330 Perversión, Orgullo y Arrogancia

Ciudad Estado de Helénica:

Las murallas del palacio se alzaban majestuosamente hacia el cielo, dando la sensación de que la estructura había sido erigida con la misma luz del sol de mediodía. Para intensificar este efecto, el arquitecto decidió emplear dos tipos de piedras diferentes en la construcción: un núcleo de granodiorita extremadamente resistente, que proporcionaba una defensa sólida como la roca misma; y un revestimiento exterior de piedra caliza blanca, pulida con esmero hasta lograr un resplandor suave. Entre ambos materiales, dentro de la misma argamasa, se colocaron talismanes y artefactos encantados que convertían al palacio en un bastión seguro y protegido.

Todo esto, por sí solo, era impresionante, pero la verdadera genialidad del constructor se apreciaba en cómo había utilizado la óptica y las matemáticas para crear una estructura que rozaba lo místico. El palacio se erigía sobre un peñón pronunciado en la ciudadela de Helénica por razones estratégicas, asegurando que los enemigos solo pudieran atacar desde una única dirección. Esta concepción táctica se remontaba al pasado primitivo de Helénica, antes de que su prosperidad y sus formidables defensas hicieran casi impensable que el palacio del gobernante fuera objeto de constantes asedios. El arquitecto respetó este principio, pero se aseguró de diseñar la estructura actual de manera tan impecable, teniendo en cuenta la distorsión óptica, que el palacio entero daba la impresión de estar flotando en el aire y nadie que lo viese experimentaba la sensación de vértigo que cualquier otra disposición habría provocado. Además, aunque el edificio era enorme, se adaptaba tan bien al terreno irregular sobre el que estaba construido, que no provocaba una sensación de incomodidad, sino que parecía perfectamente proporcionado.

Los muros y columnas del palacio estaban adornados con una amplia variedad de relieves elegantes y esculturas que representaban escenas históricas y mitológicas de la ciudad. Cada una de estas obras resaltaba el orgullo del guerrero hoplita. Había frisos enteros que mostraban procesiones de helénicos heroicos y arrogantes marchando hacia el combate sin el menor miedo ni vacilación.

Magnífico”, pensó Ilo Tros con una sonrisa complacida mientras se detenía un momento para apreciar el edificio. Detrás suyo, toda una comitiva de guerreros y funcionarios militares que lo seguían desde Ilión también asintieron con aprecio, aunque se notaba que no se sentían a gusto al reconocer la belleza del lugar.

La ciudad de la cual provenían era famosa entre las ciudades estado de la Liga Etolia por poseer las defensas más fabulosas de todas: nada menos que una triple muralla fortificada protegía su ciudad de cualquier ataque enemigo. Ni siquiera la poderosa Micénica tenía el poder para forzar la entrada de su ejército contra uno de sus muros, y mucho menos contra los tres.

Por lo tanto, Ilión era el bastión más inexpugnable de la región y, en cierto modo, la ciudad más segura cuando se trataba de resistir ataques enemigos. También era por eso que se convirtió en la más rica de todas, pues su ubicación la convertía en el lugar ideal para que los comerciantes quisieran realizar sus actividades.

Pero esta seguridad y prosperidad habían tenido un efecto negativo en su población. Los ilienses abrazaban los ideales del héroe guerrero, como todos los demás etolios, pero no los vivían ni los seguían con tanta rigurosidad. Incluso preferían utilizar su riqueza para contratar mercenarios que lucharan en lugar de ellos. El motivo eran los muros: todos los ilienses sabían que, incluso si perdían una gran batalla, siempre podían refugiarse dentro de Ilión, cerrar las tres puertas y esperar a que pasara la tormenta. No solamente el Imperio Itálico, sino que todas las ciudades estado de Etolia en algún momento habían intentado superar aquellos muros, pero todos habían fracasado al final.

En todas las otras ciudades ser un hoplita era algo obligatorio, hasta el punto de que este término era considerado un sinónimo de la palabra ciudadano. Pero sólo para los ilienses ser guerrero era considerado algo opcional. Aunque eran una potencia militar y mantenían un ejército poderoso, esa era solo una de sus muchas prioridades, no la principal como en el resto de ciudades. En particular, el arte y la belleza se habían convertido en el deleite favorito de los ilienses, que valoraban más una pintura o una escultura que cualquier espada o armadura. Todavía mantenían la tradición de que su líder fuera el combatiente más poderoso de la ciudad, pero también era muy importante que sus gobernantes tuvieran buen ojo para las artes, tocaran la lira y recitaran poesía… a pesar de que esto no fuera por sí mismo un requisito para ser un buen político.

Otra consecuencia de este estilo de vida era que los ilienses tendían a ser hedonistas, entregándose sin dudarlo a los placeres más exóticos sin pensar demasiado en las consecuencias. Además, eran algo narcisistas: todos creían firmemente que Ilión era la ciudad más hermosa de todo el mundo. Por eso, aunque el palacio de Helénica era impresionante, había una cierta resistencia en los corazones de todos a reconocer que este edificio pudiera competir en elegancia con los suyos.

Pero si había una persona que encarnaba mejor todo lo bueno y malo que Ilión tenía que ofrecer al mundo, ese era Ilo Tros, un poderoso Gran Caballero experto en el combate con espada larga. Esto era algo inusual en Etolia, ya que los hoplitas generalmente usaban lanzas y combatían con la formación de falange, pero Ilo pensaba que la espada era más hermosa, así que se especializó en su uso por esa razón. Sorprendentemente, aunque no llegaba a ser el mejor, su habilidad con aquella arma no era nada despreciable y, si a eso se le añadía el poder de su Aura de Batalla, Ilo Tros resultaba ser un adversario formidable.

Además, Ilo Tros era un ejemplar bastante impresionante del género masculino. En principio, sobresalía por su altura, notablemente superior a la media de los etolios, la cual se veía reforzada por su físico imponente. Sus rasgos faciales eran afilados, con una mandíbula cuadrada y cejas prominentes, que solían fruncirse para expresar desdén o desagrado. Lucía una radiante cabellera con rizos dorados que brillaba a la luz del día, confiriéndole la apariencia de un hijo del sol; y se acicalaba rigurosamente para asegurarse de que ni un solo cabello suyo estuviera fuera de lugar.

Cuando abría los labios en público, las mujeres suspiraban de emoción. Ilo Tros era capaz de improvisar versos y melodías sobre la marcha con una facilidad envidiable, adaptándose a cualquier situación con un ingenio encantador que inmediatamente atraía la atención de todos hacia él. Además, acompañaba sus palabras con risas juguetonas y risueñas como si constantemente estuviese disfrutando de algún chiste privado, las cuales resultaban contagiosas hasta el punto de provocar que las conversaciones más serias pareciesen un juego para él.

Ilo Tros, gobernante de la ciudad de Ilión

Pese a toda su belleza, lo primero que despertaba Ilo Tros en los hombres experimentados que lo veían eran sentimientos de alerta. Su mirada era fría, penetrante y, sobre todo, calculadora. Cuando observaba a alguien, parecía que todo el tiempo estuviese evaluando su valía y determinando su utilidad para sus propios fines. También era evidente a simple vista que se trataba de un hombre caprichoso, pero hasta qué grado, eso era un misterio que las personas generalmente no deseaban averiguar. Daba demasiado miedo hacerlo.

Su círculo interno sí que lo sabía bastante bien. Ilo Tros era un depravado impredecible sin ningún tipo de escrúpulos o parámetros morales, que persistía en obtener sus caprichos como el más severo juez persevera en condenar a un criminal o el mejor comandante en obtener la victoria. Para lograr lo que quería, no le importaba cuánto tuviese que pagar, qué tuviese que destruir o a cuántos tuviese que matar. Desafortunadamente para los ilienses, el poder era uno de los antojos de Ilo Tros, en la medida en que le permitía obtener muchos más. Y demostró ser bastante talentoso a la hora de deshacerse de cualquiera que pudiese amenazar su posición como supremo gobernante de Ilión.

