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- ¡Maldita sea, ¿en dónde está ella?! -
- ¡Nadie lo sabe! -
- ¡Necesitamos refuerzos ahora! -
Zamek, conocido como El Devastador, era uno de los cuatro Grandes Caballeros al servicio de la familia Ziran. Se trataba de un combatiente excepcional, especializado en la lucha con un gran escudo y el hacha de guerra, su destreza en el campo de batalla lo había convertido en una leyenda entre sus hombres. Todos admiraban la manera imponente en que irrumpía entre las filas enemigas, asegurando triunfos para la Alianza Mercante de Tiro en sus campañas contra varios pueblos. Pero, más que la gloria o el deber, Zamek amaba la lucha. Siempre estaba dispuesto a marchar a la guerra en cuanto se presentaba la menor oportunidad.
Desafortunadamente, rara vez podía dar rienda suelta a sus habilidades. Para evitar despertar sospechas en Itálica, su existencia y la de sus colegas habían sido minuciosamente ocultadas. Después de los Supremos (quienes rara vez abandonaban las fronteras de sus naciones), el número de Grandes Caballeros o Magos era la mejor forma de estimar el poder militar de un pueblo. La familia Ziran se había encargado de que el mundo creyese que apenas poseían la mitad de los que realmente tenían.
Por supuesto, a Zamek nada de esto le interesaba. No porque despreciara las órdenes, pues tal cosa era impensable en su mentalidad. Simplemente no le importaban los complicados entramados de la política. Admiraba la capacidad estratégica de su señor, Asdrúbal, cuya destreza para la intriga escapaba por completo a su comprensión. Sin embargo, él era un alma sencilla. Lo único que necesitaba era saber dónde estaban los enemigos de su señor y recibir la orden de matarlos.
Así que, cuando el joven Asdrúbal le pidió que tomara quinientos soldados de élite para internarse en el Bosque Oscuro como fuerza de avanzada y asegurase una línea de suministros para el ejército que habría de venir, Zamek no lo pensó dos veces. Poco le importó que su misión fuera, en palabras de su señor, un plan de respaldo por si el primero fallaba. Lo único que sentía era euforia: pronto podría hacer lo que mejor sabía.
O al menos, eso creía al principio.
- ¡Flechas! - Gritó uno de los vigías.
- ¡Cúbranse! - Ordenó Zamek, alzando su gran escudo.
Sus hombres obedecieron con disciplina, moviéndose como uno solo para protegerse de los proyectiles. En una batalla convencional, lo normal sería esperar a que la lluvia de flechas terminara antes de formar contra la infantería o la caballería enemiga. Después de todo, ningún arquero querría arriesgarse a dañar a sus propios soldados; Naturalmente, detendrían su ataque antes de que los ejércitos chocaran.
Pero eso solo aplicaba cuando el enemigo era humano.
Zamek no pudo evitar suspirar mientras soportaba el repiqueteo de cientos de impactos contra su escudo. En ese instante, recordó los desafíos que había enfrentado para llegar hasta allí.
El primero fue la incomodidad de luchar tan lejos del mar, la fuente del poder de su pueblo y el dominio de las deidades marinas a las que rendía culto. Sus enemigos habituales eran reinos costeros, pero esta era la primera vez que se adentraba tanto en un territorio completamente desconocido. Acabar con los pueblos que intentaron negarle el paso fue sencillo; la mayoría eran aldeas de agricultores o tribus de nómadas con escasa capacidad de resistencia.
Los verdaderos problemas comenzaron cuando dejaron atrás la luz del sol que iluminaba los campos y se adentraron en la espesura del Bosque Oscuro. Aquel infinito mar de árboles carecía de carreteras, sus ramas ocultaban las estrellas que podrían haber servido de guía, y la maleza se interponía en cada paso, dificultando el avance de aquellos guerreros del mar. Peor aún, criaturas mágicas desconocidas para ellos los acechaban constantemente, y su amenaza se intensificaba conforme avanzaban.
Cualquiera de estos obstáculos, por sí solo, no habría sido un desafío para una fuerza tan experimentada. Pero el problema principal fue el impacto psicológico, especialmente al llegar a la zona intermedia del bosque. Cada amanecer, Zamek y sus hombres se despertaban con el resplandor de una trémula luz verdosa filtrándose entre los incontables troncos. A veces, un rayo de sol lograba abrirse paso entre las densas hojas y caía tenue y solitario ante ellos, pero esto sucedía cada vez con menos frecuencia, hasta cesar por completo.
En lugar del viento salado y el vaivén de las olas que los arrullaban desde la infancia, sus oídos captaban sonidos inquietantes: gruñidos, susurros, pisadas furtivas entre la maleza y el crujido de hojas secas acumuladas en algunos rincones del bosque. Sin embargo, nunca lograban ver qué los causaba.
No transcurrió mucho tiempo antes de que empezaran a odiar el bosque tanto como odiaban al Imperio Itálico, cuyas fronteras buscaban. Y lo peor era que tenían aún menos esperanza de encontrar una salida.
Luego estaban las Criaturas Mágicas: Gigantes de Piedra, Pitones Abisales, Dragones Bicéfalos y otras bestias que debieron enfrentar para poder avanzar. Cada batalla era una lucha desesperada por encontrar un camino en aquel laberinto. Pero no había otra opción que seguir y seguir, aun cuando sintieran que no podrían dar un paso más sin ver el cielo y el sol, ni sentir el viento soplar en sus rostros.
Pese a todo, avanzaban en la dirección correcta. O al menos, eso aseguraban los magos especializados que los guiaban. Según dijeron los altos mandos, todos ellos ya habían estado antes en el Bosque Oscuro y conocían la forma de orientarse a través de su espesura.
Sin embargo, al final resultaron ser el mayor problema de todos. La lideresa de estos supuestos expertos los abandonó repentinamente, dejando atrás una excusa para cualquiera. Ni siquiera se molestó en hablar primero con Zamek, el líder de la expedición. En circunstancias normales, semejante acto de deserción habría sido castigado con severidad, incluso con la ejecución inmediata. Pero en ese momento no podía hacer nada al respecto, así que no les quedó más opción que montar un campamento y esperar su regreso.
Al principio, talar todos los árboles posibles a su alrededor para obtener madera les provocó un placer perverso, y en poco tiempo construyeron una empalizada. Sin embargo, al hacerlo, atrajeron la atención no deseada.
