332 En el Campo de Sangre

Jaime Luccar abrió los ojos de muy mala gana. Lo había despertado el suave movimiento de los rayos del sol del atardecer que se filtraban entre las ramas de los árboles, danzando sobre sus párpados de tal modo que acabaron despertándolo contra su voluntad. Resistiéndose a levantarse, el Primer Centurión de la VI Legión se quedó tendido en el suelo mientras parpadeaba lentamente para enfocar su visión y entonces se encontró contemplado una maraña de altos pinos que rodeaban el claro, tan densos que apenas dejaban entrever el cielo. Trató de volver a dormir, pero en su rostro sintió una brisa fresca y helada acariciándole la piel que no se lo permitió. Ese mismo viento debió haber sido el primer signo de que se encontraba en un lugar muy particular, pero todavía no estaba en condiciones de darse cuenta.

Con un gemido irritado, Jaime Luccar intentó incorporarse como de costumbre, pero el dolor se apoderó de cada articulación de su cuerpo, gritándole que se detuviese. Su mente aún turbia por el sueño y el agotamiento, luchaba por comprender su situación, mientras una oleada de calambres en las piernas lo atacaba como si cientos de serpientes lo estuviesen mordiendo. Por un segundo perdió el equilibrio y tropezó hacia atrás, pero consiguió apoyarse en uno de los árboles cercanos. Su armadura lo protegió de rasparse la piel, pero el impacto provocó que algunos pájaros escaparan, dejando caer polvo y ramillas rotas sobre la cabeza del Centurión, quien soltó una maldición mientras se sacudía.

Por fin consiguió estabilizarse e intentó estirarse lentamente para librarse del dolor y caminó unos pasos mientras se acomodaba su armadura. El sonido de los animales del bosque lo rodeaba al igual que el olor a la resina de coníferas, añadiendo un toque de inquietud a su confusión. Era la primera vez en su vida que se adentraba tanto en el territorio de Etolia, así que todo parecía desconocido. Al mirar a su alrededor, notó algo extraño en el entorno. Las raíces de los árboles que se elevaban desde el suelo eran retorcidas y tortuosas, como si fueran tentáculos que se aferraban desesperadamente a la tierra. El suelo bajo sus pies, que inicialmente le había parecido una superficie plana, revelaba ahora su verdadera naturaleza irregular y desigual.

El Primer Centurión decidió lavarse la cara en el arroyo cercano, buscando recuperar algo de claridad para su mente confusa. En su camino, apenas evitó pisar a los hombres dormidos a su alrededor. Y cuando llegó a la orilla, sumergió las manos en el agua. Entonces una sensación de frío intenso lo sorprendió. Era extraño; normalmente los arroyos no eran tan helados. Recordó que al principio, cuando probó esas aguas, las encontró muy frías, pero en ese momento lo atribuyó todo al enorme calor que sentía luego de aquel infernal viaje por aquel desfiladero en el que su maldito Procónsul los había metido. Ahora, sin embargo, comenzaba a darse cuenta de algunas cosas.

Ese desfiladero, y también el túnel aterrador… Siempre iban cuesta arriba. ¡Todo el tiempo estuvimos subiendo! ¿Acaso estamos en alguna montaña? Eso explicaría por qué el agua está tan fría, si desciende desde las alturas…

Justo cuando su mente comenzaba a sacar conclusiones, Jaime Luccar notó algo que lo distrajo por completo. Se trataba de la persona que más odiaba en aquel momento: El Tribuno Druso. El Primer Centurión de la VI odiaba profundamente al general y a todos sus oficiales, pero aquel hombre lo había dejado en ridículo frente a la tropa. ¡En frente de sus hombres! Un odio abrasador y ponzoñoso surgió de golpe en su corazón, avivando los fuegos de una rabia implacable que lo hicieron sobreponerse al dolor de su cuerpo.

Como si los dioses del caos estuvieran atentos a sus deseos, Jaime Luccar se percató de que el Tribuno acababa de terminar una ronda de vigilancia y hacía un gesto a Silano para que estuviera atento, ya que se marchaba para atender sus necesidades en el bosque. Poco después se alejó a toda prisa.

El Primer Centurión observó a su alrededor. Algunos hombres montaban guardia, pero muchos parecían agotados, con la mirada perdida en otras direcciones. Marcio aún dormía y Cayo Silano, el único Tribuno despierto, atendía a un par de soldados con respecto a las raciones de alimentos.

Pero lo más importante era que el Procónsul Bryan no estaba por ningún lado. Era el momento perfecto. Jaime Luccar sonrió de manera desagradable y se aseguró de que su espada estuviera en su cinto antes de desplazarse silenciosamente, evitando pisar ramas o rocas que pudieran emitir algún sonido, manteniéndose siempre en las sombras mientras avanzaba en busca del Tribuno. No resultó nada sencillo debido al terreno irregular, sobre todo cuando abandonó el claro y se adentró en el bosque. Este estaba lleno de todo tipo de obstáculos, como rocas, árboles y arbustos, lo que hacía que moverse en silencio fuera todo un desafío.

Afortunadamente, no tuvo problemas para encontrar al Tribuno. Repentinamente, el bosque se abrió y Jaime Luccar encontró contemplado un barranco bastante pronunciado. Allí se encontraba Druso a casi veinte pasos de distancia, parado justo en el borde, con las piernas separadas y dejando salir un abundante chorro de orina mientras suspiraba con alivio. El Primer Centurión no podía creerlo. ¡Era imposible que fuese más fácil! Ya sabía que Druso también era un Espadachín Veterano, aunque no tan poderoso como Anco Marcio, pero definitivamente era mucho más poderoso que él. Eso quedó claro en todos los entrenamientos de combate que tuvieron. Por eso, si quería matarlo, tendría que ser mediante un ataque sorpresa por la espalda, sin permitirse fallar la puñalada, de lo contrario, sería su cabeza la que rodaría por el suelo.

Sin embargo, ahora, ni siquiera tenía que preocuparse por eso. Bastaría con empujarlo por el barranco para que la caída lo matase. Solamente tenía que asegurarse de darle un golpe con todas sus fuerzas, y eso sería todo.

Jaime Luccar tragó saliva y recurrió a todo su autocontrol para contener el poder de su Aura de Batalla, que había reunido inocentemente en sus puños. Todavía estaba un poco lejos y necesitaba acercarse un poco más para asegurarse de no fallar. El problema era que no había árboles ni arbustos en el espacio que los separaba, así que no tenía dónde esconderse. Tendría que salir al descubierto, arriesgándose a que Druso se diese cuenta de su presencia si cometía algún error. Sin embargo, tampoco podía demorarse mucho, porque en cualquier momento el Tribuno terminaría de aliviar sus necesidades y perdería la oportunidad.

Por fin decidió arriesgarse y comenzó a caminar lentamente, manteniendo una postura baja y prestando mucha atención al suelo que pisaba. Avanzó tres pasos. De vez en cuando lanzaba miradas hacia el Tribuno Druso para asegurarse de que no se hubiese dado cuenta de su presencia. Cuatro pasos más y ya se encontraba muy cerca de su objetivo. Tres pasos adicionales. Incluso podría vislumbrar una parte del fondo donde caería el Tribuno. Cinco pasos más. Realmente estaban en un lugar bastante alto; era imposible que alguien sin habilidades mágicas para volar sobreviviera a semejante caída. Dos pasos más. Qué curioso, aunque jamás había estado en aquel sitio, Jaime Luccar sintió que el paisaje resultaba familiar. Dio otro paso. No, no se trataba exactamente de eso; era más bien como si contemplara un lugar del cual había escuchado tantas veces que podía reconocerlo fácilmente.

De pronto, Jaime Lucar se detuvo y todo pensamiento de venganza desapareció de su mente. Lo único en lo que podía pensar era en lo que veía por encima del hombro del Tribuno: el sol se estaba ocultando tras una cordillera montañosa, interrumpida únicamente por dos valles que se habrían como largos caminos, uno hacia el noreste y otro al suroeste, los cuales concluían en el mismo lugar: un gran campo plano lleno de pastizales con un curioso color carmesí.

- ¿Y bien, Centurión? - Preguntó Druso repentinamente mientras se acomodaba el cinturón y volteándose tranquilamente: - ¿Quieres algo o sólo has venido para enterarte de cuán grande tengo la verga? -

La burla en el tono del Tribuno era una prueba de que todo el tiempo había sido consciente de la presencia de Jaime Luccar a sus espaldas. Pero además, parecía ocultar otro significado. Uno podía detectar un ligero rastro de lástima mezclada con el desprecio y también regocijo ante el sufrimiento de otro en la mirada de Druso. Definitivamente, era algo muy extraño. Bizarro incluso. Pero a pesar de ello, el Primer Centurión no le prestó la menor atención y continuó avanzando hasta llegar al borde del abismo, con los ojos fijos en aquel campo de color carmesí.

Druso frente al barranco

- ¿Por qué es que aquel lugar se parece al Campo de Sangre? - Preguntó finalmente Jaime Luccar, mientras un tic nervioso aparecía en su semblante.

Druso lo miró en silencio durante unos segundos antes de contestar.

- Porque “es” el Campo de Sangre. -

- No es cierto. - Replicó bruscamente Jaime Luccar, negando con la cabeza con un temblor histérico mientras retrocedía unos pasos y señalaba los valles. - No. No puede ser porque entonces esos dos valles serían la ruta hacia Micénica y Helénica. Así que no puede ser. Esas dos rutas no pueden estar en esa dirección. Ni tampoco el sol del atardecer. Es imposible que ambos estén ahí. Ya que eso significaría que estamos en el Monte… -

Jaime Luccar se dio la vuelta rápidamente esperando no ver nada más que las copas de los árboles detrás suyo, tal como ocurrió en el claro en donde en ese momento descansaban las legiones. Pero en ese sector los árboles no eran tan altos ni las copas tan pobladas, así que nada impedía que viese la punta de una altísima montaña cuyo pico estaba cubierto de nieve. Así fue como finalmente se dio cuenta de que nunca estuvieron realmente en el claro de un bosque, sino en una terraza natural bastante grande, que se encontraba en algún punto intermedio de aquella montaña masiva.

