La Divina comedia
Dante Alighieri
Dante Alighieri
Infierno - Cantos del 21 al 25
Diálogo con el diablo
La bolgia de los estafadores
1. Si, de un puente a otro, y hablando de cosas que mi comedia no se cuida de referir, fuimos avanzando y llegamos a lo alto del quinto, donde nos detuvimos para ver la otra hondonada de Malebolge y otras vanas lágrimas, y la vi maravillosamente obscura. Así como en el arsenal de los venecianos hierve en el invierno la pez tenaz, destinada a reparar los buques averiados que no pueden navegar, y al mismo tiempo que uno construye su embarcación, otro calafatea los costados de la que ha hecho ya muchos viajes; otro recorre la proa, otro la popa; quién hace remos; quién retuerce las cuerdas; quiénes, por fin, reparan el palo de mesana y el mayor; de igual suerte, y no por medio del fuego, sino por la voluntad divina, hervía allá abajo una resina espesa, que se pegaba a la orilla por todas partes. Yo la veía, pero sin percibir en ella más que las burbujas que producía el hervor, hinchándose toda y volviendo a caer desplomada. Mientras la contemplaba fijamente, mi Guía me atrajo hacia sí desde el sitio en que me encontraba, diciéndome: "Ten cuidado, ten cuidado." Entonces me volví como el hombre que ansía ver aquello de que le conviene huir, y a quien asalta un temor tan grande y repentino, que ni para mirar detiene su fuga; y vi detrás de nosotros un negro diablo, que venía corriendo por el puente. ¡Oh! ¡Cuán feroz era su aspecto, y qué amenazador me parecía con sus alas abiertas y sus ligeros pies! Sobre sus hombros, altos y angulosos, llevaba a cuestas un pecador, a quien tenía agarrado por ambos jarretes. Desde nuestro puente dijo:
— ¡Oh! Malebranche, ved aquí uno de los ancianos de Santa Zita: ponedle debajo; que yo me vuelvo otra vez a aquella tierra, que está tan bien provista de ellos. Allí todos son bribones, excepto Bonturo; y por dinero, de un "no" hacen un "ita."
Le arrojó abajo, y se volvió por la dura roca tan de prisa, que jamás ha habido mastín suelto que haya perseguido a un ladrón con tanta ligereza. El pecador se hundió y volvió a subir hecho un arco; pero los demonios, que estaban resguardados por el puente, gritaban:
— Aquí no está el Santo Rostro; aquí se nada de diferente modo que en el Serchio. Si no quieres probar nuestros garfios, no salgas de la pez.
Después le pincharon con más de cien harpones, diciéndole:
— Es forzoso que bailes aquí a cubierto, de modo que, si puedes, prevariques ocultamente.
No de otra suerte hacen los cocineros que sus marmitones sumerjan en la
caldera las viandas por medio de grandes tenedores, para que no sobrenaden.
— A fin de que no adviertan que estás aquí — me dijo el buen Maestro —, ocúltate detrás de una roca, que te sirva de abrigo; y aunque se me haga alguna ofensa, no temas nada; pues ya conozco estas cosas por haber estado otra vez entre estas almas venales.
En seguida pasó al otro lado del puente, y cuando llegó a la sexta orilla, tuvo necesidad de mostrar su intrepidez. Con el furor y el ímpetu con que salen los perros tras el pobre que de pronto pide limosna donde se detiene, así salieron los demonios de debajo del puente, volviendo todos contra él sus harpones; pero les gritó:
— Que ninguno de vosotros se atreva. Antes que me punce vuestra orquilla, adelántese uno que me oiga, y después medite si debe perdonarme.
Todos gritaron:
— Vé, Malacoda.
Por lo cual uno de ellos se puso en marcha, mientras los otros permanecían quietos, y se adelantó diciendo:
— ¿Qué te podrá salvar de nuestras garras?
— ¿Crees tú, Malacoda, que a no ser por la voluntad divina y por tener el destino propicio — dijo mi Maestro —, me hubieras visto llegar aquí, sano y salvo, a pesar de todas vuestras armas? Déjame pasar, porque en el cielo quieren que enseñe a otro este camino salvaje.
Entonces quedó tan abatido el orgullo del demonio, que dejó caer el arpón a sus plantas, y dijo a los otros:
— Que no se le haga daño.
Y mi guía a mí:
— ¡Oh tú, que estás agazapado tras de las rocas del puente! Ya puedes llegar a mí con toda seguridad.
