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- ¿Comenzamos la persecución, Procónsul? - Preguntó Sexto Rufo, con un tono de duda.
Nada más partir, Bryan había ascendido a este leal decurión como "centurión en funciones" debido a la ausencia de Luccar y Germánico. Era la primera vez que Sexto servía directamente bajo las órdenes de su general, y deseaba fervientemente desempeñarse a la perfección. Sin embargo, tras varias horas de marcha, Bryan simplemente ordenó que las legiones se detuvieran y esperaran. No pidió dividir los manípulos en centurias ni en unidades más pequeñas para iniciar la búsqueda de los bandidos.
- ¿Dividirnos? ¿Por qué haríamos eso? - Respondió Bryan con una sonrisa enigmática.
- ¿No vamos a perseguir a los bandidos? - Preguntó Sexto, visiblemente confundido.
- Cuando un grupo de ratas se dispersa, es difícil atraparlas, especialmente en medio de esta neblina. No, no pienso hacer nada tan molesto como eso. - Explicó Bryan, encogiéndose de hombros con un tono pragmático: - Es mejor darles tiempo para que se reúnan en un solo lugar, rodearlas y aplastarlas a todas de una vez. Afortunadamente, ya tenemos una buena idea de dónde están sus madrigueras. -
- Pero entonces... ¿por qué salimos de la ciudad? - Insistió Sexto.
- Oh, eso era solo una excusa. - Dijo Bryan, esbozando una sonrisa ligeramente maliciosa que hizo que un escalofrío recorriera la espalda de Rufo: - Desde hace tiempo tengo un par de perros rabiosos a los que debo sacrificar, pero hacerlo yo mismo, sin un motivo claro, sería mal visto. Por eso esperé pacientemente a que me dieran una razón, e incluso evité castigarlos cuando se portaban mal, para incitarlos a hacer algo serio. Lamentablemente no tuve suerte con esto, aunque las bestias han acumulado suficientes méritos con sus pequeñas ofensas para llevarlos al cadalso. -
Sexto tragó saliva con dificultad. El cadalso era una estructura de madera, erigida a las afueras de las ciudades para llevar a cabo ejecuciones públicas, ya fuera la horca, el garrote o el desmembramiento. Estas formas de morir se convertían en un macabro espectáculo frente a todo el pueblo, y generalmente estaba reservado para los grandes criminales. Solo por el significado de la palabra, Sexto pudo deducir a quiénes se refería realmente el procónsul cuando hablaba de "perros rabiosos," pero decidió guardar silencio.
- A pesar de todo. - Continuó Bryan: - Necesitaba un motivo incuestionable, algo que impida que nadie pueda alegar que deshacerme de ellos no está justificado. Así que decidí dejarlos en un cubil cerrado, junto con otro perro rabioso. - Hizo una pausa para soltar una risa sutil antes de continuar: - Con un poco de suerte, se matarán entre sí, y aunque alguno sobreviva, me habrán dado el pretexto que necesito para que nadie cuestione mi decisión. -
Sexto Rufo no era especialmente brillante, pero su vasta experiencia le permitió comprender de inmediato que su general estaba ejecutando una estrategia para purgar a la VI Legión de sus peores elementos. Guardó silencio y simplemente asintió, aunque por dentro la inquietud lo corroía. No derramaría una lágrima por Luccar o Germánico, pero ambos habían liderado a la VI Legión durante mucho tiempo y, para bien o para mal, la mayoría de los hombres sentía que les debían la vida. La lealtad en el ejército era algo más real, tangible y poderoso de lo que muchos podían imaginar, al punto de que los soldados estaban dispuestos a seguir a sus comandantes incluso hasta la muerte.
"Definitivamente, tendré problemas para controlarlos." Pensó con pesar el decurión, temporalmente ascendido a centurión en funciones.
Por su parte, Bryan fingía no notar las preocupaciones de su subordinado mientras se acomodaba en su silla. Era un asiento cuadrado sin respaldo, con patas curvadas que podían plegarse para facilitar su transporte. Todos los magistrados estaban obligados a usarlas, especialmente en tiempos de guerra. La silla en sí era bastante incómoda, un diseño intencional para recordarles a los comandantes que no debían permanecer sentados por largos períodos, sino ser diligentes en su labor. Además, les recordaba que su Imperium no era absoluto, sino transitorio, ya que el poder emanaba del Emperador y el Senado. Sin embargo, al observar a su general, Sexto Rufo tuvo la inquietante impresión de estar frente a un rey absoluto en su trono. Tal era la presencia que emanaba Bryan en ese momento.
Esta sensación se intensificaba con el remolino de más de cien Apariciones que flotaban varios metros sobre su general. Tras haber perdido a sus Espectros Oscuros, esta era la mejor solución, pues le permitía vigilar todo a su alrededor. Sin embargo, el despliegue era bastante llamativo, un uso de la necromancia que difícilmente pasaría desapercibido. Pero, en su propio territorio, Bryan las había invocado con un gesto perezoso de la mano, como si estuviera aguardando algo.
