340 Retirada Desesperada

En las faldas del Monte Ida, el bosque de coníferas que solía caracterizarse por su apacible silencio, interrumpido únicamente por el trino de los pájaros, ahora resonaba con el atronador ruido de la batalla que se desarrollaba en el Campo de Sangre. Gritos de furia y dolor, junto con el choque de armas, componían una sinfonía de destrucción que se escuchaba a lo lejos, como una tétrica música de fondo.

Mientras tanto, un poco más arriba y en dirección al Este, se oían una serie espantosa de explosiones causadas por los conjuros de fuego desatados por la ira vengativa de Elena Teia. Su intensidad era tal que ahogaba el ruido de la batalla, a pesar de que el enfrentamiento entre Bryan y la Arconte de Helénica estaba ocurriendo mucho más lejos.

La guardia de Lictores no sabía qué hacer. Unos minutos atrás, su Procónsul, a quien debían proteger con sus vidas, los había apartado apresuradamente del camino justo antes del devastador ataque, y todavía no se habían recuperado cuando escucharon el furioso rugido de la Archimaga.

- ¡¿Crees que puedes arruinar mis planes de este modo y luego simplemente escapar con vida?! - Clamó la Archimaga.

- - Respondió descaradamente Bryan sin siquiera darse la vuelta.

Y con esas palabras, el Procónsul se alejó a una velocidad increíble, desapareciendo entre los árboles antes de que los Lictores pudieran parpadear. A pesar de todo, ninguno tuvo tiempo para asombrarse por la hazaña de su general, pues en ese momento todos sintieron cómo la temperatura del entorno incrementaba. Elena Teia, dejada con la palabra en la boca, flotaba en el aire con los ojos cerrados. Su cuerpo temblaba de ira y parecía tan peligrosa en aquel momento que ninguno de los hombres se atrevió a pronunciar una palabra, mucho menos atacarla.

Entonces la vieron abrir los ojos, y unas alas de fuego aparecieron detrás suyo, acumulando energía rápidamente, mientras exclamaba:

 - ¡Voy a hacer que mueras gritando! -

Y tras esas palabras, las alas de fuego estallaron, propulsando a Elena Teia hacia adelante con una potencia aterradora. La onda expansiva fue tan fuerte que los Lictores volvieron a ser lanzados al suelo. Cuando lograron recuperarse, descubrieron que estaban solos, aunque a lo lejos podían escuchar los estragos del combate entre su Procónsul y la Arconte.

"¿Y ahora qué hacemos?" Se preguntaban todos.

Podían seguir a su general para cumplir con su deber, pero en ese breve intercambio les quedó claro que esa batalla estaba fuera de su alcance. Normalmente una guardia de Lictores estaría compuesta como mínimo por poderosos Caballeros de la Tierra, pero ellos eran solo Veteranos, elegidos principalmente por su lealtad. Aunque sus habilidades estaban entre las mejores, no eran suficientes. Aunque era humillante admitirlo, se daban cuenta de que terminarían siendo un estorbo si intentaban seguir a su Procónsul.

Entonces, ¿deberían unirse a la batalla en el Campo de Sangre? Pero, ¿cómo se presentarían ante los Tribunos? ¿Qué pasaría cuando los Lictores apareciesen sin el general al que debían proteger con sus vidas?

Mientras debatían entre ellos, todos escucharon el crujir de las ramas bajo el peso de las armaduras, anunciando la llegada de un enemigo inesperado. Un grupo de hoplitas, con sus escudos y armaduras relucientes, emergió de entre los árboles. Se trataba del grupo enviado como apoyo a Elena por el general Patros.

Los Lictores y los recién llegados se intercambiaron miradas. No hubo palabras, pero no fue necesario. De alguna manera supieron que estos recién llegados venían como refuerzo de la Archimaga, y los helénicos entendieron que estaban frente a personas importantes para el comandante enemigo. La tensión se disparó de inmediato y los legionarios llevaron las manos a la empuñadura de sus espadas, mientras que los hoplitas se colocaron en posición de combate. Sin embargo, el hecho de que tanto Elena como Bryan no estuviesen a la vista, hizo que ninguno de los dos grupos se decidiese a iniciar el combate, porque el objetivo de ambos era el de proteger a su líder.

En ese momento se escucharon pasos y al poco tiempo también llegó corriendo el joven comandante Aphros, quien estaba ahí sin permiso. Su llegada en ese preciso momento rompió el tenso equilibrio que se había mantenido y todos soltaron un rugido antes de lanzarse al ataque.

Los hoplitas se defendieron bastante bien al principio, pero acababan de llegar mientras corrían montaña arriba. En cambio, los legionarios tenían el terreno elevado de su parte y además habían tenido más tiempo para acumular tensión. En lugar de la incertidumbre que sentían unos instantes atrás, luchar contra esos enemigos era casi un regalo de los dioses.

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"Ese mocoso no va a volver." Pensaba Patros. Era el presentimiento que había experimentado unos minutos después de ver a su hijo partir en su misión de enviar un mensaje a los comandantes de unidad. A su edad, sabía que debía confiar en sus instintos, pero lamentablemente tenía demasiadas cosas de las que ocuparse, muchas de las cuales decidirían el destino de miles de personas.

