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Aquella esfera se había reducido de tamaño, pero aún brillaba con intensidad. Cualquier mago que la contemplara podía percibir la colosal reserva de poder ancestral del elemento fuego que seguía conteniendo. Sin duda, era un tesoro invaluable. Tanto como para entender que incluso una Gran Maga como Cabiria estuviese dispuesta a perder la vida intentando obtenerlo.
Y sin embargo Bryan, que se caracterizaba por apoderarse de cualquier riqueza que pudiese obtener, no sentía ambición al verlo. Lo único que experimentaba era una profunda melancolía.
El motivo era que aquel objeto era ahora todo lo que quedaba del Zombi Élite de Fuego, que tanto le había costado elaborar.
Originalmente, su intención al crear a los Zombis Elementales había sido simple: forjar herramientas de guerra, armas poderosas para imponerse sobre sus enemigos. Pero con el tiempo, la relación con esas entidades comenzó a transformarse. Quizá se debía al vínculo mental que compartía con ellas, o al hecho de que eran semejantes a él, pues combinaban rasgos del mundo necromántico y del demoníaco. Lo cierto es que, antes de darse cuenta, Bryan había comenzado a considerarlos parte de su grupo. Incluso como compañeros.
Y ahora, uno de ellos había sido destruido el mismo día en que lo obtuvo.
De no estar tan paralizado por la presencia amenazante de la Ifrit, en ese momento Bryan ya estaría maldiciendo su suerte y buscando la forma de vengarse de la Alianza Mercante de Tiro. Después de todo, los crímenes del sirviente deben ser pagados por su amo. Quizá era una forma egoísta de pensar, pero en ese momento Bryan no tenía ningún deseo de ser justo con sus enemigos. Mucho menos generoso.
La Ifrit sostuvo la esfera frente a su rostro. Sus labios voluptuosos se curvaron en una mueca apenas perceptible mientras la acercaba con delicadeza, como si se tratara de algo frágil y precioso. Entonces, la demonio sopló sobre ella. No fue un soplido violento, ni un gesto dramático, sino apenas una exhalación sutil, pero resultó estar cargada de una energía antigua y abrumadora. El calor que emergió de su boca era tan denso que arrastraba consigo ascuas incandescentes, flotando en el aire como si despertaran de un letargo.
Justo en el centro de todo, la esfera comenzaba a latir con mayor intensidad, como si respondiera al llamado de la energía que la envolvía.
Las pulsaciones del Corazón de la Primera Llama ya no eran tenues ni rítmicas. Ahora golpeaban como los latidos de una criatura que corre sin descanso, palpitando con violencia sobrenatural. Bryan dio un paso atrás, atónito, sin comprender lo que estaba presenciando. En medio del torbellino, la luz creció de forma desmesurada, hasta que la visión se volvió casi insoportable. Entonces, el vórtice pareció colapsar sobre sí mismo, concentrando cada centella, cada rastro de energía, en una figura que tomaba forma.
La criatura emergió de la tormenta ígnea, completamente reconstruida. Su cuerpo resplandecía con la fuerza de la obsidiana viva, recubierto de escamas ardientes y grietas por donde fluía un magma interno. En sus primeros segundos de existencia, se mostró en todo el esplendor de su forma Encendida, con el calor distorsionando el aire a su alrededor y sus garras goteando fuego como si estuvieran vivas. Sin embargo, tras un parpadeo, la energía se disipó. Las llamas se extinguieron casi por completo y la armadura de fuego se retrajo, como si la propia criatura estuviese agotada. Allí quedó, agachado, envuelto en una bruma rojiza, con la piel ennegrecida y el torso palpitando tenuemente.
Bryan no lo creía hasta que sintió la chispa del vínculo restaurado en su mente: el Zombi Élite de Fuego había vuelto. Inconscientemente dio un paso hacia adelante con una sonrisa, pero entonces notó que la Ifrit se movía e inmediatamente volvió a ponerse en guardia.