- ¡Ahí vienen! -
Zamek no podía bajar el escudo porque los dardos no dejaban de caer, así que dependía únicamente del oído. Pero no tuvo problemas para saber que ellos estaban cerca.
El estruendo comenzó como un murmullo distante, un golpeteo irregular que se confundía con la lluvia de proyectiles. Pero pronto se volvió imposible de ignorar. Un retumbar seco y poderoso que se expandía entre los árboles, reverberando en el suelo como si el bosque entero despertara con furia.
Zamek, con el escudo aún alzado, frunció el ceño. Era imposible que caballería alguna cargara con tanta velocidad en aquel terreno. El follaje espeso, las raíces retorcidas y la maraña de troncos impedían el galope. Pero aquello avanzaba sin perder ímpetu, sin dudar, sin disminuir la marcha.
Luego vinieron los rugidos. No se trataba de bestias solitarias, sino de una horda enardecida. Un bramido gutural que recorría la espesura como una ola enorme justo antes de romper contra las rocas. Las ramas crujían y se partían bajo la presión de cuerpos enormes que se deslizaban con destreza sobre la hojarasca. Entre los destellos de fuego de las antorchas, Zamek consiguió espiar por sobre el borde de su escudo y vio sombras veloces cruzando el límite del bosque. No pudo distinguir su forma exacta, solo la silueta de cuerpos anormalmente altos y musculosos, con torsos humanos sobre figuras imponentes que no deberían moverse con tanta agilidad.
El suelo comenzó a temblar. Primero levemente, como si el corazón de la tierra latiera con furia contenida. Luego, con la violencia de una estampida.
Las primeras figuras emergieron de la espesura. Eran grandes, demasiado grandes, pero lo más aterrador era la velocidad con la que se desplazaban. Blandían arcos y sables resplandecientes de gran tamaño, que usaban para cortar la maleza en su camino. Tenían rostros deformados, un poco como los orcos, pero con melenas largas y frente prominentes. Sus ojos brillaban con el brillo de criaturas acostumbradas a la guerra, que no conocían el miedo ni la piedad. Sus brazos y torsos eran tan musculosos que parecían tallados en piedra, pero de la cintura para abajo sus cuerpos se transformaban en robustos cuerpos de caballo cubiertos de pelaje, con colas largas que ondeaban al viento.
Se trataba de un ejército de Centauros.
En cuanto llegaron, apenas les dieron tiempo a los tirios para reaccionar antes de ejecutar su táctica. No se lanzaron de inmediato contra la empalizada, sino que se desplegaron a su alrededor, rodeándola en cuestión de segundos. Como una marejada, la horda se partió en dos flancos que fluían en direcciones opuestas, cerrando el cerco con una precisión aterradora. No había dudas sobre su intención: cargar a toda velocidad, golpear con la fuerza de una tormenta y desaparecer antes de que su presa pudiera contraatacar.
Aunque su inteligencia era inferior a la humana. Los Centauros no eran bestias irracionales ni criaturas que dependieran del instinto para atacar. Aunque no tenían lenguaje, eso no significaba que sus ataques fueran torpes o salvajes. Todo lo contrario: Sus movimientos eran precisos, sus maniobras impecables. Se entendían entre sí con una sincronización que superaba incluso a las unidades mejor entrenadas de la Alianza Mercante.
Ese era el verdadero motivo por el que podían moverse a toda velocidad en la espesura. No era solo su fuerza brutal ni la potencia de sus cuerpos mitad bestia, sino la total sincronización entre mente y músculo. Para cualquier caballería humana, el bosque era un laberinto traicionero, lleno de raíces que atrapaban cascos y ramas que golpeaban rostros. Pero no era así para los Centauros. En ellos no existía conflicto entre el pensamiento y la acción. Porque no eran jinetes sobre corceles. Eran uno solo.
Por eso podían avanzar sin miedo, disparar sin detenerse y embestir con una fuerza que ningún humano sobre una montura podría igualar.
- ¡Prepárense para resistir! ¡Hombres, listos con sus ballestas! - Gritó Zamek, irritado mientras trataba de no bajar su escudo.
Una descarga de proyectiles cayó sobre la empalizada mientras la horda pasaba a su alrededor. Disparaban en pleno galope, con una puntería escalofriante. Un soldado de Zamek, aún cubierto tras los muros, sintió que el asta de una flecha se le clavaba entre las costillas. No había habido advertencia, ni espacio para reaccionar. Simplemente ocurrió.
Y como si todo esto no bastara, había otro peligro. Algo que los soldados de Zamek apenas comenzaron a comprender luego del segundo día de combate. Cuando los Centauros cabalgaban juntos, cuando sus cuerpos se movían como una oleada de carne y acero, una magia oscura se liberaba entre ellos. No era un hechizo lanzado conscientemente, ni un don concedido por un mago. Era un poder característico de su raza.
Los hombres de Zamek no podían explicarlo, pero lo sentían. Una vibración sutil en el aire, una alteración en el equilibrio que hacía que el suelo pareciera deslizarse bajo sus pies. No era un temblor, sino algo más perverso. Un engaño de los sentidos que les hacía perder estabilidad en los momentos cruciales.
Dos de sus soldados ya habían muerto por ello. No por una flecha ni por un tajo de espada, sino por la simple pérdida de orientación. Habían caído de los muros en un estado de desconcierto absoluto, incapaces de corregir la postura antes de tocar el suelo. Uno se había partido el cuello en la caída. El otro, aturdido, apenas tuvo tiempo de levantar la mirada antes de ser atravesado por una docena de flechas.
Así habían pasado los últimos tres días.
Los centauros no intentaron un asedio prolongado. No trataron de derribar la empalizada ni de forzar el combate. Su estrategia era embestir a toda velocidad contra cualquiera que estuviera fuera de los muros de madera, atacaban con sus flechas y se desvanecían en todas direcciones antes de que los tirios pudieran reaccionar. Se desplazaban como la espuma de una ola estrellándose contra una roca, retrocediendo solo para preparar el siguiente golpe.
Por su parte, los tirios contaban con sus propios caballos dentro de la empalizada. Todos eran corceles de guerra, entrenados para la batalla. Sin embargo, ni una sola vez se habían planteado usarlos para una persecución. La idea era absurda. Un suicidio. Los centauros conocían aquel territorio mejor que nadie y enviar la caballería tras ellos sería como arrojarse al agua para pelear con un pez en su elemento.
“Esos malditos son tan astutos… ¡Qué insulto que, pudiendo crear una sociedad, elijan vivir en la barbarie y el salvajismo!” Pensó Zamek.
