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El carruaje avanzaba con tal velocidad que estuvo a punto de arrojar a dos ciudadanos que se cruzaron en su camino. Silano agradeció que al menos uno de ellos tuviera reflejos rápidos y lograra detener a su compañero, evitando así que ambos fueran aplastados por los caballos. Continuaron casi al galope, rodeando una de las colinas hacia el sector norte de la ciudad, donde se encontraba el Distrito Aristocrático. Tras veinte minutos más de recorrido, alcanzaron una colina desde la cual se divisaba el perfil de una inmensa villa, rodeada de casas para esclavos, cercados para el ganado y altos cipreses que, como afilados vigilantes, se erguían imponentes a lo largo del camino.
Era la villa personal del Gran Duque Tiberio Claudio, una majestuosa mansión cuya grandeza podía sentirse en cada piedra, en cada ventana y en cada rincón de aquel recinto monumental.
A medida que se acercaban, Silano observaba la extensa plantación de viñedos que cubría las laderas de la colina, sin duda una de las mayores en las cercanías de la gran ciudad. Quizás el viejo Patricio tuviera la cortesía de obsequiarle algo del buen vino de su propia cosecha. Sin embargo, algo en su interior le decía al experimentado Tribuno que, si Tiberio Claudio ofrecía una copa en su casa, esa copa tendría un alto costo personal.
Con cada metro que avanzaban, la incomodidad de Silano crecía. Rechazar una invitación del hombre más poderoso de Itálica, o de todo el Imperio, no parecía la mejor estrategia para ganar aliados en la ciudad. Había tomado la decisión correcta: aceptar la invitación, acudir donde se le llevaba y escuchar. Las circunstancias y su propio juicio dictarían cómo actuar durante la entrevista.
Bueno, tal vez había otro hombre de igual importancia: el Cónsul Esteban, la Espada de Itálica. Sí, sin duda, ambos competían por ser el senador más respetado o más temido del Imperio. La diferencia radicaba en que Esteban enfocaba sus esfuerzos principalmente en el campo de batalla, luchando contra las hordas de orcos, mientras que Tiberio Claudio dividía sus energías entre la guerra y las intrigas políticas para controlar el Imperio.
Mientras estos pensamientos ocupaban su mente, varios guardias condujeron a Silano a través de un cercado y luego de un alto muro que rodeaba la imponente residencia del Gran Duque. Finalmente, llegaron a un enorme vestíbulo, lujosamente decorado. Los muros estaban cubiertos de mosaicos encargados a los mejores artesanos de la época, representando escenas en las que el dueño de aquella gran casa se destacaba derrotando a diferentes enemigos de Itálica. En una esquina, un pequeño grupo de artistas trabajaba minuciosamente en una nueva obra que inmortalizaría la reciente conquista de Brucora.
- Espera aquí un momento, Tribuno. - Dijo Aulo, acomodando a Silano en una sala de recepción, donde un esclavo rápidamente le sirvió agua fresca. Luego de esto, se dirigió hacia las habitaciones privadas del Gran Duque.
- Ya está aquí, su Excelencia. - Anunció con cautela.
Tiberio Claudio lo observó desde su butaca.
- Bien, joven Aulo. - Empezó el Cónsul, de buen humor: - Ha llegado el momento del día en que se compra la voluntad de un hombre. -
Aulo asintió, aunque el viejo Duque notó un atisbo de duda en el gesto de su más reciente seguidor.
- Crees que ese Silano es incorruptible, ¿verdad, Aulo? - Preguntó Tiberio Claudio con una sonrisa: - Crees que no hay nada en este mundo que pueda quebrar su lealtad a ese infausto joven Bryan, que nos importuna desde Valderán con sus cada vez más extravagantes acciones militares, ¿no es así? -
Aulo no quería admitir que, en efecto, como en Brucora, no estaba de acuerdo con el modo en que el Gran Duque manejaba la situación esta vez.
- ¿Sabes por qué te acepté a mi servicio luego de que Marcio me traicionara? - Preguntó de pronto Tiberio Claudio, levantándose lentamente: - Eres joven, pero tienes una ambición que tu predecesor jamás tuvo. La mayoría de mis confidentes me siguen porque buscan un futuro asegurado. En cambio, tú quieres llegar lejos y eres inteligente. Lo suficiente como para permanecer a mi lado, aunque no siempre apruebes lo que hago, pero aún así obedeces. -
Tiberio caminó unos pasos y se detuvo frente a Aulo, observándolo con curiosidad:
- Mi sobrino nieto, el Príncipe Antonio, es una criatura despreciable que solo me sirve como recurso de legitimidad. También tengo un hijo que no es muy inteligente y tiene muchos defectos, aunque es leal y temerario. Un padre no puede pedir más a su familia, ¿no te parece? -
- Jamás escuché lo contrario. - Asintió Aulo, sin estar seguro del rumbo que tomaba la conversación.
- Hasta ahora me has servido bien y eres prometedor. - Explicó el Gran Duque: - Quiero ver si realmente vales la pena. Si puedo invertir recursos en ti y darte la oportunidad que siempre has deseado: un lugar en la corte imperial, donde se forjará el destino de Itálica. Pero para eso necesito algo más que obediencia ciega. Hoy, por ejemplo, necesito tu honestidad. -
Hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras calara en Aulo y despertara su ambición. El anciano casi podía ver cómo el miedo y el sentido común libraban una batalla en la mente del joven, enfrentándose a sus ansias de ascender, llevándolo inevitablemente hacia el camino de convertirse en un excelente peón.
- Así que este es tu momento, noble Aulo. - Continuó Tiberio, sonriendo con un gesto ligeramente paternal: - Dime sinceramente lo que piensas. ¿Por qué crees que Cayo Silano no aceptará traicionar a Bryan? -
- Han estado juntos mucho tiempo, desde que Bryan se convirtió en Ejecutor. - Comenzó Aulo, justificándose: - Silano se ofreció como voluntario para acompañarlo a Valderán, a pesar de los riesgos. Y ahora ha sido testigo de su victoria en el Campo de Sangre. -
- El campo de batalla une a los hombres de formas extrañas. - Asintió Tiberio Claudio, reconociendo la verdad en sus palabras: - ¿Algo más? -
- También está el hecho de que fue el Manto Oscuro quien los presentó por primera vez. Estoy seguro de que el Gran Maestre Cándido los eligió, y no pudo haber sido sin motivo. No tengo pruebas, pero tampoco dudas. -
El Gran Duque lo escuchó con atención. Tomó un sorbo de la copa de vino que sostenía, la dejó sobre una pequeña mesa y tomó la palabra.
