María Yudina

La pianista que venció a Stalin

Os hablaré sobre la milagrosa salvadora de millones de personas en suelo ruso, la madre Serafima Yúdina, Serafima de Cristo. Sobre la gran hazaña que cumplió para la salvación de esos millones. Sobre cómo la pequeñita pianista de origen judío, en 1943, cerró el Gulag y logró recriminar al malvado y déspota mundial Yósif Stalin.

La relación de Stalin con algunos de sus grandes músicos era realmente difícil, de ello puede dar buena cuenta el genial Dmitri Shostakovich que vivió durante muchos años atemorizado por la acogida que pudieran tener sus obras y la lectura que de ellas se pudiera hacer. Shostakovich fue compañero de estudios musicales de la portentosa pianista Maria Yúdina, una de las pocas voces que mostró sin miedo su disconformidad con el régimen comunista. Si el compositor se amoldaba como bien podía al pensamiento exigido por el partido, la pianista era una rebelde sin remedio. Era judía en una época en la que no estaban demasiado bien vistos en Rusia, pero por determinadas influencias terminó rizando el rizo y se convirtió en una convencidísima seguidora del Cristianismo Ortodoxo y tenía a gala no esconder su pensamiento religioso en unos tiempos en que ello era motivo inmediato de traslado a un gulag. Su maestría al piano era legendaria, sus interpretaciones de Bach, Beethoven o Mozart inolvidables, pero su forma de pensar la tenía siempre relegada a un segundo plano. Para las autoridades no era muy de recibo aquella señora que siempre vestía el mismo vestido negro y que según Shostakovich parecía ser el único que tenía de desgastado como estaba, que no utilizaba para nada cosméticos ni cuidaba lo más mínimo su apariencia en una muestra extrema de ascetismo. Solo había una cosa que no olvidaba en su vestuario, colgarse del cuello una cruz y declarar con ello a los cuatro vientos su pensamiento, costara lo que costara. Su vida se reducía en definitiva a dos cosas: la música y su fé.

Cuenta Shostakovich en sus memorias que María Yúdina le había contado la peculiar historia de cómo había grabado el concierto número 23 de Mozart. Ocurrió en 1943. En esas fechas todo el pueblo ruso se reunía junto a la radio para escuchar los partes de guerra: "Habla Moscú...." y después, para relajar un poco la tensión, ofrecían un concierto de música clásica. En aquella ocasión la obra elegida era el hermoso concierto nº 23 de Mozart pero habiendo caído en desgracia el pianista que iba a tocarlo llamaron de inmediato a la solvente aunque "díscola" María Yúdina que aceptó el encargo. Hacía pocas fechas que la pianista había recibido la noticia de la injusta muerte de una de sus mejores amigas y en ese estado de ánimo toco el concierto, cargando su ejecución de las intensas emociones que estaba viviendo, algo que inmediatamente contagió al resto de la orquesta y que provocó una atmosfera especial, sobre todo en el hermoso adagio de la obra. Uno de los radioyentes de aquella noche fue Stalin, quien admiraba profundamente a la pianista a pesar de sus ideas y comportamiento y cuando escuchó el adagio quedó atrapado por sus notas.

Tan pronto terminó el concierto y sin pasar por intermediarios, Stalin llamó al Jefe del Radio-Comite y según nos cuenta Shostakovich la conversación fue como sigue:

“–Me han dicho que desde su estudio de radio se ha transmitido el concierto de Mozart para piano y orquesta, interpretado por la pianista María Yúdina

–Sí, Iósif Vissariónovich (Stalin), así es, desde el nuestro.

–¿Ha sido el concierto grabado en un disco?

Las alarmas saltaron en la cabeza de aquel pobre hombre. El concierto había sido retransmitido en directo y no había sido grabado, pero le pareció que podía costarle la vida el decirle un no al todopoderoso Stalin y sin meditarlo mucho más se limitó a decir:

–Sí, Iósif Vissariónovich .

–Entonces, envíenmelo mañana a mi chalet en Kuntsevo, a las 9 de la mañana.

Los deseos de Stalin eran ordenes y si el disco no estaba grabado, tenían toda una noche para ponerle remedio. El Jefe del Radio-Comite llamó al KGB desde donde el Camarada Comandante le prometió ayuda. De esta manera empezaron a buscar músicos competentes con los que grabar el concierto, cosa nada fácil puesto que muchos de los que habían participado en la retransmisión en directo eran de fuera de la ciudad y estaban de regreso e ilocalizables, tal y como ocurrió con el director.

