La Divina comedia

Dante Alighieri

Infierno - Cantos del 6 al 10

Cerbero

Canto VI

Los golosos, Cerbero

1. Al recobrar los sentidos, que perdí por la tristeza y la compasión que me causó la suerte de los dos cuñados, vi en derredor mío nuevos tormentos y nuevas almas atormentadas doquier iba y doquier me volvía o miraba. Me encuentro en el tercer círculo; en el de la lluvia eterna, maldita, fría y densa, que cae siempre igualmente copiosa y con la misma fuerza. Espesos granizos, agua negruzca y nieve descienden en turbión a través de las tinieblas; la tierra, al recibirlos, exhala un olor pestífero. Cerbero, fiera cruel y monstruosa, ladra con sus tres fauces de perro contra los condenados que están allí sumergidos. Tiene los ojos rojos, los pelos negros y cerdosos, el vientre ancho y las patas guarnecidas de uñas que clava en los espíritus, les desgarra la piel y les descuartiza. La lluvia les hace aullar como perros; los miserables condenados forman entre sí una muralla con sus costados y se revuelven sin cesar.

Cuando nos descubrió Cerbero, el gran gusano abrió las bocas enseñándonos sus colmillos; todos sus miembros estaban agitados. Entonces mi guía extendió las manos, cogió tierra, y la arrojó a puñados en las fauces ávidas de la fiera. Y del mismo modo que un perro se deshace ladrando al tener hambre, y se apacigua cuando muerde su presa, ocupado tan sólo en devorarla, así también el demonio Cerbero cerró sus impuras bocas, cuyos ladridos causaban tal aturdimiento a las almas que quisieran quedarse sordas.

Ciacco

Pasamos por encima de las sombras derribadas por la incesante lluvia, poniendo nuestros pies sobre sus fantasmas, que parecían cuerpos humanos. Todas yacían por el suelo, excepto una que se levantó con presteza para sentarse, cuando nos vio pasar ante ella.

—¡Oh, tú, que has venido a este Infierno!—me dijo—; reconóceme si puedes. Tú fuiste hecho, antes que yo deshecho.

Yo le contesté:

—La angustia que te atormenta es quizá causa de que no me acuerde de ti; me parece que no te he visto nunca. Pero dime, ¿quién eres tú, que a tan triste lugar has sido conducido, y condenado a un suplicio, que si hay otro mayor, no será por cierto tan desagradable?

Contestóme:

—Tu ciudad, tan llena hoy de envidia, que ya colma la medida, me vio en su seno en vida más serena. Vosotros, los habitantes de esa ciudad, me llamasteis Ciacco. Por el reprensible pecado de la gula, me veo, como ves, sufriendo esta lluvia. Yo no soy aquí la única alma triste; todas las demás están condenadas a igual pena por la misma causa.

Y no pronunció una palabra más. Yo le respondí:

— Ciacco, tu martirio me conmueve tanto, que me hace verter lágrimas; pero dime, si es que lo sabes: ¿en qué pararán los habitantes de esa ciudad tan dividida en facciones? ¿Hay algún justo entre ellos? Dime por qué razón se ha introducido en ella la discordia.

Me contestó:

— Después de grandes debates, llegarán a verter su sangre, y el partido salvaje arrojará al otro partido causándole grandes pérdidas. Luego será preciso que el partido vencedor sucumba al cabo de tres años, y que el vencido se eleve, merced a la ayuda de aquel que ahora es neutral. Esta facción llevará la frente erguida por mucho tiempo, teniendo bajo su férreo yugo a la otra, por más que ésta se lamente y avergüence. Aun hay dos justos, pero nadie les escucha: la soberbia, la envidia y la avaricia son las tres chispas que han inflamado los corazones.

Aquí dio Ciacco fin a su lamentable discurso, y yo le dije:

— Todavía quiero que me informes, y me concedas algunas palabras. Dime dónde están, y dame a conocer a Farinata y al Tegghiaio, que fueron tan dignos, a Jacobo Rusticucci, Arigo y Mosca, y a otros que a hacer bien consagraron su ingenio, pues siento un gran deseo de saber si están entre las dulzuras del Cielo o entre las amarguras del Infierno.

A lo que me contestó:

—Están entre almas más perversas; otros pecados los han arrojado a un círculo más profundo: si bajas hasta allí, podrás verlos. Pero cuando vuelvas al dulce mundo, te ruego que hagas porque en él se renueve mi recuerdo: y no te digo ni te respondo más.

Entonces torció los ojos que había tenido fijos; miróme un momento, y luego inclinó la cabeza, y volvió a caer entre los demás ciegos. Mi guía me dijo:

—Ya no volverá a levantarse hasta que se oiga el sonido de la angélica trompeta; cuando venga la potestad enemiga del pecado. Cada cual encontrará entonces su triste tumba; recobrará sus carnes y su figura; y oirá el juicio que debe resonar por toda una eternidad.

Condición de los condenados después del Juicio Final

Así fuimos atravesando aquella impura mezcla de sombras y de lluvia, con paso lento, razonando un poco sobre la vida futura. Por lo cual dije:

—Maestro, ¿estos tormentos serán mayores después de la gran sentencia, o bien menores, o seguirán siendo tan dolorosos?

