306 Itálica y la Liga Etolia

Cien años después de la muerte de Paulo Augusto, llamado el Conquistador, Itálica se mantenía como la líder de su propia Liga de ciudades estado, la Liga Itálica. En ese momento su ejército estaba compuesto por cinco mil soldados en total, una cifra ridícula en la actualidad, pero que en aquel entonces se consideraba más que respetable, sobre todo porque todavía se vivían aquellos tiempos de leyenda, cuando los aristócratas eran los únicos que peleaban en la guerra.

En cuanto a los magos, la situación actual era como el día y la noche en comparación. Luego de Ascanio Ítalo, ningún itálico volvió a nacer con semejante don para la magia y tampoco pretendían llegar a tenerlo, porque todos pensaban en el fundador como “una divina excepción”. Los magos se consideraban a sí mismos más sacerdotes o consejeros que otra cosa, de modo que rara vez se ofrecían como voluntarios para ir a la guerra. Para empezar, eran poquísimos, porque solamente se detectaba el talento mágico en las familias nobles, las cuales también eran las únicas capaces de nutrir su habilidad. No existía todavía una sola biblioteca en itálica y mucho menos una Academia. Además, la magia de entonces era demasiado lenta como para ser útil en combate o por lo menos esa era la opinión general.

Pero el gobierno de Ernestino el Loco terminó metiendo a Itálica en muchas guerras que acabó perdiendo y la cantidad de nobles se redujo bastante, antes de que finalmente fuese asesinado.

En su lugar asumió el poder Escipión Augusto Cornelio, famoso por permitir que los plebeyos entrasen al ejército. Esa fue sólo una de esta primera serie de exitosas reformas militares, gracias a las cuales Itálica pudo someter a todas las ciudades de su Liga, que se habían comenzado a comportar de forma insolente aprovechando que su líder pasaba por un momento de debilidad.

Así fue como sus antiguos aliados fueron asimilados definitivamente en lo que a partir de entonces sería conocido como Imperio Itálico. Luego de eso, Escipión Augusto entregó el poder a su hijo y se retiró, porque ya tenía casi sesenta años.

Justo en ese momento, cuando Itálica acababa de duplicar su territorio y se sentía más poderosa que nunca… llegaron los bárbaros: Una tribu desconocida vino del norte e invadió sorpresivamente.

Estos bárbaros usaban Magia Salvaje para potenciarse y tenían mejores armas que los primitivos itálicos. Barrieron con su ejército con facilidad, mataron al emperador, tomaron la ciudad capital, la saquearon a placer e incluso la incendiaron durante 3 días. Durante ese tiempo, violaron y luego asesinaron a todas las mujeres, se llevaron a los niños esclavizados y robaron todo lo que pudieron encontrar de valor. Después de esto, los bárbaros regresaron a sus tierras a toda prisa, como siempre hacían.

Al final del Saqueo de Itálica, sólo consiguieron sobrevivir aquellos que se refugiaron a tiempo en el Monte Ordaz, donde en aquellos años existía una ciudadela, hoy en día desaparecida.

Nada de esto era raro en el Continente Vathýs y quizá ni siquiera hubiese sido digno de quedar grabado en la historia, de no ser por el momento en que sucedió: Justo cuando en Itálica se sentían más seguros. Esto provocó un trauma colectivo en la población, que llegaron a convencerse de que siempre, en algún lugar, habría bárbaros esperando el momento para caer sobre ellos.

El terror de los itálicos era un ataque repentino de los bárbaros

Desesperados, los habitantes de itálica corrieron a sacar de su retiro al Emperador Escipión, quién a pesar de su edad estaba más que dispuesto a continuar luchando. Afortunadamente ese anciano combativo se encontraba en otra ciudad al sur del imperio cuando la tragedia ocurrió y pudo organizar un ejército de voluntarios, con los cuales atacó sorpresivamente a los bárbaros en su retirada, matando a muchos y vengando un poco la vergüenza acontecida.

Después Escipión comenzó una segunda serie de reformas militares que fueron todavía más radicales que las primeras. Y el pueblo las aceptó sin protestar, porque parecían la respuesta perfecta para prevenir lo que ahora más temían: Para evitar que los bárbaros vuelvan, tenemos que llevar nuestras fronteras lo más lejos posible de la capital.

Fue a partir de ese momento que los itálicos se convirtieron en un pueblo eminentemente guerrero y que constantemente buscaba expandirse. Escipión también obligó a que todos los magos fuesen personal militar de forma permanente, independientemente de su origen o ascendencia, para que nunca más fuesen superados en ese aspecto. Con el objetivo de que no se resistieran, les otorgó a los magos la condición de nobles independientemente de su nacimiento y volvió su educación una cuestión de Estado. También puso énfasis en las Formaciones Militares en lugar del combate individual, reduciendo la presión que sentían los Caballeros. Finalmente, convirtió el servicio militar en un requisito obligatorio para obtener cualquier puesto de poder en el gobierno, sin importar cuál fuese.