- ¡Muévanse! -  Ordenó Ilo Tros sin siquiera mirar a los que lo seguían, y continuó avanzando hacia el interior del palacio.

De ese modo, la comitiva reanudó el paso e ingresó a un atrio parcialmente cubierto y tan bellamente decorado que los envolvió a todos en una atmósfera de majestuosidad. Un alto techo abovedado se alzaba sobre ellos, sostenido por elegantes columnas de mármol que parecían querer elevarse hasta alcanzar el cielo, y cada una de ellas estaba decorada con hermosos relieves geométricos.

Atrio del palacio de Helénica

Al llegar al final de aquella bóveda, se encontraban en un amplio espacio circular porticado que se abría hacia un cielo azul claro, iluminando así las anchas escaleras, flanqueadas por balaustradas de mármol finamente talladas, que llevaban hacia las puertas del Salón del Trono. Naturalmente, había una gran cantidad de soldados hoplitas montando guardia en distintos puntos y vigilando cada uno de sus movimientos, pero afortunadamente ninguno de ellos intentó interrumpir el paso de la comitiva.

Entonces, Ilo Tros hizo una pausa justo frente a las imponentes puertas para apreciar el corazón de aquel majestuoso decorado. Flanqueando la entrada, se alzaban dos columnas grandiosas, cuyos fustes y capiteles brillaban con un resplandor dorado tan exquisito que parecían impregnados con la misma luz del sol. Estas columnas sostenían un entablamento de mármol finamente tallado, que se curvaba elegantemente para formar un arco de medio punto, como si aquel lugar fuese el umbral de acceso al reino de los dioses.

Dentro de este arco, una figura imponente emergía con una magnificencia que robaba el aliento a cualquiera que la contemplara: un ave fénix, esculpida en bronce dorado, extendía sus alas desde lo alto hacia el suelo, como si quisiera abrazar la entrada al salón del trono. Cada detalle del fénix había sido meticulosamente labrado por los orfebres y escultores con una precisión milimétrica para transmitir la sensación de que en cualquier momento podría cobrar vida.

Lo más impactante era la ilusión creada por la disposición de la escultura del fénix. Inicialmente, parecía como si el espectador estuviera observando al ave legendaria descendiendo desde lo alto, ya que el pico apuntaba hacia el suelo, siguiendo la línea de la puerta, al igual que las alas. Sin embargo, de algún modo, la cabeza parecía observar directamente al espectador, una sensación que se reforzaba porque la cola se desplegaba en un impresionante abanico de plumas que se elevaba hasta llegar al arco de mármol del entablamento sobre ellas. Era como si el artista hubiera querido representar, en una sola obra, dos puntos de vista completamente diferentes que se fusionaban en uno solo.

Las propias puertas dobles, enmarcadas por las alas extendidas del fénix, eran una obra maestra de la artesanía que combinaban madera y bronce. Talladas con relieves que simulan plumas, estas puertas dobles emanaban una sensación de poder y misterio, como si estuvieran guardando secretos ancestrales detrás de ellas.

En conjunto, toda la entrada hacia la sala del trono era una obra maestra arquitectónica y escultural que cumplía la misión de transmitir un sentimiento de grandeza mayestática, en la que el poder y la belleza se entrelazaban en una danza eterna.

Las Puertas del Fenix

Después de apreciar el arte de la entrada por unos momentos, Ilo Tros sonrió. No se trataba del gesto que utilizaba en público, sino uno muy diferente y también bastante singular. No era como la sonrisa oportunista de Lawrence, la pícara del bandido Chéster, la intimidante de Cándido o la seductora y peligrosa sonrisa de Bryan. No. La sonrisa de Ilo Tros era francamente siniestra, excesivamente estirada, demasiado rígida y mostraba sus colmillos más largos que el resto de sus dientes.

El gesto se volvía aún más aterrador por la belleza natural que generalmente lucía el rostro de Ilo, produciendo una sensación semejante a estar observando un paisaje sereno y que repentinamente un rayo cayera para destruir horriblemente el entorno. Para empeorar aún más la inquietud de quienes lo veían sonreír, la mirada de Ilo también sufría una especie de metamorfosis, en la que de pronto se combinaban tanto el infantilismo de un niño que está a punto de saborear un caramelo como el ansia depredadora de un felino hambriento que acecha una presa desde la espesura.

Quienes lo seguían se estremecieron y tuvieron ganas de suspirar, pero consiguieron reprimirse. Todos los que conocían bien a Ilo Tros entendían el significado de aquella sonrisa: era la señal de que estaba cerca de llevar a cabo algo relacionado con su obsesión más reciente. Y si por ventura a alguno de ellos se le ocurría hacer o decir algo que pudiese interpretarse como un obstáculo para ese deseo en particular, tendrían suerte si únicamente eran ejecutados.

Las puertas doradas finalmente se abrieron, permitiendo que la comitiva ingresara a un gran salón donde cada piedra, detalle o decoración parecía ser testamento de la grandeza de Helénica y la gloria de sus antepasados guerreros. Las paredes del salón estaban revestidas con relieves intrincadamente tallados que narraban las hazañas de los héroes que habían gobernado Helénica a lo largo de los siglos. Hileras de nichos contenían esculturas en mármol, tan realistas que parecían a punto de cobrar vida. Y múltiples tapices cuidadosamente bordados representaban escenas de valentía en el campo de batalla, estrategias militares ingeniosas y momentos de triunfo que habían asegurado la supremacía de Helénica sobre sus enemigos.

En el centro del salón, sobre un alto pedestal de mármol, se encontraba el trono del Arconte, una imponente obra de arte labrada en bronce y madera, adornada con símbolos de poder y autoridad. Flanqueando el trono, se alzaban estandartes con los emblemas de las familias principales que durante siglos se disputaron el poder en la ciudad. Sin embargo, en ese momento muchos de ellos habían sido retirados debido a que los clanes en cuestión fueron recientemente exterminados. En su lugar, ondeaba orgullosamente el estandarte de la Casa Teia, considerablemente más grande que los demás.

Sentada en ese mismo trono, en el corazón de aquel salón rebosante de historia y tradición militar, se encontraba Elena Teia, Arconte de la Ciudad Estado de Helénica. La hermosa Archimaga de Fuego era el único elemento que parecía fuera de lugar en aquel ambiente en donde claramente se reforzaba la idea de que el gobierno debía estar en manos de un varón poderoso en las artes del combate y en el uso del Aura de Batalla.

Elena comprendía esto mejor que nadie. Por ello, en un claro intento por mitigar el impacto que su género implicaba ante los ojos de su pueblo, la hermosa Archimaga de Fuego ordenó que le forjaran una magnífica armadura a medida, tratando de emular, en la medida de lo posible, la fortaleza y la dureza hoplítica que los helénicos esperaban de su líder. Lamentablemente, no había forma de que consiguiera el efecto que ella deseaba debido a la incomparable belleza de sus facciones: cabellos carmesíes caían sobre sus hombros como una cascada de fuego, enmarcando un rostro que parecía esculpido por las mismas ninfas. Sus ojos, de un azul intenso, como si reflejaran la misma energía que ardía en su interior, daban testimonio de la inteligencia y determinación que guiaban cada una de sus decisiones. Además, se podía apreciar con claridad una chispa de desafío casi omnipresente en su mirada, una llama que no se apagaría ante la adversidad ni ante cualquiera que se atreviese a menospreciarla en lo más mínimo. Por supuesto, Elena Teia también poseía una dosis de altanería e incluso arrogancia, pero una que parecía perfectamente justificada dado el poder que había conseguido conquistar a tan corta edad.

