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- ¡Lento! ¡Avancen! ¡Lento! ¡Avancen! - Gritaba Druso mientras lideraba a los legionarios por el túnel. Si se demoraban demasiado, sus enemigos tendrían tiempo de organizarse contra ellos, pero no podían moverse sin cuidado debido a la gran cantidad de trampas que los bandidos habían instalado bajo el liderazgo de Eumenes de Cardia. Por eso, la primera fila de legionarios llevaba los escudos preparados para interceptar cualquier proyectil, mientras que la segunda utilizaba largos bastones para tantear el suelo en busca de sorpresas.
Era una táctica tediosa, pero eficaz, ya que les permitió descubrir al menos veinte agujeros camuflados con hojas, diseñados para atrapar los pies de los intrusos. Estos agujeros, difíciles de detectar en la oscuridad de la cueva, tenían una profundidad de al menos treinta centímetros y estaban llenos de estacas afiladas cubiertas con heces. De este modo, si la víctima no moría desangrada y conseguía escapar, sufriría una infección terrible que probablemente lo mataría.
Pero los problemas para los legionarios itálicos apenas comenzaban. En un momento dado, un bandido activó un mecanismo, y un gran tronco, amarrado al techo con cuerdas y cubierto con cuchillas cuidadosamente incrustadas, se balanceó repentinamente hacia ellos. Hubiera sido un desastre de no haber estado prevenidos. Druso gritó una orden, y Sexto Rufo se unió a él en la primera fila, formando un muro de escudos. En el momento justo, todos activaron sus Auras de Batalla para repeler la fuerza del impacto. Luego, la propiedad elástica de la madera contrachapada atrapó las cuchillas, permitiendo que otros legionarios cortaran las cuerdas de la trampa.
Después de eso, tuvieron que lidiar con rocas rodantes que, en aquel túnel inclinado, resultaban bastante peligrosas; panales de abejas escondidos en barriles; y zonas del suelo que, aunque parecían firmes, resultaban ser arenas movedizas que impedían su avance. También encontraron cuerdas en el suelo que activaban trampas como redes de captura o botellas de cerámica llenas de polvo venenoso. Por supuesto, también hubo muros de madera que tuvieron que destrozar para poder seguir avanzando.
Para empeorar las cosas, todo esto lo soportaban mientras sufrían los constantes disparos de las ballestas de los bandidos.
Generalmente, las fortalezas de los itálicos y también las de sus enemigos tenían defensas mucho más formidables, por lo que estas trampas tan rústicas no deberían haber representado un problema. Sin embargo, en la penumbra de aquellos túneles, donde apenas tenían espacio para maniobrar, se convertían en un auténtico incordio. Y eso a pesar de que no estaban atacando la entrada principal, que estaba mucho más defendida, sumado al hecho de que sus enemigos habían perdido muchos hombres gracias a la trampa del Procónsul. De no haber sido por esto, puede que hubiesen necesitado realizar un asedio en toda regla para tomar esta madriguera, lo que probablemente implicaría esperar semanas hasta que los enemigos comenzasen a morir de hambre.
- ¡Hay que reconocer que han sabido defender muy bien este lugar a pesar de contar sólo con materiales muy elementales! - Comentó Druso, con la frente cubierta de sudor.
- Sí, las trampas están muy bien posicionadas. Incluso estando prevenidos, no podemos evitarlas del todo. - Asintió Sexto Rufo, respirando agotado.
- Esto es obra de Eumenes de Cardia. - Dijo Druso mientras bloqueaba un dardo con su escudo: - Sólo un estratega militar podría defender tan bien una plaza. Por eso debemos avanzar con cuidado. Además, es mejor que los bandidos hayan estado concentrados en nosotros todo este tiempo. Así, el Procónsul tendrá un mayor margen para reclutar a Eumenes. -
- No comprendo. ¿Por qué quiere reclutarlo cuando los bandidos organizados por él nos están dando tantos dolores de cabeza? - Preguntó Sexto.
- Precisamente por eso lo necesitamos vivo. - Respondió una voz que venía desde atrás, seguida por el eco de cientos de hombres.
- ¡Silano! - Exclamó Druso, aliviado.
El estoico Tribuno finalmente había llegado con sus tropas.
