13. Compasión

La compasión es la facultad de todo ser humano de sentirse cerca del otro, entenderlo y aliviar su dolor. Es el deseo profundo de liberar el sufrimiento que ata a las personas en su desarrollo y evolución.

La compasión es un proceso que surge en respuesta al sufrimiento o malestar. Comienza con el reconocimiento del sufrimiento para luego dar paso a pensamientos de empatía y sentimientos de calidez y amor por quien sufre. Esto a su vez motiva el deseo de aliviar el sufrimiento del otro o de uno mismo.

LA VIRTUD DE LA COMPASIÓN

La compasión es una virtud muy familiar, tan familiar que nos puede resultar difícil definirla.

Sentimos compasión ante un niño pordiosero, ante un anciano enfermo, ante la noticia de un secuestro, ante la soledad de una esposa o de un esposo abandonado.

Sentimos compasión a todas las edades: el niño percibe cuándo sus abuelos o sus padres están tristes y busca consolarlos. El joven siente pena al ver sufrir a quienes ama, o a personas que encuentra por la calle. El adulto capta y participa en el dolor de otros, niños, jóvenes o adultos. El anciano acoge con gratitud la compasión que recibe, y sabe también ofrecer su cercanía a quienes sufren a su lado.

Nos damos cuenta de que la compasión no se limita a un sentimiento. Va mucho más adentro, porque permite unirnos y participar, de corazón a corazón, con el sufrimiento de alguien, cercano o lejano, que tiene nuestra misma humanidad, que necesita la ayuda del consuelo.

Intentemos definir esta virtud. Compasión significa sufrir con el otro, participar en el dolor ajeno con el sentimiento y con una actitud del alma que nos lleva a acompañar, a consolar, a remediar los males de la persona hacia la que sentimos compasión.

Porque tenemos compasión, somos capaces de colocarnos en el lugar del otro y preguntarnos: ¿qué necesitaría, qué pediría yo si estuviese en esa situación? Si doy la respuesta justa, descubriré que tengo que ponerme a trabajar: el dolor físico o moral de alguien ha entrado en mi corazón y me impulsa a hacer algo para aliviar sus penas.

En el pasado (también en el presente) ha habido quienes consideraron la compasión como una virtud pobre, despreciables, para personas frágiles. Los estoicos, por ejemplo, creían que dejarse llevar por la compasión era un signo de debilidad, de flaqueza. Un autor estoico dijo que la misericordia era un defecto, y que tener compasión no era algo propio de los sabios. Kant tampoco apreciaba mucho la compasión, pues pensaba que un hombre se “rebajaba” si escogía actuar según un sentimiento de afecto hacia el otro en vez de seguir la férrea ley del deber.

Aristóteles, en cambio, apreciaba mucho la compasión: la veía como una virtud muy importante para la vida del ser humano. Señaló, además, uno de sus motivos más frecuentes: sentimos compasión hacia quien padece un mal penoso porque pensamos que también puede ocurrirnos algo parecido a nosotros o a nuestros familiares.

Junto a los filósofos, también las religiones hablan de esta virtud. Los cristianos basan la compasión en el ejemplo de Jesucristo, a quien ven lleno de ternura y de cariño hacia los enfermos, los pobres, los pecadores. Cristo mismo enseñó cómo vivir esta virtud con una parábola magnífica, la del Buen Samaritano, que encontramos en el capítulo 10 del evangelio de san Lucas.

En el camino de nuestra vida habremos encontrado personas compasivas. A muchos viene a la mente el ejemplo de la Madre Teresa de Calcuta. Ve a un hombre carcomido por la enfermedad y la pobreza. Siente el olor de su carne herida y sucia, percibe el peligro de un contagio, nota que la muerte llegará pronto.

Madre Teresa no se detenía al ver tanta miseria. Su compasión la llevaba a descubrir, bajo un manojo de carne y huesos, a un ser humano necesitado de ayuda, de cariño, de consuelo. Lo recogía de la calle, lo llevaba a un dispensario, lo abrazaba con ternura, lo curaba y nutría, lo acompañaba hasta la llegada de la muerte. Madre Teresa, como tantos miles y miles de hombres y mujeres de buena voluntad, era simplemente compasión en marcha.