Lo habría notado mucho antes, de no haber estado tan concentrado en seguir a Druso.

De repente se escucharon algunos pasos y Bryan emergió caminando tranquilamente de entre la espesura de los árboles, donde todo este tiempo había estado espiando a Jaime Luccar por si acaso su amigo llegaba a tener algún problema.

- ¡Qué bueno que has despertado, Centurión! ¡Bienvenido al Monte Ida! - Exclamó el Procónsul con una sonrisa. - ¡Realmente es una hermosa cumbre! ¿No es verdad? -

- Esto… no puede ser… no, no es posible que este sea el Monte Ida. - Balbuceó Jaime Luccar.

- Estamos es el Monte Ida. Mejor acéptalo ya.  - Respondió Bryan con un tono pragmático y luego señaló hacia el borde del barranco. - Y lo que ves ahí abajo es el Campo de Sangre. - De pronto entornó la mirada como si algo hubiese llamado su atención. - ¡Vaya, qué puntuales! Parece que lo conseguimos justo a tiempo. -

- Si, no lo creía posible. - Comentó Druso también oteando el horizonte. - ¿Cómo los viste tan pronto? Yo apenas puedo distinguir las siluetas. -

- Secretos del oficio. - Respondió Bryan sonriendo.

- Como sea, espero que el resto de tus predicciones también se cumplan. ¿Cuántos crees que son? - Preguntó Druso.

- ¿En total? Todavía es algo difícil saberlo porque no han terminado de llegar todos. Pero Helénica debe haber traído al menos diez mil si quieren tener esperanza de derrotar a Micénica. En realidad, estos últimos son los que más me intrigan. -

- Ciertamente, es muy difícil saber cuántos serán auténticos micénicos y cuántos sus vecinos sometidos… ¿Quizá doce mil con sus fuerzas combinadas? -

- Creo que serán más. - Dijo Bryan acercándose unos pasos, sin tomar en cuenta al conmocionado Jaime Luccar que no era un peligro para nadie en aquel momento, excepto para sí mismo. - Tal vez quince mil de infantería pesada y algunos miles más de tropas secundarias y caballería. -

- ¿Los Vándala o los Uñó? -

- Deben ser los Vándala. No creo que Atíl tenga la confianza para involucrarse tan pronto en una guerra a gran escala. -

- No sé, quizá más bien se sienta motivado a ello. -

- Quizá... -

- ¡Esperen! - Gritó Jaime Luccar finalmente, incapaz de contenerse por más tiempo. Había estado moviendo la mirada entre Bryan y Druso mientras estos conversaban, pero no entendía (o no quería entender) lo que sus palabras implicaban. - ¡Por favor, díganme de qué están hablando por todos los dioses! -

Bryan y Druso intercambiaron miradas en silencio y luego ambos señalaron cada uno en dirección a los valles que servían como acceso al Campo de Sangre.

- Mira tú mismo. -

- Ya puedes verlos, si entornas los ojos. –

Jaime Luccar tragó saliva, pero finalmente dio unos pasos vacilantes hacia el borde. Aquel precipicio tenía al menos dos mil metros de profundidad y le provocó una sensación de vértigo de la que tuvo que recuperarse antes de poder enfocar la vista en la dirección que le señalaban. Al principio el fuerte viento que golpeaba su cara junto con los últimos rayos del atardecer le dificultó bastante el poder ver algo, pero finalmente comenzó a distinguir a la distancia una serie de puntos negros que se aproximaban por las dos rutas, como miles de hormigas que avanzaban inexorablemente en su dirección. Cuando notó los destellos del reflejo del sol sobre el bronce bruñido, ya no pudo engañarse más.

El Primer Centurión no dijo nada, sino que inmediatamente se encorvó de un modo casi antinatural mientras sus ojos se movían hacia todos lados como los de un roedor, buscando una ruta por la que pudiese escapar. Cuando confirmó que no había ninguna forma de que pudiese bajar de la montaña sin toparse con los ejércitos que se aproximaban, dio media vuelta y escapó corriendo a toda velocidad, gastando toda su Aura de Batalla sin la menor restricción para acelerar sus movimientos al máximo.

- ¿Quieres que lo detenga? - Preguntó Druso.

- No es necesario, ese imbécil nos ahorrará el tener que tocar las cornetas de alarma. - Respondió Bryan encogiéndose de hombros: - Además, no hay ningún lugar por el cual se pueda escapar. Ninguno de nosotros puede escapar ahora. -

- Bueno, técnicamente tú puedes volar. - Replico Druso sonriendo.

- Si, pero a mí me atan otro tipo de cadenas. - Dijo Bryan sonriendo con ironía.

- ¿No querrás decir “caderas”? - Comentó su amigo mientras movía sus manos para simular el contorno de una mujer.

- Cierra la boca. -

Mientras tanto, Jaime Luccar atravesó el claro a toda prisa, empujando a los legionarios que se interponían en su camino sin mostrar la menor consideración. Ni siquiera se detuvo frente a César Germánico cuando este intentó preguntarle qué sucedía, y mucho menos cuando la voz de Silano llamó su atención. Todo su ser estaba enfocado en una sola cosa: regresar al desfiladero y escapar.

Sin embargo, al llegar al lugar donde creía que estaba la estrecha entrada, descubrió con horror que no podía localizarla. Desesperado, Jaime Luccar sacó su espada y comenzó a dar tajos a diestra y siniestra, destruyendo todos los arbustos en su camino porque creía que estos le impedían verla, pero no encontró nada más que roca sólida y una grieta sellada por un reciente derrumbe. El Primer Centurión atacó aquel lugar con todas sus fuerzas, utilizando su mano imbuida en Aura de Batalla, pero solo consiguió que más rocas se desprendieran y no pudo abrirse paso.

El Zombi Élite de Tierra había sido meticuloso en su trabajo al cerrar esa ruta.

- ¡No!... ¡no!... ¡no!... ¡no!... ¡no!... ¡no!... ¡no!... ¡no!... - Balbuceaba Jaime Luccar sin poder dar crédito a lo que ocurría: - ¡Estamos en el Monte Ida! ¡Todos vamos a morir! ¡Estamos en el Monte Ida! -

*****

El Monte Ida era una de las tres montañas más altas de la cordillera Etolia y la más majestuosa de todas. Presentaba una amplia variedad de superficies entrantes y salientes similares a terrazas naturales que permitían el crecimiento de un auténtico bosque de pinos, abetos, cedros e incluso cipreses, cubriendo sus laderas como un manto regio de vegetación. Solamente cerca de la cima, el follaje desaparecía para revelar una superficie rocosa casi maciza, coronada finalmente por un pico cubierto de nieves perpetuas.

La solemnidad que transmitía el Monte Ida lo convertía en un lugar sagrado para muchos a lo largo de las eras y en el escenario de una multitud de mitos y leyendas. El propio vocablo “Ida” no provenía del idioma etolio, sino de una lengua mucho más antigua e imposible de rastrear, lo que indicaba la importancia ancestral de aquel monte que ya era importante mucho antes de que se formasen las primeras ciudades estado.

A ambos lados del Monte Ida, como si fuese una corte de súbditos, se extendían los dos brazos de una intrincada cordillera, abriéndose como un gran arco o anillo hasta combinarse con otras cadenas montañosas, interrumpiéndose únicamente con los dos valles que permitían el acceso.

Justo en las faldas del monte, rodeado por estas cordilleras, se encontraba una amplia llanura conocida como el Campo de Sangre.

¿Cómo llegó a tener este nombre? La razón era simple: había sido y seguía siendo el escenario favorito para las interminables guerras de los etolios, ya fuera entre ellos mismos o contra los extranjeros. Prácticamente no pasaba un año sin que quedase bañado con la sangre de cientos, cuando no de miles. Tras siglos de este proceso ininterrumpido, algo sucedió con la flora de aquel lugar, que terminó adquiriendo propiedades mágicas únicas, incluyendo aquel particular tono carmesí. Bryan no lo sabía, pero cuando le encargó a Phoebe que obtuviese los materiales para refinar al Zombi Élite de Tierra, dos de ellos fueron la Tierra Sangrienta y el Fruto Execrable, que precisamente crecían en campos donde se daban batallas regularmente. El Gremio Mercante de Bootz tuvo que usar muchos de sus contactos para obtenerlos y finalmente fue un contrabandista como Ilmo quien los había obtenido en este preciso lugar.

El Campo de Sangre

Lo que ocurría era que el Campo de Sangre era una arteria de tránsito en Etolia. De por sí, resultaba muy difícil que una sola persona se desplazara por este país debido a sus montañas intrincadas y sus densos bosques de coníferas, que hacían imposible encontrar una ruta directa hacia cualquier sitio. Existían territorios tan complicados, con todo tipo de rodeos y vueltas, que uno terminaba perdiendo semanas en cubrir el espacio de terreno que tomaría tan solo un par de días si el terreno fuera plano. Pero esta situación se tornaba aún más compleja cuando se trataba de movilizar a un ejército de miles de personas que necesitaban mucho más espacio para desplazarse ordenadamente. En tales condiciones, la cantidad de rutas disponibles se reducía a menos de un tercio y había muchos puntos inevitables por los que debían pasar, dependiendo de la dirección que tomaran.