- Dejen que yo los releve. -
- Es innecesario. - Respondió Druso, señalando hacia adelante: - Ya casi hemos llegado. -
Efectivamente, unos metros más adelante se encontraba la bifurcación del túnel, lo que significaba que ya estaban en la base enemiga. Era el momento de que cada oficial tomara un grupo de hombres y comenzaran a registrar cada habitación, rincón o escondrijo de aquel lugar.
- ¡Masácrenlos a todos! - Ordenó Druso con una expresión despiadada.
Los legionarios se dividieron rápidamente en grupos de entre diez y treinta hombres, cada uno asignado a una sección diferente del vasto sistema de cavernas. Se movían con precisión, con sus armas bien preparadas, conscientes de que no podía haber margen de error. En la oscuridad, sus cascos y escudos brillaban a la tenue luz de las antorchas, mientras avanzaban por los angostos pasillos, listos para enfrentarse a cualquier bandido que osara cruzarse en su camino.
Dentro de aquellas cuevas, no hubo misericordia. Los legionarios, siguiendo las órdenes del Procónsul Bryan, no tomaron prisioneros. Cada bandido que encontraban era eliminado sin vacilación, incluso aquellos que intentaron rendirse. Les concedían una muerte rápida, pero sin remordimientos ni clemencia. Sabían bien que estos hombres no merecían misericordia, después de años de brutalidades y atrocidades cometidas contra los inocentes de la provincia de Valderán.
Estos bandidos, durante demasiado tiempo, habían sembrado el terror en la región. Saqueaban a los más débiles, robando lo poco que tenían los granjeros para sobrevivir. No sólo asaltaban, sino que también destruían, incendiando las casas de quienes no podían defenderse. Los habitantes de Valderán vivían con miedo constante de que sus hijos fueran secuestrados y vendidos como esclavos en mercados lejanos, mientras que las mujeres y las niñas sufrían abusos terribles a manos de estos salvajes.
El Procónsul Bryan estaba decidido a acabar con esta plaga de una vez por todas, había dado la orden clara: ninguno debía ser perdonado. No sólo quería eliminar a los bandidos, sino también erradicar la raíz del problema que había convertido a la provincia de Valderán en un lugar inseguro. Para él, esta operación no era solo una misión militar, sino un mensaje para todo el mundo de que no se toleraría ningún tipo de actividades criminales. Esa época se terminó con su llegada.
Con cada bandido que caía, los legionarios sabían que estaban un paso más cerca de devolver la paz a Valderán y de enviar el mensaje a Itálica, en donde anunciarían los resultados de su gran victoria contra los etolios. Los túneles, antes llenos de ecos de gritos de batalla y el choque de acero, comenzaron a llenarse de un silencio pesado. Al final, cuando los últimos rincones de las cavernas fueron asegurados, quedó claro que el reinado de terror de los bandidos había llegado a su fin.
******
- Ahora, ¿quién dijo algo sobre un botín escondido? - Preguntó Bryan, girándose hacia Flynn.
El otrora temido líder bandolero, ahora pálido como un cadáver por la pérdida de sangre, apenas tenía fuerzas para responder. Pero de algún modo consiguió susurrar con voz ronca.
- ¡Es mucho dinero! ¡Perdóname la vida y será tuyo! ¡Pero si muero, jamás lo tendrás! -
Al escucharlo, Bryan lo observó por unos momentos, como si sintiera una mezcla de desprecio y lástima, y luego soltó una carcajada que resonó en la habitación.
- ¡Ay, señor Flynn! - Dijo, sin dejar de sonreír: - Me temo que estás sobreestimando tu propia importancia. -
Se acercó al bandido, quedando a escasos pasos de él, y utilizó su magia de Control Paranormal para levantarlo en el aire. Sin embargo, no dirigió su poder directamente al cuerpo de Flynn; en su lugar, los brazos espectrales se aferraron a las Lanzas de Hueso incrustadas en su carne, provocando un dolor indescriptible. El bandido, a pesar de su debilidad, encontró fuerzas para gritar.
- ¿Acaso te duele? - Inquirió Bryan, primero con curiosidad, para luego esbozar una sonrisa cruel: - Estoy seguro de que todas tus víctimas sufrieron mucho más que tú. ¿Cuántos inocentes has asesinado? ¿Cuántas mujeres has ultrajado? ¿Cuántos niños? ¿Cuántas vidas has destrozado solo para acumular tus miserables baratijas, maldita sanguijuela? -
Con cada palabra, Bryan cerraba más el puño, y los brazos espectrales retorcían las jabalinas con mayor fuerza, aumentando el flujo de sangre que manaba de las heridas de Flynn.
