Antonio Machado

Poemas

Este poeta sevillano nacido en 1875 dejó un gran legado dentro del Modernismo español y formó parte de la denominada Generación del 98, siendo elegido miembro de número de la Real Academia Española. Algunos de sus libros publicados más importantes fueron "Soledades", "Campos de Castilla" y "La Guerra". Podemos destacar entre su obra poética: A un olmo seco, Caminante no hay camino, El crimen fue en Granada, Anoche cuando dormía, Elegía de un madrigal, Españolito que vienes al mundo y La mujer manchega.

Soñé que tu me llevabas

Soñé que tú me llevabas

por una blanca vereda,

en medio del campo verde,

hacia el azul de las sierras,

hacia los montes azules,

una mañana serena.


Sentí tu mano en la mía,

tu mano de compañera,

tu voz de niña en mi oído

como una campana nueva,

como una campana virgen

de un alba de primavera.


¡Eran tu voz y tu mano,

en sueños, tan verdaderas!...

Vive, esperanza, ¡quién sabe

lo que se traga la tierra!

La plaza tiene una torre

La plaza tiene una torre, 

la torre tiene un balcón, 

el balcón tiene una dama, 

la dama una blanca flor. 


Ha pasado un caballero 

-¡quién sabe por qué pasó!- 

y se ha llevado la plaza, 

con su torre y su balcón, 

con su balcón y su dama 

su dama y su blanca flor.

Era un niño que soñaba

Era un niño que soñaba

un caballo de cartón.

Abrió los ojos el niño

y el caballito no vio.

Con un caballito blanco

el niño volvió a soñar;

y por la crin lo cogía...

¡Ahora no te escaparás!

Apenas lo hubo cogido,

el niño se despertó.

Tenía el puño cerrado.

¡El caballito voló!

Quedóse el niño muy serio

pensando que no es verdad

un caballito soñado.

Y ya no volvió a soñar.

Pero el niño se hizo mozo

y el mozo tuvo un amor,

y a su amada le decía:

¿Tú eres de verdad o no?

Cuando el mozo se hizo viejo

pensaba: Todo es soñar,

el caballito soñado

y el caballo de verdad.

Y cuando vino la muerte,

el viejo a su corazón

preguntaba: ¿Tú eres sueño?

¡Quién sabe si despertó!

Las moscas

Vosotras, las familiares,

inevitables golosas,

vosotras, moscas vulgares,

me evocáis todas las cosas.


¡Oh, viejas moscas voraces

como abejas en abril,

viejas moscas pertinaces

sobre mi calva infantil!


¡Moscas del primer hastío

en el salón familiar,

las claras tardes de estío

en que yo empecé a soñar!


Y en la aborrecida escuela,

raudas moscas divertidas,

perseguidas

por amor de lo que vuela,

—que todo es volar—, sonoras

rebotando en los cristales

en los días otoñales...

Moscas de todas las horas,

de infancia y adolescencia,

de mi juventud dorada;

de esta segunda inocencia,

que da en no creer en nada,

de siempre... Moscas vulgares,

que de puro familiares

no tendréis digno cantor:

yo sé que os habéis posado

sobre el juguete encantado,

sobre el librote cerrado,

sobre la carta de amor,

sobre los párpados yertos

de los muertos.


Inevitables golosas,

que ni labráis como abejas,

ni brilláis cual mariposas;

pequeñitas, revoltosas,

vosotras, amigas viejas,

me evocáis todas las cosas.

Pegasos, lindos pegasos

Yo conocí siendo niño,

la alegría de dar vueltas

sobre un corcel colorado,

en una noche de fiesta.

En el aire polvoriento

chispeaban las candelas,

y la noche azul ardía

toda sembrada de estrellas.

¡Alegrías infantiles

que cuestan una moneda

de cobre, lindos pegasos,

caballitos de madera!

Recuerdo infantil

Una tarde parda y fría 

de invierno. Los colegiales 

estudian. Monotonía 

de lluvia tras los cristales.


Es la clase. En un cartel 

se representa a Caín 

fugitivo, y muerto Abel, 

junto a una mancha carmín.


Con timbre sonoro y hueco 

truena el maestro, un anciano 

mal vestido, enjuto y seco, 

que lleva un libro en la mano.


Y todo un coro infantil 

va cantando la lección: 

"mil veces ciento, cien mil; 

mil veces mil, un millón".


Una tarde parda y fría 

de invierno. Los colegiales 

estudian. Monotonía 

de la lluvia en los cristales.

Los cantos de los niños

Yo escucho los cantos de viejas cadencias 

que los niños cantan cuando en corro juegan 

y vierten en coro sus almas, que suenan, 

cual vierten sus aguas las fuentes de piedra: 

con monotonías de risas eternas, 

que no son alegres, con lágrimas viejas

que no son amargas y dicen tristezas, 

tristezas de amores de antiguas leyendas.


En los labios niños, las canciones llevan 

confusa la historia y clara la pena; 

como clara el agua lleva su conseja 

de viejos amores que nunca se cuentan.


Jugando, a la sombra de una plaza vieja, 

los niños cantaban... 

La fuente de piedra vertía su eterno 

cristal de leyenda.


Cantaban los niños canciones ingenuas, 

de un algo que pasa y que nunca llega: 

la historia confusa y clara la pena.