En concreto, ¿cómo se vive la compasión? Hay que empezar en casa: percibir los dolores, problemas y angustias de quienes están a nuestro lado; acercarnos a ellos con una simpatía profunda que les permita sentirse acompañados y apoyados en sus dificultades.

Luego, hay que saber aplicar la compasión en el trabajo. Si uno tiene alguna responsabilidad directiva, buscará comprender a quienes tiene que dar órdenes. Si uno es un empleado, tratará a sus compañeros no sólo con respeto, sino con una intuición fina que sabe percibir si tienen necesidad de algo.

La compasión nos abre incluso más lejos: hacia los extraños. Ese niño que nos mira con ansiedad junto al semáforo. Esa anciana que tiene miedo de cruzar la calle si nadie la acompaña. Ese enfermo que está sólo en un hospital y que sentirá una dicha insuperable si tiene a alguien que le acaricie la mano y le hable al corazón...

Con un alma abierta y una voluntad decidida, la compasión nos llevará a ofrecer un poco de bondad y de dulzura a tantas personas que podemos encontrar a lo largo del camino de la vida.

13.1. Compartir el dolor del prójimo

El hambre desolaba la ciudad de Damasco... Ninguna lluvia caía del cielo sobre la seca tierra, los árboles se morían en los vergeles, las fuentes se agotaban, los bosques ya no tenían ni hojas ni frutos, las colinas estaban sin pasto y sin pájaros y los hombres se veían, por lo tanto, obligados a comer langostas.

En medio de esta general desolación, hallé a uno de mis amigos, gran personaje lleno de honores y poseedor de una fortuna inmensa. Sin embargo, ya no conservaba más que los huesos y la piel, por lo que hube de manifestarle mi sorpresa: “¿Qué accidente — le dije — te ha puesto en un estado tan lamentable?

Y me respondió encolerizado:

— ¿No ves qué azote destruye la comarca? La miseria ha llegado a su apogeo; el cielo no deja caer la lluvia y la queja de los hombres no puede subir hasta el cielo

Yo le contesté:

— ¿Por qué te apuras? Tú eres rico y no puedes, como los demás, morir en la miseria. La cerceta no se preocupa de la inundación.

Mi amigo me dirigió entonces una mirada de lástima semejante a la que se dirige a los ignorantes.

— El hombre de corazón — me dijo — no permanece en la orilla cuando sus compañeros son arrastrados por la corriente; no es el hambre lo que hunde mis mejillas y da a mi frente el color del marfil: es la angustia por aquellos a quienes la miseria consume. El sabio teme más el sufrimiento de los demás que el suyo propio y el hombre bueno debe siempre compartir el dolor de su prójimo. Cuando contemplo a mí alrededor a tantos desgraciados que perecen de hambre y de sed, tengo horror a los alimentos como se tiene horror al veneno.

Un jardín lleno de luz y de pájaros pierde todo su encanto, al pensar en el amigo que gime en una prisión húmeda y negra.

Saadi

Temas: Compasión, bondad, solidaridad.

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13.2. El león y el ratón

Un día un gran león dormía al sol. Un pequeño ratón tropezó con su zarpa y lo despertó. El gran león iba a engullirlo cuando el pequeño ratón gritó:

— Oh, por favor, déjame ir. Algún día puedo ayudarte.

El león rió ante la idea de que el pequeño ratón pudiera ayudarle, pero tenía buen corazón y lo dejó en libertad.

Poco después el león quedó atrapado en una red. Tiró y rasgó con todas sus fuerzas pero las cuerdas eran demasiado fuertes. Dio un potente rugido. El ratón le oyó y corrió hacia ese lugar.

— Tranquilo, querido león, yo te pondré en libertad. Roeré las cuerdas. Con sus afilados dientes, el ratón cortó las cuerdas y el león se salvó de la red.

— Una vez te reíste de mí —dijo el ratón—. Creías que yo era demasiado pequeño para ayudarte. Pero, como ves, debes la vida a un pequeño y humilde ratón.

Esopo.