- ¡Nooo! ¡Por favor, piedad! -
- ¿Piedad? - Repitió Bryan, con una mueca irónica: - Me pregunto si realmente comprendes el significado de esa palabra. ¿Cuántas personas te suplicaron piedad? -
Bryan activó su Astro Proyección para maximizar su visión espiritual, y de inmediato vio las sombras de las víctimas de Flynn reflejadas en sus ojos. Seguramente eran producto de aquellas atrocidades cometidas que más persistían en su memoria.
- Más de cien personas, ¿verdad? - Continuó Bryan, apretando aún más: - ¿Les concediste piedad a alguna de ellas? ¿Por qué debería yo tenerla contigo? -
- ¡Por favor! ¡Haré lo que sea! - Gritó Flynn.
- Te propongo lo siguiente. - Respondió Bryan, con una mirada despiadada: - Te dejaré vivir si me das una buena razón. Solo un buen motivo por el cual debería perdonarte. -
Normalmente Flynn ya habría comenzado a cantar toda una elegía de mentiras sobre sí mismo para salvarse, pero algo en los ojos de Bryan lo aterraba más que el dolor que lo consumía. Su garganta se cerró, y por unos segundos creyó ver los rostros de todas aquellas personas inocentes e indefensas de las que se había reído justo antes de hacerles pasar por un horrible destino.
- ¿No se te ocurre nada? - Preguntó Bryan finalmente: - Si, eso fue lo que pensé. -
Con una velocidad impresionante, Bryan desenvainó su espada y abrió el estómago de Flynn de un solo tajo Inmediatamente, utilizó su Control Paranormal para empujar las Lanzas de Hueso, clavando el cuerpo del bandido en la pared más cercana justo antes de que sus entrañas se derramasen por todo el suelo en un grotesco espectáculo.
Verdaderamente, una muerte apropiada para un hombre tan ruin.
- ¿Sucede algo? - Preguntó Eumenes, observando a Bryan con curiosidad. El Procónsul había quedado en silencio de repente, con una enigmática sonrisa en los labios.
- No es nada. - Respondió este con un gesto meditabundo, mientras observaba el cadáver de Flynn: - Simplemente recordaba cómo, tiempo atrás, tenía que arrastrarme por el suelo para aprovechar cualquier pequeña ventaja, con tal de sobrevivir. Pero ahora, por fin, poseo el poder necesario, tanto militar como económico, para no depender de cualquier alijo que un miserable bandido como este haya reunido. -
Este era un excelente día. Bryan finalmente estaba asumiendo plenamente su nuevo rol como aristócrata, miembro de la clase superior del Imperio Itálico. Alguien que nunca se rebajaría a negociar con un criminal, sobre todo por algo tan frívolo como el dinero.
- Ya veo. Eso suena como un gran progreso. - Comentó Eumenes de Cardia, aunque añadió con una nota de duda: - ¿Eso significa que no necesitas el tesoro de Flynn? Porque sé dónde lo escondía. -
Bryan se volvió hacia el estratega, intrigado.
- ¿Lo sabes? -
- Si. - Respondió Eumenes: - En realidad, era bastante obvio. Flynn se reservaba las mejores cosas y eliminaba rápidamente a cualquiera que intentara averiguar en dónde escondía su parte del botín. Pero si consideramos que su escondrijo debía estar en un lugar al que pudiera ir y regresar rápidamente sin ser visto, podemos deducir la zona en la que se encuentra. Además, el hecho de que cada cierto tiempo aparecía con las botas manchadas de arena húmeda reduce las posibilidades a una sola. -
- ¿Estás seguro? -
- Cien por ciento seguro. - Afirmó Eumenes con convicción.
- Eumenes, apenas te conozco, pero creo que nos llevaremos bien. - Dijo Bryan con una sonrisa, invitando a su nuevo aliado a unirse a él mientras se dirigían hacia donde estaban los legionarios. Dejaron atrás a la aterrada prostituta, quien no sabía muy bien qué hacer. Mientras se alejaban, ella alcanzó a escuchar al Procónsul decir: - Después de todo, no hay razón para desperdiciar una fuente de financiación. ¡Vamos por ese tesoro! -
Los viejos hábitos no cambian fácilmente.