El problema era que, por primera vez en mucho tiempo no tenía la menor idea de qué hacer. Sus instintos le gritaban que debía huir cuanto antes, mientras que su razón susurraba que cualquier intento de hacerlo sería inútil. Tal vez debía encontrar otra forma de salir vivo de aquello, preferiblemente sin quemaduras de tercer grado.
Justo cuando más dudaba, ocurrió algo que lo desconcertó todavía más.
La Ifrit alzó la mano con un gesto suave, casi tierno… dirigido al Zombi Élite de Fuego. Era la primera vez que Bryan la veía realizar una acción que no pareciera preceder a un asesinato, lo que hizo que ese gesto se sintiera particularmente perturbador. Su zombi, el mismo que en su primer encuentro había osado desafiar a su propio creador antes de ser puesto en su sitio, de pronto avanzó hacia la Ifrit con la docilidad de un cachorro.
No solo eso: se arrodilló frente a la demonio y dejó que lo acariciara en la cabeza como si fuera lo más normal del mundo. A través del vínculo mental, Bryan sintió con absoluta claridad la docilidad de su Zombi. Sin resistencias. Ni una pizca de dignidad.
Repentinamente, el zombi alzó la vista hacia él y, al notar su mirada consternada, pareció encogerse de vergüenza. Pero lo peor vino después: el Zombi Élite de Fuego se incorporó con torpeza, dio unos pasos dubitativos… y se arrodilló detrás de la Ifrit, ocultándose como si quisiera decir: “Si tengo que elegir, me quedo con ella.”
“¡Maldito traidor!” Pensó Bryan, furioso. Aunque, en el fondo, no podía culparlo. Si él tuviera una mínima oportunidad de sobrevivir ganándose el favor de esa mujer demonio, también la aprovecharía. Solo que había algo profundamente irritante en todo aquello. El comportamiento del Zombi se sentía como el de un niño que ve discutir a sus padres y, sin saber qué ocurre ni por qué, corre a ponerse del lado de la madre.
La mirada de la Ifrit volvió a clavarse en Bryan. Ya la había sentido antes, abrasadora como un volcán desatado. Pero ahora algo había cambiado. La intensidad seguía ahí, sí, pero también había un nuevo brillo, más oscuro, más profundo. No era rabia. Tampoco la curiosidad simple que le mostró anteriormente. Era una especie de juicio.
Entonces ella giró lentamente el rostro hacia el Zombi Élite de Fuego, que aún se ocultaba arrodillado a su espalda. La criatura asomaba la cabeza con timidez, espiando a su amo por entre las curvas colosales de su nueva protectora. La demonio volvió a mirar a Bryan. Luego al Zombi. Luego a él otra vez. El gesto se repitió, como si buscara una confirmación invisible. Hasta que por fin pareció decidirse.
Y entonces empezó a avanzar.
Desde la perspectiva de Bryan, el mundo entero pareció quedar congelado en ese momento. Cada paso de la Ifrit era una amenaza. Una promesa. Una sentencia. Su andar no emitía sonido alguno, pero el fuego a su alrededor se agitaba, como si su mera presencia alterase aquella realidad artificial. Los ojos amarillos de la demonio brillaban con ese fulgor terrible que ya había reducido a cenizas a varios hombres con solo una mirada. Sin embargo, en medio de esa amenaza latente, su cuerpo irradiaba una sensualidad abrumadora. No caminaba: danzaba en cámara lenta. Y mientras avanzaba, uno sentía la absoluta seguridad de que el mundo entero tenía que estar dispuesto a inclinarse por donde ella pasase.
La piel bronceada de la mujer demonio brillaba bajo la luz del fuego, como si ardiera desde dentro. Cada músculo de su vientre bien torneado se marcaba con precisión, revelando una potencia salvaje que podía servir tanto para la violencia como para el deseo. Sus caderas anchas, su figura voluptuosa y cada línea provocadora de su sexo que desde el principio parecieron diseñados para incitar el instinto masculino más primitivo, ahora parecían incrementar su atracción todavía más, llegando a un grado sobrenatural.
