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Transcurrieron un día y una noche mientras avanzaban hacia la infame montaña, al final de aquel valle y del laberinto de piedras donde, tiempo atrás, las Legiones Malditas habían sufrido una retirada humillante. "Retirada táctica" la llamaron entonces, aunque nadie se dejó engañar: fue una derrota vergonzosa, apenas disfrazada como maniobra estratégica. Pero eso quedó atrás, en otro tiempo, bajo otras circunstancias. Ahora, la V y la VI regresaban de un enfrentamiento épico contra las potencias de Etolia, donde lograron una gran victoria. Esta vez, no solo no había rastro de abatimiento en los hombres; Estaban ansiosos de enfrentarse a esos bandidos, masacrarlos, y limpiar con sangre la espina que aún dolía en sus recuerdos. Querían que, cuando las noticias llegaran a Itálica, solo se hablara de un triunfo superlativo. Después de aquel viaje casi infernal, de enfrentarse a guerreros hoplitas, de contemplar el horror de dos Grandes Caballeros y de la imponente Cuasi Suprema Elena Teia, ¿qué podían ser unos bandidos sino simple chusma, que barrerían con una sola mano?
En realidad, habrían podido llegar a su destino en un solo día, dado que la Ciudad de Valderán se encontraba a medio camino. Pero, contrariamente a lo que ya era habitual, Bryan ordenó que las legiones avanzaran con un paso lento y medido, eso sí, manteniéndose siempre alerta para evitar cualquier emboscada. La excusa oficial era que el general quería que sus soldados llegaran bien descansados, pero la verdadera razón era muy diferente.
En ese mundo, las noticias tardaban en llegar, incluso entre poblaciones cercanas, debido a la ausencia de métodos de comunicación directa a larga distancia. El imperio Itálico era uno de los que más había invertido en los caminos y en la implementación de matrices de transporte en puntos estratégicos. Sin embargo, incluso ellos necesitaban semanas y a veces meses para enterarse de lo que ocurría en sus provincias más lejanas. Aún así, esto era el equivalente a la velocidad de la luz cuando uno lo comparaba con lo que ocurría en otras naciones, donde las noticias podían demorar años en propagarse.
También existían diferencias en los canales de comunicación. Las tres fuentes principales eran los informes de espías, los rumores que circulaban de boca en boca a través de comerciantes y viajeros, y finalmente, los comunicados oficiales, cuya rapidez dependía de la disposición de los políticos para revelar un evento o una proclamación. Naturalmente, los informes de espionaje solían llegar mucho antes que los otros dos métodos.
Bryan asumía que, además del Manto Oscuro, otras facciones, como la de Tiberio Claudio, contarían con sus propios espías vigilando sus movimientos. Pero dado que nadie esperaba nada bueno de las Legiones Malditas, era posible que estos informantes estuviesen esperando la noticia de su muerte en Odisea, un lugar relativamente seguro desde el cual podrían embarcarse rápidamente hacia la ciudad portuaria más cercana que tuviese una matriz de transporte. Si esto era cierto, tendría aproximadamente una semana para que los espías informaran de su victoria en Itálica.
Por otro lado, los rumores tardarían alrededor de tres semanas en alcanzar la capital. Una vez que comenzaran a circular, el Senado tendría que anunciar lo ocurrido, incluso si Bryan no enviaba ningún comunicado. Antes de eso, era probable que los aristócratas optaran por un silencio prudente, esperando hasta el último momento para ver qué postura adoptaría el emperador al enterarse de la victoria.
El plan de Bryan para maximizar el impacto de su triunfo era que su comunicado llegara junto con el botín de guerra, exactamente uno o dos días después de que los rumores comenzaran a esparcirse. Esta postura que había elegido era lo que le otorgaba un amplio margen para erradicar a los bandidos y preparar el comunicado oficial, a pesar de los tres días perdidos en la Ciudad de Valderán.
Ahora bien, dentro de la propia provincia, ya casi todos sabían o habían escuchado el rumor de que las Legiones Malditas obtuvieron un importante triunfo contra los ejércitos etolios, debido a lo cerca que ocurrieron estos eventos. Sin embargo, una gran mayoría, incluidos los bandidos, seguía considerando que esto se trataba de un golpe de suerte, porque no concebían que los mismos legionarios, quienes semanas atrás escaparon de ellos, fuesen capaces de nada destacable. Pero ahora las cosas eran diferentes. Para entonces, seguramente todos esos malandrines ya sabían que los grupos enviados para robar el botín a los legionarios terminaron como alimento para buitres. Ahora debían estar retorciéndose de miedo en sus escondrijos, y Bryan deseaba que permanecieran en ese estado un poco más. De hecho, preferiría que siguieran cocinándose en aquella angustia durante unos días más, absorbiendo toda la tensión mientras observaban desde su escondite cómo sus legiones se aproximaban lenta pero inexorablemente.
No obstante, Elena Teia seguía inconsciente y no podía dejarla sola por mucho tiempo, ya que podría sufrir por la falta de alimentos. Antes de partir, Bryan usó la Esencia Mágica hasta casi desmayarse para asegurar que no sufriera hambre durante su ausencia, pero incluso esa técnica tenía sus limitaciones.