Lo más triste de todo era que este juicio, pese a venir de un hombre que prefería la confrontación antes que el diálogo, era acertado. Aunque no tenían lenguaje propio, se sabía que los centauros eran capaces de entender a los humanos, lo que les permitía emplear tácticas especialmente efectivas contra ellos, como la que usaban en ese momento. De haberlo querido, podrían haber formado algo parecido a una nación centaura. Sin embargo, su naturaleza los llevaba a elegir siempre al salvajismo, hasta el punto de que, en cierto momento, las naciones del mundo los declararon enemigos universales, al igual que los orcos.
Aún quedaban registros históricos, arte e incluso canciones que hablaban de la época en que los centauros habitaban las estepas del mundo. Pero su raza se volvió infame por sus saqueos, robos y el rapto de mujeres, hasta que finalmente fueron cazados en todos los rincones de la tierra.
Ahora los centauros solo podían encontrarse en el indómito Bosque Oscuro, pero no parecían haber aprendido ninguna lección. Ni siquiera en ese momento atacaban a los tirios porque estos hubieran invadido sus tierras, para vengar alguna afrenta o porque pudieran obtener algún beneficio.
No, nada de eso.
¡Los malditos simplemente habían divisado el campamento y les pareció que acosarlos sería divertido! Aunque no usaban palabras, las carcajadas despectivas que soltaban justo antes de desaparecer lo decían todo.
Esta vez, varios se detuvieron un instante para hacer saltar sus cuartos traseros, como si estuvieran mostrándoles el culo a propósito. Fue en ese momento que Zamek ya no pudo aguantar más.
- ¡Quiero a mi montura! - Declaró, mientras apretaba los dientes: - ¡Traigan el Pergamino Antiguo! -
- Pero… ¡Espere mi señor! - Exclamó alarmado uno de los magos, que se resguardaba tras el escudo de un guerrero cercano al Gran Caballero: - ¡Ese pergamino es uno de los tesoros más valiosos de nuestra Venerable Maestra y desaparecerá luego de un solo uso! ¡Obtenerlo nos costó casi lo mismo que un palacio! ¡Quizá nunca encontremos otro igual! Utilizarlo sin su permiso sería… -
- ¡¿Acaso tu señora está aquí?! - Le espetó Zamek con una mirada llena de intenciones asesinas.
- ¡No...! ¡Pero…! - Balbuceó el mago.
- ¡Para empezar, este problema lo causó tu maldita señora al desaparecer sin decir nada con cuatro Caballeros de la Tierra! - Continuó Zamek, con la voz cargada de furia: - ¡Y si tanto le preocupaba el Pergamino Antiguo, no debió abandonarlo aquí… como nos abandonó a nosotros! -
- Es verdad… pero… -
- ¡Tráelo de una maldita vez o te cortaré la cabeza por insubordinación! - Rugió Zamek.
- ¡Si, mi señor! - Chilló el mago y corrió a traerlo.
El mago tragó saliva y echó a correr, escoltado por un grupo de soldados con escudos alzados. No importaba cuán nervioso estuviera, no podía detenerse. Sobre sus cabezas, las flechas que pasaban por encima de la empalizada silbaban como insectos furiosos, pero los proyectiles rebotaban en el muro de acero que formaban los guerreros a su alrededor.
Al llegar al centro del campamento, el mago casi tropezó, pero uno de los soldados lo empujó adelante con rudeza.
- ¡Hazlo de una vez, maldito cobarde! -
Normalmente el mago jamás habría permitido que otros le hablasen así, pero la extrema tensión a la que estaba sometido le impidió protestar. Tembloroso, desenrolló el Pergamino Antiguo y lo extendió en el suelo con manos temblorosas.
Era una reliquia de otro tiempo, una hoja amarillenta y gruesa, con un pergamino de textura rugosa que parecía haber sido escrito en fuego y sellado con el peso de incontables años. Sobre su superficie, inscripciones en un idioma perdido cubrían cada rincón, algunas en tinta negra, otras en rojo, y unas pocas en un dorado tenue que parecía latir con vida propia.
El mago respiró hondo y posó ambas manos sobre el pergamino. Al instante, las inscripciones comenzaron a brillar. Primero con un resplandor tenue, luego más fuerte, como si respondieran a su toque.
Todos los sabios de Tiro habían coincidido en su naturaleza: era un conjuro de invocación, capaz de traer a un único ser vivo desde un punto lejano, pero solo una vez. Era como una Matriz de Transporte Portátil, pero lamentablemente defectuosa. Nadie pudo explicar por qué, pero no funcionaba en seres con inteligencia humana. Se hicieron pruebas, se consultaron los textos más antiguos, se pagó a sabios y estudiosos de todas partes, pero la respuesta siempre fue la misma: cualquier criatura convocada debía carecer de raciocinio humano.
Aun así, seguía siendo una reliquia de un valor incalculable. La Maestra del mago había pagado una fortuna por él. El vendedor, en realidad, no quería desprenderse de tal tesoro, pero lo coaccionaron para forzarlo a entregarlo. No había tenido opción. Pero incluso así recibió en compensación una suma que equivalía al precio de un palacio.
Así de valioso era un Pergamino Antiguo.
El aire se volvió denso cuando el poder del pergamino alcanzó su punto máximo. Las inscripciones no solo brillaban, sino que comenzaron a moverse dentro del papel, como si el conjuro mismo despertara. Un segundo después, las runas flotaron, emergiendo de la hoja en un baile caótico de luz y fuego.
Entonces, un pilar de luz estalló desde el centro de la empalizada.
El resplandor fue tan cegador que todos dentro del campamento se cubrieron los ojos. Incluso los centauros en la distancia se detuvieron, parpadeando con sorpresa ante la luminiscencia que atravesaba la penumbra del Bosque Oscuro.
El resplandor se disipó en un parpadeo, tragado por la penumbra como si nunca hubiera existido. Pero algo había cambiado. Algo estaba allí.
El suelo tembló con un estruendo sordo. Una presión invisible se extendió por el campamento, erizando la piel de los soldados más experimentados. El aire se impregnó de un olor ferroso, como el metal calentado en una fragua.
Donde antes solo había tierra endurecida y cenizas flotando, ahora se alzaba una colosal silueta.
Lo primero que vieron fueron los colmillos. Dos gigantescas cuchillas naturales, opacas pero imponentes, reflejaban la tenue luz filtrada por las copas de los árboles. No era marfil. No podía serlo. Aquel material tenía la solidez del hierro forjado y la crudeza de algo hecho para atravesar murallas, no para adornarlas.