Sus pechos, grandes y erguidos, se bamboleaban con una suavidad casi hipnótica al ritmo de sus pasos. Era imposible no mirarlos. Y si alguien lograba apartar la vista, esta era arrastrada sin remedio hacia el vaivén de sus caderas y el espacio entre sus piernas, donde el movimiento era más que carnal: era un llamado. No había inocencia ni pudor, solo una seguridad brutal en la forma en que ofrecía su cuerpo al mundo, como si supiera que nadie podía resistirse.
Bryan no podía moverse. Esta vez no era por miedo, sino por una confusión sofocante que comenzaba a envolverlo. De pronto se sintió como si estuviese en un campo de batalla. La belleza de la demonio lo reclamaba como si fuera su dueña legítima, arrastrándolo hacia una sumisión inconsciente. Al mismo tiempo, sus instintos le gritaban que tenía que alejarse. Esta contradicción agitaba su corazón, pero no encontraba una dirección clara.
“Esto es Fascinación.” Se dijo a sí mismo, obligándose a mantenerse consciente.
Estaba siendo mentalmente atacado. En cuanto lo comprendió, Bryan cerró los ojos y concentró su voluntad. La Esencia Mágica fluyó desde su interior con una violencia urgente, dispuesta a protegerlo, pero no logró liberarlo de inmediato. La fascinación de la Ifrit era similar al encanto de las Elfas Oscuras, aunque mucho menos sutil, lo que le permitió identificarla con rapidez. Sin embargo, en comparación, esta compulsión mágica era infinitamente más intensa. Aunque era consciente del influjo, le costó muchísimo romperlo. Fue como atravesar una llamarada con los ojos abiertos. Pero consiguió resistirlo y finalmente recuperó el control.
Al notar esto, la demonio por fin mostró una reacción que evidenciaba desconcierto. Fue apenas un parpadeo, un destello fugaz de desconcierto en su rostro perfecto. Pero esa mínima expresión, viniendo de una criatura como ella, dijo más que cualquier palabra.
La Ifrit estaba genuinamente impresionada de que un mortal hubiese podido liberarse de su hechizo.
Lamentablemente, la gran hazaña llegó demasiado tarde. Ella ya estaba prácticamente frente a él. Tan cerca que podía sentir el calor de su aliento. Y la vibración muda de su poder provocaba escalofríos sobre la piel de Bryan.
A esa distancia, escapar era imposible. Ni siquiera tendría tiempo de empuñar su arma antes de morir. No podía hacer nada. Solo mirarla. Y ella lo miraba a él.
Entonces sucedió.
La Ifrit cerró los escasos metros que los separaban con esa rapidez que parecía ignorar la lógica del espacio. Y en un instante, su mano ya estaba en el cuello de Bryan. No fue un golpe. Fue contacto directo. Letal en potencia, pero detenido en el instante justo. Sus uñas, afiladas como cuchillas, se posaron sobre su piel con una presión exacta, medida, lo justo para hacerle saber que podía desgarrarlo en un segundo si ella así lo deseaba. El roce de aquellos dedos era cálido, pero no quemaba. Por el contrario, el contacto resultaba inquietantemente placentero.
Fue una sensación desconcertante. La Ifrit no era físicamente más fuerte que él… pero sí más poderosa. Mejor dicho, su poder no residía en los músculos. No seguía la lógica de los cuerpos. Era como si su voluntad dictara el resultado, más allá de cualquier acción física.
Fuera como fuese, Bryan comprendió que no podía liberarse.
Así que no lo intentó.
Simplemente alzó el rostro y la miró de frente. Era una visión casi poética: como una roca solitaria resistiendo un huracán abrasador a punto de desatarse.