- Armemos un campamento. - Ordenó Bryan tras haber cruzado el río a pie, pues el caudal se había reducido considerablemente, y esta vez no fue necesario construir un puente de barcos: - Que los hombres descansen bien esta noche. -
- ¿Estás seguro, mi general? - Preguntó Cayo Valerio. A su lado, Sexto Rufo no dijo nada debido a que era nuevo entre los oficiales de Bryan, pero asintió para confirmar que compartía las dudas de su colega.
- Es cierto. - Coincidió Druso: - Recuerda el laberinto de piedras... - bajó el tono hasta convertirlo en un susurro: - Y lo que decía el informe sobre Eumenes de Cardia. ¡Ese hombre es un genio de la estrategia militar! -
- No te preocupes, no lo estoy subestimando. - Respondió Bryan con una sonrisa intrépida, antes de continuar: - Precisamente porque es un genio, sé que Eumenes reconocerá la diferencia entre perder una batalla y librar una guerra que nunca pudiste ganar desde el principio. - Miró hacia la montaña: - Incluso si fuera el estratega más brillante del mundo, ¿de qué sirve si no tiene hombres bajo su mando? -
- ¿Crees que Eumenes no gobierna sobre los bandidos? - Preguntó Silano, intrigado.
- Estoy muy seguro de ello. - Afirmó Bryan con firmeza.
- ¿Cómo lo sabes? -
- El hombre que ideó ese laberinto óptico jamás habría sido tan ingenuo como para caer en la trampa que tendimos con esos carruajes que supuestamente transportaban nuestro botín. - Explicó Bryan: - Era una artimaña destinada a mentes simples y codiciosas, como las ratas, que solo ven el queso frente a sus ojos sin mirar más allá. Cuando ustedes llegaron y confirmaron que varios grupos los habían atacado, supe que Eumenes no tiene el control absoluto de los bandidos. Alguien más los lidera. Alguien cruel, fuerte, pero también increíblemente estúpido como para ignorar el consejo de semejante estratega. - Bryan soltó una risita: - Recuerdo que un gran general y político de una tierra lejana dijo una vez: “Hay que temer más a nuestros propios errores que a los ardides del enemigo.” Esta frase se aplica perfectamente a este líder bandido. -
- Entonces, ¿dices nos dirigimos a cosechar una fruta madura y que será una batalla fácil? - Dijo Druso, con una mezcla de curiosidad y escepticismo.
- Tampoco iría tan lejos, porque debemos ser cuidadosos. No sea que acabemos enfadando a Fortuna y al final acabemos volviéndonos el ejemplo de aquel dicho. - Aclaró Bryan, levantando una ceja. Luego, sonrió y añadió: - Pero los bandidos ya han perdido muchos hombres y su moral, incluso antes de nuestra llegada. Ahora están asustados, confundidos, quizás incluso divididos entre ellos. Así que dudo mucho que se arriesguen a lanzar un ataque. No obstante, no pienso dejar nada al azar. Quiero dobles rondas de centinelas durante toda la noche y un campamento preparado para resistir el embate de un ejército completo. -
- ¡Entendido, mi general! - Respondieron todos al unísono.
******
Las órdenes de Bryan se cumplieron inmediatamente. Bajo el liderazgo renovado de los Centuriones Cayo Valerio de la V Legión y Sexto Rufo de la VI, los Tribunos comenzaron a organizarlo todo con precisión. Primero, comenzaron a excavar un foso alrededor del perímetro, profundizándolo y ensanchándolo con un esmero. Las herramientas chirriaban mientras los soldados trabajaban en perfecta sincronía, el sonido de las palas y las picas llenaba el aire con un ritmo constante.
Mientras el foso tomaba forma, otros se encargaban de erigir una empalizada sólida y resistente. Los troncos de madera, afilados en sus extremos, se clavaban firmemente en el suelo, formando una barrera impenetrable. Mientras encajaban cada pieza, los hombres se dieron cuenta de que el general los había llevado exactamente al mismo lugar en donde acamparon la primera vez que enfrentaron a aquellos bandidos y esto hizo que la energía se contagiase por doquier. En cuestión de horas la empalizada se alzaba como un desafío majestuoso a que sus enemigos se atreviesen a tratar de atacarlos cuando llegase la noche.
Ocultos entre la hierba, había varios grupos pequeños de bandidos que espiaban ansiosamente las operaciones de los itálicos, con la ingenua esperanza de encontrar un punto débil que pudiesen aprovechar para un ataque sorpresa. Pero finalmente maldijeron en silencio mientras se retiraban abatidos, pues entendieron rápidamente que cualquier intento de aproximarse al campamento fortificado sería un suicidio. Y con esas malas noticias regresaron a la madriguera donde se ocultaban los restos de su banda.
