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La cámara más profunda del Laberinto finalmente apareció frente a mí. Originalmente era un entorno bastante decorado con hermosas paredes bien pulidas y un suelo resplandeciente que contrastaba bastante con la apariencia cavernosa de los pasillos anteriores. Sin embargo, ahora todo el lugar estaba marcado por los estragos de la batalla entre el grupo de León y la Gárgola: Marcas de garras, rastros de explosiones mágicas y evidencias de cortes de distintas espadas se veían por doquier.
«Puede que tenga carencias en otros aspectos, pero no se puede negar que el poder de León es considerable», pensé admirado.
Después de todo, mi victoria sobre la Gárgola se debió principalmente a que ya conocía sus patrones de movimiento y su punto débil. Además, era el monstruo del tutorial, diseñado para representar un bajo grado de peligro. También era evidente que había quedado agotado tras luchar contra el héroe y luego intentar matar a los estudiantes antes de mi llegada.
Luego de tomarme un momento para admirar los estragos de la batalla, me dirigí hacia un pedestal ubicado en el extremo más alejado de la estancia. En condiciones normales, no era difícil de ver, pero podía pasar desapercibido porque tenía el mismo color que las paredes y las columnas. Además, no parecía sostener nada, por lo que pocos le habrían dado una segunda mirada. Sin embargo, al acercarme, pude ver claramente que sobre él descansaba un grupo de medallas del tamaño aproximado de una moneda.
—Con esto he completado este laberinto —susurré, tomando una de las medallas con una sonrisa burlona—. Creo que es justo decir que mi desempeño ha sido casi perfecto.
Uno de los errores más comunes entre quienes jugaban DunBrave por primera vez —y que luego los hacía llorar lágrimas de impotencia— era asumir que, tras derrotar a la Gárgola, El Patio de Juegos del Sabio quedó automáticamente completado. Después de la cinemática trágica de León, el jugador reaparecía en aquella cámara aparentemente vacía, así que lo más normal era marcharse de inmediato.
Más adelante, uno se enteraba de dos cosas.
La primera era que solo al recuperar la medalla se completaba realmente el primer Laberinto. Este objeto otorgaba puntos especiales al personaje y servía como prueba de que el estudiante estaba listo para desafiar Laberintos de mayor nivel. Sin ella, el jugador no tenía permiso para entrar a ningún escenario superior al rango elemental para derrotar monstruos más fuertes y aumentar sus habilidades.
Sin esa medalla, prácticamente no se podía subir de nivel.
La única alternativa era volver a conquistar El Patio de Juegos del Sabio, pero en esta segunda incursión los monstruos ya no eran tan fáciles de vencer. Sin embargo, tampoco entregaban nuevas recompensas. Lo único positivo era que la Gárgola seguía muerta, pero en general, el esfuerzo resultaba una pérdida de tiempo.
«Ahora que lo pienso, espero que León y las chicas hayan recogido sus medallas... No, seguro que ni se dieron cuenta. Después de todo, parecían bastante heridos tras la batalla contra la Gárgola» pensé, esbozando una mueca burlona. «Podría apresurarme a llevárselas antes de que salgan del Laberinto, pero me han tratado como a la peste desde que llegué, y no veo por qué debería facilitarles la vida. Además, el recorrido extra les vendrá bien como entrenamiento. ¡Les estoy beneficiando indirectamente! ¡Qué bueno soy!»
Por un instante, me permití una sonrisa de suficiencia mientras guardaba mi medalla. Luego, comencé a explorar los alrededores con atención, en busca del segundo gran secreto que los jugadores solían pasar por alto en esta cámara.
—… Aquí está —susurré finalmente al encontrarla.
Se trata de una pared con un color apenas distinto al de las demás. La diferencia era tan sutil que solo podía notarse a pocos metros de distancia. Rápidamente, extendí la mano y, al tocar el muro, esta atravesó la roca como si fuese de humo. Sin dudar, cerré los ojos y avancé un par de pasos. Cuando los volví a abrir, me encontré al inicio de un pasillo apenas lo bastante ancho para una sola persona, que conducía a una habitación secreta. Avancé con rapidez unos diez metros hasta que una luz cegadora me deslumbró.