- Tu razonamiento es bueno, joven Aulo: no hay nada que una más a dos hombres que compartir victorias en el campo de batalla y, más aún, sobrevivir juntos a una posible derrota. Además, que el Manto Oscuro haya avalado su primera colaboración no es desdeñable. Como bien dices, nos enfrentamos a un lazo profundo entre Bryan y Silano. -
Tiberio Claudio tomó otro sorbo de vino antes de continuar:
- Pero aquí es donde tu experiencia no alcanza la mía. Verás, Aulo: cualquier hombre es corruptible. Absolutamente cualquiera. Hasta el más honesto tiene un punto débil. Y ahí es donde reside mi saber: en la habilidad para detectar ese punto débil en cada hombre. Es una tarea difícil, sí, pero una vez que lo encuentras, el resto es trabajo para principiantes, casi una labor inapropiada para alguien como yo. Sin embargo, me ocuparé de ello, por todos los dioses que lo haré. -
El Duque sonrió, inclinándose ligeramente hacia Aulo.
- Ahora, haz pasar ya a ese oficial. Será un entretenido desafío descubrir cuál es la ambición, la duda o el sentimiento que vuelve débil a quien tú consideras indomable. -
Aulo asintió y se marchó en busca de la presa con disciplina. Sin embargo, cuando consideró que ya no estaba a la vista del Gran Duque, negó con la cabeza en claro desacuerdo con su superior: aquel oficial no sería una pieza tan sencilla de cazar. Es cierto que el experimentado Tiberio Claudio le había sorprendido en más de una ocasión, pero se hacía viejo; tal vez pronto sería demasiado anciano para ejercer su poder con la maestría habitual. En todo caso, en un rato se vería quién de los dos estaba en lo cierto: la voluntad de un hombre estaba en juego.
Silano paseaba por el atrio con las manos a la espalda, estudiando atentamente los impresionantes muros adornados con escenas de batallas, asedios y conquistas. El viejo senador no parecía tener prisa en hacer acto de presencia, y Aulo había desaparecido de su vista desde que lo dejó en aquel lugar. Así que Silano se entretenía observando las imágenes, aunque siempre manteniendo su expresión adusta. Esta falta de emoción incomodaba a los artistas que trabajaban más adelante, asombrados de que alguien pudiera contemplar semejantes obras sin mostrar asombro. Pero, como siempre, el Tribuno ocultaba sus sentimientos.
“Si la intención de toda esta parafernalia es que el visitante sienta la grandeza del dueño de esta casa y, al mismo tiempo, se sienta pequeño... no hay duda de que resulta efectiva.” Pensaba Silano. A pesar de ser un veterano curtido en batalla y Tribuno de las Legiones V y VI, no podía sino sentir admiración y respeto. Tiberio Claudio podía ser una persona malvada, pero estaba claro que su vida había visto una gran sucesión de combates y victorias.
Naturalmente, en aquellos muros no se representaban los numerosos episodios oscuros de los diferentes consulados del Gran Duque, como la traición de los brucios que le abrió las puertas de Brucora. Por un momento, Silano fantaseó con la idea de preguntarle a los artistas que trabajaban en ese mosaico si pensaban agregar dicha escena, pero al final estimó que no venía al caso incomodar a unos artesanos que, a fin de cuentas, no podían sino ejecutar su labor según las instrucciones recibidas.
- Por aquí. - Aulo Vitelio reapareció nuevamente y le habló con un tono seco: - El Gran Duque te recibirá en el jardín. -
El Tribuno siguió a Aulo hasta una puerta que daba acceso a un peristilo porticado de dos plantas, rodeando un bello jardín. Era una tarde agradable y el sol acariciaba cada rincón de aquella verde isla en la fortaleza de mármol, piedra y ladrillo. En una esquina, a la sombra de una inmensa higuera que impregnaba todo con su espeso y refrescante aroma, se encontraba el Gran Duque, recostado en una silla, degustando una copa de vino con una actitud aparentemente distraída. Junto a él estaban dos hermosas esclavas. Una sostenía un jarrón con vino, siempre lista para rellenar la copa del cónsul cuando éste lo indicara, y la otra portaba un ancho plato de cerámica lleno de frutas diversas, algunas desconocidas para Silano, pero entre las que destacaban había unas hermosas uvas frescas.
No había otro lugar donde sentarse, salvo una gruesa silla de madera bastante austera, con respaldo alto y recto, colocada justo delante del Gran Duque. Era una forma poco sutil de indicar dónde tendría lugar la entrevista. A pesar de esto, Aulo señaló la butaca a Silano y luego desapareció tan sigilosamente como había entrado. Sin embargo, el Tribuno no se sentó de inmediato; primero se dirigió al Cónsul tal cual mandaba el protocolo.
- Te saludo, su Excelencia Tiberio Claudio, noble Cónsul de Itálica. Que los dioses te guarden y te sean propicios. -
- Salve, salve. - Empezó Tiberio Claudio, acompañando sus palabras con un gesto de la mano: - Siéntate. Un valeroso soldado de Itálica siempre es bienvenido en esta casa, siempre bienvenido... -
Cayo Silano se sentó de inmediato. Que Tiberio Claudio lo llamara soldado le había dolido. Después de todo, pertenecía a una familia de marqueses, aunque fuera el hijo de una rama secundaria. Pero no tenía sentido discutir con alguien de la categoría del Gran Duque, pariente directo del emperador, descendiente de los Quintos y que había sido Cónsul varias veces. Tal vez, desde su perspectiva, Silano apenas alcanzaba la categoría de soldado. Sin duda, Tiberio Claudio debía estar considerando que hoy en día se estaba rebajando demasiado al tener que hablarle directamente.
En cualquier caso, Silano recibió este golpe con la misma frialdad que lo caracterizaba y no mostró ninguna señal de que lo hubieran ofendido.
- Sí, eres un buen soldado. Un leal a Itálica. Gran combatiente. Has servido en numerosas y difíciles batallas. - Comenzó a enumerar Tiberio Claudio, mencionando cada enfrentamiento en el que Silano había participado desde que ingresó al ejército. Desde el exterior, podría interpretarse como un gesto de halago, pero el significado subyacente dejaba claro que el Gran Duque lo había estudiado cuidadosamente, algo que el Tribuno no dejó de notar.