Y él a mí:

— Acuérdate de tu ciencia, que pretende que cuanto más perfecta es una cosa, tanto mayor bien o dolor experimenta. Aunque esta raza maldita no debe jamás llegar a la verdadera perfección, espera ser después del juicio más perfecta que ahora.

Caminando por la vía que gira alrededor del círculo, continuamos hablando de otras cosas que no refiero, y llegamos al sitio donde se desciende: allí encontramos a Plutón, el gran enemigo.

ANÁLISIS: Canto VI

RESUMEN

En el tercer círculo están los glotones, cuya pena consiste en quedar postrados bajo una fuerte lluvia de granizo, agua y nieve, y ser desgarrados por las uñas y los dientes de Cerbero. Entre los condenados, Dante encuentra a Ciacco, un florentino, que habla con Dante sobre las discordias de la patria común.

VOCABULARIO

Ávido: Que siente un deseo fuerte e intenso de tener, hacer o conseguir algo.

Cuñado: Hermano o hermana del cónyuge, cónyuge del hermano o la hermana, o cónyuge del hermano o hermana del cónyuge.

Discordia: Situación en la que hay falta de acuerdo o conformidad entre personas que a menudo conviven o se relacionan de algún modo.

Doquier: Palabra que forma parte de la locución adverbial por doquier (también por doquiera ), que significa ‘por todos lados, por cualquier lugar’.

Exhalar: Desprender o despedir gases, vapores u olores.

Facción: Bando de gente que se separa de un grupo por no estar de acuerdo con sus ideas y se opone a ellas de modo violento.

Gula: Apetito desmedido de comer y beber.

Presteza: Habilidad y rapidez para hacer o decir una cosa.

Reprender: Reñir a una persona o expresar de forma autoritaria y severa desaprobación a causa de su actuación o su comportamiento.

Sucumbir: Rendirse o ceder ante una presión, dejando de oponer resistencia.

Suplicio: Lesión corporal o muerte impuestas como castigo.

Turbión: Aguacero muy violento acompañado de fuerte viento.

Verter: Hacer pasar un líquido o una materia disgregada de un recipiente a otro.

Canto 6. Dante y Virgilio entre los glotones por Gustave Dore

Canto 6. Virgilio le tira un bocado a Cerbero.

Canto 6 por Amos Nattini

Virgilio alimenta a Cerbero y Dante habla con Ciacco por Giovanni Stradano.

Tacaños y lujosos

Canto séptimo

Plutón

1. “Pape satán, pape satán aleppe" comenzó a gritar Plutón con ronca voz. Y aquel sabio gentil, que lo supo todo, para animarme, dijo:

—No te inquiete el temor; pues a pesar de su poder, no te impedirá que desciendas a este círculo.

Después, volviéndose hacia aquel rostro hinchado de ira, le dijo:

—Calla, lobo maldito: consúmete interiormente con tu propia rabia. No sin razón venimos al profundo infierno; pues así lo han dispuesto allá arriba, donde Miguel castigó la soberbia rebelión.

Como las velas, hinchadas por el viento, caen derribadas cuando el mástil se rompe, del mismo modo cayó al suelo aquella fiera cruel.

Los avaros y los pródigos

Así bajamos a la cuarta cavidad, aproximándonos más a la dolorosa orilla que encierra en sí todo el mal del universo. ¡Ah, justicia de Dios!, ¿quién, si no tú, puede amontonar tantas penas y trabajos como allí vi? ¿Por qué nos desgarran así nuestras propias faltas?

Como una ola se estrella contra otra ola en el escollo de Caribdis, así chocan uno contra otro los condenados. Allí vi más condenados que en ninguna otra parte, los cuales formados en dos filas, se lanzaban de la una a la otra enormes pesos con todo el esfuerzo de su pecho, gritando fuertemente: dábanse grandes golpes, y después se volvían cada cual hacia atrás, exclamando: "¿Por qué guardas? ¿Por qué derrochas?" De esta suerte iban girando por aquel tétrico círculo, yendo desde un extremo a su opuesto, y repitiendo a gritos su injurioso estribillo. Después, cuando cada cual había llegado al centro de su círculo, se volvían todos a la vez para empezar de nuevo otra pelea. Yo, que tenía el corazón conmovido de lástima, dije:

—Maestro mío, indícame qué gente es ésta. Todos esos tonsurados que vemos a nuestra izquierda ¿han sido clérigos?

Y él me respondió:

—Erró la mente de todos en la primera vida, y no supieron gastar razonablemente: así lo manifiestan claramente sus aullidos cuando llegan a los dos puntos del círculo que los separa de los que siguieron camino opuesto. Esos que no tienen cabellos que cubran su cabeza, fueron clérigos, papas y cardenales, a quienes subyugó la avaricia.

Y yo:

— Maestro, entre todos ésos, bien deberá haber algunos a quienes yo conozca y a quienes tan inmundos hizo este vicio.