La criatura resopló, y de su trompa brotó un vapor denso que se disipó en la noche. Su piel, surcada por vetas metálicas que recorrían su lomo como grietas de un mineral vivo, parecía más una armadura que un cuero natural. La luz dorada del sol apenas lograba perforar el dosel de hojas, pero los destellos que alcanzaban su cuerpo revelaban la dureza de su carne como si hubiera sido forjada en el corazón de una montaña.
Los ojos se abrieron con un fulgor amarillo intenso, como brasas que observaban el mundo entero con desdén. No era la mirada de una bestia común. No había miedo en ella. No había duda. Solo una calma primitiva, la certeza de algo que había nacido para la guerra.
El Pergamino Antiguo comenzó a ennegrecerse tras haber cumplido su labor. Las inscripciones se retorcieron con un último fulgor antes de consumirse por completo. La hoja se deshizo en un puñado de cenizas, arrastradas por el aire pesado del bosque sin dejar rastro.
Y sobre sus cenizas ahora se erguía un majestuoso Tuskarru, una especie de paquidermo monstruoso, que hacía temblar la tierra con cada uno de sus pasos.
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A diez kilómetros de distancia, el suelo del Bosque Oscuro también retumbaba, aunque por un motivo distinto. Trozos de roca, troncos y ramas carbonizadas se esparcían por doquier tras la poderosa explosión provocada por el Funeral del Enjambre Ígneo, un conjuro de nivel Gran Mago tan letal como singular.
La magia de fuego, por su naturaleza, no era la más adecuada para emboscadas. Sin embargo, tal era la destreza del conjurador de elementales que logró encerrar a su enemigo en una jaula mortal antes de que este pudiera reaccionar. Ahora, con toda probabilidad, lo había reducido a cenizas.
Desde una distancia segura, la Gran Maga Cabiria, de la Alianza Mercante de Tiro, observaba los devastadores efectos de su conjuro con una sonrisa maquiavélica dibujada en su anciano rostro. A su alrededor, cuatro Caballeros de la Tierra la miraban con aprensión, temerosos de hacer cualquier movimiento que pudiera provocar su ira.
Históricamente, la Alianza Mercante de Tiro era una potencia naval cuyo poder radicaba principalmente en su poderosa armada de quinquerremes, temida en todos los mares del mundo. A simple vista, uno podría suponer que, dado que los barcos eran principalmente de madera, la Magia de Fuego sería altamente valorada en su sociedad. Sin embargo, ocurriría precisamente lo contrario.
La guerra siempre ha sido un asunto complicado e impredecible. De cierto modo, el trabajo de un general era similar a provocar una avalancha y luego intentar encauzar su fuerza destructiva en una dirección que le favoreciera. Un caos controlado que, en cualquier momento, podía desbordarse, superando incluso las previsiones del mejor estratega. ¡Había tantos factores impredecibles que una victoria segura podía transformarse en la peor de las derrotas y viceversa por los motivos más inesperados!
Quizás lo único más impredecible que el resultado de una batalla era la propia navegación. Los dioses del mar eran caprichosos, y nunca se sabía cuándo un viaje podía salirse de control por una tormenta repentina, una corriente desconocida o un viento inesperado.
Entonces, en algún momento, a alguien se le ocurrió que sería buena idea combinar el caos de la guerra con la inestabilidad de la navegación… El resultado fue que combatir en el mar se convirtió en un desafío tan agotador que hasta el más valiente podía perder los nervios.
Por esta razón, los magos de fuego eran temidos en las guerras marinas, pero no en el buen sentido. Todos los magos necesitaban tiempo para dominar sus poderes y concentrarse al ejecutar sus conjuros. En medio del caos de los embates de los espolones, los proyectiles, las flechas, el vaivén de las olas y la humedad resbaladiza… siempre existía el riesgo de que un hechizo se descontrolara o, peor aún, que terminara afectado el barco aliado en lugar del enemigo.
Naturalmente, este tipo de desastres rara vez ocurría cuando el conjurador tenía el rango de Archimago. De hecho, aquellos que alcanzaban tal nivel recibían la inmediata atención de la aristocracia de la Alianza Mercante de Tiro. Pero como pocos llegaban a esa categoría, la mayoría de los magos de fuego no lograban librarse del recelo que su poder despertaba entre los tirios.
La Gran Maga Cabiria era una de las pocas excepciones. Mejor dicho, era tan poderosa que pocos se atrevían a expresar en voz alta cualquier desagrado en su presencia. Sin embargo, ella sabía que, en el fondo, su magia seguía siendo considerada de segunda clase, y uno de sus grandes objetivos en la vida era cambiar esta percepción, fuese como fuese.
Su primer gran triunfo en este sentido fue reunir a todos los magos de fuego dispersos por la Alianza Mercante de Tiro en una especie de escuela no oficial, donde ella se convirtió en una de las líderes. Lo segundo fue convencerlos de reunir una inmensa cantidad de tesoros mágicos de gran valor, los cuales solo prestaban al ejército a cambio de beneficios. Los tirios eran comerciantes por naturaleza y sabían reconocer un buen trato cuando lo veían, así que aceptaron sus condiciones. Gracias a ello, el prestigio de los magos de fuego mejoró considerablemente.
Pero Cabiria no se conformaba con eso. Sus ambiciones iban mucho más allá. Quería que los magos de fuego de la Alianza Mercante de Tiro fueran los más poderosos del mundo. Y para lograrlo, tenía que convertirse en una Maga Suprema.
Sin embargo, pronto descubrió que su tiempo se agotaba. La vejez la alcanzaba rápidamente, y no le quedaban suficientes años para lograr su objetivo y dejar una verdadera huella en la historia.
La presión la llevó a recurrir a métodos cada vez más desesperados. Desde experimentar con sustancias prohibidas hasta diseccionar jóvenes magos en secreto, buscando un medio para ampliar el tamaño de los circuitos mágicos. Pero todos sus intentos fracasaron.
Entonces, un antiguo documento cayó en sus manos.
Se trataba de un fragmento de texto perteneciente a una civilización extinta. En él se hablaba de un artefacto legendario, un objeto capaz de alterar los poderes de fuego, nacido del corazón ardiente de la propia tierra. Algunos creían que este era el origen mismo del Elemento Mágico del Fuego, por lo que lo llamaron el Corazón de la Primera Llama.
