Alexander Pushkin

Los más importantes escritores de cuentos rusos.

ALEKSANDR PUSHKIN (Moscú, 1799 - San Petersburgo, 1837) es el padre de la literatura rusa moderna. Su obra influyó decisivamente en Gógol, Dostoievski y Tolstói y su romanticismo impregnó las notas de compositores como Chaikovski, Músorgski y Rimsky Korsakov

En su esfuerzo por crear una literatura autóctona y personal, Pushkin se adelantó a Alesandr Nikoláievich Afanásiev (1826 - 1871) buscando la tradición oral rusa. Antes de que Afanásiev publicase en 1855 la primera entrega de los Cuentos populares rusos, Pushkin ya había dedicado las décadas de los años veinte y treinta a trasladar al verso relatos populares como Ruslán y Liudmila (1820), El novio (1825), las fábulas de El pope y su siervo Baldá (1830), El zar Saltán (1831), El pescador y el pececillo de oro (1833), La princesa muerta y los siete caballeros (1833) y El gallo de oro (1834). El zar Alejandro I, molesto con la rebeldía de Pushkin, lo había desterrado en 1820 al Cáucaso, Moldavia y Crimea, donde el aburrimiento inspiró la pluma del poeta, y la fertilidad literaria benefició la redacción de las fábulas.

La mayoría de ellas procedían del folclore ruso, otras —es el caso de El pescador y el pececillo de oro— eran reinterpretaciones de clásicos griegos como Esopo y La princesa muerta y los siete guerreros no es más que una adaptación de Schneewittchen, el relato recogido por los hermanos Grimm que se conoce popularmente en España como Blancanieves y los siete enanitos.

A todos estos poemas narrativos —que José Fernández Bueno ha traducido en prosa al español—, Pushkin los fue dotando de un acento propio y característico. En el verano de 1831, Pushkin leyó en su casa de Tsarskoie Selo a Nikolái Gógol (1809 - 1852) el cuento del siervo Baldá. En una carta dirigida a un amigo y fechada el 2 de noviembre de ese mismo año, Gogól escribió: «Pushkin me ha leído unos cuentos populares rusos, pero no como Ruslán y Liudmila, sino auténticamente rusos».

No es de extrañar, por tanto, que relatos tan nacionalistas llamaran la atención del romántico Iván Yákovlevich Bilibin (1876-1942), uno de los ilustradores más importantes del siglo XX, que también se ocupó magistralmente de ilustrar los Cuentos populares rusos de Afanásiev. Autor de la monografía Artes folclóricas del norte de Rusia (1904) y discípulo del gran pintor Iliá Repin, Bilibin conoció en Moscú y París el triunfo de los ballets rusos a los que en varias ocasiones diseñó la escenografía y el vestuario. Sus trabajos más destacados fueron los que realizó para Boris Godunov de Músorgski en la Gran Ópera de París, y El gallo de oro de la Ópera Zimin en el Teatro Solodóvnikov de Moscú, considerado por muchos expertos como la cumbre artística del diseño escénico. Colaboró también en varias producciones de los legendarios ballets rusos creados en 1907 por el empresario Serguéi Diáguilev con los mejores bailarines del Ballet Imperial del Teatro Mariinski de San Petersburgo, bajo la dirección del gran coreógrafo Marius Petipa.

Sus ilustraciones para La fábula del zar Saltán (Сказка о царе Салтане) se las dedica expresamente a Nikolái Rimski-Kórsakov, autor de la ópera del mismo título dividida en cuatro actos con un prólogo, siete escenas y libreto en ruso de Vladímir Belski, que se basó en el poema homónimo de Aleksandr Pushkin. La ópera fue compuesta entre 1899 y 1900 para que su estreno coincidiera con el centenario de Pushkin y fue estrenada en Moscú el 21 de octubre de 1900 en el Teatro Solodóvnikov.

Las portentosas ilustraciones de Bilibin para este relato y para la Fábula del gallo de oro evidencian esa atmósfera teatral; cada dibujo se asemeja a un telón operístico. En el cuento del zar Saltán también se aprecia claramente la influencia que recibió de los pintores tradicionales japoneses.

Este volumen de relatos, por tanto, es tan de Bilibin como de Pushkin y solo la plástica del ilustrador lo hace único. Y no solo por el trazo de su pincel sino también por sus colores, imitando tonalidades propias del estilo bizantino egipcio, que estudió sobre el terreno cuando, tras separarse de su mujer en 1920, se estableció en el país del Nilo. Allí pintó múltiples frescos e iconos para la comunidad griega.

De Egipto saltó en 1920 a París, donde se dedicó al diseño escénico y a la ilustración de cuentos tradicionales rusos y franceses, además de decorar mansiones privadas, iglesias y la embajada de Rusia.

La añoranza de su tierra natal le decidió a regresar en 1936 a San Petersburgo, rebautizada en esa época como Leningrado. Fue nombrado profesor de Artes Gráficas en el Instituto de Leningrado y pronunció conferencias en la Academia Soviética de las Artes sin abandonar jamás la ilustración ni el diseño escénico.

Murió en 1942 durante el cruel sitio de Leningrado, que no acabaría hasta 1944, y en el que las tropas alemanas sometieron a un asedio de hambre y frío a la población de la ciudad durante la II Guerra Mundial, con una balance final superior al millón de muertos.

Si el cuerpo de Bilibin fue incapaz de soportar las duras condiciones de aquella acción bélica, su obra ha resistido poderosamente el paso del tiempo, y aunque fuera de Rusia todavía no ha logrado el reconocimiento que se merece, cualquiera que se acerque a las páginas de este libro comprobará la genialidad de uno de los artistas más originales y brillantes del siglo pasado.

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