El Campo de Sangre era precisamente uno de esos pasos obligatorios que solamente tenía una entrada y una salida, un par de valles llamados “ruta hacia Micénica” y “Ruta hacia Helénica” respectivamente, aunque esto era únicamente para hacer referencia a las ciudades más cercanas a aquella llanura. Además, había otro motivo por el cual se había convertido en el escenario de tantas batallas, y era que se trataba de un lugar perfecto para aprovechar al máximo el estilo de pelea de los hoplitas.

La Falange era la táctica favorita de los pueblos etolios, donde los hombres formaban un muro compacto de escudos entrelazados que avanzaban como una máquina, destruyendo todo a su paso. Para aprovechar al máximo esta táctica, era preferible luchar en un terreno plano, pero que además debía estar resguardado, ya que la debilidad de la Falange era que los hombres fuesen superados por los costados o que los atacasen por la espalda, donde no tenían la protección de sus escudos. El Campo de Sangre era perfecto porque su extensión era lo suficientemente grande como para que una gran falange se desplegara, estando rodeada a los costados por montañas y bosques. Además, no existía ninguna ruta por la cual un ejército pudiese llegar sin ser detectado, ya que los valles de acceso estaban vigilados constantemente por vigilantes atentos a todos los que transitaban por esas rutas. Quizá una persona o un pequeño grupo de escaladores podrían encontrar cómo llegar hasta allí sin ser detectados, pero nunca algo tan llamativo como un ejército de miles de personas. Por lo tanto, era imposible que sufrieran un ataque sorpresa.

Al menos, eso era lo que todos creían.

*****

Los últimos rayos del sol aún se avistaban por las cumbres de las montañas, pintando el cielo con tonalidades doradas, mientras una fresca brisa mecía las ramas de los árboles de que rodeaban el estrecho valle sur entre las cordilleras. Generalmente sería la hora más pacífica y silenciosa del día en aquel paraje, pero no esta vez, ya que el rojo de aquel atardecer era el preludio de un amanecer sangriento.

A lo lejos, un sonido de pasos comenzó a resonar, creciendo en intensidad y encontrando eco entre las montañas hasta convertirse en un estruendo que anunciaba la llegada de un vasto ejército. Una densa nube de polvo se alzaba en el horizonte al paso de las tropas. En cuestión de minutos, el entorno se vio inundado por el retumbar de miles de hombres y el resonar de los cascos de los animales, acompañado por el murmullo de voces y el tintineo de armas, que reverberaban como los presagios de una tormenta inminente.

Eran dos columnas de soldados avanzando sin detenerse, sí, pero también eran dos mundos diferentes en movimiento.

Por un lado, estaban los soldados de Helénica, marchando con paso firme y disciplinado. Entre ellos, destacaba la imponente fuerza de diez mil hoplitas, formando filas compactas con sus largas lanzas y relucientes escudos, listos para el combate. Sus armaduras, bañadas en bronce dorado, resplandecían aún más bajo la luz del sol poniente.

Hoplitas marchando

Detrás avanzaba un regimiento de dos mil arqueros profesionales, mercenarios contratados permanentemente de entre los reinos del norte de Etolia. De vez en cuando, estos arqueros enviaban grupos de exploradores hacia las colinas circundantes para mantener una vigilancia constante en todo momento.

Marchando tras los arqueros se encontraba un batallón que, a pesar de formar parte de la fuerza principal, generaban una sutil tensión entre el resto de soldados. Se trataba de una unidad de quinientos magos de Fuego y Tierra de grado Licenciado reclutados en el extranjero e incorporados a las filas del ejército por orden de Elena Teia, quien desestimó todas las objeciones de sus generales al respecto.

Al final marchaba un gran grupo variopinto de cuatro mil Guerreros Veteranos armados con escudos de madera y hachas de guerra, que tenían la misión de formar en los flancos de la falange para evitar que esta fuese flanqueada. A diferencia de los magos o los arqueros, estos guerreros no eran mercenarios contratados de manera permanente, sino que se los convocaba específicamente para cada campaña. Estos en particular eran bastante confiables y disciplinados, solían tener a la ciudad de Helénica como su empleador regular y sabían que Elena Teia les pagaría bien, así que no les importaba su origen o su sexo.

El número total del ejército de Helénica, sin contar a los cientos de esclavos y sirvientes que los acompañaban para ocuparse de las tareas menos importantes, era de dieciséis mil quinientos.

Por otro lado, el ejército de Ilión presentaba una amalgama de fuerzas, una combinación heterogénea de guerreros de diferentes orígenes y habilidades. El núcleo de su infantería pesada lo componían unos cinco mil hoplitas ilienses, a los que se sumaban hoplitas mercenarios reclutados en Etolia con la promesa de una generosa compensación, lo que aumentaba su falange a un tamaño imponente de diez mil hombres, rivalizando con la de Helénica en número y poderío.

Sin embargo, lo que realmente destacaba en la infantería de Ilión era su diversidad. Junto a los hoplitas regulares, se podían ver grupos de infantería de aspecto variado y misterioso, provenientes de diferentes regiones y culturas. Bárbaros con sus impresionantes tatuajes y ferocidad en la batalla, cuerpos de lanza con su destreza en el combate cuerpo a cuerpo, guerreros libres que buscaban fortuna en el campo de batalla y hombres de guerra dispuestos a luchar por cualquier causa que les ofreciera una recompensa adecuada. Cada uno de estos grupos añadía su propio estilo de lucha y tácticas al ejército, creando una fuerza que era bastante difícil de controlar, pero en manos de un buen comandante militar podía resultar un arma aterradora, formidable y sobre todo versátil.

Ilo Tros tenía a su servicio ese tipo de comandantes.

A todos estos grupos de mercenarios, que en total sumarían un aproximado de cinco mil hombres, se les había prometido una paga excelente y para asegurarse de que peleasen correctamente, se les daba un anticipo primero y el resto lo cobrarían lo supervivientes, así que incluso si varios de ellos se morían podrían consolarse en que serían menos personas entre los que repartir la recompensa.

Un grupo que resaltaba bastante en aquel ejército heterogéneo era una unidad de dos mil arqueros profesionales que no eran contratados, sino nativos de la propia Ilión. Esta era una característica única de aquella ciudad, ya que, como se ha mencionado, la mayoría de los etolios despreciaban las armas arrojadizas.

La creación de esta unidad tenía sus raíces en la necesidad estratégica de proteger las poderosas murallas defensivas de Ilión, que se habían convertido en el pilar de su supremacía militar. A medida que la ciudad se fortalecía, acabaron dejando de lado sus convenciones culturales y entrenaron grupos de soldados para defenderlas.

Así nació la unidad conocida como "Los Centinelas". Estos arqueros eran más que simples soldados; eran guardianes de las murallas, expertos en el uso del arco y la flecha, y estaban preparados para defender su ciudad con su vida si fuera necesario. Pero entonces ¿por qué estos defensores estaban fuera de su ciudad y marchando hacia el Campo de Sangre? El motivo era simple: Ilo Tros quería impresionar a Elena Teia.

Enviar a “Los Centinelas” no solo demostraría la habilidad y el valor de estos arqueros profesionales, sino que también enviaría un mensaje claro a Elena de que él, Ilo Tros, también era una persona que no tenía miedo de romper las convenciones y que al final ella solamente podría encontrar la felicidad a su lado. En última instancia, Tros estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para asegurar que Elena no dejase de ver su valía, incluso si eso significaba arriesgar la vida de sus propios soldados en el campo de batalla.

De más está decir que, cuando vio a estos arqueros, Elena sonrió, aunque por dentro sentía ganas de chasquear la lengua con desprecio. En cambio, su alegría sí fue verdadera cuando vio a la magnífica fuerza de caballería de cuatro mil mercenarios contratados, que eran el principal motivo por el que toleraba los avances de Ilo Tros.

El territorio de Etolia era bastante montañoso y no era ideal para tener grandes números de caballos. Antes de que conociesen las herraduras, las pezuñas de aquellos animales no soportaban mucho tiempo sin romperse y por eso los etolios no tenían una gran tradición ecuestre. También era por eso que los mercenarios de caballería en los reinos del norte cobraban un altísimo precio para luchar en aquella región y solamente Ilión podía permitirse contratar a un número tan alto.

En total, las fuerzas de Ilión sumaban un aproximado de veintiún mil hombres, sin contar los esclavos, sirvientes y vianderos.

Al frente de la imponente hueste se encontraba Ilo Tros, conduciendo un majestuoso carro de guerra sumamente decorado con relieves exquisitos y tirado por cuatro corceles blancos como la nieve, cuyas crines ondeaban al viento como estandartes de victoria. Con una mano firme, sujetaba las riendas forjadas en condenas de oro, mientras que en la otra empuñaba su reluciente espada desenvainada. Todavía no se había puesto el yelmo de batalla, pero en su lugar lucía una corona con rubíes incrustados.

De vez en cuando, su figura irradiaba un sutil resplandor plateado que lo asemejaba a un auténtico dios de la guerra descendido de los cielos. Y quienes lo contemplaban se estremecían, porque entendían bien que la magnitud de su fuerza estaba a un grado que solo algunos elegidos alcanzaban.

El ejército combinado llegó a una montaña que solía servir como campamento previo a los enfrentamientos, un lugar estratégico que ofrecía tanto protección como una vista panorámica del Campo de Sangre. Los generales de ambos ejércitos comenzaron a dar órdenes para levantar las tiendas y preparar todo lo necesario para la noche que se avecinaba. En medio de la actividad frenética, cuando el sol comenzaba a ocultarse tras las cumbres de las montañas, ocurrió algo sorprendente.

 De repente, un torbellino de llamas se alzó ante ellos, arremolinándose y danzando en un aparente frenesí caótico. De su interior emergió una figura que encarnaba la majestuosidad y el poderío de una deidad. Elena Teia, la Archimaga de fuego, se manifestó ante sus tropas.