Entonces eché a andar, y me acerqué a él con prontitud; pero los diablos avanzaron, de modo que yo temí que no observaran lo pactado: así vi temblar en otro tiempo a los que por capitulación salían de Caprona, viéndose entre tantos enemigos. Me acerqué cuanto pude a mi Guía, y no separaba mis ojos del rostro de aquéllos, que no era nada bueno. Bajaban ellos sus garfios, y: "¿Quiéres que le pinche en la rabadilla?," decía uno de ellos a los otros. Y respondían: "Sí, sí clávale." Pero aquel demonio, que estaba conversando con mi Guía, se volvió de repente, y gritó: "Quieto, quieto, Scarmiglione."
Después nos dijo:
— Por este escollo no podréis ir más lejos, pues el sexto arco yace destrozado en el fondo. Si os place ir más adelante, seguid esta costa escarpada: cerca veréis otro escollo por el que podréis pasar. Ayer, cinco horas más tarde que en este momento, se cumplieron mil doscientos sesenta y seis años desde que se rompió aquí el camino. Voy a enviar hacia allá varios de los míos para que observen si algún condenado procura sacar la cabeza al aire: id con ellos, que no os harán daño.
— Adelante, Alichino y Calcabrina — empezó a decir —; y tú también, Cagnazzo; Barbariccia guiará a los diez. Vengan además Libicocco, y Draghignazzo; Ciriatto, el de los grandes colmillos, y Graffiacane, y Farfarello, y el loco de Rubicantondad en torno de la pez hirviente: éstos deben llegar salvos hasta el otro escollo, que atraviesa enteramente sobre la fosa.
— ¡Oh Maestro! ¿Qué es lo que veo? — dije —; si conoces el camino, vamos sin escolta; yo, por mí, no la solicito. Si eres tan prudente como de costumbre, ¿no ves que rechinan los dientes, y se hacen guiños que nos amenazan algún mal?
— No quiero que te espantes — me contestó —; deja que rechinen los dientes a su gusto. Si lo hacen, es por los desgraciados que están hirviendo.
Se pusieron en camino por la margen izquierda; pero cada uno de aquéllos de antemano se habían mordido la lengua en señal de inteligencia con su jefe, y éste se sirvió de su ano a guisa de trompeta.
RESUMEN
En el quinto compartimento, se castiga a los delincuentes que negociaron cargos públicos o robaron a sus amos. Se sumergen en alquitrán hirviendo. Los dos Poetas son testigos de la tortura de un tramposo de Luquã por obra de un demonio. Virgilio domina a los demonios que querían avanzar contra ellos. Virgil y Dante, escoltados por una banda de demonios, toman el camino a lo largo del terraplén.
VOCABULARIO
Aflicción:
COMENTARIO por Franco Nembrini
El camino
Demonios peleando
Diablos y estafadores
1. He visto alguna vez a la caballería levantar el campo, empezar el combate, pasar revista, y a veces batirse en retirada; he visto ¡oh, aretinos! hacer excursiones por vuestra tierra y saquearla; he visto luchar en los torneos y correr en las justas, ya al sonido de las trompetas, ya al de las campanas, al ruido de los tambores, con las señales de los castillos, y con todo el aparato nacional y extranjero; pero lo que no he visto nunca es que tan extraño instrumento de viento haya indicado la marcha a jinetes ni peones; jamás, ni en la tierra, ni en los cielos, guió semejante faro a ningún buque.
Marchábamos juntamente con los diez demonios (¡oh terrible compañía!); pero en la iglesia con los santos, y en la taberna con los borrachos. Sin embargo, mi atención estaba concentrada en la pez para distinguir todo lo que contenía la fosa y los que se abrasaban dentro de ella. Así como saltan los delfines fuera del agua, indicando a los marinos que precavan la nave de la tempestad, así también algunos condenados, para aliviar su tormento, sacaban la espalda y la volvían a esconder más rápidos que el relámpago; y lo mismo que en un charco las ranas sacan la cabeza a flor de agua, aunque teniendo dentro de ella sus patas y el resto del cuerpo, así estaban por todas partes los pecadores; pero en cuanto Barbariccia se aproximaba, volvían a sumergirse en aquel hervidero. Yo vi, y aun se estremece por ello mi corazón, a uno de aquellos que había tardado más tiempo en hundirse, como sucede con las ranas, que una queda fuera del agua, mientras otra se zambulle; y Graffiacane, que estaba más cerca de él, le enganchó por los cabellos enviscados de pez, y lo sacó fuera como si fuese una nutria. Yo sabía el nombre de todos aquellos demonios, por haberme hecho cargo de ellos cuando los eligió Malacoda. "Rubicante, plántale encima tu garfio y desuéllalo," gritaban a un tiempo todos aquellos malditos. Yo dije:
— Maestro mío, si puedes, procura saber quién es ese desgraciado que ha caído en manos de sus adversarios.