Las tiendas, ordenadas con meticulosidad, se extendían en hileras ordenadas. Las telas de los toldos, tensadas adecuadamente, brillaban bajo el sol poniente, ofreciendo un refugio acogedor para la oscuridad que se avecinaba. Los legionarios se movían con agilidad entre las tiendas, distribuyendo provisiones y asegurándose de que cada rincón del campamento estuviera listo.
Cuando el sol se ocultó, el aire se llenó de aromas tentadores mientras se preparaba la cena. Las hogueras se encendían, lanzando llamas que danzaban al ritmo del crepitar de la madera. Las ollas burbujeaban con guisos apetitosos, y el olor de carne asada y pan fresco se extendía por el campamento. Los legionarios se reunieron alrededor de las mesas improvisadas con los rostros iluminados por la luz cálida de las llamas. La conversación fluía animadamente, llena de risas y relatos de sus vidas pasadas, antes de su destierro, junto con la esperanza de que algún día los dejasen volver a Itálica, donde residían sus familias. Cada bocado era disfrutado con un fervor que reflejaba la satisfacción y el alivio de un día exitoso. La comida era todavía más sabrosa porque sabían que estaban disfrutando de las raciones obtenidas en los campamentos etolios, después de su victoria. ¡El sabor de una comida que habían conseguido arrebatar de sus enemigos era insuperable!
Con las estómagos llenos y el espíritu elevado, los soldados se retiraron a sus tiendas. La atmósfera estaba impregnada de un optimismo contagioso. El campamento, ahora listo y bien protegido, se sentía completamente seguro. Los turnos de la guardia se establecieron con severa precisión. Los centinelas estaban muy conscientes de la gran responsabilidad que tenían y vigilaban las sombras que se alargaban con el anochecer, sin perderse ningún detalle, porque no querían ser la causa de una decepción para sus compañeros.
Las risas y las charlas suaves se desvanecieron gradualmente, dando paso a un silencio tranquilo. Bryan se acostó en su cama y finalmente cerró los ojos, repitiendo en su mente los pasos que tendría que dar al amanecer una vez más. Si bien las cosas serían sencillas para sus tropas, tanto así que podía dejar todas las operaciones militares a sus Tribunos, todo sería diferente para él, pues su misión consistía en realizar una especie de operación quirúrgica y una extracción precisa.
“En fin, no importa como resulte. ¡Será pan comido en comparación con casi haber sufrido la ira de Nycteris!” Pensó sonriendo y finalmente se permitió entrar en un sueño profundo.
Comenzaron a pasar las horas. El campamento de las legiones se alzaba en una franja de terreno que ofrecía una panorámica imponente. A sus espaldas, el río que aquel día habían atravesado cantaba una melodía suave, con sus aguas apenas caudalosas deslizándose con un sonido tranquilizador que rompía el silencio nocturno. La superficie del agua reflejaba la luz de la luna llena, creando un camino plateado que se perdía en la distancia. El suave murmullo del río, casi imperceptible, servía de fondo a la serenidad de la noche.
Frente al campamento se extendía un terreno llano, que descendía suavemente en una pendiente continua. A lo lejos, la tierra ascendía bruscamente, transformándose en las faldas de una alta montaña que se erguía majestuosa y desafiante.
Todo estaba listo para la mañana siguiente.
De repente, la luz de la luna en lo alto comenzó a deformarse de manera inquietante, como si un espejismo se extendiera en el cielo nocturno. Lo que inicialmente parecía una ilusión visual pronto se transformó en un fenómeno mucho más extraordinario: El espacio en sí parecía doblarse sobre sí mismo, creando una esfera misteriosa que reflejaba todo a su alrededor. Esta esfera, hecha de la misma esencia de la realidad, descendía lentamente desde lo alto, flotando con una elegancia etérea hasta posarse suavemente en la hierba húmeda a unos metros del campamento.
Cuando la esfera tocó el suelo, empezó a disiparse rápidamente, revelando en su interior a una mujer de sorprendente belleza. Ella poseía una sensualidad sobrenatural que desafiaba la comprensión mortal. Sus cabellos, de un verde oscuro como la selva nocturna, caían en cascada sobre sus hombros con una suavidad que parecía ignorar la gravedad. Sus ojos, resplandecientes con una intensidad enigmática, observaban su entorno con la frialdad de una reina que está acostumbrada a ser adorada.
Sobre su cabeza reposaba una corona de plata, luminosa y delicada, que captaba los últimos destellos de la luna. Su vestido, que combinaba placas de armadura de un color azul profundo como el cielo nocturno, se ajustaba a su figura con una perfección que acentuaba su presencia imponente y majestuosa. La esfera, ahora vacía, se desvaneció en el aire, dejando tras de sí el eco de su presencia divina.
Así fue como Nycteris, reina de los muertos, descendió a este mundo por primera vez en miles de años.