Y él a mí:

— En vano esforzarás tu imaginación: la vida sórdida que los hizo deformes, hace que hoy sean obscuros y desconocidos. Continuarán chocando entre sí eternamente; y saldrán éstos del sepulcro con los puños cerrados, y aquéllos con el cabello rapado. Por haber gastado mal y guardado mal, han perdido el Paraíso, y se ven condenados a ese eterno combate, que no necesito pintarte con palabras escogidas. Ahí podrás ver, hijo mío, cuán rápidamente pasa el soplo de los bienes de la Fortuna, por los que la raza humana se enorgullece y querella. Todo el oro que existe bajo la Luna, y todo lo que ha existido, no puede dar un momento de reposo a una sola de esas almas fatigadas.

—Maestro—le dije entonces—, enséñame cuál es esa Fortuna de que me hablas, y que así tiene entre sus manos los bienes del mundo.

La Fortuna

Y él a mí:

—¡Oh necias criaturas! ¡Cuán grande es la ignorancia que os extravía! Quiero que te alimentes con mis lecciones. Aquél, cuya sabiduría es superior a todo, hizo los cielos y les dio un guía, de modo que toda parte brilla para toda parte, distribuyendo la luz por igual; con el esplendor del mundo hizo lo mismo, y le dio una guía, que administrándolo todo, hiciera pasar de tiempo en tiempo las vanas riquezas de una a otra familia, de una a otra nación, a pesar de los obstáculos que crean la prudencia y previsión humanas. He aquí por qué, mientras una nación impera, otra languidece, según el juicio de Aquél que está oculto, como la serpiente en la hierba. Vuestro saber no puedo contrastarla; porque provee, juzga y prosigue su reinado, como el suyo cada una de las otras deidades. Sus transformaciones no tienen tregua; la necesidad la obliga a ser rápida; por eso se cambia todo en el mundo con tanta frecuencia. Tal es esa a quien tan a menudo vituperan los mismos que deberían ensalzarla, y de quien blasfeman y maldicen sin razón. Pero ella es feliz, y no oye esas maldiciones: contenta entre las primeras criaturas, prosigue su obra y goza en su beatitud. Bajemos ahora donde existen mayores y más lamentables males: ya descienden todas las estrellas que salían cuando me puse en marcha, y nos está prohibido retrasarnos mucho.

El pantano del Estige y los iracundos

Atravesamos el círculo hasta la otra orilla, sobre un hirviente manantial, que vierte sus aguas en un arroyo que le debe su origen y cuyas aguas son más bien obscuras que azuladas; y bajamos por un camino distinto, siguiendo el curso de tan tenebrosas ondas. Cuando aquel arroyo ha llegado al pie de la playa gris e infecta, forma una laguna llamada Estigia; y yo, que miraba atentamente, vi algunas almas encenagadas en aquel pantano, completamente desnudas y de irritado semblante. Se golpeaban no sólo con las manos, sino con la cabeza, con el pecho, con los pies, arrancándose la carne a pedazos con los dientes. Díjome el buen Maestro:

— Hijo, contempla las almas de los que han sido dominados por la ira: quiero además que sepas que bajo esta agua hay una raza condenada que suspira, y la hace hervir en la superficie, como te lo indican tus miradas en cuantos sitios se fijan. Metidos en el lodo, dicen: "Estuvimos siempre tristes bajo aquel aire dulce que alegra el Sol, llevando en nuestro interior una tétrica humareda: ahora nos entristecemos también en medio de este negro cieno."

Estas palabras salen del fondo de su garganta, como si formaran gárgaras, no pudiendo pronunciar una sola íntegra. Así fuimos describiendo un gran arco alrededor del fétido pantano, entre la playa seca y el agua, vueltos los ojos hacia los que se atragantaban con el fango, hasta que al fin llegamos al pie de una torre.

ANÁLISIS: Canto VII

RESUMEN

Plutón, que está de guardia en la entrada del cuarto círculo, intenta asustar a Dante con palabras de enfado. Pero Virgilio lo hace callar, y lleva al discípulo a ver la piedad de los pródigos y avaros, que están condenados a rodar sobre sus pechos grandes pesos e intercambiar insultos. Los Poetas hablan de Fortuna, y luego bajan al quinto círculo y van por las orillas de las Estigias, donde se sumergen lo irascible y lo ácido.

VOCABULARIO

Aullido: Voz quejumbrosa y prolongada que emiten el lobo, el perro y otros cánidos.

Cieno: Lodo blando que se deposita en el fondo de lugares donde hay agua acumulada o en sitios bajos y húmedos.

Fétido: Que desprende un olor malo, desagradable e intenso.

Gárgaras: Acción que consiste en mantener un líquido en la garganta, sin tragarlo, poniendo la boca abierta hacia arriba y expulsando el aire lentamente para que el líquido se mueva.

Imperar: Dominar o tener predominio [una cosa o una persona] sobre otras imponiéndose su carácter.

Injuria: Hecho o insulto que ofende a una persona por atentar contra su dignidad, honor, credibilidad, etc., especialmente cuando es injusto.

Inmundo: Que está muy lleno de basura o suciedad.

Iracundo: Persona que muestra ira o es propenso a ella.

Languidecer: Perder [una persona o una cosa] la fuerza, el vigor o la lozanía.

Querella: Oposición o falta de armonía entre dos o más personas.

Sórdido: Que es miserable, sucio, indecente o malicioso.

Subyugar: Someter o dominar completamente a una persona o colectividad utilizando la persuasión.

Tétrico: Que es oscuro, triste y grave, y hace pensar en la muerte.