Mi Guía se le acercó, y le preguntó de dónde era, a lo que respondió:
— Yo nací en el reino de Navarra. Mi madre me puso al servicio de un señor: ella me había engendrado de un pródigo, que se destruyó a sí mismo y disipó su fortuna. Después fui favorito del buen rey Tebaldo, y me lancé a comerciar con sus favores; crimen de que doy cuenta en este horno.
Y Ciriatto, a quien salía de cada lado de la boca un colmillo como el de un jabalí, le hizo sentir lo bien que uno de ellos hería. Entre malos gatos había caído aquel ratón; porque Barbariccia lo sujetó entre sus brazos, diciendo:
"Quedaos ahí mientras que yo le ensarto." Y volviendo el rostro hacia mi Maestro, añadió: "Pregúntale aún si deseas saber más, antes que otros lo destrocen."
Mi Guía preguntó:
— Dime, pues, si entre los otros culpables que están sumergidos en esa pez, conoces algunos que sean latinos.
A lo que contestó:
— Acabo de separarme de uno que fue de allí cerca. ¡Así estuviera, como él, bajo la pez; no temería ahora ni las garras ni los garfios!
Y Libicocco: "Ya hemos tenido demasiada paciencia," dijo; y le enganchó por el brazo con su harpón, arrancándole de un golpe todo el antebrazo.
Draghignazzo quiso también cogerle por las piernas; pero su Decurión se volvió hacia todos ellos lanzando una mirada furiosa. Cuando se hubieron calmado un poco, mi Guía no tardó en preguntar a aquel que estaba contemplando su herida:
— ¿Quién es ése de quien dices que te has separado, por tu desgracia, para salir a flote?
Y le respondió:
— Es el hermano Gomita, aquel de Gallura, vaso de iniquidad, que tuvo en su poder a los enemigos de su señor, e hizo de modo que todos le alabasen.
Aceptó su oro y los dejó libres, según él mismo dice; y con respecto a los empleos, no fue un pequeño, sino un soberano prevaricador. Con él conversa a menudo don Miguel Zanche de Logodoro, y sus lenguas no se cansan nunca de hablar de las cosas de Cerdeña. ¡Ay de mí! Ved a ese otro cómo aprieta los dientes. Aun hablaría más, pero temo que se prepare a rascarme la tiña.
El gran jefe de los demonios se dirigió a Farfarelo, que movía sus ojos en todas direcciones buscando donde herir, y le dijo: "Quítate de ahí, pájaro malvado."
— Si queréis ver u oír a toscanos y lombardos — empezó a decir en seguida el desgraciado pecador —, haré que vengan. Pero que esas malditas garras se mantengan un poco apartadas, a fin de que ellos no teman sus venganzas: yo, sentándome en este mismo sitio, por uno que soy haré venir siete, silbando como acostumbramos cuando uno de nosotros saca la cabeza fuera de la pez.
Al oír estas palabras, Gagnazzo levantó el hocico meneando la cabeza, y dijo: "¡Oigan el medio malicioso de que se ha valido para volver a sumergirse!" A lo cual contestó aquél, que tenía abundancia de estratagemas: "¡En verdad que soy muy malicioso, cuando expongo a los míos a mayores tormentos!"
No pudo contenerse Alichino, y en contra de lo dicho por los otros, respondió: "Si te arrojas en la pez, no correré al galope detrás de ti, sino que emplearé mis alas para ello. Te damos de ventaja la escarpa, y el ribazo por defensa, y veamos si tú solo vales más que todos nosotros."
¡Oh tú, que lees esto, ahora verás un nuevo juego! Todos los demonios se volvieron hacia la pendiente opuesta, y el primero de ellos, el que se había mostrado más renitente. El navarro aprovechó bien el tiempo; fijó sus pies en el suelo, y precipitándose de un solo salto, se puso al abrigo de los malos propósitos de aquéllos. Contristados se quedaron los demonios ante esta treta, pero mucho más el que tuvo la culpa de ella; por lo cual se lanzó tras de él gritando: "Ya te tengo." Pero de poco le valió, porque sus alas no pudieron igualar en velocidad al espanto de Ciampolo: éste se lanzó en la pez, y aquél cambió la dirección de su vuelo, llevando el pecho hacia arriba.
