307 Las Legiones Malditas

Los dos se arrastraban por el suelo. Eran un niño de doce años y su hermana mayor de trece. Estaban aterrorizados de estar ahí a la intemperie, pero el hambre era aún más poderosa que el miedo. Los dos habían descendido desde las colinas, desde las cuevas en las que sus tíos se ocultaban junto con el resto de los granjeros supervivientes al ataque de los demonios de la VI legión. Sabían que eran la VI legión porque lo repetían en cada ataque. El último fue el definitivo. Hasta ese momento se habían conformado con robar el ganado, el trigo y las verduras, pero la última vez lo arrasaron todo: incendiaron la granja, se llevaron todo lo que tenían de valor y mataron a sus padres.

Ellos habían sobrevivido escondidos en un agujero en el suelo del establo que su padre había preparado para ocultar comida. Luego fueron encontrados por sus tíos, que se los llevaron rápidamente al nuevo pueblo improvisado que estaban construyendo en las cuevas de la montaña oeste. Allí, los niños encontraron decenas de familias como ellos: arruinadas, diezmadas y destrozadas. Se consolaron en esa compañía tragando el dolor de su desdicha, pero llegó un día en que el hambre reclamaba algo más que llanto y tristeza.

Eran un niño de doce años y su hermana mayor de trece

La comida escaseaba todos los días y también lo hacía el agua. De modo que no tenían más opción que arriesgarse. Los dos niños sabían que quedaba algo de comida escondida bajo el establo, así que, sin decir nada a nadie, al atardecer, se deslizaron entre los hombres y las mujeres dormidos de la cueva en la que se refugiaban y se adentraron en la espesura de los matorrales.

Los dos niños reptaban arropados por las sombras del atardecer, pero todavía había demasiada luz.

- Esperaremos a que anochezca. - Dijo la muchacha en la lengua local que hablaban salpicada de palabras itálicas, etolias y, más recientemente, el vocablo militar que habían aprendido a sangre y fuego.

Antes ésas eran palabras asociadas a un próspero negocio: la venta de comida a los cuestores de las legiones allí atrincheradas; pero los soldados cada vez tenían menos dinero y el hambre era la misma para todo el mundo. Primero comenzaron a pedir prestado, luego comenzaron a robar por la noche y finalmente dejaron de lado toda sutileza para venir en bandas organizadas de unos veinte hombres, armados hasta los dientes, con sus corazas, cascos y espadas. A veces incluso se coludían con los bandidos del sur. La vida se volvió cada día más insoportable desde entonces y apenas podían sobrevivir. Su padre fingía que le robaban todo, pero escondía siempre comida debajo de la casa o en el agujero del establo.

Pero un día ellos descubrieron el hueco de la casa y, como castigo, violaron y mataron a su madre. Su padre no resistió más y cuando montaban en sus caballos negros, tomó un cuchillo y se lo clavó en la espalda al líder de aquellos miserables. No pudo matarlo, pero lo dejó malherido.

Finalmente dejaron de lado toda sutileza para venir en bandas organizadas de unos veinte hombres, armados hasta los dientes, con sus corazas, cascos y espadas. 

Los otros legionarios se revolvieron y asesinaron al padre también. Ellos lo vieron todo escondidos en el establo. De modo que ambos sabían claramente lo que les podía suceder si los encontraban. Pero tenían hambre. Simplemente hambre.

- En una hora o dos será de noche - Continuó la muchacha: - Entonces iremos al establo. Allí encontraremos comida. -

Su hermano no decía nada, pero asintió. El niño no hablaba desde que mataron a sus padres, pero ella sabía que él entendía. La muchacha se alegraba de que su pequeño hermano estuviera allí con ella. Pese a su duro silencio era una compañía reconfortante. Y, además, juntos podrían transportar más comida de vuelta a la cueva. La niña se deleitaba pensando en la cara de felicidad que pondrían sus tíos y el resto de los granjeros al ver el queso y el jamón, las hogazas grandes de pan, todas escondidas bajo la casa, en tinajas grandes volcadas para ocupar menos espacio. ¡Y podrían traer al menos un saco o dos de harina!

Con eso podrían aguantar un poco más. Luego... cerró los ojos. Había que pasar el día a día. Quizá algo sucediese o tal vez pudiesen escapar todos juntos a Odisea. Eso era lo que habían hecho otros, pero la niña tenía miedo de alejarse de allí. No conocía otra vida, otro sitio.

- ¡Miren lo que he encontrado! - Dijo la voz de un centurión repentinamente, la cual resonó como un trueno que anuncia la peor de las tempestades.

Los dos niños intentaron echar a correr, pero el gigantesco centurión se abalanzó sobre ellos y cogió a cada uno con una mano. El niño le mordió el brazo así que el centurión lo lanzó al aire y el pequeño cuerpo del muchacho se estrelló contra las piedras del suelo, para luego quedarse quieto. Sin moverse. Su hermana, sobrecogida, entró en pánico y comenzó a gritar.

- ¡Cállate, pequeña puta! ¡Por los dioses, calla o te mato! - Y el centurión reventó la cara de la muchacha con un sonoro bofetón.

La niña dejó de gritar. El dolor era lo de menos. Su hermano parecía haber muerto. Pronto aparecieron más soldados. Los legionarios se agruparon en torno a la joven. En sus rostros la niña leyó las mismas miradas que había visto en los hombres que mataron a su madre y el instinto le hizo entender lo que le esperaba.

- Primero yo. - Dijo el centurión mientras se quitaba la coraza.

- ¡Siempre igual! ¡Por los dioses que no es justo! - Replicó uno de los legionarios.

El centurión se giró hacia el que acababa de hablar sin soltar a la chica, que se acurrucaba en el suelo, a sus pies.

- ¡Yo soy el centurión al mando y si tienes algo en contra te lo tragas o juro que te atravieso aquí mismo! - Gritó llevándose la mano hacia la empuñadura de su espada.

Los legionarios retrocedieron un par de pasos. El centurión, más tranquilo, se centró de nuevo en su ya dócil presa. Iba a disfrutar de lo lindo antes de matarla, así que la soltó.

- ¡Desnúdate, puta! - Espetó el centurión escupiendo saliva que llovió sobre el rostro de la joven. Aterrorizada, la muchacha, obedeció sin musitar palabra alguna. Su cuerpo quedó desnudo en apenas unos segundos al dejar caer su sucia túnica de lana gris sobre la tierra de Valderán. Se cubrió su delgado cuerpo como pudo, un brazo cruzando los pechos y una mano sobre su vello púbico. El fresco de la incipiente noche que reptaba desde las colinas la abrazó y sintió un escalofrío.

El centurión avanzó hacia ella. La muchacha se arrodilló y llevó sus manos a las rodillas de aquel soldado. Quería implorar, pero no tenía voz.

Sin embargo, fue otra persona la que habló.

- ¿Quién está al mando de este... grupo de... de esta expedición? -

César Germánico, centurión de la VI legión, era apodado “el Breve” por sus compañeros desde hacía mucho tiempo, debido a su baja estatura, de la cual era casi imposible no burlarse. Ya fuese para compensar este defecto o por su propia naturaleza, César el Breve se volvió famoso por sus violentos ataques de ira sanguinaria contra cualquiera que lo molestase en lo más mínimo. Más tarde, después de su destierro, acabó dejando de lado cualquier tipo de contemplación al respecto, y apuñalaba con una saña casi bestial a cualquiera que le llevase la contraria, incluso por las cosas más absurdas. Naturalmente también permitía que sus hombres hiciesen lo que se les viniese en gana, siempre que no lo molestasen, pero en general los tenía tan aterrorizados que muy rara vez necesitaba dar más de una advertencia a los que lo rodeaban.

