11. Coherencia

Coherencia es la correcta conducta que debemos mantener en todo momento, basada en los principios familiares, sociales y religiosos aprendidos a lo largo de nuestra vida. Con este valor somos capaces de cumplir con mayor eficacia nuestras obligaciones, pues hace falta ser honesto y responsable; en nuestras relaciones personales es indispensable para ser sinceros, confiables y ejercer un liderazgo positivo; para nuestra persona, es un medio que fortalecer el carácter y desarrolla la prudencia, con un comportamiento verdaderamente auténtico.

LA VIRTUD DE LA COHERENCIA

Coherencia es la correcta conducta que debemos mantener en todo momento, basada en los principios familiares, sociales y religiosos aprendidos a lo largo de nuestra vida.

Con este valor somos capaces de cumplir con mayor eficacia nuestras obligaciones, pues hace falta ser honesto y responsable; en nuestras relaciones personales es indispensable para ser sinceros, confiables y ejercer un liderazgo positivo; para nuestra persona, es un medio que fortalecer el carácter y desarrolla la prudencia, con un comportamiento verdaderamente auténtico.

En primera instancia, el problema de vivir este valor es que somos muy susceptibles a la influencia de las personas y lugares a los que asistimos; por temor callamos, evitamos contradecir la opinión equivocada, o definitivamente hacemos lo posible por comportarnos según el ambiente para no quedar mal ante nadie. No es posible formar nuestro criterio y carácter, si somos incapaces de defender los principios que rigen nuestra vida. Lo mejor es mantenerse firme, aún a costa del cargo, opinión o amistad que aparentemente está en juego.

Una madre con varios hijos a los que adora y estando felizmente casada, se encontraba en la reunión de los miércoles con sus amigas, cada sorbo de café se acompañaba de comentarios a favor de la familia pequeña (matrimonio, con un hijo o sin él). Nunca en su vida se había visto tan incómoda, sin palabras ni objeciones, avergonzada... ¿Por qué callar? ¿Por qué no defender sus convicciones y lo que representa la razón de su vida? No se trata aquí de discutir sobre el motivo del diálogo, sino de la actitud, de la pasividad con que enfrentamos los temas álgidos, los importantes y los superfluos. ¿De cuántas cosas nos avergonzamos sabiendo que son correctas?

Lo mismo sucede con los compañeros de la universidad y sus “aventuras” a veces riesgosas; al disimular ante los negocios poco transparentes que se dan en una empresa; ante la infidelidad de nuestras amistades hacia su pareja... Debemos ser valientes para superar el temor a ser señalados como extraños, anticuados o retrógradas, porque un carácter débil inspira poco respeto y jamás lograremos demostrar la importancia de vivir de acuerdo a unos principios y valores.

Podemos suponer que actuando en base a nuestras propias convicciones basta para ser coherentes, pero existe el riesgo de adoptar una actitud traducida en un “soy como soy y así pienso”. Efectivamente, la coherencia exige esa firmeza y postura, pero se necesita un criterio bien formado para no caer en la obstinación.Todo indica que en algunos momentos exigimos coherencia en los demás: recibir un justo salario, colaboración por parte de los compañeros de trabajo, que nos procuren atenciones en casa, la lealtad y ayuda de los amigos. Pero esto debe llevarnos a reflexionar si trabajamos con intensidad y en equipo, si correspondemos con creces a los cuidados que recibimos en casa, si somos leales y verdaderos amigos de nuestros amigos.

Siempre debemos estar conscientes que la coherencia hasta cierto punto es flexible. Por una parte es aprender a callar y ceder en las cosas sin importancia; pero en circunstancias en las que el prestigio y la seguridad de las personas, la unidad familiar o la estabilidad social están en juego, se tiene la obligación de enfrentar la situación para evitar un daño a los derechos de los demás. Este es el motivo por el cual, el ejercicio de la prudencia es determinante, para saber actuar acertadamente en cualquier circunstancia.