Después de las segundas reformas, Escipión Augusto Cornelio inició una guerra sin cuartel contra la ciudad madre de Itálica, Albánica el tesoro de la aurora. La razón fue que ambas ciudades tenían un tratado defensivo, pero esta ciudad no vino a ayudarlos cuando los bárbaros invadieron. Después de vencer, el anciano emperador destruyó la ciudad hasta sus cimientos, tanto que hasta ahora nadie sabía exactamente en dónde se encontraba. Su intención era dejar un mensaje muy claro a todos sus aliados: Si esto hacemos con la ciudad donde nacieron nuestros antepasados… ¿Te imaginas lo que haremos contigo si te atreves a no venir cuando te necesitamos?

Pese a todo, los habitantes de Albánica no fueron masacrados, sino llevados a Itálica y asimilados como pobladores, para reponer así el número de ciudadanos perdidos. Ese fue el origen de la alta Aristocracia de itálica, pues el resto iría viniendo en las conquistas que sucedieron. Y vaya que serían muchas, porque Itálica se tomó muy en serio la idea de que debían conquistar lo más posible, para defenderse de los bárbaros desconocidos.

El propio Escipión Augusto Cornelio murió peleando contra estas tribus a los 93 años, cuando una flecha perdida lo alcanzó en el pecho. Y sabiendo que no podrían salvarle la vida, desenvainó su espada para arrojarse por última vez contra las hordas de enemigos.

Al verlo, sus generales le suplicaron que regresase, porque podían mantenerlo vivo el tiempo suficiente para que muriese entre sus familiares y amigos, algo que en ese momento se consideraba uno de los mejores modos de irse al otro mundo. Pero el emperador Escipión sonrió y dijo la frase que hasta ese día estaba grabada en la entrada de la Facultad de Artes Militares de la Academia Babilonia: “¿Qué mejor final puede tener un hombre, que el de morir enfrentando el más terrible de los destinos, para defender las cenizas de sus antepasados y los templos de sus dioses?

La reformas de Escipión Augusto Cornelio convirtieron a Itálica en una gran potencia militar

El sucesor de Escipión sería Marco Augusto Asturias, un emperador con un carácter menos belicoso, pero que estaba decidido a continuar con el legado de su predecesor. Sin embargo, Marco Augusto entendía la importancia de la diplomacia y sabía que terminaría convirtiéndose en el enemigo de todo el mundo si continuaba con el enfoque directo de Escipión. De modo que instituyó una nueva e importantísima ley, conocida como el Casus Belli o Excusa para la Guerra: Itálica nunca debía iniciar una guerra contra nadie que no lo mereciese o por un motivo que no fuese considerado justo.

Naturalmente, esto era según su propio sentido de la justicia. Pero ayudó a que los pueblos vecinos no viesen al Imperio Itálico inmediatamente como una amenaza, sino como un amigo. Después de todo, creían firmemente que Itálica jamás haría la guerra sin tener una muy buena razón para ello.

Y cuando la razón no existía, se la inventaban.

El método favorito para invadir que tenía Marco Augusto Asturias era el de esperar pacientemente a que una ciudad o pueblo fronterizo le pidiese auxilio militar. Todas las ciudades cercanas necesitaban ayuda en algún momento para pelear contra sus enemigos y los itálicos estaban felices de proporcionarla aparentemente de forma gratuita.

Sus legiones venían, ayudaban… y luego nunca se iban.

Ese método tan efectivo se repitió durante siglos. Precisamente así sería como la poderosa Icursa acabaría cayendo. En aquel momento la Eterna Señora de los Mares había sufrido varios reveces militares contra un pueblo rival y aprovechando esto, algunas ciudades de su imperio marino comenzaron a rebelarse. Una de ellas pidió la ayuda del emperador Marcelo Augusto Máximo para “defenderse de la tiranía de Icursa”. Trece años después, tanto Icursa como la ciudad en problemas formaban parte del Imperio Itálico.

Naturalmente, los que pedían ayuda a Itálica para defender su libertad acababan dándose cuenta de que sólo habían cambiado a un tirano por otro. Pero Marco Augusto Asturias era tan buen estadista como conquistador, y comenzó una serie de políticas importantes en las que ofrecía distintos tipos de privilegios y responsabilidades a las ciudades que sometía. Algunas no pagaban impuestos, pero en cambio debían proporcionar hombres para la guerra, entregar metales, materias primas, etc. Ninguno tenía que pagar lo mismo, así que no tenían una causa común para rebelarse. Además, recibían beneficios comerciales, caminos, acueductos y la seguridad de estar protegido por las legiones, etc. Todo esto les permitía prosperar. Por último, si uno servía en el ejército como parte de las Legiones Auxiliares… ¡Podía obtener la ciudadanía y ser un itálico más!

Esto era una idea inconcebible en otros imperios.