- Bastante leal. - Continuó Tiberio: - Es esta lealtad tuya, esta característica, la que me ha impulsado a llamarte hoy. ¿Puedo invitarte a una copa de vino? -
- Sí, lo agradezco. Hace calor y seguro que tu vino apaciguará mi sed, Excelencia. -
Una de las esclavas se acercó con una copa de vino para Silano, mientras otra entró al jardín con una jarra diferente a la del Cónsul y le llenó la copa. Silano saboreó el vino. Era bueno, sabroso, algo suave para su gusto, aunque quizás no fuera el refinamiento que se estilaba en los banquetes y comidas senatoriales. También le quedó la duda de si aquel vino era el mismo que Tiberio estaba bebiendo o si, quizás, el Cónsul ofrecía diferentes vinos según la alcurnia de sus huéspedes. En cualquier caso, aquel vino era mejor que el de una taberna, y no necesitaba más. Lo que sí le sorprendió fue la extrema belleza de las esclavas, con la piel infinitamente bronceada por el sol, una característica que les daba un aire bastante exótico y sensual.
La admiración de Silano por las esclavas no pasó desapercibida para el Gran Duque.
- Hermosas, ¿verdad? Las obtuve cuando derroté a una flota pirata. Jóvenes muchachas procedentes de la propia Tiró, de sangre noble, me confesó su dueño, al menos eso dijo antes de morir. - Tiberio Claudio tomó otro trago y dispuso su copa para que le rellenaran; una de las esclavas se apresuró a verter más vino en el cáliz.
- Son un regalo para la vista, Excelencia. - Dijo Silano, asintiendo mientras saboreaba el vino y luego preguntó con cuidado de no sonar acusador, sino más bien casual: - ¿No tuvo ningún problema para adquirirlas? Me refiero a la Alianza Mercante de Tiro. -
- Ningún mensaje ha llegado para reclamarlas desde aquellos territorios, así que me quedé con ellas. - Respondió Tiberio Claudio con una sonrisa divertida: - Soy muy, ¿cómo podríamos decirlo? Complaciente. Aunque soy estricto con ellas, parece que se sienten mejor acogidas en mi casa que con los piratas. -
Cayo Silano observó las marcas de latigazos en las zonas expuestas de aquellas mujeres, en los antebrazos y la parte de la espalda, ya que llevaban túnicas ajustadas que no se esperaría que usara una mujer en Itálica, ni siquiera una esclava. Las miradas tristes de las jóvenes tampoco parecían concordar con las palabras del Gran Duque. Sin embargo, no era el momento de contradecir al anciano senador en cuestiones domésticas.
- Hermosas. - Repitió Silano con un tono conciliador: - Un gran combatiente como su Excelencia merece disponer de su botín de campaña a su gusto. -
- Sí, en efecto, así lo veo yo. El reparto de un botín de guerra puede resultar fastidioso en ocasiones. Recuerdo una vez, contra el Imperio Kasi que... pero no, has de tener cuidado con un anciano, o puede aturdirte con viejas historias, casi leyendas de la historia de Itálica. Hablemos de sucesos más actuales, como lo de Valderán, o de algo aún más próximo: hablemos de hoy en el Senado. Supongo que te habrás llevado una gran decepción. -
Silano guardó silencio, meditando una respuesta adecuada. La diplomacia no era lo suyo. Deseó no haber terminado su copa; ahora necesitaba toda la agilidad mental de la que pudiera disponer.
- Bien... confieso que estoy sorprendido... - Comenzó dubitativo: - En cierto modo sí. El Barón Bryan ha conseguido una gran victoria que podría revertir la situación en Etolia. - Silano empezó a sentirse más seguro: - Con unas pocas tropas adicionales... -
- ¡Tropas de las que no podemos prescindir! ¡Por todos los dioses! - interrumpió el Gran Duque, arrojando violentamente su copa contra el suelo.
Una de las esclavas se arrodilló y comenzó a limpiar, pero Tiberio Claudio dio una palmada, y las tres jóvenes salieron corriendo, dejando a Silano asombrado e inmóvil ante la poderosa reacción del temible senador.
- Lo siento, no he querido ofender a su Excelencia... -
- ¡Pues hay ofensa! La estupidez es la mayor de las ofensas. En el sur nos enfrentamos a una nueva invasión de las hordas orcas; hay grupos desconocidos de bárbaros que se atreven a realizar incursiones en nuestro territorio. También se está fraguando una potencial guerra civil aquí mismo y hay movimientos extraños de la Alianza Mercante de Tiro y el Imperio Kasi. Necesitamos todas nuestras fuerzas activas para mantener la estabilidad de nuestro imperio en este momento tan crucial. ¿Y de repente nos piden más tropas para Valderán, una región sin importancia hasta ahora? Eso lo entendería de un liberto recién ascendido a un rango que no le corresponde, pero de un leal a Itálica como tú, Cayo Silano, eso sí me ha decepcionado. -
Silano no estaba seguro de cómo responder. Tampoco tenía claro que el Gran Duque realmente deseara una respuesta.
- Mi buen Silano. - dijo Tiberio Claudio, serenando su rostro y volviendo a sentarse con una postura más sosegada. - No interpretes la vehemencia de mis palabras como un ataque a un valeroso soldado de Itálica, pero me enerva ver cómo leales como tú son absorbidos por la locura propugnada por insensatos como ese liberto al que tanto pareces defender. -
El Gran Duque estudió el impacto de sus palabras y, al darse cuenta de que Silano se mantenía impertérrito, prosiguió con su razonamiento.
- Sé que estimas al recién nombrado Barón y lo respetas por todo lo que ha conseguido, arrastrándose desde el fango hasta ascender a las filas de la nobleza. Pero piensa objetivamente en lo que ha logrado desde que le dieron un mando militar: Etolia era una zona hostil hacia nosotros, es cierto, pero estaban demasiado ocupados peleándose entre ellos y no hacían más que iniciar incursiones menores de saqueo cada año. No. No digas nada ahora. Escúchame bien, Cayo Silano. La misión que le encomendamos al nuevo "Barón" era simplemente mantener el orden en Valderán durante un año. Lo único que tenía que hacer era quedarse quieto, reforzar su posición y cazar a los bandidos mientras resistía los ataques en la fortaleza. En lugar de eso, el joven prodigio se dejó llevar por su loco afán de gloria y acaba de agitar el avispero con su ataque sorpresa. Eventualmente, la Liga Etolia al completo buscará vengarse por su arrogancia, y sus ejércitos no han sido destruidos. Eso significa que habrá un nuevo frente de batalla dentro de muy poco. ¿Cuántos itálicos caerán entonces? ¿Cuántas legiones se perderán? ¿No ves el absurdo, Cayo Silano? ¡En Valderán no había que hacer nada excepto resistir, pero el liberto nos ha puesto a todos en riesgo al despertar a un tigre dormido y ahora tiene el descaro de pedir más legionarios! -
Por fin, Silano sintió que no podía soportar más y abrió la boca para argumentar que las cosas no habían resultado de esa manera. Desde el principio, a Bryan lo habían enviado a una misión suicida, y seguir las órdenes del Senado al pie de la letra habría significado la muerte de todos. Además, aunque ahora parecía preocuparse por los muertos, todos los legionarios que estaban en Valderán eran nada menos que los desterrados por el propio Tiberio Claudio, los cuales se habían convertido en criminales en gran parte por el abandono. Esa era la primera campaña militar de Bryan, pero le dieron cero recursos, tropas amotinadas y enemigos tanto en el exterior como en el interior.