Poco a poco, fueron reclutándose los músicos capaces de abordar una obra de ese calado con garantías y fue necesario buscar a más de un director debido al temblor de piernas que provocaba el que aquel desafío de grabar un concierto a toda prisa para agradar a Stalin no saliera todo lo bien que debiera.

Tanto a los músicos como a María Yúdina fueron a buscarlas en los típicos vehículos con los que la policía iba a apresar a los críticos con el régimen, los temidos "Voronok", motivo por el cual, la pianista cuando fue invitada a acompañar a unos agentes y vio el vehículo sin recibir más explicación, pensó que todo había llegado a su fin. Tan solo respiró aliviada cuando llegó a la Radio y supo la verdadera razón de su traslado. Ante ella se encontró con un grupo de competentes pero temerosos músicos que difícilmente estaban en condiciones de lograr una grabación memorable. María Yúdina que sabía que aquella grabación iba a ir directamente a las manos de Stalin, se sintió especialmente motivada para volcar toda su rabia y dolor en el concierto y así a través de las notas de Mozart hacérselo llegar al que era causante del mismo. La pianista, que tenía el respeto de todos los músicos, logró con su energía y determinación cohesionar a la orquesta y que aquella noche, no se sabe cómo, lograran una actuación magistral.

Se cuenta que cuando llegó el segundo movimiento, el Adagio, María Yúdina, con lagrimas cayendo de sus ojos, logró convertir las notas en un Requiem por todos los desaparecidos del régimen. Cuando terminó el concierto no fue el temible Voronok el que devolvió a la pianista a su domicilio, ahora era un flamante coche del Estado el que trasladaba a una María Yúdina que se encontraba visiblemente cansada después de enfrentarse dos veces seguidas a un concierto ciertamente exigente y en una situación en la que las emociones eran muy intensas.

Stalin era al parecer un melómano empedernido y por su tocadiscos pasaban todos los discos que se grababan en la antigua URSS. Tras escucharlos emitía su juicio que determinaba el destino del disco. Si en la cubierta escribía una J (Jaraschó) el disco quedaba autorizado a circular, más si lo que dejaba escrito era una P (Ploja) el disco no vería la luz y el acetato volvería a ser convertido en pasta.

Por supuesto a las nueve de la mañana el disco se encontraba ya en las manos de Stalin. Se cuenta que estuvo varios días en su dacha escuchando repetidamente el disco y muy especialmente el adagio, incluso hay quien afirma que Stalin derramaba lágrimas cuando comenzaban las primeras notas del adagio. No creo que Stalin se dejara ver en este estado pero eso cuentan. Lo que si es indudable es que el efecto que le produjo la grabación del Concierto de Mozart debió de ser grande cuando en agradecimiento a la artista, -recordemos que nada bien vista por el régimen- le mandó un emisario con un sobre que contenía 20.000 rublos de entonces (una suma formidable en aquellos tiempos) y el Premio Stalin de primer grado, un galardón que le abriría de una vez por todas las puertas de todos los teatros y la libraría del segundo plano al que injustamente había sido relegada.

Yudina, que vivía prácticamente en la miseria, como más adelante contaremos, al recibir el sobre preguntó:

–¿Qué es esto?

–Una ayuda y recompensa, el Premio Stalin de primer grado y los 20.000 rublos. Con esta suma se puede comprar un chalet en la periferia de Moscú con unas hectáreas de terreno en una zona más prestigiosa.

La pianista no tardó mucho en reaccionar

–"Decid a Iósif Vissariónovich , que le estoy agradecida. ¿Podría Ud. pasarle una carta personal para él, dentro de unos días?”

–"Estoy a su servicio" –contestó el enviado de Stalin.

La contestación fue toda una muestra de valentía. Aquella pequeña mujer que nada tenía excepto su fe, su talento y su dignidad le mando a Stalin la siguiente respuesta:

"Le agradezco, Iósif Vissariónovich, su ayuda. Rezaré por usted día y noche y pediré al Señor que le perdone sus grandes pecados contra el pueblo y el País. El Señor es misericordioso y le perdonará. En cuanto al dinero lo he donado a la iglesia a la que asisto para celebrar oraciones perpetuas por sus pecados"

No se sabe cómo, pero María Yúdina no fue castigada por su desplante. Puede que la devoción de Stalin por esta pianista la salvara. El caso es que cuando 10 años más tarde murió Stalin en su dacha, el disco que se encontraba puesto en el gramófono era el Concierto para piano nº 23 de Mozart que en tan singulares circunstancias había sido grabado para él y del que actualmente existe copia disponible para todos en cd.