Según el documento, este artefacto se manifestaba en lugares donde el Elemento Fuego se concentraba en cantidades inmensas, pero solo aparecía uno cada quinientos años y siempre en un punto distinto del mundo.
Cabiria estaba convencida de que, con este artefacto, podría encontrar un método más rápido para convertirse en una Suprema de Fuego. Sin embargo, también sabía que, dada su edad avanzada, solo tendría una oportunidad para obtenerlo.
Así que invirtió una fortuna en tesoros mágicos y recursos para desarrollar un artefacto capaz de rastrear las fluctuaciones de energía calórica en la tierra, con la esperanza de encontrar el Corazón de la Primera Llama.
Al final su artefacto funcionó.
Cabiria halló la ubicación del legendario artefacto.
Pero perdió la oportunidad de obtenerlo... por culpa de cierto nigromante.
Con el paso del tiempo, Cabiria no podía dejar de pensar en los acontecimientos de aquel día, cuando se infiltró en el territorio del Ifrit.
¿Cómo habían conseguido aquel Nigromante y la Paladín Sofía sobrevivir al demonio de fuego?
¿Poseían un artefacto que les permitiera resistir el calor? De ser así, ¿su encuentro realmente fue una casualidad? ¿O acaso uno de ellos también buscaba el Corazón de la Primera Llama?
Pero… ¿quién?
Lo único que tenía sentido era que fuese el mago. ¿Pero por qué?
Hubo un momento en que Bryan salió de la barrera mágica que ella había conjurado y terminó gravemente herido. Pero... ¿y si todo fue un engaño? ¿Y si, en realidad, su objetivo desde el principio era apoderarse del tesoro que ella tanto había buscado?
Estos pensamientos la consumieron día y noche, hasta que finalmente se convenció de que Bryan era un espía enviado para robarle su tesoro.
No tenía pruebas, pero tampoco dudas.
Por supuesto, Bryan ni siquiera sabía de la existencia del Corazón de la Primera Llama cuando encontró el Emplazamiento Extremo de Fuego. Pero su comportamiento resultó lo suficientemente sospechoso como para hacerla desconfiar.
Después de todo, ¿quién podría haber imaginado que un objeto tan legendario aparecería justo sobre el lugar donde él planeaba crear a su Zombi Élite de Fuego?
Entonces quiso el destino que Cabiria fuese enviada como parte de la fuerza de avanzadilla para alguna de las artimañas militares de Asdrúbal Ziran. Esto era en parte porque ella ya conocía el Bosque Oscuro, pero seguramente era un castigo por haber desperdiciado un Pergamino Antiguo por motivos personales.
Resultaba irónico.
Asdrúbal tenía el descaro de reclamarle por usar los recursos de su Escuela de Fuego, como si fueran propiedad del Estado. Cabiria realmente quería incinerar a ese insolente quién, por más estratega que fuese, para ella no era más que un mocoso maleducado. Pero era cierto que en su última aventura no solo perdió un objeto invaluable, sino que también todo su equipo de magos murió. Así que, al final, aceptó de mala gana.
Cuando su grupo estaba recorriendo un territorio relativamente cercano a los dominios del Ifrit, a la Gran Maga se le ocurrió consultar su artefacto de detección de calor. Lo que vio la dejó boquiabierta: una extraña señal calórica estaba siendo registrada.
Inmediatamente tomó una escolta y se marchó sin avisar.
Si su suposición era correcta, el Ifrit habría terminado su evolución y abandonado su hogar. De ser así, quizás podría obtener el Corazón de la Primera Llama.
Pero cuando llegó descubrió que la dimensión del demonio de fuego estaba completamente sellada. Parecía que ese Ifrit se encontraba en una especie de sueño autoinducido que podía durar años... o incluso siglos.
En cualquier caso, sin el Pergamino Antiguo, ya no tenía los medios para forzar su entrada en el dominio del Ifrit. No había nada que hacer.
Sin embargo, su artefacto seguía detectando una fuente de energía de fuego en la zona. Así que decidió esperar a ver qué sucedía.
Y entonces, tras un par de días de vigilancia, lo vio.
Era ese joven del Imperio Itálico. Aquel nigromante.
Bryan.
En ese instante, un odio más abrasador que cualquier llama que pudiera conjurar se apoderó de su corazón.
“¡Es ese desgraciado! ¡Seguramente vino a robar mi tesoro! ¡No sé cómo lo piensa hacer, pero estoy segura de que lo quiere hacer! ¡Pero no permitiré que escape con vida!”
De manera que vigiló a Bryan con atención, buscando el momento perfecto para atacarlo por la espalda.
Y cuando lo vio entrar en el túnel supo que no habría un momento mejor.
El resultado fue la devastación que ahora contemplaba.
En ese momento, los Caballeros de la Tierra finalmente se recuperaron de la impresión y se atrevieron a protestar.
- ¡¿Se puede saber por qué hizo eso?! - Exclamó uno.
- ¡¿Por qué atacó a esa persona?! - Bramó otro.
- ¡Se supone que estamos en una misión secreta! -
- ¡Cierto! ¿Qué pasa si tiene compañeros que reporten su ausencia?! -
- ¡Silencio! - Los calló Cabiria con una expresión irritada, dejando escapar unas llamas a su alrededor para asustarlos.
Se obligó a calmarse antes de inventar una excusa.
Para empezar, estamos en el Bosque Oscuro, un lugar donde la gente desaparece todo el tiempo. ¿No recuerdan cuando interrogamos a los habitantes de aquella aldea cercana? Nos contaron que su eufemismo para el suicidio es "dar un paseo por el bosque." - Dijo rápidamente, con tono impaciente: - Incluso si tenía compañeros, nadie hará un gran escándalo ni enviará una partida de búsqueda. Simplemente asumirán que un monstruo lo devoró. -
Los Caballeros de la Tierra asintieron, pero se notaba que aún tenían dudas. Uno de ellos se atrevió a preguntar:
- ¿Y si tenía compañeros cerca? El sonido de la explosión podría haberlos alertado. -
- En tal caso, simplemente los mataremos también. - Espetó Cabiria con una sonrisa afilada.
Los hombres dieron un paso atrás, intimidados.
