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Aunque se la llamara “Casa de Subastas”, en realidad era un gran complejo con múltiples ambientes donde se pujaba por todo tipo de bienes, aunque los esclavos eran la mercancía principal. No me costó encontrar el lugar indicado: el rugido de la multitud era la mejor guía.
Antes de continuar, me coloqué un antifaz similar a los que se usaban en carnavales o bailes de máscaras. Aquí, todos llevaban uno. Parte de la razón era que, a veces, dos aristócratas de distinto rango competían por el mismo producto, y si el de menor estatus ganaba gracias a su mayor riqueza, corría el riesgo de sufrir represalias. Para evitar problemas, adoptaron la costumbre de usar máscaras, y al final, ocultar la identidad se convirtió en una regla tácita de la Casa de Subastas.
Al menos esa era la explicación oficial.
Pero la razón principal era la vergüenza. Acabar con la esclavitud en el Reino Slayer era una de las misiones secundarias más largas y complejas añadidas con los DLC de DunBrave, así que conocía bien el lore. Originalmente, quienes lideraron la lucha contra la primera oleada de monstruos enviados por el Rey Demonio fueron, precisamente, los clérigos de la Iglesia, que lograron unir a las naciones bajo un estandarte común. Sin embargo, como la mayoría de los hombres fuertes y aristócratas estaban atrapados en el frente luchando por sobrevivir, muchos países no tenían la mano de obra necesario para cultivar los campos y producir el alimento necesario, tanto para evitar la hambruna como para sostener al ejército.
Se necesitaba una solución inmediata.
Todo comenzó con un reclutamiento forzado de personas que vivían en tribus pequeñas y poco desarrolladas. No sonaba bien, pero eran tiempos desesperados, y considerando que sus esfuerzos beneficiarían a toda la humanidad, incluyéndolos a ellos, la idea parecía aceptable. Muchos defendieron que, ya que esas personas no aportaban soldados ni armamento, al menos podían contribuir de ese modo a la lucha contra el Rey Demonio.
La Iglesia, que en aquellos días estaba desbordada por tener que coordinar la guerra, los heridos y la comunicación entre naciones, terminó aprobando este reclutamiento forzado sin tomar todas las precauciones necesarias.
Lo peor fue que la guerra se prolongó y se volvió cada vez más desesperada. Pese a todos los sacrificios, los humanos estaban perdiendo. Muchos de los líderes políticos y religiosos que diseñaron el acuerdo original murieron en combate, y quienes lo recordaban envejecieron hasta olvidar los detalles. Los países cambiaron o desaparecieron bajo el avance implacable de las hordas demoníacas, como una aplanadora que lo arrasa todo.
Cuando el Primer Héroe selló al Rey Demonio y liberó al mundo, el “reclutamiento forzado” ya se había convertido en un sistema de esclavitud establecido durante generaciones, que era parte fundamental del sistema económico de muchos países. En tales condiciones, parecía imposible hacer algo al respecto.
Afortunadamente, tras la victoria contra el Rey Demonio, la Iglesia emergió fortalecida y más poderosa políticamente que varios reyes, así que decidió que era el mejor momento para rectificar ese antiguo error e intentó declarar a la esclavitud como actividad prohibida. Esto, sin embargo, golpeó directamente los intereses económicos de gente muy influyente. A esto se sumó el hecho de que algunos gobernantes resentían el poder de los templos, así que aprovecharon para iniciar una serie de sangrientos conflictos sangrientos para mantener el sistema esclavista.
Cuando todo terminó, la Iglesia perdió gran parte de su poder político y solo en los últimos años había recuperado buena parte de su influencia, principalmente por su papel como formadora de magos sanadores. También consiguió prohibir la esclavitud en el Reino Slayer y en varios países donde mantenía el liderazgo religioso.
Sin embargo, la victoria fue parcial. “Hecha la ley, hecha la trampa”, dicen, y este era un ejemplo perfecto. Lo que se prohibió fue esclavizar a alguien dentro del Reino Slayer, pero poseer a una persona que ya fuera esclava no era técnicamente ilegal.
