12. Compañerismo

La 

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Hoy hablaré 

12.1. La paloma y la hormiga

A la orilla de un claro arroyo, bebía una paloma, cuando, al inclinarse sobre el agua, una infeliz hormiga cayó en la corriente.

En vano la hormiga se esforzaba en aquel «océano» por ganar la orilla. Pero la paloma acude caritativa y lanza al agua una brizna de hierba, asida a la cual la pobre hormiga logra llegar a un promontorio.

Al mismo tiempo, pasaba, con los pies desnudos, un campesino con una ballesta a la cintura. Al ver a la paloma, piensa en cocinarla y comérsela. Pero mientras el campesino se preparaba para matar a la paloma, la hormiga muy oportuna le pica en el talón. El hombre volvió la cabeza y la paloma emprendió el vuelo.

12.2. Historia de un adoquín

Había un adoquín en la calle que estaba contento con su papel: los niños y ancianos lo pisaban, los coches pasaban, no había charquitos ni baches, todo era bonito. Pero a él lo fastidiaban los otros adoquines, que cada uno apretaba por un lado, y no se podía mover. Los veía hasta con malas intenciones. A su vista sólo tenía a esos y le parecían injustos con él. ¡Egoístas! «Seguro —decía— que me aprietan a mí porque yo no me quejo y luego ellos tienen espacio de sobra para respirar».

Un día, no aguantaba más y se plantó: «estoy harto de vosotros y me voy». Los otros pensaron: «más tranquilos y anchos vamos a estar». «Si quieres rodar, vete por ahí, cualquiera sabe dónde irás a parar... Ah, y tú eres responsable de las desgracias que sucedan por no estar en tu sitio», «Adiós, no aguanto más». Apenas, se marchó, un niño en bicicleta que venía a toda velocidad y no lo vio, se cayó aparatosamente y se rompió el brazo. La gente que acudió a atender al niño colocó el adoquín en el hueco de antes. Los cuatro compañeros le riñeron: «Ves, eres un irresponsable, ¿para qué quieres tanta libertad? En la vida hay más cosas que eso».

— «¿Veis, dice el adoquín, cómo no se puede estar con vosotros? Sólo sabéis condenarme. No me queréis a vuestro lado; lo único, aprovecharos de mi. Para eso me voy, me pongo fuera de la calzada y ya está».

Apenas se había quitado, vino una moto, y al pasar su rueda por el hueco dejado por el adoquín, ¡hala!, fue a estrellarse contra la pared y, por poco, se mata el conductor al darse su cabeza con el adoquín. El muchacho ensangrentado y todo pone el adoquín en su sitio. Surgen nuevas riñas de los compañeros, uno le dice: «Por faltar tú, ¡otro golpe!». Otro: «Antes, ni charquitos de agua, y ahora todo van a ser charcos de sangre». El tercero: «Y la calle está más fea». Y el otro cuarto adoquín: «Y hasta nos proteges, el otro día un niño estuvo tirando de mí y me separó un poco de los otros». «Hasta puede ser que, por tu culpa, se estropee toda la calle». Todos le decían: «Dónde mejor estás es aquí». Parecía convencido ya de quedarse cuando oyó mucho ruido, gritos, caballos, botes de humo. Dice: «¡Uff!, es una manifestación de trabajadores, que no están contentos y se enfrentan a la policía. Esto no me lo pierdo. Lo veo desde fuera, junto a la pared». Desde allí pudo observar bien lo que pasaba. Los obreros arrojaron palos, piedras, todo lo que encontraban. Tiraron también los otros adoquines compañeros, los arrancaron y los lanzaron contra la policía. Por ello quedó un hoyo enorme en la calle. Otros que venían detrás cogieron más y más. El último de todos vino por él y lo tiró con fuerza a un policía, lo hirió mortalmente y, otra vez, lo bañaron en sangre... El quería ya volver a su sitio y estarse quietecito haciendo su papel, pero... al día siguiente, tempranito, vinieron unos señores con distintas herramientas, los juntaron con otros adoquines, los unieron con cemento, los golpearon fuerte y dijeron: “Estos ya no se mueven». “No puedo ni moverme. ¿Dónde estarán mis antiguos compañeros? estos aprietan más. Parecemos todos una sola cosa ¡Cualquiera les dice nada! Más vale callar, no sea que se enteren que fui el culpable».