Finalmente, Marco Augusto también otorgó la dignidad de nobles a los líderes de los pueblos sometidos que más colaborasen o se uniesen voluntariamente al imperio. La Media Aristocracia fue el resultado de este lento pero inexorable proceso de asimilación, que permitió a Itálica disponer de una gran cantidad de soldados, lo que le permitía asumir más riesgos en la guerra que otros pueblos. Incluso si perdían varias batallas o estaban debilitados, era muy difícil que sus vasallos iniciasen una rebelión, porque significaría perder una gran cantidad de privilegios.

De este modo fue como Itálica continuó creciendo sin problemas, hasta que se encontró con otros pueblos poderosos como su rival el imperio Kasi, la Alianza Mercante de Tiro… o la Liga Etolia.

*****

En la proa del barco, Bryan sintió el viento del mar resbalando por la piel de su rostro. Necesitaba aire fresco para recuperarse un poco del agotamiento mental. Y es que su mente se había esforzado casi tanto como las filas de remeros que se enfrentaban contra las corrientes en ese momento.

- ¿Estás bien? - Preguntó Druso acercándose con un plato de comida: - No has probado bocado en casi 3 días. -

- Estaba ocupado visitando la mente de un genio. - Respondió Bryan recibiendo el alimento y apurando las gachas de trigo a las que realmente estaba comenzando a encariñarse: - La estrategia de Mario Asturias para aniquilar al triple ejército de Kasi hace cien años con una sola legión fue… perfecta. -  dijo con un tono ligeramente soñador, como si estuviese viendo los acontecimientos que acababa de leer en su cabeza, aunque luego añadió:  - Lo peor de todo fue que lo sabía. No deja de repetirlo en sus memorias. Espero que no lo haya dicho también en voz alta o quizá su muerte repentina no se debiese del todo a una enfermedad sino a una conspiración de la familia imperial. -

- No sería la primera vez. - Comentó Druso con ironía.

En ese momento se les acercó Cayo Silano, que estaba dirigiendo las maniobras de la flota desde que salieron del Portus Magnus. Diez Quinquerremes que trasportaban a los siete mil voluntarios, pero, sobre todo, víveres y suministros para las legiones V y VI, los cuales no recibían desde hacía mucho tiempo.

 - ¿Qué rumbo seguimos? ¿Directo a Odisea? -

Odisea era la ciudad costera que estaba más cerca de Valderán. Desde ahí eran al menos quince días hasta la provincia de Valderán, siempre que avanzasen a marchas forzadas

- ¡No! - Respondió Bryan: - Iremos a Odisea, pero bordearemos las costas occidentales primero y luego viraremos hacia el norte. Navegaremos siempre próximos a la costa. - el aire era fresco, limpio e intenso, pero Bryan miraba el horizonte con desconfianza: - No quiero correr el riesgo de toparnos con una tormenta en alta mar. Tenemos suministros limitados y ninguna ayuda por parte del Senado, así que no podemos permitirnos perder ni un solo barco. Reservemos tropas y fuerzas para ese fin. -

Silano asintió y dio las órdenes precisas al resto de los oficiales del barco. Las naves que componían la flota seguirían el curso marcado por el Quinquerreme de Bryan.

Druso observaba la estela que el buque iba abriendo en el mar. No parecía que aquélla fuera a ser una navegación especialmente problemática. Se preguntaba si era así, con esa extrema prudencia, como Bryan pensaba desarrollar toda la campaña. Las palabras de su joven general parecieron haber entrado en sus pensamientos.

- Leo en tu rostro cierta decepción, amigo. - Bryan sonreía al tiempo que le hablaba: - No temas, que ya encontraremos suficientes batallas y dificultades en nuestra campaña para que hagas gala de tu valor. Ahora me preocupa llegar a puerto con todas las tropas y recursos que tenemos. Recuerda que, incluso si logramos recuperar como Legionarios a los hombres de la V y la VI, siguen siendo apenas veinte mil hombres y unos escasos mil jinetes de caballería, que no son suficientes para doblegar a los ejércitos enemigos que nos esperan ahí. Así que no debemos empezar nuestra campaña malgastando esfuerzos o arriesgándonos en una navegación en alta mar. -

Navegando hacia Odisea

- Entonces - Preguntó Druso: - ¿no crees que tengamos ninguna oportunidad de victoria? -

La voz de Druso no denotaba temor. Bryan sabía que aquel hombre valeroso le seguiría al fin del mundo, a la muerte en el campo de batalla si era necesario. Y que el miedo al combate no cabía en su forma de entender la vida. No, aquélla era una pregunta franca, pero difícil de responder. La honestidad parecía la mejor política.

- Aquí entre nos, sin que esto trascienda a las tropas: Tenemos siete mil voluntarios en buenas condiciones que deberían sumarse a los casi veinte mil supervivientes de las Legiones Malditas… Pero no me hago ilusiones al respecto, muchos de esos hombres estarán demasiado viejos o serán irrecuperables. Tendré que licenciar o ejecutar a muchos antes de poder usarlos en combate y luego tendremos que recuperar su espíritu guerrero, que seguramente se encuentra casi extinto por todo el tiempo que han estado en el exilio durante el cual estuvieron rumiando la derrota. La Liga Etolia está compuesta por siete Ciudades Estado y al menos tres de ellas pueden oponer ejércitos iguales o más poderosos y numerosos del que nosotros tendremos. Además, si las siete combinan fuerzas, sumarán unos cuarenta o sesenta mil. ¡Simplemente no hay forma en que podamos detenerlas!