Tregua: Detención o suspensión temporal de una lucha o de una guerra.

Vituperio: Censura o desaprobación que una persona hace con mucha dureza contra algo o alguien.

Canto 7. Castigo del ávaro y del Hijo pródigo.

Canto 7. Iracundo tratando de emerger de la Laguna Estigia.

Canto 7. Virgilio silencia a Plutón.

Canto 7 por Amos Nattini

Filippo Argenti

Canto octavo

Pasaje del Estige, Flegias

1. Sigo, continuando, que mucho antes de llegar al pie de la elevada torre, nuestros ojos se fijaron en su parte más alta, a causa de dos lucecitas que allí vimos, y otra que correspondía a estas dos, pero desde tan lejos, que apenas podía distinguirse. Entonces, dirigiéndome hacia el mar de toda ciencia, dije:

— ¿Qué significan esas llamas? ¿Qué responde aquella otra, y quiénes son los que hacen esas señales?

Respondióme:

— Sobre esas aguas fangosas puedes ver lo que ha de venir, si es que no te lo ocultan los vapores del pantano.

Jamás cuerda alguna despidió una flecha que corriese por el aire con tanta velocidad, como una navecilla que vi surcando las aguas en nuestra dirección, gobernada por un solo remero que gritaba: "¿Has llegado ya, alma vil?"

— Flegias, Flegias, gritas en vano esta vez — dijo mi Señor —; no nos tendrás en tu poder más tiempo que el necesario para pasar la laguna.

Flegias, conteniendo su cólera, hizo lo que un hombre a quien descubren que ha sido víctima de un engaño, ocasionándole esto un dolor profundo. Mi guía saltó a la barca y me hizo entrar en ella tras él; pero aquélla no pareció ir cargada hasta que recibió mi peso. En cuanto ambos estuvimos dentro, la antigua proa partió trazando en el agua una estela más profunda de lo que solía cuando llevaba otros pasajeros.

Filippo Argenti

Mientras recorríamos aquel canal de agua estancada, se me presentó una sombra llena de lodo, y me preguntó:

— ¿Quién eres tú, que vienes antes de tiempo?

A lo que contesté:

— Si he venido, no es para permanecer aquí; mas dime ¿Quién eres tú, que tan sucio estás?

Respondióme:

— Ya ves que soy uno de los que lloran.

Y yo a él:

— ¡Permanece, pues, entre el llanto y la desolación, espíritu maldito! Te conozco aunque estés tan enlodado.

Entonces extendió sus manos hacia la barca, pero mi prudente Maestro le rechazó diciendo:

— Véte de aquí con los otros perros.

En seguida rodeó mi cuello con sus brazos, me besó en el rostro y me dijo:

— Alma desdeñosa, ¡bendita aquella que te llevó en su seno! Ese que ves fue en el mundo una persona soberbia; ninguna virtud ha honrado su memoria, por lo que su sombra está siempre furiosa. ¡Cuántos se tienen allá arriba por grandes reyes, que se verán sumidos como cerdos en este pantano, sin dejar en pos de sí más que horribles desprecios!

Y yo:

— Maestro, antes de salir de este lago, desearía en gran manera ver a ese pecador sumergido en el fango.

Y él a mí:

— Antes de que veas la orilla, quedarás satisfecho: convendrá que goces de ese deseo.

Poco después, le vi acometido de tal modo por las demás sombras cenagosas, que aún alabo a Dios y le doy gracias por ello. Todas gritaban: "¡A Felipe Argenti!" Este florentino, espíritu orgulloso, se revolvía contra sí mismo, destrozándose con sus dientes. Dejémosle allí, pues no pienso ocuparme más de él.

Los muros de la ciudad de Dite

Después vino a herir mis oídos un lamento doloroso, por lo cual miré con más atención en torno mío. El buen Maestro me dijo:

— Hijo mío, ya estamos cerca de la ciudad que se llama Dite; sus habitantes pecaron gravemente y son muy numerosos.

Y yo le respondí:

— Ya distingo en el fondo del valle sus torres bermejas, como si salieran de entre llamas.

A lo cual me contestó:

— El fuego eterno que interiormente las abrasa, les comunica el rojo color que ves en ese bajo infierno.

Al fin entramos en los profundos fosos que ciñen aquella desolada tierra: las murallas me parecían de hierro. Llegamos, no sin haber dado antes un gran rodeo, a un sitio en que el barquero nos dijo en alta voz: "Salid, he aquí la entrada." Vi sobre las puertas más de mil espíritus, caídos del cielo como una lluvia, que decían con ira: "¿Quién es ése que sin haber muerto anda por el reino de los muertos?" Mi sabio Maestro hizo un ademán expresando que quería hablarles en secreto. Entonces contuvieron un poco su cólera y respondieron: "Ven tú solo, y que se vaya aquel que tan audazmente entró en este reino. Que se vuelva solo por el camino que ha emprendido locamente: que lo intente, si sabe; porque tú, que le has guiado por esta obscura comarca, te has de quedar aquí."

Juzga, lector, si estaría yo tranquilo al oír aquellas palabras malditas: no creí volver nunca a la tierra.

— ¡Oh, mi guía querido!, tú que más de siete veces me has devuelto la tranquilidad y librado de los grandes peligros con que he tropezado, no me dejes, le dije, tan abatido: si nos está prohibido avanzar más, volvamos inmediatamente sobre nuestros pasos.