Existían países con otras religiones donde se mantenían esclavos usando hechizos propios para crear contratos de sumisión. Lo único necesario para burlar la ley era introducir en secreto al esclavo ya marcado y luego transferir la propiedad del contrato a un nuevo amo. Quienes defendían esta práctica aseguraban que esos esclavos seguramente eran criminales peligrosos que, al menos, podían resultar útiles así. Según ellos, no era inmoral poseerlos siempre que uno no hubiera sido quien colocara el hechizo que los esclavizaba.
Pero, incluso sin conocer la verdadera historia de esas personas, que en su mayoría eran cazadas como animales en tierras lejanas por estos esclavistas, nadie creía sinceramente en ese argumento. Simplemente elegían no saber.
En cualquier caso, gracias a este vacío legal, la esclavitud se mantenía en un extraño punto gris: cualquiera con suficiente dinero e influencia podía poseer esclavos mientras estos no hubieran sido marcados dentro del reino. Pese a todo, moralmente seguía siendo cuestionable, y por eso los nobles usaban máscaras: para que nadie los reconociera haciendo algo que sabían que estaba mal, aunque no fuera ilegal.
«Bueno, yo estoy por hacer exactamente lo mismo, así que no soy quién para criticar.” Pensé mientras luchaba para abrirme paso entre la multitud: «Pero tampoco es que puede hacer algo al respecto.»
De hecho, la esclavitud era un asunto tan enredado que, incluso al terminar el DLC, dejaban claro que solo se eliminaba “en el Reino Slayer”. En otros países continuaba, y ni siquiera el héroe León podía hacer algo al respecto.
Pronto llegué a un salón amplio, construido especialmente para que la atención de todos se concentrara en un solo punto. En el centro, se destacaba una tarima de piedra, flanqueada por paneles ornamentados y un vano rectangular en el suelo. Desde allí harían subir a los esclavos mediante un elevador oculto, diseñado para que estos aparecieran justo frente al subastador.
Frente a la tarima se encontraba un área semicircular destinada a los burgueses y a los nobles de menor rango. Para ellos no había asientos, así que les tocaba observar de pie, como un grupo de gatos hambrientos aguardando las sobras de la mesa.
Por encima de ellos se alzaban las gradas, con asientos compartidos donde los nobles de mayor estatus aguardaban con comodidad. Hermosas mujeres, escasamente vestidas, se movían entre ellos sirviendo copas de vino, frutas y dulces, cortesía de la Casa de Subastas. El ambiente olía a especias, licor y perfume, una mezcla que, junto a las risas y miradas sugerentes, dejaba clara la reputación de aquel lugar.
La altura de los asientos marcaba la jerarquía: cuanto más arriba, más lujoso y prestigioso eran el espacio y las atenciones. Además, aunque la mayoría llevaba máscaras, muchos vestían ropajes tan costosos que prácticamente anunciaban su identidad o por lo menos transmitían el mismo mensaje: Soy alguien muy importante, mejor que no me desafíes.
«Yo, por mi parte, prefiero no llamar la atención, así que me sentaré en las primeras filas», pensé mientras buscaba un lugar libre en las gradas.
Mientras tanto, recordé las veces que había visitado este lugar. En aquel entonces controlaba al personaje de León y debía completar un evento para rescatar a una subheroína vendida como esclava por las deudas de sus padres, quienes me suplicaban que la ayudara.
Esto ocurría cuando la historia principal ya había concluido, algo muy común en este tipo de DLC. León Brave era entonces un héroe reconocido en el reino y contaba con múltiples habilidades, aunque los personajes implicados en la misión tenían un nivel ajustado para que el jugador no pudiera abrirse camino directamente.
Concretamente, existían dos estrategias para completar este evento en particular:
La primera consistía en reunir una cantidad determinada de dinero dentro de un límite de tiempo y comprar a la subheroína en la Casa de Subastas.
La segunda opción era infiltrarse en los calabozos del edificio y rescatarla con sigilo.
Ambas rutas resultaban complicadas, pero repetí el evento muchas veces, ya que la recompensa final variaba según el enfoque elegido. Y, por supuesto, para disfrutar de la excitante escena erótica con la chica, justo la noche antes de regresarla a su casa. Si la compraba, ella me ofrecía su primera vez, actuando sumisamente y vistiendo lencería blanca, mientras me suplicaba que la convirtiera en una mujer. En cambio, si la robaba, fingía ser experimentada para seducirme con un sexy liguero rojo, confesando que en realidad era doncella justo antes de concretar el acto.