Sus ojos, ahora de un rojo sangre intenso, brillaban por la inmensa cantidad de Esencia Mágica que consumía para proteger su mente de la Fascinación de la Ifrit. Fijó la mirada en aquellos iris amarillos, tan profundos y ardientes como soles líquidos. Sabía de lo que eran capaces. Sabía lo que podía hacer. Acababa de ver cómo convertían a casi una centena de guerreros en ceniza, sin el menor esfuerzo. Se preguntó, con amarga ironía, cuánto tardaría en consumirse su cuerpo. ¿Medio segundo? ¿Un parpadeo? Tal vez menos.
Pero si de todos modos iba a suceder, Bryan decidió que al menos no le daría el gusto de ver su miedo. Por eso continuó sosteniéndole la mirada. Firme. Desafiante hasta el final.
Pasaron unos segundos que se sintieron eternos… pero nada ocurría.
El calor de aquella mano demoníaca seguía ahí, constante, sin intensificarse. No lo mataba. No lo quemaba. Solo lo mantenía atrapado. Y seguía mirándolo fijamente.
La espera se volvió insoportable. Bryan frunció el ceño, y una rabia absurda comenzó a crecerle en el pecho. ¿Estaba disfrutándolo? ¿Jugando con él?
- ¿Entonces no vas a hacer nada? - Murmuró, con una sonrisa despectiva.
Sin molestarse en disimular, Bryan apartó la mirada de los ojos de la demonio y la deslizó hacia abajo, directo a los enormes pechos de la Ifrit. También adoptó a propósito la expresión más obscena que pudo, dadas las circunstancias.
Los senos de la Ifrit eran grandes, pesados, perfectamente redondos. Se alzaban sobre su torso firme y torneado con una arrogancia natural, como si supieran que podían dominar la voluntad de cualquiera. Su piel bronceada tenía un brillo cálido, casi aceitado, que acentuaba cada curva. Los pezones, oscuros y duros, se mostraban sin pudor, tan provocativos como el resto de su cuerpo. Eran un símbolo viviente del deseo y locura para los hombres.
Bryan sonrió, altanero, y soltó con cinismo:
- Si no vas a hacer nada… por lo menos admiraré la vista. -
Los ojos de la Ifrit se entrecerraron como los de un felino al escucharlo. Y en sus labios nació una sonrisa bastante particular, en la que se combinaban la promesa indecente del placer con el hambre voraz de un depredador.
Bryan sintió cómo el corazón le golpeaba el pecho con violencia. Estaba seguro de que había llegado el final.
- Bueno - Dijo, sonriendo mientras luchaba por mantener su buen humor: - Al menos me voy a morir con una excelente erección. -
Entonces ocurrió lo impensable.
La mano que lo sujetaba descendió desde su cuello hasta la nuca y, de un tirón violento, lo atrajo hacia ella. Sin previo aviso. Sin piedad.
Ella lo besó.
Un beso profundo. Feroz. De una lujuria tan violenta que parecía un ataque. Sus labios ardían como lava, pero no quemaban. Se fundían con los suyos con una intensidad que robaba el aliento y anulaba cualquier pensamiento.
Ella lo estaba devorando en un nuevo sentido.
Sus lenguas se encontraron, enredándose en una danza húmeda, salvaje y sensual que lo desarmó por completo. Bryan respondió sin pensarlo, impulsado por el instinto, con un calor intenso recorriendo que lo embargaba desde adentro como una llamarada. Trató de separarse, más por un acto reflejo que por una decisión consciente, pero su cuerpo descubrió que no podía hacerlo.
Algo se había deslizado por sus piernas sin que lo notara. Luego subió por su cintura, ejerciendo una presión firme que se aferraba a él como una serpiente. Era la cola de la Ifrit: gruesa, flexible, escamosa como la de un dragón. Ahora ambos estaban completamente enroscados, atrapados en un abrazo del que no había escape.