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Unas horas después, con todos los bandidos ejecutados, Bryan se reunió con sus tribunos y algunos legionarios de confianza para seguir a Eumenes de Cardia. Este los condujo a una gruta secreta, amplia y aireada, con un pequeño manantial que alimentaba un estanque de agua limpia, adornado por helechos que colgaban sobre su superficie. El suelo era de arena y no únicamente en la gruta, sino en todo el terreno circundante, lo cual había sido la clave que permitió a Eumenes deducir la ubicación del escondite.
- ¿Cómo te diste cuenta de que las botas de Flynn traían arena? - Preguntó Druso, intrigado.
- Confieso que tengo muchas manías, tribuno. - Respondió el aludido: - Una de ellas es que nunca miro a las personas a los ojos de inmediato, porque suelen distraer. En su lugar, comienzo examinando a los recién llegados de pies a cabeza, buscando elementos que revelen información: la calidad de las telas, el estado de las joyas, cicatrices en las manos, o incluso el aspecto de las uñas. A veces, se pueden aprender cosas interesantes así. -
- Si, y vaya que esta vez lo hiciste. - Asintió Bryan, satisfecho.
En un rincón apartado, débilmente iluminado por el resplandor tembloroso de las antorchas, se alzaban grandes pilas de monedas y lingotes de oro, dispuestos en cuadrados perfectos. A juzgar por la cantidad, estaba claro que este tesoro no había sido acumulado solo por Flynn. Lo más probable es que sus predecesores en el liderazgo hubiesen contribuido a esta fortuna, solo para acabar asesinados uno tras otro, hasta que le llegó el turno al último. ¿Cuánto tiempo y cuántas vidas habría costado amasar tanta riqueza? ¿Cuánta sangre, dolor y sufrimiento, cuántas familias destrozadas? ¿Cuánta vergüenza, mentiras y crueldad?
Tal vez nadie en el mundo pudiera responder a todas esas preguntas.
Mientras reflexionaba sobre ello, Bryan sintió que no había sido lo suficientemente cruel al matar a Flynn, pero se consoló con la amarga ironía de que todos esos miserables se habían esforzado en vano; porque al final, ninguno disfrutaría de esas riquezas.
- Comencemos. - Ordenó.
De inmediato enviaron un mensajero a la fortaleza, pidiendo a Marcio que enviara las carretas de transporte. Mientras tanto, los legionarios trabajaron incansablemente el resto del día, trasladando aquella inmensa cantidad de oro casi medio kilómetro hasta el campamento fortificado. Los lingotes representaban una buena carga para un hombre adulto, por lo que fueron los primeros en ser llevados.
Las monedas, sin embargo, presentaron un desafío mayor. Había que contarlas y luego meterlas en sacos de pan para su transporte. Eran de todo tipo: algunas con la efigie del águila bicéfala del imperio, otras con la corona de laurel de las ciudades etolias, y muchas más que no pudieron identificar de inmediato. En cuanto a su número, eran tan numerosas como las hojas caídas en otoño. Lo mejor de todo era que, técnicamente, este tesoro no formaba parte del botín de guerra, por lo que no era necesario enviarlo a la capital.
Una vez terminadas estas labores, los hombres tuvieron un tiempo libre hasta que Marcio llegara con las carretas, lo que les brindó la oportunidad perfecta para llevar a cabo una ceremonia.
Bryan ordenó que las legiones se reunieran en asamblea en el centro del campamento, mientras él se sentaba en su silla, rodeado por su Guardia de Lictores y flanqueado por los estandartes de las Legiones V y VI. Estas insignias, además de servir como señal en el campo de batalla, se consideraban objetos sagrados que representaban el espíritu de la legión.
En cierta ocasión, Cayo Valerio había matado cruelmente a un desafortunado soldado ebrio que orinó sin darse cuenta sobre el estandarte de la Legión V. Esto había ocurrido en tiempos en que la disciplina de los hombres estaba en declive. Sin embargo, ahora estaban recuperando su condición de soldados disciplinados, y los estandartes volvían a tener un alto valor en los corazones de todos. Verlos limpios y cuidadosamente conservados llenaba de orgullo a los soldados.
Cada estandarte estaba coronado por un águila dorada, con las alas extendidas y las garras firmemente aferradas a un rayo, símbolo de la fuerza y la justicia implacable que caía sobre los enemigos del Imperio. Bajo el águila, el asta de bronce estaba adornada con medallones de plata, grabados con los símbolos de los dioses de la guerra.