En esta ocasión, lucía una armadura diferente, mucho más ligera y con menos placas, pero cada una de ellas estaba finamente decorada con intrincados relieves. Esta indumentaria, diseñada para otorgarle mayor libertad de movimiento y facilitar el uso de sus poderes mágicos, envolvía su cuerpo femenino como un manto celestial. Además, como el artesano que la fabricó creía firmemente que la belleza es también un arma para las mujeres, toda su armadura estaba concebida para resaltar su figura voluptuosa y bien proporcionada, realzando sus curvas con un toque de sensualidad divina.

Elena Teia se manifiesta

Los ojos celestes de Elena brillaban con una determinación inquebrantable, mientras su largo cabello pelirrojo ondeaba al viento con un resplandor carmesí. Para aumentar su impacto, la Archimaga estaba conjurando una serie de llamas que emergían de su espalda como si fuesen alas de verdad, las cuales parecían danzar en armonía con su presencia, otorgándole una apariencia aún más sobrenatural.

Elena Teia flotaba en el aire, envuelta por un aura de fuego que irradiaba coraje y valentía. En su mano, sostenía con firmeza un cetro mágico de fuego, una herramienta imbuida con el poder mismo de la llama que obedecía sus deseos con un simple gesto. Su mirada, fría y orgullosa, traspasaba a quienes la contemplaban, dejándolos cautivados por su aura de lucha inquebrantable. Incluso aquellos que más se oponían a su gobierno no podían evitar reconocer lo impresionante y poderosa que se veía en aquel momento. Su mera presencia parecía ser suficiente para conducirlos a todos hacia la victoria.

- Queridísima Arconte Elena. - Saludó Ilo Tros bajándose del carro de guerra con una sonrisa calculadamente encantadora: - Es un honor tenerte a nuestro lado una vez más. Tu presencia en este campo de batalla llena de coraje a nuestros corazones y asegura nuestra victoria. ¡Que nuestros enemigos tiemblen ante la alianza entre Helénica e Ilión! -

Los ojos de Elena casi se fruncieron cuando escuchó la palabra “queridísima”, pero inmediatamente respondió con una sonrisa: - Aprecio tus palabras, Ilo Tros. Nuestra alianza es crucial en este momento, y confío en que juntos lograremos grandes cosas en el campo de batalla. - Se elevó un poco más en el aire para que todos los soldados pudiesen verla y se dirigió a ellos usando magia para potenciar su voz: - Muy pronto demostraremos al mundo el verdadero significado de la palabra poder. Unidos, somos un torbellino imparable que barrerá a nuestros enemigos. ¡Que cada corazón aquí presente arda con la determinación de alcanzar la victoria el día de mañana, para que nos convirtamos en los nuevos líderes de toda la Liga Etolia! -

Las tropas aplaudieron positivamente y los hoplitas golpearon sus escudos con orgullo. Las diferencias, rivalidades e incluso los recelos hacia la magia parecieron desaparecer. Cuando Elena Teia sirvió dos copas de oro con vino, ofreciéndole una a Ilo Tros para compartir una bebida, las aclamaciones fueron bastante intensas y se escucharon hasta el Monte Ida.

Durante todo ese tiempo, expresión de la Archimaga reflejaba una cordialidad impecable, por eso casi nadie se dio cuenta del significado oculto en sus palabras cuando le dijo a Ilo Tros: “Nuestra alianza es crucial en este momento” y “confío en que juntos lograremos grandes cosas en el campo de batalla”. Lo que realmente quería decir era: Te necesito por ahora... ¡pero más te vale demostrar tu utilidad en la batalla o serás descartado inmediatamente, idiota presumido!

Al aludido, en cambio, no se le escapó el matiz sutil detrás de las palabras de Elena. Sin embargo, Ilo Tros optó por mantener su sonrisa enigmática y fingió que todo estaba bien, mientras en su mente trazaba meticulosamente los planes para asegurarse de que, una vez obtenida la victoria al día siguiente, Elena Teia estaría a su merced.

Sin embargo, muy pronto ocurrió algo que obligó a ambos a dejar de lado su enfrentamiento de falsas cortesías. Desde el valle norte emergió una fuerza imponente, cuya presencia resonaba como el rugido de un titán en los corazones de sus enemigos. El ejército de Micénica avanzaba con determinación, con un paso firme y decidido que resonaba como el eco de un trueno en la distancia.

Lo primero que avistaron fue un batallón de quince mil hoplitas que se aproximaban con paso decidido. Sin embargo, era de conocimiento general que la mayoría de ellos eran en realidad guerreros de las fuerzas "aliadas" de Micénica, una coalición de Ciudades Estado subyugadas que luchaban junto a sus señores. Su principal propósito era servir como apoyo a la verdadera élite guerrera que los lideraba.

Los ojos de Elena Teia e Ilo Tros se dirigieron instintivamente hacia la vanguardia de aquel ejército: Tres mil Hoplitas Micénicos de pura sangre, todos envueltos en un aura de batalla de color blanco puro. Eran tan pocos, y sin embargo irradiaban una presencia imponente que parecía capaz de imponer respeto incluso a la naturaleza misma.

Es solo su reputación.” Se dijo Elena para tranquilizarse, pero no pudo reprimir un escalofrío inconsistente. Estaba contemplando por primera vez a los afamados micénicos, cuyo valor y destreza en combate eran legendarios. Los guerreros de los que todos los etolios oían hablar desde niños. Había algo en su forma de marchar que helaba la sangre de quienes los veían. Incluso el orgulloso Ilo Tros se quedó en silencio mientras los observaba, pese a que los separaban miles de metros.

Tras los hoplitas, venían varios escuadrones de arqueros y honderos que pertenecían a las ciudades cuyo estatus era aún más bajo, cayendo en la categoría de esclavos. Esto se apreciaba en el tipo de proyectiles que disparaban, fabricados con minerales mágicos casi en bruto obtenidos en las minas, los cuales eran bastante peligrosos y, sobre todo, tóxicos, motivo por el cual infligían daño tanto a sus enemigos como a ellos mismos.

El último grupo de infantería estaba compuesto por combatientes reclutados entre los más desfavorecidos de aquel pequeño, pero terrible, imperio de Micénica, que apenas tenían armadura o armamento sofisticado. Les tocaba pelear con lanzas improvisadas, escudos rudimentarios y dagas, apenas lo necesario para la lucha cuerpo a cuerpo. Aparentemente, eran tropas de escaramuzadores cuyo único deber en la batalla sería el de incordiar al enemigo y sembrar el caos en sus filas. Sin embargo, las "palomas", como eufemísticamente los llamaban los micénicos, tenían asignada una misión mucho más terrible y trágica.

Finalmente, en la retaguardia se podían llegar a vislumbrar a los siete mil jinetes bárbaros de la Tribu Vándala, liderados por el astuto caudillo Ládano, que galopaban con la fuerza de una tormenta. Este cuerpo de caballería eran la única fuerza mercenaria de aquel ejército.

En total, treinta y cinco mil guerreros marchaban bajo el estandarte de Micénica, una fuerza imparable que amenazaba con aplastar a cualquier adversario que se interpusiera en su camino hacia la victoria.

- ¡Sea pues! - Exclamó finalmente Ilo Tros, forzándose a hacer un gesto despectivo hacia el otro lado del Campo de Sangre, donde los micénicos ya estaban comenzando a levantar su propio campamento. - Ha llegado el momento de que Atreo sienta la ira de mi poder. El destino nos ha guiado hasta este punto, y mañana, bajo el sol ardiente, demostraremos quién es el verdadero amo de estas tierras. - Se volvió hacia Elena Teia y por primera vez le habló bruscamente, sin moderar su lenguaje: - Lo que prometiste está listo, ¿verdad? Ojalá no me decepciones, porque no toleraré ningún error en este momento crucial. -

Elena Teia levantó una ceja, pero no hizo ningún comentario y respondió con una sonrisa astuta: - Ya están aquí, pero quiero mantenerlos escondidos hasta el último momento. Cuando la batalla inicie y tú estés luchando para contener a Atreo, yo activaré los dispositivos y todo el ejército de Micénica colapsará. Puedes confiar en mí, Ilo. Después de todo, soy la única que puede manejar este tipo de magia. Otros quizá puedan fallar, pero yo nunca lo haré. - Y añadió con una mirada desafiante, que dejaba claro que no se dejaría intimidar: - Ni ante ti ni ante nadie. -

Tras pronunciar esas palabras, la Archimaga señaló hacia la retaguardia del ejército, donde un grupo de enormes bestias similares a paquidermos con rasgos reptilianos, conocidas como Dragones de Tierra, tiraban de seis extraños carruajes de gran tamaño. A su alrededor, un grupo de Alquimistas se aseguraba de que los artefactos estuvieran en perfecto estado.

- Mañana Micénica será destruida. - Continuó Elena Teia con una expresión de materia de hecho: - Es una simple cuestión de tiempo. -

Ilo Tros asintió y regresó a su campamento. Una vez a solas, aquella siniestra sonrisa suya desdibujó sus hermosos rasgos, acompañándolo hasta que finalmente se sumió en el sueño.

*****

Elena Teia se encaminó hacia las puertas de su tienda, donde aguardaba Patros, un guerrero hoplita de casi sesenta años, quien, a pesar de su edad, conservaba una vitalidad impresionante. Su madre originalmente venía de Micénica y aparentemente de ella heredó el rasgo de ser muy reservado en su comunicación, pero cuando las armas tenían que hablar, pocos eran capaces de igualarlo en habilidad.

Patros era uno de los pocos hombres en quienes Elena confiaba plenamente, pues había arriesgado su vida en innumerables ocasiones para protegerla durante su infancia. Fue contratado inicialmente como mercenario por su padre y luego como guardaespaldas, pero aquel guerrero desarrolló un vínculo muy especial con la joven de la casa Teia.