Y aquel señor que allí me había llevado me dijo:

— No temas, pues nadie puede cerrarnos el paso que Dios nos ha abierto.

Aguárdame aquí: reanima tu abatido espíritu y alimenta una grata esperanza, que yo no te dejaré en este bajo mundo.

En seguida se fue el dulce Padre, y me dejó solo. Permanecí en una gran incertidumbre, agitándose el sí y el no en mi cabeza.

No pude oír lo que les propuso; pero habló poco tiempo con ellos, y todos a una corrieron hacia la ciudad. Nuestros enemigos dieron con las puertas en el rostro a mi Señor, que se quedó fuera, y se dirigió lentamente hacia donde yo estaba. Tenía los ojos inclinados, sin dar señales de atrevimiento, y decía entre suspiros: "¿Quién me ha impedido la entrada en la mansión de los dolores?" Y dirigiéndose a mí:

— Si estoy irritado — me dijo —, no te inquietes; yo saldré victorioso de esta prueba, cualesquiera que sean los que se opongan a nuestra entrada. Su temeridad no es nueva: ya la demostraron ante una puerta menos secreta, que se encuentra todavía sin cerradura. Ya has visto sobre ella la inscripción de muerte. Pero más acá de esa puerta, descendiendo la montaña y pasando por los círculos sin necesidad de guía, viene uno que nos abrirá la ciudad.

ANÁLISIS: Canto VIII

RESUMEN

Flégias corre con su barca para que los dos Poetas sean llevados, pasando a la laguna, a la ciudad de Dite. En el camino se encuentran con Filipe Argenti, un florentino, que discute con Dante. Al llegar a las puertas de Dite, los demonios no lo dejan entrar. Virgilio, sin embargo, le dice a Dante que no le falte valor, porque ganarán la prueba y que no estará lejos alguien que los ayude.

VOCABULARIO

Abatido: Que ha perdido el ánimo, las fuerzas.

Bermejo: Que es rojo o rojizo, en especial la piel y el pelo.

Ceñir: Hacer que una prenda u otra cosa quede ceñida al cuerpo.

Ciénaga: Terreno pantanoso o que está lleno de cieno.

Cólera: Sentimiento de enojo muy grande y violento.

Desdén: Indiferencia y desprecio hacia una persona o una cosa.

Desolación: Sensación de hundimiento o vacío provocada por una angustia, dolor o tristeza grandes.

Fango: Barro blando y viscoso, mezclado a veces con restos orgánicos, que se forma en el fondo de una corriente o depósito de agua, o en un lugar en el que queda circunstancialmente agua estancada.

Incertidumbre: Falta de seguridad, de confianza o de certeza sobre algo, especialmente cuando crea inquietud.

Proa: Parte delantera de una embarcación o de una aeronave.

Sumir: Hacer que una persona quede abatida física o moralmente quitándole las ilusiones, la fuerza, el ánimo, etc., o hacer que entre en una situación difícil.

Temerario: Que acomete una acción peligrosa con valor e imprudencia.

Vil: Que actúa con gran maldad, de un modo bajo y despreciable y sin escrúpulo alguno.

Canto 8. Virgilio confrontando los demonios fuera de la ciudad.

Canto 8. Virgilio empuja a Filippo Argente de vuelta a la Laguna Estigia.

Canto 9. Dante y Virgilio entre los herejes.

Canto 8. Phlegyas transporta a Virgilio y Dante a través de la Laguna Estigia.

Canto 8 por Amos Nattini

Canto 8. Virgilio y Dante a través de la Laguna Estigia por Eugene Delacroix, 1822

Canto 8. Los demonios cierran las puertas de Dis en la cara de Virgilio por Carlos Saccani.

Citta di dite

Canto noveno

A Virgilio y Dante se les impide entrar en la Ciudad de Dis, pero un ángel acude en su ayuda.

Miedo de Dante

1. Aquel color que el miedo pintó en mi rostro cuando vi a mi guía retroceder, hizo que en el suyo se desvaneciera más pronto la palidez insólita, púsose atento, como un hombre que escucha, porque las miradas no podían penetrar a través del denso aire y de la espesa niebla.

— Sin embargo, debemos vencer en esta lucha — empezó a decir —; ¡si no!... pero se nos ha prometido... ¡Oh!, ¡cuánto tarda el otro en llegar!

Yo vi bien que ocultaba lo que había comenzado a decir bajo otra idea que le asaltó después, y que estas últimas palabras eran diferentes de las primeras: sin embargo, su discurso me causó espanto, porque me parecía descubrir en sus entrecortadas frases un sentido peor del que en realidad tenían.

— ¿Ha bajado alguna vez al fondo de este triste abismo algún espíritu del primer círculo, cuya sola pena es la de perder la esperanza? — le pregunté.

A lo que me respondió:

— Rara vez sucede que alguno recorra el camino por donde yo voy. Es cierto que tuve que bajar aquí otra vez a causa de los conjuros de la cruel Erictón, que llamaba las almas a sus cuerpos, hacía poco tiempo que mi carne estaba despojada de su alma, cuando me hizo traspasar esas murallas para sacar un espíritu del círculo de Judas. Este círculo es el más profundo, el más obscuro y el más lejano del Cielo que lo mueve todo. Conozco bien el camino; por lo cual debes estar tranquilo. Esta laguna, que exhala tan gran fetidez, ciñe en torno la ciudad del dolor, donde ya no podremos entrar sin justa indignación.