Temas: Bondad, compañerismo, solidaridad, servicialidad.

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13.3. Auténtico milagro

En Cartas a los hombres — de J. Urteaga — se nos cuenta una bonita historia de un niño deforme, al que los mimos de los padres han facilitado un egoísmo bien arraigado. Poco a poco se había convertido en un auténtico tirano. Pero un día sobrevino el milagro; así es la narración.

«Un día el chico decidió que le llevaran a Lourdes; quiere que la Virgen le cure. Si pido con fe mi curación — dice — me curará. ¿Verdad, madre?

Nuevos sacrificios de los padres hacen posible el viaje a Lourdes. La madre tiene miedo de que el milagro no se realice. Fue ella la que le acompañó. El egoísmo del hijo salta a borbotones a todas horas haciendo insoportable el viaje.

En Lourdes, ante la gruta, se renuevan los temores. El convencimiento del muchacho es grande: si él lo pide, la Virgen le curará. La madre teme la reacción del hijo si la curación no se realiza. Reza y llora.

Pasa el Santísimo. Los ojos de la madre van de un lado para otro hasta que se fijan en Dios y en el cuerpo contrahecho de su hijo. El sacerdote se ha detenido con la Custodia frente al enfermo. Dios bendice al pequeño. Los ojos de la madre se han cerrado en una oración. Los ojos del hijo se han abierto.

Continúa la procesión. El sacerdote que lleva al Santí¬simo Sacramento se ha alejado. La madre se inclina sobre su pequeño, le besa y le dice al oído:

— ¿Le has pedido la curación, hijo?

Y el pequeño, con una alegría desconocida en él:

— No, madre. Mira a ese niño, ¡qué cabezón tiene! He pedido que le cure a él, que está más necesitado.

La madre, con lágrimas en los ojos, se arrodilló junto a la camilla para dar gracias por el milagro.


Temas: Enfermedad, egoísmo, compasión.

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13.4. ¡Ahora somos cincuenta y dos!

Ocurrió durante la pasada segunda guerra mundial, cuando los ejércitos alemanes se encontraban en Italia. En la madrugada del 15 de septiembre de 1942, cinco de estos soldados aparecieron muertos junto a la ciudad de Frani, víctimas de algunos exaltados nativos que se sentían indignados por aquella ocupación militar.

Pero la represalia ordenada por el comandante alemán fue escalofriante: por cada uno de los suyos habían de morir diez italianos de Frani, fusilados irremisiblemente aquella misma tarde.

Las cincuenta víctimas fueron escogidas al azar, casi todos padres de familia, entre los principales de la ciudad.

En cuanto el Obispo de Frani conoce sentencia tan dolorosa, póstrase en oración ante la imagen del Corazón de Jesús, pidiéndole que salve a los cincuenta inocentes, y en seguida, acompañado por su secretario particular, se presenta al jefe alemán, rogándole que revoque su decisión. Emplea las palabras más persuasivas, el tono más conmovedor. Nada consigue. Se arrodilla ante él. Todo es inútil. El militar se le muestra cortés; pero repite impasible:

— ¡La guerra es la guerra!

Al atardecer, los cincuenta están a las afueras de la población, formando fila, ante los soldados alemanes, que tienen sus metralletas preparadas para disparar.

Pero de nuevo se presenta allí el Obispo de Frani, y pide clemencia al comandante, arrodillándose ante él. Este se esfuerza por mantenerse firme en su propósito; le dice que se retire, que nada conseguirá, que “la guerra es la guerra”.

— ¡Una última súplica! —clama el Obispo—. ¡Matadme a mí, si es precisa una represalia; pero dejad a éstos, que son inocentes!

Tampoco accede el comandante. Entonces el prelado, sin atender más a éste, corre a la fila de los sentenciados; grita a los soldados que esperen un momento, y, siempre acompañado por su secretario que participa en su misma heroica caridad, recorre la fila de los cincuenta, los abraza y absuelve uno por uno; luego se planta entre ellos y grita a los soldados:

— Si queréis, disparad: ahora... ¡somos cincuenta dos!