¿Qué se necesita para ser coherentes, voluntad o conocimiento de los valores? En estricto sentido, ambos. Voluntad para superar nuestro temor a ser “diferentes” con el implícito deseo de ser mejores y ayudar a los demás a formar los valores en su vida. Con el conocimiento, hacemos más firmes nuestros principios, descubriendo su verdadero sentido y finalidad, lo que necesariamente nos lleva a ejercitarnos en los valores y vivirlos de manera natural.Para la práctica y vivencia de este valor puedes considerar:

- Examina si tus actitudes y palabras no cambian radicalmente según el lugar y las personas con quien estés. Que en todo lugar se tenga la misma imagen y opinión de ti.

- Piensa en la coherencia que exiges de los demás y si tu actúas y correspondes, al menos, en la misma proporción- Se prudente para elegir amistades, lugares y eventos. Así no tendrás que esconderte, mentir y comportarte en forma contraria a tus principios.

- Evita hacer trampa o cumplir con tus obligaciones a medias. Aunque sea lo más fácil y nadie se percate de ello por el momento.

- Procura no ser necio. Considera que algunas veces puedes estar equivocado, escucha, reflexiona, infórmate y corrige si es necesario.

- Evita discusiones y enfrentamientos por cosas sin importancia. Si hay algo que defender o aclarar, no pierdas la cordura. Serenidad, cortesía y comprensión

La experiencia demuestra que vivimos con mayor tranquilidad y nuestras decisiones son más firmes, al comportarnos de manera única; que a la larga, todos aquellos que alguna vez se burlaron de nuestros principios, terminan por reconocer y apreciar la integridad de nuestra persona. Por este motivo, la unidad de vida aumenta nuestro prestigio personal, profesional y moral, lo cual garantiza incondicionalmente la estima, el respeto y la confianza de los demás.

11.1. Quo Vadis, Domine

Cuenta una antigua tradición que, durante la persecución de Nerón, Pedro, a instancias de la comunidad cristiana, marchó de Roma en busca de un lugar seguro. En el camino se le apareció Jesús. Pedro, al verlo, le preguntó:

— ¿Quo vadis, Domine?

— Voy a Roma, a ser crucificado de nuevo por ti.

Inmediatamente, Pedro dio la vuelta y volvió a la Urbe, en donde moriría mártir.

Temas: Persecución, testimonio, coherencia.

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11.2. Convencer y convertir

Cuando monseñor Marmillod fue nombrado Cardenal de Ginebra, había en esta ciudad muchos protestantes, calvinistas, que niegan la presencia real de Jesucristo en la eucaristía.

Nuestro obispo tenía fama bien merecida de culto y santo. Un día invitó a los protestantes a que fuesen a oírlo a la catedral, donde expondría la doctrina católica referente a la eucaristía y probaría la innegable verdad de la presencia real y constante de Jesucristo en el Santísimo Sacramento.

Unos por curiosidad, otros por defenderse y otros atraídos por la elocuencia del obispo; lo cierto es que las amplias naves de la catedral se quedaron pequeñas. Abriéndose paso entre la muchedumbre, monseñor Marmillod sube al púlpito y habla durante casi una hora —que parecieron quince minutos —, sobre la presencia de Cristo en la eucaristía.

Sus palabras seguras, firmes, convencidas, causaron efectos sorprendentes. Los más destacados calvinistas que asistieron estaban silenciosos y confundidos. La argumentación del Prelado no admitía replica.

Cuando el cardenal bajo del púlpito, el gentío comenzó a desalojar el templo; él subió las gradas del presbiterio y se postró ante el sagrario y allí se pasó un buen rato, a solas con Dios pidiéndole por la conversión de los calvinistas.

La gente se fue marchando y el templo quedó vacío. Una señora protestante permaneció escondida tras una de las columnas observando a aquel obispo que la había convencido: en la Hostia consagrada estaba Jesucristo. Parecía imposible, pero era cierto. ¿Seguro?

Mientras daba vueltas a sus dudas la señora observaba al cardenal que, arrodillado aún, miraba al sagrario y movía levemente los labios como quien habla quedamente con una persona. Por fin se levanta, hace una profunda genuflexión ante el sagrario y abandona el templo ensimismado, recogido. 

Le sale entonces la señora al paso y, resumiendo en una frase el valor de la autenticidad de vida, le dice: "Vuestro discurso me ha convencido; vuestra piedad me ha convertido".