Justo en ese momento acababan de importunarlo por segunda vez y encima cuando pensaba disfrutar de aquella muchacha con auténtica parsimonia. De modo que César desenvainó su espada y se dio la vuelta lleno de furia, dispuesto a ensartar el corazón de su inoportuno interlocutor. Pero entonces se encontró con la figura alta y joven de un soldado desconocido… cubierto con una toga de color rojo por encima de su armadura, que era el símbolo militar de los Procónsules.

César el Breve se detuvo en seco. Un sol agónico descendía justo por detrás de aquel individuo, confundiendo sus ojos e impidiendo que pudiese ver claramente los rasgos de esa persona.

- ¿Tengo que repetir mi pregunta, Centurión? -

Si esto fuese años atrás, César el Breve habría reaccionado diferente. Pero se había acostumbrado demasiado a ser un pequeño tirano y hacía mucho tiempo que nadie se dirigía a él en un tono que no fuese adulador o aterrado, mucho menos autoritario.

La furia que lo caracterizaba se apoderó de él, se volvió irracional y entonces les gritó sin pensarlo mucho: - ¡¿Quién eres tú?! - Luego se dirigió a sus hombres: - ¿Por qué no se deshacen de él? -

Los legionarios que lo acompañaban, más ignorantes aún, desenvainaron sus espadas. Pero justo en ese momento aparecieron algunos oficiales detrás de la extraña silueta con manto rojo, que en ese momento volvió a hablar.

- Ya que lo preguntas, te diré quién soy, porque a diferencia tuya yo no tengo ningún motivo para moverme a ocultas dentro de una provincia de Itálica, como pareces necesitar tú. Hablas con Bryan el Archimago Necromante, Procónsul y Ejecutor Imperial. Además, estos que ves a mi espalda son mis Lictores y Tribunos Militares. -

César el Breve tragó saliva, pero no se amilanó. A primera vista estaban igualados en número. Además, ¿Un Procónsul de Itálica? ¿Después de tanto tiempo? Aquello parecía una broma.

- Nuestro campamento no ha recibido ningún mensaje de Odisea que anuncie la llegada de ningún Procónsul. - Respondió César y se sacudió a la joven muchacha que, llorando, se alejó gateando hasta acurrucarse bajo un gran olivo a unos pasos de donde tenía lugar este extraño encuentro.

Bryan no respondió a César el Breve y se limitó a mirar la espada que éste blandía en lo alto apuntándole. Entonces la comisura de sus labios formó esa sonrisa suya que tan amable o terrible podía ser según su voluntad, provocando escalofríos en la espalda del centurión, que inmediatamente bajó la espada, aunque no la guardó en su vaina.

- Es tarde para enviar a un Procónsul aquí. - Añadió César el Breve como si dudase entre justificarse o amenazar: - Además, hace tiempo que no reconocemos el mando de Itálica sobre nosotros. -

- Entiendo… - Dijo Bryan y dudó antes de continuar. Realmente quería arrancarle la cabeza a ese insolente, pero sus oficiales estaban detrás suyo y no debía mostrarse ante ellos perdiendo el control: - Ya veo, ¿y eso impide también que me digas con quién hablo? -

- Soy César Germánico, Centurión de la VI Legión y segundo al mando después de Jaime Luccar, Primer Centurión. -

Bryan guardó silencio mientras ponderaba en las ironías y contradicciones que ese tipo le había dado: Primero aquel renegado admitía que no reconocía el mando de Itálica, pero luego apelaba a la jerarquía propia de las legiones de itálica para justificar su mando. Entonces miró a su alrededor, mientras trataba de no reírse y sus ojos se detuvieron en la muchacha. Sin dejar de observarla, volvió a hablar:

- ¿Y qué haces tan lejos del campamento, César Germánico? -

- Buscamos comida. Hace tiempo que Itálica no envía suministros. -

De súbito, la niña lanzó un grito en su lenguaje mezclado, pero mirando directamente a Bryan: - ¡Malvado! ¡Malvado! ¡Violador ¡Asesino! - Luego guardó silencio y miró al suelo, volviendo a acurrucarse.

- ¿Ahora comen carne humana? - Preguntó Bryan sonriendo con ironía, pero no había alegría en sus ojos, sino la colera fría que siempre mostraba cuando estaba a punto de matar a alguien.

César el Breve intentó responder algo, pero el Procónsul ya se había cansado de hablar y le dio la espalda para dirigirse a sus Lictores: - Por los divinos, acaben con todos ellos, menos con ese estúpido Centurión. Porque, aunque me duela, su vida todavía puede tener algún uso. - Y se retiró unos pasos caminando hacia la niña.

Los seis Lictores sonrieron y soltaron las fasces en el suelo mientras desenvainaban las espadas. Al mismo tiempo, Silano, Druso y Marcio, seguidos por una docena de hombres, ya se habían echado encima de los hombres de César el Breve. La lucha no fue heroica, pese a que los hombres del Procónsul combatiendo eran menos en número. Los legionarios apenas opusieron más de dos golpes de espada como resistencia antes de empezar a arrojar sus espadas y suplicar clemencia. Los oficiales se volvieron hacia Bryan, pero este negó con la cabeza. Entonces las espadas atravesaron uno por uno en el corazón a todos los hombres de César el Breve.

Mientras tanto, el Procónsul se puso en cuclillas al costado de la niña y usó su Esencia Mágica de forma discreta para tratar con sus heridas. Entonces escuchó el sonido de miles de pasos que se aproximaban, eran el resto de los siete mil legionarios voluntarios que ya lo estaban alcanzando. Originalmente todos estaban juntos en el camino, pero Bryan detectó al grupo de César el Breve gracias a sus Espectros Oscuros y decidió adelantarse rápidamente con una comitiva para parlamentar con ellos. Pero lo que descubrió era una escena de pesadilla que arruinó su ya alicaído buen humor.

Afortunadamente había llegado a tiempo para salvar una vida inocente o quizá más de una. Porque al poco tiempo Bryan encontró al hermano pequeño de la niña, lo recogió con cuidado y también lo curó de sus heridas, para finalmente colocarlo al costado de su hermana. Luego gritó para que le trajesen un intérprete.

Un poco después se acabaron los sonidos de las ejecuciones y cuando Bryan se levantó vio que el centurión superviviente de la VI estaba arrodillado en el suelo, rodeado por sus Lictores. Entonces César el Breve comenzó a llorar: - Por favor, por favor… - Gimoteaba de un modo patético ese mismo que tan solo una hora atrás se consideraba alguien temible a quien no se podía provocar: - Tengo familia e hijos... tenemos hambre... no hay suministros... -

Druso se acercó trayendo a un joven de Odisea, que también se había ofrecido para ir como voluntario a su ejército. Porque Bryan no perdió el tiempo y apenas desembarcó hizo correr la noticia de que todo aquel que quisiese luchar a su lado para obtener gloria y riquezas podía unirse a sus tropas. La mayor parte de la población no dio crédito a sus palabras, pues todos pensaban que sólo encontrarían la muerte en Valderán, pero algunos, desesperados o abandonados por la diosa Fortuna, se dijeron a sí mismos que no tenían nada que perder y aceptaron unirse a las tropas del Procónsul.