- Ustedes son cuatro de los mejores combatientes de nuestro ejército. - Continuó Cabiria, con desdén: - Y a su lado hay una Gran Maga de Fuego. ¿Qué hay que temer? -
- ¡Pero…! -
- ¡No hice esto por capricho! ¡Todo es por el bien de nuestra causa! - Exclamó Cabiria, con impaciencia en la voz. Luego, con tono más controlado, añadió: - Ese joven es alguien que conozco. ¡Un nigromante del Imperio Itálico! -
- ¡¿El Imperio Itálico?! -
Los caballeros se crisparon al oír el nombre de su odiado enemigo.
- Por supuesto. ¿O acaso crees que vine hasta aquí por motivos personales? - Preguntó Cabiria con burla: - Sentí la presencia de un mago acercándose y vine para interceptarlo antes de que nos viera y reportara nuestra presencia al enemigo. -
- Ya… ya veo. - Musitó uno de los caballeros mientras se sacudía una pequeña ascua de fuego que había caído sobre su armadura.
- Entonces, ¿hizo todo esto por el bien de la misión? - Preguntó otro, todavía dubitativo.
- ¡Por supuesto! ¡Siempre pongo primero el bienestar de la Alianza Mercante de Tiro! - Declaró Cabiria con una sonrisa ufana. Luego frunció el ceño y señaló a uno de los caballeros: - Tienes algo en el casco. -
- ¿Oh? - El aludido llevó la mano a su frente y sacudió un grupo de pavesas que habían caído sobre la cresta de su yelmo.
- ¿Qué está pasando? - Exclamó otro, señalando hacia el cielo.
Cientos de pequeñas ascuas de fuego caían sobre ellos, como copos de nieve incandescentes.
No era tan extraño, dado que parte del bosque se estaba incendiando, pero ellos estaban demasiado lejos del fuego principal como para que tantas ascuas les alcanzaran.
- Quizá el hechizo resultó más fuerte de lo que esperaba. - Comentó Cabiria, sin darle importancia. Luego extendió la mano de manera distraída, dejando que una diminuta llama cayera en su palma.
Pero en el instante en que su piel tocó el fuego, su expresión se ensombreció.
- ¡Cuidado! ¡Hay magia en esas llamas! ¡Esto es…! - Comenzó a gritar alarmada.
Pero no tuvo que decir más.
En ese instante, las cientos de pequeñas pavesas que para entonces se habían pegado a las armaduras de los caballeros estallaron de repente, expulsando una cantidad de fuego que resultaba inexplicable.
Las llamas se propagaron en un parpadeo.
Y, antes de que pudieran reaccionar, los Caballeros de la Tierra se convirtieron en antorchas humanas.
Por supuesto, aquellos hombres, acostumbrados al campo de batalla y a los peligros repentinos, activaron automáticamente su Aura de Batalla para proteger sus cuerpos. Luego, emitieron pulsaciones de energía para intentar sofocar las llamas.
Al mismo tiempo, Cabiria extendió una mano, tratando de robar el control del fuego a quien fuera que los estuviera atacando. Sin embargo, descubrió con frustración que aquel conjuro era demasiado diferente a los utilizados por los magos y no podía someterlo.
Era lo mismo que ocurría cuando un mago intentaba dominar las llamas de una Criatura Mágica. Y si quería controlar ese fuego, le tomaría tiempo… demasiado tiempo.
Aun así, Cabiria no se desesperó. Si bien era cierto que apoderarse del fuego de un monstruo en pleno combate era prácticamente imposible, aún podía interferir de forma indirecta. De manera que rápidamente conjuró una onda de calor, elevando la temperatura del aire en un instante. Tal como esperaba, el aire caliente alrededor de su grupo, ahora más ligero que el frío, ascendió con rapidez, arrastrando consigo la mayoría de las ascuas que aún caían del cielo.
Mientras tanto, los Caballeros de la Tierra, al notar que las llamas seguían adheridas a sus cuerpos pese a las oleadas de Aura de Batalla, tomaron una decisión drástica: desprenderse de las placas de armadura afectadas. Con movimientos ágiles, quitaron los seguros y arrojaron las piezas al suelo, evitando así sufrir quemaduras.
Parecía que el peligro había pasado.
- ¿Qué demonios ha sido eso? - Preguntó uno de los caballeros, desenvainando su espada.
Justo en ese instante, el suelo tembló bajo sus pies. Un profundo agujero se abrió repentinamente, con paredes empinadas y una superficie que se volvió tan fina como la arena. En un parpadeo, todos comenzaron a resbalar hacia el fondo, atrapados como si estuvieran en la trampa de una hormiga león.
Cabiria rápidamente utilizó el hechizo de Levitación para levantarse a sí misma y a los dos caballeros más cercanos.
El otro par, a pesar del terreno traicionero, lograron impulsarse con su Aura de Batalla, alcanzando por poco el borde de la trampa.
Sin embargo, cuando el primero de ellos estiró la mano para aferrarse al suelo firme y escapar… otra mano aferró la suya con una fuerza de hierro.
- ¿Cómo estás? - Le preguntó Bryan, con una mueca despectiva, al tiempo que hundía el Desgarrador Sombrío en su cabeza.
Bryan con el Desgarrador Sombrío
Hola amigos. Soy Acabcor de Perú, donde pronto funcionará el Mega Puerto de Chancay, y hoy es miércoles 26 de Febrero del 2025.
Este capítulo no fue nada fácil de escribir. Honestamente, la baja cantidad de comentarios en el anterior me hizo dudar un poco y sentí que no estaba haciendo lo correcto últimamente. Pero al final decidí que lo mejor que puedo hacer es creer en lo que hago y continuar con la mejor calidad posible.
Por cierto, muchas gracias a la persona que hoy me yapeo. Realmente me sacó de un apuro.
Tengo que aclarar que no es sencillo escribir esta obra y sé que a veces muchos podrán pensar que los capítulos deberían ser más largos. Lo comprendo. Nada me gustaría más a mí también, pueden creerme. Pero sencillamente la imaginación no funciona de ese modo. Además, antes podía más o menos mantener un ritmo más constante porque estaba siguiendo la obra original, haciéndole retoques y quitando la redundancia. Pero ahora me he desviado bastante. La Batalla del Campo de Sangre, la existencia de la Liga Etolia, las aventuras de Emily en la Alianza Mercante de Tiro… Nada de eso existe en el original, es todo invento mío. Sí es cierto que hay algo así como una alianza de 7 ducados, pero no están para nada descritos.
Y si a eso le sumamos la generación de imágenes IA… ¡Es todo un desafío!
Este capítulo, por ejemplo, es casi 100% mío. El pasado de Cabiria, que se llama Marceu en el original, nunca es descrito. No hay explicación para su presencia en el Bosque Oscuro en ese preciso momento. Tampoco existe ningún Zamek o Asdrúbal que le den una misión que justifique su presencia. Simplemente ahí está.