- Sí, sí, te veo luchando en tu interior, Silano. - Lo interrumpió el Gran Duque antes de que el Tribuno pudiera hablar, utilizando la habilidad que había desarrollado en sus discursos ante el Senado: - Sinceramente crees en la capacidad militar y estratégica de tu general, pero, en realidad, pensemos juntos, Silano, ¿qué ha hecho ese joven necromante por Itálica? - Sin detenerse prosiguió: - ¿Servir como Ejecutor Imperial? Meritorio, sí, pero ¿quién estuvo ayudándolo en cada paso del camino? ¿No fuiste tú, Cayo Silano? Tengo a mis propios informantes en el Estado. Sé lo que pasó allí, cuando lucharon contra Sigrid Bazán: una acción de un joven e inexperto loco que solo se salvó gracias a tu intervención. Luego estuvo el duelo contra Vlad Cerrón, donde demostró su habilidad, pero en esencia, todo lo que hizo fue salvar su propia vida. Y del Campo de Sangre ya he dicho lo que pienso: no será más que una pérdida de recursos y refuerzos a largo plazo. Si tuvo un desenlace positivo, fue, una vez más, gracias a tu intervención como Tribuno. -
Tiberio Claudio se tomó un breve respiro antes de continuar. Silano permaneció sentado, sosteniendo su copa vacía sin decir nada. Miraba al suelo, sin entender adónde quería llegar el Gran Duque. Todo lo que le decía era una repetición de los mismos argumentos que había esgrimido aquella mañana en el Senado, cuando les negó el envío de más refuerzos. ¿Por qué lo había invitado ahora a su casa para insistir en lo mismo?
- Ah, buen Silano. Un hombre leal. Eso eres, así me consta. Los dioses de Itálica no quieren que los hombres leales pierdan la vida al mando de un general de sangre inferior, sin familia ni respaldo, que se hace amigo fácilmente de contrabandistas, prostitutas y mercaderes… -
Esta alusión fue demasiado para Silano. El Tribuno se levantó de su butaca e interrumpió al Gran Duque:
- El General Bryan solamente piensa en el bienestar de sus hombres. Incluso cuando se hace amigo de personas consideradas inferiores, resulta ser un gesto calculado para beneficiar nuestras acciones militares. Sin la amistad de ese contrabandista, nunca hubiésemos conocido aquella ruta secreta. En el asunto del burdel, solo se levantó contra la injusticia de un Pretor corrupto y ayudó a pacificar las relaciones con Odisea. Y es gracias al Gremio Mercante de Bootz que ahora tenemos una esperanza de mantener las líneas de suministros que, de otro modo, no existirían. -
Silano miró al Gran Duque, que ahora lo observaba con intensidad, con los labios muy apretados y tensos. Entonces, el anciano se levantó muy despacio. Sus sandalias hicieron añicos los restos de la copa quebrada que había quedado sin recoger. Tiberio Claudio era un hombre alto, extrañamente fuerte para su larga edad, y poseía una mirada penetrante y aterradora, especialmente cuando intentaba contener la ira, como en ese momento.
Cayo Silano tomó asiento, consciente de que, por primera vez en mucho tiempo, se había dejado llevar por sus sentimientos al responder de ese modo. Mentalmente se preparó para un posible combate. Sin embargo, del semblante del Gran Duque salió una voz dulce y acaramelada.
- Silano. Silano. Silano. La vida puede ser infinitamente difícil para un oficial en estos tiempos de guerra, o sorprendentemente agradable. Hay pocos espacios intermedios. Si sigues con ese liberto, acabarás junto a él, en la misma tumba que su locura encuentre, con toda probabilidad en algún campo de batalla en Etolia. El joven Barón no regresará de Valderán con vida. He consultado los auspicios y he realizado sacrificios especiales que solo un Cónsul puede hacer. Sé más que el resto de los mortales, estimado Silano. Te auguro ahora lo siguiente: “Bryan de Valderán”, como se hace llamar ahora, no volverá vivo, y todos los que le acompañen alimentarán con sus cuerpos a los buitres de aquella región sobre un desolado campo de batalla. Así lo quieren los dioses; así será. ¿Es ese el futuro que deseas, Cayo Silano, para ti y para los tuyos? ¿Es así como quieres ser recordado, como el perrito faldero de un joven loco perdido entre influencias perniciosas? -
Silano observaba sin responder al Cónsul mientras este se acercaba despacio y proseguía con su discurso.
- ¿O deseas una vida diferente, especial, una auténtica vida como la de un senador de Itálica? Dime, Cayo Silano, ¿qué es lo que anhelas? ¿Qué mueve tus plegarias a los dioses, cuál es tu anhelo, tu ambición? -
El Gran Duque se detuvo y dio una fuerte palmada. Las tres jóvenes esclavas tirias aparecieron rápidamente y se acercaron al anciano cónsul. Con una segunda palmada, sin necesidad de más instrucciones, las tres se arrodillaron a los pies del cónsul.
Una de las esclavas, la más bella a los ojos de Silano, se clavó los trozos del vaso roto que su amo había arrojado al suelo, y cuyos restos aún permanecían esparcidos. Vio cómo la sangre manaba de una de sus rodillas, pero la joven no emitió ni un gemido ni se quejó. Cerró los ojos, tragándose su dolor, empapada en la miseria de su servidumbre ante aquel cruel anciano.