El joven se acercó y escuchó a la niña que volvía a hablar repitiendo las mismas palabras que había dicho antes, pero ahora señalaba claramente a César el Breve.

- ¡Malvado! ¡Malvado! ¡Violador ¡Asesino! -

- Habla en el dialecto local, mi general. - Dijo el joven tratando de interpretar: - No sé exactamente qué es lo que quiere decir, pero las primeras palabras son un insulto, algo así como perverso o malvado. Creo que el resto significa robar o algo peor. Es todo cuanto puedo entender, mi general. -

Bryan asintió y dijo: - Trata de decirle a la niña que no tenga miedo, y hazle entender si puedes que ya no habrá más ataques a las granjas. -

Dejó entonces a la niña hablando con el joven nuevo voluntario y se acercó a César, que no dejaba de aullar entre sollozos y gemidos patéticos. Bryan se dirigió a él empleando el mismo tono calmado que había usado al principio de aquel encuentro, como si no hubiera ocurrido nada.

- César Germánico, Centurión de la VI legión. Yo soy Bryan el Necromante, general con Imperium proconsular sobre todas las fuerzas armadas en Valderán. Y ¿qué crees? Vengo a ser tu nuevo comandante. Así es, pienso tomar el mando de las legiones V y VI de Itálica. Ahora quiero que corras al campamento e informa a tus superiores, el Primer Centurión de la VI y también al de la V… Espera, ¿hay Primer Centurión en la V? -

- Cayo Valerio. - Musitó César el Breve mirando al suelo, henchido de pánico.

- Excelente, pues informa a ambos, a Jaime y a Valerio. Me gustaría que les dejes bien claro que espero más disciplina y reconocimiento a mi autoridad del que he encontrado aquí. Puedes educarlos sobre las consecuencias de la rebeldía hacia mi persona, explicándoles lo que ha pasado aquí con lujo de detalles. - Dijo Bryan sin dejar su tono afable: - Llegaré al campamento mañana al mediodía, cuando el sol esté en lo alto del cielo. -

César el Breve no daba crédito a su suerte. Gateó para abrazarse a las rodillas del cónsul, pero Bryan dio un paso atrás, con evidente desprecio. César se detuvo en su avance y habló mientras se incorporaba muy despacio.

- Por supuesto, mi general. Mañana al mediodía. Los hombres estarán formados a las puertas del campamento. Las dos legiones. Todos... esperando al Procónsul... gracias, Procónsul de Itálica, no defraudaré al Procónsul... -

César tomó la espada que le tendía un Druso que ardía en deseos de patear a aquel miserable, pero que se contenía por disciplina; el Centurión de la VI envainó el arma y echó a andar sin mirar atrás. Despacio primero y luego corriendo como perseguido por los lobos.

- Allá va un cobarde. - Dijo Marcio para luego escupir en el suelo.

Bryan no comentó nada y permaneció en silencio durante unos momentos, rodeado únicamente por sus oficiales. Sabía que este evento había sembrado varias dudas, pero no tenía ganas de dar explicaciones. Tendrían que confiar en él.

- ¡En marcha todos! - Ordenó Bryan de pronto.

- ¿Pero no has dicho que llegaremos mañana al mediodía a su campamento? - Preguntó Druso intrigado: - Los exploradores dicen que estamos a menos de siete u ocho horas de marcha. Podemos hacer noche y llegar mañana al mediodía como has dicho a ese centurión, hay tiempo de sobra... -

- Eso le he dicho, amigo, pero seguiremos la marcha y llegaremos allí de madrugada. Las Legiones V y la VI se van a levantar más pronto de lo que suelen hacerlo. -

Y con esas palabras el Procónsul echó a andar y tras él su escolta de lictores con las fasces en alto, seguidos por los tribunos y, poco a poco, los miles de voluntarios.

La niña vio cómo los legionarios se alejaban con aquel extraño jefe al mando. Entonces se volvió hacia su hermano que continuaba inconsciente a su lado. Le llamó por su nombre un par de veces. El niño abrió los ojos y sonrió.

Hermano y hermana se abrazaron, poco después encontraron la comida y pudieron tomarse mucho tiempo para llevarse una gran cantidad, mucho más de lo que esperaban en un principio, porque ahora no había ningún peligro en los alrededores.

Unas horas después celebraron un auténtico festín con sus tíos y el resto de sobrevivientes, pero a pesar de eso, la comida no fue lo más importante que esos dos niños llevaron, sino la noticia de una auténtica transformación que quizá estaba por ocurrir.

Parecía que la esperanza retornaba a sus vidas.

*****

La noche estaba bien entrada y la luz de la luna menguante era casi tímida cuando Bryan junto con sus hombres finalmente avistaron el mítico campamento o castro de las Legiones Malditas.

Ahora bien, todos los Campamentos de Legionarios se construían siguiendo el mismo formato, que no solamente estaba diseñado para proteger a los soldados de un ataque repentino mientras descansaban, sino que incluso funcionaban como auténticas fortalezas defensivas para detener el asalto de ejércitos enteros. Un buen campamento militar era de vital importancia y los itálicos habían dominado el arte de construirlos a una velocidad impresionante en todas sus campañas militares. Y siempre los armaban antes de realizar cualquier otra acción militar.

El campamento no solo era un refugio sino que incluso funcionaba como una auténtica fortaleza defensiva para detener el asalto de ejércitos enteros...

De acuerdo con el formato, este campamento tenía que estar rodeado por una empalizada cuadrangular, la cual, por ser de madera, a veces podía deteriorarse por la humedad, sobre todo cuando el ejército en su interior prolongaba mucho tiempo su estancia. Esto era comprensible. Pero con la escasa luz nocturna no deberían ser capaces de notar los defectos.

Sin embargo, incluso en la oscuridad de la noche, Bryan y sus hombres podían ver claramente varios agujeros en el muro de madera, lo que no sólo significaba que los legionarios de la V y la VI no los estaban tapando con troncos nuevos… sino que ni siquiera hacían algún esfuerzo, el que fuera, por mantenerlos en buen estado.

Otra medida elemental de defensa era el foso, un profundo surco excavado en frente del muro para que los enemigos que atacasen tuviesen que bajar una pendiente y volver a subirla, antes de llegar a las auténticas defensas. El foso siempre era útil para detener las cargas de infantería o caballería por igual. Podían estar rellenos con agua, sustancias inflamables que estallasen en llamas repentinamente, incluso matrices mágicas o artilugios letales. Se trataba de una protección muy básica y elemental. ¡El foso era el ABC de cualquier campamento y debía estar siempre en buenas condiciones!

Pero a medida que Bryan y sus hombres se acercaban descendiendo por una larga colina próxima al campamento, todos pudieron ver que ese foso tenía varios sectores con poca profundidad. Posteriormente el mal olor de esas zonas les hizo comprender que los hombres de las Legiones V y VI estaban usando su propio foso como vertedero de basura.

Y lo más lamentable de todo era que apenas si se veían hogueras encendidas o guardias. El ejército de siete mil hombres del Procónsul se había acercado a quinientos pasos de las empalizadas y ningún centinela estaba dando la voz de alarma.

El campamento de las Legiones Malditas era una desgracia

Las Legiones Malditas… estaban durmiendo.