Otro problema que tuve fue que justo hoy Seaart estaba caída y no pude generar las imágenes que quería, así que tuve que improvisarlas retocando algunas obras de Arstation en Photoshop. No fue nada sencillo tenerlo a tiempo.
Finalmente, quiero compartir con ustedes lo que sería el capítulo anterior de la novela original junto con el de hoy. Ese mismo que a algunos les pareció corto, para que lo contrasten y juzguen la diferencia por ustedes mismos. Simplemente voy a Copiar/Pegar con mi misma fuente y separado. Ahí les va esta joya de la literatura.
CAPÍTULO: 315 IMPRIMIR
El loto de fuego giraba mientras este emergía, acompañado de furiosas burbujas de un rojo brillante. Cuando los rizomas emergieron del magma. Los pétalos se desplegaron rápidamente, revelando al zombi élite de fuego en el centro.
El zombi élite de fuego tenía una gran cabeza y una piel rojiza que era del color de la sangre. Todo por debajo de su cintura todavía estaba envuelto en la flor. La armadura en su cuerpo parecía haberse formado de flores de un profundo rojo, cubriendo todo su cuerpo a excepción de su rostro.
El cuerpo expuesto del zombi élite de fuego se retorció rápidamente dentro de la flor. Los pétalos en su cintura se pelaron lentamente hacia atrás. Los bonitos y deslumbrantes pétalos rojos del loto de fuego se contrajeron, condensándose en una armadura en la parte inferior del cuerpo y las piernas del zombi élite de fuego.
La enorme cantidad de fuerza del elemento fuego en los alrededores se agrupó agitadamente hacia el zombi élite de fuego durante ese proceso después de la loca explosión alrededor de la formación. La fuerza del elemento fuego se condensó en estrellas de fuego que llenaron el cielo y fluyeron hacia el zombi élite de fuego como una Vía Láctea en llamas.
La ardiente temperatura emitida por el cuerpo del zombi élite de fuego lentamente formó un patrón de loto en el lugar entre sus cejas. El patrón era borroso al principio, gradualmente se volvió más y más claro. Por último, se redujo a un pequeño loto de fuego que era cien veces más pequeño que el que lo había nutrido y se grabo a sí mismo en el entrecejo del zombi élite de fuego.
El enorme loto de fuego, que envolvía al zombi élite de fuego, se encogió y desapareció lentamente. Cuando el loto impreso en el entrecejo apareció, el loto de fuego debajo de sus pies también se había desvanecido sin dejar rastro.
El cuerpo del zombi élite de fuego era completamente rojo. Cuando sus profundos ojos rojos se volvieron para mirar el cuerpo de Han Shuo, su gran cabeza tembló ligeramente. Abrió su boca para tomar una respiración profunda.
Las llamas seguían surgiendo alrededor del cuerpo de Han Shuo y erosionaban frenéticamente su escudo. Cuando zombi élite de fuego inhaló profundamente, rayos de luz roja volaron a su boca, introduciéndose en su estómago a través de su garganta.
Las llamas se desvanecieron, pero el bloque de hielo envuelto alrededor de Han Shuo todavía se mantenía fuerte. Cuando vio que emergía el zombi élite de fuego, Han Shuo dejó de hacer circular su yuan mágico y caminó lentamente hacia la grieta. El Señor de las Llamas, que había estado aullando constantemente, de inmediato detuvo su alboroto al ver que el zombi élite de fuego aparecía desde dentro del loto. Centro toda su atención en ese último.
Cuando la impresión de loto se formó entre sus cejas, el zombi élite de fuego dirigió su mirada al Señor de las Llamas, como si intercambiara alguna conversación con él. El furioso Señor de las Llamas se calmó gradualmente. Mientras Han Shuo flotaba lentamente hacia la grieta, sintió un profundo amor materno penetrando a través del lugar extremo de fuego. El Señor de las Llamas se había relajado por completo. Su enorme palma levantó al zombi élite de fuego mientras utilizaban un método misterioso para comunicarse.
Desde que el zombi élite de fuego había emergido, Han Shuo sabía que el primero lo encontraría a través de la conexión establecida por su esencia de sangre debido a las limitaciones de la magia demoníaca. Sin mencionar que el pequeño esqueleto había sido el que trajo al zombi élite de fuego desde la otra dimensión. A pesar de que el zombi élite de fuego poseía conciencia y una gran inteligencia después de ser refinado por el método demoníaco, la marca del alma en las profundidades de su alma no había cambiado mucho. Han Shuo no estaba preocupado de que no fuera capaz de reconocer a su maestro.
Han Shuo se fue fácilmente cuando el Señor de las Llamas dejo de intentar matarlo. Disparándose de regreso a la superficie, no encontró obstáculos antes de llegar finalmente al centro del valle de la montaña.
Cuando regresó al valle de la montaña, Han Shuo inmediatamente le ordenó al zombi élite de fuego que recogiera varios extraños minerales del lugar extremo de fuego. Después, se quedó en el valle de la montaña para esperar a que se completara la tarea del zombi élite de fuego.
El zombi élite de fuego y el Señor de las Llamas habían pasado varios meses juntos en el lugar extremo de fuego durante meses. Durante ese tiempo, ese último había considerado al zombi élite de fuego como su propio hijo. Dado que ambos habían absorbido la fuerza del elemento fuego en el entorno, naturalmente tenían la misma presencia que los hacía sentir aún más íntimos el uno hacia el otro. Por lo tanto, Han Shuo entendió que estos dos, originalmente seres diferentes, ciertamente habían desarrollado sentimientos profundos el uno hacia el otro.
Cuando el zombi de élite de fuego dejó el loto de fuego, significaba que ya no seguiría estando en el lugar extremo de fuego. Como tenía que irse, los dos seres diferentes obviamente tendrían que separarse, por lo que Han Shuo no los molestó.
Cuando Han Shuo estaba cómodamente tumbado y disfrutando de un manantial de aguas termales en el valle de la montaña, una cadena de furiosas llamas apareció desde una posición desconocida y al instante ahogó a Han Shuo en su calor. La fuente termal hervía y burbujeaba. Han Shuo inmediatamente saltó, emitiendo vapor caliente de su cuerpo. ¿Quién se atreve? Han Shuo saltó en el aire y dejó escapar un fuerte grito. Lanzó el hechizo de fuego púrpura de sus dos manos y extinguió todas las llamas en su cuerpo, después observó con frialdad su entorno.