—¡La Sala del Tesoro!
Frente a mí se alzaban enormes montículos dorados. Se trataba de incontables monedas de oro apiladas en montones tan altos que no podía ver por encima de ellos. También había varias gemas preciosas y cofres lujosos, decorados con suntuosos detalles, esparcidos por todo el lugar.
La Sala del Tesoro era una recompensa que se obtenía tras completar el juego al menos una vez. DunBrave tenía múltiples rutas con finales alternativos y escenarios secretos, pero algunos dejaban de ser accesibles al alcanzar ciertos puntos de la historia. La única forma de descubrir todos los secretos y desbloquear escenarios ocultos era comenzar una nueva partida, aunque podía resultar frustrante para los jugadores empezar desde cero una y otra vez.
Era por eso que existía la llamada Partida +. El jugador podía reiniciar la historia conservando todos los poderes obtenidos en su partida anterior, aunque a cambio, los enemigos se volvían considerablemente más fuertes. También se aseguraron de dejar una buena cantidad de beneficios para los jugadores veteranos, y uno de ellos era precisamente este lugar. La Sala del Tesoro permitiría recuperar todos los objetos valiosos y el dinero que el jugador tenía al momento de finalizar su primera partida.
Si aún estuviera en el juego, esta habitación no existiría, ya que solo se desbloquearía al iniciar una Partida +. Pero esta era la realidad, así que decidí apostar a que quizás estuviera allí, ocultando algo de valor.
—¡Comencemos! —exclamé eufórico.
Lo primero que hice fue abrir cada uno de los cofres hasta que finalmente encontré un pequeño saco de cuero con un hermoso emblema de metal. Aunque no parecía gran cosa, en realidad se trataba de una Bolsa Mágica Ilimitada, un objeto valiosísimo que normalmente solo podía obtenerse casi al final de la historia principal de DunBrave.
Esta Bolsa Mágica Ilimitada tenía la capacidad de almacenar una cantidad infinita de objetos y, en este momento, era uno de los elementos clave que necesitaba.
Si bien existían varias herramientas mágicas diseñadas para almacenar artículos, ningún otro podía guardar un número ilimitado. Era un objeto tan "roto" que únicamente se obtenía tras haber vencido al Rey Demonio, pues de otro modo, el jugador podría acumular cientos de miles de pociones para la batalla final.
En cambio, durante la Partida +, el jefe final utilizaba patrones de ataque mucho más rápidos y complejos, dejando apenas margen para detenerse a beber pociones. Así que, incluso con una montaña de ellas, la victoria no estaba garantizada.
«Me encantaría pensar que con esto tengo la victoria asegurada... pero dudo mucho que en la realidad pueda recurrir a los mismos métodos del juego para conseguir una gran cantidad de pociones» pensé, esbozando una sonrisa. «Aun así, poder librarme de la estadística de Límite de Peso es una gran ventaja... ¡especialmente ahora!»
En el juego existía una serie de mecánicas que podían explotarse para obtener una gran cantidad de artículos consumibles, pero eso solo funcionaba en un mundo virtual. Sin embargo, eso no tenía demasiada importancia, porque en este momento contaba con un poder al alcance de mis manos capaz de abrirme todo tipo de puertas en la realidad.
—Jajajajaja. ¡Dinero, ven a mí! —exclamé, soltando una carcajada mientras almacenaba sin parar todas las monedas de oro a mi alrededor—. Voy a abrirme paso en este mundo a punta de oro hasta lograr lo que quiera. ¿Quieres tratarme como un paria? Compraré todos los amigos que necesiten cuando los necesiten. ¿Y qué si los Baskerville tienen mala reputación? Les arrojaré monedas hasta que todos los que me desprecian se arrodillen y me supliquen ser mis colaboradores. ¡Viva el capitalismo, carajo!
Más adelante, al recordar ese momento, me sentiría bastante avergonzado. No por llevarme el tesoro, sino por la forma casi nauseabunda en la que comencé a almacenar las monedas en mi Bolsa Mágica, mientras seguía riendo de manera maníaca. Parecía más una criatura salvaje que un ser humano, y me tomó bastante tiempo recuperar la compostura.