Después de unas horas, Sexto escuchó un sonido en la distancia, un murmullo lejano que la neblina no le permitía identificar con claridad. Sin embargo, estaba seguro de que se trataba de un gran grupo de hombres. Estaba a punto de ordenar a las tropas que se preparasen para el combate cuando vio a Bryan hacerle una señal para que se detuviera.
- Son los nuestros. - Explicó Bryan, de forma lacónica.
Sexto lo miró sin comprender, pero pronto reconoció los característicos sonidos de tubas y trompetas que solo una legión imperial podía emitir. Poco después, varias decenas de centenares de legionarios emergieron de la bruma, avanzando tranquilamente por rutas alternas que no pasaban por la ciudad.
“¡Por supuesto, es la V Legión!” Comprendió Sexto con rapidez, dirigiendo una mirada de admiración a su comandante en jefe. Ahora, incluso si los hombres de la VI Legión sentían la tentación de rebelarse, dudarían mucho en hacerlo, sabiendo que su general contaba con aproximadamente el mismo número de tropas a su disposición. Y eso sin contar la fuerza de los Tribunos y la del propio Bryan, quien ya había demostrado ser el necromante más poderoso que habían visto.
- ¿Tuvieron algún problema? - Inquirió Bryan mirando a Druso, quien se había acercado primero, seguido de cerca por Silano.
- Ninguno. Tu trampa funcionó a la perfección, y masacramos a casi todos los grupos de bandidos que se abalanzaron sobre nuestros carros. Nos retrasamos un poco por la falta de caballería, pero tuvimos tiempo para descansar antes de reunirnos contigo aquí, como ordenaste. - Respondió su amigo sonriendo: - Pensé que la neblina nos complicaría encontrarte, pero ese torbellino de... lo que sea que son esas cosas, se puede ver desde muy lejos. – Dijo, señalando a las Apariciones en el cielo.
Bryan esbozó una sonrisa mientras enviaba de regreso a las Apariciones. Su plan para reunir a los hombres de la V Legión sin que los legionarios de la VI lo advirtiesen había funcionado perfectamente. Ahora solo quedaba esperar unos días a que los centuriones traidores entrasen en conflicto con el Propretor Flaminio. Luego, él se presentaría en la ciudad con todo su ejército para imponer el orden.
- Construiremos un campamento para pasar la noche. Mañana vamos a... - Empezó a ordenar Bryan, cuando de repente lo asaltó una desagradable sensación que le recorrió la espalda, provocándole un involuntario escalofrío. Instintivamente, retrocedió unos pasos, mirando a su alrededor, hasta que quedó claro que algún tipo de poderoso fenómeno se estaba desatando en el Este.
- ¡¿Han sentido eso?! - Preguntó Bryan a sus tribunos, con un tono que delataba su alarma.
- No entiendo... ¿Ha ocurrido algo? - Inquirió Druso, visiblemente confundido.
Silano y Sexto Rufo también lo miraron perplejos, sin saber a qué se refería.
"¿Nadie más lo percibe?"
Por un instante, Bryan pensó que tal vez estaba equivocado, pero la sensación de que algo ominoso se estaba gestando en esa dirección no dejó de intensificarse. Lo peor era que, aunque desconocido, ese sentimiento le resultaba inquietantemente familiar, como si ya hubiese experimentado algo similar en el pasado. Entonces, un destello de recuerdos cruzó su mente: el Ojo del Demonio intentando poseerlo. Y de inmediato comprendió lo que estaba ocurriendo.
"¡Es una deidad! ¡Una deidad se está manifestando!"
Bryan tragó saliva, sintiendo el peso de la revelación. Sabía, por experiencia propia, lo peligrosos que podían ser los dioses. Incluso sin una intervención directa, las consecuencias de sus intervenciones podían ser catastróficas. Los recuerdos de la Ciudad de Valen brillaron en su mente, cuando una simple proyección del alma de Nécora el Putrefacto estuvo a punto de aniquilar a toda la población.
- ¡La ciudad! - Exclamó Bryan en cuanto terminó de formular ese pensamiento, dándose cuenta de la dirección de aquella inquietante sensación. Sin perder un segundo, ordenó con firmeza: - ¡Que las legiones avancen a marchas forzadas hacia la Ciudad de Valderán! ¡Reúnanse conmigo allí, pero no entren hasta que reciban mis instrucciones! -
Antes de que alguien tuviera tiempo de responder, Bryan dio un pisotón y salió volando por el aire a toda velocidad, dejando atrás a su sorprendido ejército, especialmente a los Tribunos y a su Guardia de Lictores. En ese momento, no le importaba ocultar las capacidades del Arte del Noveno Diagrama Celeste. ¡Solo quería detener lo que fuera que estuviese ocurriendo!
Mientras volaba raudo como el viento, Bryan no dejaba de lanzar el conjuro de Revelar Vida, con la esperanza de detectar cualquier señal de vida. Estaba seguro de que, si algo extraordinario había sucedido, el Propretor seguramente enviaría emisarios. Después de unos minutos, detectó el brillo de algo en el camino lo bastante grande como para pertenecer a una persona, así que de inmediato descendió.