El estandarte en sí era de un carmesí profundo, bordado con hilos de oro que dibujaban intrincados patrones, símbolos de la tradición y el poder. En su centro, el número de la legión estaba inscrito en letras doradas, rodeado por una corona de laureles, símbolo de la gloria inmortal. Los bordes, rematados con borlas doradas, se movían ligeramente con la brisa, como si los estandartes mismos respiraran con la fuerza de los hombres que representaban.
Arrodillado frente a los estandartes y al Procónsul que encarnaba en sí mismo la autoridad del emperador en aquella provincia, Eumenes de Cardia, ahora con apariencia humana tras haberse cortado el pelo y la barba, limpiado la suciedad y vestido el uniforme de legionario, recitó su juramento:
- Por los dioses que protegen Itálica y su Imperio, juro servir con lealtad y valor al estandarte bajo el que ahora me arrodillo. Juro obedecer las órdenes que se me impartan, defender con mi vida el honor de estas legiones y, sobre todo, servir a quien me otorga este rango y responsabilidad. Que mi espada se levante y caiga al mando de aquel que es la voz de Itálica en estas tierras, y que mi vida sea un escudo para su voluntad. -
Bryan asintió solemnemente, alzando una mano para sellar el juramento de forma oficial.
- ¡Que los dioses e Itálica sean testigos de tu juramento, Eumenes de Cardia! A partir de este momento, acepto tu lealtad, no solo al Imperio, sino también a la causa que represento. Como Procónsul, te nombro Tribuno Militar, con todos los derechos y responsabilidades que este rango conlleva. -
La aceptación de Bryan fue ceremoniosa, pero en sus palabras se insinuaba algo más profundo, una aceptación que iba más allá del deber oficial. Los legionarios presentes, en su mayoría, no percibieron esta sutilidad, pero los más perspicaces, como el Centurión Cayo Valerio, notaron con asombro que Eumenes había jurado más bien lealtad a Bryan que al Imperio. A pesar de la caída en desgracia de Eumenes, el hecho de que un estratega tan orgulloso se sometiera tan rápidamente a la autoridad de Bryan dejó a algunos en silencio reflexivo.
Una vez concluidas las formalidades, Bryan dio su primera orden a Eumenes como Tribuno: - Toma una de las legiones y marcha al oeste. Hay un último campamento de bandidos que ha ocupado un viejo fuerte militar. Tu misión es destruirlos completamente y asegurar el control absoluto de la provincia. No debe quedar uno solo en pie. -
Eumenes asintió con determinación, listo para cumplir la orden que sellaría su nueva lealtad.
- ¡Entendido, mi general! -
******
Bryan regresó a la Fortaleza de Valderán. Tenía demasiados pendientes de los que debía ocuparse, especialmente la contabilidad del botín que sería enviado a Itálica, así como de los planes estratégicos que tendría que implementar en el futuro. En cuanto a Eumenes, su expediente en el Manto Oscuro ya contenía casi toda la información necesaria sobre sus habilidades y personalidad, por lo que Bryan estaba al tanto de lo que era capaz de hacer. Esta próxima misión sería la prueba de fuego, aunque estaba casi completamente convencido de que no habría problemas. No obstante, para asegurarse, había enviado a Silano para supervisarlo todo.
“Si todo sale bien, por fin tendré a los cuatro Tribunos que me corresponden y podré poner en marcha mi estrategia futura.” Pensó Bryan, satisfecho con el progreso.
En ese momento, recordó algo y decidió revisar la condición de Elena Teia, así que se dirigió a la torre recién reparada, donde Marcio había dispuesto los aposentos para ella. Al acercarse, percibió la presencia del Pequeño Esqueleto, que continuaba vigilando su estado. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de abrir la puerta, sintió una advertencia de su criatura.
Bryan sonrió, giró el picaporte e ingresó en la habitación. Apenas unos segundos después, algo intentó golpearlo en la cabeza, pero él esquivó ágilmente y se giró para enfrentar a una enfurecida Elena, que trataba de atacarlo con un pequeño cofre. Al darse cuenta de que había fallado, lo soltó de inmediato y comenzó a arremeter con una serie de patadas y puñetazos rápidos y precisos que hicieron ondear su cabello rojo llameante.