Los soldados, bajo la impresión de un heroísmo sublime, están inmóviles. Miran a su jefe, que parece también sobrecogido y no atina con la orden de disparar. Da la orden contraria: que los soldados bajen las armas y se retiren, mientras los rehenes regresan sanos y salvos a sus casas de Frani.

Si habían oído clamar al militar extranjero: «La guerra es la guerra», ahora, mirando a su Obispo, podían considerar: “El amor es el amor”. ¡Y el amor —una vez más — ha vencido a la guerra!

Temas: Guerra, amor, sacrificio, compasión.

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13.5. Universitarios solidarios

Trescientos jóvenes universitarios de Málaga, divididos en treinta grupos, se han comprometido a financiar algunos proyectos de desarrollo en el Tercer Mundo por un valor de cincuenta millones de pesetas. El proyecto está coordinado por el Consejo Misionero Diocesano, Manos Unidas y la Escuela Universitaria de Trabajo Social. Algunos de los objetivos son: construcción de un centro de formación profesional en India, una escuela agraria en Zaire y un centro de asistencia en Kenia. Los universitarios plantean recaudar fondos mediante la venta de objetos usados, la organización de actos culturales y recreativos, etc.

Mundo Negro, noviembre de 1986


Temas: Solidaridad, compromiso, servicialidad.

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13.6. Yo he pagado por mi hermano

El general Dentz, acompañado de un ayudante y un doctor, pasaba revista a los heridos, en un hospital de Siria, durante la pasada guerra mundial

Quedó sorprendido ante el cuadro que se ofrecía a sus ojos en una de las salas dedicadas a heridos graves.

Tendido en el lecho estaba un soldado con la cara vendada, víctima de una explosión de obús, que también le había destrozado el brazo izquierdo. Justamente se le podían ver los ojos, cuyo brillo se apagaba poco a poco. Y junto a su cama, estaba de pie un hombre, con las manos atadas y dos soldados que le custodiaban. ¿Qué había ocurrido?

Mientras el soldado luchaba como un valiente en defensa de su patria, aquel hombre había intentado hacer contrabando de tabaco, pasando de una frontera a otra... ¡Y aquel hombre era hermano del soldado herido!

Cuando le cogieron y le condenaron a un campo de concentración, oyó la noticia de que su hermano había caído víctima de la explosión. Pidió con suma angustia que le dejaran verle y, tal vez, despedirse hasta la eternidad. Se le concedió este favor, y ahí estaba de pie, el contrabandista, junto al héroe derribado.

Cuando lo vio el general Dentz, preguntó qué hacía aquel hombre detenido entre los soldados, ante la cama de un herido.

Le contaron lo sucedido, y se hizo un momento de silencio, pues ni el mismo general sabía que decidir. Miraba a los ojos del herido en los que aparecía una expresión de súplica; y miraba también al contrabandista, que tenía la cabeza inclinada hacia el suelo, como bajo el peso de la propia vergüenza y el dolor por la muerte de su hermano.

Pero fue el mismo herido quien sacó a todos de aquella situación comprometida. Con la mano derecha, que le quedaba libre y con los mismos ojos, hizo ademán de querer escribir. La enfermera le acercó un cuaderno de notas y un lápiz, como lo había hecho otras veces, cuando advertía que el herido deseaba pedir algo.

Lo que ahora pidió aquel soldado conmovió a todos. Con una letra temblorosa y hasta dejando sobre el papel huellas de su frío sudor, escribió así:

— Mi general, yo he pagado por mi hermano.

Luego, extendiendo el papel, procuró que el general lo tomara. Leyó este aquellas palabras, primero en silencio para sí solo, después en voz alta para todos. En seguida se dirigió a los soldados que sujetaban al hombre preso, y les dijo con palabras que reflejaban su emoción interior:

— Puesto que su hermano ha pagado por él, podéis dejarle libre.

La orden quedó cumplida inmediatamente. Entonces, el contrabandista se acercó a su hermano y le besó. Luego se dirigió al general y le habló así:

— Ya que mi hermano pagó por mí, perdiendo la vida, yo me ofrezco a ocupar su puesto. Le pido, mi general, que me admita como el último de sus soldados. Quedó admitido y cumplió su deber como valiente.