- ¿Deseas placer? ¿Esclavas fieles, hermosas? ¿Deseas su obediencia, sus favores, sus cuerpos, sus almas? Todo eso es posible para quien trabaje conmigo, si eso es lo que te mueve. - Tiberio Claudio analizaba con su profunda mirada las reacciones de su silencioso interlocutor. - Veo que te conmueve el dolor contenido de una joven esclava, ¿verdad? Tienes un corazón noble, repudias el sufrimiento sin sentido. Eso te ennoblece, es digno de respeto. ¿Te gustaría salvar a estas esclavas de su existencia bajo mi poder? Sí, lo veo en tus ojos… pero, sin embargo, no es esa tu ambición máxima… ¿o sí? -
Con dos palmadas, las tres esclavas se alzaron y, con la misma velocidad y sigilo con el que habían entrado, desaparecieron tras los pórticos del jardín. Una de ellas se esforzaba por disimular su cojera, con una mano en la rodilla.
- Te gusta el buen vino, la buena mesa. Pero nada de eso es lo que realmente te define. Lo que quieres, Cayo Silano, es una existencia digna, ¿no es así? Eras el mejor de todos los jóvenes de tu clan, los superaste a todos, tanto en lo académico como en lo militar. Sin embargo, sabes que nunca te nombrarán heredero de nada: ni de un cargo ni de un territorio, solo por ser de una rama secundaria. Lo comprendiste siendo muy joven, y por eso te dirigiste directamente al ejército, para hacerte un nombre por ti mismo. -
Silano permaneció en silencio, luchando por controlarse. No le sorprendía demasiado que el Gran Duque conociera tantos detalles de su vida personal, dada la cantidad de recursos e informantes que poseía. Sin embargo, la forma en que exponía los hechos, usando un tono perfectamente calculado para provocar el mayor efecto, era casi insoportable.
- Cayo Silano, tú puedes estar junto a mí, junto a nosotros. Luchar por una Itálica invencible, en la mismísima cúpula de la aristocracia. Todos los miembros de tu familia tendrán que inclinarse con reverencia cuando se crucen en tu camino. ¿No es mejor usar así tu valor, tu mando y tu servicio, en lugar de seguir a un liberto loco que seguramente encontrará la muerte en Etolia? Dime, Silano, ¿qué decides? ¿Itálica o la locura? ¿Itálica, el favor de los dioses y del Senado, o la muerte en tierra extraña? -
Silano no dijo nada, pero con sus ojos retaba la mirada inquisitiva del Gran Duque. Quería combatir en silencio aquel torrente de palabras al que no sabía cómo responder. Deseaba que su negativa a dar una respuesta se transformara en un desafío. No pensaba ceder. Nada le haría vender su lealtad. Nada. No se trataba de Bryan, sino de sus principios.
Pero entonces, como si Tiberio Claudio hubiera leído sus pensamientos, el anciano aderezó su voz con un tono que consiguió hacer tambalear la voluntad de Silano.
- Nada. Ninguna respuesta. Nada parece ser capaz de hacer torcer tu obcecación, tu fidelidad obtusa a una causa sin sentido. O... ¿quizá sí? - El Gran Duque asintió lentamente con la cabeza al principio, para luego aumentar la velocidad del gesto, como si hubiera descubierto algo importante. - Sí, ahora lo veo: hay algo que te mueve, Cayo Silano, más allá de tus fidelidades. Por todos los dioses, ¿cómo no lo he visto antes? Sin duda, me estoy haciendo viejo. -
El Gran Duque hizo una pausa dramática, antes de lanzar su conclusión.
- ¡Cayo Silano! Más que cualquier otra cosa en este mundo, lo que tú deseas es llegar a ser Cónsul de Itálica. Quieres ostentar, aunque sea una vez, la máxima magistratura del Estado, aquella que normalmente sólo los Duques pueden alcanzar. Pero hay excepciones, ¿verdad? Los individuos más extraordinarios, como La Espada de Itálica, lo han logrado. Y tú, tú quieres estar entre esos pocos elegidos. Lo deseas con todo tu ser, porque nadie en tu familia lo ha conseguido nunca. Ése, y no otro, es tu gran anhelo. Y por eso estás dispuesto a arriesgarlo todo. Crees que, bajo el mando de ese liberto, con sus victorias insospechadas, algún día llegará ese reconocimiento, el consulado. Ahora todo encaja. Eso es lo que te mueve. -
Silano sintió que su corazón se aceleraba. Sabía exactamente hacia dónde se dirigían las palabras del Gran Duque.
- Pues bien, Cayo Silano, ¿quieres ser Cónsul? ¡Pues Cónsul serás! Te lo garantiza quien ostenta la magistratura por quinta vez, el senador más poderoso de Itálica. Pero solo si hoy, aquí y ahora, eliges sabiamente. Creo que ya sobran las palabras. Solo te diré que, si optas por tu lealtad a ese necromante liberto, del mismo modo que te he prometido la máxima magistratura, con la misma intensidad me aseguraré de que ni tú ni ningún miembro de tu familia alcance jamás el consulado. Jamás, Cayo Silano. ¡Jamás! Y no solo eso, me encargaré personalmente de que tu vida en Itálica y en todos sus dominios sea profundamente ingrata. -
Ahí estaba finalmente, el punto de inflexión. Cayo Silano escuchó las últimas palabras del Gran Duque y comenzó a asimilar su significado. Pasaron cinco largos, lentos e interminables segundos hasta que el Tribuno, bajo la atenta mirada del cónsul, decidió levantarse.
- Entiendo perfectamente el alcance de tus palabras y lo que implican. Lamento profundamente que tengas una visión tan... tan... diferente de la mía en lo referente a las acciones de mi general, Bryan de Valderán. Y, sí, eres muy sagaz, como era de esperarse de alguien con tu experiencia e inteligencia, eso es innegable. Mi gran anhelo es, como has dicho, ser cónsul... una ambición que me mueve. Pero... - Aquí Silano hizo una breve pausa, reuniendo toda su resolución: - Si bien creo que vivir es importante, creo que es más importante poder vivir conmigo mismo. Y no pienso traicionar a quien me nombró Tribuno Militar cuando no era más que un simple Centurión. -
Tiberio Claudio no podía creer lo que escuchaba. ¿Hasta qué punto era capaz aquel joven liberto de hechizar a quienes lo seguían? Nadie se le había resistido tanto jamás. ¿Qué veían en Bryan los hombres valientes como Silano, que estaban dispuestos a seguirlo hasta el horrible final al que, sin duda, los conducía?
- Así que, su Excelencia. - Continuó Silano, firme: - Pido tu permiso para retirarme de tu casa. -
El Gran Duque no respondió. Lentamente, se dio la vuelta y, con un gesto rápido y despectivo de la mano, le indicó que partiera. Silano emprendió la marcha, pero apenas había dado unos pasos cuando escuchó la poderosa voz grave de Tiberio Claudio resonar con claridad.