Y aunque era cierto que la presencia de Elena Teia contrastaba demasiado con aquel salón, eso también tenía un aspecto positivo. La Archimaga de Fuego se destacaba en el trono como un oasis en medio del desierto, como la única flor en la cima de una montaña rocosa, como un diamante en medio del granito. Poseía una figura esbelta y bastante atlética, contrario a lo que normalmente se esperaría de un mago. Su porte era regio y seguro, cada gesto suyo irradiaba una confianza innata en sí misma y en sus habilidades. La armadura que vestía resaltaba su juventud, vitalidad y su determinación de enfrentar cualquier desafío que se interpusiera en su camino hacia el poder y la gloria. Además, irradiaba un atractivo sexual innegable. Ni siquiera las placas podían disimular del todo la sensualidad de su figura, en realidad, las realzaban. Elena nunca lo sabría, pero el artífice encargado de forjarla se había enamorado perdidamente de ella en el momento en que la vio, y por eso se aseguró en secreto de que su obra enfatizara los rasgos más seductores de su figura, como sus pechos o su delgada cintura.

En resumen, sentada en su trono, Elena Teia se veía como una joya inalcanzable e imposible de obtener. Una auténtica princesa de las llamas, tanto en cuerpo como en espíritu, que solo podía ser admirada y jamás tocada.

Elena Teia sobre su trono

Precisamente por esto era que Ilo Tros estaba completamente obsesionado con poseerla y ser el único que pudiese ser su dueño. La idea de tenerla completamente sometida, como un hermoso pájaro enjaulado que respondía únicamente a su voluntad, le provocaba a Ilo Tros una euforia como nunca antes había experimentado. A pesar de que esto solo eran sus fantasías, Ilo Tros no podía evitar imaginar el placer que le causaría ver esa orgullosa expresión derretirse lentamente ante sus embates, hasta que finalmente se transformara en una dulce agonía de éxtasis en el instante decisivo en que marcase para siempre el interior de su cuerpo como su propiedad.

El calor en su miembro viril provocó que despertase de su ensueño. Ya se había encargado de ocultar su desagradable sonrisa antes de entrar, pero ahora necesitaba asegurarse de adoptar los modales de un perfecto aristócrata, al menos por el momento. Era imperativo iniciar el saludo protocolar. Sin embargo, inconscientemente se detuvo un momento mientras inhalaba profundamente, esperando oler la fragancia de aquella mujer que lo contemplaba desde el trono, aunque luego no pudo evitar maldecir la presencia de los quemadores de incienso que perfumaban la estancia.

- Saludos, Arconte Elena, señora de la Casa de Teia - Dijo finalmente, inclinándose levemente para mostrar respeto al gobernante de la ciudad.

- Saludos, noble Ilo de la casa de Tros, señor de la Ciudad de Ilión - Respondió Elena Teia con una sonrisa adorable, aunque luego lo miró entornando los ojos: - ¿Puedo saber a qué debo su visita? Creo que acordamos que nos encontraríamos en el punto de reunión antes de la batalla. Mis ejércitos se están congregando en este momento precisamente por este motivo - Una ligera sonrisa encantadora, aunque con un matiz de exasperación asomó en sus delicados labios: - En estas circunstancias, es un poco sorprendente ver al líder de nuestros aliados aquí presente. -

Lo que Elena estaba insinuando sutilmente era algo como: "¿Qué estás haciendo perdiendo el tiempo aquí, estúpido, cuando deberías estar ocupándote de movilizar a tu ejército?"

Y la verdad es que, si cualquier otro hubiera hecho la misma insinuación a Ilo Tros en Ilión, ya estaría siendo despellejado vivo. Pero el enamorado insensato simplemente mostró una sonrisa ensayada frente al espejo durante horas y respondió: - Mis asesores militares ya están preparándose para movilizarse. Mi motivo para estar aquí es contemplar tu hermoso rostro antes de partir con el ejército, pues estoy convencido de que eres la diosa de la fortuna en esta guerra. - Se adelantó unos pasos y giró levemente para mostrar su armadura dorada: - ¡Observa esta coraza que mandé hacerme especialmente para dejar claro ante los dioses y los hombres que Ilo Tros es tu principal aliado y que no dudaré en enfrentarme a todo el mundo mientras luche a tu lado! -

Ilo Tros llevaba puesta una indumentaria elegante y sumamente decorada que reflejaba su estatus como gobernante, algo muy común en todas las Ciudades Estado. Normalmente, los hoplitas más pudientes se hacían forjar armaduras que imitaban el torso desnudo de un hombre con detalles que resaltaban los pectorales y abdominales, esta era la llamada coraza muscular. Sin embargo, los líderes y comandantes generalmente lucían en sus armaduras a modo de emblema el símbolo de la deidad local o de la bestia guardiana de su ciudad, si la tuviesen. En el caso de Ilión, la criatura en cuestión era un jabalí de gran tamaño con un pelaje indestructible llamado Calidón, aunque hacía mucho tiempo que esta bestia legendaria no se manifestaba ni reconocía el Pacto con ninguno de los hoplitas ilienses, ni siquiera el propio Ilo Tros. Pero, aunque fuese por tradición, se esperaba que él llevase una panoplia con relieves que lo representasen.

Sin embargo, en esta ocasión Ilo estaba luciendo una armadura con un intrincado relieve que representaba las plumas de un fénix, la bestia guardiana de Helénica. Aunque solo fue por una fracción de segundo, Elena Teia notó cómo los ojos de la comitiva que seguía a Ilo se fruncían ligeramente por la rabia contenida, aunque inmediatamente lo disimularon. Por su parte, el gobernante de Ilión estaba completamente desentendido del sentir de sus hombres, pero incluso si lo hubiera notado no podría importarle menos lo que ellos pensaban ni tampoco le interesaba el honor nacional. Ilo Tros solo quería asegurarse de transmitir dos mensajes usando aquella armadura.

El primero, que solamente él era su campeón destinado. Se trataba de una declaración de amor bastante elegante y cara, pero no era algo demasiado inusual.

Sin embargo, el hecho de que deliberadamente usara el símbolo de la ciudad de Helénica en lugar del emblema de la casa de Teia, implicaba un segundo significado, mucho más sutil. La armadura simbolizaba a la propia Arconte de Helénica y también era una declaración de que Ilo Tros deseaba “vestirla” o “introducirse en ella” del mismo modo que hacía con la panoplia. Naturalmente, esto no era tan evidente y de hecho, Ilo Tros esperaba que ella no se diera cuenta en ese momento, pero en el futuro planeaba usar su reacción como un medio de presión para forzar un matrimonio. Por ese motivo, sus ojos y oídos estaban muy atentos a la respuesta de Elena.

- ¡Qué gallardo! - Exclamó la Archimaga de Fuego con una sonrisa tan adorable que pareció hacer resplandecer aún más el salón del trono. El desafío en su mirada y sus maneras altaneras desaparecieron en un instante. De pronto, Elena Teia se había convertido en una joven completamente inocente y correcta: - ¡Definitivamente jamás hubo un aliado más seguro y confiable que Ilo Tros de la ciudad de Ilión! Ahora estoy absolutamente convencida de que el éxito en nuestra empresa es seguro, porque tú estás peleando a mi lado. -

Esas últimas palabras, empleando un lenguaje personal, sonaron como música en los oídos de Ilo Tros, quien tuvo que hacer esfuerzos monumentales para que su auténtica sonrisa no se manifestara. En lugar de eso, se adelantó unos pasos hasta la base del trono y se arrodilló galantemente, en un gesto que claramente proclamaba a los cuatro vientos que Ilo Tros era el caballero personal y más devoto de Elena Teia.

Luego, extrajo un tesoro deslumbrante y se lo ofreció: se trataba de una rosa de cristal encerrada en una urna cúbica transparente. La delicadeza de cada uno de sus pétalos parecía capturar la esencia misma de la belleza, mientras que el envase que la contenía le confería un aura de protección y misticismo.

No se trataba de una flor natural, sino un meticuloso producto de la alquimia, que irradiaba un brillo etéreo generado en su propio núcleo, como si estuviera viva a pesar de su naturaleza artificial. La rosa de cristal había sido modelada con una precisión asombrosa para imitar no solo la forma en plena floración, sino también los delicados matices deliberadamente escogidos para emular el color de los cabellos de la mujer a la que estaba destinada, Elena Teia. Cada detalle, desde los tonos cálidos hasta los reflejos resplandecientes, evocaba la imagen de la mujer que ocupaba el corazón de este hombre obsesionado.