Temas: Redención, perdón, justicia.

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13.7. Delito en el barrio de Queens

Kitty Genovese, una camarera de 28 años, volvía a casa después del trabajo, a lo largo de una calle del barrio "Queens". En un momento dado, dos maleantes le impiden el paso. Mientras uno trataba de robarle el portamonedas, el otro la inmovilizaba. En su portamonedas Kitty tenía el jornal de la semana de trabajo. Gritó, pidió auxilio, trató de librarse y de defenderse. En la acera, junto a ella, continuaba pasando gente. Algunos se detuvieron a mirar con las manos en los bolsillos.

Los dos granujas echaron a la mujer por tierra y, uno de ellos, encolerizado porque la mujer continuaba gritando, tomó el cuchillo y se lo hundió en el pecho repetidas veces. Agonizando la joven, continuaba dando gritos de: "¡Auxilio, Socorro!" El público se había reunido alrededor. Minutos más tarde, atraídos por la aglomeración de gente, llegaron dos policías en los momentos en que Kitty Genovese moría.

De la investigación de la policía resultó que "al menos treinta y ocho personas" se quedaron mirando sin mover ni siquiera un dedo. Otras pasaron a lo largo de la acera junto a la cual la joven era asesinada, como si nada estuviera pasando.

Fueron detenidos e interrogados

— ¿Por qué no habéis ayudado a aquella pobre mujer?

He aquí las respuestas más significativas:

— Interviniendo en tales casos siempre hay peligro de comprometerse.

— La policía está para ello.

— Tenía otras preocupaciones.

— ¿Por qué debo inmiscuirme? No quiero represiones, procesos, testimonios, etc.

— No quiero implicarme en las cosas de los otros.

— No conocía a esa mujer.

Es un episodio que nos hace estremecer: no tanto el asesinato de esa pobre mujer (semejantes delitos, desgraciadamente, han acaecido siempre y acaecerán todavía), sino el desfile de esas treinta y ocho personas con las manos en los bolsillos, con el cigarro en la boca, sin mover un dedo, sobre la misma acera en que una pobre e indefensa mujer era asesinada, a muy pocos pasos de ellos.

¿No parece releer, modernizada y empeorada, la pará¬bola del samaritano? "Un hombre asaltado por los bandidos. Pasó un individuo, y siguió caminando. Pasó un segun¬do, y volvió su rostro...", pero en la parábola de Jesús el tercero se detuvo, y lo curó. Aquí pasaron treinta y ocho y ninguno se detuvo.

T. Bosco y C. Fiore

Temas: Compromiso, solidaridad, servicialidad, socorro.

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13.8. ¿Por qué me sumé a la huelga?

Nunca sospeché las repercusiones que esta huelga iba a tener en mi vida. Todo empezó… ¿Quién sabe qué día?

Un domingo, una buena amiga, me habló de unos hombres que llevaban una semana en huelga de hambre para reclamar un aumento en la cantidad y en la calidad de la cooperación española con los países del Tercer Mundo: el famoso 0,7% del PIB.

¡Menuda idea! — pensé yo —. Sin duda un grupo de locos idealistas que se van a dejar la salud intentando alcanzar la luna. Hay métodos más eficaces. Siempre hay otros métodos… ¿pero cuáles?

La realidad es clara: ante la injusta desgracia que sufren tres cuartas partes de la humanidad no vale cerrar los ojos. Hay que hacer algo y de manera urgente.

Doscientos millones de personas morirán de hambre en los próximos siete años. Cuarenta mil niños y niñas se están muriendo cada día, hoy mismo, cuando la tierra produce un 10% más de lo que puede consumir. Poblaciones enteras se ven obligadas a emigrar a países extraños. Surgen continuos enfrentamientos raciales…

Las palabras están gastadas; los números están gastados. Sólo sirven para alejar, a fuerza de repetirse, la aterradora injusticia que reina en el planeta.

No me hizo falta demasiado tiempo para darme cuenta de que son necesarias posturas radicales. Entiendo que, a fuerza de repetirme aquello de que hay que ser coherente, comprendí que debía quedarme con ellos. Ese mismo día me uní a la huelga de hambre.