Bryan levantó la mano para detener el avance de sus hombres y miró a su alrededor. Las expresiones de sus oficiales eran serias. Sabía lo que pensaban sin tener que mirarlos a los ojos. Si atacaran ahora a aquellos hombres, aun siendo el ejército del Procónsul menos de la mitad en número de efectivos, podrían acabar con aquellas dos legiones antes del amanecer. Además, quedaba por saber cuántos de los legionarios de la V y la VI se habían acostado ebrios.

Era evidente que las Legiones Malditas no esperaban ni temían a enemigo alguno. Se sentían olvidados, más aún, sentían que ellos eran el olvido mismo. Y los pobres granjeros asustados que se escondían entre los peñascos de las colinas no eran amenaza para aquellos veinte mil legionarios transformados en bandidos.

Esta vez Bryan se sentía completamente desanimado. Y no sólo por lo que estaba observando, sino porque esperaba algo más de reacción tras la llegada de ese miserable centurión al que le había perdonado la vida. Pero si César Germánico había regresado al campamento y notificado el avance del Procónsul, aquello no parecía haber alterado en lo más mínimo el ánimo decadente de las legiones V y VI.

No se inmutaban ni aunque tuviesen a un Procónsul a medio día de marcha.

Parece que tendré que ser mucho más duro de lo que había planeado originalmente, si quiero convertir a estas desgracias humanas en legionarios útiles.” Decidió Bryan mientras su mirada se tornaba fría: “Tendré que ser implacable.

*****

Cayo Valerio era una persona de sueño ligero que podía despertarse ante el más mínimo chasquido de una rama, una habilidad que le había salvado la vida más de una vez durante los ataques repentinos, sobre todo cuando estaba peleando contra los orcos, expertos en ataques sorpresa, que a veces eran capaces de excavar un túnel secreto justo debajo del campamento, en medio de la oscuridad y casi en completo silencio.

Aquella noche, Valerio se acostó preocupado. Ese gusano enano de César Germánico había cruzado el campamento al atardecer, con su coraza manchada de sangre. Estaba clarísimo que alguien les había atacado, pero César no le dijo nada y su figura se desvaneció en la tienda de Jaime Luccar, el Primer Centurión de la VI.

Sea como fuere, Valerio sabía que no obtendría ninguna información de lo acontecido, pero no podía dejar de preguntarse: ¿Acaso eran los bandidos? Sabía que había al menos dos campamentos grandes de ladrones al sur de su posición, pero en esa zona en particular no existían otros bandidos que ellos mismos. Y si fuese la Liga Etolia, Valerio estaba convencido de que César el Breve no habría conseguido escapar con vida, menos aún con esas piernecitas suyas. Y sería peor si esos bárbaros jinetes fuesen los responsables.

¿Se habrían armado los granjeros? Era posible, pero ¿cuántos campesinos harían falta para acabar con un pelotón de la VI? Más de un centenar.  Pero, aun así, era muy extraño que fueran capaces de acabar con todos menos con uno. ¿La Alianza Mercante Tiro habría hecho un desembarco en Odisea? Poco probable. Oficialmente no estaban en guerra con ellos. Además, las autoridades de la ciudad habrían enviado algún mensajero. Incluso siendo las Legiones Malditas, era mejor dirigirse a ellos que dejarse arrasar por un ejército invasor. ¿O tan mala era ya la opinión de los ciudadanos que ni amenazados por tropas enemigas se dignaban a recurrir a la V y la VI?

Cayo Valerio se despertó de su estado “medio dormido” y se sentó pasando los brazos por encima de sus rodillas. La paja seca de su cama era el mayor lujo al que podían aspirar en aquel infinito destierro.

No. Si estuviésemos amenazados por tropas enemigas, Jaime y César habrían advertido al resto, a todos, y habrían hecho poner centinelas. Son unos miserables cobardes, pero no son completos idiotas. Es otra cosa la que ha sucedido. ¿Pero qué? ¿Una pelea entre ellos mismos por algún botín?” Se preguntaba Valerio tratando de ponerse en el lugar de sus supuestos “colegas” legionarios y entonces pensó en otra posibilidad completamente distinta: “Quizá han encontrado algo realmente interesante y el resto de los hombres de César están cuidando lo que sea que hayan robado, tal vez un buen lote de ganado. Entonces ese enano ha regresado para solicitar refuerzos a Jaime.” Cayo Valerio asintió cuando llegó a esa conclusión: “Si, debe ser eso.

Justo en ese preciso momento se escuchó el mayor estruendo que jamás había oído. Y esto le hizo saltar de su asiento y ponerse de pie, desenfundando su espada. Todo al mismo tiempo. Solo necesitó un instante para darse cuenta de que ese era el sonido de cornetas y tubas, decenas de ellas, en plena noche.

¡NOS ATACAN!

Cayo Valerio salió de su tienda con la espada desenvainada, nervioso pero resuelto al tiempo, decidido a vender cara su piel. Casi estaba contento de poder luchar, aunque fuera para morir. En el exterior se encontró con el caos más absoluto. Miles de legionarios corrían de un lugar a otro sin orden, como poseídos por las deidades infernales.

Pero entonces uno de sus hombres se dirigió a Valerio. Le habló como pidiendo consejo, buscando alguien a quien seguir en medio de aquel desatino.

- ¡Mi centurión, dicen que hay mensajeros en todas las puertas! ¡Dicen que ha venido un Procónsul de Itálica! -

Cayo Valerio lo miró con incredulidad por un segundo mientras pensaba: “¿Un Procónsul? ¿Aquí?” Pero entonces cayó en cuenta de que eso era lo único que tenía sentido por el simple hecho de que ningún ejército despierta a sus oponentes antes de matarlo. Si aquello fuese un ataque sorpresa, ¿dónde estaban los proyectiles, las flechas y las lanzas? ¿Por qué no se veía el resplandor de Auras de Batalla aproximándose o el destello de conjuros mágicos? Además, el cielo estaba raso y plagado de estrellas. Era una buena noche para haberles atacado, como tantas otras. Pero sólo se escuchaban tubas y trompetas. Eso y el correr de miles de soldados aturdidos, confundidos.

Para desazón del legionario que acababa de dirigirse a Cayo Valerio, éste le dejó atrás y echó a andar hacia la puerta del campamento. Tuvo que abrirse camino a empujones, pero su corpulencia y el tener un propósito definido le hizo avanzar rápido entre los legionarios dispersos que no sabían qué hacer. Observó que muchos empezaban a dirigirse a las empalizadas para observar así, desde lo alto del muro, lo que estaba ocurriendo en el exterior del campamento. Eso mismo quería él, así avanzó a toda prisa y finalmente atravesó el umbral de la puerta.

De ese modo vio a un grupo de unos treinta legionarios bien armados y perfectamente uniformados al otro lado del foso. Demasiado pulcros y organizados como para pertenecer a las desvencijadas V o VI. Eran soldados recién alistados, aunque por su edad aparentaban veteranía. Una combinación peculiar. Parecían venidos ya de otro mundo, un mundo que Cayo Valerio casi había olvidado por completo: El Imperio Itálico.

Uno de aquellos hombres parecía repetir un mensaje una y otra vez, rodeado por sus compañeros que, espadas en mano, estaban preparados para protegerle por si era atacado.

- ¡Legionarios de la V y la VI, el noble Procónsul Bryan ha venido desde Itálica a tomar el mando de estas legiones y os ordena formar frente a la puerta del campamento antes de que despunte el alba! - Luego callaba unos instantes y volvía a repetir el mismo mensaje.