Organizar una retirada era una de las misiones más desafiantes para un comandante militar. No solo por la deshonra que implicaba ceder terreno ante el enemigo, sino porque este siempre era el momento de toda batalla en donde se producían la mayor cantidad de bajas. Al correr, los soldados presentaban sus espaldas al enemigo y no podían defenderse de ninguno de sus ataques, sobre todo cuando estaban amontonados en un apretado grupo de sus conciudadanos que también huían asustados. Bastaba con que el pánico se desatase para que el ejército helénico entrase en una desbandada general, y entonces ninguna orden que Patros diese contaría para nada.

Replegarse de forma organizada era una tarea sumamente difícil, pues implicaba retroceder mientras se combatía. Patros estaba al límite de su ingenio y su agotado cuerpo apenas le permitía moverse lo suficiente. A pesar de ello, gritaba órdenes a la Falange Helénica, intentando que se retiraran de manera ordenada, aunque parecía destinado al fracaso.

De pronto, resonaron miles de gritos agonizantes. Los aliados de Micénica finalmente comprendieron que sus líderes los habían abandonado y el terror se apoderó de sus corazones. Cualquier intento de mantener la calma desapareció mientras sus formaciones se desmoronaban.

El Campo de Sangre se convirtió en un escenario caótico. Los grupos de soldados hoplitas soltaron sus pesados escudos y comenzaron a intentar escapar desesperadamente, aplastando a sus compañeros en su camino. La hierba roja parecía impregnarse con un rojo aún más intenso por la sangre derramada.

El sol del mediodía brillaba implacablemente, aumentando la sensación de sofoco. Los vasallos de Micénica, con sus pesadas armaduras, luchaban por mantener el ritmo mientras corrían. Algunos tropezaban con los obstáculos que sobresalían del suelo, mientras otros se desviaban para evitar los cuerpos caídos.

Por su parte, los legionarios emprendieron su persecución con el entusiasmo de un grupo de tiburones que detecta sangre. Corrieron tras los hoplitas, desatando una carnicería en su camino. Las hojas relucientes cortaban el aire mientras descendían sobre las espaldas de sus presas con precisión letal. Las espadas se hundían en carne y hueso, causando heridas mortales con cada estocada. Los gritos de dolor se mezclaban con el choque metálico de las armas y el sonido sordo de los cuerpos al caer al suelo.

Sin piedad, los legionarios continuaron su ataque, avanzando entre los soldados en retirada como una marea de muerte. No habría escapatoria para los vasallos de Micénica; cada uno que se cruzaba en su camino era rápidamente abatido por las letales espadas de los soldados imperiales.

Aquellos desafortunados caían uno tras otro. Sus cuerpos yacían inertes en el suelo, marcando el paso de la masacre. Los legionarios no mostraban signos de fatiga ni duda; su única misión era eliminar a los enemigos de su imperio, y lo hacían con una eficiencia brutal y metódica.

Sin embargo, el triste principio de que “la tragedia de algunos puede ser el consuelo de otros” demostraría ser cierto en este caso. El daño a los vasallos de Micénica fue tan grande que, de forma inconsciente, las legiones comenzaron a presionar sobre el flanco derecho, descuidando un poco los otros frentes. Esto permitió que el viejo Patros diera órdenes certeras y que los Hoplitas Helénicos comenzaran a batirse en retirada de forma ordenada.

- ¡Al campamento! ¡Corran al campamento ahora! - Gritaba el veterano.

Los helénicos obedecieron sus órdenes y consiguieron correr sin aplastarse entre ellos hasta la empalizada de su campamento principal. Entonces inmediatamente trancaron las puertas que miraban al Campo de Sangre. Eso les daría un tiempo precioso.

- ¡Informen! ¿Qué pasó con los mercenarios? - Preguntó Patros en cuanto consiguió recuperar el aliento.

- ¡Respondiendo! - Dijo uno de los comandantes: - ¡Ninguno se encuentra aquí! Todos se desperdigaron a la primera oportunidad y corrieron hacia los bosques. -

- Excelente. - Asintió Patros: - Esos desertores atraerán a una parte de nuestros enemigos y sus muertes nos darán una mejor oportunidad de escapar. -

- De cualquier modo, solo peleaban por dinero. - Coincidió otro de los oficiales con una sonrisa ufana: - ¡No tiene nada de malo que los abandonemos! -

- No los estamos “abandonando”. - Aclaró Patros molesto por la insinuación: - Ellos no siguieron las órdenes y huyeron por su cuenta, así que no podemos salvarlos. Es todo. -

- ¡Por supuesto! - Asintió rápidamente el oficial, dejando de reír.

- En cualquier caso, ahora tenemos que escapar. ¡Prepárense para regresar a Helénica a marchas forzadas! - Ordenó Patros.

- ¿No sería mejor resistir en esta empalizada? - Propuso un comandante.

Pero Patros negó con la cabeza: - No sabemos cuántos son los enemigos ni los recursos que tienen. Quedarnos aquí podría ser una sentencia de muerte. - Luego comenzó a gritar instrucciones precisas: - ¡Que los hombres salgan por la puerta occidental! ¡Solamente deben llevar comida para un par de días! ¡Dejen las lanzas y los escudos! - Y cuando vio vacilación en los rostros de todos, añadió: - El peso extra solo servirá para retrasarnos. Olvídense de los escudos. -

- ¡Pero nuestro honor…! -

- ¡Nos estamos retirando abiertamente, el honor no tiene lugar aquí! - Exclamó Patros y luego añadió: - Si, a mí tampoco me gusta pensar que algún maldito itálico disfrutará llevarse este escudo que me costó tanto conseguir. ¡Pero conservo la vida! ¡Ya me compraré uno mejor! -

Los hombres asintieron y comenzaron a dar las órdenes. Al poco tiempo se escucharon los sonidos de miles de hoplones que pesaban más de doce kilos cayendo al suelo, mientras los hombres recogían toda la comida que podían llevar.