- Recuerda, Cayo Silano, que tú mismo has elegido este destino. -
Silano se detuvo un momento. Reflexionó sobre las palabras y se volvió hacia el cónsul, pero éste ya se alejaba, cruzando el jardín con parsimonia, sin mirar atrás. Solo quedaban los árboles, las plantas, el suave murmullo del viento entre las ramas y los restos del vaso roto esparcidos sobre el suelo. Un trozo de arcilla, manchado con la sangre de la joven esclava, relucía bajo el sol. En ese instante, sin entender muy bien por qué, como empujado por una fuerza extraña, Silano alzó la voz con determinación.
- ¡Una cosa más, su Excelencia! - Y se quedó ahí quieto, esperando respuesta.
Tiberio Claudio detuvo su marcha. Arropado por la sombra, una extraña sonrisa apareció en su rostro, pero el anciano se apresuró a borrar aquel gesto, reemplazándolo por un ceño fruncido, entre sorprendido y molesto, mientras se volvía hacia su interlocutor en esa intensa tarde.
- No hace falta gritar, y mucho menos en mi casa. Soldado, no tientes mi paciencia. Si tienes algo que decir, dilo y márchate. Si quieres cambiar tu decisión, esta es tu última oportunidad. -
Silano dudó un instante, pero luego habló con el tono desprovisto de emoción que lo caracterizaba.
- Esa esclava, ¿está a la venta? -
- ¿Qué? - Respondió el Duque, incrédulo.
- La esclava que me mostraste. Pagaré lo que me pidas por ella. - Aclaró Silano.
El Gran Duque mantuvo la sorpresa en el semblante, sin poder creer lo que escuchaba. Por un momento, parecía que su respuesta iba a estar cargada de furia y desdén.
- Te he llamado para hablarte de gloria y muerte, y tú, Cayo Silano, ¿quieres ir de compras? Quizá sigues a ese loco liberto porque estás tan loco como él... -
Pero entonces Tiberio Claudio se detuvo un instante a meditar, cambió rápidamente de pensamiento y decidió que aún le quedaba una posibilidad.
- Aunque dices que pagarás lo que te pida... Un momento. -
El Gran Duque dio una palmada, y las tres jóvenes esclavas aparecieron al instante. Una de ellas llegó algo rezagada, cojeando y aun sangrando ligeramente por una de sus rodillas.
- Alia, Bira y Daira. - Dijo Tiberio señalándolas: - ¿Cuál de ellas ha despertado tus apetitos, Cayo Silano? ¿Acaso esta? -
Le hizo un gesto hacia la joven herida que, como las demás, apenas iba vestida con una fina túnica de lino blanco, que contrastaba con su piel bronceada. El vestido solo le llegaba hasta los muslos, dejando a la vista sus piernas delgadas y estilizadas. Daira no se atrevía a mirar ni al Gran Duque ni a Silano, aunque hablaban de ella, sino que mantenía los ojos fijos en el suelo.
- Te alabo el gusto. Daira es, sin duda, la más bella y servicial de las tres. No sé si son hermanas, familia o conocidas. Nunca me ha interesado averiguar el origen o las relaciones de mis esclavas, solo me importa saber hasta dónde pueden proporcionar placer, y Daira es de las mejores, de las mejores, Silano. -
Dejó de mirar a la esclava y se volvió hacia el joven oficial.
- "Lo que me pidas", has dicho, ¿verdad? Bien, ya sabes lo que quiero. Yo no necesito dinero, pero sí me interesa tu alejamiento de ese liberto. Quédate aquí conmigo en Itálica, y te cederé a Daira sin costo alguno. Así de sencillo. -
Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran.
- Puedo arreglarlo todo para que le demuestres a ese necromante que te ves obligado a permanecer aquí. Puedo hacer que el Senado reclame tus servicios para luchar en otro sitio. No será complicado. Y hasta el propio Bryan lo entenderá. Tendrá que hacerlo, porque la voluntad del Imperio está por encima de cualquier otra cosa. Él seguirá en Valderán haciendo lo que quiera, mientras tú te quedas aquí, para convertirte en un poderoso general, respetado por todos, admirado por tu clan y... bien, tendrás a la dulce y preciosa Daira. ¡Ven aquí, muchacha! Acércate para que un futuro cónsul de Itálica pueda verte y disfrutar de la sensualidad que desprendes. -
Daira avanzó con cautela, colocándose entre el Gran Duque y Cayo Silano. Mantuvo la mirada baja, temerosa de provocar la ira de su amo, y a la vez cuidadosa de no pisar más restos del vaso roto para evitar volverse a herir.
- Te doy cien monedas de oro por la esclava. - Fue la respuesta de Silano.
En el rostro del Gran Duque, la furia contenida volvió a dibujarse.
- Cayo Silano, sabes el precio que pido. No me humilles ofreciéndome el miserable sueldo de unos días de un legionario. -
- Lo siento. Su Excelencia tiene toda la razón. - Inspiró profundamente y lanzó una cifra asombrosa que multiplicaba por veinte el precio de cualquier esclavo: - Te ofrezco mil monedas de oro por la esclava. -
“Este hombre está loco de atar.” Concluyó Tiberio Claudio: “El problema es que locos como él, bajo el mando de alguien como ese necromante, podrían suponer un enorme peligro para los aristócratas de Itálica, para el Imperio en sí y para todos los planes que tengo en mente. Un peligro para todos.”
Esta vez, fue Cayo Silano quien leyó los pensamientos del Gran Duque.
- No puedo pagarte con la moneda que me pides, Su Excelencia. Mi lealtad a Bryan de Valderán es definitiva. Sin embargo, esa esclava me interesa. Me interesa mucho, hasta el punto de ofrecerte un precio que nunca nadie te volverá a ofrecer. Si lo deseas, aquí llevo cinco mil monedas de oro acuñadas en Ilión, casi todo el botín que obtuve en la victoria en el Campo de Sangre. -
Y tras decir esto, ofreció una bolsa repleta de monedas a Tiberio Claudio.
Daira escuchaba en silencio, aterrorizada por la posible reacción de su amo y completamente sorprendida por la oferta. Los piratas que la secuestraron en las costas de Tiro, quienes luego cayeron en una batalla naval contra el Gran Duque, la vendieron a otros por solo cien monedas de oro. Desde que llegó a Itálica, Daira había aprendido el valor de las monedas, entre otras muchas cosas agradables y otras muy desagradables. Ahora, este oficial estaba pagando cincuenta veces más de lo que sus primeros amos habían pagado, e infinitamente más de lo que su actual amo había pagado por ella: nada.