Aunque no estaba obligado, Patros dedicó tiempo a enseñarle muchas cosas a la pequeña Elena, desde manejar una espada hasta los asuntos militares de los que ella sintiese curiosidad. En muchos sentidos, Patros se había convertido en lo más parecido a figura paterna para Elena, brindándole no solo protección, sino también orientación y sabiduría. Pero además era un hombre lleno de recursos al que se podía acudir cuando uno necesitaba que algo estuviese bien hecho, por ese motivo y por sus profundos conocimientos militares, Elena Teia lo nombró general supremo en cuanto tomó el poder. Una decisión que fue recibida con mucho aprecio por la sociedad helénica, pues para entonces Patros ya tenía una elevada reputación como comandante.

Patros el Veterano

- Los hombres ya acabaron de llegar. - Dijo Patros en cuanto la vio, sin saludos innecesarios.

- ¿Estarán listos de acuerdo con nuestro plan de ataque? - Inquirió Elena directamente, aunque se permitió mostrar una sonrisa sincera.

- Lo estarán. - Respondió Patros con brevedad.

Ambos intercambiaron miradas, no se necesitaban muchas palabras entre ellos. Elena supo inmediatamente que Patros ya había resuelto todos los contratiempos de la marcha con la eficiencia que lo caracterizaba.

- Excelente. - Asintió Elena y luego añadió: - Quizá debería explicarte cómo funcionan las nuevas armas… -

- Sería inútil, no se le puede enseñar trucos nuevos a un perro tan viejo. - La interrumpió el veterano hoplita: - Solamente necesitas ordenar en dónde las quieres y yo me ocuparé de que estén ahí y veré que los alquimistas cumplan con su papel. Aunque si realmente quieres hablar al respecto, aquí hay una mente joven disponible. -

De entre las sombras emergió un hoplita bastante joven, de unos veinte o veintidós años, con todo su equipo de batalla, incluyendo el característico yelmo con forma cónica de los etolios, que cubría su rostro. A pesar de ello, Elena lo reconoció inmediatamente, o más bien adivinó de quién se trataba gracias al blasón dibujado en su escudo.

- Es tu hijo menor. -

 - Esta será la primera batalla de Aphros. - Explicó Patros señalándolo con una sonrisa e invitándolo a acercarse: - Ahora está un poco verde, pero tiene algo de inteligencia a diferencia de sus estúpidos hermanos. - Se volvió hacia su hijo: - Saluda. -

- Salve, Arconte Teia. - Dijo el joven, colocándose en una postura firme: - ¡Mi vida por la gloria de Helénica! -

- Salve. - Respondió Elena, asintiendo complacida al ver sus ojos honestos, sin malicia ni desdén.

- Cuando madure un poco, estoy planeando que sea mi reemplazo. - Explico el veterano.

- Patros… - Comenzó a replicar Elena, mirándolo con cierta tristeza.

- Estoy viejo, Arconte Teia. - Interrumpió el general con una sonrisa burlona: - Sé que no lo parezco, pero lo estoy. Para gobernar, necesitas tener a los mejores de tu lado y muy pronto yo ya no lo seré. -

- Ya veo. - Dijo Elena, sonriendo a pesar suyo: - Veamos cómo resulta si se desempeña bien mañana. -

Ambos hombres saludaron y se marcharon.

Elena suspiró tristemente por un momento nostálgico justo antes de ingresar. En el interior de su tienda había una cama elegante era una muestra de elegancia y funcionalidad cuidadosamente equilibradas. En el centro, un estandarte con el símbolo del Fénix se erguía con orgullo, ondeando suavemente al compás de la brisa que se colaba por las aberturas. Las telas de seda decorativas adornaban las paredes, aportando una nota de color y sofisticación al ambiente.

Una cama lujosa, aunque no excesivamente grande, ocupaba un rincón de la estancia. Estaba cubierta con sábanas de alta calidad y almohadas mullidas que invitaban al descanso.

El suelo estaba tapizado con pieles de animales, ofreciendo confort y calidez, además de un toque rústico que contrastaba con la elegancia del resto del entorno. Frente a la cama se destacaba un escritorio de roble pulido, adornado con intrincadas tallas que representaban escenas de batallas y mitología. Sobre él, pergaminos y mapas del terreno estaban meticulosamente organizados, listos para ser consultados en cualquier momento.

Un espejo lujoso con un marco de bronce dorado ocupaba un lugar destacado en una esquina de la estancia, reflejando la luz y añadiendo un toque de opulencia al ambiente. A su lado se encontraba sentado un esclavo joven, musculoso, con rasgos bastante atractivos y la piel acicalada con aceites aromáticos. Se llamaba Moros y siempre estaba atento para cumplir cualquier exigencia de su ama.

- Quítame la armadura. - Ordenó Elena Teia, chasqueando los dedos. Había traído consigo cuatro esclavas: dos para limpiarla y lavarle la ropa, una para peinarla y otra para maquillarla y arreglarle las uñas. Pero ahora no pensaba vestirse para un banquete.

Solo quería dormir después de aquella larguísima jornada.

- Entendido, ama. - Respondió el esclavo servilmente, y de inmediato comenzó a desatar las correas de la coraza y los broches del vestido con toda naturalidad.

Las prendas que cubrían su cuerpo cayeron al suelo y Elena Teia se quedó desnuda, excepto por una fina vestidura íntima que ocultaba su sexo. Al levantar los brazos para que Moros le pusiese la bata de seda que usaba como pijama, notó que los ojos del esclavo se fijaban un instante en sus pechos y luego se apartaban nerviosos.

Elena asintió para sí misma. Muchas mujeres de su familia se sirvieron de este hermoso esclavo, tanto para vestirse como para que las satisficiera en la cama cuando sus maridos no estaban. Incluso le constaba que uno de sus tíos más peculiares llegó a usarlo para complacerse todas las veces en que se quedó a dormir en su casa. Así que se podría decir que Moros era todo un veterano en todos los aspectos amatorios. Y, sin embargo, ahora se ruborizaba por verla a ella. ¿Qué mejor prueba había de que su belleza era superlativa?

La belleza es un arma para las mujeres… ¿No fue eso lo que dijo aquel armero?” Se dijo Elena, mientras recordaba al hombre que fabricó sus armaduras, mientras se dirigía hacia la cama: “Pues ahora mismo no puedo permitir que ninguna de mis espadas esté ociosa.

Sin querer, su mente se dirigió hacia la persona de Ilo Tros, quien en ese momento le resultaba repugnante, aunque lamentablemente lo necesitaba. Si los dioses no la hubiesen dotado de tanta belleza, ahora no podría utilizarlo para lograr sus fines. En ese sentido, el proverbio del artesano se cumplía. El problema residía en lo que sucedería luego.

Si todo sale como quiero mañana, ya no tendré que preocuparme por él. Pero si ocurre lo peor o si la situación política se me escapa de las manos… Quizá exista un escenario en el que no tenga más opción que entregarme a él completamente. ¡Aunque la sola idea de que me toque con sus manos me haga sentir deseos de arrancarme la piel!” Sintió un escalofrío de repulsión recorriendo su espina dorsal: “¡Cálmate! Debes ser pragmática, despiadada y aprovechar todo lo que puedas para lograr tus objetivos. ¡Fuera del poder, todo no es más que una ilusión!

Acostada en su lecho, Elena miró disimuladamente a Moros. Hasta ese momento había estado reservando su castidad para maximizar su valor político, pero si llegaba el día en que tuviera que abrir las piernas para el bastardo de Ilo Tros, quizás debería permitirse disfrutar antes. Elena empezó a sentir un calor creciente en el vientre. Todo lo que tenía que hacer era ordenarlo, y el experimentado esclavo atendería todos sus deseos. Moros era apuesto, con un cuerpo musculoso y unos dedos que sabían ser suaves para acariciar y fuertes para dar masajes. Además, era callado y obediente. Sobre todo, era alguien a quien podía convertir en cenizas con tan solo un chasquido de sus dedos en el momento en que lo desease. ¿Qué más podía pedir ella para su primera noche de pasión?

Algo distinto…” se respondió a sí misma, mientras desterraba aquella idea y cerraba los ojos para dormir. “Mejor dicho, alguien distinto.

Lo que Elena deseaba para su primera noche era un hombre que no acudiera solícito solamente porque ella chasqueara los dedos, que no obedeciera todas sus órdenes y la besara y acariciara justo donde y cuando ella quería. No, anhelaba en su lecho algo inesperado, algo sorprendente.

Y tal vez no solo en su lecho, sino también en su vida.

¡Basta! Ya no eres una niña que pueda tener fantasías estúpidas sobre enamorarse” Se regañó mientras sacudía fuertemente la cabeza para detener el tren de pensamiento que acababa de formar y se recordó a sí misma con firmeza: "Lo que necesitas es un esposo débil al que puedas manipular para gobernar Helénica sin tener muchos problemas. Si no queda más remedio, podrías concebir un hijo con él para gobernar en su lugar, hasta que finalmente alcances el rango de Maga Divina. Entonces, el resto ya no importará.

Una vez que pariese a su primer hijo, podría tener todos los amantes que quisiese. Quizá incluso un compañero de cama frecuente. Pero jamás un auténtico marido. Jamás un “igual”. Si se casaba con un hombre poderoso como ella, éste querría ser el tirano de Helénica, manejar la política de la ciudad y encerrarla en el telar. Básicamente lo mismo que deseaba hacer Ilo Tros.