 El costo de este objeto debía ser incalculable, tanto en términos de recursos materiales como en el inmenso esfuerzo alquímico requerido para crear algo tan exquisito. La rosa parecía pertenecer a otro mundo, imbuida de una gracia y una belleza que trascendían lo terrenal. Y así, encerrada en su urna de cristal, era un testamento de los intensos sentimientos que Ilo Tros sentía por Elena Teia.

No se trataba de una flor natural, sino un meticuloso producto de la alquimia, que irradiaba un brillo etéreo generado en su propio núcleo, como si estuviera viva a pesar de su naturaleza artificial...

- Presento a la luz de tus ojos un tesoro que refleja la belleza de tu alma: ¡Una rosa de cristal, cuyo brillo etéreo palidece ante tu resplandor! -

Este impresionante regalo dejó atónitos a todos en el salón: guardias, sirvientes y esclavos por igual. Incluso la propia comitiva que seguía a Ilo Tros reaccionó con asombro, pues aparentemente ninguno de ellos tenía idea de que su gobernante hubiese obtenido un artículo tan asombroso y que seguramente era demasiado valioso para ofrecerlo como obsequio. Aquella rosa debería formar parte del tesoro de la ciudad y no ser entregada como una ofrenda amorosa, menos aún a una mujer extranjera. Sin embargo, el miedo que sentían hacia Ilo Tros estaba profundamente grabado en sus corazones, y aunque todo su ser temblaba de ira, ninguno se atrevió a decir una palabra al respecto.

- ¡Qué maravilloso regalo! - Respondió Elena, mirando a Ilo Tros con ojos resplandecientes como los de una doncella emocionada. Entonces hizo un gesto a una de las sirvientas para que recibiera el regalo por ella y se lo entregase. Por un instante, el gobernante de Ilión frunció el ceño, ya que no le gustó que la hermosa Archimaga de Fuego no se levantara ella misma para tomarlo de sus manos, a pesar de que él se acababa de arrodillar ante ella para ofrecérselo. Sin embargo, la sonrisa que Elena mostró cuando tuvo el regalo entre sus manos fue tan encantadora que borró cualquier objeción que pudiera haber en la mente de aquel joven enamorado.

- ¡Jamás permitiré que se aparte de mi lado! - Declaró Elena con un gesto adorable mientras acunaba la urna delicadamente en su regazo: - ¡Y será por siempre un recordatorio de mi más querido amigo y aliado! -

- Nada podría hacerme más feliz. - Exclamó Ilo Tros extremadamente complacido mientras se ponía de pie y saludaba: - Ahora debo retirarme para unirme a las tropas que partirán a nuestro punto de encuentro. Espera por mí. ¡Pronto te ofreceré como regalo la cabeza de Atreo Mikel en una bandeja de plata! -

- Confió en ti y sé que puedes hacerlo. - Contestó Elena mirándolo con expresión soñadora.

Tras intercambiar unas cuantas frases más de cortesía, el gobernante de Ilión finalmente se despidió y abandonó la estancia. En cuanto salió del perímetro del palacio, aquella sonrisa tan peculiar suya volvió a manifestarse. La comitiva que lo acompañaba sabía que en ese momento su líder estaba en un mundo de ensueño del cual no debían despertarlo, o podría haber serias consecuencias. Pero cuando finalmente Ilo Tros regresó a sus sentidos, uno de los miembros más veteranos que lo acompañaban y que también era el más anciano, se atrevió a decirle: - La Arconte Elena no recibió el regalo directamente. Solo fingía estar complacida y realmente no se ha comprometido contigo. -

Todos contuvieron la respiración. Las palabras del veterano eran sensatas y estaban llenas de sentido común. Lo normal sería que un gobernante se mostrase agradecido por recibir tan buen consejo. Pero Ilo Tros era un hombre demasiado impredecible y era imposible saber si reaccionaría premiando a su funcionario con una mansión lujosa o si le aplastaría el cráneo ahí mismo con su Aura de Batalla.

En esta ocasión no fue ni una ni la otra.

- Yo ya sé eso, viejo imbécil. ¿En verdad tienes que fatigar mis oídos diciéndome algo tan evidente? - Respondió Ilo Tros mirándolo de reojo. - ¿Cuántas mujeres no he desflorado y a cuántas altaneras he domesticado? ¿Crees que no entiendo el corazón femenino? -

- Pero entonces… ¿por qué le diste aquel regalo tan caro? -

- ¿Eso es lo que te preocupa? - Inquirió Ilo Tros mirándolo con desprecio. - ¡Eres más estúpido de lo que creía! Te mataría ahora mismo si no fueses tan bueno en la contabilidad que detesto. - Entornó entonces los ojos antes de continuar, y todos supieron que no estaba bromeando: - Ese regalo, junto con los otros, los recuperaré todos cuando Elena Teia sea mi mujer. ¡Entonces toda la ciudad de Helénica y su riqueza me pertenecerán! -

- Pero si ella no se compromete… -

- ¡Tú no sabes nada sobre seducir, por eso sigues siendo fiel a tu esposa a pesar de que ella ya te ha puesto los cuernos con media ciudad! - Exclamó Ilo Tros con una sonrisa burlona y disfrutó viendo la rabia del consejero.

Las cosas no eran exactamente así. La esposa del consejero era una mujer mucho más joven y aún bastante hermosa, por eso el propio Ilo Tros decidió divertirse con ella. Su esposo lo permitió porque le pareció un modo de ascender rápidamente y obtener el puesto que actualmente tenía. No era algo inusual que algunos hombres usaran a sus esposas de esta forma, aunque nadie disfrutaría admitiéndolo. Pero lo que nunca imaginó aquel consejero fue que Ilo Tros no se limitaría a acostarse un par de veces con su mujer, sino que la invitó a participar en las orgías privadas que organizaba, donde participaban muchos hombres importantes de la ciudad de Ilión.

Al final, la esposa del consejero se aficionó mucho a los placeres carnales y terminó volviéndose una auténtica ninfómana que se volvió famosa entre los jóvenes por ser de naturaleza insaciable. Cuando su marido finalmente se dio cuenta de lo lejos que habían llegado las cosas y del ridículo que caería sobre él, hizo todo lo que pudo para detenerla, pero descubrió que sus manos estaban atadas, pues su mujer acabó trabando algo parecido a una amistad con Ilo Tros y este le daba acceso libre para usar las habitaciones de su palacio cada vez que ella lo deseaba.

En cuanto a la fidelidad que mantenía con su esposa, esto no tenía nada que ver con el amor sino con su edad. El consejero ya no tenía la vitalidad necesaria ni el estado de ánimo como para buscarse una amante. Aunque no por eso dejaba de resentir que se burlasen de él por culpa de su mujer.

Ahora, el gobernante de la ciudad de Ilión miraba con expresión divertida cómo la cara de su consejero adquiría distintas tonalidades de rojo por la indignación. Una vez que estuvo satisfecho, comenzó a explicarle: - Elena es una fiera difícil de domesticar, única en su tipo y la mujer más hermosa de Etolia. Por eso es la mejor. ¿Acaso no me merezco a la mejor? -

Todos asintieron.

- Pero precisamente por eso, ella no cederá sin luchar. Los regalos que le entrego son parte de una preparación del terreno. Da igual si realmente no los quiere, lo importante es que los reciba. - Continuó Ilo Tros con una mirada astuta, y su sonrisa desagradable regresó: - A cambio me da promesas. Promesas que no piensa cumplir, por supuesto. Y yo dejaré que se acumulen sus promesas incumplidas mientras voy modificando la situación política a mi favor, forzándola a quedar en una situación en la que al final no tendrá más remedio que aceptar casarse conmigo. - Dejó de mirarlos y volvió la vista al frente, pero parecía que estuviese viendo algo más aparte del camino: - Entonces tendré la excusa perfecta para confinarla completamente. Quizá me odie por eso, no, mejor dicho, espero que me odie. Es mucho más divertido y fácil manipular el odio para transformarlo en amor. Además, ese orgullo de fiera que tiene, mermará mucho cuando ponga a un bebé mío en su vientre. ¡No puedo esperar a que llegue ese día! -

Finalmente, Ilo Tros acompañó esa sonrisa suya con una risa maníaca.