En alguna fiesta, nunca faltaba un invitado borracho que ofreciera hasta quinientas monedas de oro al Gran Duque para comprarla. Sin embargo, el oficial que ahora la deseaba no parecía ni siquiera bajo los efectos del alcohol.
- Márchate, márchate de aquí, soldado, y vete con tu promesa de fidelidad, que pronto no será otra cosa que una sentencia de muerte. Ve rumbo a tu propia tumba... - Dijo finalmente Tiberio Claudio con una voz cansada.
Silano retiró la bolsa lentamente del alcance del Gran Duque y se dispuso a atarla de nuevo a su cinturón, pero el viejo senador continuó.
- Pero si deseas llevarte a esta puta por cinco mil monedas de oro, tuya es. Déjame ver ese dinero. -
El Tribuno le entregó respetuosamente la bolsa de monedas al Gran Duque, quien la abrió y examinó su contenido.
- Daira, vete con este hombre; mejor dicho, con este cadáver. Después de todo, con este dinero se pueden comprar treinta o más como tú. -
Con esas palabras, y acompañado de las otras dos esclavas, el Gran Duque se dio la vuelta y desapareció.
La muchacha quedó en el centro del jardín, sin entender del todo lo que acababa de ocurrir. Entonces, Silano dijo:
- Ven. Sígueme. Nos marchamos de esta casa. -
******
Aulo Vitelio entró en el jardín cuando la figura de Silano, seguida por aquella esclava herida, aún se recortaba en el umbral del atrio. Tiberio Claudio estaba sentado nuevamente en su silla.
- No ha podido ser. - Comentó, cuidándose bien de ocultar el sentimiento de satisfacción por haber tenido razón al asumir que Silano no se dejaría corromper.
- ¿Qué quieres decir exactamente, Aulo? - Preguntó el Gran Duque con un tono de sorprendente calma, como distraído, entretenido en reorganizar los cojines de su silla para estar más cómodo.
Aulo pensaba que era innecesario dar detalles, pero no dudó en aclarar su comentario.
- Que no ha habido forma de torcer la voluntad de ese terco soldado. Es obvio que está cegado por su lealtad a ese Bryan. No se ha conseguido nada. -
- ¿Nada? ¿Tú crees? Yo estoy más bien satisfecho. -
El Gran Duque parecía divertido contemplando la sorpresa que se reflejaba en los ojos abiertos de su joven tribuno. Estaba claro que Aulo no compartía su opinión. Tiberio decidió arrojarle un hueso y revelarle parte de lo que pensaba.
- Esta tarde, Aulo, no hemos cosechado, eso es cierto, pero hemos sembrado, hemos sembrado y con buena simiente. Veo en tu rostro que no entiendes mi punto de vista, pero es sencillo. Esta tarde hemos sembrado la duda en el corazón de ese hombre. Es cierto que hoy se nos ha manifestado como un oficial de férrea voluntad, indomable e inflexible en su lealtad, pero acaba de decir “no” a un consulado. ¿Crees que eso es algo fácil de hacer? El recuerdo de “lo que pudo ser” pesará en su ánimo: se ha visto obligado a renunciar a lo que más anhelaba por seguir ciegamente a ese tal Bryan. Veremos qué sentimientos se cruzan en su interior cuando la diosa Fortuna deje de favorecer al liberto como lo ha hecho hasta ahora. ¿Qué crees que pasará por la mente de Cayo Silano cuando el nuevo Barón comience a tomar decisiones discutibles o entre en conflicto con la voluntad del Senado? ¿Hasta dónde crees que le seguirá fielmente, sabiendo que al hacerlo se negó a sí mismo el acceso a la máxima magistratura que, sin duda, con mi apoyo habría logrado pronto? -
Aulo, muy despacio, aún negaba con la cabeza.
- ¿Todavía crees que lo seguirá incluso entonces? - Preguntó Tiberio Claudio.
- Eso pienso, aunque el Gran Duque tiene más experiencia y no comparte todo lo que sabe con nadie más. - Dijo el tribuno sumisamente, aunque con una nota ligera de reproche.
- Por supuesto que me guardo información, estimado Aulo. - Respondió el Gran Duque, mirándolo fijamente: - El día en que sepas tanto como yo, me querrás reemplazar. -
- ¡Yo jamás…! -
- Ahórratelo. - Lo interrumpió Tiberio Claudio: - Como bien dices, tengo experiencia. Bastante más que tú, Aulo. No hace falta que me lo recuerdes. Mis huesos lo hacen a cada minuto. Me hago mayor, pero no creas que pierdo mi intuición en estas cosas y menos aún en el arte de juzgar a las personas. Por ejemplo, sé desde hace tiempo que dudas de mi capacidad, aunque todavía me sigues porque piensas que así podrás estar ahí en el momento preciso de mi caída, para hacerte cargo de toda mi facción. No, no digas nada, no añadas a tu menosprecio hacia mí la carga de la mentira, Aulo Vitelio. Sé cómo son las personas: los que llamo mis enemigos y los que están a mi lado. No me canses con excusas ni explicaciones. Te elegí para servirme porque me recuerdas a mí mismo cuando era joven y sé exactamente lo que quieres. Más bien puedes sentirte orgulloso, porque si fueras un poco menos ambicioso o menos inteligente, te habría matado hace mucho tiempo. Cuento con tu ambición para que me sigas, porque confío más en ese tipo de vínculo que en la lealtad. -
Tiberio Claudio se quedó mirando el vacío por un instante, mientras Aulo bajaba la mirada. ¡Que ingenuo se sentía en ese momento! Había creído que realmente estaba ganándose la confianza del Gran Duque, que sus esfuerzos por ocultar el desprecio que sentía hacia él estaban funcionando y que finalmente sería parte de su círculo interno. Pero ahora entendía que nunca existió tal posibilidad desde el principio. Como dijo Tiberio: la ambición era lo que guiaba sus pasos, y por eso el Gran Duque sabía cómo actuaría. Era una pieza más en su tablero. Lo que lo hacía valioso, como acababan de decirle, era que Aulo era lo suficientemente inteligente como para comprender que no valía la pena traicionar a Tiberio Claudio; no solo por las consecuencias si fracasaba, sino por lo que ocurriría si tenía éxito.
“Quizá, al final, mi predecesor Marcio fue el más inteligente de todos por irse de aquí cuando vio una ocasión de escapar.” Pensó con ironía.