Se encontró con una mujer en un estado desgarrador. Su cuerpo estaba lleno de moretones y sus labios rotos estaban sangrando. Su cabellera, antes cuidadosamente peinada, ahora estaba enmarañada y llena de tierra, como si hubieran arrastrado por el suelo. Sus ropas, una vez pulcras, estaban sucias y rasgadas. Era evidente que estaba a punto de colapsar, pero de algún modo había encontrado fuerzas para correr desesperadamente.
- ¿Quién eres? - Preguntó Bryan después de aterrizar silenciosamente a sus espaldas.
La joven soltó un grito de terror e intentó escapar de forma instintiva, pero Bryan la inmovilizó rápidamente, sujetándola por los hombros. De repente, ella pareció reconocerlo y se arrodilló en el suelo, suplicándole.
- ¡Justicia, Procónsul! ¡Justicia para mis hermanas! - Gritó, desesperada, mientras se aferraba a los pies de Bryan como si su vida dependiera de ello: - ¡Fui la única que logró escapar! ¡Corrí sin descanso para encontrarte! -
- ¡Cálmate, mujer! ¡Dime qué ha sucedido! - Exclamó Bryan, intentando contener la urgencia en su voz.
La joven, con la respiración entrecortada, reunió fuerzas y comenzó a hablar con una voz rasgada por el dolor:
- ¡Sacrilegio, traición y profanación! ¡Tus soldados han deshonrado el templo de Nycteris! ¡Saquearon sus tesoros! ¡Asesinaron al sacerdote y bañaron el altar en su sangre! ¡No temen ni a los dioses ni a los hombres! ¡Esos malditos... han deshonrado a mis hermanas! ¡Malditos, mil veces malditos! - Su voz se quebró al final, cargada de una mezcla de rabia y desesperación.
Por primera vez en mucho tiempo, Bryan sintió la sangre helarse en sus venas. Sí, había intentado provocar una confrontación entre el Pretor y los centuriones, pero jamás imaginó que estos miserables elegirían como escenario el lugar más sagrado de la ciudad. ¡Había tomado precauciones para evitar esto! ¡Incluso se aseguró de que los soldados no viesen el interior del templo precisamente para evitar una situación semejante!
- ¡Bastardos! ¡¿Todavía podían caer más bajo?! - Bramó Bryan enfurecido y la Esencia Mágica respondió a su emoción desatando oleadas de energía que apenas consiguió contener. Luego, entregó una poción de curación a la sacerdotisa y, con un movimiento decidido, se quitó el casco para dárselo como prueba de su encuentro:
- ¡Espera a mi ejército aquí! ¡Dile a mis Tribunos que les ordeno protegerte! ¡Y que se apresuren a seguirme a la ciudad! -
Luego, Bryan se alejó volando rápidamente. Tan alterado estaba que ni siquiera se detuvo a cuestionar lo extraordinario de que una sacerdotisa hubiera logrado escapar de aquellos soldados, evadir las defensas de la ciudad y recorrer kilómetros a pie a pesar de sus heridas. Con el paso del tiempo, los recuerdos del rostro y las palabras de aquella mujer comenzaron a desdibujarse en su mente sin que él lo notase, aunque la esencia de su mensaje permanecía viva en su corazón.
Tan pronto como Bryan desapareció de la vista, la desesperación en el rostro de la mujer se desvaneció, dando lugar a una mirada fría y llena de indiferencia. Sus heridas sanaron de inmediato y se puso de pie con agilidad, murmurando para sí misma:
- Queda confirmado que este hombre no estaba al tanto de lo que sucedía. Sin embargo, comparte la culpa por no controlar a sus esbirros. Lo que sigue será una prueba para determinar si merece mi perdón o mi condena eterna. -
Con estas palabras, sus ojos resplandecieron con un brillo plateado antes de que ella se desvaneciera entre la niebla, sin dejar rastro. Minutos después, las Legiones V y VI llegaron apresuradas al lugar, deteniéndose brevemente al encontrar el casco de su general y una botella con la poción de curación cuidadosamente depositados en el suelo.
******
Bryan llegó a Ciudad de Valderán en plena noche, cuando la luna alcanzaba su cenit. No encontró resistencia; ni un vigilante notó su llegada. Eso era muy mala señal. Sin que nadie lo notara, descendió sigilosamente sobre el techo de una de las casas más altas y se puso su traje de Ejecutor, que incluía una máscara para ocultar su identidad. Mantener su anonimato era el último intento que haría para preservar, al menos en términos generales, su plan original.
Luego empezó a explorar la ciudad, moviéndose como una sombra silenciosa en dirección al Templo de Nycteris. En el trayecto, observó combates menores entre los hombres de Flaminio y los legionarios de la VI, pero en general, la mayoría parecía haber optado por permanecer en sus cuarteles, temerosos de las consecuencias de actuar sin información clara. Esto le resultó favorable; no quería tener que liquidar a los tres mil hombres de la VI a menos que fuera absolutamente necesario. Incluso se permitió una esperanza ingenua de que la situación no fuera tan desastrosa como temía.