Patros entonces aprovechó para llamar a uno de los vigías que montaba cerca en un caballo bastante pequeño y le preguntó: - ¿Alguna señal de la Arconte Teia?

- Ninguna, mi general. - Respondió Ameles.

- ¿Y mi hijo Aphros? - Preguntó a continuación, tratando de moderar su tono.

- Algunos lo vieron seguir a los hombres que fueron a buscar a la Arconte. - Le confirmó el vigía, luego de hacer un gesto de incomodidad.

- ¡Es un estúpido y un insubordinado! ¡Haré que lo azoten cuando regrese! - Exclamó Patros con una expresión furibunda, pero mientras se marchaba con los puños apretados, alguien lo escuchó murmurar: - ¡Dioses, por favor que mi hijo regrese! -

Mientras tanto, los hoplitas helénicos se apresuraron a organizarse para partir junto con los sirvientes y esclavos. La urgencia se palpaba en el aire mientras cada hombre se afanaba en recoger sus pertenencias más esenciales y luego corrían a formar filas para abandonar el campo de batalla. El sonido de las voces y el tintineo de las armas se mezclaba con el clamor de los heridos que buscaban desesperadamente atención médica, muchos de los cuales ya sabían que los dejarían abandonados a su suerte.

Por su parte, Patros partió en persona hacia la tienda de la Arconte Teia para asegurarse de que todas las sirvientas personales de su señora partieran a tiempo. Sabía que especialmente Apateia era como una segunda madre para Helena, y su bienestar era crucial en aquel momento de crisis.

Al ingresar a la tienda, el general les dio rápidamente la noticia de la derrota que habían sufrido y que tenían que escapar a toda prisa. Las criadas gritaron asustadas, pero comenzaron a prepararse para partir. Sin embargo, la anciana Apateia no se quedó callada y más bien inició una serie de reclamos e improperios contra el veterano comandante.

- ¡Inútil! - Gritó con furia, clavando sus ojos en Patros: - ¿Acaso no eres capaz de ganar una simple batalla? ¡Se supone que la violencia es lo único para lo que sirven los hombres, pero incluso en eso eres un fracasado! -

Patros se mantuvo imperturbable ante los ataques verbales de la anciana. Por dentro, pensaba que Apateia era una manipuladora venenosa, pero no perdería tiempo en discutir con una mujer. De modo que, sin dirigirle ni una palabra, se acercó bruscamente a la anciana y la levantó de su asiento, ignorando sus gritos e improperios. Con determinación, la llevó hacia la salida de la tienda rápidamente, ignorando completamente sus intentos de resistir.

- ¡Suéltame, estúpido soldado! ¡No tienes derecho a tocarme! - Gritaba Apateia, luchando contra Patros con todas sus fuerzas.

Pero Patros no le respondió. Sabía que el tiempo apremiaba y que cada segundo perdido aumentaba el peligro para todos. De modo que, una vez fuera de la tienda, inmediatamente buscó al mensajero Ameles, que había demostrado ser uno de los mejores jinetes del ejército. Y en cuanto lo encontró, le ordenó firmemente que se llevara a Apateia a la ciudad de Helénica para asegurarse de que sobreviviera.

- ¡Ameles, lleva a esta anciana a la ciudad. Es vital que llegue allí sana y salva. ¡Me da igual lo que ella opine o diga al respecto! ¡No acepto excusas! - Ordenó Patros, entregando a Apateia al mensajero.

- Entendido, mi general - Respondió Ameles con un gesto resignado, sujetando a la anciana con firmeza y también ignorando todo lo que ella decía. Entonces soltó un silbido para llamar a su caballo. - Nos encargaremos de ella. -

Bellota llegó trotando rápidamente y Ameles subió a la anciana en la silla. Afortunadamente, gran parte de la energía de Apateia se había gastado mientras gritaba, así que no se resistió demasiado.

Patros entonces estaba pensando que podía irse dejando a Apateia en manos del mensajero, pero entonces alguien lo interrumpió.

- ¡Espere, por favor! -

Se trataba de Moros, el esclavo masculino de Elena. En cuanto lo vio, el ya irritado Patros sintió que se le revolvía el estómago, pues detestaba bastante a este personaje. De por sí era un esclavo, lo cual automáticamente lo volvía un ser inferior, pero además era conocido por dar servicios sexuales tanto a mujeres como a hombres de la familia Teia, algo que para Patros era sencillamente una abominación. En su opinión, cualquier hombre que tuviera un mínimo de amor propio elegiría un suicidio noble antes que caer en la asquerosa posición de tener que venderse como una prostituta. Sin embargo, esto no era lo que más molestaba al veterano comandante. A fin de cuentas, el valor no era un don que los dioses repartieran a todos.

No, lo que más le molestaba era saber que este miserable esclavo a veces adoptaba actitudes prepotentes y arrogantes frente a otros sirvientes, como si el ser penetrado por el culo siendo hombre fuese algo de lo que enorgullecerse. Naturalmente, ante sus amos, adoptaba una actitud de servilismo y completa sumisión, pero luego hablaba mal de ellos a sus espaldas, como si él fuese quien los estuviese usando y no al revés. Incluso había escuchado que el miserable había estado presumiendo de que muy pronto conseguiría que la propia Elena lo llamase para servirla en la cama, pues había estado preparando el terreno para ello, y que cuando lo consiguiera obtendría privilegios y autoridad sobre la familia. Esto último solamente era un rumor, y solo por eso es que Patros no lo había asesinado inmediatamente.