Pero, ¿realmente pueden culparme?
Hace unos meses, solo era un asalariado que luchaba con uñas y dientes para comprar un videojuego, incluso cuando estaba en oferta. Ahora tenía frente a mí montañas de oro sólido. ¡Oro, maldita sea! No esos pedazos de papel almidonado ni dígitos fríos en una aplicación de teléfono. Era oro brillante y resplandeciente que podía tocar, palpar e incluso… probar.
Bueno, quizás exageré con eso, pero en las películas antiguas vi que mordían el oro para comprobar si era auténtico, y no resistí la tentación de intentarlo.
Con el tiempo, recuperé algo de raciocinio, al menos lo suficiente para recordar que los Objetos Mágicos eran más valiosos que el dinero. Entonces, comencé a catalogarlos cuidadosamente antes de guardarlos en la bolsa. ¡Vaya que eran excelentes! Inmediatamente agradecí a todos los dioses de este mundo por haber preparado un botín tan maravilloso.
Conocía cada uno de estos Objetos Mágicos, así que sabía que me había sacado el premio gordo. Sin embargo, mientras los almacenaba, una extraña sensación de déjà vu comenzó a invadirme. Un presentimiento inexplicable se fue asentando en mi pecho hasta que encontré una espada en particular. En ese instante, mi mano se detuvo involuntariamente.
Lo primero que llamó mi atención fue la empuñadura, envuelta en cuero oscuro y rematada con un pomo de metal dorado, cuyas afiladas extensiones parecían las garras de una criatura atrapada en su propio diseño. La guarda, en lugar de extenderse en líneas rectas, se curvaba de manera agresiva, con un filo adicional proyectándose en dirección opuesta a la hoja, como si la misma espada rechazara cualquier intento de ser empuñada por manos indignas.
Cuando la desenterré del oro, la hoja emergió con un brillo opaco, como si se tragara la luz en lugar de reflejarla. Su filo era oscuro como la obsidiana, surcado por vetas carmesíes que parecían pulsar con un fulgor interno, semejante a venas de lava atrapadas en una prisión de metal. Su diseño no seguía la simplicidad de una espada recta, sino que se alargaba con un filo irregular, marcado por curvaturas casi orgánicas y bordes cortantes que parecían desafiar toda la lógica convencional.
La base de la hoja se ensanchaba con una pronunciada curva ascendente que culminaba en una punta afilada, mientras que en el lomo surgía una segunda hoja más pequeña, con forma de media luna invertida, tan letal como la principal. Cada centímetro de su superficie parecía concebida para matar, no con la elegancia de una espada refinada, sino con la brutalidad de un depredador ancestral. No era solo un arma, era un emblema de destrucción esculpido en la sombra y el fuego.
—¿Celrazor?... ¡¿Cómo es posible?!
Conocía esta arma demasiado bien… porque fui yo quien la hizo.
En DunBrave existía una amplia variedad de armas que uno podía adquirir: Normales, Mágicas, Especiales y Legendarias. Las últimas solo se obtenían tras derrotar a los oficiales del ejército del Rey Demonio o al superar Laberintos particularmente difíciles.
Cada una tenía diversos efectos que permitían un amplio rango de jugabilidad.
Sin embargo, estas armas dejaron de ser suficientes para saciar el hambre de diversión de los jugadores. Fue entonces cuando los desarrolladores comenzaron a vender packs de armaduras y armas Únicas, ampliando aún más las opciones disponibles.
Como buen japonés, lo que más ansiaba era la posibilidad de usar una Katana, así que invertí casi toda mi mensualidad en comprar el Pack del Samurái en cuanto salió. A cambio, pude divertirme destruyendo todo a mi paso con una enorme Nodachi, así que lo consideré dinero bien gastado. Lo único malo era que no podía usar del todo bien esta espada con mis magníficas armaduras de estilo europeo, porque los desarrolladores, en un esfuerzo por mantener la inmersión del jugador, hicieron que su uso no fuese del todo compatible sin la armadura japonesa.
Aun así, ni siquiera estos packs fueron suficientes. Por eso en los últimos años antes de la infame secuela (cuando todavía quedaba algo de humanidad en la empresa que desarrolló el juego), los desarrolladores lanzaron el amadísimo DLC de Herrería Arcana que permitió a los jugadores crear sus propias armas.