Luego, están las bandas de bárbaros seminómadas, con al menos dos caudillos guerreros que acostumbran saquear Valderán cada año. Estamos hablando de casi veinte mil jinetes entre esas tribus, que nos masacrarán si alguna vez tenemos que luchar en campo abierto. Lo peor de todo es que tienen una relación de cooperación con la Liga Etolia, así que no se enfrentarán con ellos.

Por último, están los grupos de bandidos. Normalmente no deberían ser una amenaza, pero son como garrapatas que han tenido mucho tiempo para engordar sin problemas, porque Itálica no se molesta en enviar una fuerza decente para someterlos desde hace casi medio siglo. ¡Estamos hablando de casi quince o veinte mil enemigos que ni siquiera están afuera, sino dentro de nuestro propio territorio!

Así pues, nos encontramos en una situación en que nos superan por lo menos diez a uno. No, Druso, no disponemos de tropas suficientes para vencer en esta campaña. -

Terminó así Bryan su parlamento y volvió de nuevo la mirada hacia el mar.

- Entonces… - Continuó Druso: - ésta es una campaña sin esperanza… No lo digo por nada, sabes que te seguiré en cualquier caso… es un poco, por saber dónde vamos. Aquí entre nos, como tú dices, sin que esto llegue a nuestros hombres… En cierta forma… ¿vamos allá a ser derrotados? -

Bryan volvió a tomarse unos segundos antes de responder. Druso se mantuvo en silencio, respetando los momentos de reflexión del joven general.

- Mi plan original era arreglarlo todo para resistir aprovechando al máximo mis poderes necrománticos y nunca arriesgarme a una batalla directa. - Dijo al fin Bryan, pero entonces desvió la mirada hacia su camarote, donde estaban los rollos de pergamino con la biografía de tantos brillantes generales y susurró para sí mismo: - Pero eso ya no es suficiente. - luego miró a su amigo: - No, Druso, no vamos a ser derrotados. Tengo mis planes… hay alguna posibilidad de victoria; no muchas, pero alguna y sobre ella trabajaremos. Quizá no de victoria, pero sí de crearles bastantes problemas a nuestros enemigos para que se descuiden y entonces aparezca una variable inesperada.

Eso es lo que necesito Druso. ¡Una variable! Cada variable es una posibilidad, cada posibilidad es una incertidumbre, cada incertidumbre es una oportunidad.

Pero sólo podré reconocer esa variable estando ahí para verla. -

Con esto le dio una palmada en la espalda a su recién nombrado Tribuno Militar y le volvió a sonreír. Una sonrisa limpia que iluminaba el rostro pulcramente rasurado de Bryan que, sin saber bien por qué, infundía confianza infinita

- ¡Venceremos, Druso! ¡Los dioses están de nuestra parte! - Y lanzó un profundo suspiro mientras agregaba con ironía: - Si no, tendrá que ser en el otro mundo donde me reproches mi equivocación. - Y con esto se alejó de su lugarteniente y se dirigió al camarote, donde le esperaban las biografías: - Afortunadamente, todavía tenemos un largo viaje por delante, así que tendré tiempo para terminar mi lectura. -

*****

Etolia era un territorio relativamente pequeño al noreste de Itálica que se caracterizaba por ser una zona bastante montañosa y llena de bosques de coníferas. Los valles eran demasiado pequeños como para mantener a poblaciones numerosas, así que los primeros habitantes tuvieron que luchar constantemente por los recursos. Además, un terreno tan irregular volvía casi imposible el que un único grupo humano controlase la región, sobre todo por la gran cantidad de espacios estrechos, que permitían que pocos individuos pudiesen detener fácilmente a ejércitos numerosos, siempre y cuando estuviesen bien posicionados.

Así pues, durante casi tres mil años las personas en Etolia se estuvieron matando unos a otros de forma tan regular, que la guerra se convirtió en su estado natural, hasta el punto en que la palabra “paz”, que en el resto del mundo significaba “Situación y relación mutua de quienes no están en guerra”, para los habitantes de Etolia significaba “Interrupción temporal de las hostilidades”.

Sin embargo, Etolia tenía ventajas en recursos muy valiosos como el mármol, el bronce y la madera de pino. Además, estaba en una zona intermedia entre el Imperio Itálico, el Imperio Kasi y varias colonias de la Alianza Mercante de Tiro, aunque esto último no era sorpresa porque este pueblo mercante tenía colonias en todos lados. Más al norte se encontraban otros reinos menos poderosos, pero igualmente importantes en materia comercial. De manera que, pese a su naturaleza belicosa, Etolia terminó convirtiéndose en un excelente lugar para el intercambio cultural que les permitió desarrollar una civilización extremadamente avanzada, llena de arte y sabiduría, pese a tener un estado de guerra constante y muchos conflictos sociales como telón de fondo.