A pesar del impresionante fenómeno, en el campamento no se escuchó ningún grito de alarma. Nycteris hizo un gesto con su mano para acomodar sus cabellos y caminó directamente hacia el campamento, sin la menor consideración. Ningún centinela reparó en ella, porque la diosa simplemente no lo deseaba. Si ella quisiera que la viesen, la verían y se arrodillarían con temor. Para Nycteris los mortales generalmente no eran dignos de una mirada suya y muy rara vez les dedicaba un pensamiento. La excepción eran aquellos grandes guerreros que habían muerto consiguiendo hazañas de renombre en glorioso combate. Por eso le gustaba acompañarlos por un tiempo, mientras sus almas se desintegraban, y preservaba sus historias hasta que sus espíritus finalmente se dirigían hacia su destino final. A sus otras hermanas les interesaba otro tipo de gente, como los que morían por enfermedad, por vejez, siendo inocentes, por accidente, por sacrificio o por justicia; pero Nycteris simplemente no entendía que tenía aquello de interesante. El mundo parecía estar de acuerdo con ella, porque era la única hermana que había recibido el honor de ser llamada “reina” a pesar de que en realidad todas eran equivalentes en poder.
Cuando Nycteris se detuvo frente al foso, tras el cual se alzaba la imponente puerta levadiza que bloqueaba el acceso al campamento, consideró por un instante destruirlo. En realidad, poder era tan inmenso que con un simple chasquido de sus dedos podría partir en dos toda la cordillera de Etolia; así que las fortalezas de los mortales no representaban ningún desafío para ella. Sin embargo, recordó que desatar sus poderes sin mesura podría despertar las antiguas leyes del mundo mortal y estas la expulsarían a la fuerza. Decidió entonces contener su fuerza y se concentró. Cerró los ojos, visualizando el centro del campamento. Al abrirlos de nuevo, ya se encontraba allí. No había recurrido a ningún hechizo; simplemente había aprovechado una de sus habilidades naturales: mientras la luna brillara en el cielo, Nycteris podía trasladarse a cualquier lugar que tocara su luz.
“¡Que desagradable!” Pensó la diosa, frunciendo levemente el ceño en un gesto de asco. No se refería a un olor físico, sino a la esencia misma que percibían sus sentidos divinos. Nycteris podía sentir la verdadera naturaleza de las almas de esos soldados, y sabía con certeza que la mayoría había sido en vida ladrones, asesinos y violadores. Aunque recientemente hubieran retomado el rol de soldados, el tiempo transcurrido no era suficiente para borrar las sombras de sus antiguos hábitos.
Durante unos peligrosos segundos, Nycteris contempló seriamente la idea de aniquilarlos a todos y enviar sus almas a su querida hermana menor, quien se deleitaba atormentando a los criminales en su travesía final. Pero al final decidió no hacerlo. Después de todo, esos hombres acabarían encontrándose con ella si no cambiaban su forma de ser. Además, matarlos podría ser visto como una interferencia por los dioses de la guerra, a quienes nunca convenía disgustar. Su padre ya le había advertido en muchas ocasiones que no deseaba problemas con ellos, a pesar de que, técnicamente, ella también era una deidad del conflicto y no tenía miedo de enfrentarse con ellos.
La diosa no les dedicó un pensamiento más y, en lugar de eso, se dirigió a la tienda más grande, donde Bryan dormía.
Ahora bien, para que un dios descendiese al reino mortal sin quebrantar las reglas impuestas por las potencias originales, debían cumplirse ciertas condiciones específicas. De lo contrario, la deidad sería considerada parte de la facción del caos. Y aunque no todos los dioses podían ser calificados como "buenos," incluso aquellos de naturaleza calamitosa no deseaban destruir la creación ni sumir toda la existencia en la locura, como pretendían Nécora el Putrefacto y sus semejantes.
En este caso, la profanación de su santuario era la excusa que Nycteris usaba para justificar su presencia aquí. No es que la destrucción de un templo otorgara automáticamente a los dioses la libertad de hacer lo que quisieran, pero el de Valderán era especial. Pocos lo sabían, pero siglos atrás, ella había enviado un fragmento de una antigua armadura suya, el cual cayó del cielo como un meteoro. Esta pieza, apenas del tamaño de una uña, otorgaba la protección de Nycteris a todos aquellos que vivieran en su proximidad. Poco después, los habitantes de la zona construyeron un pequeño templo rural para resguardar el fragmento, y fue por su presencia que el emperador Valderio Augusto Cornelio decidió fundar la Ciudad de Valderán. También ordenó erigir la estatua bajo la cual estaba oculta aquella pieza sagrada, un secreto que solo el difunto sacerdote del templo conocía.
Sin embargo, como los responsables ya habían sido castigados, no había un motivo real para que ella estuviese aquí. La verdad era que Nycteris había sentido curiosidad por Bryan y estaba torciendo ligeramente las reglas para poder examinarlo de cerca.
La diosa se acercó al pie de su cama, y la Esencia Mágica no reaccionó ante su presencia. Tampoco lo hizo Bryan, a pesar de sus sentidos sobrehumanos. Nycteris lo observó dormir con una curiosidad casi felina y sonrió al leer en su memoria cómo su estratagema de dejar a Flaminio con los difuntos centuriones de la VI había resultado tan mal para él.