— Vaya, vaya. ¿No es el joven maestro de los Baskerville?
Mi carrusel de recuerdos se detuvo al instante al escuchar aquella voz. Me giré y me encontré con un hombre gordo que exhibía una sonrisa profesional cargada de una cordialidad perfecta.
Sus ropajes eran caros, incluso más que los de algunos aristócratas, pero su falta de gusto al combinarlos generaba una sensación incongruencia que era imposible de ignorar.
Lo reconocí de inmediato como el NPC que se dirigía a la subasta de esclavos durante el evento. Pero eso no era lo importante. Lo preocupante era que no solo me había identificado a pesar del antifaz, sino que lo había hecho en medio de la multitud y con mi espalda hacia él.
«Hasta aquí llegó mi intención de pasar desapercibido», pensé con ironía, mientras preguntaba con un desagrado apenas disimulado:
—¿Acaso nos conocemos?
—Mis disculpas, joven señor… —dijo el hombre, inclinándose con reverencia—. Mi nombre es Leybold, el subastador. Su padre, el marqués de Baskerville, siempre ha sido un cliente estimado.
«Debí imaginarlo», me dije, reprimiendo las ganas de golpearme la cabeza.
La esclavitud podía existir en este extraño vacío legal, pero seguía siendo una actividad turbia, como los burdeles, los salones de apuestas, los prestamistas e incluso el mercado negro, donde se vendían productos de dudosa procedencia o completamente prohibidos. Y si algo era turbio en el Reino Slayer… ¡tenía que ser parte del imperio de los Baskerville, que gobernaban el submundo!
«¡Qué estúpido fui al creer que podía pasar desapercibido en un lugar donde mi padre tiene más ojos que nadie! Seguro que, desde el momento en que puse un pie aquí, cientos de espías han seguido cada uno de mis movimientos —pensé con frustración—. Eso significa que Garondolf lo sabrá todo. ¿Y ahora qué debo hacer? Si descubre que estoy comprando un esclavo de combate, adivinará que busco reunir sirvientes leales a mí en lugar de a él. También sabrá que tengo los fondos para adquirir combatientes. En el mejor de los casos, asumirá que me robé dinero de la familia. En el peor, creerá que alguien me está patrocinando... quizás un enemigo de los Baskerville. ¡Hoy mismo podría ordenar mi asesinato!»
A pesar de la angustia que me carcomía por dentro, me obligué a mantener una expresión neutral frente al subastador y hablé con tono desinteresado, adoptando la actitud de alguien que se siente dueño del lugar. No podía permitirme despertar sospechas.
—Ah… ya veo. Trabajas para mi padre. ¡Pero te demoraste un poco en venir!
—¡Mis más sinceras disculpas, joven maestro! —respondió Leybold con una expresión de pánico—. ¡Le prometo que…!
—Olvídalo. No estoy aquí para perder mi tiempo escuchando tus quejidos —lo interrumpí con una mirada despectiva—. Dejaré pasar tu error si me ayudas a obtener lo que quiero ahora mismo.
—¿Qué es lo que Su Señoría desea? —preguntó apresuradamente.
«Me dijo “Su Señoría”. Ese es un tratamiento demasiado elevado para alguien que aún no ha heredado el título ni tiene tierras bajo su poder. ¡Realmente debe querer congraciarse con mi padre!», pensé, sonriendo interiormente. «Quizá todavía tenga una forma de salir de esto.»
—Últimamente estoy aburrido, así que quiero comprar un juguete nuevo… —dije, utilizando el tono más desalmado posible.
—¡De inmediato le presentaré a las mujeres más exquisitas, dispuestas a cumplir todos sus deseos! Si me acompaña…
—¡No me interrumpas, imbécil! —lo corté de inmediato y luego sonreí—. Si quisiera una mujer sumisa que me diese placer, para eso tengo miles de sirvientas en mi mansión. ¿O crees que vendría a este inmundo lugar si solo quisiera fornicar? No, lo que busco es algo inusual. Esta vez quiero algo resistente, algo que no se rompa fácilmente sin importar cuánto lo golpee o a qué tormentos lo someta. He ido de cacería muchas veces, pero ya no disfruto tanto de enfrentarme a las bestias. Por eso pensé que quizás una presa inteligente sería más interesante.