Luego de siglos, los etolios llegaron a edificar una serie de hermosas, ricas y poderosas Ciudades Estado que competían entre sí por el poder. Todas ellas estaban edificadas sobre la cúspide de las montañas, precisamente por la necesidad de ver cuando los enemigos se aproximaban. Y por ese mismo motivo estaban fuertemente fortificadas con muros tan grandes, que parecían haber sido construidos por cíclopes en lugar de hombres.

Conquistar estas ciudades era prácticamente imposible siempre que hubiese suficientes hombres para defenderlas. Por eso su táctica de emergencia, cuando perdían una guerra, era encerrarse detrás de sus murallas y esperar a que la tormenta pasase. Pero además estaba la propia naturaleza indómita de su pueblo, pues los etolios detestaban la idea de que alguien más les diese órdenes y reaccionaban violentamente cuando parecía que intentaban limitar su libertad o decirles qué hacer.

Ciudad Estado de Etolia

Aunque eso sí, les encantaba decirles a otros lo que tenían que hacer. Amaban su libertad, pero no les gustaba compartirla con otros.

Por esa razón siempre estaban enfrentándose, tanto con sus vecinos como entre ellos. Y es que las intrigas eran el pan de cada día en esas siete ciudades. Así que el número de Arcontes, nombre con el cual designaban a sus gobernantes, que llegaban a morir de vejez, era bastante bajo. “Basta juntar a dos etolios en un cuarto, para que se formen por lo menos dos facciones. Y una de ellas comience a intrigar en contra de la otra…” rezaba el dicho popular.

Sin embargo, el odio que se tenían entre ellos no tenía punto de comparación con el que sentían contra los extranjeros. De hecho, estos belicosos guerreros se consideraban tan superiores al resto, que la propia palabra “etolio” significaba “ser humano”, así que ni siquiera consideraban a los demás como de la misma especie. Mucho menos sus iguales.

Teniendo en cuenta todo esto, uno podía imaginar lo que sentían ante la sola idea de que los gobernase una potencia extranjera. La única cosa a la que temían los etolios era a los dioses. Fuera de eso, no se sentían intimidados por nadie. De hecho, las familias que gobernaban estas ciudades lo hacían porque se creían descendientes de semidioses, de otro modo, sus propias poblaciones no los habrían aceptado.

Cuando el Imperio Itálico puso sus ojos en estas ciudades recurrió a su estrategia habitual: Esperar que alguna de ellas pidiese su ayuda como excusa para conquistar todo el territorio. Y al principio pareció que funcionaría, porque consiguieron apoderarse de la ciudad portuaria de Odisea con relativa facilidad. Pero ni siquiera pasó un año antes de que sus habitantes se rebelasen de un modo increíblemente violento, y para mantener la paz, el emperador no tuvo más opción que ejecutar a casi quince mil habitantes. Pero ni siquiera esto fue una solución definitiva, porque al año siguiente se rebelaron, luego el año siguiente y también el siguiente. El emperador no tuvo más opción que deportar a todos sus habitantes, desperdigándolos por todo el Imperio Itálico durante tres generaciones, hasta que finalmente ellos asimilaron la cultura itálica.

Sin embargo, esto no era más que la punta del iceberg. Porque el mismo día en que Odisea se rebeló, el resto pareció adivinar las intenciones del imperio y repentinamente dejaron de lado su rencor de miles de años para formar una gran alianza, que terminó siendo conocida como la Liga Etolia, dirigida por las siete ciudades estado más poderosas, que eran Pirria, Nikos, Ilión, Tesálica, Helénica, Telamón y la poderosa Micénica.

Naturalmente estas ciudades no eran amigas, de hecho, generalmente luchaban sangrientamente entre sí. Pero cerraban filas cuando cualquier poder extranjero trataba de invadir su territorio. 

Ahora bien, hasta la ciudad estado más populosa de Etolia no tenía ni un cuarto de los habitantes de itálica, así que sus ejércitos, aunque poderosos, generalmente oscilaban entre los cinco mil u ocho mil guerreros, siendo Micénica la más poderosa entre ellas, con diecisiete mil efectivos. El problema es que, en conjunto, sus ejércitos llegaban a superar los sesenta mil efectivos, todos ellos guerreros especialistas en la formación de Falange, que era la mejor para luchar en esos pasos estrechos, donde era difícil que alguien los rodease para atacarlos por la espalda.

Cuando por fin comenzó la guerra, el Duque Cornelio fue nombrado Cónsul y recibió dos legiones con todas sus tropas auxiliares, que era el ejército básico del imperio, los cuales sumaban unos cuarenta mil efectivos… Pero fue derrotado miserablemente y perdió la vida.

Su colega, el otro Cónsul inmediatamente fue a vengarlo e invadió etolia llevando consigo un ejército reforzado, pero se apresuró demasiado al ingresar en ese laberinto natural de bosques y montañas. Al final acabó rodeado y atrapado en un valle por los ejércitos enemigos, que lo dejaron ahí hasta que se les acabaron las provisiones.