“¿Debería matarlo de todos modos?” Se preguntó Nycteris con una sonrisa juguetona, observándolo como un gato observa a un ratón: “Después de todo, el líder debería pagar por los pecados de sus subordinados.” Sonrió levemente: “¿O tal vez debería darle un premio? ¿Una recompensa por servir fielmente a una diosa? Quizá sería una buena idea llevármelo para que sea mi sirviente. ¡Sería un honor demasiado grande para él!”
Nycteris soltó una suave carcajada, pero su expresión cambió repentinamente al concentrarse más profundamente en las memorias de Bryan, sin que él se percatara de lo que sucedía. Había partes de sus recuerdos que aparecían difusas, como si alguien hubiera intervenido para sellarlas, impidiendo que ella accediera a ellas. Este descubrimiento avivó aún más su curiosidad, y decidió adentrarse aún más en la mente del joven que yacía frente a ella.
- ¡No eres de este mundo! - Susurró Nycteris, con un destello de asombro en su mirada y frunciendo el entrecejo: - Pero, ¿cómo es posible? La última Vergencia ocurrió hace setecientos años. ¿Cómo pudo suceder algo así sin que nos diéramos cuenta? -
Finalmente, Nycteris decidió que lo mejor sería llevarse a Bryan para examinarlo más detenidamente, con la ayuda de su padre. Levantó su mano, dispuesta a sujetarlo por el cuello. Poco le importaba si lo despertaba, pues ningún mortal podría escapar de su poder… Pero justo en ese instante, sintió una presencia detrás de ella, una mano firme que la detenía.
- ¡Ni siquiera lo pienses! - Dijo una voz detrás de ella, cargada de autoridad.
Nycteris tardó un segundo en procesar lo que sucedía. Era inconcebible que alguien pudiese verla, y mucho menos acercarse sin que ella lo supiera. Pero antes de que pudiera reaccionar, algo aún más extraordinario ocurrió: una fuerza colosal la agarró por el cuello, arrastrándola con una velocidad inimaginable a través del valle y por encima de la cordillera. En un abrir y cerrar de ojos, fue estrellada contra el suelo a cientos de kilómetros de distancia. El impacto fue tan poderoso que sacudió el entorno circundante, aunque naturalmente, su cuerpo divino no sufrió daño alguno. Pero su orgullo no salió ileso.
Enfurecida, Nycteris se incorporó de inmediato y sus ojos ardían con una furia contenida, aunque su expresión permanecía impasible. Con un movimiento decidido, adoptó una postura de batalla, y sin dudarlo, invocó su arma preferida que consistía en un bastón de combate que en cada extremo se prolongaba en un par de largas y afiladas hojas, semejantes a espadas largas. Este bastón combinaba la elegancia de una lanza con la letalidad de un arma cortante, fusionando en una sola herramienta las características más temidas en el campo de batalla.
Frente a Nycteris estaba el niño misterioso, aquel que solía recibir a Bryan con una cordialidad casi fraternal. Pero esta vez, no había ni rastro de esa calidez en la mirada que dirigía a la diosa; solo una hostilidad fría y palpable. Sin embargo, Nycteris no percibía ningún tipo de magia o poder divino emanando de su pequeño cuerpo. Parecía ser exactamente lo que aparentaba: un niño humano insignificante, carente de cualquier habilidad destacable.
- ¡Lárgate de aquí! - Espetó el niño con desdén, observando a Nycteris como si fuera poco más que un insecto: - No quiero volver a verte pisar este mundo. -
Jamás, en toda su existencia, alguien había osado tratar así a Nycteris, ni siquiera en sus días más jóvenes como deidad. Y ahora, no solo había sido atacada, sino también desafiada de manera insolente. Ella, una diosa de la muerte y la guerra, no podía permitir que semejante afrenta quedara sin castigo. Pero no era ingenua. Nycteris dedujo de inmediato que la entidad frente a ella no podía ser lo que aparentaba, por lo que decidió desatar todo su poder, sin importarle si ello despertaba a las leyes del mundo mortal.
Con un grito de guerra que resonó como un trueno, su cuerpo se iluminó, y de su espalda brotaron majestuosas alas, cuyas plumas eran en realidad miles de espadas afiladas. En un instante, la diosa se lanzó hacia el niño con una fuerza capaz de destrozar los cimientos de la tierra y una velocidad tan feroz que el aire a su alrededor pareció encenderse.
Pero unos instantes después, sin siquiera darse cuenta, Nycteris abrió la boca, sorprendida por lo que acababa de suceder.
El niño misterioso había atrapado la hoja de su arma entre sus dedos índice y medio. Nycteris no podía procesar lo que veía. Habría entendido si el niño hubiese esquivado el ataque, aunque la velocidad a la que se movía era tan extrema que incluso para otros inmortales de su nivel, tal hazaña sería imposible. Pero en cualquier caso podría entenderlo. En cambio, esto… esto era muy diferente. Su arma había sido detenida con una facilidad absurda. ¡Ni siquiera su poderoso padre, quien la superaba en todos los sentidos, habría sido capaz de hacer algo así!