Al escucharme, incluso Leybold no pudo evitar tragar saliva con nerviosismo. Mi expresión debía de ser realmente aterradora, porque el gordo subastador parecía convencido de que me disponía a preparar un festín con carne humana.
Yo tampoco estaba contento. Sentía que me comportaba más como el Zenón Baskerville original que en cualquier otro momento desde que llegué a este mundo. Pero lo más inquietante era lo sencillo que me resultaba elegir las palabras, los gestos, la mirada y el tono de voz de ese maldito depravado. Una parte de mí quería creer que se debía a la memoria muscular acumulada por este cuerpo, porque la alternativa era demasiado desagradable.
—En ese caso… —dudó—. ¿Quizá prefería un guerrero en lugar de una mujer? ¡Tengo algunos criminales particularmente resistentes…!
—Aún no sé lo que quiero, pero lo sabré en cuanto lo vea —dije, interrumpiéndolo de nuevo—. Quiero elegir yo mismo. Tú puedes fingir que no me conoces y dejarme disfrutar de la subasta.
—¡Eso no es posible…! —masculló Leybold.
—¿Me desafías? —pregunté, mirándolo amenazadoramente.
—No me atrevo, no me atrevo… ¡Pero su padre podría enfadarse si se entera de que su propio hijo fue tratado aquí como un simple visitante!
Me debatí internamente, pero al final cedí.
—Entonces, lidera el camino.
—¡Será un placer servirle, joven señor! —dijo Leybold, haciendo una reverencia.
De inmediato me condujo él mismo hasta uno de los palcos cubiertos con celosías, reservados para los invitados más importantes, como si quisiera dejar claro que yo merecía un trato más exclusivo que cualquier otro asistente. Abrió la puerta con un gesto ceremonioso y, en cuanto crucé el umbral, el bullicio y la aglomeración del salón quedaron atrás.
Me encontré rodeado por un ambiente de opulencia silenciosa. Bajo mis pies había tapices de seda carmesí, bordados con hilos de oro que formaban intrincados patrones geométricos. Las paredes de estuco estaban esculpidas para imitar columnas de mármol, lo que daba al lugar un aire solemne y más lujoso de lo que realmente era. Sobre mi cabeza colgaba un candelabro de cristal, proyectando un resplandor cálido y tenue que envolvía la sala con la suavidad del interior de una joya.
Al fondo podía ver varios cojines de terciopelo y divanes tapizados en brocados, dispuestos alrededor de una baja mesa de ébano. Sobre ella destacaba una selección de manjares dignos de un príncipe: racimos de uvas cristalinas y granadas partidas brillaban junto a higos rellenos de nuez y pequeños pastelillos bañados en miel. Entre las bandejas, copas de cristal rebosaban vino especiado y licor de rosas, llenando el aire de un aroma cálido y embriagador.
Pero lo más llamativo no era la decoración ni la comida, sino las dos hermosas mujeres que aguardaban de rodillas a un lado del palco, con la mirada baja y una sonrisa apenas insinuada. Sus cuerpos, envueltos en gasas traslúcidas, dejaban adivinar la piel bajo la tela, y los corsés ceñidos realzaban cada curva con estudiada precisión. Joyas engarzadas centelleaban en sus cuellos y muñecas con cada leve movimiento. No eran simples sirvientas: eran cortesanas expertas, entrenadas para encender los sentidos de los invitados más selectos con caricias, palabras suaves… o cualquier otro placer que pidieran.
A pesar de su atmósfera de placer y decadencia, era imposible olvidar para qué estaba hecho aquel palco. Toda su arquitectura estaba orientada para que la tarima de subastas permaneciese siempre en el centro de la atención, recordando que, más allá del vino, las mujeres y los manjares, uno estaba allí para comprar personas. La celosía dorada eliminaba el último recelo de la subasta: la posibilidad de que otro aristócrata te reconociera. Allí, uno podía beber, comer y divertirse con la seguridad de que nadie lo vería… mientras decidía qué vida esclavizaría para siempre.