Al final, el Cónsul tuvo que rendirse, así que él, junto con todo su ejército, entregaron sus armas. Los etolios ni siquiera lo mataron, sino que lo humillaron de la peor forma: Desnudaron a todos los legionarios y los hicieron regresar así, como llegaron al mundo, aunque primero tuvieron que pasar por cada una de las siete ciudades para que hasta los esclavos se burlasen de ellos.

El mensaje era: Ni siquiera son dignos de que los matemos.

La humillación fue tan grave que quedó registrada en la historia de Itálica como el día de la gran vergüenza. El Cónsul lo soportó para salvar la vida de sus hombres, pero inmediatamente se suicidó frente a las puertas de Itálica porque no se atrevía a regresar a la ciudad con semejante deshonra sobre sí mismo. La furia del emperador fue tan grande que decidió desatar todo el poder de Itálica de una sola vez para exterminar a los etolios y reunió el ejército más grande en toda su historia: Ocho legiones con todas sus tropas auxiliares, que sumaban casi noventa mil legionarios.

Pero a pesar de todo su poder, números y la ferocidad de los legionarios, los itálicos descubrieron con impotencia que no podían superar a los etolios por culpa del terreno irregular y la determinación de estos a no ser conquistados. Frente al muro de escudos de las falanges, los legionarios eran como las olas del mar rompiendo contra las rocas. Afortunadamente, la cosa cambiaba cuando los etolios trataban de invadir el territorio de itálica. Entonces los legionarios demostraban la superior movilidad de sus legiones para atacar los puntos débiles de las falanges enemigas.

Aun así, no podían asestar el golpe decisivo.

Luego de medio año, el emperador tuvo que cambiar de táctica, porque un ejército tan grande no se podía mantener reunido durante demasiado tiempo. Así que decidió que vencería con resistencia y edificó la Ciudad de Valderán como puente de invasión para asolar etolia hasta que se rindiesen o mostrasen algún signo de debilidad. Esto sin embargo nunca sucedió y el emperador murió sin conseguir romper el statu quo. Su sucesor también intentó una invasión, que tampoco consiguió ningún éxito notable.

Así, con el pasar de los años, la idea de derrotar a la Liga Etolia comenzó a desaparecer de la mente de los itálicos, porque, después de todo, ellos no eran una auténtica amenaza fuera de su territorio. Además, aparecieron otros enemigos mucho más peligrosos de los que tenían que encargarse, como los orcos en el Sur o el imperio Kasi al Este, los cuales demandaban una mayor atención. De modo que el senado propuso construir una fortaleza con un muro frente al paso principal para acceder a Etolia y se contentaron con dejar una guarnición defensiva, porque creyeron que esto sería suficiente para mantener segura esa provincia.

Pero los etolios no eran bárbaros incivilizados. Su conocimiento, poder y capacidad para la guerra se hizo más fuerte con el pasar de los años. Mientras tanto, el número de enemigos que debía vigilar Itálica solo aumentó cuando la Alianza Mercante de Tiro se involucró en sus políticas. Así que no tenían el tiempo para atender esa frontera.

En muy pocos años la fortaleza defensiva acabó cediendo ante los ataques anuales de la Liga Etolia y Valderán se convirtió en una tierra de nadie, donde en cualquier momento podían ser invadidos.

La situación se volvió aún peor cuando comenzaron a llegar tribus bárbaras del norte, entre los que se destacaban los Uñó y los Vándala. Estos bárbaros eran jinetes natos, que pasaban más tiempo montando a caballo que a pie, dedicándose a ser mercenarios o saqueadores ocasionales. Las tribus no se atrevían a atacar las ciudades de la Liga Etolia, porque sus caballos no servían de mucho contra esos muros gigantescos, pero saqueaban anualmente la provincia de Valderán como chacales.

Como si eso no fuese suficiente, en la propia Valderán comenzaron a formarse grupos de bandidos, que crecieron como una plaga gracias a que ningún gobernante decente era enviado a esta provincia, donde apenas existía algún beneficio. Con el tiempo estas bandas alcanzaron un número considerable, comparable a pequeños ejércitos, que se dedicaban a asolar la provincia.

Aunque eran muy diferentes, todos estos grupos de etolios, bárbaros y bandidos parecían comprender que, siempre y cuando no realizasen una invasión a gran escala, el Imperio Itálico nunca enviaría un ejército lo bastante grande como para causarles un problema serio.

Cuando los escasos habitantes de Valderán pensaban que las cosas no podían empeorar para ellos… empeoraron. Porque las Legiones V y VI fueron desterradas a este lugar, que estaba tan maldito y olvidado por el Imperio Itálico como Tiberio Claudio deseaba que estuviesen esos legionarios vencidos. Literalmente Valderán era una tumba para cualquiera que intentase gobernar o poner algún tipo de autoridad en esa provincia.