- ¿Sabes qué, mocosa? - Dijo el niño, con un tono cargado de hastío, sin molestarse en mirarla: - Te mataría ahora mismo por tu osadía, pero sería denigrante para mí hacerlo. Además, no tengo tiempo ni paciencia para enseñarle a una recién nacida como tú la forma correcta de gatear. - Entonces, por primera vez, clavó sus ojos en los de ella, y Nycteris sintió claramente cómo un peligro inmenso se cernía sobre ella: - Pero ya que el estúpido de tu padre no te enseñó cuál es tu lugar, me tomaré la libertad de hacerlo yo mismo. -
Nycteris intentó retroceder, tirando de su arma con todas sus fuerzas, pero se dio cuenta de que no podía liberarla. Los dedos del niño eran tan poderosos que mantenían el filo atrapado, impidiéndole cualquier movimiento. Desesperada, buscó un punto vulnerable en el que pudiera atacar, pero entonces notó algo que hizo que su angustia se intensificara aún más.
El cuerpo del niño estaba cubierto de heridas, como si acabara de sobrevivir a una lucha a muerte. Una de sus manos no era más que un muñón ensangrentado con la carne desgarrada y expuesta. Sin embargo, su expresión era severa y no mostraba el más mínimo rastro de dolor, tanto que Nycteris no había reparado en sus heridas hasta ese instante.
"¡Está tan lastimado! ¡Pero aún así puede lanzarme lejos y atrapar mi arma como si nada!" Pensó Nycteris, incapaz de procesar lo que estaba ocurriendo.
De repente, un destello cegador de luz blanca emanó del cuerpo del niño, obligándola a cerrar los ojos. Cuando los abrió, se encontró en un lugar completamente distinto y extraño. Gigantescas rocas cubiertas de vegetación flotaban en el aire, y de cada una de ellas descendían chorros de agua celestial, formando resplandecientes cataratas. Nycteris se dio cuenta de que estaba libre, y el niño había desaparecido sin dejar rastro. Sin embargo, su preocupación se centró rápidamente en el entorno que la rodeaba, pues no podía identificar dónde estaba. Este lugar no parecía un mundo superior, ya que no sentía la presencia de ninguna otra divinidad. Tampoco era una corrupción del mundo mortal, como las que generaban los demonios, y mucho menos una ilusión.
- Es una manifestación de realidad... la creación de una dimensión. - Murmuró Nycteris, asombrada, aún incapaz de creer lo que veía: - Pero esto es algo que solo los dioses más poderosos pueden hacer. ¿Cómo es posible? -
Nycteris era una diosa formidable, pero existían entidades mucho más poderosas que la superaban ampliamente. Los seres divinos más poderosos de todos pertenecían a la cuarta generación de dioses, capaces de intervenir en múltiples mundos y planos de existencia con facilidad. Solo ellos podían permitirse el lujo de crear una dimensión con un simple capricho. Para los demás dioses, una hazaña semejante requería la fuerza combinada de todo su clan.
Precisamente por su inmenso poder, todos los dioses menores conocían al detalle los nombres y características de estos seres supremos, para evitar, a toda costa, provocar su ira o invadir sus dominios.
“Lo más extraño es que, aparte de ese resplandor, no he sentido nada de su poder hasta ahora. ¿Podría ser que...?” Pensó Nycteris, pero una aterradora posibilidad se le ocurrió de repente. Sus ojos se abrieron de par en par mientras gritaba, sorprendida: - ¡Poderoso señor, ¿quién eres?! -
- No tienes derecho a saberlo. - Respondió la voz del niño, resonando desde todas partes y ninguna en particular. Poco después, una inmensa mano oscureció el cielo, sumiendo aquel mundo en tinieblas. Las sombras se partieron, y un gigantesco dedo índice descendió desde las alturas como un pilar indestructible, atravesando las islas flotantes y destruyéndolas por completo mientras avanzaba inexorablemente hacia Nycteris.
- Ahora haré que conozcas tu lugar. -
Nycteris no intentó resistir. Sabía que no había nada que pudiera hacer. En ese instante, comprendió por qué no había sido capaz de sentir el poder del niño misterioso, incluso cuando se manifestaba ante ella: la diferencia entre ambos era simplemente abismal, un abismo tan vasto que era imposible de abarcar, tal como había sucedido cuando los legionarios no pudieron detectarla al infiltrarse en el campamento.
- Es posible...? ¿Puede ser que seas de la tercera o segunda generación? - Murmuró la diosa con una mirada vacía, casi incapaz de creer lo que estaba diciendo. Entre los seres divinos, se contaba que las primeras generaciones de dioses habían sido las más grandes y poderosas de todas, pero ninguno de ellos había sobrevivido al enfrentamiento final contra los dioses del caos, salvo una única excepción. Pero hacía tanto tiempo que nadie la veía, que muchos pensaban que también había renunciado a seguir existiendo.
- ¡Qué perceptiva! Tal vez no seas tan tonta como pensaba. - Replicó la voz del niño, aún con dureza, aunque parecía que algo de su ira se había disipado.