Elena Teia se acomodó entre las sábanas, buscando una posición más cómoda. Para ella, las palabras "madre" y "esposa" carecían de significado, una lección que aprendió en su juventud. Se había jurado a sí misma que nunca caería en esa trampa. Si alguna vez llegaba a tener un hijo, serían otros quienes se encargarían de cuidarlo, de ocuparse de ese niño que no deseaba en absoluto, pero que quizás necesitaría para mantener su soberanía sobre Helénica cuando llegara el momento de asesinar... cuando su esposo muriera.

Elena descansando 

En cuanto a volverse la mujer de un hombre y dedicarse a él… ¿había algo más ridículo? Aunque aún no había alcanzado los veinte años, había llegado a comprender una verdad innegable: la necedad gobernaba el mundo. Por eso las mujeres se pasaban la mayor parte de su vida pariendo hijos para los hombres. Para colmo, cuando sus maridos se hacían tan viejos e inútiles que ni su compañía ni su amistad les interesaban a los demás, eran sus esposas quienes se encargaban de atenderlos y limpiarles las babas y el trasero en sus últimos años.

¡Que no contaran con ella para eso! Tal vez algún día tuviera que entregar su cuerpo a un hombre por conveniencia política, pero jamás les entregaría su corazón.

Elena sintió que el sueño finalmente se apoderaba de ella: “En ningún lugar encontraré a un hombre que me entienda, al que pueda amar y que al mismo tiempo sea un confiable aliado en mi búsqueda de poder.” Se recordó a sí misma con firmeza: “¡Soy diferente de todos ellos! ¡Soy especial!” Por eso todos la deseaban como un trofeo. Pero no permitiría que nadie la despreciara. Sabía que creían que la estaban usando, y dejaría que lo creyeran.

Sin embargo, al final, sería ella quien los usaría.

¡Se los demostraré a todos! ¡Aunque tenga que quedarme sola el resto de mi vida... ¡Prefiero morir antes que someterme!

*****

Mientras tanto, en el Monte Ida

- Vamos a morir... ¡Todos vamos a morir! -

- ¡Ahí está el ejército de Micénica y al otro lado los de Helénica e Ilión! ¡Estamos condenados! -

- ¡La entrada al desfiladero está bloqueada! ¡Ya no hay escapatoria! -

- ¡¿Qué hacemos?! ¡¿Qué hacemos?! -

- ¡No lo sé! ¡¿Qué podemos hacer?! -

- ¡¿Tal vez aceptarán que nos rindamos?! -

- ¡No seas estúpido, nadie captura esclavos antes de una batalla! ¡Si bajamos ahora nos harán matar a todos como a ganado! -

- Pero entonces… ¡¿Qué hacemos?! -

- ¡Y yo cómo mierda voy a saberlo! -

Las voces de desesperación inundaban el aire mientras el caos se apoderaba de las Legiones V y VI. Pero entonces Bryan, el Procónsul al mando de aquellos hombres, avanzó con paso firme en medio del barullo.

- ¡¿Hasta cuándo van a seguir chillando como prostitutas asustadas?! - Bramó potenciando su voz con magia para hacerse oír: - ¡Guarden silencio de una vez! -

Algunos miraron con incredulidad al Procónsul y estaban a punto de protestar, pero entonces vieron cómo este señalaba hacia el Campo de Sangre con una mano, mientras que con la otra hacía el gesto de estar escuchando algo.

Este curioso comportamiento capturó la atención de todos los presentes, quienes, por un momento, olvidaron sus quejas para observar con atención lo que su líder estaba haciendo. Un silencio tenso se apoderó del lugar, interrumpido únicamente por el sonido de algo que se deslizaba entre los árboles, como el susurro del viento entre las hojas.

Poco después, una extraña energía, palpable pero invisible, pareció atravesar la multitud como un campo magnético, provocando que cada uno de los presentes se estremeciera con su presencia. Todos intercambiaron miradas de asombro y sorpresa, porque no podían explicar lo que estaban experimentando.

- Esas son barreras de detección. - Explicó Bryan, proyectando su voz para que todos pudieran escucharlo claramente: - Parece que, aunque la Liga Etolia no sea fanática de la magia, tienen artefactos para explorar el terreno. Dudo que tengan el poder suficiente para encontrarnos a esta distancia de sus campamentos, pero si seguimos haciendo tanto ruido, podrían percatarse de nuestra presencia. Así que, por todos los dioses, dejen de gritar. -

Sus palabras fueron recibidas con un murmullo de asentimientos nerviosos por parte de los hombres, quienes comprendieron la importancia de mantenerse discretos en aquella situación. Sin embargo, algunos miraron a su alrededor con cierta ansiedad, conscientes de la delicada posición en la que se encontraban.

- Pero entonces… - Aventuró uno de los legionarios con un atisbo de esperanza ante la posibilidad de que el Procónsul tuviera un plan que les permitiera escapar: - ¿Cómo podemos salir de aquí, mi general? -

- Es bastante simple. - Respondió Bryan con una sonrisa tranquilizadora, y por un momento los corazones de todos se llenaron de alegría… solo para ser aplastados con su siguiente declaración: - Solamente tienen que derrotar a esos tres ejércitos de ahí abajo. ¡Regocíjense, legionarios de Itálica! ¡Van a tener el honor de enfrentarse a tantos dignos adversarios! -

- ¡…! -

Mientras absorbían las palabras del Procónsul, los legionarios sintieron que alguien les clavaba un puñal helado en el corazón. Unos intercambiaban miradas llenas de incredulidad, otros dejaban escapar gemidos cargados de resignación, y algunos simplemente se quedaban petrificados, incapaces de procesar la magnitud del peligro en el que se encontraban.

El miedo se apoderaba lentamente de ellos, como una sombra ominosa que se extendía por todo el bosque que los ocultaba. Algunos comenzaron a temblar incontrolablemente, incapaces de contener la histeria que amenazaba con consumirlos. Otros, con los ojos desorbitados, buscaban desesperadamente una salida, cualquier salida, de esta pesadilla que se cernía sobre ellos.

Las voces que habían estado llenando el aire ahora se desvanecían en un murmullo de pánico y desesperación. Algunos sollozaban en silencio, mientras que otros gritaban obscenidades y maldiciones al cielo. Otros murmuraban oraciones o realizaban signos religiosos, como si esperaran que algún poder divino los salvara de su destino inevitable.

El Procónsul observaba la escena con calma, consciente de que llevar a estos hombres hasta el borde del abismo era un paso indispensable para forjarlos en el fragor de la batalla. Pero incluso él podía sentir la tensión en el aire, el miedo palpable que amenazaba con desgarrar el espíritu de sus hombres.

Marcio se le acercó disimuladamente y le susurró con un ligero temblor en la voz: - ¿En serio haremos esto, Procónsul? -

- ¿Confías en mí, Marcio? - Preguntó Bryan sin volverse a mirarlo.

¡Por supuesto! - Respondió el veterano Tribuno, con total seguridad. - Fui yo quien vino a buscarte cuando no tenía ningún otro lugar en el que refugiarme con mi esposa. ¡Te seguiré hasta cualquier final! -

- Entonces, sólo hay una respuesta a tu pregunta. - Contestó Bryan sonriendo.

- Tienes que estar bromeando. - Intervino Jaime Luccar, quien finalmente se había recuperado de la impresión. Estaba apretando los puños con fuerza y gotas de sangre resbalaban hasta el suelo, porque se había lastimado las manos mientras intentaba excavar una salida hacia el desfiladero. El Primer Centurión de la VI ahora miraba a Bryan con un odio nada disimulado mientras les espetaba con furia: - ¡Deja de decir tonterías! -

- ¡Es cierto! - Intervino César Germánico. - ¡Ya fue suficiente de bromas! - Señaló hacia el Campo de Sangre: - ¡Es imposible que podamos vencer si nos enfrentamos a esa fuerza! ¡Tienes que sacarnos de aquí! -

- Ya estamos completamente atrapados. No hay forma de "sacarnos de aquí" - Respondió Bryan con una mirada despiadada y luego añadió dirigiéndose a todas las legiones que lo observaban con expresiones aterradas: - Si queremos sobrevivir, sólo nos queda luchar. -

- ¿Luchar? ¿Contra las potencias más grandes de la Liga Etolia? - Murmuró Sexto Rufo sin poder creerlo y con los ojos desenfocados, como si pensase que estaba soñando.

Cayo Valerio también tragó saliva. Era un hombre valiente, pero incluso él sentía que su cuerpo estaba temblando por el pánico. En ese momento recordó las palabras de Bryan: “…bebamos todos juntos por Cayo Valerio, Primer Centurión de la V legión de Itálica, por todos nosotros… y por la conquista de Etolia.

- Así que realmente hablaba en serio… - Murmuró con una sonrisa irónica.

- ¡¿Quieres ir directamente contra ellos?! - Exclamó Jaime Luccar de un modo histérico mientras negaba con la cabeza: - ¡Nos has traído a un lugar en el que estamos completamente acorralados! -

- No solo eso, el enemigo son los ejércitos de Helénica, Ilión… ¡Y esos monstruos de Micénica! - Añadió César Germánico. - ¡Esos son adversarios mucho más poderosos que todos los que hemos enfrentado alguna vez! ¡Es imposible ganar! -

- Exactamente. - Asintió Bryan, y entonces sonrió desafiante: - Sería un auténtico milagro que saliésemos victoriosos. -

- Mi general… - Intervino Druso, tratando de darle a entender que estaba tensando demasiado la cuerda de la cordura con aquellos hombres.