No de otro modo se sumerge instantáneamente el pato cuando el halcón se aproxima, y éste se remonta furioso y fatigado. Calcabrina, irritado contra Lichino por aquel engaño, echó a volar tras él, deseoso de que el pecador se escapara para tener un motivo de querella. Y cuando hubo desaparecido el prevaricador, volvió sus garras contra su compañero, y se aferró con él sobre el mismo estanque. Pero éste, gavilán adiestrado, hizo uso también de las suyas, y los dos cayeron en medio de la pez hirviente. El calor los separó bien pronto; pero todo su esfuerzo para remontarse era en vano, porque sus alas estaban enviscadas. Barbariccia, descontento como los demás, hizo volar a cuatro desde la otra parte con todos sus harpones, y bajando rápidamente hacia el sitio designado, tendieron sus garfios a los dos demonios, que estaban medio cocidos en la superficie de aquella fosa. Nosotros los dejamos allí enredados de aquella manera.
RESUMEN
Mientras los dos poetas caminan por el terraplén de la izquierda, ven muchos ladrones que, para hacer sus necesidades, flotan sobre la brea hirviente. Vienen los diablos y uno de ellos es lacerado. Es este Ciampolo, de Navarra, quien luego logra liberarse de las garras de los diablos, lo que da lugar a una lucha entre los demonios.
VOCABULARIO
Aflicción:
COMENTARIO por Franco Nembrini
El camino
Monjes de oro
Fuga de Dante y Virgilio
1. Solos, en silencio y sin escolta, íbamos uno tras otro, como acostumbran ir los frailes menores. La riña que acabábamos de presenciar me trajo a la memoria la fábula de Esopo, en que habló de la rana y del topo; pues las partículas "mo" e "issa" [28] no son tan semejantes como estos dos hechos, si atentamente se consideran el principio y el fin de entrambos.
Y como un pensamiento procede rápidamente de otro, de éste nació uno nuevo, que redobló mi primitivo espanto. Yo pensaba así: "Esos demonios han sido engañados por nuestra causa, y con tanto daño y escarnio, que les creo muy ofendidos. Si a la malevolencia se añade la ira, nos van a perseguir con más crueldad que el perro que sujeta a la liebre por el cuello." Ya sentía que se erizaban mis cabellos a causa del temor, y miraba hacia atrás atentamente, por lo que dije:
— Maestro, si no nos ocultas a los dos prontamente, temo a los demonios que vienen detrás de nosotros; y tan así me lo imagino, que ya me parece que los oigo.
A lo que él contestó:
— Si yo fuera un espejo, no verías en mí tu imagen tan pronto como veo en tu interior. En este momento se cruzaban tus pensamientos con los míos bajo la misma faz y aspecto, de suerte que he deducido de ambos un solo consejo. Si es cierto que la cuesta que hay a nuestra derecha está tan inclinada, que nos permita bajar a la sexta fosa, huiremos de la caza que imaginamos.
Apenas había concluido de decirme su parecer, cuando vi venir a los demonios con las alas extendidas y muy cerca de nosotros, queriendo cogernos. Mi Guía me agarró súbitamente, como una madre que, despertada por el ruido y viendo brillar las llamas cerca de ella, coge a su hijo y huye, y teniendo más cuidado de él que de sí misma, no se detiene ni aun a ponerse una camisa. Desde lo alto de la calzada, se deslizó de espaldas por la pendiente roca, uno de cuyos lados divide la quinta de la sexta fosa. Jamás corrió tan rápida el agua por la canal de un molino, cuando más se acerca a las paletas de la rueda, como descendió por aquel declive mi Maestro, llevándome sobre su pecho, cual si fuese hijo suyo y no su compañero.
Apenas tocaron sus pies al suelo del profundo abismo, cuando los demonios aparecieron en la roca sobre nuestras cabezas: pero ya no nos inspiraban temor; porque la alta Providencia que los había designado para ministros de la quinta fosa, les quitó la facultad de separarse de allí. Abajo encontramos unas gentes pintadas, que giraban en torno con bastante lentitud, llorosas y con los semblantes fatigados y abatidos. Llevaban capas con capuchas echadas sobre los ojos, por el estilo de las que llevan los monjes de Colonia. Aquellas capas eran doradas por de fuera, de modo que deslumbraban; pero por dentro eran todas de plomo, y tan pesadas, que las de Federico a su lado parecían de paja. ¡Oh manto fatigoso por toda la eternidad! Nos volvimos aún hacia la izquierda, y anduvimos con aquellas almas, escuchando sus tristes lamentos. Pero las sombras, rendidas por el peso, caminaban tan despacio, que a cada paso que dábamos cambiábamos de compañero. Yo dije a mi Guía:
— Procura encontrar a alguno que sea conocido por su nombre o por sus hechos; y mira al efecto en derredor tuyo mientras andas.
Y uno de ellos, que entendió el idioma toscano, exclamó detrás de nosotros: Detened vuestros pasos, vosotros que tanto corréis a través del aire sombrío: quizá podrás obtener de mí lo que solicitas.
En seguida mi Guía se volvió y me dijo:
— Espera, y modera tu paso hasta igualar al suyo.