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- ¡Déjenme! - Ordenó Elena Teia, mirando a su alrededor con una expresión tranquila, pero con un tono que no dejaba espacio para ninguna réplica. Los guardias saludaron, los sirvientes se inclinaron, y todos juntos salieron apresuradamente del salón del trono.

En cuanto se encontró sola, Elena se puso de pie y su mirada encantadora se transformó en una de profundo desprecio, mientras las manos con las que sostenía la urna de cristal se llenaban de llamas mágicas, que calcinaron la rosa en su interior en cuestión de segundos. Como si eso no fuera suficiente, la Archimaga arrojó lo que quedaba del regalo junto con una bola de fuego hasta que estalló en miles de pedazos contra una pared del salón.

- ¡Desgraciado! - Exclamó con un tono de odio contenido mientras apretaba los puños para mantener su furia bajo control. Había necesitado de toda su fuerza de voluntad para no calcinar hasta la muerte a aquel bufón. Daba igual que fuese un Gran Caballero, porque mientras estuviese en Helénica le era posible matarlo con relativa facilidad. Pero todavía no podía hacerlo, se recordó a sí misma. Todavía lo necesitaba. Ella había repasado el plan de batalla muchas veces junto con sus generales y en cada ocasión llegaban a la conclusión de que, por sí sola, era imposible que Helénica derrotase a Micénica sin importar los trucos que usase. Por eso necesitaba al ejército de Ilión. Era necesario un escudo que le diera tiempo para poder poner en práctica su plan maestro.

Pese a saber esto, la sensación de desagrado no desaparecía. Daba igual cuánto intentase fingir, cada vez que Elena se encontraba con Ilo Tros se daba cuenta de que los ojos de ese hombre recorrían su cuerpo como si la estuviera lamiendo con la mirada. Elena estaba acostumbrada a ser el objeto del deseo sexual de muchos hombres, y aunque todos ellos le desagradaban, ninguno era tan asqueroso como aquel maldito narcisista, que encima se imaginaba siendo el más inteligente del mundo. ¿En serio creía que ella no se daba cuenta de su estúpida estratagema simbólica con su armadura?

Sin embargo, aunque odiaba reconocerlo, Elena tenía que admitir que admiraba el control absoluto que Ilo Tros tenía sobre su propio pueblo, algo de lo que ella carecía por completo. Bastaba que él lo dijese para que toda Ilión movilizase sus tropas. En cambio, Elena vivía teniendo que cuidarse de que la apuñalasen por la espalda y que el consejo cuestionase cada una de sus decisiones, pese a tener de su lado la influencia de su hermana. Era triste admitirlo, pero uno de los motivos por los que había podido llevar a cabo muchas de sus iniciativas era porque todos sabían que Ilo Tros la pretendía. De no ser por eso, jamás habría tenido que rebajarse a aceptar sus coqueteos desagradables.

Pero pronto terminará. ¡Si consigo el éxito en esta batalla puede que nunca más tenga que soportar los avances de ese malparido!” Se dijo Elena con convicción. El prestigio que le aportaría derrotar a Micénica sería inmenso y entonces podría respirar con un poco más de tranquilidad. Después, cuando Helénica se convirtiese en la líder indiscutible de la Liga Etolia, concentraría todos los recursos. Entonces tendría la oportunidad de obtener lo que necesitaba para superar sus límites y convertirse en una Gran Maga o incluso una Maga Divina.

Repentinamente, Elena Teia sintió una fuerte sensación de presión en la parte baja de su abdomen, como si un nudo se hubiera formado en su estómago. El dolor comenzó a irradiar rápidamente hacia su espalda y muslos, envolviéndola en una oleada de malestar. Maldiciendo en silencio, se inclinó ligeramente para intentar aliviar la incomodidad. Afortunadamente, no había nadie cerca para presenciar su angustia.

- La maldita Visita de la Luna. - Murmuró Elena con rabia y un dejo de desesperación, mientras luchaba por reprimir una expresión de dolor: - ¿Por qué tengo que pasar por esto una vez al mes? ¿Solo por ser mujer? ¡No quiero tener hijos nunca! ¡Por qué los dioses me habrán impuesto esta maldición! -

Para Elena Teia, la “Visita de la Luna”, que era un eufemismo para la menstruación, fue un asunto particularmente traumático. El día en que sangró por primera vez, su obsesionada madre comenzó a planificar su boda con el hombre que ella misma deseaba, mientras le administraba pequeñas dosis de veneno con la intención de que muriera después de la boda, pero antes de consumar el matrimonio. Con su padre ya fallecido, Elena se encontraba sin un protector a quien pudiese acudir cuando descubrió la conspiración. Sin más opción, tomó medidas extremas: acabó con la vida de su madre y su prometido en un incendio, para luego dirigirse directamente al templo y someterse a la prueba de la diosa. Todo esto ocurrió en el mismo año, cuando Elena apenas cumplía los catorce.

Ahora, cada vez que sentía la llamada de su reloj biológico, inconscientemente revivía los dolores provocados por el veneno que su madre le administraba, así como la sensación de profunda traición que sufrió. Esta combinación de dolor físico y emocional dejó una marca indeleble en su mente. Por este motivo, Elena evitaba discutir sobre este asunto con nadie, ni siquiera con otras mujeres, y no había aprendido los secretos femeninos para lidiar con esos síntomas.

- El mundo nunca me dejará olvidar que soy una mujer, y este pueblo mío tampoco lo hará, incluso si someto a todas las ciudades de Etolia. - Dijo Elena con una mirada fría, manteniéndose firme a pesar del dolor: - Por eso necesito poder. Un poder absoluto e incuestionable que me permita destruir a todos aquellos que intenten menospreciarme. ¡Les demostraré a todos que nadie puede superarme! Y aquellos que anhelaron mi destrucción se arrepentirán y vendrán de rodillas a suplicarme que los proteja: - Añadió con una sonrisa cruel: - Pero entonces les diré: No los necesito. ¡No necesito a nadie! ¡Yo misma me basto para obtener todo lo que quiero y proteger lo que amo! -

Con su determinación renovada, Elena Teia abandonó el salón del trono, y a su paso, cualquier fuego encendido, ya fuesen las velas de los candelabros, las antorchas o los fogones de las cocinas, toda llama parecía intensificarse repentinamente. Este fenómeno dejaba claro a todos el poder de su soberana y que en ese momento no estaba de humor para ningún tipo de desafío.

Primero se reunió con sus generales para conocer el estado del ejército. Le informaron que tenían reunidos y equipados a siete mil quinientos hoplitas, pero que todavía faltaban algunos que llegarían eventualmente de las ciudades aliadas de Helénica. Cuando todos se reuniesen, tendrían una fuerza de diez mil soldados.

- ¡Excelente, me gustan los números redondos! - Musitó Elena, y se marchó sin decir otra palabra. Esta vez se dirigió directamente a uno de los depósitos secretos de la ciudad, conocido solo por un selecto grupo de personas. Allí la esperaba un equipo de magos alquimistas extranjeros, provenientes de los reinos más allá de la cordillera, que trabajaban con una pequeña tropa de ingenieros militares.

- ¿Están listos? - Preguntó la Arconte con una mirada llena de expectativa.

- Lo están, Arconte Teia. - Respondió el más veterano de ellos con una sonrisa extremadamente emocionada: - Son las mejores obras que hemos producido nunca. -

- Más te vale que lo sean. Invertimos tres años de trabajo, miles de monedas gastadas en materiales y los generosos sueldos para todos ustedes. - Dijo Elena con un tono ligeramente peligroso: - Todo fue para este momento y espero que no me decepcionen. -

Frente a sus ojos había seis extraños artefactos que parecían carruajes gigantescos con cuatro ruedas que sostenían una intrincada armazón cuya función exacta era imposible de deducir a primera vista.