Sin embargo, cuando finalmente tuvo el templo a la vista, cualquier rastro de optimismo se desvaneció de su mente.
Lo primero que llamó su atención fue un pilar de luz plateada y nebulosa que emanaba del templo, ascendiendo hasta perderse entre las nubes. Era un fenómeno claramente sobrenatural, producto de la intervención de una deidad. Sin embargo, las reacciones de los habitantes que observaban desde sus casas indicaban que, aparte de Bryan, nadie más parecía percibirlo. Quizá se debía a la Esencia Mágica, a su Astro Proyección, o tal vez al hecho de haber estado expuesto a poderes divinos. En cualquier caso, era evidente que la diosa en cuestión estaba furiosa y a punto de desatar una catástrofe si él no intervenía.
Aunque lo último que deseaba era acercarse al epicentro de esa furia divina, Bryan tragó saliva y se obligó a volar hasta el techo del templo para ingresar por una de las ventanas.
Lo que vio avivó su propia furia. Las mujeres eran sometidas de manera atroz, con una brutalidad indescriptible. Algunas ya yacían sin vida, pero los desgraciados, embriagados por la lujuria, continuaban sus actos repugnantes sin el más mínimo reconocimiento de la muerte. Bryan se preparó para exterminar a esos monstruos, cuando un pulso de energía oscura se desató desde el altar, deteniéndolo en seco.
Parecía que la deidad intentaba comunicarse con él.
La experiencia fue inquietante, pues Nycteris no le transmitió palabras, sino que Bryan percibió su voluntad a través de las llamas. Más que un mensaje claro, lo que recibió fue una especie de inspiración repentina, como la chispa que da vida a una idea para una obra escultórica o un verso poético. Lo que quedó absolutamente claro fue que la diosa demandaba algo de él: si no exterminaba a aquellos hombres de manera brutal y ejemplar, ella haría que él también pagara por ello.
Sin saber exactamente cómo responder, Bryan asintió con la cabeza. En ese momento, el fuego del altar de la diosa se transformó en una brillante llama azul. Su resplandor sobrenatural no iluminaba la estancia, sino que cegaba a quien lo mirara directamente, sumiendo el resto del templo en la más profunda penumbra. Al mismo tiempo, un suave resplandor plateado comenzó a emanar de los cuerpos de los legionarios, una marca impuesta por la diosa para señalar a los culpables para que Bryan supiese en dónde estaban. Aunque no es que lo necesitase, porque con su visión sobrehumana le permitía ver con claridad incluso en la oscuridad más absoluta.
Bryan se dejó caer dentro del templo, aterrizando sigilosamente detrás de un legionario que acababa de abandonar el cuerpo de una sacerdotisa. Sin darle tiempo a reaccionar, le rompió el brazo derecho con un movimiento rápido y preciso, luego desenfundó la espada del hombre mientras empuñaba la suya propia. Con movimientos letales, comenzó a moverse como un viento cortante de espadas duales, desgarrando los tendones de los miserables con una facilidad escalofriante. La mitad de ellos yacía en el suelo, gritando de dolor y paralizados antes de que siquiera pudieran comprender que estaban siendo atacados.
Además, muchos de ellos habían dejado sus armaduras y espadas, exhaustos tras su brutalidad contra las mujeres. La oscuridad del templo complicaba aún más la situación; cuando intentaban usar su Aura de Batalla, el resplandor cegador que emanaba de sus cuerpos los desorientaba, combatiendo con torpeza. Si Bryan hubiera querido matarlos, lo habría hecho con una facilidad aterradora.
Cuando todo terminó, Bryan se plantó sobre Jaime Luccar, a quien había reservado para el final. Aunque el Primer Centurión había intentado resistir con más destreza que los demás, ahora yacía en el suelo, con ambos brazos rotos y cruzados sobre el pecho. Bryan, con firmeza, mantenía su peso sobre las extremidades heridas mientras colocaba su espada fría y afilada contra el cuello de Luccar.
- ¡Tú eres el Procónsul! - Exclamó Jaime Luccar, soltando una palabrota mientras el sudor le empapaba la cara y su incipiente barba morena temblaba al hablar: - ¡Todo esto fue una trampa desde el principio! -
- Falso. - Respondió Bryan, sus dientes rechinando por la furia contenida, para luego agregar con un tono gélido: - Esta noche, yo soy la sentencia. -
Acto seguido, Bryan dejó caer sus espadas y se arrodilló junto a Jaime Luccar. Sujetó con mano firme como el acero la boca del Primer Centurión, inmovilizándola. Luego, lo obligó a abrir la mandíbula y, con su mano libre, le arrancó la lengua. Sin perder tiempo, procedió a cauterizar la herida con fuego para evitar que se desangrara. Jaime Luccar soltó un grito espantoso, pero el dolor extremo lo hizo perder el conocimiento.