«En el juego nunca estuve en este lugar», pensé para mí mismo, cuidando que mi rostro no revelara sorpresa alguna.
Me acomodé en el diván principal y, de inmediato, una de las mujeres se acercó con una bandeja de plata cargada de copas de vino, frutas y dátiles. Al principio intenté apartar la vista de sus majestuosos pechos, pero recordé que debía actuar como el villano que fingía ser. Así que no solo me quedé mirándolos descaradamente, sino que tampoco la rechacé cuando se sentó a mi lado. Incluso la sujeté por la cintura y dejé que mi mano se deslizara hasta apretarle las nalgas.
Todo era para mantener mi fachada. No tenía ninguna otra intención.
No es que quisiera que me atendieran como a un emir, alimentándome en la boca con uvas y frutos secos mientras se recostaba sobre mí, presionando esas colinas gemelas contra mi brazo con movimientos insinuantes. No… claro que no.
Solo eran pechos… enormes… deliciosos… moviéndose de un lado a otro… y ella sonreía, como si me prometiera que todo estaría bien…
¡Pero yo siempre mantuve mi flema nipona! En ningún momento mi sentido de la dignidad se vio comprometido…
¡Maldita sea, ni siquiera yo me lo creo!
¿Saben qué? A la mierda.
¡Sí, lo hice! ¡Les miré las tetas, las toqueteé y también manoseé a su amiga! ¿Y saben qué? ¡Disfruté cada maldito segundo! Soy un hombre con un par de testículos y una verga que ahora mismo está ardiendo como un hierro al rojo vivo, porque jamás en mi vida había tenido a una mujer tan hermosa y dispuesta… ¡y mucho menos a dos al mismo tiempo! ¿Realmente pueden culparme? ¡No soy un eunuco! Además, ellas prácticamente se sentaron encima de mis manos, vestidas con nada más que un velo de gasa… ¡¿Cómo se supone que no iba a tocarles el culo o las tetas?!
Y pensándolo bien, ¿por qué tendría que disculparme? Como dije, soy un hombre. ¡Es mi derecho divino amar las tetas y los culos! Al que no le guste, que se joda. Exactamente como yo estoy a punto de hacer con estas preciosidades…
—¿Damas y caballeros? ¡La subasta de esclavos está a punto de comenzar!
«¡Carajo!»
En algún momento, entre las caderas de una y el busto de la otra, Leybold se había marchado del palco privado. No me di cuenta hasta que lo vi en el estrado principal.
Los aplausos de la multitud me arrancaron de mis delirios y, muy a mi pesar, hice un gesto imperioso a las chicas para que se apartaran. En ese instante no necesitaba distracciones: mi vida podía depender de la decisión que tomase a continuación.
Soy Hombre y no pienso pedir perdon por ello...
Una de las series que más marcó mi infancia fue Matrimonio con Hijos, con Al Bundy como protagonista. Claro, en esos tiempos la veía doblada, pero me divertí bastante con las peripecias de aquella familia disfuncional. Y uno de los aspectos más divertidos era la competencia entre Marcy, la vecina feminista que odiaba al protagonista, y Al, un macho bruto norteamericano tradicional tremendamente estereotipado. Lo divertido era que, aunque exageraban para mantener la comedia, ambos personajes tenían puntos de vista válidos en ocasiones.
Precisamente, se me quedó grabado un episodio en que Al estaba viéndole el trasero a una mujer en la calle o mirando obscenidades en la TV. El esposo de Marcy, domesticado por su esposa, le preguntaba alarmado por qué podía ver eso de un modo tan descarado. Y la respuesta de Al era:
“¡Steve, somos hombres! Es nuestro derecho, dado por Dios y la naturaleza, disfrutar de estas cosas. ¿Por qué deberíamos disculparnos por eso?”
Ahora, naturalmente no es moral incentivar que uno disfrute la obscenidad; en eso estoy de acuerdo. De hecho, creo que el autocontrol es el auténtico camino hacia la masculinidad. Pero lo que criticaba ese comentario de forma indirecta era la actitud feminista de los 90, que trataba el impulso natural de los hombres para disfrutar de las mujeres sensuales y femeninas como algo de lo que debían avergonzarse y pedir perdón.