Bryan apenas conservaba restos de su armadura. Tras el combate con Cabiria, la mayor parte había sido destruida, y solo le quedaba la túnica interior. Por eso sentía con total nitidez el peso ardiente del cuerpo desnudo de la Ifrit sobre el suyo. Sus pechos, suaves al tacto, eran al mismo tiempo firmes, desafiantes, casi arrogantes. Al aplastarse contra su torso, emitían una presión húmeda por el calor, como si intentaran fundirse con él. Cada movimiento de ella provocaba un roce lento, casi cruel, que le robaba el aliento.
El calor que desprendía se infiltraba por su piel, colándose por los poros, mezclándose con su sangre como un veneno dulce. Ignorarlo era imposible. Y lo peor: no quería hacerlo. Su cuerpo lo traicionaba con furia, desoyendo toda advertencia, negándose a reconocer el peligro evidente.
Algo temblaba en el aire. Un pulso sutil, como una vibración arcana entre ambos. Bryan lo percibía en los bordes de su conciencia, una resonancia antigua que no lograba comprender. No era compulsión, ni un hechizo reconocible. Pero definitivamente las acciones de la demonio tenían un propósito.
Se trataba de algún tipo de ritual.
Su aliento tenía ritmo. Sus labios, cadencia. Cada roce parecía una sílaba de un idioma olvidado. Bryan quiso protestar, resistirse, romper ese embrujo. Pero no pudo. La presión de esos labios, el abrazo que no dejaba espacio, la abrumadora sensación de aquellos pechos desnudos… todo lo arrastraba sin remedio.
Y el beso continuaba.
Lujurioso. Apasionado. Con una intensidad abrasadora que lo quemaba por dentro.
Con cada segundo transcurrido, Bryan comprendía cada vez menos lo que sucedía. Pero su cuerpo ya no quería detenerse. No con esa boca. No con esa lengua que lo devoraba. No con ese fuego que, lejos de consumirlo, lo encendía desde adentro.
Antes de darse cuenta, sintió que se movía con ella.
Respondía por instinto. Su lengua se entrelazaba con la de la Ifrit en una danza feroz y deliciosa. La pasión lo había poseído por completo. No supo en qué momento dejó de resistirse, ni cuándo sus manos buscaron esa cintura con una familiaridad que parecía antigua. Solo existía el presente. Ese beso insaciable que lo llevaba al borde de una locura tentadora.
Entonces ocurrió.
Un pulso invisible estalló entre ambos. No fue físico, sino mental. Como si una compuerta se abriera en lo más profundo de su conciencia. Una conexión brutal, tan íntima que le pareció un crimen. Por un instante, ella estaba dentro de su mente. O él en la de ella. No sabía quién cruzó primero, solo que ambos llegaron al mismo sitio.
Y luego… nada.
El abrazo se desvaneció. La presión cedió.
Bryan cayó al suelo como un saco de huesos, golpeando la tierra con los codos. Aún sentía la boca ardiendo. El corazón le golpeaba el pecho como un tambor de guerra.
Cuando abrió los ojos y giró la cabeza a un costado, descubrió que ya no estaban rodeados de lava. Ni columnas de ceniza, ni rocas flotantes, ni el rojo absoluto del aire incinerado. La Fractura de Realidad había desaparecido.
A su alrededor se alzaban las formas retorcidas y ennegrecidas del Bosque Oscuro. Aquella cordillera boscosa, tras la batalla con Cabiria, parecía ahora un cementerio vegetal. Todo estaba calcinado, agrietado, aún humeante.
Pero en el cielo, algo captó su atención.
Allí, deslizándose entre las nubes, volaba una colosal serpiente de fuego. Su cuerpo se recortaba contra la luz del atardecer, como una sombra de pesadilla que se resistía a desaparecer. Afortunadamente, se alejaba a gran velocidad hacia un destino desconocido. En cuestión de segundos, su silueta se volvió tan diminuta que casi era invisible.
La Ifrit se había marchado.