- El infierno te espera cuando despiertes. - Le dijo Bryan con un tono que resonaba como una sentencia de ultratumba: - Te haré experimentar cien veces el dolor que has causado a estas sacerdotisas. Pero no te preocupes, no estarás solo en este camino. -
Con esas palabras, se levantó y abandonó el templo, decidido a buscar a César Germánico.
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Los siguientes días solo pudieron describirse como desoladores. Tras aquella noche fatídica, Bryan trabajó en secreto para neutralizar a los legionarios que habían participado en la profanación del templo de Nycteris. Mientras tanto, se debatía entre sus pensamientos, buscando una forma de castigo que fuera lo suficientemente aterradora para satisfacer a la diosa. Finalmente, decidió que la mejor opción era seguir su táctica original: dejarlos en manos de Flaminio. De manera que liberó al furioso Propretor de la prisión donde César Germánico lo había dejado, dejándolo a merced de su venganza y de las consecuencias de sus mutilaciones.
Al amanecer las Legiones V y VI estaban a las afueras de la ciudad, donde montaron un campamento provisional. Bryan aprovechó para deslizarse en el interior, fingiendo que acababa de llegar y, en la ciudad, todos asumieron que la misteriosa figura oscura que había atacado a los profanadores era un espectro vengador enviado por la reina de los muertos.
El Procónsul explicó rápidamente la situación a sus Tribunos, ignorando las miradas de reproche de su Guardia de Lictores, quienes deberían haberlo escoltado en todo momento. Mientras tanto, la ciudad temblaba ante la proximidad de este ejército, y muchos temían que Bryan hubiera venido a rescatar a sus centuriones. Pero grande fue la algarabía de todos cuando Druso ingresó en la ciudad, proclamando que habían llegado para asistir al Propretor Flaminio y ayudarle a pacificar la urbe. Sin embargo, al final todo lo que hicieron fue retirar a la mayoría de los tres mil hombres de la VI Legión que no participaron directamente en los enfrentamientos, dejando a casi trescientos a merced de Flaminio. Al mismo tiempo, el Tribuno entregó un mensaje de Bryan que era muy claro: no intervendría en las sentencias que el Propretor decidiera para los hombres rebeldes y su ejército no ingresaría en la ciudad sin el permiso de Flaminio.
Flaminio ordenó de inmediato que todos los legionarios culpables fueran empalados alrededor del templo. Esto implicaba ensartarlos por el ano con largas estacas, que luego eran alzadas hasta que el peso de los cuerpos obligaba a la punta a penetrar con brutalidad, causando una muerte agonizante que se prolongaba durante horas. La tortura era espantosa, un espectáculo de sufrimiento prolongado.
Pero la ira de Flaminio no se aplacó con esto. El Propretor, deseoso de vengar su rostro desfigurado, sometió a Jaime Luccar y César Germánico a una tortura meticulosa y pública frente al templo de Nycteris. Les arrancó las orejas y la nariz, y luego explotó sus globos oculares con hierros calientes. A continuación, empezó a despellejarlos lentamente, mientras los gritos de los trescientos cómplices empalados resonaban en el aire.
Cuando el último de los empalados expiró, Flaminio ató las extremidades de los centuriones agonizantes a cuatro caballos que tiraron de ellos en direcciones opuestas, desmembrándolos en el proceso. Finalmente, arrojó los restos a los cerdos, sin darles sepultura alguna.
Mientras todo esto ocurría, Bryan observaba desde su campamento en una colina. El resplandor del templo, visible solo para él, le transmitía la satisfacción de la diosa. Además, se dio cuenta de que cada vez que uno de aquellos miserables moría, sus almas no quedaban libres; en lugar de ello, eran absorbidas por la luz de Nycteris. Esto sugería que aún les esperaba una cruel ronda de torturas en el más allá.
“Nunca provoques la ira de una diosa, porque nunca terminará bien.” Se dijo Bryan, un proverbio que luego se volvería uno de sus favoritos.
Afortunadamente, el fenómeno divino se desvaneció con la muerte de Jaime Luccar y César Germánico, evitando el peor escenario posible. Sin embargo, cuando Bryan pensó que podía relajarse, se encontró con un grupo furioso de legionarios de la VI Legión, indignados por la forma en que Flaminio había ejecutado a sus centuriones. Argumentaron que, aunque estos legionarios eran rebeldes, seguían siendo oficiales del ejército imperial. Su arresto y ejecución eran justos, pero la brutalidad con la que Flaminio los ejecutó y luego trató sus despojos había encendido su furia.
- Ciertamente eran centuriones, pero la justicia no olvida ni perdona. Ella registra cada nombre y cada acción. - Les respondió Bryan, mirando enojado a aquellos hombres. Muchos de los presentes eran parte de los tres mil que él había dejado en la ciudad, aunque no participaron en el saqueo del templo, aún no estaban exentos de culpa: - Jaime Luccar y César Germánico cometieron el más abominable de los sacrilegios. Incluso si profanar el templo sagrado de Nycteris no fuera un pecado monstruoso, lo hicieron en la Ciudad de Valderán. ¿Acaso tengo que recordarles que todas las ciudades están bajo el control directo del Emperador? Por eso sólo los Pretores tienen autoridad dentro de las urbes, y yo no puedo interferir en ninguna sentencia que Flaminio decida sin incurrir en traición.