Estas semanas han sido el mejor regalo que esos millones de desconocidos podían darme.

Aprendí más sobre mí mismo de lo que podía haber imaginado.

Lo primero fue desterrar los miedos. Acababa de poner un límite a mi vida; si las cosas no iban bien, todo terminaría en poco más de un mes. Con 23 años mides la vida por las posibilidades que te ofrece el futuro. Los numerosos proyectos, sueños, ilusiones que, como todos, había hecho, quedaron suspendidos de un hilo. Aquí surgió la mayor dificultad: ¿merecía la pena?

Allí no era sino un número; en vez de seis huelguistas, serían siete. Quedaban a un lado mi nombre y mis motivaciones personales, y pasaba a ser uno más. Pensé en lo que había en juego, y seguía repitiendo si valía la pena. Si me fuera, ¿cambiaría algo? Sin mí quedarían seis, o cinco, o cuatro… o ninguno. Ahora estábamos siete, u ocho, o nueve… cada uno de nosotros era imprescindible.

Aunque no creo que existieran personas más diferentes que nosotros, nos unía a todos la lucha por conseguir el mismo objetivo. Esto fue más que suficiente para mantenernos verdaderamente cerca unos de otros. Distintas edades, creencias, diferentes modos de concebir la vida, pero el mismo amor por el hombre.

Desde lo más hondo salió la necesidad de vivir plenamente cada día, cada hora, y hoy mejor que mañana, porque posiblemente estaría más cansado; las fuerzas se van perdiendo.

Descubrí que el mensaje de Cristo sólo tenía sentido cuando das la vida por Él; entonces el evangelio cobra un nuevo significado. Intuyes que la utopía existe en un lugar: en el corazón y en la mente de quien la persigue.

Hace algunos días que la huelga terminó. Pensé que, después de todo esto, volvería a la vida cotidiana, mi familia, mis estudios, mis amigos. Pero han cambiado demasiadas cosas para continuar como antes. Han nacido nuevas ganas de vivir, nuevas ilusiones y, sobre todo, nueva esperanza. En el fondo de cada hombre hay algo que merece la pena, y es necesario sacarlo a la luz lo antes posible. Hay muchas vidas que dependen de ello.

Ángel Asunsolo del Barco

Temas: Solidaridad, entrega, sacrificio.

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13.9. ¿Cuándo acaba la noche?

Un rabino reunió a sus alumnos y preguntó:

— ¿Cómo es que sabemos el momento exacto en que termina la noche y comienza el día?

— Cuando, de lejos, somos capaces de diferenciar una oveja de un cachorro — dijo un niño.

El rabino no quedó satisfecho con la respuesta.

— La verdad —dijo otro alumno— sabemos que ya es de día cuando podemos distinguir, a la distancia, un olivo de una higuera.

— No es una buena definición.

— ¿Cuál es la respuesta, entonces? —preguntaron los pequeños.

Y el rabino dijo:

— Cuando miras a un hombre al rostro y reconoces a él a un hermano; cuando miras a la cara de una mujer y reconoces en ella una hermana. Si no eres capaz de esto, entonces sea la hora que sea, aún es de noche.


Temas: Dignidad, amor, respeto.

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13.10. El gorrión y la liebre

Un malvado gorrión le decía a una liebre que había sido apresada por un águila: 

— ¿No eres tú tan rápida que, cuando un perro logra cogerte, lo acarician y halagan por haber corrido tanto? Pues anda, corre ahora, ¿Qué es lo que te detiene?

De esta manera le hablaba el gorrión a la liebre, cuando llegó volando un gavilán y lo apresó. El gorrión comenzó a chillar y pedir auxilio, y dijo la liebre: 

— Lo tienes bien merecido. Antes, cuando me viste presa en las garras del águila, me insultabas y te burlabas de mí, ¿cómo te metes en los asuntos de los demás, si no sabes mirar primero por ti?

F. M. de Samaniego (adaptación)

Temas: Solidaridad, compromiso, compasión.