- Esta tarde se ha sembrado bien en el corazón de ese hombre, y la simiente germinará en el momento apropiado. - Concluyó el Gran Duque.
Aulo asintió finalmente, aunque lo hizo más para desterrar las dudas sobre su propia situación que para darle la razón a Tiberio Claudio. El anciano se dio cuenta de su vacilación y lo incitó a hablar.
- ¿Qué es lo que aún corroe tu espíritu, Aulo? ¡Habla de una vez! Me siguen interesando tus apreciaciones porque yo, a diferencia de ti, no infravaloro ni a mis enemigos ni a los que me rodean, pues ese es el principio de todos los fracasos. -
Azuzado de esta manera, Aulo respondió rápidamente:
- ¿Y si, pese a las dudas que hayas sembrado en su espíritu, Cayo Silano se mantiene firme junto al joven necromante? ¿Entonces qué? -
Tiberio Claudio se recostó en su asiento y respiró con profundidad.
- En ese caso, pondremos en marcha un segundo plan para demoler de raíz la confianza del liberto en su apreciado oficial, en su infalible Cayo Silano. Cuando no se puede quebrar una soga por un extremo, conviene intentar cortarla por el otro. De hecho, lo ideal es tratar de segarla a la vez por ambos extremos.
Y, aunque tú no te hayas dado cuenta, eso es exactamente lo que hemos comenzado a hacer esta tarde. Ahora solo nos resta esperar y entretenernos intentando discernir cuál de los dos extremos se quebrará primero. Por mi parte, pienso divertirme al ver cómo cada pieza del mecanismo que he puesto en marcha hoy se activa, hasta que, de modo inexorable, quiebre el destino de esos dos hombres: el de ese liberto y el leal Cayo Silano. -
Con estas palabras, el Gran Duque lanzó una sonora carcajada que reverberó entre las piedras y los ladrillos del peristilo de aquella enorme villa en las afueras del sur de Itálica. Era una risa aterradora, que ocultaba cientos de traiciones, insidias y conspiraciones. Aulo Vitelio se sintió repelido por ese sonido, pero al mismo tiempo sabía que provenía de la persona más poderosa del imperio, de quien eventualmente aspiraba a convertirse.
“¿Esto es realmente lo que quiero?” Pensó Aulo, estremeciéndose: “Estamos fraguando la ruina de dos individuos que, hasta ahora, solo han servido bien al Imperio. ¿Es esto realmente lo correcto?”
Las tres esclavas
Alia, Bira, Daira
Hola amigos. Soy Acabcor de Perú, y hoy es miércoles 9 de octubre de 2024.
Finalmente ha terminado la locura que fue la serie Los Anillos del Poder, un proyecto que comenzó como un escupitajo metafórico a la obra de Tolkien y Peter Jackson, pero que ha logrado sorprenderme. Incluso podría considerarse algo histórico.
La primera temporada ya tenía el deshonroso título de ser la serie más cara jamás creada, al tiempo que era una de las peores producciones jamás realizada. Un título que parecía imposible de superar: Actuaciones mediocres, escenografía pobre, utilería lamentable, diálogos espantosos y una trama carente de sentido, etc. Y yo estaba seguro que no había forma de que lo hicieran peor. ¡Pero lo hicieron! Han emitido la batalla más absurda y ridícula que la televisión haya visto. La mejor forma de describir la segunda temporada es: "No esperaba absolutamente nada... ¡y aun así lograron decepcionarme!".
Y pensar que yo lucho por llegar a fin de mes con este humilde manuscrito, que solo se mantiene gracias al apoyo voluntario de ustedes. Mientras tanto, esos “showrunners” cobran miles de dólares por crear semejante vómito radiactivo que yo podría escribir mejor hasta estando en coma. ¿Tiene eso algo de sentido?
Ahora bien, este capítulo ha sido lo que se esperaba: la manipulación del Gran Duque y su intento de corromper a Silano. También aprendemos mucho sobre el tribuno más inexpresivo de Bryan, como el hecho de que su propio clan no lo apoyó, por lo que tuvo que buscarse la vida por sí mismo.
Esto era un problema común en la Edad Media. Debido a la alta mortalidad, las familias trataban de tener muchos hijos, conscientes de que pocos sobrevivirían hasta la mayoría de edad. Pero si un rey lograba tener varios hijos adultos, surgía un nuevo dilema: cómo repartir el reino tras su muerte.
En un principio, los territorios se dividían entre los hijos, lo que provocaba que un país se fragmentara en varios. Esto generaba enormes complicaciones, especialmente en una economía agrícola. Si a un hermano le tocaba una fértil planicie y a otro una seca cordillera, las tensiones estaban aseguradas, y no era raro que los hermanos terminaran enfrentándose en guerras. Lo mismo ocurría a nivel de duques, marqueses y barones. Así, los primeros años de la Edad Media fueron una época de conflictos constantes, tanto internos como externos, en donde los países se fragmentaban, luego se unían y después volvían a fragmentarse.
Para evitar estas divisiones, los países europeos adoptaron la ley del mayorazgo, que otorgaba al primogénito el derecho exclusivo a heredar el título y los territorios, asegurando la estabilidad y evitando la fragmentación. Sin embargo, esto creó un nuevo problema: los hijos menores no heredaban nada y su futuro quedaba en el aire.
Afortunadamente, los hijos menores solían recibir la misma educación que el primogénito, en caso de que este muriera y tuvieran que reemplazarlo. Muchos optaban por unirse al ejército en busca de gloria y fortuna, mientras otros se volvían religiosos, se casaban estratégicamente o se aventuraban a explorar nuevas tierras.
Cayo Silano enfrenta este problema: su familia, de alta aristocracia, es de marqueses, pero al ser hijo de un séptimo hermano, no heredará nada y debe forjar su propio destino. Su mayor ambición es seguir los pasos de Esteban y alcanzar el honor de ostentar un consulado, un cargo que ni siquiera un marqués puede conseguir.
Tiberio Claudio ya lo sabe. Mi intención en este capítulo era que él funcionara un poco como Hannibal Lecter, mostrando su habilidad para leer a los demás. Además, quise dejar al lector en duda sobre qué parte de lo que dice es verdad y qué es invención.
Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Cuál fue tu parte favorita? ¿Qué te parecieron los diálogos de Tiberio Claudio? ¿Te gustó la batalla psicológica? ¿Qué opinas del personaje de Aulo Vitelio? ¿Te agradaron las imágenes de las esclavas? ¿Cómo viste a Silano en este capítulo?
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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!