Pero Bryan no se detuvo y continuó: - Ustedes son las Legiones Malditas, que han sido desterradas hasta que los enemigos de Itálica en Valderán sean derrotados. Ahí abajo están esos enemigos “imposibles de vencer”. ¡Pero solamente logrando lo imposible es que tendrán la oportunidad de volver a ser reconocidos como hombres de verdad! -

- ¡Loco! ¡Eres un maldito loco! - Maldijo Jaime Luccar: - ¡No solamente eres un líder inútil, sino que nos has condenado a todos! - Llevó una mano hacia la empuñadura de su espada con un movimiento frenético: - ¡Deberíamos haberte matado desde el principio…! -

El gesto hizo que los Tribunos y varios legionarios se adelantasen para tratar de detener a Jaime Luccar o apoyarlo. Sin embargo, antes de que ninguno pudiese acabar de dar un paso, vieron que Bryan desenvainaba con una velocidad pasmosa y creyeron que asesinaría ahí mismo al insolente centurión. Jaime Luccar incluso dio un paso atrás, incapaz de creer lo rápido que el Procónsul era capaz de reaccionar.

Pero lo que ocurrió a continuación, los dejó a todos completamente impactados. En lugar de atacar, Bryan lanzó su propia espada al aire, haciendo que esta girase, y entonces la atrapó por la punta, acercándole la empuñadura a un confundido Jaime Luccar, que no entendía lo que sucedía, como si se la estuviese ofreciendo.

Todos los caminos por los que podrían escapar están completamente bloqueados. Y mañana, cuando el sol llegue al mediodía, la sombra de la montaña desaparecerá, exponiendo nuestra ubicación, sin importar cuánto intenten ocultarse. Entonces tendrán que pelear, quieran o no. - Proclamó Bryan sin dejar de sonreír. Luego, barrió a todos con la mirada y anunció con un tono desafiante: - Si hay alguno entre ustedes que cree poder ganar esta batalla sin mí, no duden en tratar de matarme. ¡Adelante, les prometo que no pienso defenderme! -

Un silencio mortal se extendió entre las legiones, pero ahora con un motivo diferente. Frente a ellos estaba aquel general que se enfrentó por sí solo a aquellos cientos de bárbaros y emergió victorioso. El mismo que los había llevado hasta ese lugar, sabiendo que quedarían atrapados. Pero ahora los miraba a todos con una seguridad que parecía irremisible. Todos se daban cuenta de que no estaba bromeando.

- No olviden esto, legionarios. - Continuó Bryan sin la menor vacilación: - Desde que yo me volví su general, solo tienen dos opciones: ¡O viven conmigo o mueren sin mí! -

"¡O viven conmigo o mueren sin mí! "

Nota del Traductor

Hola amigos, soy acabcor de Perú y hoy es miércoles 6 de marzo del 2024.

¿Te imaginas un mundo sin libros de fantasía épica? ¡Yo tampoco! Por eso, te invito a ser un héroe literario y hacer una donación en mis cuentas de Patreon, BCP o Yape, así puedo continuar escribiendo para traerles esta entretenida historia.

La primera parte que vemos desde la perspectiva de Jaime Luccar fue la que más disfruté escribiendo. La idea era iniciar generando tensión al lector haciéndole creer que estaba a punto de ocurrir un atentado contra Druso. ¡Y encima justo cuando estaba aliviando la vejiga! En realidad, ya había sembrado antes la idea de que algo así podía suceder en una historia que Trunks contó a los aventureros de Odiseo luego de matar a la gorgona, acerca de un personaje apodado "el afortunado" que precisamente recibió el sobrenombre por haber sido atacado justo cuando defecaba y tenía que defenderse con una mano mientras trataba de sostener sus pantalones con la otra; era una referencia a la frase: "¡Se caga de suerte!”.

Naturalmente, toda esta puesta en escena sirve para generar aún más impacto ante el descubrimiento de que las legiones están en el llamado 'Campo de Sangre'. Incluso la imagen que escogí para la representación fue cuidadosamente preparada para incrementar este efecto. Realmente este tipo de cosas al final como una especie de agregado, pero dado lo mucho que me costó preparar juegos de imágenes de este capítulo creo que corresponde mencionarlo aquí. Bien está parcialmente hecha con inteligencia artificial, la verdad es que esto sólo es un 40%, el resto es un trabajo riguroso armado Photoshop que me tomó bastantes horas, ya que quería que quedase lo más perfecto posible.

En cambio, la imagen del propio Campo de Sangre fue mucho más sencilla, casi tanto como escribir su lore, que ya tenía preparado de antemano en la cabeza. Recuerden que ya había modificado la forma de los ingredientes que el protagonista le pide a Phoebe en el Libro III y necesitaba que en algún momento apareciesen los lugares de donde los sacaron. Lo que sí fue muy complicado fue crear el mapa, en el cual vengo trabajando desde hace más de un mes, mientras escribía los capítulos de Lisa y su duelo con Filipo. Quería que quedase perfecto y para conseguirlo tuve que crear 2 mapas diferentes en la página de “Inkarnate” y luego superponerlos en Photoshop para corregir los defectos, todo eso mientras escribía los capítulos de la Larga Marcha. Al final estaba tan agotado que decidí simplemente enrojecer el Campo con una iluminación diferente, porque no tenía plantillas ni recursos para hacerlo en la página (no sin pagar, al menos).

Lo divertido de esto es que el mismo día que lo terminé, un lector me preguntó si podría hacer un mapa del mundo en donde ocurre la historia. Naturalmente yo mismo haría el mismo pedido si estuviese en su lugar. ¡Esto no es ninguna crítica o queja! Solo quiero que imaginen la divertida expresión de consternación que habré puesto en aquel momento mientras me imaginaba la tarea inmensa de generar un mapamundi cuando he sufrido tanto para este pequeño detalle. Lo peor de todo es que no tengo una idea clara yo mismo, porque no recuerdo cada uno de los lugares que he mencionado ni la forma que podrían tener. Si alguien quiere ayudarme con sugerencias para abordar la monumental tarea de comenzar a crear este mapa del mundo, teniendo en cuenta que hay muchos lugares que aún tengo que poner y no tengo idea de dónde los pondré… ¡Bienvenido sea!

La parte más sencilla de todas fue describir a los ejércitos llegando. He sido profesor de historia durante mucho tiempo y estoy más que acostumbrado a describir la sensación de un ejército de los días antiguos. Si a eso le sumamos mi propia experiencia personal como soldado, pues en realidad no fue tan complicado. Lo que sí me tomó tiempo fue decidir exactamente cómo se presentarían Elena Teia e Ilo Tros. La razón por la que dudaba tenía que ver con el hecho del pacto que los caballeros tienen con bestias legendarias. Ya agregué como trasfondo para los etolios que estos prefieren la lucha cuerpo a cuerpo y que no tienen mucha caballería. Además, la bestia legendaria de clase jabalí de Ilión no se ha manifestado en muchos siglos. Pero de todas formas parecía necesario o por lo menos apropiado darle algún tipo de montura y por eso elegí un carruaje con muchos caballos que naturalmente no son completamente normales.

En cuanto a Elena, me pareció apropiada una gran entrada repentina bastante vistosa. ¿Qué mejor que aparecer en medio de un torbellino de fuego? Encima generé aquella imagen bastante genial, que por cierto me costó bastante conseguir y luego que tuve que arreglar sus manos en Photoshop porque no había forma de que hiciese bien los dedos. Cuando terminé, recordé que debería agregarle un cetro y otra “Ala hecha de fuego”, pero me pareció que ya estaba bien de esa forma.

El Veterano Patros lo agregué por motivos de equilibrio. Al principio, quería que Elena fuera un personaje que lo hiciera todo ella sola, porque al ser una genio podía liderar a pesar del rechazo que generaba. Pero como ella es el personaje humano femenino más joven, aparte de Lisa, consideré que tenía que darle aliados para justificar con algo más que inteligencia su permanencia en el poder. Y me pareció divertido que el hombre de confianza de Elena fuera el más típico y estoico modelo masculino. El motivo de esto fue una conferencia de psicología a la que tuve el placer de ser invitado y justo el tema tratado era el severo caso de violencia doméstica que viene en aumento desde el siglo XX. Irónicamente, se ha llegado a la conclusión de que una de las causas es el cambio en la educación de los hombres para hacerlos más sumisos y menos violentos.

Aparentemente, durante el desarrollo psicológico de los hombres es muy importante que aprendan a ser violentos. Sé que puede sonar como una locura, pero está basado en las últimas investigaciones serias. Para que el hombre pueda ser pacífico, primero tiene que aprender a ser violento; luego puede aprender a elegir controlar esa violencia. Si lo piensan bien, tiene sentido: uno solamente puede ser "pacífico" si primero ha aprendido a pelear y luego elige no hacerlo. Ahí su pacifismo es una virtud. Pero si un joven que no sabe pelear, es débil física y emocionalmente, elige una vida sin confrontación, no está siendo "pacífico"; está siendo un superviviente. Su pacifismo no es una virtud, sino una consecuencia circunstancial.

Y cuando un hombre entiende que puede ser violento y aprende a elegir controlarlo, puede emplear toda esa energía en aspectos positivos, como su trabajo, la protección de su familia, la toma de decisiones en momentos de gran tensión, etc.

Pero en los últimos años, se ha modificado la educación para que los hombres sean 'betas' desde el colegio. '¡Disciplina!', '¡Pórtate como hombre!', '¡Los hombres no lloran!', etc. Todas esas frases que ya no se dicen porque se creía que reforzaban roles de género eran, en realidad, conceptos que tenían que ver con el desarrollo emocional. Los hombres de ahora ya no saben lo violentos que pueden ser y tampoco saben controlarlo. Por eso últimamente hay tantos que reaccionan violentamente en momentos de gran tensión.

Nuevamente, la sabiduría educativa acumulada durante miles de años resulta ser más útil que toda la psicología progresista diseñada hace 40 años. Así que ya saben, eduquen a sus hijos hombres para ser machos viriles, no 'betas'. Porque si no, ellos van a sufrir y quizá hagan sufrir a otros.