- Mientras tenga los proyectiles necesarios y los coloque en un terreno adecuado, le garantizo que no fallarán. ¡Apuesto mi vida en ello! - Declaró el líder de los alquimistas.

- Perderás algo más que tu vida si no es cierto. - Sentenció Elena Teia con una mirada despiadada, aunque luego sonrió: - Pero si realmente funcionan, no solamente tendrás tu peso en oro, sino que me aseguraré de que la fama de todos ustedes quede gravada para siempre en la historia de la Liga Etolia. ¡Su hazaña los volverá inmortales! -

El líder alquimista hizo una reverencia y se marchó a realizar los últimos ajustes antes de la salida. Mientras tanto, Elena Teia contemplaba las armas que con tanto esfuerzo y contra tanta oposición había finalmente conseguido obtener. Allí estaban, el símbolo de todo lo que había logrado. Los etolios despreciaban la magia y confiaban excesivamente en el poder de la falange hoplita. Pero ella les demostraría cómo la magia era capaz de hacer añicos aquella formación en la que tan seguros se sentían, y lo más hermoso es que sería el poder desatado por una mujer. No pudo evitar sonreír con arrogancia al imaginar las expresiones y el terror que muy pronto experimentarían los afamados hoplitas de Micénica, aunque luego por alguna razón se sintió bastante melancólica.

- Yo soy diferente de todos ellos. ¡Soy especial! - Murmuró en voz baja para sí misma, aunque luego su rostro se volvió inexpresivo como una máscara: - Es por eso que… no tienes otra opción que quedarte sola, Elena. -

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Ciudad Estado de Micénica:

En el medio de un anillo montañoso, se alzaba la famosa ciudad de Micénica, aunque vista desde lejos, uno podría dudar que se trata de la primera potencia de Etolia. Sus gruesas murallas estaban construidas con rocas talladas de forma irregular y colocadas sin argamasa alguna. Tampoco tenían algún tallado decorativo salvo en el dintel de la puerta. En general todo el muro parecía bastante primitivo, rústico y hasta pobre… hasta que uno se acercaba lo suficiente como para poder apreciar el tamaño colosal de aquellas piedras, tan pesadas que ni siquiera un Gran Mago de Tierra podría manipularlas. Era completamente inconcebible que esos muros hubiesen sido construidos por manos humanas, tenían que ser obras de criaturas con una fuerza física similar a la de los cíclopes. En general eran tan gruesos y resistentes que no necesitaban ningún encantamiento protector.

Sobre aquellos muros había torres de vigilancia, una construcción mucho más reciente, donde grupos de vigías entrenados observaban atentamente los valles y montañas que rodeaban la ciudad, siempre alertas ante cualquier signo de intrusión.

Las calles de Micénica estaban llenas de vida, pero también impregnadas de un aire de disciplina militar. Los ciudadanos, en su mayoría hoplitas y guerreros, se movían con determinación por las calles, con el ruido de sus armas y el tintineo de sus armaduras resonando en el aire. El entrenamiento constante era una parte integral de la vida en la ciudad, y cada habitante tenía bien inculcado en su ser que su deber era estar siempre listo para defender su ciudad de cualquier amenaza.

Por supuesto que había edificios de vivienda, pero todos eran bastante sobrios. Los micénicos creían que los lujos eran un signo de debilidad, así que evitaban cualquier tipo de decoración. La excepción serían sus muchos templos y el Palacio, todos ellos construidos en lo alto de una ciudadela sobre una montaña escarpada en el centro de la ciudad, que caracterizaba a todas las Ciudades Estado de Etolia. Y en verdad los micénicos eran muy religiosos, pero incluso sus santuarios estaban construidos usando más madera que piedra, eso sí, pintados con mucho esmero empleando una amplia gama de colores.

El arte favorito de los micénicos eran las canciones de guerra. Su cultura se limitaba a algunas nociones básicas de matemáticas, lectura y escritura, así como la interpretación de planos geográficos. El resto era entrenamiento militar.

No había tal cosa como mercados en la ciudad, porque Micénica no comerciaba con nadie. Tampoco se veían talleres de orfebres, artistas o artesanos. Y menos aún campos de agricultura. Los micénicos no necesitaban nada de eso, porque tenían sometidas o esclavizadas a todas las ciudades en la periferia de su territorio. Eran sus vasallos quienes fabricaban su armas o armaduras, quienes les entregaban comida como tributo u oro cuando lo necesitaban. A cambio, se les permitía seguir viviendo y con eso tenían que contentarse. La única ventaja de las ciudades vecinas por ser sirvientes de Micénica era que nadie las atacaba para no provocar a su pavoroso amo, pero por lo demás los micénicos eran vistos como un enorme estómago que devoraba sus recursos sin devolver nunca nada a cambio.

Afortunadamente, los micénicos no añadían las violaciones de mujeres a su lista de abusos y tampoco exigían que se las entregasen como tributo. Esto no se debía al respeto sino todo lo contrario. Los Micénicos creían que las mujeres de otros pueblos eran seres inferiores y no querían arriesgarse a mezclar su sangre con la de ellos.

También eran muy exigentes con su propia gente en ese sentido, incluso con sus propios hijos. Por lo general si alguno de ellos llegaba a la adolescencia sin mostrar poseer Aura de Batalla, era exiliado inmediatamente, lo que en esencia era una sentencia de muerte, porque matar a estos jóvenes sin talento era la única venganza simbólica que las ciudades periféricas controladas por micénica podían permitirse y siempre estaban atentos por si veían a algún desterrado, los cuales eran fácilmente reconocibles porque antes del exilio se les obligaba a raparse el cabello y la barba.

En resumen, la Ciudad de Micénica era una fortaleza impenetrable, un bastión de poder militar en un mundo lleno de conflictos y luchas por el dominio. Sus murallas y su ejército la volvían casi invencible, aunque eso también significaba que podían abusar a placer de todo el mundo, porque vivían bajo la firme creencia de que: “Los fuertes hacen lo que quieren y los débiles sufren lo que merecen.

La noche estaba entrada, pero el atrio del palacio rebosaba de una multitud de hombres que discutían acaloradamente sobre diversos asuntos, mientras los nombres de las ciudades de Helénica e Ilión resonaban a gritos cada vez que se mencionaban. En el centro de la tumultuosa escena se erguía un imponente brasero de hierro, ardiendo con fuerza para calentar e iluminar el lugar.

En medio de aquel bullicio, destacaba el único hombre que guardaba un silencio absoluto: Atreo Mikel, el gobernante absoluto de la ciudad de Micénica.

Atreo Mikel, gobernante de Micénica

Atreo parecía encarnar todos los ideales guerreros defendidos por su cultura: Un cuerpo imponente, con una estatura de dos metros, que lo convertía en una figura formidable. Su físico parecía casi sobrehumano, diseñado para ser una auténtica arma humana. En ese momento, no llevaba el peto de su armadura ni su casco, lo que permitía vislumbrar sus músculos bien marcados, grandes y endurecidos como si fuesen de bronce. Su rostro era duro, severo y agresivo, enmarcado por una melena negra como la noche más oscura y una larga barba que le confería un aspecto salvaje, similar al de un león hambriento.

La razón por la que Atreo guardaba silencio era porque entendía bien cómo funcionaba la política de Micénica, que como todo en aquella ciudad era bastante directa y carecía de sutileza. Sabía que, en primer lugar, los líderes se reunían para iniciar una discusión acalorada, donde todos gritaban e incluso algunos llegaban a los golpes, pero todo aquello era simplemente una pantomima. Eventualmente, las voces se calmarían y las dos facciones principales de la ciudad instintivamente elegirían a un representante que expresaría lo que ya habían estado pensando de antemano. El deber de Atreo era intervenir para calmar a la multitud si el desorden se volvía incontrolable, y luego tomar la decisión definitiva.

Finalmente, el silencio se apoderó del lugar y un guerrero de una prestigiosa familia tomó la palabra.