A duras penas, Patros contuvo su desprecio hacia el esclavo y, con una mueca de desagrado apenas perceptible, le preguntó qué quería. Moros, con una mirada suplicante, expresó su deseo de partir también con el mensajero. Era algo que Patros ya esperaba. En ese momento, el ejército de Helénica apenas contaba con caballos y todos tendrían que escapar corriendo a pie, asumiendo el riesgo de ser alcanzados por los enemigos. En comparación, los pocos jinetes tenían la supervivencia asegurada.

Patros pensó que el deseo de Moros de escapar en el mismo caballo con la anciana Apateia correspondía a la actitud cobarde de un hombre afeminado. Pero lo único que le respondió al esclavo fue que se largase inmediatamente de su vista.

- ¡Por favor, general, le ruego que me deje subir al caballo! - Insistió Moros con un tono lastimero - No puedo quedarme aquí, moriré si me quedo. -

El general no tenía ganas de seguir hablando con ese esclavo asqueroso, pero alcanzó a responder mientras señalaba a Bellota: - ¡Fíjate bien! Ese caballo ya es pequeño y apenas puede llevar a Ameles y a la anciana. No hay espacio para ti. -

Moros continuó suplicando que lo dejaran subir al caballo, pero Patros finalmente se hartó y le propinó una bofetada, mientras le gritaba que, en lugar de perder el tiempo, se preparase de una vez para evacuar.

El pánico se apoderó de Moros al ver que sus súplicas no funcionaban y comenzó a chillar de un modo insolente. En cualquier otra circunstancia, jamás se habría atrevido a hablar así a nadie y menos aún al comandante de los ejércitos de Helénica, pero el miedo sacó lo peor del esclavo.

- ¡Elena nunca te perdonará si muero aquí! ¡Soy uno de sus favoritos! ¡Y usted lo sabe! - Gritó medio enloquecido.

Al escucharlo, Patros desenvainó su espada y se volvió con una mirada torva. El esclavo había cruzado la línea. El general conocía a Elena Teia como si fuera su hija y estaba seguro de que ella jamás tendría en alta estima a un insecto como Moros. Pero lo que más le irritó fue la osadía del insolente de llamar a su ama por su nombre, como si fueran cercanos.

El brillo de aquella hoja hizo que Moros se atragantara y dejara de chillar, pero en su locura decidió probar otro enfoque, que resultó ser aún peor. Se arrodilló con una sonrisa lasciva y una postura sumisa, al mismo tiempo que susurraba:

- Si me dejas subir al caballo, haré lo que quieras, general. - Entonces hizo una pausa para enfatizar: - Haré cualquier cosa. -

Patros, finalmente, perdió la paciencia y le dio una patada en la cabeza con tanta fuerza que lo mandó a volar varios metros. Por un segundo pensó en degollarlo, pero la idea de manchar su arma o a sí mismo con su sangre simplemente le dio asco. Pensó en buscar el cadáver, pero estaba seguro de que el esclavo ya estaba muerto, así que no se detuvo a verificarlo. No tenía tiempo que perder. Así que se volvió hacia el mensajero que lo observaba y ordenó con voz ruda:

- ¡Ameles, lárgate ahora mismo! -

El caballo, Bellota, partió al galope, con Ameles sujetando a Apateia con fuerza. Casi al mismo tiempo, las puertas cerradas comenzaron a sacudirse con violencia. Era evidente que algunos legionarios ya habían llegado al campamento y estaban tratando de forzar su entrada. El sonido era atronador. Patros alzó la vista, viendo cómo las pesadas puertas de madera crujían y se estremecían con cada embestida.

- ¡Partimos ahora! ¡Antes de que sea demasiado tarde! - Gritó Patros de inmediato.

Los soldados comenzaron a marchar al paso ligero por las puerta occidentales, con toda la velocidad que podían, sin romper la formación. Mientras tanto, el experimentado general reunió a un selecto grupo de valientes hoplitas y, empuñando antorchas, comenzaron a prender fuego a las estructuras del campamento. Las llamas brotaron con voracidad, devorando sin piedad las tiendas y almacenes, mientras una densa columna de humo negro se alzaba hacia el firmamento, oscureciendo el sol y marcando su retirada. Patros y sus hombres se movían con determinación, incendiando todo a su paso para dejar una estela de destrucción que retrasase al enemigo.

Incendiando el campamento

Antes de abandonar el campamento en llamas, Patros lamentó la pérdida del tesoro que habían traído de Helénica. Originalmente, habían traído una gran cantidad de monedas de oro con las que su Arconte planeaba recompensar a los soldados más valientes tras alcanzar la victoria. Esto era una costumbre que compartían casi todas las Ciudad Estado de Etolia. Ahora, ese tesoro quedaría en manos del enemigo. Sin embargo, no tenían otra opción; llevar esos pesados cofres solo los retrasaría. También pensó en los valiosos fundíbulos que su señora había construido con tanto esmero, pero recuperarlos era aún más imposible.

El tiempo se les escapaba entre los dedos, consumido por el fuego y el caos que se extendían a su alrededor. Con un suspiro de resignación, Patros se unió a sus hombres en la marcha, llevando consigo solo la esperanza de que su hijo de algún modo consiguiera sobrevivir a la devastación que se avecinaba.