Me detuve, y vi dos de aquéllos, que en sus miradas demostraban gran deseo de estar conmigo; pero su carga y lo estrecho del camino les hacían tardar.
Cuando se me hubieron reunido, me miraron con torvos ojos y sin hablarme: después se volvieron uno a otros diciéndose: "Ese parece vivo, a juzgar por el movimiento de su garganta; pero si están muertos, ¿por qué privilegio no llevan nuestra pesada capa?" Después me dijeron:
— ¡Oh toscano, que has venido a la mansión de los tristes hipócritas!, dígnate decirnos quién eres.
Les contesté:
— Nací y crecí junto a la orilla del hermoso Arno, en la gran ciudad, y conservo el cuerpo que he tenido siempre. Pero vosotros, a quienes, según veo, cae tan doloroso llanto gota a gota por las mejillas, ¿quiénes sois, y qué pena padecéis que tanto se hace ver?
Uno de ellos me respondió:
— ¡Ay de mí! Estas doradas capas son de plomo, y tan gruesas, que su peso nos hace gemir como cargadas balanzas. Fuimos hermanos Gozosos y boloñeses. Yo me llamé Catalano y éste Loderingo. Tu ciudad nos nombró magistrados, como suele elegirse a un hombre neutral para conservar la paz; y la conservamos tan bien como puede verse aún cerca del Gardingo.
Yo repuse: "¡Oh hermanos! Vuestros males..." Pero no pude continuar; porque vi en el suelo a uno crucificado en tres palos. En cuanto me vio, se retorció, haciendo agitar su barba con la fuerza de los suspiros; y el hermano Catalano, que lo advirtió, me dijo:
— Ese que estás mirando crucificado aconsejó a los fariseos que era necesario hacer sufrir a un hombre el martirio por el pueblo. Está atravesado y desnudo sobre el camino, como ves; y es preciso que sienta lo que pesa cada uno de los que pasan. Su suegro está condenado a igual suplicio en esta fosa, así como los demás del Consejo que fue para los judíos origen de tantas desgracias.
Entonces vi a Virgilio que contemplaba con asombro a aquel que estaba tan vilmente crucificado en el eterno destierro. Luego se dirigió al fraile en estos términos:
— ¿Queríais decirnos si hacia la derecha hay alguna abertura por donde podamos salir los dos, sin obligar a los ángeles negros a que nos saquen de este abismo?
Aquel respondió:
— Más cerca de aquí de lo que esperas, se levanta una peña que parte del gran círculo y atraviesa todas las terribles fosas; pero está cortada en ésta y no continúa sobre ella. Podréis subir por las ruinas que existen en el declive de su falda y cubren el fondo.
Mi Guía permaneció un momento con la cabeza inclinada, y después dijo:
— ¡Cómo nos ha engañado aquel que ensarta con su garfio a los pecadores!
Y el fraile repuso:
— He oído referir en Bolonia los numerosos vicios del demonio, entre los cuales no era el menor el de ser falso y padre de la mentira.
Entonces mi Guía se alejó precipitadamente con el rostro inmutado por la cólera; y en consecuencia, me alejé también de aquellas almas que soportaban tanto peso, y seguí las huellas de los pies queridos.
RESUMEN
Los dos Poetas continúan su camino, descartando a los diablos. Al verlos, sin embargo, volver de nuevo, Virgílio abraza a Dante y se dejan deslizar por la pendiente del precipicio. Encuentran a los hipócritas vestidos con pesados mantos de plomo dorado. Hablan con dos frailes, Catalano y Loderigo, boloñés. Uno de los frailes, interrogado por Virgilio, le indica el camino para subir al séptimo departamento.
VOCABULARIO
Aflicción:
COMENTARIO por Franco Nembrini
El camino
Vanni fucci serpenti
La orilla de la séptima fosa
1. En la época del año nuevo en que templa el sol su cabellera bajo el Acuario, y en que ya las noches van igualándose con los días; cuando la escarcha imita en la tierra, aunque por poco tiempo, el color de su blanca hermana, el campesino que carece de forraje, se levanta, mira, y al ver blanco el campo se golpea el muslo, vuelve a su casa, y se lamenta continuamente como el desgraciado que no sabe qué hacer; pero torna luego a mirar, y recobra la esperanza, viendo que la tierra ha cambiado de aspecto en pocas horas, y entonces coge su cayado y sale a apacentar sus ovejas: así mi Maestro me llenó de inquietud cuando vi tan turbado su rostro, y así también aplicó pronto remedio a mi mal; porque al llegar al derruido puente, se volvió hacia mí con aquel amable aspecto que tenía cuando le vi al pie del monte.