*****

Bryan desembarcó en la ciudad de Odisea con los siete mil voluntarios que se habían unido a su causa. El Procónsul examinaba la silueta de sus oficiales recortada en un extremo de cubierta mientras admiraban aquella cadena montañosa que contemplaban por primera vez. Sus picos no eran tan altos como los de la cordillera de Kerlan, pero estaban llenos de bosques de pinos altos y de algún modo parecían solemnes, antiguas, como si perteneciesen a otra era.

Allí estaban todos: Silano, Druso, Marcio, sus lictores y legionarios voluntarios. Todos bravos, firmes y preparados. Pero eran pocos, insuficientes para la magna empresa que Bryan deseaba acometer. Todos sus pensamientos daban círculos para volver a lo mismo: Necesitaba las dos legiones acantonadas a pocas millas de ahí. Necesitaba las Legiones V y VI del Imperio Itálico y las necesitaba tan leales, tan preparadas y tan dispuestas como los siete mil hombres que ahora le acompañaban en el desembarco en aquel puerto en el extremo noroccidental de su nación.

Puerto de Odisea

Tenía sólo seis meses para, al menos, reunir un ejército fuerte, adiestrarlo y armarlo; antes de que llegase la invasión anual de los bárbaros o de alguna de las ciudades de la Liga Etolia, ya que, si cualquiera de ellos conseguía saquear exitosamente la provincia, cosa que siempre fueron capaces de hacer hasta ahora, se consideraría que había fallado en la tarea que el senado le había impuesto y perdería su título de Barón.

Bryan había pasado la mañana saludando a los mandatarios de Odisea y organizando las provisiones de grano, hierro para forjar centenares de nuevas armas, madera para los campamentos, todo lo cual debía guardarse ahí antes de llevarla a Valderán, donde todavía no tenía el control. También recibió una donación del Gremio Mercante de Bootz que traía tres mil escudos, tres mil cascos y hasta cincuenta mil lanzas, jabalinas y flechas. Además, cuando llegó encontró que misteriosamente había aparecido una dotación de hachas, palas, picos y todo tipo de herramientas con las que poder construir, seguramente por cortesía del Manto Oscuro.

Tenía más que suficientes armas y con su enorme fortuna podía conseguir más si se encontraba en necesidad. El problema era que si las Legiones V y VI no estaban bien predispuestas para entrar en combate, todos esos preparativos no impedirían que su empresa terminase en el más rotundo de los fracasos. Pero debía intentarlo. Se lo debía a Aurelio, a Cándido, a Dean Emma y todas las personas que decidieron apostar por él, así como a sus sirvientes y seguidores que dependían de su éxito. Pero sobre todo a sus mujeres: Fanny, Emily, Phoebe… había prometido ser digno de ellas, lo cual comenzaba con tener éxito en Valderán.

Era el momento de partir.

En la puerta de Odisea estaban apostados varios caballos para el Procónsul y sus oficiales, pero esta vez Bryan rechazó ir montando y eligió ir a pie. Además, apareció vistiendo la misma armadura, equipo y carga que todos sus legionarios, para demostrar que estaba dispuesto a pasar los mismos sufrimientos que el resto de sus tropas. Esta era una táctica para levantar la moral que la familia Asturias utilizaba a menudo.

Como no podía ser de otro modo, todos sus oficiales le imitaron, pero si alguien pensaba que aquello retrasaría el avance, al menos lo hizo mucho menos de lo que podía imaginarse. Bryan marcó un paso acelerado a marchas forzadas. Las memorias de su tiempo de entrenamiento militar comenzaron a volver y antes de darse cuenta se descubrió sonriendo. Pero su alegría desapareció en cuanto el paisaje comenzó a cambiar.

Los campos por los que pasaban, donde antaño se cultivaban abundantes cosechas de trigo que luego se exportaban rumbo a Itálica, estaban yermos, vacíos, convertidos todos ellos en un infinito erial ocre de tierras desnudas, semi desiertas que evidentemente no era labrada desde hacía muchos años.

Es mucho peor de lo que pensé.” Pensaba Bryan mientras avanzaba seguido por sus oficiales y su ejército de voluntarios.

La agricultura era la base de cualquier estado, pero no se veía ningún granjero en alguna de las planicies cercanas y apenas vieron algunas cabañas con huertos pequeños, que no podían producir suficiente comida ni para sus propios dueños, menos aún para la ciudad principal de la provincia.

Los terrenos baldíos les rodeaban cada vez más mientras se adentraban y en su camino solamente encontraban pequeñas chozas quemadas y casas de piedra o adobe semiderruidas. Los árboles habían desaparecido muchos años atrás cuando el Imperio los taló todos para construir barcos en un intento de rodear el territorio de la Liga Etolia y realizar un ataque sorpresa que acabó fracasando. Este no era el único territorio fronterizo donde la guerra causaba estragos, pero en todos ellos siempre había señales claras de recuperación o incluso un desarrollo inesperado, como en la Ciudad de Valen. Allí, por el contrario, sólo se percibía vacío, abandono, olvido.

Campos devastados de Valderán

Bryan miró al cielo y se detuvo un momento.