Si lo que les molesta es la actuación de Flaminio, denúncienlo al Senado. Pero si buscan venganza… adelante. No obstante, lo harán por su cuenta, como ciudadanos, no como legionarios de la VI Legión. Yo me lavaré las manos de este asunto, y cuando salgan de la ciudad, serán tratados como desertores. ¡La elección es suya! -
Las palabras de Bryan surtieron el efecto esperado; el grupo de legionarios se retiró abatido. Aunque su ira era palpable, estaba dirigida únicamente hacia el Propretor Flaminio, no hacia Bryan. Después de todo, este último tenía razón al afirmar que no podía intervenir en la ciudad sin el permiso del Senado, y así, su plan se había cumplido en su totalidad.
Al amanecer, el Procónsul ordenó el desmantelamiento del campamento y, al día siguiente, todos partieron. Sin embargo, la ciudad aún tenía sorpresas reservadas. Apenas habían comenzado su marcha cuando un grupo de emisarios, visiblemente agitados, los alcanzó con una noticia escalofriante. El Propretor Flaminio, consumido por la locura a causa de su rostro desfigurado, estaba ahora desatando su ira contra los ciudadanos. Según él, la población había fallado al no detener la rebelión de los centuriones y al no auxiliarlo durante el ataque. Flaminio estaba sometiendo a la ciudad a una serie interminable de atrocidades. Si los mensajeros hubieran descrito cada una de ellas, probablemente habrían estado hablando hasta el anochecer. Ahora, los Ediles, aquellos funcionarios por debajo de Flaminio, lo habían declarado oficialmente un rebelde y suplicaban al Procónsul que regresara para restaurar el orden.
Bryan soltó una maldición amarga, pero no tuvo más remedio que ordenar el regreso a la ciudad. Esta vez, sin embargo, su intervención fue mínima. Porque cuando su ejército estuvo a plena vista desde las murallas, los ciudadanos se envalentonaron y asaltaron el cuartel del Propretor para vengarse. En ese momento una buena cantidad de Legionarios Urbanos desertaron, dejando al herido y desfigurado Propretor sin capacidad para defenderse de la furia popular.
Cuando el Tribuno Silano, acompañado de Cayo Valerio y varios legionarios de la V, llegó a la plaza, la escena que se desplegó ante ellos era brutal. El cadáver de Flaminio, salvajemente golpeado con piedras y palos, colgaba de una cuerda con gancho en el balcón de su cuartel general, exhibido como un trofeo macabro.
Después de unos días de caos, finalmente se restableció el orden. Esa mañana, se estaba preparando un informe oficial para el Senado, firmado por los Ediles de Ciudad de Valderán, en el que se solicitaba el envío de un nuevo Propretor. El informe solo mencionaba que Flaminio había pedido la ayuda del Procónsul para recuperar la ciudad. Posteriormente, el Propretor solicitó a Bryan que este dejase a unos cuantos de sus hombres para ayudarlo porque se reconocía incapaz de mantener el orden en la urbe recién recuperada. Sin embargo, ese mismo día, Flaminio y los centuriones se sumergieron en un sangriento conflicto que culminó con la profanación del templo de Nycteris y la subsiguiente locura del magistrado, quien finalmente se había suicidado.
- ¿Suicidio? - Preguntó Bryan, escéptico, durante su reunión con los ediles, quienes finalmente habían emitido un permiso para permitirle entrar en la ciudad: - Entiendo que desean proteger al pueblo del castigo por haber matado a Flaminio sin juicio, pero no pueden simplemente “suicidarlo” de esa manera. ¿No tienen una excusa un poco más convincente? -
Los cuatro ediles evitaron su mirada, y uno de ellos finalmente respondió:
- El problema es la forma en que terminó. -
Bryan soltó un suspiro. Ciertamente, si Flaminio sólo hubiese muerto a golpes, podrían haber argumentado un accidente, quizás una caída por unas escaleras o, en el peor de los casos, atribuirlo a una enfermedad misteriosa. Pero el hecho de que su cadáver fuese colgado de su propio balcón con un gancho afilado, como si de un cerdo sacrificado se tratase, echaba por tierra cualquiera de esas posibilidades. Sin embargo, la brutalidad de esa muerte tampoco hacía muy creíble la posibilidad del suicidio.
- ¿Cómo esperan que el Senado se trague esa excusa, por todos los dioses? - Preguntó Bryan, llevándose una mano a la cabeza en señal de exasperación.
- La gente a veces se deprime y salta. - Murmuró uno de los ediles, pero apartó la mirada rápidamente al encontrarse con los ojos fulminantes del Procónsul. Luego, comenzó a farfullar: - Es trágico, pero no es culpa del pueblo, ¿verdad? -
- ¿Quién se clava un gancho afilado en la espalda y luego salta?! ¡Eso no es creíble! - Objetó Bryan, visiblemente irritado.