Los dos demonios yin se desplazaron por el valle de la montaña después de ser liberados, prestando atención a cada cambio. Han Shuo también envió su conciencia para inspeccionar el área. Albergaba una fuerte intención asesina hacia los emboscadores.
Siete u ocho balas mágicas rojas se dispararon hacia Han Shuo desde los ardientes acantilados rojos alrededor de las afueras del valle de la montaña. No era un objetivo fácil ahora que había levantado su guardia. Una luz púrpura rápida y limpiamente derribo las balas mágicas del aire.
Tan pronto como las balas mágicas fueron arrojadas hacia atrás, bolas de fuego, muros de fuego y serpientes de fuego aparecieron continuamente desde todas las direcciones y se precipitaron hacia Han Shuo. Los dos demonios yin no pudieron encontrar rastros de los atacantes después de buscar por un corto período de tiempo. Solo cuando Han Shuo destruyó dos serpientes de fuego su consciencia sintió una tenue fluctuación mágica. Los dos demonios yin inmediatamente se acercaron para ver un globo ardiente en lo alto de una pared de roca.
Ese globo ardiente era un escudo mágico lanzado por los magos de fuego. Una sombra borrosa dentro agitaba un bastón mágico para disparar un ataque tras otro. Los encantamientos eran bloqueados ya que el mago estaba dentro de una cobertura de magia, por lo que Han Shuo no pudo escuchar ningún sonido.
¡Humph! ¡No es necesario esconderse, gran magus de fuego Marceau! Han Shuo resopló burlonamente y rápidamente se desplazó, una serie de sonidos de explosiones y golpes resonaron en su camino hacia allí. Desvió todos los ataques de magia de fuego que le dispararon.
El escudo de fuego original de repente se disparó hacia el cielo, la sombra borrosa lentamente se volvió más clara en medio de las chispas al azar. Era en efecto la gran magus de fuego Marceau de la Alianza Mercantil Brut quien apareció la última vez en la batalla en el valle de la montaña. Han Shuo y ella habían sido aliados. Sin embargo, se habían separado en términos no tan agradables después de la situación infeliz en el lugar extremo de fuego.
Era inesperado que Marceau aún estuviera investigando el lugar extremo de fuego y se hubiera topado con Han Shuo por casualidad. Marceau había sospechado por dentro de Han Shuo sobre la repentina desaparición del loto de fuego. Ahora que vio a Han Shuo aparecer allí de nuevo, estaba segura en su corazón de que la había engañado la última vez.
Además, ella ya había albergado resentimiento hacia Han Shuo en su corazón, pero no podía hacer un movimiento ya que su fuerza mental se había agotado. Encontrarlo allí esa vez, además de la tentación del tesoro del atributo fuego, le había dado el coraje de arriesgarse y atacar a Han Shuo.
Viendo que había sido identificada y que Han Shuo podía lidiar tranquilamente con sus diversos ataques de magia de fuego, Marceau inmediatamente se dio cuenta de que la fuerza de Han Shuo había logrado un progreso aterrador. Por lo tanto, ella tenía que irse lo más rápido posible.
Heh heh. ¿Corriendo tan pronto? ¿A dónde crees que vas? Han Shuo se burló fríamente mientras se disparaba rápidamente hacia Marceau. El Filo Cazador de Demonios apareció en su mano en un momento desconocido.
El paisaje del valle de la montaña rápidamente se retrasó en su velocidad. Marceau aún tenía el poder de liberar los muros de fuego para obstruir a Han Shuo mientras corría. Sin embargo, este último simplemente ignoró los bloqueos y se lanzó hacia adelante. El cuerpo de Han Shuo se carbonizó en grandes cuando lo hizo, la piel quemada se dispersó con el viento y apareció una nueva piel debajo, tan limpia y brillante como antes.
A pesar de que sus cejas se habían quemado hasta quedar crujientes, volvieron a crecer después de solo un momento. Han Shuo había pasado de lucir extremadamente desaliñado a restaurar su desenfadado y elegante estilo durante la persecución.
No muy atrás de Han Shuo, una ardiente sombra roja se enloqueció como una llama furiosa. Las plantas secas inmediatamente estallaron en llamas en cada lugar que pasaba por el valle de la montaña. Todas las cosas que podrían arder se convirtieron en llamas intensas.
La gran magus de fuego Marceau usó la habilidad de levitación para huir apresuradamente, su corazón se llenó de horror. No había esperado que la fuerza de Han Shuo fuera tan aterradora y que su emboscada deliberada ni siquiera pudiera lastimarlo. La velocidad de vuelo de Han Shuo también era demasiado rápida, ya que la distancia entre ellos se hizo cada vez más pequeña. Marceau estaba muy ansiosa al ver que Han Shuo la alcanzaría muy pronto.
¡Ah! ¿Si no es la gran magus Marceau? Un grito de sorpresa de repente resonó desde las profundidades del bosque cuando Marceau estaba volando. Un grupo de aventureros bellamente vestidos miró a Marceau dentro del globo de fuego.
La Marceau en huida miró hacia abajo para ver al equipo de aventureros y soltó un suspiro de alivio. Ella aterrizó junto a ellos y rápidamente les dijo, Hay un asesino de un imperio enemigo persiguiéndome. Todo el mundo prepárense para una pelea.
Marceau y ese equipo de aventureros deben haber sido conocidos. Ellos inmediatamente parecieron furiosos al escuchar sus palabras, y cada uno preparando sus armas y flechas. Apuntaron directamente hacia Han Shuo en el aire, solo esperando que se acercara para hacer un movimiento en ese instante.
FIN
El total de páginas de esta capítulo es de 6. Ese número es el capítulo estándar de la obra original escrita por Ni Can Tian y el de muchas Novelas Ligeras en general.
El anterior que les di (370 Ataque a Traición) tenía, sin contar las imágenes, 14 páginas.
El actual tiene 19 páginas. Por no mencionar que está mucho mejor escrito, sin redundancia y con ilustraciones espectaculares y encima correctamente puntuado (si, en el original no hay señales que indiquen bien cuando alguien está pensando o hablando, por lo menos en la versión que yo tengo).
Espero sinceramente que esta comparación sirva para probar que mi mayor interés es darles a ustedes los lectores lo mejor de mis habilidades de escritura. Pero, sobre todo, entretenerlos. ¡Nos vemos en el siguiente capítulo!