12.3. Un profundo gesto de compañerismo

Era la octava edición de la Maratón Popular de Madrid, y todos los que estábamos en el parque del retiro ya dábamos como ganador a Fernando Díaz Pérez, un atleta de treinta y cinco años, perteneciente al F.C. Barcelona, maratoniano puro, cuyas grandes virtudes hasta el mo¬mento han sido ayudar a su club, de lo que fuera, en las competiciones nacionales.

Pero en los últimos metros saltó la sorpresa. Fernando Díaz Pérez se paró, miró hacia atrás y vio como su compañero de fatigas Antonio Cánovas estaba a punto de caer al suelo. Los 42 km. estaban pasando factura a este hombre del bigotito, tipo Alberto Cova, que se encontraba totalmente desfallecido, sin vigor en las piernas para cubrir los pocos metros que le restaban para la llegada. Fernando no dudó ni un solo momento. En cuestión de segundos mandó la amistad en la mente del teóricamente vencedor y, desechando un triunfo que tenía ya casi en la mano, pasó su brazo izquierdo por debajo de las axilas y le llevó casi en volandas hasta la línea de meta. Pero además, Fernando Díaz tuvo el gran detalle de empujar ligeramente a su amigo para que este entrara en primer lugar, por lo que en el historial de la Maratón Popular de Madrid figura efectivamente, Antonio Cánovas, el del bigotillo, como el ganador después de una auténtica pesadilla de 42,195 kilómetros. La segunda plaza fue para nuestro hombre, para Fernando Díaz Pérez, quien después de su gesto deportivo quitaba importancia a ese abrazo que le privó de los laureles del vencedor, pero que le hizo afianzar más sus lazos de amistad con Cánovas, el del bigotillo.

Diario Ya. Madrid. 25 de febrero 1986

12.4. No corra. Yo abandono.

En el Tour de Francia de 1949, el gran favorito, el italiano Fausto Coppi, llevaba ya acumulados diecio¬cho minutos de desventaja cuando sólo se disputaba la quinta etapa. Escapado, cayó al suelo y tuvo que esperar más de seis minutos hasta que apareció su director, con los recambios para la bicicleta. Cuando por fin llegó, Coppi le detuvo en su acelerada manio¬bra: “No corra, yo abandono”. Se produjo un diálo-go que tuvo tintes de tragedia. El director explicó, in¬sistió, imploró, presionó, hasta que finalmente y de mala gana, Coppi aceptó continuar. Uno de los gre¬garios iba junto a él. Miró de soslayo al gran Coppi hasta que por fin se atrevió a animarle con frases de aliento. Coppi por fin abrió la boca: “Gracias por lo que haces por mí, pero esto se ha acabado. Márchate con los otros”. Pero el gregario no hizo caso y a él se unieron otros “coequipiers”. Incluso Gino Bartali —el gran “enemigo” deportivo de Coppi— le esperó y le ofreció su bidón de agua. Al concluir la quinta eta¬pa, Coppi llevaba casi cuarenta minutos de retraso respecto al líder, por lo que volvió a hacer pública su intención de abandonar. En el hotel, sus compañeros intentaron convencerle para que continuara en ca¬rrera. Finalmente, el masajista del equipo logró con¬vencerle. “No prometo nada”, aseguró Coppi. Sin embargo, poco a poco fue recortando distancias atacando a sus rivales en todos los terrenos. En Pa¬rís, Coppi fue el maillot amarillo definitivo del Tour, con más de diez minutos de ventaja sobre el segun¬do clasificado. En pocos días, dejándose ayudar por sus compañeros, Coppi pasó de la derrota absoluta a la victoria más heroica del Tour de Francia.