Volviendo al capítulo, Patros es precisamente un macho viril que de forma natural asumió el papel de protector de Elena. Y esto es muy importante porque Elena debería ser un monstruo completamente loco luego de lo que ha vivido, pero se mantiene cuerda y bondadosa a pesar de la corta edad en la que sufrió su trauma. Esta estabilidad emocional no puede ser únicamente su naturaleza, sino que necesitaba algún tipo de figura paterna y ese papel lo cumple Patros, que precisamente tiene como nombre una variante de la palabra griega 'Patéras', que significa 'Padre'. El nombre de su hijo tiene otro significado, pero no lo revelaré por ahora.

La escena en el interior de la Tienda de Elena es importante porque aporta más a su personalidad. Ya sabíamos que era competitiva y también vemos que tiene muchos problemas para reconciliar varios aspectos de su naturaleza femenina. Pero para esto hay que analizar el texto por partes.

Al principio vemos cómo Elena se relaciona con el esclavo Morón, al que prácticamente ve como una cosa que puede usar y descartar a placer. Esto naturalmente tiene que ver con el escenario del mundo y, sí, por si alguien aún lo duda, el esclavo realmente ha tenido que tener relaciones tanto con mujeres como con hombres de forma regular. Sé que en los animes existe una especie de fijación por el concepto del 'Esclavo Sexual', pero tal cosa no existió nunca en la realidad. Con esto me refiero a que todos los esclavos podían ser violados por sus amos, podían ser torturados y asesinados sin ninguna consecuencia. Un caballo tenía más derechos que un esclavo. Nunca hubo algo así como una categoría de esclavo destinado exclusivamente a ser el amante de su amo.

Aun así, existían casos de esclavos que conseguían ganarse el cariño de sus amos romanos hasta el punto de ser liberados tras la muerte de estos, obteniendo la ciudadanía e incluso recibiendo una gran herencia tras la muerte de su amo. Pero no era una costumbre o norma establecida. Además, solo era un pequeño porcentaje de afortunados. La mayoría de los esclavos en Roma terminaban muriendo horriblemente trabajando en minería o construcción.

De modo que el pobre Morón debió estar dispuesto a hacer todo tipo de “servicios” para la familia de sus amos y la mayoría involucró toda suerte de humillaciones. Aún así, es cierto que debe tener experiencia en las artes amatorias y por eso el que se ruborice al ver los pechos de Elena nos habla de la gran belleza de esta joven.

Entonces vemos dos aspectos del personaje: Por un lado, su mente avanzada le permite procesar el hecho de que su belleza es un arma que puede utilizar para lograr sus objetivos. Pero al mismo tiempo le repugna la idea del escenario en el que tenga que acostarse con Ilo Tros.

Por un lado, ve su cuerpo como una moneda de cambio, pero por otro lado, su espíritu indomable no desea llegar a ese punto y está en conflicto.

¿Porqué? Porque Elena tiene 17 años, no hay que olvidar eso. En realidad, tendría que ser más joven considerando el mundo en el que viven, pero me pareció que eso sería demasiado incoherente, porque entonces no tendría sentido que alguien la encontrase tan atractiva, por muy bonita que sea. Eso quizá funcione en el Anime, pero eso es porque ahí no importa la edad que tengan: Todo el mundo parece tener un físico de entre 21 y 28 años.  

Pero volviendo a Elena. Ella es una genio, lo que significa que su mente está muy desarrollada para alguien de su edad y por eso piensa al nivel de una persona de 30, pero el demérito de esto es que ella es muy inmadura emocionalmente, así que siente como una niña. A eso hay que sumarle que está viviendo tardíamente el despertar de su sexualidad por todo lo que sufrió con su madre. Por eso la conclusión de este primer debate interno es que ella considera la posibilidad de tener relaciones sexuales con Moros.

Pero, si lo analizan con atención, en el motivo que la lleva a considerarlo, es la seguridad: Puede matar al esclavo cuando ella quiera y es imposible que él la lastime.

Luego descarta la idea porque desea a alguien “diferente” y sus sentimientos buscan todo lo contrario a la seguridad. Ella desea un romance con alguien completamente impredecible. Resulta que no le gustan los hombres que son “solícitos”, peor al mismo tiempo tiene miedo de que un marido dominante la convierta a ella en alguien sumisa.

Y eso la lleva a otro debate contradictorio: Por un lado, Elena siente que no quiere tener hijos porque ve la maternidad como algo malo por culpa de lo que sufrió con su madre. Todos los argumentos que ella plantea luego son sólo una justificación que ella misma hace de este sentimiento. Pero por lógica sabe que tener uno puede ayudarla a cumplir su objetivo de volverse una Maga Divina más fácilmente.

Al final, Elena siempre elige la seguridad de lo conocido: No involucrarse sentimentalmente y asumir la soledad.

Qué personaje más simple dentro de su propia complejidad: Elena realmente detesta la soledad y desea involucrarse sentimentalmente con los demás; pero no tiene idea de cómo hacerlo sin ponerse en riesgo (trauma), así que elige un camino de vida que ella sabe que la hará infeliz, aunque tiene la ventaja de que comprende cómo funciona esta ruta de las intrigas y el uso del poder.

Elena confunde “poder” con “aprecio” + “seguridad”. Todo su ser está completamente enfocado en obtener poder absoluto con el que nadie pueda cuestionarla y sólo entonces se permitirá abrirse a la posibilidad de una relación… ¿A quién les recuerda?

En realidad, Elena es como Bryan, solo que, a la inversa. Porque él pasó por un proceso similar. Él era un hombre de más de 30 años, pero que en el fondo tenía el desarrollo emocional de un mocoso de 11 por su estilo de vida. De la nada es atrapado por Chu Can Lan y usado en un ritual espantoso en el que termina muriendo y transmigrando al cuerpo de un esclavo, volviéndose menos que una cosa.

Él no vivió la traición directamente, pero a través de la impresión de los recuerdos del Bryan original sintió el dolor de ser vendido como esclavo por sus tíos y también decidió usar la Esencia Mágica para escalar a cualquier costo, sin importar lo que tuviese que hacer.

Su cuerpo físico recuerda un Trauma y su mente transmigrada recuerda otro. El desarrollo de Bryan habría sido parecido al de Elena en su aspecto radical, de no ser por la intervención del niño misterioso, que le hizo replantearse sobre la naturaleza del poder que tiene en su interior.

Lo cual nos lleva a la última parte, la más poderosa de todas. Quería romper completamente el ritmo introduciendo la escena de Bryan, la cual es más fuerte porque describimos primero el poder de las ciudades estado, especialmente Micénica. ¡Y tienen que derrotar a los tres ejércitos!

Toda esa escena está inspirada en un episodio de la primera temporada del anime Code Geass en la que el protagonista hace algo muy parecido: Llevar a sus tropas inexpertas a una montaña en las que serán rodeados por un poderoso ejército enemigo al que tienen que derrotar. Espero sinceramente que les haya gustado esa corta pero significativa intervención del protagonista, así como el dialogo privado con Marcio en el que finalmente su lealtad supera la última prueba.

La imagen que generé me llevó varios días crearla con la IA y requirió mucha edición en Photoshop para ajustar el rostro y los puños, que originalmente salieron muy pequeños. Al menos conseguí darle ese fondo de luz de luna mezclado con el inminente amanecer y el entorno de bosque montañoso.

Pero déjame saber tu opinión en los comentarios: ¿Qué te pareció la forma en que se revela la verdadera ubicación de los personajes en este capítulo? ¿Cómo te hizo sentir la desesperación de Jaime Luccar al darse cuenta de la situación en la que se encuentran? ¿Qué te pareció la descripción del Monte Ida y del Campo de Sangre? ¿Te parece interesante cómo la geografía y el terreno influyen en las tácticas de batalla de los personajes? ¿Qué te pareció la descripción de los ejércitos de Helénica, Ilión y Micénica en este capítulo? ¿Cuál fue tu impresión sobre la presentación de Elena Teia y su interacción con Ilo Tros? ¿Qué opinas sobre la relación entre Elena Teia y Patros? ¿Qué impresión te causa el personaje de Moros? ¿Cuál es tu percepción sobre las reflexiones de Elena Teia acerca del poder, la belleza y las relaciones personales? ¿Qué opinas sobre la reacción de Bryan ante la desesperación de sus hombres? ¿Crees que su forma de liderar es efectiva o demasiado arriesgada? ¿Cómo te afectó la tensión y el miedo descritos entre las Legiones V y VI ante la perspectiva de enfrentarse a los ejércitos enemigos? ¿Qué piensas sobre la actitud desafiante de Bryan al final del capítulo? ¿Lo percibes como un líder valiente y decidido, o más bien como alguien imprudente y peligroso para sus propios hombres?

Antes de irme, tengo que hacer un triste anuncio: Ocurrió una emergencia por la que debo partir en un francamente tedioso y sobre todo incomodísimo viaje al sur del país durante varios días, así que no podré escribir el capítulo siguiente a tiempo. El proceso de escribir requiere tiempo, inspiración y sobre todo tranquilidad, algo que nunca tendré durante mi viaje. Espero poder regresar lo más pronto posible para seguir trabajando, pero les pido que me perdonen si el próximo miércoles no consigo publicar el capítulo. La buena noticia es que debería poder solucionar acabar todo en este único viaje.

Bueno, si les gustó este capítulo, por favor, no dejen de hacer donaciones en mi cuenta de Patreon, cuyos enlaces están aquí abajo o en mi cuenta del banco BCP y mi número de Yape, que ya colgué en el Grupo de Facebook. En verdad, cada aporte es invaluable para mí. También pueden señalar cualquier error de ortografía o de contexto que se me haya escapado. Y, por supuesto, compartir esta historia en sus redes sociales, con amigos y conocidos, para atraer a más lectores.

¡Nos vemos en el siguiente capítulo!