Honestamente Bryan estaba sorprendido. Los magos, en general, no solían destacar en habilidades físicas, pero era evidente que Elena Teia había recibido un entrenamiento avanzado en combate cuerpo a cuerpo, a pesar de no poseer Aura de Batalla. Quizá había aprendido a defenderse de esta manera como un último recurso porque conocía las consecuencias de su carta del triunfo, aquella que la convertía en una Maga Cuasi Suprema al fusionarse con su fénix, pero que a la vez sobrecargaba sus circuitos mágicos y la dejaba incapaz de usar magia durante un tiempo. Sin embargo, por la maestría que demostraba, era probable que hubiera aprendido a luchar desde niña.
Su estilo de combate era agresivo, pero no ingenuo. Elena comprendía bien la diferencia natural de fuerza entre un hombre y una mujer, y parecía que su instructor le había enseñado cómo compensar esta realidad. No dejaba de moverse, evitando ser atrapada, mientras atacaba con la determinación de quien se juega la vida en cada golpe.
Y si él hubiese sido un Archimago común, tal vez aquel ataque desesperado habría tenido una mínima posibilidad de éxito. Pero, lamentablemente para Elena, Bryan era un monstruo que no solo dominaba la necromancia, sino también una magia demoníaca desconocida que le otorgaba reflejos y fuerza sobrehumanos. En ese momento, solo un Gran Maestro de Espadas podría haberle ofrecido un desafío real, así que los intentos de Elena por vencerlo físicamente le resultaban casi adorables.
Decidió entonces complacer un poco el ego de su prisionera, esquivando y desviando los primeros golpes antes de dar un paso adelante y empujarla en el estómago con la fuerza suficiente para que cayera sobre la cama.
- ¡Maldito! ¡Has golpeado a una mujer! - Gritó Elena, luchando por levantarse mientras sus hermosos ojos azules centelleaban de furia.
- No, solo te empujé. - Respondió Bryan, sin moverse de su sitio, mirándola con condescendencia: - Además, fuiste tú quien me atacó primero con ese cofre, con la clara intención de matarme. Así que en ese momento la cortesía hacia la “damisela en apuros” dejó de ser válida. -
- ¡Eso no cuenta porque no llegué a darte! - Chilló Elena al mismo tiempo que buscaba desesperadamente con la mirada algún modo de escapar o atacar que aún no hubiese intentado.
“Parece que al código legal de esta mujer le falta la página del <<intento de homicidio>>.” Pensó Bryan con ironía, mientras avanzaba unos pasos más hacia ella.
- Me alegra ver que finalmente has despertado, Arconte Teia. - Dijo con un tono que mezclaba desafío y diversión.
- ¡Eres un desgraciado! - Chilló Elena mientras se refugiaba detrás de la cama, aumentando la distancia entre ambos.
- Mira, estoy seguro de que tienes mucho que decir, pero primero quiero aclarar algunas cosas. - Respondió Bryan rápidamente: - Tú y yo sabemos que no puedes usar tus poderes mágicos, así que, por un tiempo, tendrás que ser mi huésped. -
- ¡Querrás decir prisionera! -
- Tómalo como prefieras. - Respondió Bryan: - Por el momento, estás en una habitación cálida, no estás herida y no has sido ultrajada de ninguna manera; una serie de beneficios que la mayoría de las mujeres enemigas tomadas prisioneras no suelen disfrutar en ninguna parte del mundo. ¿Te gustaría que continuemos así? Si no estás de acuerdo, puedo seguir las costumbres de Itálica, cubrir tu hermoso cuerpo de cadenas, llevarte a la capital, arrastrarte tras mi carruaje y exhibirte como un trofeo cuando marche al frente de mis tropas, justo antes de matarte. -
- ¡Me mataré yo misma antes de permitirlo! -
- Puedes hacerlo. - Dijo Bryan con una expresión cruel: - Pero en ese caso, haré correr el rumor de que ordené a todos mis legionarios que violaran tu cuerpo antes de que murieras. Luego, enviaré tu cadáver a Itálica cubierto de cadenas y preservado con necromancia, lo levantaré como hice con tus soldados en el Campo de Sangre, y te ejecutaré frente al pueblo para después exhibir tu cabeza como trofeo. - Sus ojos resplandecieron mientras su poder mágico inundaba la habitación: - No estoy aquí para ser amable, Arconte Teia. Eres mi enemiga, y ahora estás en mi poder. Si sigues provocándome, te daré un destino peor que la muerte. -
Elena no respondió, pero si las miradas pudieran matar, Bryan estaba seguro de que ya se habría convertido en cenizas. Lo sorprendente era que ella seguía siendo hermosa incluso en ese estado, como si las emociones intensas realzaran aún más su belleza.