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La espada de Ilo Tros había sido forjada por grandes artesanos, y su característica más destacada eran dos hermosos gavilanes grabados sobre la guardia encima de la empuñadura, cada uno de los cuales tenía rubíes incrustados en donde deberían estar los ojos. El diseño de estas aves se parecía sospechosamente al fénix, símbolo de Helénica, y por supuesto, Ilo los había dispuesto como un homenaje a la hermosa Elena. Aun así, tuvo la mínima reserva de llamar a su arma "Espada de los Reyes Alados" para disimular ante los demás. Aparte de los gavilanes, la espada tenía varias decoraciones en la hoja, pero en ese momento estaba demasiado cubierta de sangre como para que se pudiesen apreciar.

Luego de la Explosión de Cadáveres, el gobernante de Ilión trató de retroceder hacia sus propias filas para alejarse de los legionarios, pero la confusión era tal que acabó sin darse cuenta en medio de un grupo de hoplitas micénicos. En ese momento se veía en tan mal estado por las secuelas de su duelo con Atreo y el posterior estallido, que varios de ellos se lanzaron sobre él, pensando que podrían alzarse con la gloria de tomar la cabeza de un general enemigo. Entonces todavía no se había dado la señal de retirada y los micénicos en ese sector aún no comprendían bien lo que sucedía, de manera que pelearon usando todas sus fuerzas, lo que resultó en un arduo combate que agotó mucho más sus fuerzas.

Cuando finalmente sonaron los silbatos, Ilo Tros miró con asombro cómo sus enemigos, que unos instantes atrás combatían sin miedo a la muerte, de repente daban media vuelta y corrían dejando a sus aliados atrás. Ver esto lo dejó con la boca abierta. Además, hizo una pausa porque sentía la imperiosa necesidad de tomarse un respiro, pero debido a esto no se dio cuenta a tiempo de que Druso ya estaba liderando un escuadrón de legionarios para rodearlo, como una jauría de mastines acosando jabalíes u osos.

Y al igual que los perros de caza, la estrategia que usaba el Tribuno Druso era acosarlo a una distancia prudencial, arrojándole jabalinas y otras armas arrojadizas, mientras esperaban el momento para atacarlo por la espalda. Naturalmente, con el poder de su Aura de Batalla, el gobernante de Ilión apenas recibía daño, pero la táctica lo irritaba hasta el punto de desesperarlo. Su orgullo le impedía retirarse de un combate contra unos miserables legionarios que no pasaban de ser Caballeros Veteranos, pero con el pasar de los minutos comenzó a pensar que quizá lo mejor sería olvidarse de ellos y buscar a todos los hombres que pudiera para asegurar los flancos de su falange.

Ilo Tros meditaba sobre todo esto cuando, desde la retaguardia, un grupo de jinetes liderados por uno de sus jóvenes oficiales llegó galopando a toda prisa. Al verlos venir, el Tribuno Druso inmediatamente hizo retroceder a su escuadrón de legionarios, porque no sabía cuántos enemigos eran debido al polvo y quería evitar que sus hombres fuesen arrollados por la caballería. Eventualmente resultó que apenas eran una docena, muy pocos para representar una seria amenaza. Sin embargo, su presa se había librado del cerco. Ilo Tros consiguió recuperarse un poco y, pensando que tenía refuerzos, estaba a punto de lanzarse contra Druso para buscar venganza. Pero entonces los jinetes se detuvieron a su lado en lugar de cargar contra los enemigos.

- ¡¿Qué están haciendo, imbéciles?! - Comenzó a gritarles Ilo Tros, furioso de que no estuviesen atacando, sin haber reparado en su escaso número. Y normalmente bastaría con un gesto suyo para que todos sus oficiales se paralizasen de miedo, pero en esta ocasión esto no ocurrió. Por el contrario, el joven comandante lo miró con la furia de una persona que ya ha perdido el miedo a la muerte y le espetó: - ¡Estamos rodeados! ¡Mientras tú estás perdiendo el tiempo aquí, nuestra falange colapsa! -

Antes de que Ilo pudiese decapitar al oficial por hablarle de esa manera, Druso soltó un grito de guerra y una gran multitud de legionarios se abalanzaron contra el grupo, esta vez dispuestos a entrar en lucha sin cuartel e impidiendo que su líder pudiese ordenar o decidir nada. Naturalmente, ese siempre había sido el principal objetivo del Tribuno desde el principio: Mantener a Ilo Tros distraído. De ese modo, los itálicos pasaron de las pequeñas escaramuzas de hacía unos minutos a un combate total y, por primera vez, Ilo fue completamente consciente de la situación en la que se encontraba. Como Gran Caballero, su cuerpo estaba a salvo, pero los hombres a su alrededor comenzaron a caer uno a uno. Además, conforme el propio Ilo Tros perdía fuerzas, sus estocadas se volvían cada vez más erráticas, fallando sus golpes y matando a menos enemigos.

Entonces, en un momento de pánico, Ilo Tros trató de blandir su espada contra un legionario al mismo tiempo que se defendía de otro, pero el agotamiento hizo que el agarre de sus dedos vacilase y su arma salió volando en una dirección indeterminada. El gobernante de Ilión maldijo e intentó recuperarla, pero solamente podía ver cientos de legionarios cargando contra él de un modo enloquecido y no tenía ni idea de dónde podría estar su espada.