Temas: Testimonio, fe, verdad, apostolado.

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11.3. El rebelde por Dios

El castillo de los marqueses de Gonzaga se yergue, encaramado en una colina y cimentado en la roca viva. Ancho foso, puente levadizo, sólidas y altas murallas almenadas. Bandera con el águila ambiciosa de los Gonzaga flameando al viento en la torre del homenaje. Las elevadas cimas de los Alpes se divisan desde la fortaleza.

El martes nueve de marzo de 1568 nace el primogénito de los ocho hijos de Ferrante Gonzaga, príncipe del imperio y marqués de Castiglione, y Marta, condesa de Tana de Santena, en el viejo Piamonte. Crece Luís entre la adulación de sus servidores, el pundonor castrense y los sueños de ser capitán y guerrero célebre. 

A los cinco años marcha con su padre a Casalmaggiore, Felipe II ha encargado a su padre la conquista de Túnez, en poder de los turcos. En este campo de entrenamiento tiene sus primeros contactos con las armas, no del todo afortunados pues un día se quema la cara, y otro día queda aprisionado al manipular una culebrina, pieza de artillería.

Su padre marcha a Túnez a la guerra y envía a Luís a casa. A la vuelta se encuentra un Luís distinto, más reflexivo, ponderado en sus palabras y con un autodominio y fuerza de voluntad que hacen presagiar que será un buen Príncipe del Imperio. Su formación se desarrolla sin embargo entre una corte frívola y deslumbrante que le intentarán seducir continuamente.

Sin embargo algo le atrae más, el corazón de Luís está inundado de amor y dulzura por la Virgen.

Entre el bullicio de mantos recios, séquitos y desfiles, áulicos cortesanos y damas encopetadas hace voto de virginidad renunciando así al marquesado.

Su padre trata de distraerlo con torneos, cacerías, bailes y paradas militares.

Luis no responde a estas llamadas y su padre se irrita. Es un revolucionario frente a lo divino frente a una sociedad superficial. No se doblega a la impureza que se vive en la corte italiana, ni hace concesiones a los terciopelos y sedas.

Quiere vivir puro y pobre. Desafía a la opinión ajena. No le esclaviza el deseo de agradar. Luis pica en el anzuelo que ofrece a la juventud la amorosa exigencia evangélica. Le atrae el estilo exigente y el horizonte dilatado de misión que le ofrece la recién fundada compañía de Jesús.

Su padre no le entiende y busca aliados para quitarle la idea pero Luis encuentra la penitencia como modo de lucha para salir airoso en esta batalla. Por fin entra en el noviciado y se hace uno más el que estaba llamado a heredar reinos y marquesados, riquezas y honores.

En 1950 se encuentra en Roma. A finales de este año la peste empieza a hacer estrago y el pánico cunde en la ciudad.

Se entrega a los apestados. El 2 de marzo iba al hospital y encuentra a un apestado que yace en medio de la calle. Se lo echa a las espaldas y lo conduce al hospital. Se contagia y a los 23 años muere. Es patrono de los jóvenes.

Temas: Conversión, testimonio, entrega, sacrificio, compromiso.

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11.4. Un sacerdote entregado

San Juan María Vianney (más conocido como “el santo Cura de Ars”) nació en Francia, cerca de Lyon, en 1786. Tuvo que superar muchas dificultades para llegar a ser ordenado sacerdote; le costaba especialmente el estudio del latín, y algunos de sus profesores del seminario opinaban que no estaba capacitado para ser sacerdote. Sin embargo, Dios escoge a los que son, en apariencia, débiles y poca cosa para hacer obras grandes.

Poco después de recibir la ordenación sacerdotal, se le confió la parroquia de Ars, que tenía tan sólo 230 habitantes. El Vicario general de la diócesis le dijo: “No hay mucho amor a Dios en esa parroquia: usted procurará introducirlo”. Y esto fue lo que hizo durante los 42 años que estuvo al frente de la parroquia. Sobresalió por su gran amor a las almas, su espíritu de oración y su continua mortificación. Pero, sobre todo, por su infatigable dedicación a la administración del sacramento de la Penitencia. Todos los días pasaba muchas horas en el confesionario administrando este sacramento.