Al escuchar su respuesta, Nycteris cerró los ojos, aceptando su destino. Sus dedos se aflojaron, y el arma que había sostenido con orgullo en cada batalla de su vida, esa que nunca soltó ni en las peores desventajas, cayó al suelo por primera vez. Después de todo, no tenía sentido luchar contra un poder tan abrumador. No había orgullo que defender, ni dignidad que oponer. Era una simple hoja atrapada en el vórtice de un huracán gigantesco.
- ¿No piensas seguir luchando? - Preguntó la voz del niño.
- ¿Hay algún sentido? - Replicó Nycteris, cayendo de rodillas.
- Ninguno en absoluto. No importa lo lejos que huyas o dónde te escondas; si decido destruirte, nada ni nadie podrá salvarte. ¡Así de diminuta eres! - Respondió el niño con una severidad implacable. Luego, su tono se suavizó: - Me alegra que finalmente comprendas tu posición, mocosa. -
Nycteris levantó la vista hacia el gigantesco dedo que la amenazaba, detenido a unos centímetros de su frente. La amenaza de destrucción total era tan palpable que ya la estaba aceptando como un hecho.
- Quiero que te largues ahora mismo. Pero antes, debes jurarme que no revelarás a nadie lo que has visto y aprendido esta noche. ¿Me entiendes? ¡A nadie! Incluyendo al tonto de tu padre. Si descubro que has hablado con alguien de mí o de mi relación con el humano Bryan, no solo te mataré a ti, sino a todos: tu familia, tus amigos, tus parientes y conocidos. No dejaré vivos ni siquiera a los animales. ¿Te queda claro, mocosa? -
Nycteris tardó unos momentos en recuperar la compostura, pero al entender que había una posibilidad de supervivencia, asintió rápidamente mientras gritaba:
- ¡Yo lo juro! -
Un resplandor cegador la envolvió de inmediato, sumiéndola en una luz tan intensa que parecía absorber toda la realidad. Cuando la claridad volvió a sus ojos, Nycteris se halló de pie sobre el árido terreno montañoso de Etolia, desorientada y con la sensación de haber sido arrojada a un mundo familiar pero transformado por el impacto de su reciente experiencia.
- ¿Qué esperas para irte? - Preguntó el niño frente a ella, sin mirarla, como si no le importase en lo más mínimo.
Nycteris tomó su arma y se levantó de inmediato, dándose la vuelta para marcharse. En ese instante, sintió una mezcla de alivio y humillación, sabiendo que había escapado de una amenaza tan abrumadora, pero sin poder olvidar el profundo temor que había experimentado.
- Espera… - Dijo de repente la voz del niño.
Nycteris se quedó inmóvil, como si la hubieran petrificado. Lo último que deseaba era permanecer en la presencia de ese ser aterrador, pero no se atrevía a desobedecer ninguna de sus órdenes. Así que permaneció quieta y preguntó:
- ¿Qué deseas, poderoso señor? -
- ¿Tú has asumido el rol de guiar a los muertos heroicos, ¿no es verdad? -
- Así es, tengo ese honor. - Asintió Nycteris.
- Entonces hay algo que quiero que hagas. - Respondió el niño apareciendo justo en frente de ella, con una sonrisa astuta: - Tendrás que doblar algunas reglas, pero eso es un pequeño precio para compensar las molestias que me has causado, ¿no te parece? -
Nycteris deseaba gritar que ella había sido quien presenció la profanación de su templo y luego había sido atacada de manera tan aterradora mientras investigaba a uno de los responsables, sin recibir siquiera una explicación. Sin embargo, se limitó a asentir mientras el niño le susurraba sus instrucciones. La diosa prometió cumplir con lo que pedía y se marchó rápidamente, prometiéndose a sí misma no regresar nunca más a ese mundo.
El niño misterioso observó su partida con una sonrisa satisfecha, pero su expresión se tornó sombría mientras murmuraba con odio:
- ¡Ya puedes dejar de espiarme! -
- No pretendía espiarte. - Respondió una dulce voz femenina, llena de ternura y tristeza al mismo tiempo.
Detrás del niño, un resplandor enigmático reveló la silueta de una mujer que observaba desde el interior de la luz. Aunque su figura permanecía oculta, era evidente su emoción y el leve temblor que la sacudía.
- Debí suponer que al romper tantas leyes atraería tu atención. ¿Acaso piensas castigarme por lo que acabo de hacer? - Preguntó el niño sin volverse a mirarla.