Cayo Valerio no comprendía por qué los legionarios seguían tan interesados en observar desde las empalizadas, por eso siguió avanzando su vista hasta que sus ojos pudieron vislumbrar desde el suelo lo que otros ya admiraban desde lo alto de las semiderruidas fortificaciones del campamento.

Detrás de los mensajeros, a unos quinientos pasos, en la ladera de la gran colina que se extendía frente al campamento, se discernía un millar de antorchas distribuidas por toda la colina. Estaba claro que el Procónsul no había venido solo, arropado por unos pocos hombres y confiado en que una carta del Senado persuadiera a los hombres de la V y la VI de sus obligaciones para con el general que reclamaba asumir su mando.

Cayo Valerio siguió andando hacia el mensajero que repetía la orden del Procónsul hasta que quedó frente a él apenas a unos diez pasos, pero se detuvo cuando varios de los legionarios que acompañaban al mensajero se interpusieron entre él y el heraldo.

- No es necesario que repitas más tu mensaje, Decurión. - Dijo Cayo Valerio dirigiéndose al mensajero e identificando su rango al hablarle: - Dile al Procónsul que la V y la VI formarán frente al campamento de inmediato. -

Valerio no dio tiempo a que el interpelado respondiera. Tampoco éste sabía bien qué decir, pero dejó de repetir el mensaje y al poco tiempo ordenó al resto de los hombres que le acompañaban que se retiraran con él para volver con los suyos.

Cayo Valerio regresó al campamento con el ánimo encendido. Eso era lo que le había pasado al pelotón de César el Breve. ¡Y encima ese alfeñique malparido no le informó de la llegada de un Procónsul! La ira de Valerio iba en aumento. El cuerpo le pedía ir adonde César Germánico y su superior, Jaime Luccar, y ensartarlos como salchichas. Pero aquélla no sería la mejor forma de presentarse ante su nuevo general en jefe.

Así fue como Valerio, reconcomiéndose sus ansias, llegó hasta su tienda en el centro del campamento y a voz en grito empezó a dar las órdenes precisas.

- ¡Hombres de la V! ¡Todos a formar delante de la puerta! ¡Ya mismo, por todos los dioses! ¡O voy a matarlos uno a uno hasta que me hagáis caso! ¡A formar todos! ¡Ahora! -

Sus hombres lo miraron pasmados por un instante, pero inmediatamente comenzaron a enfundar espadas, buscar cascos olvidados, corazas desparramadas por el suelo, lanzas desperdigadas entre las tiendas...

Los legionarios de la V habían seguido practicando la instrucción militar bajo el mando de Valerio, pero nerviosos como estaban, no les resultaba una tarea fácil organizarse. Y peor en medio de la noche, con apenas hogueras en el campamento, mientras los hombres intentaban uniformarse.

Cayo Valerio encendió una antorcha y levantándola en lo alto se dirigió al centro mismo del campamento para clavarla ahí mismo en el suelo. Después, cuando estuvo seguro de que varios centenares de sus hombres lo observaban, tomó con ambas manos el estandarte de la V Legión de Itálica, que llevaba todo este tiempo clavado en aquel lugar… ¡Y tiró de el con toda su fuerza!

Para asombro de todos los legionarios y sorpresa del propio Primer Centurión, el asta hundida de la insignia emergió de la tierra de Valderán casi sin oponerse, suavemente, desclavándose de aquel punto como si no pudiese esperar para salir. Y así quedó firmemente asida por la mano de Cayo Valerio, quien de inmediato la exhibió en alto, mientras volvía a repetir las órdenes, pero esta vez con un tono vibrante, casi divino, que era desconocido por todos.

- ¡A formar, por el Imperio! ¡Ha llegado un Procónsul de Itálica! -

*****

Bryan miraba atentamente la salida de las Legiones de su campamento a fin de estudiar sus movimientos, velocidad, coordinación y disciplina… pero solo vio una total ausencia de estos. Pronto el desánimo más completo se apoderó de su espíritu, pero mantuvo una cara altiva y un semblante serio, casi inexpresivo, con el fin de no decepcionar más a sus oficiales, lictores y voluntarios. Porque en los ojos de todos los que veían este triste espectáculo a su lado se percibía una honda preocupación: Esos supuestos “legionarios” estaban saliendo de cualquier manera, como una bandada de gansos en lugar de soldados profesionales, pero eran aquellos hombres con los que se suponía que construiría el grueso de su ejército en aquella empresa.

Druso, Marcio y Silano tenían que hacer esfuerzos para no mostrar una cara de asco y en la mente de Bryan apareció claramente el rostro exultante de Tiberio Claudio con una sonrisa petulante. En su interior, el Necromante comenzaba a entender que esos hombres no tenían salvación. Dependería de sus siete mil voluntarios y de sus propias fuerzas el enfrentar a los enemigos de Valderán. Porque nada podría hacerse con aquellos vividores, desaliñados, sucios y torpes que salían del campamento, una vez ya seguros de que no les atacaban, entre risas y con aires de desdén hacia el recién llegado Procónsul.

Las legiones V y VI eran incapaces hasta de formar sus manípulos; simplemente salían del campamento como quien sale de una visita a una villa en el campo. Bryan había pensado que las antorchas, la oscuridad y el ser despertados en medio de la noche, les infundiría el temor necesario para que reaccionasen con celeridad, pero aquello sólo había durado unos minutos, hasta que los legionarios desterrados habían entendido lo que estaba ocurriendo. Ahora incluso tenían el cuajo de parecer molestos porque el Procónsul les hubiera interrumpido el sueño. Y, sin embargo, aquéllos eran los mismos hombres que habían solicitado, rogado, implorado al Cónsul Esteban para que intercediera en el Senado por ellos y les diesen una oportunidad de luchar nuevamente para rehabilitar así sus nombres, ganándose de ese modo el derecho a regresar a Itálica y volver a ver a sus familiares y amigos. Pero eso, claro, fue al principio de su destierro. Tiberio Claudio se opuso entonces a conceder tal posibilidad a las Legiones Malditas.

Bryan tragó saliva. Si, aquello era mucho peor de lo que había esperado encontrar, pese a haber leído con atención los informes del Manto Oscuro. ¿Cómo recuperar aquellos hombres para el combate, para la causa de una Itálica que los había desterrado y condenado al olvido? Y si se ponía en su lugar, ¿por qué debían ahora luchar de nuevo por aquella ciudad? Bryan repasaba en su mente las palabras que había pensado pronunciar para presentarse ante aquellos hombres, pero ahora se daba cuenta de que el discurso que diseñó no serviría para infundir ánimos ni interés en aquellas tropas acantonadas durante tanto tiempo en el destierro. La guerra para ellos era ya algo distante, indiferente, ajeno.