Bryan esperó pacientemente a que comprendiera que sus palabras no eran amenazas vacías, y luego habló con un tono más moderado:
- Si no te gustan esas alternativas, te propongo que seas mi invitada. Te proporcionaré libros para tu entretenimiento, tres comidas al día, un par de sirvientas que atiendan tus necesidades e incluso te acompañaré en algunos paseos cuando tenga tiempo. Pero a cambio, espero que te comportes y no ataques a nadie, especialmente a quienes vengan a traerte comida. Y no pienses en escapar; en tu estado actual, no llegarías muy lejos. -
Elena no dijo nada.
- ¿Puedo tomar tu silencio como un sí? - Preguntó Bryan.
- ¿Por qué me has dejado con vida? - Replicó Elena abruptamente.
Bryan no estaba del todo seguro acerca de cómo responder a esa pregunta, así que simplemente dijo:
- Te lo diré más tarde, si aceptas mis condiciones. Pero por ahora, haré que te traigan algo de comer, y mañana te presentaré a tus nuevas sirvientas. -
Entonces se dio la vuelta para marcharse.
Se dio la vuelta para marcharse.
- ¡Espera! - Gritó Elena.
Bryan se volvió, esforzándose por mostrar una expresión amable, con la esperanza de que, finalmente, pudiera tener un diálogo civilizado con su prisionera.
- Dime, Arconte Teia. -
- La ropa que tengo puesta es diferente. - Dijo Elena con brusquedad.
Bryan guardó silencio.
- ¿Por qué mi ropa es diferente? - Insistió Elena, claramente sintiendo cómo su ira aumentaba.
- No te preocupes, hay una explicación perfectamente inocente para ello. - Respondió Bryan finalmente.
- ¿La cual es…? - Preguntó Elena mientras tomaba un jarrón de cerámica.
- Bueno, la cuestión es… - Empezó a decir Bryan, pero no se le ocurrió nada, así que se dio la vuelta rápidamente y salió de la habitación apresuradamente, cerrando la puerta justo a tiempo. Unos momentos después, escuchó un grito furioso y el sonido del jarrón estrellándose contra la madera.
- ¡Hablaremos después de que comas! - Exclamó Bryan para hacerse oír al otro lado, y luego se alejó rápidamente antes de escuchar la avalancha de reproches que seguramente estaba por venir.
“Espero que Eumenes me traiga algunos prisioneros para ejecutar. Quizá pueda hacer que ellos le traigan la comida.” Pensó con sorna.
******
Elena permaneció inmóvil, con los puños apretados y la respiración agitada mientras escuchaba los pasos de Bryan alejándose por el pasillo. Sentía la ira hirviendo en su interior, una furia que amenazaba con consumirla por completo. Era casi imposible creer que ese maldito Necromante no solo la había capturado, sino que también había tenido la desfachatez de cambiar su ropa mientras estaba inconsciente.
Su mirada se desvió hacia el jarrón roto en el suelo. Apretó los dientes. "No puedes usar tus poderes mágicos", había dicho Bryan, como si ella necesitara que se lo recordaran. La humillación de estar atrapada, despojada de su poder, era un peso que la aplastaba.
Elena sabía que había sido temeraria al enfrentarse a él sin pensar en las consecuencias, pero ¿qué otra opción tenía? Había planeado aquella batalla contra Micénica por tanto tiempo, pero al final todo acabó con la retirada humillante de su ejército por culpa del ataque sorpresa de aquellas legiones. Y ahora, lo único que podía hacer era aceptar las condiciones de ese monstruo o enfrentarse a un destino que apenas podía soportar imaginar.
Se dejó caer sobre la cama, las manos temblando mientras intentaba controlar su respiración. El suave colchón bajo su peso era un cruel recordatorio de que, por el momento, era una prisionera y estaba obligada a aceptar las "cortesías" de su captor. Cerró los ojos, intentando calmarse, pero la imagen de Bryan con su expresión condescendiente no la dejaba en paz.
¿Por qué la había dejado con vida? Esa pregunta la atormentaba. Sabía que él no era misericordioso, así que debía haber una razón estratégica detrás de su decisión. "¿Está jugando con mi mente?" Pensó, sintiendo que su desconfianza crecía con cada segundo. "O quizá hay algo que quiere de mí... algo que aún no ha revelado."