No comí carne ni bebí cerveza durante meses para comprarlo. Y es que yo tenía un sueño: fusionar una Espada Larga con una Katana, sin perder ninguna de sus ventajas.
Incluso conceptualmente, lo que quería era como mezclar agua y aceite. Dejando de lado la magia, la primera se especializaba en ataques punzocortantes, mientras que la otra en cortes puros. La lógica de ambas armas era opuesta, y parecía imposible fusionarlas sin sacrificar los atributos de alguna.
Pero no me rendí. Continué mi búsqueda para obtener la mejor arma, que no solo fuera increíblemente poderosa, sino que también se viese genial.
Al principio fallé épicamente, porque los resultados de la forja parecían completamente aleatorios y no parecía existir una lógica clara para la combinación de materiales. Luego aparecieron las guías de los jugadores: enormes tomos digitales tan largos como enciclopedias, que en teoría ayudaban a orientarse en la Herrería Arcana y obtener exactamente el tipo de arma que querías, pero que resultaban tan engorrosos de leer como un diccionario de química avanzada.
Y, por supuesto, no faltaron las malditas microtransacciones implementadas por los desarrolladores, las cuales, por un “módico” precio, te daban acceso a materiales únicos para la creación de armas.
No estoy seguro, pero creo que hacer otra tesis habría sido más fácil.
Finalmente, tras meses de arduo trabajo, combiné la Espada con la Katana sin perder atributos y… el resultado final no me dejó satisfecho. Lo sé, parece no tener sentido. Pero déjenme explicarles: Sí, logré obtener algo parecido a un Kilij turco, aunque occidentalizado, combinando la capacidad de corte con ataques punzantes. ¡Pero se veía demasiado simplón como para ser la “espada suprema” que había imaginado!
También es cierto que, para ese entonces, ya me había vuelto un poco obsesivo con la idea de diseñar el arma definitiva.
Así que, al más puro estilo de Weyland-Yutani, seguí agregando atributos sin pensar en las consecuencias, sacrificando cualquier otra prioridad, con tal de crear el organismo perfecto. Cortes brutales como los de un hacha. Golpes demoledores como los de una maza. La velocidad de una lanza. La precisión de un estoque. El impacto de un kanabō. La versatilidad de un sable. ¡Estaba prácticamente quemando Paquetes de Datos!
Por supuesto, fracasé la mayor parte del tiempo. A veces las combinaciones simplemente no funcionaban y perdía todos los ingredientes. O peor aún, terminaba con una espada mediocre que no tenía ni la mitad de los atributos deseados. Entonces tocaba empezar de nuevo.
Al final, desperdicié dos años de mi vida en este pasatiempo…
¿Y saben qué? ¡Y no me arrepiento! Porque tuve éxito. Creé una espada única, con la mayor cantidad de atributos posibles, exprimiendo al máximo hasta la última mecánica permitida por el juego.
La llamé Celrazor, la Cortadora del Firmamento.
Estaba tan emocionado que no me di cuenta de lo chunni que era el nombre hasta que fue demasiado tarde… pero no me importó. Había creado el arma que tanto deseaba. Tenía la espada más malditamente genial que nadie hubiese conseguido producir en DunBrave. Me gané el odio de muchos jugadores en la comunidad y, eventualmente, el baneo en los foros por presumirla sin revelarles cómo la había obtenido.
Y no saben el gusto que me dio saber lo mucho que se morían de la envidia.
Celrazor era mi obra maestra, y como formaba parte de un DLC de final de juego, superaba en estadísticas a casi todas las espadas de DunBrave. Eso incluía, incluso, a Exbrave, la Espada Divina que León obtenía al final del penúltimo arco.
Cuando equipaba a Celrazor con mi personaje al máximo nivel, podía infligir un daño devastador al Rey Demonio, incluso en el Modo Extremo de una Partida+.
Pero ahora el misterio no era solo por qué Celrazor estaba en la Sala del Tesoro… sino cómo un arma que no existía en el lore del juego había aparecido en este mundo.