Bryan permanecía tendido en el suelo, con el pecho aún agitado. Hacía mucho que su corazón no soportaba tanto estrés. Le tomó tiempo asimilar lo ocurrido. Primero movió los brazos para asegurarse de que aún los tenía. Luego palpó su cuerpo con cautela, buscando heridas graves. Solo después se permitió suspirar con alivio.
- Estoy vivo… ¿verdad? - Murmuró con una sonrisa temblorosa, y hasta dejó escapar una breve carcajada.
Pero al recordar lo ocurrido, su expresión se ensombreció. Entonces se incorporó de un salto y de inmediato canalizó Esencia Mágica para examinar el interior de su cuerpo. La sustancia negra se deslizó veloz por cada vena, inspeccionando sus órganos con meticulosidad. Sin embargo, tras varios minutos de análisis, no encontró rastro alguno de magia ajena ni alguna alteración física desconocida.
- Entonces… ¿qué rayos me ha hecho? - Se preguntó, llevándose una mano hacia los labios, donde aún sentía con nitidez el efecto de aquel beso profundo.
No sabía lo que aquella demonio pretendía. No entendía el beso, la conexión o el ritual. Solo sabía que seguía vivo. Por alguna razón incomprensible, había decidido no matarlo. En lugar de eso… le había hecho una exploración bucodental completa, usando la lengua. Y, siendo completamente honesto, la experiencia había sido intensamente placentera.
Una parte de él quería celebrar. No solo por seguir con vida, sino por haber sobrevivido después de saborear aquellos labios. Sin embargo, algo en su instinto le advertía que ese beso escondía más de lo que parecía.
Además, Bryan también se sentía molesto en su orgullo.
- ¿Me parece, o esa demonio se acaba de propasar conmigo? -
Sintió un calor distinto subirle por la nuca. No era fuego. Era vergüenza. Definitivamente no estaba acostumbrado a ser el dominado en un encuentro pasional, ni siquiera si se trataba solo de un beso. Aunque llamarlo “beso” era quedarse corto. ¡Esa maldita Ifrit prácticamente lo había marcado con todo su cuerpo! Si cerraba los ojos aún podía sentir el peso abrasador de esos pechos generosos presionándolo.
Intentó desechar el recuerdo, pero el cuerpo le jugaba en contra. Estuvo a punto de sonreír de nuevo, aunque se obligó a fruncir el ceño para conservar la compostura.
- ¡Maldita sea, Bryan! ¡Concéntrate! La Ifrit es un monstruo... tú eres, bueno, por lo menos debo ser parcialmente un humano. - Dijo, reprendiéndose a sí mismo mientras se daba golpes en la cabeza para tratar de expulsar esos recuerdos de su cabeza. Luego agregó con sorna: - Además, ella sonreía de ese modo desquiciado mientras calcinaba a un centenar de personas... y con esa misma cara me besó. Luego se marchó como si nada. Ni una palabra. Ni un adiosito. Ni siquiera me invitó un trago. Admito que no ha sido la peor cita de mi vida, pero incluso yo tengo límites. No pienso conservar esto como recuerdo. Lo mejor será hacer como que nunca pasó. Enterrado. Borrado. Sigo adelante con mi vida. -
Mientras intentaba recomponer su orgullo herido, tuvo la inquietante sensación de que alguien lo observaba. Así que se giró con rapidez y su rostro se contrajo en una mueca de irritación.
Ahí estaba ese miserable.
El Zombi Élite de Fuego, rígido como una estatua, tratando inútilmente de pasar desapercibido en medio de este entorno carbonizado. Su criatura lo observaba en silencio y parecía… incómodo. El ángulo de sus hombros, la postura de su cabeza, el leve giro de sus pies. Todo en él transmitía la vergüenza silenciosa de un niño que acaba de ver a sus padres haciendo cosas de adultos por primera vez.
Si fuese capaz de ruborizarse, seguramente lo habría hecho.