Fue una trampa muy buena.” Pensó Bryan sonriendo con ironía mientras veía cómo los legionarios de la V y la VI deambulaban por delante de su campamento, con algunos centenares de ellos sentados en el suelo, contraviniendo descaradamente las órdenes de formar que les había dado. Y finalmente comprendió hasta qué punto era astuto Tiberio Claudio: “Ese maldito fingió ceder ante la sugerencia de Aurelio en el Senado. Todo fue un acto para ocultar que realmente quería darme el mando de estas tropas. El Manto Oscuro sabe muchas cosas, pero incluso ellos tienen asuntos a los que le prestan más atención que a otros. En cambio, estos legionarios están así porque el Gran Duque se aseguró de ello y ese maldito debía saber mejor que nadie lo inútiles que ya son estos hombres, lo inservibles que resultarán en una campaña militar, y más aún en el nombre de Itálica, la misma que los ha castigado. Tengo que quitarme el sombrero, don Tiberio, realmente me has jodido bien esta vez.” Entonces entornó la mirada: “Pero lo siento por ti, porque no pienso perder. No me importa si tengo que matar a todos estos desgraciados y revivirlos con Resurrección de Cadáveres para usarlos como soldados…

Justo cuando sus pensamientos comenzaban a tornarse más sombríos, Marcio se le acercó por detrás y señaló el ala izquierda de la V Legión. Bryan agudizó la mirada y allí, en la penumbra de un amanecer escondido aún tras las colinas, divisó tres, cuatro, no, cinco, seis, varias decenas de manípulos en perfecta formación de combate. Podía reconocer claramente las tres filas: Primero las tropas ligeras de escaramuzadores, en la primera línea, preparados para marchar. Detrás de ellos estaban los Guerreros, los Espadachines y finalmente los Caballeros, todos dispuestos, con uniformes no impecables, pero sí razonablemente dignos y, lo más importante, todos armados hasta los dientes. Aunque no con las armas nuevas de las ultimas legiones que ahora mismo llevaban sus siete mil voluntarios, sino con modelos viejos u obsoletos, que poco a poco se habían ido reemplazando y que Bryan aprendió a usar durante su propio entrenamiento militar. Esos manípulos parecían estar en una burbuja temporal, como si perteneciesen a otra era, pero estaban formando con exquisita corrección, como si hubieran estado practicando durante todo el destierro esperando aquel momento. Eran sólo unos quinientos hombres de los veinte mil que allí había, pero eran algo: eran una semilla.

Bryan asintió sin volverse hacia Marcio, pero el veterano Tribuno comprendió que el Procónsul había identificado lo mismo que él vio: un remanente de pundonor en medio de tanta desidia.

- Es un principio, Marcio, esos hombres son un principio. - Comentó Bryan abandonando su idea de masacrar a todas esas desgracias humanas para usar sus cadáveres, al menos por el momento: - Empezaremos por ellos, esta misma mañana. Entérate de quién está al mando de esos manípulos. Quiero verlo cuando termine de hablar. -

Marcio asintió y regresó con los oficiales. Había hablado en voz baja con el Procónsul, de manera que nadie pudo escuchar bien sus palabras, pero todos ellos, sobre todo Druso y Silano, estaban observando con alegría a aquellos manípulos que aún parecían recordar lo que significaba pertenecer a las legiones de Itálica.

Bryan inspiró aire con profundidad para deshacerse de sus dudas y dio varios pasos hacia adelante. Los seis Lictores de su escolta lo rodearon con antorchas resplandecientes en el albor de aquella madrugada. El Procónsul avanzó unos quince pasos hasta ubicarse en lo que parecía ser un lugar al azar, pero que en realidad era el punto donde podía aprovechar la caída suave de la colina para proyectar mejor su voz. Pese a reforzar sus palabras con magia, igual tendría que hablar a voz en grito para hacerse oír por aquellos hombres que antaño fueran legionarios. De alguna forma, la desorganización casi total de aquellas tropas era una inesperada aliada en este caso, porque no estaban ocupando el gran espacio que habría sido necesario si todos estuviesen en perfecta formación. Eso era un desastre militar, pero una gran ventaja para hacerse oír por todos.

Los Legionarios de la V y la VI vieron que Bryan se aproximaba con su escolta de antorchas para situarse frente a ellos. Todos esperaban un discurso pomposo y espeso del que no pensaban hacer el más mínimo caso. Además, la luz del día empezaba a hacer visibles las auténticas fuerzas que acompañaban al Procónsul y los legionarios de la V y la VI eran muchos más. Eso les hacía sentirse seguros.

Pero en ese momento un maremoto de poder mágico se desató delante suyo, al mismo tiempo que el cielo se oscurecía aún más, tragándose los insipientes rayos del sol, para cubrirse de un grueso manto de nubes negras, surcadas de relámpagos verdes. La temperatura a su alrededor descendió tanto que el vaho de sus alientos se hizo evidente, a la vez que una sensación de terror se apoderaba de sus corazones.

Incluso los hombres que Bryan había traído, pese a haber sido prevenidos de lo que estaba por suceder, retrocedieron alarmados ante el impacto del Dominio Necromántico. Pero muy pronto sus miradas se llenaron de admiración y el más profundo de los respetos por ese general suyo, que comandaba tal vasto poder. En cambio, los legionarios podridos de la V y la VI legión se quedaron congelados, como si de niños asustados se tratase.

- Miren el lamentable estado en el que se encuentran. - Dijo la voz despectiva de Bryan, potenciada por la magia y amplificada por su posición, hasta que llegó a resonar en los oídos de todos ellos como si estuviese susurrándoles a su costado. Pero de pronto su tono aparentemente calmado se convirtió en un rugido de ira reforzado por la magia de Alecto, que se sintió como si los estuviesen apunto de golpear con un trueno celestial: - ¡Quiero que se paren Firmes y en Atención cuando les estoy hablando, imbéciles! ¡De pie, basuras! ¡Ahora mismo! ¡Prefiero matarlos a todos como ganado antes de que permanezcan sentados frente a un Procónsul de Itálica! -

Bryan había pensado muchas veces en cuáles podían ser las primeras palabras que diría ante ellos, pero al verlos allí, hechos un desastre, distraídos e incluso descaradamente sentados sobre la tierra de aquella región, la ira se apoderó de su ser. Y al contemplar su poder fueron varios los que se levantaron de un salto mientras lo miraban asustados. Pero aún quedaban algunos que se resistían a ponerse en pie, ya fuese porque el miedo los tuviese paralizados o porque todavía eran rebeldes, en cualquier caso, se quedaron mirándose entre sí, sin saber bien qué hacer. Y entre ellos estaba Jaime Luccar, el Primer Centurión de la VI y su segundo al mando, César Germánico apodado el Breve.

La mirada del Procónsul se tornó roja y levantó la mano con un gesto autoritario. Entonces los cinco mil legionarios detrás suyo desenvainaron sus espadas, asieron sus escudos y se colocaron en postura de ataque. Después Bryan alzó su otra mano, conjurando miles de Criaturas Oscuras que aparecieron en las colinas circundantes, entre las que se destacaban varios cientos de Guerreros Zombis, una docena de Abominaciones y una nube de Gárgolas; cada una de las cuales comenzó a rugir o golpear el suelo de forma rítmica, como un auténtico ejército del otro mundo que estaba a punto de atacar.

- Por última vez: ¡Pónganse de pie, malditos hijos de puta! ¡O empezamos una Batalla Campal aquí mismo! - Repitió el Procónsul de Itálica: - ¡Yo estoy acostumbrado a luchar, pero creo que a vosotros os va a costar responder a nuestro ataque! ¡En pie, malditos de los dioses, en pie! -

Finalmente, Jaime Luccar y César Germánico se pusieron de pie junto con los últimos rezagados. Bryan entonces canceló su magia y los legionarios detrás suyo guardaron las armas. De momento tenía la completa atención de estos hombres, eso era bueno.

