Juan de Mariana

Nació en Talavera de la Reina (Toledo). Tras estudiar artes y teología en Alcalá, ingresó en la Compañía de Jesús a los 19 años. Cinco años después llegaba a Roma como profesor del Colegio Romano. Ordenado a los 28 años siguió realizando una brillante labor docente en Sicilia y en París. Por motivos de salud regresó a España y pasó el resto de su vida en Toledo. Allí se entregó al estudio con gran ardor. Escribió numerosas obras, entre las que destacan “Del rey y de la institución de la dignidad real” que es su obra pedagógica y la “Historia de España”. Murió en 1623.

Aportaciones en el campo de la educación

  • Sostiene que son tres los factores que conforman la educación de una persona: el carácter, la educación y el ambiente.

  • Encontramos en Mariana una visión amplia de la educación.

  • Como otros tratados de educación de príncipes defiende que la justicia, prudencia, fortaleza y templanza han de ser virtudes patentes en el Rey.

  • Defiende para el príncipe una educación socializada con presencia de muchos alumnos.

  • Defiende la participación del príncipe en juegos y luchas.

  • En el aprendizaje de la lengua latina da primacía al uso de la lengua sobre las reglas de la gramática.

  • Ha de darse una atención individualizada al príncipe.

Pensamientos

  • Corrompemos a los niños con deleites y placeres, debilitamos su cuerpo con el ocio, con la sensualidad su alma. Alimentamos su orgullo y soberbia con la escarlata, la púrpura y el brillo de las piedras preciosas; irritamos su paladar con manjares exquisitos, atacamos sus fuerzas físicas y morales con nuestra fatal condescendencia. En casa oyen lo que no se puede referir sin pudor ni sin vergüenza. Ven constantemente la imagen del vicio ¿Y pretendemos luego que salgan soldados de valor y esfuerzo o ciudadanos morigerados?

  • Es apenas creíble cuánto quedan impresas en el alma y cuanta fuerza tienen, ya para corromper, ya para depurar las costumbres, las imágenes y preceptos recibidos en los primeros años. Es fácil enseñar a un perro de caza mientras es joven. Es fácil domar al caballo en los primeros años. Es fácil enderezar con rodrigones los árboles mientras están tiernos.

  • Cuidamos el aumento de la hacienda, cultivamos diligentemente el campo, levantamos imponentes edificios y ¿hemos de mirar luego con indiferencia la educación y enseñanza de los hijos, a quien debemos legar toda esa fortuna? No hay posesión o alhaja alguna que pueda compararse con los hijos, cuando son buenos y modestos; más hay tampoco más triste azote que ellos cuando están mal educados.

  • Influye mucho en nuestra conducta el carácter que nos ha dado el cielo; más influye no poco la buena o mala educación que recibimos en nuestros primeros años y en los años posteriores.

  • Cuánto pueda la educación nos lo manifestó Licurgo con el ejemplo de los cachorros. Eran los dos gemelos, y acostumbró a uno a la caza, al otro al ocio. Presentolos en la asamblea y les echó de comer. Abalanzándose el segundo a la carne, despreciola el primero por el ardor de seguir una liebre que acababa de soltarse. No sólo enseñó con esto cuanto puede una costumbre tomada desde la infancia, sino además que la educación ejerce muchas veces más influencia que la naturaleza misma.

  • Para refrenar la liviandad es indudable que ha de servir de mucho el estudio, pues es tanto el recreo que experimenta el ánimo cuando se eleva al conocimiento de las cosas, que ni se sienten las molestias del trabajo, ni los halagos de los placeres que tanto nos distraen y enajenan.

  • En lo que ha de ponerse más ahincó es en explicar los autores y en hacerle escribir y hablar en latín, pues con ejercicios más que con preceptos, y sólo con un uso nunca interrumpido se ha de lograr que la lengua latina le sea tan familiar como la de Castilla.

  • Convendría no poco que se le dicen en número no escaso compañeros de escuela, pues no apruebo que aprenda sólo o con pocos.

  • Se despertará en él la emulación, empezará a tener por indecoroso saber menos que sus iguales, por glorioso aventajarles, y se irá así levantando su ánimo.

  • Enséñesele a no hacerse esclavo de la liviandad, de la avaricia, de la fiereza, a no despreciar las leyes, a no imponer con el terror a los súbditos.

  • Procure adorar a Dios con el más duro culto, procure hacérselo propicio con virtudes y frecuentes oraciones. Profese desde los primeros años la opinión que sólo por la providencia de Dios gobiernan las naciones; confíe más para el éxito de sus negocios en la benevolencia de Dios y en los actos de piedad que en la astucia, el poder y la fuerza de las armas; crea que nunca ha de ser mayor su autoridad que cuando se sienta querido de Dios y guardado de su divino escudo.

  • Que sea inaccesible a la ira, enemiga de toda prudente resolución, perturbadora de nuestro entendimiento, pasión impropia de todo hombre cuerdo.

  • Aprenda el príncipe a despreciar vanos temores, luche con iguales, hable en presencia del pueblo, no huya de la luz, no se aísle del público, no se acostumbre a una vida retirada.

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