(Javier de Gudalai. Anécdotas deportivas)

12.5. No podía ser sustituido

En la semifinal del Campeonato Mundial de Fútbol de México de 1970, disputada entre Italia y Alemania, Franck Beckenbauer sufrió una lesión en el hombro. En condiciones normales hubiera aban¬donado el terreno de juego. Pero Alemania había hecho los dos cambios reglamentarios y no podía ser sustituido. Dejar el partido hubiera supuesto obligar a sus compañeros a un esfuerzo descomu¬nal, para tratar de superar la superioridad numéri¬ca de Italia. Beckenbauer continuó jugando con el brazo vendado e inmovilizado, para no dejar a su equipo con un jugador menos, y logró terminar el partido. A pesar de su esfuerzo, Alemania perdió fi-nalmente por cuatro goles a tres, en un partido me¬morable. Cuatro años más tarde, el equipo de Beckenbauer se proclamaría campeón, en el Mun¬dial de Alemania.

(Javier Ruiz de Gudalai. Anécdotas deportivas)

12.6. La rosa y el sapo

Había una vez una rosa muy bella, se sentía de maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía de lejos, pues al lado de ella siempre había un sapo grande y oscuro, por eso nadie se acercaba a verla de cerca. Indignada por ello le ordenó al sapo que se fuera inmediatamente; el sapo muy obediente dijo: está bien, si así lo quieres. Poco tiempo después el sapo pasó por donde estaba la rosa y se sorprendió al ver la rosa totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. Le dijo entonces: ¿qué te pasa?

La rosa contestó: es que desde que te fuiste las hormigas me han comido día a día y nunca pude volver a ser igual.

El sapo contestó: pues claro, cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas y por eso siempre eras la más bella del jardín.

Moraleja: Muchas veces despreciamos a los demás por creer que somos más que ellos, más bellos o simplemente que no nos “sirven” para nada. Dios no hace a nadie para que sobre en este mundo, todos tenemos algo que aprender de los demás o algo que enseñar, y nadie debe despreciar a nadie. No vaya a ser que esa persona nos haga un bien del cual ni siquiera somos conscientes.

12.7. El asno y el perro

Había una vez un perro y un borrico que servían a un mismo dueño. Iban caminando y pasaron por un prado. El dueño cansado se echó a dormir. El borrico se disponía a hacer lo mismo, pero el perro que estaba hambriento le dijo: «Agáchate, borrico, y cogeré de la bolsa algo para comer». El asno se apartó, mas el perro no cesaba en su intento y le seguía dando saltos y levantando las patas para alcanzar la bolsa y conseguir comida.

— No seas tonto, —le decía el asno— espera que se despierte nuestro amo. Entonces tendremos más hambre y comeremos más a gusto. Si comemos ahora lo haremos intranquilos, ya que estamos pendientes de si se despierta el amo.

Mientras estaban en esta conversación, sale un lobo del bosque y el asno asustado le pide ayuda al perro para que ladrara y, de esta manera, ahuyentara al lobo. El perro, en vez de ladrar, como lo haría un buen compañero, le dijo con sorna: «No seas tonto, espera a que se despierte nuestro amo. Como antes me aconsejaste que tuviera paciencia, ahora la voy a tener yo viendo cómo el lobo te da muerte.

F. M. de Samaniego

12.8. La república de los animales

¡Qué vida tan tonta nos toca vivir!— dijo un día el conejo estirando las patas de atrás.

— Tienes razón— dijo el pequeño zorro—; hace infinidad de años que no ocurre en la selva nada de extraordinario, distinto de lo corriente.

— Y, por añadidura, mi padre, antes de dormirse — siguió diciendo el leoncito—, me aburre con las acostumbradas historias de sus tiempos...