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CITAS, PROBERVIOS Y REFRANES

“La compasión es el más santo y puro de los amores”. Fernán Caballero

“Pocas veces me habéis comprendido y pocas os comprendí. Sólo cuando nos encontramos en el fango nos comprendemos enseguida”. H. Heine

“Se tiene menos necesidades cuanto más se sienten las ajenas”. D. Lessing

“El mayor consuelo en la desgracia es encontrar corazones compasivos”. Menandro

“En lo necesario, unidad; en la duda, libertad; y en todo, comprensión”. San Agustín

“Una aspiración nunca satisfecha es tener a alguien que nos comprenda a fondo; alguien a quien se pueda decir todo”. Ugo Betti

“Sólo es posible actuar inteligentemente si se intenta comprender los pensamientos y sentimientos de nuestro oponente, como si viéramos el mundo con sus ojos”. Albert Einstein

“Sencillo es desde fuera dar consejo a los que sufren”. Esquilo

“Nada puede ser más amargo que no ser comprendido”. Henrik Ibsen

“¿Queréis condenar a un hombre a la desesperación? Haced que nadie le guarde consideración”. William James

“El placer más noble es el júbilo de comprender”. Leonardo da Vinci

“Tratemos de ver con el corazón”. Franz List

“Sólo es capaz de comprender todo, el que es capaz de amarlo todo”. Gregorio Marañón

“Las palabras contraponen a los hombres; la acción y el silencio son los mejores medios de comprensión”. André Maurois

“Todo lo que no se comprende, envenena”. Eugenio D´Ors

“El hombre siempre está dispuesto a negar todo aquello que no comprende”. Blaise Pascal

“No hay cosa más dificultosa de hallar que palabras proporcionadas a un gran dolor”. Séneca

“La paz no puede mantenerse por la fuerza; sólo se puede lograr mediante la comprensión”. Albert Einstein

“Todo lo que nos irrita de otros nos puede llevar a una comprensión de nosotros mismos”. Carl Jung

“No entiendes realmente algo a menos que puedas explicárselo a tu abuela”. Albert Einstein

“Solo con el corazón se puede ver claramente. Lo esencial es invisible para los ojos”. Antoine de Saint-Exupéry

“Todas las verdades son fáciles de entender una vez que se descubren; el punto es descubrirlas”. Galileo Galilei

“Tu dolor es la ruptura de la cáscara que encierra tu comprensión”. Khalil Gibran

“Es mejor entender un poco que no entender mucho”. Anatole France

“Cualquier tonto puede saber. El punto es entender”. Albert Einstein

“No me gusta ese hombre. Tengo que llegar a conocerlo mejor”. A. Lincoln

“La conversación enriquece el entendimiento, pero la soledad es la escuela del genio”. Edward Gibbon

“Estudiar lo anormal es la mejor forma de entender lo normal”. W. James.

“No te encuentras a ti mismo hasta que encaras la verdad”. Pearl Bailey

“Siempre se admira lo que no se entiende realmente”. Blaise Pascal

“La vida sólo puede ser comprendida hacia atrás; pero debe ser vivida mirando hacia adelante”. Søren Kierkegaard

“El comienzo de la comprensión es el descubrimiento de algo que no entendemos”.  Frank Herbert

“La comprensión es el primer paso a la aceptación, y sólo con aceptación puede haber recuperación”. J. K. Rowling

“Los que saben, hacen. Los que entienden, enseñan”. Aristóteles

“Mucho aprendizaje no enseña comprensión”. Heráclito

“La ira y la intolerancia son los enemigos de la comprensión correcta”. Gandhi

“Si no lo puedes explicar de forma simple, no lo entiendes suficientemente bien”. Albert Einstein

“Moriré de viejo y no seré capaz de comprender al animal bípedo llamado hombre, cada individuo es una versión distinta de su especie”. Miguel de Cervantes Saavedra

“Cuando comprendes que la felicidad es una recompensa y no una meta, comienzas a vivirla”. Antoine de Saint-Exupery

“Comprender que existen más puntos de vista además del propio es el principio de la sabiduría”. Thomas Cambell

“Cualquier necio puede criticar, condenar y quejarse, pero se necesita carácter y autocontrol para comprender y perdonar”. Dale Carnegie

