor de tragársela. De hecho, creo que, si nadie abre la boca, incluido yo, hasta el final de esta marcha, quizá aumenten nuestras posibilidades de sobrevivir a esta campaña. Ahora, silencio todos y a dormir. Mañana marchamos, hacia el sur, y esta vez, en silencio. Que las nenazas se traguen la lengua - y su voz se escuchó mientras les daba la espalda y se alejaba entre las sombras: - ¡Por todos los dioses! ¡Maldita nuestra suerte! -

Todos recogieron sus utensilios de la cena y se dispusieron a dormir, o al menos a intentarlo, pero ninguno consiguió conciliar un sueño tranquilo.

*****

Bryan descansó unos momentos sobre una roca, en un leve altozano desde donde contemplaba las pequeñas hogueras aún encendidas de su campamento. Los Espectros Oscuros operaban a su máxima capacidad, dando vueltas alrededor sin detenerse, para detectar cualquier peligro en el horizonte nocturno.

Mientras tanto, el Procónsul también meditaba sobre el futuro. Sabía que había sido duro en sus palabras con aquellos hombres y aquel decurión. Para esas alturas ya había memorizado los nombres de todos los oficiales bajo su mando, así como los informes sobre cada uno de ellos. Sexto Rufo era una buena semilla, un hombre de gran valor, experiencia y capacidad militar, alguien que en el futuro podría convertirse en la base para reformar completamente a la infame Legión VI. Además, muchos de los hombres bajo su mando ya habían servido con ese decurión en otras campañas antes del destierro.

Son los primeros de la VI en recuperar su identidad como soldados." Pensó Bryan para sí mismo y sonrió astutamente: "Y ahora no solamente desean reformarse, sino que estarán ansiosos por demostrar su auténtica valía a su general. Esa es un arma poderosa que tendré que utilizar con inteligencia. Y deberé hacerlo pronto. Muy pronto. De hecho, creo que ya sé exactamente cómo aprovecharé al máximo el valor de Rufo y sus hombres."

Tras otra breve noche de descanso para la mayoría y de insomnio para Sexto Rufo y los suyos, las legiones V y VI reemprendieron el avance. El agotamiento se extendía de forma generalizada entre todos. Las conversaciones menguaban y, en los intervalos para reponer fuerzas, los legionarios se ocupaban de comer en silencio, sin bromas, apenas con comentarios. Aquel general los arrastraba en una marcha interminable que tenía a todos exhaustos. Sin embargo, una legión es un hervidero de murmullos y rumores, así que en muy poco tiempo todos se enteraron de lo que Bryan le había dicho al regimiento de Sexto Rufo y nadie quería compartir su suerte cuando finalmente llegara la hora del combate.

Así pasó otro día de marcha y otra noche.

Sexto Rufo, Decurión de la VI

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú y hoy es miércoles 14 de febrero de 2024. Las cosas no han mejorado mucho en mi país, así que seguiré buscando ayuda económica más adelante. Pero primero, hablemos sobre el capítulo.

En primer lugar, debo señalar que este capítulo es bastante extenso, lo que dificulta un poco recordar todas las referencias que utilicé y las fuentes en las que me basé para escribirlo. Mi objetivo principal era sumergir al lector en la mente de un soldado en plena marcha de campaña, una experiencia que yo mismo viví durante mi juventud al realizar el servicio militar. Las marchas eran agotadoras y siempre sentía que podría desfallecer mientras cargaba casi 24 kg en la espalda y un fusil en las manos. A veces, el agotamiento era tal que temía desmayarme, pero entonces el instructor sacaba su cuchillo de guerra y amenazaba con cortarme sí disminuía el paso. Así fue como terminé corriendo casi 5 cerros en la primera semana después de unirme al ejército.

Y todavía no empezaba lo difícil.

Los legionarios romanos eran soldados aún más duros y estaban sometidos a un régimen aún más exigente. Durante la época imperial, todas las legiones romanas debían recorrer al menos 60 km al día, incluso si no estaban en combate. Esta exigencia se debía a la necesidad de moverse rápidamente para sorprender a los enemigos, especialmente cuando eran más numerosos.