- Veo caras de hastío, de descontento, de rebeldía. Incluso escuché a uno de ustedes decirme que no reconocen la autoridad de Itálica. - Continuó Bryan sonriendo mientras daba unos pasos de lado a lado para barrerlos a todos con la mirada: - Parece que creen que han sufrido mucho en su destierro. Que han sido tratados injustamente por su patria. - Entonces su voz se llenó de desprecio: - ¡Miserables malagradecidos! ¡Todo lo que son se lo deben a Itálica, malditos! ¡Incluso esta miserable existencia en el destierro! - Y continuó alzando la voz: - ¡Deberían estar muertos! Si los Tribunos no hubiesen guiado su retirada y en su lugar los hubieran dejado a su suerte, habrían encontrado su final ensartados como alimañas por las armas del enemigo, o desangrados luego de perderse en el bosque para acabar siendo la comida de bestias e insectos, o, mejor aún, capturados por esos bárbaros traidores, para ser metidos en cestas de mimbre y luego morir en medio de las llamas como sacrificios humanos, que es lo que les ocurrió a todos aquellos que allí se quedaron, a todos aquellos que no salieron de la masacre de ese desastre militar! - Aquí hizo una pausa para tomar aliento y también para pensar, porque Bryan estaba improvisando y dejándose llevar: - ¡Y ustedes se lamentan! ¡Tienen el descaro de sentir lástima de su destierro! ¡Miserables, miserables y mil veces miserables! ¡Se les ha perdonado la vida y a cambio ustedes tienen la desfachatez de pagar con desdén, crímenes y rebelión la compasión de Itálica! ¡Triplicaban en número a sus enemigos aquel día, montón de inútiles, pero al final tuvieron que salir huyendo con la cola entre las piernas! ¿Tienen idea de lo vergonzoso que es esto? Nuestro imperio es el hogar de ustedes y sus familias. ¡Lo normal es pelear para defender su patria y, si no es posible ganar, por lo menos morir luchando por ella! ¡Es lo mínimo que un hombre debe poder hacer para no ser peor que una bestia! ¡Si tuvieran algo de sangre humana, todos tendrían que haber muerto aquel día! ¡Todos! ¡Luchando hasta el final!

Y ahora tienen el descaro de creer que Itálica es injusta. ¡Puedo leerlo en sus ojos, bestias malagradecidas! Pero no entienden nada. ¡Los Imperios no se construyen con timidez!  ¡Itálica es severa, estricta, implacable, pero nunca injusta! ¡Itálica nunca lucha una guerra injusta e Itálica nunca es injusta en sus castigos!

¡Llevan acumulando odio y desprecio hacia Itálica, cuando lo que deberían odiar es la cobardía que los llevó a este lamentable estado de deshonra! Mientras tanto, sus verdaderos enemigos, aquellos que en cualquier momento podrían asolar la ciudad natal de vuestros padres, madres, hermanos, esposas, hijos... todos los que queríais y amabais y habéis dejado atrás por vuestra incapacidad en el campo de batalla... ¡se ríen de ustedes! ¡Sí! Me refiero a los bárbaros, al Imperio Kasi, la Liga Etolia, la Alianza de Tiro… ¡y todos los demás! Todos ellos se ríen mientras cuentan la historia de cómo ustedes huyeron y cómo corrieron asustados aquel día para escapar de una emboscada. ¿Les duele lo que les digo? ¿Les duele saber que hay miles de hombres que se ríen de ustedes? Puedo verlo en sus semblantes serios. ¿Es dura la verdad?

Quizá en este destierro han encontrado el modo de olvidarse de dónde vienen y cómo fue que llegaron aquí. Pero es mi deber como Procónsul recordarles primero quiénes son: No les importa ser la vergüenza de Itálica, eso ya lo he visto, pero yo les pregunto, ¿tampoco sienten nada al saber que son el hazmerreír de nuestros enemigos aquí mismo? - En este punto Bryan señaló hacia el norte, en donde se encontraba la región de Etolia: - ¿De verdad no les importan los chistes, las bromas que se cuentan unos a otros los habitantes de Micénica, de Helénica o de Ilión cuando piensan en ustedes? ¿No les importan las carcajadas de esos Uñó o los Vándala? ¿No las escuchan en este momento?

Yo creo que, si no se acostaran ebrios, sus oídos escucharían las carcajadas siniestras de los hombres de la Liga Etolia. Esas risas que comenzaron el día en que alguien les informó que las Legiones V y VI estaban aquí, supuestamente para defender esta frontera de ellos. ¡Cómo se habrán reído ese día y hasta hoy no paran! ¿O quizá sí los oyen y por eso beben, para ocultar en el sueño de la bebida el horror de esas risas que los despiertan en mitad de la noche? -

Bryan hizo una pausa para sondear a los hombres. Podía ver que la mayoría tenía los ojos rojos de ira y algunos incluso derramaban lágrimas de humillación e impotencia. Eso estaba bien. Donde hay ira hay voluntad de hacer algo. Lo que sea. Ahora tenía que hundirlos más, hasta el fondo del abismo. Porque cuando finalmente tocasen ese fondo, no les quedaría más remedio que volver a subir.

- Y si creen que Itálica se avergüenza de ustedes, pues me temo que se equivocan. - Continuó Bryan con una sonrisa irónica: - No son la vergüenza de Itálica porque Itálica ya los ha olvidado. Ha enterrado vuestra derrota bajo una infinidad de combates contra esos mismos bárbaros de los que ustedes escaparon y luego contra el Imperio Kasi, que fue el verdadero instigador de todo esto. Itálica simplemente continuó luchando. Unas veces con batallas indecisas, otras con grandes victorias y otras también con derrotas… ¡pero derrotas sin la humillante huida de sus legiones! - Puntualizó Bryan y luego sentenció: - Ustedes no existen más para Itálica y están enterrados en el olvido. Por eso no les llegan provisiones, ni suministros ni les llegaran nunca. ¡Nunca! ¡Nunca si no es bajo mi mando!

Lo que ustedes son, es nada menos que las narraciones divertidas de nuestros enemigos. Sus bufones favoritos. Sus cobardes preferidos. - Hizo una pausa y su mirada se volvió desafiante: - Y ahora les pregunto: ¿De verdad quieren seguir siendo eso? - Entonces añadió con un tono muy lento: - ¿O les gustaría una oportunidad para redimirse? -

Las palabras de Bryan habían caído sobre ellos como cuchillos ardientes que se les clavaron en el corazón, para después retorcerlo, pero lo que dijo simplemente fue como poner el dedo en una herida que seguía abierta, solo que adormecida, como bien había dicho. Naturalmente se sentían humillados, decepcionados y sobre todo impotentes por su propia cobardía. Muchos añoraban a sus familias y amigos. ¿Pero cómo podrían verlos a la cara luego de semejante deshonra? Bryan había dicho lo correcto: Lo mejor hubiese sido que todos hubiesen muerto peleando aquel día. Cualquier cosa era mejor que seguir existiendo de ese modo, reducidos a una forma de vida sin esperanza que los transformó de un ejército orgulloso a una ralea de asesinos, ladrones y violadores.

¿Cómo enfrentar las miradas de desprecio cuando estas viniesen de sus hijos, padres y amantes?

Pero entonces Bryan pronunció esa última frase y fue como tener a alguien arrojándote una cuerda de salvamento justo cuando uno está a punto de hundirse en las profundidades de la muerte. A través de la Astro Proyección, Bryan podía sentir claramente sus emociones: Miedo, escepticismo, impotencia, vergüenza… pero con una pizca de esperanza.