- Descansaremos un poco. - Dijo quitándose el casco y pasándose una mano por su cabello empapado de sudor, pues incluso con su fuerza sobrehumana seguía sintiendo el esfuerzo de una marcha constante. Luego miró al cielo. Había algo que le tenía intranquilo. Entonces comentó en voz alta: - No hay pájaros. -

Nadie se había percatado, pero cuando el Procónsul lo dijo todos se dieron cuenta de que, en efecto, así era: desde que habían dejado Odisea atrás, no habían visto pájaro alguno. Al detenerse la marcha, el silencio se hizo aún más evidente. Todos callaron para escuchar mejor, pero no había nada. Ni siquiera viento.

- Esto no es buen augurio. - Dijo Druso, quien luego de lo ocurrido en el Lago Brumoso se había convertido en el más supersticioso de los oficiales, aunque también era el más osado en el campo de batalla.

Marcio y Silano le echaron una mirada de reprobación. Pero el Procónsul Bryan seguía mirando al cielo y parecía que no había escuchado aquel comentario. Sin embargo, sus siguientes palabras mostraron hasta qué punto estaba atento a todo y a todos.

- No es ni un buen ni un mal augurio, viejo amigo. - Dijo Bryan: - Sin pájaros no tenemos augurio que leer, bueno o malo, ¿no crees? - Y se echó a reír.

El resto de los oficiales acompañó a su joven general en aquella risa que rápidamente se volvió contagiosa y cálida, que rápidamente tranquilizó los ánimos de todo el ejército. Druso sonrió mientras se rascaba la cabeza metiendo los dedos por debajo del casco. En su interior pensó sobre decir algo sobre lo inconveniente de hacer bromas sobre asuntos religiosos, pero se contuvo, porque ya tenían suficientes problemas.

Y es que, aunque nadie lo decía era obvio que los mal llamados legionarios de la V y la VI se habían dedicado al pillaje y el saqueo de toda la región, un territorio supuestamente debía defender. Hombres así ya no eran itálicos, ni siquiera soldados, sólo bandidos sin disciplina inhabilitados para el combate. En otras palabras, inútiles para Bryan.

¿Sería posible recuperarlos?

Las risas terminaron y el denso silencio volvió a rodearlos con su pesado manto de ausencia de todo. Bryan ordenó reanudar la marcha. El ruido de miles de sandalias pisando la arena de Valderán ahuyentó el vacío del viento inexistente, de los pájaros que no se encontraban ahí y del miedo de todos a no encontrar lo que andaban buscando, lo que tanto necesitaban.

Los Guerreros de la Liga Etolia derrotaron al Imperio Itálico muchas veces

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú. Hoy es miércoles 30 de agosto del 2023 y en Perú celebramos a la gran Santa Rosa de Lima.

Bueno, en este capítulo es más corto, pero tuvimos un montón de nuevo Lore que no existía en el original para nada y eso tomó bastante tiempo. Se cambiaron los nombres y hasta el concepto de la región a la que se dirige Bryan con la intención de darle un mejor contexto a todo lo que sucederá y a lo que ha sucedido.

Para empezar toda la historia de Itálica es básicamente una reinterpretación de la primitiva historia de Roma y cómo fue transformada en potencia militar. En el año 390 a.C. los galos invadieron y saquearon esta ciudad, dejando un trauma inmenso en sus habitantes y el Cónsul Marco Furio Camilo (considerado el segundo fundador de Roma) fue quien modificó su ejército para convertirlo en una maquinaria impresionante de destrucción. También fue ese evento el que inició la constante expansión de la República con el objetivo de llevar sus fronteras lo más lejos posible.

Por otro lado, Etolia es una zona de Grecia Antigua. Y básicamente es en Grecia en quien están inspiradas las ciudades de esta Liga Etolia, aunque más en la Grecia de los tiempos legendarios. En cuanto a por qué escogí ese nombre, pues es simplemente porque hace poco daba una clase sobre la derrota de la Liga Etolia a manos de los romanos y se me quedó grabado el nombre.

En cuando a los Uñó y los Vándala, pues son una referencia a las tribus bárbaras de los Hunos y los Vándalos, que estuvieron entre las muchas que acabarían destruyendo al Imperio Romano.

En el original, se nos dice que el Imperio puede derrotar por su sola a cualquiera de las ciudades (Ducados según Ni Can TIan) pero que todas estas juntas son mucho más poderosas. Eso me parecía muy poco adecuado porque entonces ¿por qué no invadirían todo este tiempo? De modo que decidí crear toda una historia, la cual terminó ampliándose bastante para ser el contexto de los futuros acontecimientos.

Para la desolación y sus descripciones me inspiré mucho en la novela Las Legiones Malditas de Santiago Posteguillo.

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Cuál fue tu parte favorita? ¿Te gustó la historia del pasado de Itálica? ¿Qué opinas de la historia de la Liga Etolia? ¿Crees que Bryan está tomando buenas decisiones? ¿Cómo crees que resultarán siendo las legiones V y VI?

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¡Nos vemos en el siguiente capítulo!