Seguía su cuento la fuente serena; 

borrada la historia, contaba la pena.

Sol de invierno

Es mediodía. Un parque. 

Invierno. Blancas sendas; 

simétricos montículos 

y ramas esqueléticas.


Bajo el invernadero, 

naranjos en maceta, 

y en su tonel, pintado 

de verde, la palmera.


Un viejecillo dice 

para su capa vieja: 

"¡El sol, esta hermosura 

de sol...!" Los niños juegan.


El agua de la fuente 

resbala, corre y sueña 

lamiendo, casi muda, 

la verdinosa piedra.

Caminante no hay camino

Todo pasa y todo queda, 

pero lo nuestro es pasar, 

pasar haciendo caminos, 

caminos sobre el mar. 


Nunca perseguí la gloria, 

ni dejar en la memoria 

de los hombres mi canción; 

yo amo los mundos sutiles, 

ingrávidos y gentiles, 

como pompas de jabón. 

Me gusta verlos pintarse 

de sol y grana, volar 

bajo el cielo azul, temblar 

súbitamente y quebrarse… 


Nunca perseguí la gloria. 

Caminante, son tus huellas 

el camino y nada más; 

caminante, no hay camino, 

se hace camino al andar.


Al andar se hace camino 

y al volver la vista atrás 

se ve la senda que nunca 

se ha de volver a pisar. 


Caminante no hay camino 

sino estelas en la mar… 


Hace algún tiempo en ese lugar 

donde hoy los bosques se visten de espinos

se oyó la voz de un poeta gritar 

“Caminante no hay camino, 

se hace camino al andar…” 


Golpe a golpe, verso a verso… 


Murió el poeta lejos del hogar. 

Le cubre el polvo de un país vecino. 

Al alejarse le vieron llorar. 

“Caminante no hay camino, 

se hace camino al andar…” 


Golpe a golpe, verso a verso…


Cuando el jilguero no puede cantar. 

Cuando el poeta es un peregrino, 

cuando de nada nos sirve rezar. 

“Caminante no hay camino, 

se hace camino al andar…” 


Golpe a golpe, verso a verso.

Los sueños

El hada más hermosa ha sonreído 

al ver la lumbre de una estrella pálida, 

que en hilo suave, blanco y silencioso 

se enrosca al huso de su rubia hermana.


Y vuelve a sonreír porque en su rueca 

el hilo de los campos se enmaraña. 

Tras la tenue cortina de la alcoba 

está el jardín envuelto en luz dorada.


La cuna, casi en sombra. El niño duerme. 

Dos hadas laboriosas lo acompañan, 

hilando de los sueños los sutiles 

copos en ruecas de marfil y plata.

Anoche cuando dormía

Anoche cuando dormía 

soñé ¡bendita ilusión! 

que una fontana fluía 

dentro de mi corazón. 

Di: ¿por qué acequia escondida, 

agua, vienes hasta mí, 

manantial de nueva vida 

en donde nunca bebí? 


Anoche cuando dormía 

soñé ¡bendita ilusión! 

que una colmena tenía 

dentro de mi corazón; 

y las doradas abejas 

iban fabricando en él, 

con las amarguras viejas, 

blanca cera y dulce miel. 


Anoche cuando dormía 

soñé ¡bendita ilusión! 

que un ardiente sol lucía 

dentro de mi corazón.

Era ardiente porque daba 

calores de rojo hogar, 

y era sol porque alumbraba 

y porque hacía llorar. 


Anoche cuando dormía 

soñé ¡bendita ilusión! 

que era Dios lo que tenía 

dentro de mi corazón.

Yo voy soñando caminos

Yo voy soñando caminos 

de la tarde. ¡Las colinas 

doradas, los verdes pinos, 

las polvorientas encinas!... 

¿Adónde el camino irá?


Yo voy cantando, viajero 

a lo largo del sendero... 

-la tarde cayendo está-. 

"En el corazón tenía 

la espina de una pasión; 

logré arrancármela un día: 

ya no siento el corazón".


Y todo el campo un momento 

se queda, mudo y sombrío, 

meditando. Suena el viento 

en los álamos del río. 


La tarde más se oscurece; 

y el camino que serpea 

y débilmente blanquea 

se enturbia y desaparece.


Mi cantar vuelve a plañir: 

"Aguda espina dorada, 

quién te pudiera sentir 

en el corazón clavada".

Saeta

Dijo una voz popular:


«¿Quién me presta una escalera,

para subir al madero

para quitarle los clavos

a Jesús el Nazareno? »


¡Oh la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!


¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar, ni quiero,

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

Mientras a la sombra

Mientras la sombra pasa de un santo amor, hoy quiero

poner un dulce salmo sobre mi viejo atril.

Acordaré las notas del órgano severo

al suspirar fragante del pífano de abril.


Madurarán su aroma las pomas otoñales;

la mirra y el incienso salmodiarán su olor;

exhalarán su fresco perfume los rosales,

bajo la paz en sombra del tibio huerto en flor.


Al grave acorde lento de música y aroma,

la sola y vieja y noble razón de mi rezar

levantará su vuelo suave de paloma,

y la palabra blanca se elevará al altar.

Los textos e imágenes que se muestran en esta web se acogen al derecho de cita con fines didácticos, que pretenden fomentar el conocimiento de las obras y tienen como único objetivo el análisis, comentario o juicio crítico de las mismas.