Después de haber pensado la determinación que había de tomar, contemplando antes con cuidado las ruinas, abrió sus brazos, cogióme por detrás, y como aquel que trabaja, pensando siempre en la labor que emprenderá en seguida, del mismo modo, elevándome sobre la cima de una roca, contemplaba otra diciendo:
— Agárrate bien a ésa, pero tantea primero si tal cual es podrá sostenerte.
Aquel no era un camino a propósito para los que iban con capa; pues apenas podíamos, Virgilio tan ágil, y yo sostenido por él, trepar de piedra en piedra.
Y a no ser porque en aquel recinto era más corto el camino que en otro alguno, no sé lo que a él le habría sucedido, pero a mí me hubiera vencido el cansancio. Mas como Malebolge va siempre en declive hasta la boca del profundísimo pozo, cada fosa que se recorre presenta un margen que se eleva y otro que desciende. Llegamos por fin al extremo en que se destaca la última piedra. Cuando estuve sobre ella, de tal modo me faltaba el aliento, que no podía más; así es que me senté en cuanto nos detuvimos.
— Ahora es preciso que sacudas tu pereza — me dijo el Maestro —; que no se alcanza la fama reclinado en blanda pluma, ni al abrigo de colchas: y el que sin gloria consume su vida, deja en pos de sí el mismo vestigio que el humo en el aire o la espuma en el agua. Ea, pues, levántate; domina la fatiga con el alma, que vence todos los obstáculos, mientras no se envilece con la pesadez del cuerpo. Tenemos que subir todavía una escala mucho más larga; pues no basta haber atravesado por entre los espíritus infernales. Si me entiendes, deben reanimarte mis palabras.
Levantéme entonces, demostrando más resolución de la que verdaderamente sentía en mi interior, y dije:
— Vamos, ya me siento fuerte y atrevido.
Echamos a andar por el escollo, que era áspero, estrecho y escabroso, y más pendiente que el anterior. Iba hablando para disimular mi flaqueza, cuando oí una voz que salía de la otra fosa, articulando palabras ininteligibles. No sé lo que dijo, a pesar de encontrarme en la cima del arco que por allí pasa; mas el que hablaba parecía conmovido por la ira. Yo me había inclinado; pero los ojos de un vivo no podían distinguir el fondo a través de aquella obscuridad; por lo cual dije:
— Maestro, haz por llegar al otro recinto, y descendamos este muro, porque desde aquí oigo y no comprendo nada; miro hacia abajo y nada veo.
— Te responderé — me dijo — haciendo lo que deseas; que las peticiones justas deben satisfacerse en silencio.
Bajamos por el puente desde lo alto hasta donde se une con el octavo margen; y entonces descubrí la fosa, y vi una espantosa masa de serpientes, de tan diferentes especies, que su recuerdo me hiela todavía la sangre. Deje la Libia de envanecerse con sus arenas; que si produce quelidras, yáculos y faras, cencros y anfisbenas, ni en ella, ni en toda la Etiopía con el país que está sobre el mar Rojo, existieron jamás tantas ni tan nocivas pestilencias como en este lugar. A través de aquella espantosa y cruel multitud de reptiles corrían gentes desnudas y aterrorizadas, sin esperanza de encontrar refugio ni heliotropo. Tenían las manos atadas a la espalda con sierpes, las cuales, formando nudos por encima, les hincaban la cola y la cabeza en los riñones.
Y he aquí que uno de aquellos desgraciados, que estaba cerca de nosotros, fue mordido por una serpiente en el punto en que el cuello se une a los hombros; y en el breve tiempo que se necesita para escribir una O y una I, se incendió, ardió y cayó reducido a cenizas. Pero apenas quedó consumido en el suelo, reuniéronse aquéllas por sí mismas, y súbitamente se rehízo aquel espíritu como estaba antes. Así dicen los grandes sabios que muere el Fénix, y renace cuando está cercano a su quinto siglo: no se alimenta de hierba ni de trigo durante su vida, sino de amomo y lágrimas de incienso, y su último nido está formado con nardo y mirra. Y como aquel que cae y no sabe cómo, a impulsos del demonio que lo arroja en el suelo o de algún accidente producido por su temperamento enfermizo, cuando se levanta, se queda asombrado de la cruel angustia que ha sufrido y suspira al mirar en torno suyo, así se levantó el pecador ante nosotros. ¡Oh, cuán severa es la justicia de Dios, que hace estallar su cólera por medio de tales golpes! Mi Guía le preguntó después quién era, y él le contestó:
— Yo caí hace poco tiempo desde Toscana en este horrible abismo. La vida salvaje me agradó más que la humana; fui lo mismo que un mulo: soy Vanni Fucci, el bestia, y Pistoya fue mi digno cubil.