Y eso fue exactamente lo que hizo Publio Cornelio Escipión “el Africano” durante su campaña en España, donde sorprendió al enemigo cartaginés tomando su capital, Cartago Nova, en tan solo 6 días. Este episodio histórico fue la inspiración para este capítulo, en el que quería que el lector se sintiera como uno de aquellos soldados avanzando hacia un destino completamente desconocido.

Además, dediqué mucho tiempo a describir detalladamente el terreno para transmitir la sensación de estar en un mundo alternativo que evocase el territorio de la Grecia Clásica, un laberinto de montañas y valles estrechos.

Aunque pueda parecer sorprendente ver a nuestro protagonista al límite, el agotamiento mental a menudo es más severo que el físico. Aunque Bryan posee habilidades sobrehumanas, cargar con toda la indumentaria y explorar el entorno sin descanso también lo agota. Esta escena planteó desafíos, ya que había acostumbrado al lector a ver a Bryan como un hombre ultra resistente, pero al final consideré que valía la pena explorar su vulnerabilidad durante la marcha cuando escuché un comentario acerca de los distintos músculos que se utilizan en los deportes y que no es lo mismo una carrera de velocidad que una de resistencia. Teniendo en cuenta todos estos factores, no es del todo irracional pensar que Bryan podría agotarse bastante,

Una de las primeras cosas que uno experimenta cuando vive acuartelado son los ataques de melancolía y el anhelo por la familia. Incluso los soldados más duros pueden quebrarse en algún momento. Aunque algunos podrían pensar que exagero al mostrar al protagonista añorando tantas veces a las mujeres de su harén, es importante recordar que ellas son lo más cercano que tiene a una familia en este mundo.

Otro aspecto muy importante es que, hasta este momento, incluso cuando pasaba tiempo alejado de itálica, Bryan siempre había tenido una gran libertad de movimiento y la mayoría de sus acciones eran ocultas o secretas, de manera que siempre tenía un margen para cometer errores sin que nadie se enterase.

Esta es la primera vez que Bryan se encuentra en una situación en la que debe exponerse frente a todos durante un tiempo prolongado y está atrapado con las legiones malditas. El éxito de su misión depende de que estos hombres luchen adecuadamente, por lo que Bryan sabe que no puede regresar a itálica hasta lograr una victoria, especialmente después del fiasco con los bandidos.

La inclusión del personaje de Sexto Rulfo surgió a último momento, dudé mucho sobre incluirlo. Originalmente, pensaba detener el capítulo un poco antes, pero consideré necesario agregar a alguien que representara al soldado que sigue órdenes, aunque no sea demasiado avispado. Me pareció interesante que perteneciera a la VI legión en lugar de a la V, para evitar estigmatizar a la VI demasiado y explorar cómo las personas instintivas pueden recuperarse más rápidamente de la mala conducta que aquellos que reflexionan demasiado sobre su maldad.

En cuanto a las imágenes, todas son generadas con IA por este servidor y luego trabajadas minuciosamente en Photoshop. La única excepción sería la de las 3 damas, que ya tenía guardada desde hacía mucho, aunque tuve que trabajar bastante para cambiar los colores de cabello y adaptar algunos de sus atributos físicos y el color de su ropa. Así que bien puede encontrar como si fuese una obra mía. Espero que les hayan gustado.

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Qué te pareció el capítulo? ¿Sentiste el cansancio de aquellos hombres? ¿Te gustaron las reflexiones internas de Bryan? ¿Qué te pareció el modo en que se relacionan las tropas? ¿Qué opinas sobre la dinámica entre Bryan y los otros soldados durante la marcha? ¿Qué opinas de las descripciones del entorno? ¿Qué papel crees que juega la aparición del nuevo personaje, Sexto Rulfo, en el desarrollo de la trama? ¿Te gustó el nuevo personaje? ¿Hay algún aspecto del capítulo que te dejó con dudas o te intrigó especialmente?

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