- ¡Tenemos que retirarnos! - Insistió aquel joven oficial, que se había bajado de su caballo para sacudirle el hombro con desesperación, al mismo tiempo que cubría a Ilo con su Hoplón para protegerlo: - ¡Ahora! ¡Antes de que sea demasiado tarde! -

Ilo Tros miró desconcertado a su alrededor. Sus jinetes eran atravesados por jabalinas lanzadas por los legionarios, mientras que sus hoplitas se veían rodeados por las fuerzas itálicas. ¿Cómo podía haber ocurrido aquello? Los hombres que formaban los restos de su falange caían heridos o muertos por todas partes, víctimas de las afiladas espadas cortas enemigas. Todos los flancos estaban siendo atacados simultáneamente. La caballería mercenaria que había contratado con tanto esfuerzo no se divisaba por ningún lado. El desorden absoluto se había apoderado de los mercenarios de infantería. Algunos empezaron a huir en pequeños grupos, pero eran rápidamente atrapados por los legionarios y masacrados antes de que pudieran alejarse de la batalla.

Desesperado, Ilo Tros corrió hacia sus hoplitas, intentando restablecer el orden, pero ya era demasiado tarde. Finalmente, optó por ordenar la retirada y escapó con un nutrido grupo de jinetes, compuesto por sus más leales oficiales, su guardia personal y aquellos que pudieron unirse a ellos entre la confusión reinante.

Varios grupos de legionarios intentaron cerrarles el paso, pero al no tener caballería, no lograron detenerlos. La mayoría de aquel grupo consiguió zafarse, impulsados por el miedo y el ansia de supervivencia. En poco tiempo, Ilo Tros y sus jinetes habían desaparecido entre la densa nube de polvo.

Así fue como el ejército de Ilión comenzó a escapar en una desbandada general, sumidos en el caos más absoluto. Sin ningún tipo de orden, todos podrían haber sido fácilmente exterminados. Pero un joven oficial, junto con un grupo de valientes, logró reunir a una gran cantidad de hoplitas y los dirigió mientras se batían en retirada.

Afortunadamente para ellos, el flanco en el que originalmente combatían estaba bien orientado hacia el valle que salía del Campo de Sangre, ofreciendo una ruta relativamente segura en la que era difícil perderse. Esto les permitió mantener un rumbo claro y minimizar el riesgo de perderse en el caos.

Con el tiempo, los legionarios dejaron de perseguirlos. Quizá fue por una extraña compasión, surgida de sus propias experiencias, cuando ellos mismos tuvieron que escapar de aquel espantoso Desastre Militar en el que perdieron su honor. Además, el cansancio pesaba en todos, incluso en los que perseguían, porque matar también cansa.

Mientras tanto, los vasallos de Micénica se convirtieron en un blanco más accesible y vulnerable para las espadas cortas de los legionarios. Druso, entonces, ordenó a las legiones virar para reunirse con las de Marcio y dar inicio a lo que debería ser la última carnicería.

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Por su parte, Ilo Tros continuó cabalgando en lo que se había convertido en una desesperada huida, sintiendo el peso de la derrota aplastándolo con cada galope de su montura. No se permitió relajar su ritmo frenético hasta alcanzar las imponentes murallas de una Ciudad Estado subordinada a Ilión.

Al llegar, el gobernante desmontó con gesto firme y ordenó a los soldados que reforzaran las defensas de la plaza, mientras su orgullo herido de muerte le devoraba las entrañas. Observó con amargura cómo el sol poniente pintaba el cielo de tonos rojizos, como si se burlara de su derrota.

- No importa de quién se trate. - Se juró a sí mismo, las palabras escapándose de entre dientes mientras las lágrimas de desazón y angustia se deslizaban por su rostro marcado por las múltiples humillaciones de aquel maldito día. - ¡Juro que me vengaré de quien sea el responsable de esta emboscada traidora! -

Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de determinación y furia contenida. Ilo Tros se juró a sí mismo que aquellos que osaron desafiarlo pagarían un alto precio.

Ilo Tros derrotado

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú y hoy es miércoles 15 de mayo del 2024.

Lo sé, lo sé, esperaban una épica continuación de la pelea de Bryan con Elena, pero la comida sabe mejor cuando mejor se cocina. Así que comenzaremos a hablar de este capítulo.

Supongo que, antes que nada, tengo dejar claro que no soy homofóbico, ni tampoco lo son mis personajes ni pretenden serlo. Hace unos años, no habría necesitado aclarar esto, pero lamentablemente vivimos en tiempos oscuros, podríamos decir incluso malignos, de gran confusión, una confusión que es deliberadamente generada para fomentar conflictos y odio. No es un odio dirigido hacia las minorías, como generalmente se quiere dar a entender, sino todo lo contrario: Es odio contra el sentido común, contra el libre pensamiento, contra la evidencia observable. Vivimos en tiempos de movimientos como Black Lives Matter, de la cultura Woke, del lobby LGBT+ y similares. Movimientos cuyas ideas están tan arraigadas en la cultura popular que uno no siempre se da cuenta.