“¡Cuando la selva sufría unos períodos larguísimos de sequía, entonces sí que había que sudar de lo lindo para procurarse comida! Ahora en cambio los períodos de lluvia y de buen tiempo se suceden con regularidad matemática y todo crece debajo de tus pies sin esfuerzo alguno. Vosotros los jóvenes no sabéis lo que significa estar cansados.”

— No creas que tu padre es el único que te hace esos sermones— repuso el conejo—. El mío, por ejemplo, nos sigue diciendo: “Haced economía, hijitos; guardad algo ahora que hay abundancia., porque las cosas pueden cambiar. Yo he tenido que andar un día entero para encontrar un puñado de hierba seca.” Es realmente un tormento tener que vivir con estos viejos que sólo saben refunfuñar.

Un cuervo, que desde lo alto de un árbol lo había oído todo, graznó: 

— Amigos, ¿qué os parece si dejamos a nuestros viejos con sus lamentaciones y nos vamos a un país en el que sólo haya jóvenes?

— ¡Eso sí que es hablar bien! — sentenció el pequeño zorro—. ¡No es justo que desperdiciemos nuestra juventud!

Y, diciendo esto, se marcharon alegremente. Cuando el sol se ocultó tras las montes, los cuatro amigos pensaron detenerse en una gruta para comer.

— ¿Hay alguien que haya traído algo de comer? — preguntó el zorro.

— ¡Qué mala sombra! Nos hemos olvidado. Pero no temáis, yo me ocupo de eso— dijo — el cuervo—. Saltando de rama en rama llegó a lo más alto de un árbol y luego se fue.

— Esperemos que nos traiga algo bueno— comentaron los demás.

— Tenemos mala suerte, amigos— dijo el cuervo regresando poco después con el pico seco—. Pero me he enterado que más allá de esos montes del fondo hay un valle muy fértil.

Y los cuatro amigos reanudaron su marcha con un hambre feroz que les roía el estómago.

— Nuestros viejos refunfuñaban, —dijo el leoncito—, pero nos daban de comer.

Los otros se callaron, porque pensaban lo mismo. Anduvieron muchísimo. El sol se alzó en el cielo mientras los cuatro avanzaban lentamente con la lengua colgando y la cabeza dándoles vueltas por el cansancio.

— ¡Vamos a pararnos aquí! — ordenó el león.

Todos se recostaron en unas matas y se durmieron. Pero el zorro se despertó en medio de la noche.

— ¡Madre mía, qué hambre! — se lamentó tocándose el estómago. Luego, viendo al cuervo que dormía a su lado, le dijo: ¡Tú nos has metido en esta estúpida aventura! 

Y con un profundo sentimiento de desprecio se le echó encima comiéndoselo con plumas y todo.

— ¿Dónde está el cuervo? — preguntaron los demás a la mañana siguiente.

— Ese vil traidor habrá huido durante la noche— contestó el zorro procurando no sonrojarse por la vergüenza.

Al anochecer el tercer día, el conejo no quiso seguir adelante.

— Te aseguro que el valle de los jóvenes está muy cerca— rugió el león.

— Pues yo digo que no ando más — dijo el conejo.

— Entonces vamos a pararnos, puesto que tú quieres tener siempre razón— concluyó el zorro, que ya se relamía pensando en las tiernas carnes del joven roedor.

A la mañana siguiente, en efecto, se encontraron solamente el león y el zorro.

— ¿Dónde habrá ido el conejo?— preguntó el león.

— Está claro. Anoche quiso detenerse y habrá acabado como el cuervo.

Los amigos, que ya eran sólo dos, reanudaron el camino jurándose mutua fidelidad. Hubo un momento en que dijo el león:

— Me asombra lo ligero que andas, sin dar signos de cansancio.

— ¿Qué quieres, compadre león? Nosotros los zorros somos resistentes.

— Pues temo que te has comido al cuervo y al conejo.

— ¡Qué cosas se te ocurren!

— Llevamos ya cuatro días andando, yo, que soy un león, me estoy muriendo de hambre y tú, miserable zorro, estás vigoroso como uno que va de paseo. Así es que déjate de historias. O yo me muero de hambre o...