Entonces dije a mi Guía:
— Dile que no huya, y pregúntale qué delito le ha precipitado aquí; pues yo le conocí ya hombre colérico y sanguinario.
El pecador, que me oyó, no se ocultó, sino que dirigió hacia mí atentamente su mirada, y se cubrió el rostro de triste vergüenza. Después dijo:
— Siento más que me hayas encontrado en la miseria en que me ves, de lo que sentí verme privado de la vida; pero no puedo negarme a satisfacer tus preguntas. Estoy sumido aquí, porque robé en la sacristía los hermosos ornamentos, de cuyo delito fue otro acusado falsamente. Mas para que no te goces en mi desgracia, si acaso llegas a salir de estos lugares sombríos, abre tus oídos a mi anuncio, y escucha: primeramente, Pistoya quedará despoblada de Negros; después Florencia renovará sus habitantes y su forma de gobierno;
Marte hará salir del valle de Magra un vapor, que envuelto en sombrías nieblas y en tempestad impetuosa y terrible, se desencadenará sobre el campo Piceno; y allí, desgarrándose de repente la nube, aniquilará todos los Blancos.
Te he dicho esto para que te cause dolor.
RESUMEN
Los Poetas avanzan por la roca y llegan al séptimo compartimento en el que están los ladrones, quienes, mordidos por horribles serpientes, se encienden y luego resurgen de las cenizas. Entre ellos Dante reconoce a Vanni Fucci, quien, desahogando el despecho de estar atrapado en tal vergüenza y miseria, le presagia la derrota de los blancos.
VOCABULARIO
Aflicción:
COMENTARIO por Franco Nembrini
El camino
Ladrones de iguanas
Vanni Fucci y la invectiva contra Pistoya
1. Al terminar estas palabras, el ladrón alzó ambas manos haciendo un gesto indecente y exclamando: "Toma, Dios, esto es para ti." Desde entonces fui amigo de las serpientes; porque una de ellas se le enroscó en el cuello como diciendo: "No quiero que hables más:" y otra se agarró a sus brazos, sujetándolos de tal modo, que no le era posible al condenado hacer ningún movimiento. ¡Ah, Pistoya, Pistoya! ¿Cómo no decides reducirte tú misma a cenizas, y dejar de existir, pues que tus hijos son peores que sus antepasados? En todos los círculos del obscuro Infierno no he visto espíritu tan soberbio ante Dios, a no ser aquel que cayó desde los muros de Tebas. El ladrón huyó sin decir una palabra más. Entonces vi un Centauro lleno de ira, que acudía gritando: "¿Dónde está, dónde está el soberbio?" No creo que contengan las Marismas tanto reptil como llevaba el Centauro sobre su grupa hasta el sitio en que empezaba la forma humana: sobre sus espaldas, detrás de la nuca, descansaba un dragón con las alas abiertas, el cual abrasaba cuanto salía a su encuentro. Mi Maestro dijo:
— Ese monstruo es Caco, el que al pie de las rocas del monte Aventino formó más de una vez un lago de sangre. No va por el mismo camino que sus hermanos, porque robó fraudulentamente el gran rebaño que pacía en las inmediaciones del sitio que había escogido por vivienda: pero sus inicuos hechos acabaron por fin bajo la clava de Hércules, que si le dio cien golpes con ella, aquél no llegó a sentir el décimo.
Mientras así hablaba Virgilio, Caco desapareció, al mismo tiempo que se acercaban tres espíritus por debajo del margen donde estábamos, lo cual no advertimos ni mi Guía ni yo, hasta que les oímos gritar: "¿Quiénes sois?"
Cesó entonces nuestra conversación, y nos fijamos solamente en ellos. Yo no les conocía; pero sucedió, como suele acontecer algunas veces, que el uno tuvo necesidad de llamar al otro, diciéndole: "Cianfa, ¿dónde te has metido?"