Las Furias

Dijo además otras cosas, que no he podido retener en mi memoria, porque me hallaba absorto, mirando la alta torre de ardiente cúspide, donde vi de improviso aparecer rápidamente tres furias infernales, tintas en sangre, las cuales tenían movimientos y miembros femeniles. Estaban ceñidas de hidras verdosas, y tenían por cabellos pequeñas serpientes y cerastas, que ceñían sus horribles sienes. Y aquél que conocía muy bien a las siervas de la Reina del dolor eterno:

— Mira — me dijo —, las feroces Erinnias. La de la izquierda es Megera; la que llora a la derecha es Alecton, y la del centro es Tisifona.

Después calló. Las furias se desgarraban el pecho con sus uñas; se golpeaban con las manos, y daban tan fuertes gritos, que por temor me acerqué más al poeta. "Venga Medusa, y le convertiremos en piedra, decían todas mirando hacia abajo: mal hemos vengado la entrada del audaz Teseo."

— Vuélvete y cúbrete los ojos con las manos, porque si apareciese la Gorgona, y la vieses, no podrías jamás volver arriba.

Así me dijo el Maestro, volviéndome él mismo; y no fiándose de mis manos, me tapó los ojos con las suyas.

El mensajero de Dios

¡Oh vosotros, que gozáis de sano entendimiento; descubrid la doctrina que se oculta bajo el velo de tan extraños versos!

Oíase a través de las turbias ondas un gran ruido, lleno de horror, que hacía retemblar las dos orillas, asemejándose a un viento impetuoso, impelido por contrarios ardores, que se ensaña en las selvas, y sin tregua las ramas rompe y desgaja, y las arroja fuera; y marchando polvoroso y soberbio, hace huir a las fieras y a los pastores. Me descubrió los ojos, y me dijo:

— Ahora dirige el nervio de tu vista sobre esa antigua espuma, hacia el sitio en que el humo es más maligno.

Como las ranas, que, al ver la culebra enemiga, desaparecen a través del agua, hasta que se han reunido todas en el cieno, del mismo modo vi más de mil almas condenadas, huyendo de uno que atravesaba la Estigia a pie enjuto.

Alejaba de su rostro el aire denso, extendiendo con frecuencia la siniestra mano hacia delante, y sólo este trabajo parecía cansarle. Bien comprendí que era un mensajero del Cielo, y volvíme hacia el Maestro; pero éste me indicó que permaneciese quieto y me inclinara. ¡Ah!, ¡cuán desdeñoso me pareció aquel enviado celeste! Llegó a la puerta, y la abrió con una varita sin encontrar obstáculo.

—¡Oh demonios arrojados del Cielo, raza despreciable! — empezó a decir en el horrible umbral—; ¿cómo habéis podido conservar vuestra arrogancia?

¿Por qué os resistís contra esa voluntad, que no deja nunca de conseguir su intento, y que ha aumentado tantas veces vuestros dolores? ¿De qué os sirve luchar contra el destino? Vuestro Cerbero, si bien lo recordáis, tiene aún el cuello y el hocico pelados.

Dentro de los muros: el cementerio de los herejes

Entonces se volvió hacia el cenagoso camino sin dirigirnos la palabra, semejante a un hombre a quien preocupan y apremian otros cuidados, que no se relacionan con la gente que tiene delante. Y nosotros, confiados en las palabras santas, dirigimos nuestros pasos hacia la ciudad de Dite. Entramos en ella sin ninguna resistencia; y como yo deseaba conocer la suerte de los que estaban encerrados en aquella fortaleza, luego que estuve dentro, empecé a dirigir escudriñadoras miradas en torno mío, y vi por todos lados un gran campo lleno de dolor y de crueles tormentos. Como en los alrededores de Arlés, donde se estanca el Ródano, o como en Pola, cerca del Quarnero, que encierra a Italia y baña sus fronteras, vense antiguos sepulcros, que hacen montuoso el terreno, así también aquí se elevaban sepulcros por todas partes; con la diferencia de que su aspecto era más terrible, por estar envueltos entre un mar de llamas, que los encendían enteramente, más que lo fue nunca el hierro en ningún arte. Todas sus losas estaban levantadas, y del interior de aquéllos salían tristes lamentos, parecidos a los de los míseros ajusticiados.

Entonces le pregunté a mi Maestro:

— ¿Qué clase de gente es ésa, que sepultada en aquellas arcas, se da a conocer por sus dolientes suspiros?

A lo que me respondió:

— Son los heresiarcas, con sus secuaces de todas sectas: esas tumbas están mucho más llenas de lo que puedes figurarte. Ahí está sepultado cada cual con su semejante, y las tumbas arden más o menos.

Después, dirigiéndose hacia la derecha, pasamos por entre los sepulcros y las altas murallas.