El zorro se encogió todo lo que pudo, pero el león consiguió ponerle una pata en la cabeza y se lo comió en dos bocados.

Sin embargo, poco después, al superar el montecillo, el rey de la selva se encontró en el fértil valle entrevisto a lo lejos por el cuervo.

— ¡Qué malo he sido deshaciéndome del único compañero que me quedaba! Ahora podríamos vivir los dos felices y contentos –gimió —. No había acabado de secarse las lágrimas, cuando oyó a unos cazadores que decían:

— ¡Mira qué ejemplar tan magnífico! Procuremos no estropearle la piel.

El infeliz animal miró en torno aterrorizado, pero era ya demasiado tarde: una lanza le hirió en la garganta, matándolo.

Precisamente en eso momento, a lo lejos, los ancianos padres del conejo, el cuervo, el zorro y el león inventaban el proverbio que dice:

El que quiera a toda costa

su vida entera cambiar

perderá siempre la barca

y terminará en el mar.

Fábula kikuyu, KENIA

12.9. El gran árbol

Cuenta la leyenda que en una ciudad lejana hubo una vez un árbol grande y frondoso que era admirado por todos los habitantes del lugar. El árbol estaba colocado en el medio de la ciudad, en la plaza más importante, y allí acudían a visitarlo viajeros de todas partes del mundo. Tanto lo admiraban que le pusieron nombre: Caylon, el Gran Árbol.

Todos los árboles de la ciudad sentían un poco de envidia, porque a ellos nadie les hacía caso y se olvidaban de ellos. Y poco a poco se fueron olvidando de regarlos y de podarlos, mientras al gran árbol Caylon le daban todos los cuidados que necesitaba.

Ni siquiera los pájaros querían hacer sus nidos en otro árbol que no fuera Caylon. Incluso venían aves de otros lugares para hacer sus nidos allí. Pero, aunque Caylon era muy grande, pronto empezó a tener más nidos de los que cabían. Los pájaros se peleaban entre ellos por las mejores ramas. El ruido empezó a ser ensordecedor, y la toda la zona que rodeaba a Caylon estaba llena de suciedad por culpa de los pájaros que vivían en él.

La gente, y también los jardineros, dejaron de visitar y cuidar a Caylon porque siempre que se acercaban acababan con alguna caca de pájaro en la cabeza o en medio de una pelea de aves.

De este modo, al pueblo dejaron de llegar viajeros y los jardineros se marcharon a otro lugar a buscar trabajo. Y no quedó nadie para cuidar a los árboles de aquella ciudad.

Caylon se empezó a debilitar y los pájaros, finalmente, se fueron y lo dejaron tranquilo. Pero el pobre árbol ya no era el de antes. Estaba cansado, con muchas ramas rotas, y empezaba a secarse.

Los demás árboles, al ver a su compañero triste y deprimido, le animaron para que intentara reponerse.

— ¡Vamos, amigo, tú puedes! — le decían—. Nosotros llevamos años sin que nadie nos haga caso y míranos ahora. Somos grandes y fuertes, aunque nuestra forma no sea tan bonita como la tuya.

Caylon, que hacía tiempo que no se fijaba en sus compañeros, comprobó que, efectivamente, habían crecido mucho. Incluso vio que entre sus ramas había pequeños nidos donde vivían los pájaros más pequeños se habían escondido para huir de los grandes que vivían en el Gran Árbol.

— Creía que no os caía bien o que teníais envidia de mí —les dijo Caylon a los demás árboles.

— Eso era antes de ver lo que ocurre cuando eres el centro de todas las miradas—le dijo el árbol más viejo —. No te enfades, pero la verdad es que ahora no te tenemos envidia. 

— Pero no nos gusta verte así, compañero —dijo otro árbol algo más joven—. Si todos somos grandes y hermosos volverá la gente, y nos cuidarán más, y los pajaritos se repartirán entre todos. Y todos seremos felices.