Recuerdo los debates que teníamos en la universidad sobre el "matrimonio homosexual", un término que yo siempre prefería utilizar en lugar de "matrimonio gay". Eventualmente, algunos de mis compañeros se dieron cuenta de que nunca usaba la palabra "gay" y solo me refería a los homosexuales utilizando el término oficial. Entonces, me preguntaron si mi intención era discriminatoria, y tuve que explicarles que la palabra "gay" no existe realmente, o al menos no en el sentido que uno esperaría. "Gay" proviene del franco-germano "Gai", que significa "alegre" o "feliz". No tenía nada que ver con la homosexualidad hasta la década de 1950, cuando el movimiento político LGBT+ decidió utilizar esta palabra para describir a los homosexuales. Sin embargo, su intención no era simplemente crear una terminología, sino fundamentalmente fusionar, en la mente de las personas, que TODOS los homosexuales eran representados por el movimiento LGBT+.

En otras palabras, es un término POLÍTICO.

Por eso, no me parece justo utilizar el término "gay" para referirme a todos los homosexuales (aunque admito que sería mucho más fácil porque es más corto), ya que no puedo ignorar su origen. Estoy de acuerdo en que el movimiento LGBT+ tiene todo el derecho a manifestarse y buscar objetivos políticos, al igual que cualquier otro grupo. Sin embargo, no tienen derecho a hablar en nombre de TODA su comunidad. Porque en ningún momento los homosexuales del mundo se reunieron para realizar una votación y elegir al movimiento LGBT+ como sus representantes. Por eso, aunque su opinión debe ser respetada, no pueden erigirse como los líderes o portavoces de nadie más que de ellos mismos, ya que no han sido nombrados ni elegidos por nadie.

Ocurre algo similar con el término "homofobia". Actualmente, las personas lo utilizan sin comprender su verdadera connotación. Todas las “fobias” implican un rechazo o terror irracional hacia algo, generalmente producido por un trauma. Por ejemplo, la agorafobia es el miedo a espacios abiertos, la claustrofobia es lo opuesto, el miedo a espacios cerrados, y la aracnofobia es el miedo a las arañas, hasta el punto de que ver una fotografía de una araña puede desencadenar un ataque de pánico en quienes sufren este trastorno de ansiedad. Básicamente, las fobias son una enfermedad mental.

En este sentido estricto de la palabra, realmente no debería haber más de una docena de personas en el mundo que sean verdaderamente "homofóbicas" y sufran ataques de pánico irracionales cada vez que ven a un homosexual. Entonces, ¿por qué se utiliza tanto el término? La respuesta, nuevamente, es política: La intención es etiquetar como enfermo mental a cualquier persona que exprese una opinión diferente a la que el lobby LGTBI+ promueve.

La idea es que, independientemente de los argumentos o la razón que pueda tener la persona que se opone a una política LGTB, su opinión no importa, porque al final quien está hablando es un "enfermo mental", un loco, un orate. En pocas palabras, si no estás de acuerdo con el "discurso Gay", eres considerado un loco peligroso al que hay que ignorar y callar por todos los medios.

Y me pregunto: ¿Existe algo más discriminatorio?

¿Por qué estoy hablando de todo esto? Bueno, pensé que este capítulo podría recibido con sentimientos encontrados. Todos estaban esperando una continuación directa de la batalla entre Bryan y Elena Teia, pero en cambio he agregado este paréntesis aparentemente poco importante. Sin embargo, es muy necesario. Por favor, créanme, tengo un plan detrás de todo esto. Pero, también me di cuenta de que la escena del esclavo Moros quizá podría ser malinterpretada.

Como he dicho, vivimos en tiempos oscuros de persecución ideológica, donde hay grupos de personas como los que critican virulentamente al videojuego Estellar Blade sólo porque su protagonista está demasiado sexualizada. Sin embargo, estos mismos grupos son los que un año antes aplaudían hipócritamente a juegos como Baldur’s Gate 3, a pesar de que contiene una escena explícita de bestialismo (sexo con animales). Estos son los tiempos en los que vivimos.

Lo primero que quiero aclarar es que el personaje del esclavo Moros no es homosexual ni bisexual. Moros es un esclavo que es tratado como un objeto, pero ha llegado al punto de abrazar la naturaleza depravada de sus amos y la ha hecho suya. En pocas palabras, es un pervertido en el auténtico sentido de la palabra.

Por otro lado, el veterano Patros no es en absoluto homofóbico. Si lo fuera, habría matado a Moros cuando se le acercó, incluso antes de que este le hablara. De hecho, podríamos decir que el anciano general demostró una increíble amabilidad al escucharlo durante tanto tiempo.

Lo sé, esta declaración puede parecer extrema, pero es importante recordar que la sociedad en la que vive Patros está inspirada en el mundo antiguo precristiano. En esa época, estaba profundamente arraigada la creencia de que existían personas que nacían con una naturaleza superior a la de otras. Esta superioridad se manifestaba de muchas formas, pero la más evidente era durante la guerra: luchando, obteniendo la victoria y, por supuesto, estando dispuesto a morir antes que aceptar la derrota.

Los esclavos, generalmente, eran personas de las clases no guerreras que acababan siendo capturadas, y se asumía que eran inferiores por el simple hecho de no haber elegido la muerte antes que la sumisión. Por supuesto, también existían casos de personas que se volvían esclavas por haber cometido crímenes o por deudas, pero en general se asumía que los esclavos eran de una estirpe inferior.

Patros es el tipo de hombre que se hizo a sí mismo, como se suele decir. Comenzó como mercenario y, a punta de luchar durante toda su vida, consiguió llegar a ser uno de los principales caudillos militares de una de las ciudades-estado más poderosas en Etolia.

Moros, en cambio, nunca eligió otra cosa que no fuese la sumisión en todas las formas habidas y por haber. No es extraño, entonces, que el viejo general considere a Moros como la absoluta antítesis de lo que debe ser un hombre, más aún teniendo en cuenta que el esclavo es utilizado como juguete sexual tanto por hombres como por mujeres.