Y en eso sí estoy de acuerdo:
¿por qué debería disculparme por ser normal?
El final de este capítulo es una especie de guiño a ese episodio en particular, solo que cambié su contexto. Porque en este caso, lo que ocurre es que el protagonista es japonés y, para ellos, la castidad —tanto en hombres como en mujeres— es algo importante. Eso no es algo que debamos criticar. Por eso lo puse justo al final, cuando su racionalidad se quiebra por completo, para crear un momento humorístico que espero hayan disfrutado.
Ahora bien, la fantasía consiste precisamente en tomar un elemento de la realidad y romantizarlo para poder disfrutarlo. Películas de acción como John Wick toman elementos del combate, pero le quitan aspectos como las consecuencias legales, los traumas, las incomodidades, entre otras cosas, para que el público pueda disfrutar. Yo mismo amo mucho hablar de batallas épicas, pero omito partes como la disentería, las personas que se defecaban encima por el miedo justo antes del combate, las camas llenas de piojos, las ratas en los campamentos, porque son aspectos que no harían divertidas las narraciones, aunque sean realistas. Aún así, siempre es necesario dar un toque de realidad en la fantasía porque, de otro modo, la mente no lo interpreta como algo creíble. En este capítulo tocamos una realidad bastante complicada: la esclavitud.
La esclavitud es un asunto que se prolonga en la historia casi tanto como la propia humanidad. De hecho, la palabra esclavo viene del término “eslavo”, en referencia a los millones de europeos que fueron esclavizados por los musulmanes durante la Edad Media y luego por los turcos otomanos. Pero casi no hay un pueblo o cultura del mundo que no haya practicado la esclavitud. Y esta no era una realidad romántica, sino una espantosa. Es por eso que intenté mostrar algo de esto mediante las reacciones del protagonista, aunque cuidando siempre de no caer en demasiado realismo porque esta es una historia de fantasía que debe entretener y no pretende ser un discurso moralizante. Además, realmente no creo que tenga que darle lecciones a nadie de por qué la esclavitud está mal.
Ahora, con respecto a los cambios de este capítulo y el original: en Brave Souls of Evil Supremacy nos dejan claro que la esclavitud es legal, pero por algún motivo la familia Baskerville maneja este comercio… a pesar de que también nos dejan claro que todos sus negocios son principalmente ilegales. Eso es un contrasentido narrativo. Otro problema que plantea el autor es el hecho de que, tras terminar este arco, no se vuelve a hacer mención de un solo esclavo en toda la historia, hasta donde yo la he leído.
Entonces... ¿qué pasó ahí? ¿Es la esclavitud legal o no?
Para solucionar este problema, creé todo el trasfondo histórico nuevo que leyeron, en el que, gracias a los esfuerzos de la iglesia por prohibirla, la esclavitud está en este territorio gris legal en el que uno no puede esclavizar, pero sí puede poseer un esclavo. De este modo se justifica que no haya menciones a más esclavos y que la actividad de compra de estos se realice de forma clandestina.
Espero sinceramente que les haya gustado, y también las ilustraciones.
Bueno, todo esto fue una obra titánica de hacer, pero ustedes seguramente dirán:
“Muy bien, señor Acabcor, ¿pero no es mucho para tan pocas páginas…? ¡Nos ha hecho esperar dos semanas! ¿Y qué pasa con GDK?”
Entiendo por qué podrían pensar así y me disculpo por ello, pero les ruego que recuerden que todo esto lo he hecho mientras al mismo tiempo volvía a aprender cómo utilizar TODAS las redes sociales —X, Instagram, Facebook, Patreon, Linktree, Tumblr— que estaba utilizando mal. Yo soy un neófito en esto de usar las redes y las estaba usando completamente mal; ni siquiera sabía que se usan # en Instagram o que había políticas de responsabilidad. Tuve que crear el Aviso Legal para la novela e informarme de muchas cosas que simplemente no conocía. Además, hice todo esto estando completamente solo y con muchos problemas de salud.
Espero que me comprendan.