Bryan entrecerró los ojos. Justo necesitaba un escape para su frustración y un voluntario acababa de llamar a su puerta.
- ¿Qué carajo estás mirando…? - Masculló lentamente.
El Zombi no respondió.
- ¡No me jodas! - Gritó Bryan, por fin sin poder contenerse.
Rápidamente agarró una piedra del suelo, ni grande ni chica, pero lo bastante sólida, y se la arrojó con furia. Le dio en el pecho con un sonido seco.
- ¡¿Te pregunté qué estás mirando, imbécil?! -
El Zombi dio un pequeño paso atrás, pero el proyectil no le provocó el menor daño. Tampoco atacó. Ni dio muestras de querer decir algo. Solo bajó un poco la mirada, como si se sintiera... culpable.
- Traidor hijo de perra... - Bryan soltó un bufido cargado de rabia y vergüenza: - Te gustó el espectáculo, ¿no? Basura incandescente... ¡Qué gallito parecías cuando nos conocimos! ¡Pero bien que me abandonaste cuando las cosas se pusieron feas! -
El Zombi no respondió. Solo bajó la cabeza un poco más.
Bryan se quedó allí, de pie, sin saber si reír, gritar o echarse agua fría encima. Aún podía saborear aquellos labios de la Ifrit en su boca. Aún sentía su aliento en la piel. Pero lo peor de todo… ¡es que apenas se le pasaba el enojo, volvía a tener ganas de sonreír!
- Estoy mal de la cabeza. - Masculló, todavía mirando al cielo: - Muy, muy mal. -
El Zombi Élite de Fuego asintió levemente, mostrándose de acuerdo.
- ¡¿Qué, ahora sí tienes una opinión?! - Exclamó Bryan, enojándose de nuevo: - ¿Don Chispas siente ganas de aportar algo? ¡Faltaba más, vuesa merced! -
El Zombi de Fuego pareció darse cuenta de que había cometido un error y retrocedió unos pasos, para dar a entender que se retractaba. Pero ya era demasiado tarde.
Bryan murmuró una serie de conjuros, y en respuesta aparecieron tras él el Pequeño Esqueleto, el Zombi Élite de Tierra y el Zombi Élite de Madera.
- ¡Hazme el favor de llevarte a este inútil fuera de mi vista y entrénalo como se debe! - Ordenó Bryan, mirando fijamente al Pequeño Esqueleto mientras señalaba al Zombi Élite de Fuego con un dedo acusador: - No tengas la más mínima piedad con él. ¡No pienso volver a llamarlo hasta que haya aprendido a quién debe obedecer! -
El Pequeño Esqueleto levantó la cabeza, sorprendido por el arrebato poco común de su amo, pero esa expresión duró apenas un instante. Rápidamente fijó la mirada en el Zombi Élite de Fuego, y la gema divina en su ojo emitió un resplandor amenazante que cayó sobre su nuevo hermano con una clara intención asesina.
- Por cierto, parece que puede revivir incluso si su cuerpo es destruido. - Añadió Bryan con tono despiadado: - No sé si es un poder propio o del tesoro que posee. Pero será interesante que lo ayudes a descubrirlo. -
Al escucharlo, el Pequeño Esqueleto dio un pisotón y salió disparado a gran velocidad con el brazo extendido. El Zombi Élite de Fuego intentó reunir llamas para defenderse, pero fue inútil: antes de reaccionar, ya había sido capturado por el cuello y estrellado contra el suelo con violencia. Al mismo tiempo, las púas óseas en la espalda del Pequeño Esqueleto se curvaron como patas de araña, apuntando todas a la cara de su hermano menor en una clara advertencia: intenta algo... y te voy a diseccionar aquí mismo.
Unos segundos después, los Zombis de Tierra y de Madera también llegaron al lugar, listos para apoyar a su hermano mayor en caso de que fuera necesario.
Aunque no parecía que hiciera falta.