- Creo que dejó una Nota de Suicidio que también podemos adjuntar al informe... ¿Ya la encontraron? - Preguntó uno de los ediles con un tono bastante falso, dirigiéndose a un compañero.
- Todavía no. - Respondió el aludido, sacando rápidamente unas tablillas de cera y comenzando a escribir: - Pero en unos minutos la hallarán. -
Esto ya era el colmo de la desfachatez, así que Bryan no pudo evitar burlarse con ironía
- ¿Y qué se supone que dirá esa nota? Quizá algo así como: “La vida es sufrimiento. Ya no aguanto más. Firmado, el Magistrado Desfigurado.” -
Para su sorpresa, el edil que escribía levantó la vista de inmediato y exclamó, mientras anotaba rápidamente:
- ¡Vaya! ¡Eso es una gran idea, Procónsul! -
- ¡Estaba siendo sarcástico, carajo! - Espetó Bryan, sin poder creerlo. Sin embargo, el edil no dejó de escribir, así que Bryan suspiró resignado y exclamó:
- ¡Hagan lo que quieran! -
Luego hizo una pausa antes de preguntar:
- ¿Ya han recuperado el control de la ciudad? -
- Sí, con tu ayuda lo hemos recuperado, Procónsul. - Respondió uno de los ediles.
- Entonces me voy de aquí. - Dijo Bryan, levantándose rápidamente: - Por favor mantengan todo en orden hasta que llegue el nuevo Propretor. No quiero tener que volver a pisar esta ciudad en un futuro cercano. ¿Entendido? ¡Valderán ya me ha dado suficientes quebraderos de cabeza para toda una vida! -
Tal como dijo, el Procónsul ordenó partir inmediatamente, antes de que sucediese cualquier otra cosa. Los ciudadanos lo despidieron aclamándolo como el libertador y salvador de Valderán, aunque él solo deseaba alejarse lo más rápido posible. Lo único bueno de todo aquello fue que los ciudadanos nunca le echaron la culpa a Bryan por las acciones de sus centuriones. Por eso, el informe oficial de los ediles jamás mencionó que había sido su idea dejar a Luccar y Germánico en la ciudad. Al comprender esto, Bryan sintió un alivio inesperado y al final dio por bueno todo el tortuoso episodio de la Ciudad de Valderán.
******
- Al final, fue un error político intervenir en esta ciudad. - Comentó Druso discretamente mientras cabalgaba a su lado.
- Error político, sí. - Confesó Bryan, reflexionando sobre todo lo ocurrido: - Y pudo haber resultado mucho peor si no hubiésemos actuado a tiempo. Pero ha sido un acierto militar. Ahora la ciudad me ve como un héroe y yo me he deshecho de los dos oficiales más desleales de las Legiones Malditas sin enfrentarme al resentimiento de sus legionarios. -
- Ciertamente. - Añadió Silano: - Tampoco parece que nadie se sienta incómodo con que hayas nombrado a Sexto Rufo como nuevo Primer Centurión de la VI. -
- Así es. Ahora por fin puedo confiar plenamente en que el ejército bajo mi mando obedecerá mis órdenes en combate. - Asintió Bryan, sonriendo: - Así que es hora de dar la próxima serie de pasos para cumplir la misión que me encomendó el emperador. -
- ¿Qué queda por hacer? - Preguntó Druso.
- Limpiar las madrigueras de los bandidos para asegurar completamente nuestro dominio sobre la provincia y permitir la apertura de las rutas comerciales. Esto nos permitirá adquirir el equipo, los alimentos, los materiales y todo lo que necesitaremos en el futuro. - Explicó Bryan con determinación.
- Es cierto, tenemos muchos materiales en Odisea que no pudimos traer con nosotros porque el transporte no era seguro. - Comentó Druso.
- Exactamente, amigo. También podremos enviar buena parte del botín que obtuvimos a Itálica para que éste llegue junto con el informe oficial de nuestra gran victoria. Eso magnificará el impacto de esa noticia frente al pueblo y nuestra popularidad subirá como la espuma. - Continuó Bryan con una sonrisa triunfante, antes de añadir con una mirada astuta: - También está ese otro asunto. -
- ¿Cuál sería? - Preguntó Druso, intrigado.
Bryan guardó silencio unos momentos, luego extrajo un rollo de pergamino con aspecto oficial y se lo entregó primero a Silano. Tras leerlo, Silano pasó el pergamino a Druso, y ambos permanecieron en silencio, meditando en su contenido.
El título en la cabecera del pergamino decía: Acerca de Eumenes de Cardia.
- Ustedes y Marcio han sido excelentes. - Dijo Bryan finalmente: - Pero todo general necesita al menos dos Tribunos por legión. Creo que ya es hora de conseguir un cuarto oficial para los hombres de la V y VI. -
- Si la mitad de lo que dice este pergamino es verdad, definitivamente será muy útil. - Confirmó Druso, aunque había una cierta nota de duda en su voz cuando preguntó: - Pero, ¿crees que realmente se nos unirá? -
- Por supuesto que sí. - Respondió Bryan hablando con total seguridad, como si fuese una cuestión de materia de hecho y añadió: - Le haré una oferta que no podrá rechazar. -
Bryan cabalgando hacia su nuevo objetivo
Hola amigos, soy Acabcor de Perú y hoy es miércoles 14 de Agosto del 2024.