Verán, mi espada solo tenía nombre y atributos. No tenía una historia que explicara su existencia. Estaba tan concentrado en optimizarla que jamás le programé un trasfondo.
La única explicación posible era...
«Si mi espada está aquí… ¿eso significa que todos los objetos de la Sala del Tesoro están basados en mis datos de jugador? ¿Pero cómo puede ser?»
El hecho de que estos objetos estuvieran aquí significaba que este mundo no solo se basaba en DunBrave… sino que había usado específicamente mi Partida Guardada para crearlo.
En otras palabras, no llegué a este mundo por accidente. Ni poseí el cuerpo de Zenón Baskerville por casualidad.
Alguien me trajo aquí intencionalmente.
Alguien que me conoce lo suficiente como para deducir que intentaría venir aquí y también trajo específicamente los objetos de mi inventario.
—¿Quién será? ¿Por qué lo hizo? —murmuré, entornando la mirada—: Y, lo que es más importante… ¿para qué?
En Japón, mucha gente criticaba el género isekai en novelas, mangas y anime. ¡Pero siempre había consumidores! Yo era de esos que lo menospreciaban de boca para afuera, pero en secreto lo disfrutaban.
Claro que jamás pensé que algo así me ocurriría a mí.
—No sé si quien me trajo aquí es un dios o un demonio… —reflexioné en voz alta, mientras envainaba a Celrazor—: Supongo que la respuesta dependerá del motivo.
Todo sería mucho más sencillo si me hubiese reencarnado en León Brave, porque entonces la misión estaría clarísima: Salvar el mundo.
En cambio, me convirtieron en Zenón, el villano de la secuela.
Uno podría pensar que entonces mi destino es causar la destrucción del mundo. Pero quien sea que me trajo me conoce. Seguramente sabe que odio a este personaje con toda mi alma, así como su maldita historia. Quien me haya traído también debe saber que nunca seguiré la ruta del netoreador.
Por lo tanto… mi llegada aquí tiene otro significado.
Continué meditando en ello durante un buen rato, pero no lograría descubrir nada, así que decidí darme por vencido.
Para empezar, era arrogante pensar que un simple humano como yo podría comprender la voluntad de alguien capaz de crear un mundo. Mi única opción es seguir avanzando, tratando de diferenciar lo correcto de lo incorrecto, mientras espero a que mi destino me sea revelado.
En cualquier caso, era momento de marcharme.
«Seguramente todos mis compañeros de clase ya estarán con Wanko-sensei, esperando que yo salga del Laberinto. Más me vale darme prisa y terminar de recolectar los tesoros».
Con ese pensamiento, continué llenando mi Bolsa Mágica Ilimitada.
En este capítulo, lo que más cambió fue la espada, que originalmente era una katana demoníaca. Ustedes ya saben lo que pienso de las katanas en escenarios de fantasía medieval, pero, aun así, no planeaba tocarla... hasta que leí su nombre: Amanohazamaru.
En cuanto vi ese nombre larguísimo, pensé: “Nop, yo no voy a escribir eso.” Entonces, decidí cambiar el nombre de inmediato y, ya de paso, todo el diseño del arma.
Al principio, diseñé un arma completamente distinta. Aunque prefiero las espadas largas sobre las katanas, me pareció mejor respetar la idea de que el protagonista usara un sable. Por eso elegí el kilij turco occidentalizado, similar al que empuñaba Vlad el Empalador .
Estaba a punto de darle a "publicar" cuando grabé la Espada Solar de Suru, del cómic Solar Lord, ilustrado por Khoo Fuk Lung. Y si no tienen idea de qué hablo, probablemente nunca fueron a Supermercados Wong en 1999. (Escribiendo esto, me siento un dinosaurio).
La espada de Suru siempre me pareció increíble, y llevaba años con ganas de usar algo parecido en una historia. El problema era describir una forma tan extraña sin imágenes de referencia. ¡Ni siquiera parece una espada, sino un abre latas! Pero, aun así, se veía tan genial que no pude resistirme y reescribí todo el texto, invirtiendo horas. Al final, incluso generé ilustraciones con IA para plasmar mejor su diseño.
¡Espero que les haya gustado!