Entonces uno de los centuriones miró al Procónsul a los ojos y parecía que quería preguntarle, pero cuando lo hizo Bryan pudo “ver” que este hombre estaba muy atribulado por lo que había hecho todo este tiempo. No podía distinguir claramente lo que era, pero parecían sombras de gente muerta. Era evidente que había participado en los saqueos a los granjeros y se sabía culpable. De hecho, apenas pudo sostener su mirada durante un instante, pero inmediatamente la desesperanza más absoluta se apoderó de él y bajó la cabeza mientras decía: - No hay… redención. -

- ¿Cómo te llamas? - Preguntó Bryan acercándose directamente a él, mirándolo sin parpadear.

- Quinto…. Quinto Terebelio, mi general. - Respondió el hombre con desprecio, pero no contra Bryan, sino contra sí mismo o más concretamente hacia su nombre.

El nombre de Quinto se consideraba un sinónimo de nobleza que hacía referencia a los fundadores de Itálica. Su padre le había dicho que se lo puso esperando que su hijo siempre defendiese los valores más antiguos de su patria, pero ahora él se avergonzaba de tenerlo. Porque se había convertido en todo lo que su familia detestaba, empezando por ser un cobarde.

Pero a pesar de eso, Bryan se le acercó sonriendo y le puso una mano en el hombro mientras le ordenaba: - ¡Mírame! -

Terebelio obedeció y en lugar de desprecio o compasión, se encontró con un desafío en los ojos del Procónsul cuando este le dijo:

 - Nadie está más allá de la redención, Quinto Terebelio. ¡Nadie! - Luego se dio la vuelta para regresar a su posición inicial y añadió sin voltear: - Ni siquiera tú. -

Su tono de voz fue bajo, pero de algún modo muchos legionarios lo escucharon y la creencia de que quizá si existía posibilidad de recuperarse, aumentó. Ya de nuevo en su sitio, Bryan volvió a dirigirse a las tropas: - Les ofrezco una posibilidad, pero no pienso perder mi tiempo con unas basuras que prefieren arrastrarse por el suelo. Así que les vuelvo a preguntar: ¿Quieren acabar sus días siendo los protagonistas cobardes de las historias que nuestros enemigos cuenten a sus hijos y a sus nietos, o quieren otra oportunidad? ¿Desean morir aquí como bufones olvidados o quieren redimirse y regresar a Itálica con la cabeza en alto, más la gloria de haber vencido a sus enemigos? ¿Quieren quedarse como basura o quieren salir de aquí como conquistadores y luego ir a buscar a todos los que se han reído de ustedes, espada en mano? ¿Quieren miseria… o quieren venganza? - Y Bryan comenzó a elevar el tono de su voz mientras miraba al cielo azul del amanecer, hasta gritar con todas sus fuerzas: - ¡¿Quieren miseria o venganza?! ¿Miseria o venganza? ¿Miseria o venganza? -

Entonces guardó silencio y cerró los ojos, esperando durante uno, dos, tres, cuatro larguísimos segundos de silencio a que alguien de entre las Legiones Malditas se atreviese a romper aquel pérfido vacío.

Por fin, en el ala izquierda, el Primer Centurión Cayo Valerio hinchó sus pulmones y respondió a gritos:

- ¡Venganza, venganza, venganza, mi general, venganza, por todos los dioses! ¡Venganza por las risas del enemigo! -

Bryan mantuvo los ojos cerrados, pero levantó muy despacio sus brazos hasta dejarlos extendidos hacia el cielo, como si estuviese rezándole al dios del sol invicto, mientras decenas, centenares y finalmente miles de gargantas de las Legiones Malditas empezaban a gritar al unísono.

- ¡Venganza, venganza, venganza! -

Sólo unos pocos, entre perplejos y sorprendidos, callaban y miraban extrañados lo que ocurría a su alrededor. Entre ellos se destacaban Jaime Luccar y César el Breve de la VI, quienes, con aire confundido, miraban a izquierda y derecha sin entender bien lo que allí estaba ocurriendo.

El discurso de Bryan frente a sus nuevas legiones

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú. Hoy es miércoles 6 de setiembre, lo que significan muchos cumpleaños. Pero los precios de los alimentos siguen subiendo por el Fenómeno del Niño (y la incompetencia de las autoridades), de modo que un 1 kilo de Limón, que antes costaba 3,50 S/, ahora está a 15 o hasta 20 S/ el kilo. ¡Por favor no dejen de hacer donaciones porque el dinero me permitirá comer!

Este capítulo estuvo casi completamente inspirado en la obra de Santiago Posteguillo y realmente lo único que hice fue adaptar las cosas. En el original Bryan simplemente llega a una ¿ciudad? ¿base? ¿pueblo? ¿ciudadela?... la verdad es que la novela no deja claro el entorno.

Las descripciones del campamento son básicamente una fiel representación de un Castrum romano, que eran las bases que construían siempre, a donde sea que fuesen, y realmente resultaban muy difíciles de conquistar, siempre y cuando estuviesen bien hechas.

En mi país existía un periodista muy famoso, que una vez fue considerado el mejor de todos. Pero también era extremadamente arrogante, un engreído que se consideraba intocable y se comportaba como un cretino con todo el mundo. Resultado: Llegó a un punto en que, por más bueno que fuese, nadie quería trabajar con él. Y así, con el pasar de los años, conforme fue envejeciendo, se fue volviendo errático, loco y encolerizado. La gente que antes lo seguía ya no le interesaba realmente su opinión y los jóvenes no tienen idea de quién es. Así fue como el periodista quedó reducido a tener que escribir una sencilla revista o tabloide, que no le alcanza para pagar sus deudas. De modo que en los últimos años… comenzó a venderse, aceptando dinero del gobierno para defender políticos corruptos de la manera más baja, patética y vil. Verdaderamente un triste ejemplo de: ¡Cuanto más alto estás, más dura es la caída!

El nombre de ese periodista es César Hildebrandt y su nombre es la principal inspiración para César Germánico, porque su apellido es de origen alemán. En cuanto a su apodo de el breve… Bueno, es porque el periodista es chiquito. Una vez lo conocí en persona y noté que, cuando se sienta en un sillón, sus pies no tocan el suelo. En serio, está a un paso del enanismo.

En cuando Jaime Luccar, es la composición de dos nombres de periodistas corruptos y vendidos de mi país. El primero es Jaime Chincha, que todavía se mantiene con cierta credibilidad en algunos sectores, pero que es un vendido de lo peor. Aunque se queda corto en comparación a Nicolás Luccar, que tiene una historia antiquísima como vendido y que actualmente ya está siendo investigado por haber aceptado dinero de al menos 2 políticos y empresarios, todos corruptos y confesos, que ya lo han señalado como cómplice.

Estos personajes me parecían encarnar mejor lo que es la “degradación” a la que puede llegar una persona.

El discurso de Bryan está inspirado tanto en la novela de Santiago Posteguillo como en uno que escuché en la Serie Rome de HBO… y también unos fragmentos de uno que dio un capitán del batallón en el que yo serví.

Me hubiese gustado poner más imágenes, pero eran casi imposibles de conseguir. Por lo menos no como yo las quería. Las más difíciles fueron las de los dos niños y la del final. Por suerte encontré una imagen que me gustaba de un personaje con capucha que mira a la distancia y agregué un ejército en el fondo con Photoshop. Espero que haya quedado bien.

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios. ¿Qué te pareció el capítulo? ¿Cuál fue tu parte favorita? ¿Te gustó el discurso de Bryan? ¿Qué te pareció como procedió con los niños? ¿Qué sentiste al leer sobre el estado del campamento? ¿Qué opinas de la reacción de Cayo Valerio?

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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!