En estos momentos estoy atravesando una terrible infección estomacal que me ha causado fiebre, calambres, y un dolor intenso. Les pido de antemano su comprensión si esta nota del traductor resulta un poco incoherente. Estoy sufriendo mucho, y esto se suma al malestar que ya tenía antes de tener que ir al hospital, donde me realizaron unos análisis muy serios por temor a que pudiera ser cáncer. Lamentablemente, en mi familia hay una triste historia de casos de cáncer. Afortunadamente, los resultados descartaron esa posibilidad, pero eso también significa que los médicos aún no saben exactamente qué tengo. Estoy bastante asustado y no sé bien qué hacer.
En este difícil momento, una de las pocas cosas que me han animado han sido ustedes, mis queridos lectores. Gracias a todos los mecenas que, con sus donaciones, me han ayudado a pagar mis medicamentos, el agua de donde vivo, y las consultas en la clínica. He sentido claramente su apoyo en este pequeño calvario que estoy atravesando.
Este capítulo en particular fue muy difícil de escribir, ya que no estaba en las mejores condiciones mentales, pero aun así creo que quedó bastante bien. Básicamente, nuestro protagonista cometió un grave error y la situación se le fue de las manos por completo. Aunque la diosa en cuestión no es como el malvado Nécora, la furia de una deidad nunca debe subestimarse, y Bryan lo sabe demasiado bien.
El hecho de que la diosa se comunique a través del fuego sin utilizar palabras es un recordatorio de cómo, en la antigua Roma, la voluntad de los dioses se interpretaba a través de métodos más intuitivos que un mensaje directo. Por ejemplo, los sacerdotes interpretaban los deseos divinos al examinar las vísceras y órganos de un animal sacrificado. De manera similar, las profecías de los oráculos nunca eran claras, sino que representaban enigmas que los destinatarios debían resolver. Una de las más famosas es la profecía que recibió el rey Creso, quien tenía que decidir si atacar o no al Imperio persa. El oráculo simplemente le dijo: "Si vas a la guerra contra Persia, destruirás un gran imperio". Creso creyó que eso significaba la victoria, pero al final fue derrotado y su propio reino fue destruido.
En cuanto al método que Bryan utiliza para incapacitar a los legionarios, no me extendí mucho en los detalles porque no lo consideré necesario. Recuerden que estaban completamente desprevenidos y agotados cuando el monstruo favorito de todos cayó del techo. Además, no podían ver bien lo que ocurría a su alrededor, así que no debería haber sido difícil para el protagonista derrotarlos en esas condiciones.
Donde sí me esforcé bastante fue en la conversación subsecuente entre los ediles y Bryan. Mientras escribía, recordaba mis tiempos en el ejército peruano, lidiando con problemas burocráticos, especialmente cuando alguien moría y había que rellenar pilas de informes. En una ocasión, un soldado se suicidó, y al principio me sentí triste, aunque no lo conocía bien, ya que solo habíamos cruzado palabras un par de veces. Pero luego la policía militar comenzó a interrogarnos a todos para averiguar si alguien tenía algo que ver con su muerte. Tres meses después, estaba harto de repetir mi testimonio y firmar declaraciones. Toda mi compasión se convirtió en furia al pensar que el soldado no se había matado en su propia casa en lugar de hacerlo en el cuartel, donde su muerte representó un inconveniente para todos. Esa sensación se convirtió en una frase recurrente entre los soldados: "¡Ni se te ocurra morirte aquí porque no quiero estar firmando informes, bestia!".
En la historia, los ediles no quieren lidiar con la investigación si en Itálica se enteran de que la población ajustició a un pretor, incluso si se lo merecía. Los pretores eran símbolos de la autoridad imperial, y aunque el pueblo tuviera motivos para vengarse, sigue siendo un problema que lo hayan ajusticiado sin juicio ni permiso. De ahí que ninguno de los ediles quiera reportarlo. Me inspiré en obras como Fuenteovejuna y en diálogos de películas de mafiosos, como Analízame.
Por último, quiero llamar su atención a las fabulosas imágenes que conseguí generar. Aún no puedo creer que hayan salido tan bien. ¡Espero que las disfruten!
La fiebre me está agotando, así que tengo que dejarlos por ahora. Por favor, dejen sus impresiones del capítulo en los comentarios, pero disculpen si me demoro en responder. En verdad estoy vomitando casi todo lo que como, y apenas puedo beber agua y tomar antibióticos. No sé si podré publicar el siguiente capítulo a tiempo, a menos que me recupere pronto, pero ustedes saben que siempre intento cumplir con sus expectativas. Por favor, recen para que me recupere, y si desean donarme, les agradecería muchísimo, ya que realmente necesito el dinero.
Nos vemos en el próximo capítulo.