Viendo esto, el Gran Árbol Caylon decidió hacer caso a sus amigos, y en poco tiempo se esforzó por recuperar su alegría. Mientras tanto, los pájaros que lo habían abandonado fueron volviendo a los demás árboles. Esto hizo que la gente empezara a visitarlos para oír el canto de los pájaros, y volvieran a cuidarlos.

De pronto un día un pajarillo se posó en una de las ramas del recuperado árbol Caylon. El árbol fue muy amable con él y le ofreció la mejor de sus ramas para hacer su nido. Caylon se llenó de vida de nuevo y nunca más volvió a quedar un solo árbol triste en aquella ciudad.

Eva María Rodríguez

CITAS, PROBERVIOS Y REFRANES

“Una multitud no es compañía”. Francis Bacon

“Júntate a los buenos y serás uno de ellos”. Miguel de Cervantes

“Un compañero prudente no es menos que un hermano”. Heinrich Heine

“Para dos no hay pendiente demasiado empinada”. Henrik Ibsen

“La compañía vulgar desgasta el espíritu”. André Maurois

“La excesiva familiaridad es incompatible con la dignidad, y menoscaba la consideración”. Plutarco

“Un compañero alegre te sirve en viaje casi de vehículo”. Publio Siro

“Viviendo con disolutos no se aprenden más que desvergüenzas”. Sófocles

“De las miserias suele ser alivio una compañía”. Miguel de Cervantes

“Triste puedo estar solo: para estar alegre, necesito compañía”. Elbert Hubbard

“Un hombre solo, está siempre en mala compañía”. Paul Valéry

“La amistad es animal de compañía, no de rebaño”. Plutarco 

“Tener con quien llorar aminora el llanto de muchos”. Vittorio Alfieri

“Dime con quién andas, y te diré quién eres”. Refrán popular

“No frecuentes las malas compañías, no sea que aumente su número”. G. Herbert 

“Debemos buscar a alguien con quien comer y beber antes de buscar algo que comer y beber, pues comer solo es llevar la vida de un león o un lobo”. Epicuro de Samos

“Latoso es el que nos quita la soledad y no nos da compañía”. Benedetto Croce

“Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo tan importante”. A. Saint-Exupéry

“De ningún bien se goza en la posesión, sin un compañero”. Cicerón 

“El que hace reír a sus compañeros merece el paraíso”. Mahoma

“Quien no sabe el camino del mar, debe elegir el rio por compañero”. John Ray 

“Entre compañeros nada se hace por dinero”. Refrán popular

“Un grano no hace granero pero ayuda al compañero”. Refrán popular

“Nueve veces de cada diez, la primera cosa que sabemos de los defectos de un compañero son sus disculpas”. Oliver Wendell Holmes

“No esperemos a ser buenos y cordiales. Apresurémonos ya desde ahora en alegrar el corazón de nuestros compañeros durante la corta travesía de la vida”. Henri Fréderic Amiel 

 “Recuerda que de la conducta de cada uno depende el destino de todos”. Alejandro Magno

“Es increíble lo que se puede conseguir cuando a nadie le importa quién se lleva el crédito”. Robert Yates

“Si podéis reír juntos, podéis trabajar juntos. Robert Orben

“Ningún hombre es lo suficientemente sabio por sí mismo”. Titus Maccius Plautus

“Encontrar un buen jugador es sencillo. Hacer que trabajen como un equipo es otra historia”. Casey Stengel

“El ingrediente principal del estrellato es el resto del equipo”. John Wooden

“Nadie puede tocar solo una sinfonía. Se necesita una orquesta”. H. Luccock

“No consigues equilibrio cuando todo el mundo canta la misma nota”. Doug Floyd

“Las malas actitudes arruinarán tu equipo”. Terry Bradshaw

“No importan los logros que conseguiste, alguien te ayudó”. Althea Gibson

“No hay algo así como un hombre hecho a sí mismo. Alcanzarás tus metas con la ayuda de los demás”. George Shinn

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