Y yo, a fin de que estuviese atento mi Guía, me puse el dedo desde la nariz a la barba. Ahora, lector, si se te hace difícil creer lo que te voy a decir, no será extraño, porque yo que lo vi, apenas lo creo. Mientras estaba contemplando a aquellos espíritus, se lanzó una serpiente con seis patas sobre uno de ellos, agarrándosele enteramente. Con las patas de en medio le oprimió el vientre; con las de delante le sujetó los brazos, y después le mordió en ambas mejillas. Extendiendo en seguida las patas de detrás sobre sus muslos, le pasó la cola por entre los dos, y se la mantuvo apretada contra los riñones. Nunca se agarró tan fuertemente la hiedra al árbol, como la horrible fiera adaptó sus miembros a los del culpable: después una y otro se confundieron, como si fuesen de blanda cera, y mezclaron tan bien sus colores, que ninguno de ambos parecía ya lo que antes había sido. Así con el ardor del fuego se extiende sobre el papel un color obscuro, que no es negro, y sin embargo deja de ser blanco. Los otros dos condenados le miraban, exclamando cada cual:
"¡Ay, Ángel, cómo cambias! No eres ya uno ni dos." Las dos cabezas se habían convertido en una, y aparecían dos figuras mezcladas en una sola faz, quedando en ella confundidas entrambas. De los cuatro brazos se hicieron dos: los muslos y las piernas, el vientre y el tronco se convirtieron en miembros nunca vistos. Quedó borrado todo su primitivo aspecto: aquella imagen transformada parecía dos y ninguna de las anteriores; y en tal estado se alejaba a pasos lentos.
Como el lagarto, que bajo el ardor de los días caniculares, cuando cambia de maleza, parece un rayo al atravesar el camino, tal parecía, dirigiéndose hacia el vientre de los otros dos espíritus, una pequeña serpiente irritada, lívida y negra como grano de pimienta. Picó a uno de ellos en aquella parte del cuerpo por donde nos alimentamos antes de nacer, y después cayó a sus pies quedando tendida. El herido la miró sin decir nada; y permaneció inmóvil, en pie y bostezando, como si le hubiera sorprendido el sueño o la fiebre. El y la serpiente se miraban, y el uno por la herida y la otra por la boca, lanzaban un denso humo que llegaba a confundirse. Calle Lucano al referir las miserias de Sabello y de Nasidio, y escuche atentamente lo que describo aquí: calle Ovidio al ocuparse de Cadmo y Aretusa; que si, en su poema, convirtió a aquél en serpiente y a éste en fuente, no le envidio. Ovidio no transformó jamás dos naturalezas frente a frente, de tal modo que sus formas cambiaran también de materia. El hombre y la serpiente se correspondieron de tal suerte, que cuando ésta abrió su cola en forma de horquilla, el herido juntó sus dos pies. Las piernas y los muslos de éste se estrecharon tanto, que en poco tiempo no quedaron vestigios de su natural separación. La cola hendida de la serpiente tomaba la figura que desaparecía en el hombre, y su piel se hacía blanda al paso que dura la de aquél. Vi entrar los brazos del condenado en los sobacos; y las dos patas de la fiera, que eran cortas, se alargaban tanto cuanto aquéllos se encogían. Las patas de detrás de aquélla, retorciéndose, formaban el miembro que el hombre oculta, y el del miserable dividiose en dos patas.
Mientras que el humo daba el color de la serpiente al hombre y viceversa, y hacía salir en aquélla el pelo que quitaba a éste, el uno, es decir, la fiera transformada en hombre, se levantó, y cayó el otro; pero sin dejar de lanzarse miradas feroces, ante las cuales cada uno de ellos cambiaba de rostro. El que estaba en pie lo encogió hacia las sienes, y de la carne excedente se le formaron las orejas en sus lisos carrillos. La parte del hocico de la serpiente que no se replegó en la cabeza quedó fuera formando la nariz del rostro humano, y abultó al propio tiempo convenientemente los labios. El que estaba en el suelo extendió su boca hacia delante, e hizo entrar sus orejas en la cabeza, como el caracol hace con sus cuernos; y la lengua, que estaba antes unida y dispuesta a hablar, se hendió, al paso que se unía la lengua hendida del reptil, dejando de lanzar humo. El alma que se había convertido en serpiente huyó silbando por la fosa; y el otro, hablando detrás de ella, le escupía. Volvióle después sus recién formadas espaldas, y dijo al otro condenado: "Quiero que Buoso se arrastre por este camino como yo lo he hecho." De tal suerte vi yo, en la séptima fosa, cambiarse y metamorfosearse dos naturalezas; y si mi lenguaje no es florido, sírvame de excusa la novedad del caso.
Aunque mis ojos estuviesen turbados y mi espíritu aturdido, no pudieron huir las otras dos sombras tan ocultamente, que yo no conociese a Puccio Sciancato, el único de los tres espíritus de los llegados anteriormente que no había cambiado de forma: el otro era aquel que tú lloras, ¡oh Gaville!
RESUMEN
Vanni Fucci, tras las oscuras predicciones, desafía a Dios, por lo que el centauro Caco, cubierto de serpientes, corre tras él. Dante reconoce entre los condenados a algunos florentinos que, en Florencia, desempeñaron importantes funciones aprovechando el dinero público, y describe sus transformaciones de hombres en serpientes y viceversa.
VOCABULARIO
Aflicción:
COMENTARIO por Franco Nembrini
El camino
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