ANÁLISIS: Canto IX

RESUMEN

Dante le pregunta a Virgilio si ya ha vuelto a viajar por el infierno. Virgilio responde que ya ha viajado por el infierno y narra cómo y cuándo. En la torre de Dite, sin embargo, aparecen las tres Furias y luego Medusa, amenazando a Dante. Virgilio, sin embargo, lo defiende. Llega un ángel del Cielo y abre las puertas de la ciudad rebelde a los Poetas.

VOCABULARIO

Absorto: Que dirige toda su atención a una actividad o pensamiento, aislándose de lo que lo rodea.

Apremiar: Insistir a una persona, especialmente mediante palabras, para que haga algo con rapidez.

Cerasta: Cuerno.

Sien: Parte de la cara humana, situada a cada lado de ella, comprendida entre la frente, la oreja y la mejilla.

Conjuro: Fórmula o conjunto de palabras mágicas que se pronuncian para invocar a un espíritu o ser sobrenatural.

Cúspide: Punto más alto o mayor grado de perfección, intensidad o grandeza de algo.

Enjuto: Que está muy delgado.

Ensañarse: Causar un intenso daño, de manera deliberada e innecesaria, a alguien o algo en concreto, especialmente una víctima inocente e indefensa.

Escudriñar: Examinar algo con mucha atención, tratando de averiguar las interioridades o los detalles menos manifiestos.

Espanto: Miedo súbito y muy intenso.

Fetidez: Olor desagradable e intenso de una cosa.

Gorgona: En la mitología griega, una gorgona era un despiadado monstruo femenino. Cualquiera que intentase mirarla quedaba petrificado. La gorgona llevaba un cinturón de serpientes, entrelazadas como una hebilla y confrontadas entre sí.

Impetuoso: Que actúa de forma irreflexiva y precipitada.

Secuaz: [persona] Que normalmente acompaña y sigue a otra persona y muestra una actitud de subordinación y dependencia respecto a ella.

Siniestro: Que está hecho con perversidad o mala intención.

Canto 9. Mensajero celestial dispersando a los demonios.

Canto 9. Dante y Virgilio entre los herejes.

Canto 9 por Amos Nattini

Canto 9. Dante Virgilio señalando a las erinias por Gustave Doré

Canto 9. Las erinias por Erick Armusic

Mientras los Poetas caminan entre las arcadas, donde las almas de los heresiarcas están de duelo, Dante le expresa a Virgilio el deseo de ver personas enterradas en ellas y hablar con alguien. Entonces escucha una voz que lo llama. Es Farinata degli Uberti. Mientras el Poeta le habla, es interrumpido por Cavalcante Cavalcanti, quien le pregunta por su hijo Guido. Dante continúa el discurso que comenzó con Farinata, quien oscuramente predice su exilio.

Canto décimo

Los epicúreos

1. El maestro avanzó por un estrecho sendero, entre los muros de la ciudad y las tumbas de los condenados, y yo seguí tras él.

— ¡Oh suma virtud — exclamé — que me conduces a tu placer por los círculos impíos! Háblame y satisface mis deseos. ¿Podré ver la gente que yace en esos sepulcros? Todas las losas están levantadas, y no hay nadie que vigile.

Respondióme:

— Todos quedarán cerrados, cuando hayan vuelto de Josafat las almas con los cuerpos que han dejado allá arriba. Epicuro y todos sus sectarios, que pretenden que el alma muere con el cuerpo, tienen su cementerio hacia esta parte. Así, que pronto contestarán aquí dentro a la pregunta que me haces, y al deseo que me ocultas.

Yo le repliqué:

— Buen Guía, si acaso te oculto mi corazón, es por hablar poco, a lo cual no es la primera vez que me has predispuesto con tus advertencias.

Farinata degli Uberti

— ¡Oh Toscano, que vas por la ciudad del fuego hablando modestamente!, dígnate detenerte en este sitio. Tu modo de hablar revela claramente el noble país al que quizá fui yo funesto.

Tales palabras salieron súbitamente de una de aquellas arcas, haciendo que me aproximara con temor a mi Guía. Este me dijo:

— Vuélvete: ¿qué haces? Mira a Farinata, que se ha levantado en su tumba, y a quien puedes contemplar desde la cintura a la cabeza.

Yo tenía ya mis miradas fijas en las suyas: él erguía su pecho y su cabeza en ademán de despreciar al Infierno. Entonces mi Guía, con mano animosa y pronta, me impelió hacia él a través de los sepulcros, diciéndome: "Háblale con claridad."

En cuanto estuve al pie de su tumba, examinóme un momento; y después, con acento un tanto desdeñoso, me preguntó:

— ¿Quiénes fueron tus antepasados?

Yo, que deseaba obedecer, no le oculté nada, sino que se lo descubrí todo; por lo cual arqueó un poco las cejas, y dijo:

— Fueron terribles contrarios míos, de mis parientes y de mi partido; por eso los desterré dos veces.

— Si estuvieron desterrados — le contesté —, volvieron de todas partes una y otra vez, arte que los vuestros no han aprendido.

Aparición de Calvalcante dei Cavalcanti

Entonces, al lado de aquél, apareció a mi vista una sombra, que sólo descubría hasta la barba, lo que me hace creer que estaba de rodillas. Miró en torno mío, como deseando ver si estaba alguien conmigo; y apenas se desvanecieron sus sospechas, me dijo llorando:

— Si la fuerza de tu genio es la que te ha abierto esta obscura prisión, ¿dónde está mi hijo y por qué no se encuentra a tu lado?