La anécdota debería acabar aquí, pero no me resisto a contar otro detalle que da más valor aun a la renuncia al dinero que hizo la pianista, una persona comprometida con los más necesitados y que nunca supo quedarse con nada para ella misma. Contaba Shostakovich:

“Ella vino a verme una vez, y dijo que vivía en una pequeña habitación miserable donde no podía trabajar ni descansar. Así que firmamos una petición y fui a ver a varios burócratas. Le pregunté a un montón de gente pidiendo ayuda, les quité un montón de tiempo. Con gran dificultad conseguimos un apartamento para Yúdina. Se podría pensar que todo estaba solucionado y que la vida podría continuar. Poco tiempo después, ella vino a mí de nuevo y me pidió ayuda en la obtención de un apartamento para ella. “¿Qué?! Pero nos dieron un apartamento para usted! ¿Para qué necesita otro?” Le di el apartamento a una pobre anciana.”

En otra ocasión Shostakovich y unos amigos reunieron cinco rublos para que la pianista pudiera arreglar una ventana a la que le faltaban los cristales en su vivienda. Cuando fue a su apartamento, en pleno invierno ruso pudo ver que seguía faltando el cristal y la ventana se encontraba tapada con un simple trapo que para nada lograba detener un frio inmisericorde. Shostakovich le dijo:

- María Veniamínovna, te dimos dinero para arreglar la ventana.

Y ella respondió: -Se lo di a las necesidades de la iglesia.

- La iglesia puede tener diferentes necesidades -protestó Shostakovich- pero el clero no suele sentarse en el frío, después de todo, con las ventanas rotas. La abnegación debe tener un límite racional.

María Yúdina murió en la ciudad de Moscú en 1970, cuando contaba 71 años de edad.

Sin duda una grandiosa pianista y un personaje verdaderamente interesante que considero es demasiado poco conocida a pesar de su indudable talento.

La anécdota principal esta tomada del libro "Historia insólita de la música clásica I" de Alberto Zurrón (que os recomiendo a todos los melómanos) y completada con otras fuentes de internet.

Y como no podía ser de otra forma aquí queda el Concierto para piano y orquesta nº 23 - K 488 de Mozart con el gran Mauricio Pollini al piano y acompañado por la Filarmonica de Viena dirigida por Karl Bhöm

Para los curiosos que quieran escuchar la grabación que María Yúdina hizo del Concierto nº 23 para Stalin os dejo un vídeo. El sonido no por supuesto comparable al de una grabación moderna, pero nos permite oír a la gran pianista rusa:

¿Qué sucedió después?

La pequeña mujer no-de-este-mundo –sin casa, sin hato ni garabato, ni piano, ni coche, ni carrera, ni status de profesora, durmiendo a veces en los portales de las casas, viviendo en la miseria, sin un trozo de pan ni una esperanza para el futuro, una presa potencial y linajuda– logró vencer el paso de la historia rusa.

Stalin se quedó profundamente pensativo. Ha experimentado algo que no esperaba. Como si la misma Virgen Santísima Teoengendradora se le apareciera y le abriera los ojos a lo que ocurrió.

¿O fue todo exactamente así y la Madre de Dios actuó a través de la monja Serafima Yúdina?

Stalin decide cerrar el Gulag. Según su disposición particular, los campos especiales se disuelven y los antiguos presos son enviados al frente, y otros son liberados. ¡Es inaudito!...

Los del NKVD se encogen de hombros. No comprenden nada: ¿cómo es que el mismo malhechor supremo ha roto la máquina que antes puso en marcha? ¿Cómo puede existir el régimen estaliniano y la ideología comunista sin el sistema penitenciario y los campos del Gulag? ¡No es posible!

¿En efecto, está ya chiflado por su paranoia el Fumador del Kremlin con su pipa? Pero nadie se atreve a mostrar su perplejidad.

Sin embargo, con eso el asunto no está acabado. Stalin, al pie de la letra, cae enfermo con la idea de la catarsis.

Él debe ser curado, liberarse de un peso infernal. Desea experimentar tal apaciguamiento, tal consuelo dichoso, como el que sintió después de escuchar durante 24 horas el Adagio del Concierto para piano Nº 23 de Mozart.