La mujer respondió, su voz quebrada por la emoción: - No es eso en absoluto... solo quería... quería verte de nuevo, Ashka... -
- ¡No menciones ese nombre! - La interrumpió el niño, girándose con furia: - Esa persona está muerta. No soy él, ni siquiera soy su pariente. - Guardó silencio por un momento antes de continuar con una sonrisa despectiva hacia sí mismo: - Soy solo los despojos que aún permanecen, atrapados en la Antecámara del Misterio hasta el final de todo. -
La mujer soltó un sollozo desgarrador, un lamento tan profundo que podría conmover al más insensible. Sin embargo, el niño misterioso permaneció impasible. Finalmente, la mujer cesó de llorar y, con un tono suplicante, exclamó:
- ¡Lo siento! ¡Lo siento de verdad! ¡Por favor, perdóname! -
El niño soltó una carcajada cruel antes de responder:
- Yo no soy tu fracaso, loca insensata. Tú no destruiste al gran rey. - Hizo una pausa llena de significado antes de precisar: - Yo fui quien lo mató. Yo fui quien lo destruyó. - Cerró los ojos como si estuviera evocando un pasado lejano. - Él era generoso, noble y leal. Te amaba con todo su corazón. Por eso debía morir; porque él no podía hacer las cosas que yo quería hacer. - Le dio nuevamente la espalda a la mujer antes de continuar. - Así que no necesitas pedir disculpas ni hacer nada por mí. Lo único que espero de ti es eso: que no hagas nada y no te interpongas en mi camino. -
- Ese joven que estás protegiendo… ¿acaso ese Bryan es? -
- No preguntes. No tiene nada que ver contigo. ¡Nunca más! - La cortó el niño misterioso de inmediato: - Si no puedes aceptar esto, te destruiré como lo hice con él. -
La mujer volvió a llorar durante unos segundos, pero finalmente soltó un suspiro y levantó la mano. Todas sus lágrimas se reunieron en una sola perla diminuta, que se transformó en una nube y voló hacia el niño, cubriéndolo por completo. Unos instantes después, todas sus heridas desaparecieron; incluso su mano perdida fue restaurada.
- No tenías que hacer eso. Eventualmente iba a romper la maldición de ese estúpido cefalópodo. - Le dijo el niño, mirándola por encima del hombro.
- Lo sé, pero de todos modos quería hacerlo. -
- No pienso darte las gracias. - Dijo el niño de inmediato.
- No esperaba que lo hicieras. - Respondió la mujer, y poco después desapareció junto con el resplandor.
El niño misterioso se quedó un momento ahí, sentado en silencio sobre una roca, contemplando la luz de la luna. Aunque en realidad, parecía estar mirando algo más allá, tal vez un lugar distante, en una época olvidada, cuando aún tenía un hogar y un futuro que pudo haber sido suyo, pero que ahora estaba para siempre fuera de su alcance.
- Da igual, no hay vuelta atrás. - Murmuró el niño misterioso. Luego, su mirada atravesó rápidamente las montañas y los valles hasta llegar al lugar donde Bryan dormía, completamente inconsciente del enfrentamiento divino que había ocurrido tan cerca de él. Con una sonrisa, dijo: - Te daré la oportunidad que yo nunca tuve. -
Y tras pronunciar esas últimas palabras, el niño misterioso desapareció.
Nycteris, reina de los muertos caídos en combate
Hola a todos, soy Acabcor de Perú, y hoy es miércoles 21 de agosto de 2024.
Este capítulo ha sido un verdadero desafío, tanto por el dolor constante que sufro debido a mi enfermedad como por las tensiones que he estado atravesando. A pesar de todo, logré terminarlo. Este capítulo en particular era complejo, ya que introduce muchos conceptos nuevos en el lore y aclara algunas insinuaciones que había dejado en capítulos anteriores. Ahora se confirma que el niño misterioso es en realidad una deidad, pero no una deidad común, sino una con un pasado y una naturaleza única.
Y luego está Nycteris. Normalmente tan noble y querida por muchos, en este capítulo la vemos enfrentarse a algo que incluso ella no pudo manejar. A pesar de todo, fue valiente hasta el final, aunque terminó siendo superada por un monstruo mucho más poderoso. Otros dioses, en su lugar, habrían corrido peor suerte.
Por cierto, la imagen de Nycteris me costó varios intentos, y por eso es la única que tuve tiempo de generar. También es cierto que sufrí un fuerte bloqueo de escritor; la inspiración simplemente no llegaba, y apenas logré superar ese obstáculo a último momento, por lo que ni siquiera pude compartir el capítulo con mis lectores beta. ¡Espero que me ayuden señalando cualquier error ortográfico o de concepto que se me haya pasado!
Aprovechando la ocasión, debo nuevamente pedir su apoyo económico. Aún necesito visitar al cirujano, y si bien podría optar por un hospital público, los lectores peruanos entenderán cuando digo que la salud pública en Perú es como un espejismo: se desvanece cuando te acercas.
Espero que el bloqueo de escritor se disipe pronto, ya que el estrés me tiene al límite últimamente. Sin embargo, confío en que el capítulo haya sido de su agrado.
Me encantaría saber sus opiniones en los comentarios: ¿Qué les pareció el capítulo? ¿Qué opinan del personaje de Nycteris? ¿Qué piensan del poder del Niño Misterioso? ¿Cuál creen que sea su verdadero nombre ahora que conocen las primeras letras? ¿Qué les parecieron los secretos revelados? ¿Se los esperaban?
Si disfrutaron el capítulo, no olviden apoyarme a través de mi cuenta de Patreon, BCP o YAPE, cuyos enlaces he compartido en el grupo de Facebook. También agradecería que señalaran cualquier error que haya cometido y que compartieran esta obra con más personas.
¡Nos vemos en el próximo capítulo!