Recuerdo cuando en mi país comenzó un debate sobre si se debería legalizar la prostitución. Cabe agregar que en sí no es ilegal que una persona se venda sexualmente en Perú, lo que es ilegal es que un tercero lucre con ello, es decir, el proxenetismo. Pero había un congresista que deseaba crear una zona oficial para que se practicase la prostitución y el argumento que esgrimía era que, al fin y al cabo, la prostitución era un trabajo y debería tener ciertas protecciones por parte del estado, como todos los trabajos.

Por aquel tiempo, yo era bastante joven, lo que también implica que era bastante ingenuo. Así que tenía una opinión ligeramente a favor hasta que un día tuve la oportunidad de conversar con una antigua prostituta que se había reformado y dejado esa vida. Ella me dijo, con lágrimas en los ojos, que aunque muchos se referían a la prostitución como una forma de hacer dinero fácil, esta declaración era una total mentira: - Nunca es “dinero fácil” - me dijo -. Solo es “dinero rápido”. No tienes idea de la cantidad de lágrimas, asco y desesperación que hay detrás. -

Esas palabras se me quedaron grabadas para toda la vida. A partir de ese momento, me opuse a cualquier forma de legalización de esta actividad. Y uno de los mejores argumentos que más tarde encontré contra todos aquellos que intentan venderlo como “un trabajo” es el siguiente: Si realmente es un trabajo, entonces no tienes nada de qué avergonzarte. Siendo así, ¿le recomendarías a tu hija que se volviese una profesional en dar servicios sexuales? ¿Hablarías con orgullo de ello en las reuniones familiares? No, porque te daría vergüenza, y te daría vergüenza porque no es ningún trabajo. Es un crimen contra uno mismo, generalmente debido a la desesperación.

Naturalmente, uno podría argumentar que Moros no ha tenido ninguna opción en este asunto, porque después de todo es un esclavo y no puede resistir. El problema es que Moros no solo ha aceptado su triste realidad, sino que la busca activamente y hasta presume de ello con malicia. Patros se da cuenta de esto, y es por eso que le causa tanta repulsión. Moros no solo es un inferior por ser esclavo, sino que además se prostituye activamente y encima es insolente con su señora. Todo esto nos revela que Moros en realidad es una persona maliciosa y ridículamente presuntuosa. Incluso si temía morir, jamás debió considerar la posibilidad de seducir sexualmente a Patros. A pesar de ser un esclavo, está tan lleno de sí mismo que resulta desconcertante. Y al final, ocurre lo que tiene que pasar.

Creo que esta sería la única parte del capítulo que requiere algún tipo de explicación. El resto se entiende por sí solo. Espero que hayan disfrutado especialmente la humillación de Ilo Tros, porque realmente quería que fuese satisfactoria, pero sin llegar a matarlo todavía.

Vi algunos memes que sugerían una escena en la que el imprudente hijo de Patros se queda mirando mientras Elena y Bryan comparten un momento ardiente, pero de una naturaleza diferente a la que hemos visto hasta ahora. Confieso que me dio risa. Sin embargo, no soy fan de ese tipo de historias y no tengo intención de escribir algo así.

No pienso criticar los gustos de nadie, pero simplemente no entiendo el género Netorare que parece estar de moda últimamente, juzgando por la cartelera de Tumangaonline. No comprendo exactamente qué tiene de entretenido regodearse con el dolor y la humillación de otra persona. Personalmente, he sufrido un par de decepciones amorosas, aunque afortunadamente ellas tuvieron la decencia de terminar conmigo antes de iniciar una nueva relación. Quizá sea por eso, pero simplemente, no encuentro ningún tipo de diversión morbosa en ver o leer sobre el dolor de un amante despechado, salvo que esto sirva como base para un evento más importante, como una épica venganza, o sea parte de una canción triste.

Lo que sí puedo entender, en un sentido más primario y sin tener en cuenta la moralidad, es la fantasía de ser uno quien robe a la mujer a un enemigo acérrimo; eso sí, siempre y cuando esta sea una mujer hermosa. Pero no se me ocurre por qué escribiría una historia desde el punto de vista de un cornudo que solamente se deja humillar, sin hacer algo al respecto. No creo que me saldría bien escribir algo así, al igual que no soy bueno con las historias trágicas ni con las historias distópicas.

Por último, quiero disculparme por la falta de imágenes en este capítulo. Por alguna razón, las IA no parecen ser muy eficientes para generar adecuadamente las armaduras romanas y griegas, ni tampoco colocarlas en el contexto correcto. Al final, pasé horas tratando de generar la imagen de la derrota de Ilo Tros, y ese fue el único éxito real que obtuve.

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Cuál fue tu parte favorita? ¿Te gustó la narración de los eventos del primer encuentro entre Bryan y Elena desde la perspectiva de los Lictores? ¿Qué opinas sobre el enfrentamiento entre Patros y la vieja Apateia? ¿Crees que Ameles y Bellota lograrán sacarla de ahí? ¿Qué te pareció el intercambio y desenlace entre Patros y Moros? ¿Qué opinas en general sobre cómo Patros logró sacar a su ejército de ahí? ¿Te gustó la forma en que narré la retirada de Ilo Tros? ¿Qué opinas en general sobre los eventos representados en este capítulo? ¿Te gustó la imagen final?

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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!