Elena se obligó a respirar hondo y a pensar con claridad. No podía darse el lujo de caer en la desesperación. Tenía que ser inteligente, encontrar una forma de recuperar su poder y escapar de las garras de Bryan. Pero, por ahora, tenía que jugar el juego que él había impuesto, mantener la calma y esperar el momento adecuado.
Se levantó de la cama y comenzó a inspeccionar la habitación con más detenimiento, buscando cualquier detalle que pudiera ser útil. Tenía que encontrar una debilidad en su prisión, algo que pudiera usar a su favor. La desesperación era un lujo que no podía permitirse; tenía que concentrarse en su objetivo: sobrevivir y, si era posible, vengarse.
Mientras recorría la habitación con la mirada, su mente ya estaba trazando un plan. No importaba cuán amable tratara de parecer Bryan, ella sabía que él no la subestimaría. Pero eso no significaba que no pudiera encontrar una forma de engañarlo.
“Esto no ha terminado.” Pensó con una determinación férrea: “Si cree que voy a aceptar mi destino sin luchar, está muy equivocado.”
En ese momento recordó los eventos que llevaron a su captura, en particular la muerte de los hombres que vinieron a ayudarla y no pudo evitar deprimirse.
“¿Cómo le voy a explicar a Patros que no logré recuperar el cadáver de su hijo?” Pensó sintiendo un remordimiento punzante, como una estaca de hielo clavada en su corazón. Afortunadamente, no se percató de la presencia del Pequeño Esqueleto que la observaba atentamente. Este había estado a punto de matarla varias veces debido a la manera en que atacó a Bryan, pero él lo detuvo cada vez con una orden mental.
Los viejos hábitos no cambian rápido...
Hola, amigos. Soy Acabcor de Perú, hoy es 04 de agosto del 2024 y no puedo creer todo lo que he conseguido escribir, incluso con mi enfermedad.
Sé que este capítulo puede parecer corto, pero está lleno de detalles creativos. Antes de entrar en materia, quiero agradecer nuevamente al Mecenas Ricardo, quien me salvó de cometer un grave error al señalarme que Marcio no debía estar en ese lugar. ¡Pude corregirlo a tiempo gracias a él! ¡Mil gracias!
La primera parte, donde los legionarios luchan en el túnel, está muy inspirada en mis recuerdos de infancia de los antiguos juegos de PlayStation 1 y las trampas que los enemigos solían poner. Juegos como Tenchu y Shinobido fueron una gran fuente de inspiración para esta parte. También quiero agradecer a la novela La Isla del Tesoro de Robert Louis Stevenson, de donde tomé muchas descripciones para el personaje del bandido Flynn y las riquezas que había acumulado.
El juramento de Eumenes en público era clave. Primero, porque adquiere un peso mayor al realizarse en presencia de todos y frente a los estandartes. Además, la primera vez que juró lealtad estaba medio drogado, así que al hacerlo sobrio ya no tiene ninguna excusa. Para esta escena me inspiré mucho en las películas de la antigua Roma que solía ver con mi padre.
La escena final con Elena Teia es prácticamente original. No me inspiré en nada específico, solo imaginé cómo reaccionaría una tsundere al despertar como prisionera. Como saben, Elena está basada en el personaje de Asuka, así que espero haber capturado bien su esencia, especialmente en la última parte, cuando ni siquiera Bryan puede encontrar una excusa que lo libre de su ira.
Ahora, tengo una sorpresa para ustedes. Estoy adaptando otra novela, mucho más sencilla que Campione, por lo que puedo trabajar en ella de forma intermitente. No es gran cosa, pero me encantaría que le echaran un vistazo. Es un isekai de videojuegos, así que nada muy complejo. Su título original era Brave Soul of Evil Supremacy, pero lo primero que hice fue cambiarlo, porque es más difícil de entender que una ecuación de física cuántica. Ahora se llama El Villano que desafía su destino y pueden encontrarla en el menú principal de mi página.
Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Qué te pareció el capítulo? ¿Cuál fue tu parte favorita? ¿Qué opinas de la ejecución de Flynn? ¿Te divirtió el cambio de actitud de Bryan cuando le dijeron que podía quedarse con el tesoro? ¿Te gustó el juramento de Eumenes? ¿Qué te pareció la conversación con Elena? ¿Te gustaron las imágenes?
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¡Nos vemos en el próximo capítulo!