Llevaba aún pocos años en Ars cuando su fama de santidad y de amor a las almas hizo el milagro. Una gran multitud de todas las regiones de Francia comenzó a acudir a la aldea de Ars para ver a su párroco y confesarse de sus pecados. En cierta ocasión, a un abogado de Lyon que volvía de Ars le preguntaron qué había visto allí. Y contestó: “He visto a Dios en un hombre”.

Al sacerdote le ha confiado Dios, como enseña un antiguo Padre de la Iglesia, “la más divina de las obras divinas”: la salvación de las almas. El sacerdote, desde el día de su ordenación sacerdotal, ha sido constituido por Jesucristo como “otro Cristo”, como mediador entre Dios y los hombres. Con una mano toma los tesoros de la misericordia divina y con la otra los distribuye generosamente: “Apenas nace el hombre a la vida, el sacerdote lo regenera en el bautismo y lo hace hijo de Dios y de la Iglesia […]. Cuando es tan sólo un niño, el sacerdote lo alimenta y fortalece con el Pan de los Ángeles, con el manjar vivo y vivificante del Cuerpo de Cristo. Si ha tenido la desgracia de caer, el sacerdote lo levanta en nombre de Dios y lo reconcilia con Él por medio del sacramento de la Penitencia…” 

(Pio XI, Encíclica sobre el sacerdocio, 20-XII-1935).

Temas: Testimonio, coherencia, fidelidad, 

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11.5. Becket y el honor de Dios

Tomás Becket fue Canciller de Inglaterra en el siglo XII durante el reinado de Enrique II. Su vida, hasta el momento de ser tocado por la gracia, puede brevemente resumirse en la contestación que da a uno de los personajes en la obra teatral de Anouill. En el acto I, uno de los actores increpa a Becket con estas palabras:

— También tú perteneces a una raza vencida. Pero a fuer¬za de gustar las dulzuras de la vida te has olvidado de que aun a aquellos que lo han perdido todo, siempre les queda algo, — dice refiriéndose al honor. Y Becket, con palabras del hombre derrotado por una vida sin sentido, se limita a contestar:

— Sí; lo he olvidado, sin duda. El honor es un vacío en mí.

Pero en un momento concreto de su vida, aquel hombre vencido por la indiferencia, sin una razón firme y noble por la que luchar, siente sobre sus hombros una responsabilidad nueva, un ideal que le devuelve su juventud perdida: Dios viene a su encuentro cuando menos lo espera; convertido — por instigaciones de Enrique II — en arzobispo de Canter¬bury, gastará todas las energías de su corazón en la única causa por la que vale la pena dar la vida y ¡mil vidas más si tuvié¬semos!: la gloria y el honor de Dios. En el acto IV de la obra, cuando el rey, sin comprender todavía lo que ha sucedido en el alma de su amigo Tomás, le pregunta:

— ¿Fuiste tocado por la gracia?, — recibe esta respuesta de Becket:

— Me sentí encargado de algo, sencillamente, por primera vez, en una catedral vacía, en algún lugar de Francia, donde me ordenasteis tomar sobre mí esa carga. Yo era un hombre sin honor. Y de pronto tuve uno; un honor que jamás me hubiera imaginado que tendría que adoptar como mío: el honor de Dios.

Antes de doblegarse a los deseos de Enrique II declarará que “como sacerdote de Jesucristo, de buen grado moriría mil muertes a trueque de defender a la Iglesia de Dios”. La sangre del martirio confirmó sus palabras. Becket — asesinado en su catedral por los enviados del rey — murió mártir por impedir que los derechos y el honor de Dios fuesen menospreciados; su nombre se venera en los altares: es Santo Tomás de Canterbury.

J. A. García Prieto Segura

Temas: Testimonio, conversión, martirio.

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11.6. Con toda seguridad

Cuando el final de Sir Thomas Moro se veía venir —por la oposición de su conciencia católica a las pretensiones del rey inglés— el que fuera Lord Canciller fue llamado a comparecer en Lambeth. Moro se despidió de los suyos, pero no quiso que le acompañaran como era su costumbre, hasta el embarcadero. Sólo iban con él William Roper esposo de Margaret, la hija mayor, y unos criados. 