Respondíle:

— No he venido por mí mismo: el que me espera allí me guía por estos lugares: quizá vuestro Guido "tuvo" hacia él demasiado desdén.

Sus palabras y la clase de su suplicio me habían revelado ya el nombre de aquella sombra: así es que mi respuesta fue precisa. Irguiéndose repentinamente exclamó:

— ¿Cómo dijiste "tuvo"? Pues qué, ¿no vive aún? ¿No hiere ya sus ojos la dulce luz del día?

Cuando observó que yo tardaba en responderle, cayó de espaldas en su tumba, y no volvió a aparecer fuera de ella. Pero aquel otro magnánimo, por quien yo estaba allí, no cambió de color, ni movió el cuello, ni inclinó el cuerpo.

— El que no hayan aprendido bien ese arte — me dijo continuando la conversación empezada —, me atormenta más que este lecho. Mas la deidad que reina aquí no mostrará cincuenta veces su faz iluminada, sin que tú conozcas lo difícil que es ese arte. Pero dime, así puedas volver al dulce mundo, ¿por qué causa es ese pueblo tan desapiadado con los míos en todas sus leyes?

A lo cual le contesté:

— El destrozo y la gran matanza que enrojeció el Arbia excita tales discursos en nuestro templo.

Entonces movió la cabeza suspirando, y después dijo:

— No estaba yo allí solo; y en verdad, no sin razón me encontré en aquel sitio con los demás; pero sí fui el único que, cuando se trató de destruir a Florencia, la defendí resueltamente.

— ¡Ah! — le contesté —; ¡ojalá vuestra descendencia tenga paz y reposo! Pero os ruego que deshagáis el nudo que ha enmarañado mi pensamiento. Me parece, por lo que he oído, que prevéis lo que el tiempo ha de traer, a pesar de que os suceda lo contrario con respecto a lo presente.

— Nosotros — dijo — somos como los que tienen la vista cansada, que vemos las cosas distantes, gracias a una luz con que nos ilumina el Guía soberano. Cuando las cosas están próximas o existen, nuestra inteligencia es vana, y si otro no nos lo cuenta, nada sabemos de los sucesos humanos; por lo cual puedes comprender que toda nuestra inteligencia morirá el día en que se cierre la puerta del porvenir.

— Decid a ese que acaba de caer, que su hijo está aún entre los vivos. Si antes no le respondí, hacedle saber que lo hice porque estaba distraído con la duda que habéis aclarado.

Mi Maestro me llamaba ya, por cuya razón rogué más solícitamente al espíritu que me dijera quién estaba con él.

— Estoy tendido entre más de mil — me respondió —; ahí dentro están el segundo Federico y el Cardenal. En cuanto a los demás, me callo.

Se ocultó después de decir esto, y yo dirigí mis pasos hacia el antiguo poeta, pensando en aquellas palabras que me parecían amenazadoras. Se puso en marcha, y mientras caminábamos, me dijo:

— ¿Por qué estás tan turbado?

Y cuando satisfice su pregunta:

— Conserva en tu memoria lo que has oído contra ti — me ordenó aquel sabio —; y ahora estáme atento.

Y levantando el dedo, prosiguió:

— Cuando estés ante la dulce mirada de aquella cuyos bellos ojos lo ven todo, conocerás el porvenir que te espera.

En seguida se dirigió hacia la izquierda. Dejamos las murallas y fuimos hacia el centro de la ciudad, por un sendero que conduce a un valle, el cual exhalaba un hedor insoportable.

ANÁLISIS: Canto X

RESUMEN

Mientras los Poetas caminan entre las arcadas, donde las almas de los heresiarcas están de duelo, Dante le expresa a Virgilio el deseo de ver personas enterradas en ellas y hablar con alguien. Entonces escucha una voz que lo llama. Es Farinata degli Uberti. Mientras el Poeta le habla, es interrumpido por Cavalcante Cavalcanti, quien le pregunta por su hijo Guido. Dante continúa el discurso que comenzó con Farinata, quien oscuramente predice su exilio.

VOCABULARIO

Arquear: Dar forma de arco a algo.

Desdén: Indiferencia y desprecio hacia una persona o una cosa.

Despiadado: Que no siente ni muestra pena o compasión por nada, especialmente por la desgracia o el sufrimiento ajeno, o que no tiene tendencia natural a tener ese sentimiento.

Erguir: Poner una cosa en posición vertical.

Funesto: Que es origen de tristezas o de desgracias.

Hedor: Olor muy desagradable.

Impeler: Impulsar o hacer que una cosa o persona adquiera un movimiento rápido al aplicarle una fuerza.

Replicar: Responder o contestar a alguien.

Turbar: Alterar el ánimo de una persona confundiéndola o aturdiéndola hasta dejarla sin saber qué hacer ni qué decir.

Yacer: Estar una persona enterrada en un lugar.

Canto 10. Virgilo y Dante con Farinata.

Farinata y Cavalcanti. Nattini Guglielmo Girardi ,1478

Canto 10 por Amos Nattini

Canto 10. Dante y Virgilio ante Farinata por Gustave Doré

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