- ¡Piden demasiado! - Declaró con desprecio mirando a la facción contraria: - No tenemos por qué dejarnos arrastrar a una guerra por el capricho de nuestros vecinos. Si tanto quieren pelear, que luchen solos. No podemos renunciar a nuestra paz con Helénica, especialmente cuando está respaldada por Ilión. ¡Eso nos dejaría expuestos a amenazas de fuerzas extranjeras y nuestro pueblo sufrirá! -

- ¡Entonces los helénicos someterán a Etolia y toda la Liga temblará ante ellos cual esclava asustada! -  Lo interrumpió otro guerrero mucho más joven. Su elección como representante parecía algo extraña, pero quizás la facción proclive a la guerra quería que su entusiasmo contagiara a los demás: ¡Solo el poder de Micénica es capaz de frenar su ambición! -

- ¡Guárdate tus halagos! - Replicó su curtido oponente: - ¡No sabes lo que estás pidiendo! -

- Lo que sé es que en estos momentos Helénica e Ilión están preparándose para marchar y ahora todos los ojos de Etolia están atentos a lo que haremos los micénicos. - El joven señaló a su oponente con un gesto despectivo: - ¿Es así como quieren que nos vean? ¿Nerviosos? ¿Asustados? ¡Nosotros somos los hijos de Micénica! Y nos entrenamos para una sola cosa: ¡Hacer la guerra! -

- ¡Estás a punto de desatar una devastación cuyo alcance no puedes predecir! - Objetó el guerrero furioso mientras negaba con la cabeza.

- ¡Esos patéticos ilienses y helénicos se atreven a considerarse nuestros iguales! ¡¿Cómo podrían ser nuestros iguales?! - Gritó el joven todavía más furioso mientras levantaba un puño desafiante: - ¡Nadie puede igualarse a nosotros! ¡Es el deber de todos los micénicos abrazar la verdadera naturaleza de la guerra! ¡Ataquemos ya, por todos los dioses! -

- ¡¡¿Es que quieres ver a toda Etolia sumida en el caos?!! - Exclamó su contraparte con consternación.

De repente, Atreo Mikel abrió los ojos y empuñó su poderosa lanza, golpeando el suelo con un estruendo atronador. Todos guardaron silencio. La discusión había terminado. Era el momento de que él tomase la decisión.

- ¡Sea, pues! ¡Prevaleceremos sobre el caos! -

Media hora después, las puertas de Micénica se abrieron de par en par para dejar salir a los heraldos, portadores de las órdenes que transmitirían a las ciudades vasallas. La consigna era clara: prepárense y envíen sus fuerzas para unirse a nosotros en batalla. Con una celeridad asombrosa, el ejército de hoplitas más poderoso de la Liga Etolia se puso en marcha hacia el punto de reunión, desde donde partirían en dirección al Monte Ida.

Ejército de Micénica

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú y hoy es miércoles 21 de febrero de 2024.

Esta vez hablaré sobre un tema bastante trivial. Recientemente vi la película "Drácula, mar de Sangre" o "The Last Voyage of the Demeter", en un sitio no oficial debido a que no tengo recursos para ir al cine o suscribirme a Netflix. Estaba emocionado por dos razones principales. En primer lugar, la premisa de que se basaba en la novela de Bram Stoker, lo que prometía un retorno al clásico vampiro de la literatura romántica. Además, el director era André Øvredal, conocido por su habilidad en el cine de terror, incluso con presupuestos limitados, como demostró en películas como "La Morgue". Por lo tanto, tenía grandes expectativas sobre lo que podría lograr con un presupuesto de 45 millones de dólares.

Uno de los mayores desafíos al hacer una película sobre Drácula es que el personaje es ampliamente conocido, lo que exige un director hábil, buenos actores y, sobre todo, un guion bien escrito para lograr una película de terror efectiva. Lamentablemente, esta película no cumple con estas expectativas.

Lo mejor de la película es su escenografía, maquillaje, vestuario y, en cierta medida, su banda sonora. Sin embargo, todo lo demás falla. El mayor problema es la falta de claridad. ¿Cuál es el tema principal? ¿Es una película de terror o de suspenso? ¿Quiénes son los personajes y cuáles son sus motivaciones? Es sorprendente que en una película ambientada en un barco con solo nueve personajes no se tome el tiempo para desarrollar ninguno de ellos. Además, cometen el error de contar los conflictos internos de los personajes en lugar de mostrarlos. El protagonista negro nos dice que sufre por culpa del racismo, pero nunca lo vemos sufrirlo. La protagonista mujer nos dice que toda su vida vivió esclavizada, pero no actúa como lo haría una persona que sufrió algo así. El resto son hombres blancos, así que tienen que ser muy estúpidos. 

Y lo más importante: El vampiro no es Drácula. Para nada. A veces tiene sus poderes, pero a veces no. No tiene ninguna de sus debilidades, salvo el sol. Los crucifijos no funcionan. Y su nombre no viene de la palabra “Dracul” que significa “Demonio” en rumano, sino de un lenguaje inventado por la película que significa “Alimentarse”.

Pero, sobre todo, no da miedo. Lo volvieron monstruoso con CGI, pero cometieron un terrible error. Eligieron presentarlo como un monstruo al estilo del Xenomorpho Alien, que no tiene que tener personalidad porque por su propia naturaleza es aterradora. La propia “entidad” conocida como Alien es aterradora. Eso no necesariamente es algo malo, aunque me parece la peor elección para un personaje complejo como Drácula, pero podría haber funcionado. El problema es que en esta película también lo hacen sonreír muchas veces e intercambiar expresiones con significados, lo cual arruina completamente el efecto que inicialmente estaban logrando al presentarlo como una entidad aterradora. Además, lo mostraron demasiado pronto, eso también arruinó el efecto.

La película también sufre por las decisiones absurdas de los personajes, lo que reduce la credibilidad de la trama. Por ejemplo, solo el protagonista, que es médico y no marinero, se le ocurre ir a revisar la carga. Cuando tienen que abrir una puerta, solo a la mujer, que nunca en su vida a usado armas, se le ocurre abrir la puerta con una escopeta. A NADIE se le ocurre buscar al vampiro durante el día, sino que todos esperan como unos estúpidos durante la noche a que venga a cazarlos (Lo cual podría tener sentido, si no hubiesen incluido al personaje de la mujer rumana que les cuenta a todos que Drácula es un Vampiro, por lo tanto, ya deberían tener una idea de cómo lidiar con el bicho). También está el asunto medio ridículo de que todos dicen que no hay un puerto cercano en donde atracar luego de salir de Grecia a excepción de Inglaterra… olvidándose que en su camino marino están Italia, Portugal, España, Países Bajos, Francia, etc.… 

Ahora bien, la película tiene algunos momentos buenos, pero como no están relacionados, no pasan de ser instantes olvidables. Es como si la película hubiese tenido muchos escritores y todos pusieron cosas diferentes sin ponerse de acuerdo. Tratan de contar muchas cosas, algo que ya de por sí es un problema, pero el efecto negativo se magnifica precisamente porque es una película de Drácula y es necesario tomarse el tiempo para generar el suspenso necesario, ese debió ser el foco de la película: Hacer que volvamos a tener miedo de Drácula. Como hizo magistralmente La Bruja en 2015.

El guion es mediocre, la escenas son mediocres, los protagonistas y sus acciones son demasiado tontas y la conclusión no podría ser más espantosa. Porque todo el tiempo Drácula se nos presenta como este ser super rápido capaz de esquivar cualquier daño, pero cuando la protagonista femenina empoderada corta una cuerda, de repente se queda quieto como 15 segundos para que le caiga un mástil y los últimos sobrevivientes puedan escapar. No tengo que decir que, curiosamente, los supervivientes son justamente el cupo de la minoría racial y el cupo feminista. Bueno, parcialmente, porque ella da un discurso de empoderamiento femenino y luego desaparece, quedando el médico como el único superviviente real, lo cual contradice por completo el capítulo de la novela en la que supuestamente está basada esta película.