“La actividad furiosa no es sustituta de la comprensión”. H.H Williams

“Cuanto más claramente te entiendes a ti mismo y a tus emociones, más te vuelves un amante de lo que eres”. Baruch Spinoza

“La gente me entiende tan mal que ni si quiera entienden mi queja de que no me entiendan”. Soren Kierkegaard

“El placer más noble es la alegría de la comprensión”. Leonardo da Vinci

“La vida es el primer regalo, el amor es el segundo, y la comprensión el tercero”. Marge Piercy

“Ni la vida de un individuo, ni la historia de una sociedad puede entenderse sin comprender ambas”. C. Wright Mills

“Nunca entiendes realmente a una persona hasta que consideras las cosas desde su punto de vista”. Harper Lee

“No vemos las cosas como son. Las vemos como somos nosotros”. Talmud

“El hombre de entendimiento encuentra todo risible”. J. W. Goethe

“Si vamos a vivir juntos en paz, debemos conocernos mejor”. L. Johnson

“Una persona inteligente nunca tiene miedo o vergüenza de encontrar errores en su comprensión de las cosas”. Bryant H. McGill

“Nadie sabe lo que puede hacer hasta que lo intenta”. Publilius Syrus

“No quiero la paz que sobrepasa todo entendimiento, quiero la comprensión que trae paz”. Helen Keller

“El hombre superior entiende lo que es correcto; el hombre inferior entiende lo que va a vender”. Confucio

“No aprendemos por ensayo y éxito, aprendemos por ensayo y error”. 

“Las rosas tienen espinas, pero las espinas vienen con rosas. Aprender a comprender esta realidad es la clave de la vida”. Anónimo

“Cuando la humanidad comprenda que el dinero es sólo un obrero y no el dueño de nuestra vida, avanzaremos como civilización”. Anónimo

“Para conocer bien a alguien no necesitas comprender todas sus palabras, sino saber interpretar sus silencios”. Anónimo

“Los niños comprenden intuitivamente que aunque las historias son irrealistas, no son falsas”. Bruno Bettelheim

“No se trata de oír, sino de escuchar. No se trata de ver, sino de observar. No se trata de entender, se trata de comprender”. Anónimo

“Quien no comprende el significado de una mirada, será incapaz también de comprender una larga explicación”. Proverbio árabe

“Para comprender el corazón y la mente de una persona, no te fijes en lo que ha hecho, sino en lo que aspira a hacer”. Khalil Gibran

“El hombre siempre está más que dispuesto a negar todo aquello que a las primeras no comprende”. Blaise Pascal

“En toda relación con una persona, si no se dedica el tiempo necesario para aprender a comprenderla, se pierden las cosas más bellas”. R.Goldston

“Lo único que nos impedirá comprender el mañana serán nuestras dudas de hoy”. Franklin D. Roosevelt

“El amor es una amistad que se ha prendido en fuego. Es comprensión silenciosa, es confianza mutua, es compartir y perdonar. Es lealtad en los buenos y malos momentos”. Ann Landers

“Existe la alegría en el trabajo. No existe la felicidad sino cuando comprendemos que hemos logrado algo”. Henry Ford

“Debo conquistar la mentira con la verdad. Y para resistir la mentira, debo soportar todo el sufrimiento”. Mahatma Gandhi

“La paz no se puede mantener usando la fuerza; solamente puede conseguirse mediante la comprensión”. Albert Einstein

“El desarrollo del lenguaje es parte del desarrollo de la personalidad, ya que es la forma más natural de expresar los pensamientos y establecer un entendimiento entre las personas”. María Montessori

“Sé paciente y comprensivo. La vida es muy corta como para ser vengativo o malicioso”. Phillips Brooks

“Comprende culturas diferentes a la tuya. En la medida en la que aumentes tu comprensión por otras culturas, tu comprensión de ti mismo y de tu propia cultura aumentará espontáneamente”. Tom Freston

“Cuando realmente escuchas a otra persona desde su punto de vista, y les devuelves esa comprensión, es como si le estuvieras dando oxígeno emocional”. Stephen Covey

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