‘Tiene razón, tiene razón’ –se dice a sí mismo, caminando en su despacho con la cabeza abatida y fumando la pipa. ‘La iglesia… Una iglesia expiará mis pecados. Hay que revivir a la iglesia...’

Stalin, al ser estimulado por una simple pianista, María Veniamínovna Yúdina, decide revivir a la Iglesia Ortodoxa Rusa (IOR), al menos en su forma tradicional, la que se grabó en él en los años de su aprendizaje en el seminario de Tiflis; como la recordó él en el primer periodo soviético de la división del Estado y la Iglesia, de la confiscación de los cálices de plata y la realización de otros decretos de Lenin.

La guerra avanzó en su fragor, pero Stalin en algún momento perdió absolutamente el hilo delos acontecimientos hasta perder el interés por los últimos informes, preparados para él. El destino de la Unión Soviética quedó en un segundo plano.

Después de un mes de reflexiones, Stalin toma una decisión e invita al arzobispo miserable Sergui Stragorodskiy a una conversación.

Al jerarca antiguo de la IOR de la Rusia pre-revolucionaria de Nicolás II, lo llevan al Kremlin de la evacuación. Stalin, al igual que un niño ingenuo, está pensando: ‘¡Es el momento en que la catarsis continuará, ya de la mano de un cura, un anciano!’

Si una pianista simple, de origen judío, pudo arrojarle un guante de desafío, acusándolo de crímenes monstruosos, que la iglesia deberá expiar (él mismo no lo podrá hacer nunca, aunque tuviera un millón de años para hacerlo), entonces, ¿qué le dirá a él la iglesia si lo denuncia en abiertamente?


‘¿Qué problemas tiene la iglesia?’ –hace una pregunta capciosa, al encontrar al metropolita Sergui Stragorodskiy.

Stalin estaba preparado para escuchar una prédica acusatoria de la boca de Sergui. Le pareció que un preso religioso debía ser intrépido, puesto que había pasado ya ‘fuego, agua y trompetas de cobre’.

Pero Sergui resultó ser un cobarde parsimonioso, como es lo esperado en los prudentes teólogos-aristotélicos. Calculó las jugadas anticipadamente, se limitó a frases sin ningún sentido. El único problema del metropolita Sergui Stragorodskiy, como lo pueden ver, era la falta de iglesias y de bienes eclesiásticos.

Stalin quedó defraudado por la conversación.

Pero él se atrevió a revivir la IOR, en sentido literal, de sus cenizas.

Por su disposición, se sacó a la IOR de las catacumbas y recibió la jurisdicción oficial. Se estableció como norma la oración diaria por ‘el más augusto adalid’, a quien, a partir de entonces, los teólogos del monasterio Troitse-Serguievskaya Lavra van a otorgar el status de nuevo mesías, nuevo cristo pequeño, liberador de Rusia. “La Revista del Patriarcado de Moscú” se violiteralmente abigarrada con las misivas de agradecimiento al Generalísimo por sus beneficios en favor de la Iglesia...

Y sobre la IOR del marco serguiano caerá la culpa por los 20 (80, 100, 200) millones de almas, torturadas por orden personal de Stalin, ya que rezando por el tirano sangriento toma en sí todos sus pecados.

La rama de Tijon rezará por las víctimas del régimen estalinista; y la de Sergui Stragorodskiy, revisionista y procomunista, por los atormentadores y torturadores encabezados por el mismo Ajusticiador de la tierra rusa.

Así ocurrió la división de las iglesias.

¿Qué hizo esta mujer pequeña con el tirano desalmado? Salvó la vida de millones de víctimas potenciales del Gulag... Rehabilitó a la iglesia...

No, María Veniamínovna no aceptará el presente de Stalin. Se mantendrá como una linajuda presa concentracional, la madre superiora de la Iglesia Ortodoxa Auténtica. Fue leal a otro padre, a Serafim el Enternecido en quien vio la suma de todos los mártires y santos de la tierra rusa, el sol arquetípico de su patria.

Según las palabras de Dmitri Shostakovich, en el despacho de Stalin, después de su muerte, encontraron aquel mismo disco de gramófono, el cual, en un solo ejemplar, publicó el radio-comité en 1943.

Stalin aceptó la muerte bajo las lágrimas del Adagio de Mozart...

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