Finalmente, el Pequeño Esqueleto giró su pequeña cabeza hacia Bryan y asintió con una firmeza que hablaba por sí sola: Déjame a este inútil a mí. Yo lo educaré.
Bryan sonrió, complacido, y recitó un conjuro para enviarlos a todos al Inframundo. Una vez solo, sacudió la cabeza como si tratara de despejar pensamientos indeseables. Tuvo que admitir que su arrebato había sido un tanto infantil, aunque no dejaba de ser cierto que esa criatura necesitaba disciplina.
“Si no me obedece, entonces ese zombi simplemente no tiene razón de ser.” Concluyó para sí, suspirando a pesar suyo: “Da igual lo extraordinario que sea. Un arma que no obedece a su amo es mejor que desaparezca.”
Sabía que estaba siendo cruel al pensar así, pero en ese mundo no podía permitirse tener a su lado una criatura con voluntad propia que pudiera volverse contra él. Afortunadamente, el Pequeño Esqueleto parecía confiado en poder corregirlo, así que por ahora lo dejaría en sus manos. Si eso fallaba, Bryan mismo destruiría al Zombi Élite de Fuego. Era mejor hacerlo que arriesgarse a que esa criatura cayera en manos enemigas.
- Ojalá que no tenga que llegar a eso. - Susurró, en un murmullo que sonó también como una plegaria muda.
Luego se marchó con paso firme, deseando con todas sus fuerzas dejar atrás lo ocurrido. Ahora toda su atención estaba puesta en regresar al Cementerio de la Muerte e intentar perfeccionar su Dominio Necromántico mientras esperaba que sus nuevos Generales Espectrales estuviesen listos.
Se sentía sorprendentemente optimista. Especialmente después de haber presenciado la habilidad de la Ifrit para generar aquella dimensión de fuego. Por supuesto, no era exactamente lo mismo. Pero le había dado algunas ideas.
Futuras posibilidades
Hola amigos. Soy Acabcor de Perú, y hoy es jueves 15 de mayo del 2025.
Para este capítulo tuve que planificar mucho cada parte, porque quería alcanzar una síntesis efectiva entre acción mágica, tensión erótica y desarrollo emocional, dentro del contexto oscuro y fantástico de la historia. Para eso tuve que navegar bastante, siempre tratando de mantenerme entre lo visceral y lo lírico, cuidándome de transmitir el poder aplastante de la demonio y contrastarlo con el estado de fragilidad interna del protagonista, el cual no es usual que se muestre.
La aparición de una Ifrit femenina poderosa, sexualizada y peligrosa, con un aura abrumadora, remite a figuras como Esdeath (Akame ga Kill), Albedo (Overlord), o incluso a demonias de Dark Souls o Diablo. Su presencia combina erotismo, majestuosidad y amenaza en un solo cuerpo. El contraste entre deseo y peligro se explora de forma muy "oriental", en el sentido de que hay una fusión entre sensualidad y dominio espiritual.
La escena del beso y la ambigüedad emocional que lo atraviesa están alineados con la figura arquetípica de la mujer demonio que desafía el poder del héroe, no solo en el campo de batalla, sino en el psicológico y el sexual. Pero en este caso ella no es un enemigo propiamente dicho, sino un elemento puramente caótico, que puede ser pernicioso o beneficioso por su simple capricho, como una fuerza de la naturaleza.
El humor sarcástico que usa Bryan para procesar su indignación o su excitación, así como el tono introspectivo que intercala con momentos de altísima tensión sexual o mágica, muestra una inspiración moderna, muy al estilo de autores de webnovels chinas o coreanas. Este recurso evita que la escena se vuelva completamente solemne, y le da una voz propia al protagonista, humanizándolo sin quitarle poder narrativo.
Me demoré bastante usando IA y retocando en Photoshop cada una de las imágenes que ilustran este capítulo. Espero que les gusten, que les transmitan algo fuerte, y si sienten que mi trabajo lo vale, no duden en apoyarme con una donación.
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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!