El final, luego de que termina la historia en el barco, podría haber sido bueno y además sembraba la premisa de que habría una secuela, pero como toda la película es mediocre, no tiene el impacto que podría tener. Luego de ver este filme sentí que me habían estafado: Me prometieron una película sobre Drácula, basada en el libro de Bram Stoker e incluso muestran un pasaje de su libro al comienzo. Pero lo que vi es sólo otra mediocre película sobre un vampiro genérico, que casualmente ocurre en un barco viejo.

Bueno, esa es tan sólo mi opinión. Si te gustó la película eso no tiene nada de malo, pero si no la has visto, dudo mucho que te vaya a gustar. 

Por si acaso quiero aclarar (porque sé que existe una tendencia de importar a América Latina problemas que son exclusivos de EE.UU.) que la palabra "Negro" no es racista en el lenguaje castellano, ya que no hay otra palabra para definir este color, a diferencia del inglés, donde "Níger" y "Black" son sinónimos. Aquí, el término "oscuro" no es un color, sino una gradación de todos los colores. 

Además, como creo que ya mencioné anteriormente, he concluido que la palabra "Afrodescendiente" es racista en sí misma, ya que África es un gran continente con una inmensa diversidad de habitantes, culturas, etnias y, naturalmente, tonos de piel. Incluso hay blancos viviendo en Sudáfrica hace siglos que son africanos. Y si alguno de ellos viaja a América y tiene hijos, sus hijos son Afroamericanos. Por lo tanto, utilizar esa palabra únicamente como reemplazo del término "Negro" es racista, ya que es equivalente a afirmar que África solo pueden vivir personas con piel negra o lo mismo que decir que en Asia solo hay chinos, ignorando a los hindúes, japoneses, coreanos, vietnamitas, rusos, etc.

Por eso me rehúso a utilizar ese término importado y los animo a que tampoco lo hagan para que no contaminen nuestro idioma.

En fin, ahora si hablemos del capítulo.

Al principio, las descripciones del palacio de Helénica están inspiradas en un templo de la Acrópolis de Atenas conocido como el Erecteón o Erecteion, que se encuentra cerca de un precipicio. Los arquitectos se aseguraron de trabajar las proporciones y la óptica para que el templo diera la sensación de flotar en el aire. También utilicé ejemplos del Partenón, un edificio que parece perfecto precisamente por tener imperfecciones diseñadas intencionalmente para compensar la distorsión óptica. En cambio, para describir Micénica me basé en la ciudad de Micenas, que pertenece a un periodo anterior al griego clásico, del cual no sabemos mucho. Sin embargo, la verdadera civilización micénica logró algunos logros impresionantes en arquitectura, especialmente las murallas ciclópeas, que se creía que habían sido construidas por gigantes debido a las enormes piedras apiladas sin el uso de poleas. 

Sin embargo, estas ciudades sí poseen un aspecto rústico y me pareció que la apariencia de estas haría un excelente contraste simbólico entre las civilizaciones que estoy presentando aquí: Los micénicos en mi historia son una especie de alegoría a los espartanos, mientras que los helénicos podrían ser una referencia a los atenienses. 

Por otra parte, Ilión representa las ciudades griegas orientales famosas por su hedonismo.

Para el personaje de Ilo Tros, me inspiré en el Príncipe Encantador de la película Shrek, un individuo que a primera vista parece virtuoso pero que en realidad es un odioso narcisista. Pero para describir su sonrisa me basé principalmente en el actor Willem Dafoe y creo que si lo han visto actuando como el Duende Verde en Spiderman no necesito explicar nada más, salvo que, naturalmente, yo me estaba imaginando una versión más joven.

Elena Teia está inspirada principalmente en Asuka del anime Evangelion (la original, no la porquería de la tetralogía). El motivo es que necesitaba un personaje bastante conflictuado consigo mismo y también lleno de contradicciones. Por un lado, ella se repite constantemente que es valiosa y muy talentosa, pero realmente no lo cree. 

En cierto modo la situación que enfrenta Elena es parecida a la del personaje de Aladino y la lámpara maravillosa en la película de Disney: él ya era un personaje bastante genial, pero, aunque no lo reconocía abiertamente, Aladino se consideraba a sí mismo una rata callejera, el apodo que le puso el primer príncipe que conoció. De ahí que se niegue hasta el final ha de ser la verdad a la princesa que ama, porque no puede creer que alguien pueda quererlo por quien realmente es. 

En el caso de Elena, la traición de su madre la ha hecho sentir que no merece ser amada y que no vale nada. Odia su condición de mujer porque las circunstancias de su infancia le hicieron creer que esto la hace prescindible. Entonces, para contrapesar esto ella, se refugia en su habilidad para la magia y su capacidad para superar un montón de dificultades, pero esta lucha realmente solo sirve para aliviarla temporalmente. Lo que ella realmente quiere es lo que está segura que nunca podrá tener: Alguien de confianza que la valore por quién realmente ella es.

En cuanto a la reunión en Micénica, se basa en el tráiler de un DLC del videojuego Total War Rome II, titulado "La Ira de Esparta". El dialogo puede ser confuso, pero tiene sentido si uno considera que Elena Teia es la artífice de todo este conflicto y seguramente estuvo atacando a los vasallos de Micénica para provocar la guerra. 

Ahora bien, es muy importante recordar que, según el discurso oficial, todos los miembros de la Liga Etolia son “iguales” y ninguno es sirviente de otro. Pero eso es de la boca para afuera y la realidad es que las 7 ciudades más fuertes han creado una especie de pequeños imperios dentro de la liga, avasallando a los más débiles. 

Naturalmente, la situación no es la misma en cada una de las ciudades. Por ejemplo, en el caso de Helénica, seguramente su relación con sus vecinos es más parecida a la de auténticos aliados, aunque bajo el liderazgo ligeramente obligatorio de Elena. Pero en el caso de la ciudad de Micénica la situación es descaradamente unilateral y sus vecinos son sus esclavos o pseudo esclavos. 

Aun así, siempre se busca mantener las apariencias y por eso uno de los interlocutores que discuten dicen “Si nuestros vecinos quieren ir a la guerra, que vayan solos”, pero esto es básicamente una puesta en escena. Micénica ya decidió ir a la guerra mucho antes de la reunión y su verdadero espíritu se ve reflejado en el joven que grita: “¡Nadie puede ser igual a nosotros!”

Por último, me gustaría llamar su atención hacia las imágenes del capítulo, todas hechas por este servidor usando IA y Photoshop. En particular la puerta del fénix es mi favorita y espero que a todos ustedes les haya gustado, así como el resto de todas ellas. Me tomó bastante tiempo crear y luego retocar cada una de ellas, en particular la de Atreo fue complicada porque, si bien su diseño era perfecto, por alguna razón que no entiendo apareció sentado literalmente encima de nada y tuve que fabricar las escaleras y también el fondo de toda la imagen. 

La última de todas coma donde se representa el ejército de micénica, fue una que me dio tanto dolor de cabeza que finalmente dije: ¡ya basta, la pondré así como está! Sé muy bien que la lanza no parece corresponder, pero no saben la cantidad de retoques que tuve que hacer sobre esa imagen solamente para hacerla coherente. Para empezar, en la imagen original ninguno de los guerreros tenía armadura y yo la tuve que dibujar en Photoshop porque la inteligencia artificial simplemente no quería representarla. Ya se imaginarán que todos los escudos estaban deformes y básicamente me pasé toda una mañana retocando y retocando la imagen para que funcionase de algún modo. 

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Qué te pareció el capítulo? ¿Qué impresión te dejaron los personajes principales? ¿Qué opinas de Ilo Tros? ¿Cuál fue tu reacción al descubrir el trauma pasado de Elena Teia y cómo influye en sus acciones y emociones presentes? ¿Qué opinas sobre las motivaciones y los objetivos de cada uno? ¿Cuál crees que será el resultado de la inminente confrontación entre Helénica e Ilión contra Micénica? ¿Qué te parecen las diferencias culturales entre Helénica y Micénica, especialmente en cuanto a su enfoque en la guerra y la política? ¿Qué te llamó más la atención sobre la descripción de la ciudad de Micénica y su líder, Atreo Mikel? ¿Qué crees que serán esos misteriosos carros que Elena ha preparado?

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