Nadie en el bote se atrevía a romper el silencio. Al cabo de un rato y de improviso susurró Sir Thomas al oído de Roper: “Hijo mío, doy gracias a Dios porque la batalla está ganada”.

Roper confesó después no haber entendido estas palabras. Luego ya comprendió que el amor de Dios en Moro había crecido tanto que le daba esta seguridad de triunfar sobre cualquier obstáculo. No eran palabras propias de un testarudo, del que quiere “salirse con la suya”; eran las de quien sabía que Dios no le iba a abandonar en el momento de la prueba.

A. de Silva.

Temas: Temas: Testimonio, martirio, fe.

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11.7. Bartali, salvador de judíos

Sus gestas en el Giro y en el Tour, en los años previos y en los inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial, hicieron de Gino Bartali uno de los mayores héroes del deporte italiano. Sus funerales, celebrados en Florencia, donde murió en mayo de 2000 a los 86 años, fueron una impresionante demostración de duelo popular. Pero sus compatriotas ignoraban entonces que el ciclista, un católico convencido que apoyó siempre a la Democracia Cristiana, pedaleó también por una causa arriesgada en los años álgidos del fascismo: el salvamento de los judíos italianos. En el bienio negro 1943-1944, Bartali recorrió las carreteras secundarias y los caminos secretos de la Toscana encima de su bicicleta, llevando consigo documentos falsos que serían utilizados por numerosos judíos de la región en su fuga hacia la libertad.

La participación de Bartali en una red clandestina de resistentes que llegó a poner a salvo a 800 judíos de Toscana acaba de salir a la luz gracias a tres cuadernos de apuntes de su principal organizador, Giorgio Nissim, un judío toscano fallecido en Italia en 1976 que tuvo una participación fundamental en los movimientos de asistencia a los prófugos hebreos. La historia, recogida ayer por el diario milanés II Corriere della Sera, será abordada, además en un simposio especial que las autoridades toscanas se proponen organizar a finales de mes.

Nissim formaba parte de la Delasem, organización creada por la Unión de las Comunidades Israelíes con el objeto de ayudar a los fugitivos de la persecución nazi, especialmente a los que se encontraban en los campos de concentración italianos. En los años cuarenta la organización sufrió graves golpes, hasta el punto de que en el otoño de 1943 Nissim se encontró solo para hacer frente a la tarea de asistencia a los judíos de Toscana. Fue entonces cuando encontró la ayuda de las comunidades religiosas. En sus cuadernos Nissim relata detalladamente el engranaje de la pequeña red, en la que participaron desde el arzobispo de Génova hasta monjes oblatos de Lucca, frailes franciscanos, religiosas de clausura y diversos políticos de tendencia católica, además de Gino Bartali.

La situación de los judíos italianos se hizo insostenible a partir de la promulgación, en 1938, de las leyes raciales que les obligaron a abandonar las cátedras, las consultas médicas, la administración pública y hasta los comercios. Pese al carácter pacífico de los italianos, en los años siguientes los ciudadanos de origen judío se vieron completamente expoliados de sus bienes, con escalofriante eficacia, mientras la maquinaria represiva, dirigida por los aliados alemanes, se ponía en marcha. De la estación Tiburtina de Roma partieron un millar de judíos rumbo a Auschwitz, donde perdieron la vida 5.595 hebreos italianos.

En un contexto adverso como el de Italia de los años cuarenta, Nissim encontró, sin embargo, una red de apoyos de incalculable valor que le permitió organizar la fuga del país de unos 800 judíos. Piero y Simona Nissim, hijos del activista, entregaron las memorias de su padre a dos estudiosos, Silvia Angelini y Paola Lemmi, que están reconstruyendo ahora este episodio desconocido gracias al testimonio de algunos judíos y de los partisanos salvados por la red. Nissim relata que llegó a instalar una verdadera fábrica de documentos falsos en algunos de los más remotos conventos y abadías de Toscana. Muchas veces eran los propios monjes los que firmaban los papeles sustituyendo la firma del podestá (especie de alcalde en los años del fascismo): la misión de Bartali, según ha recordado su hijo Andrea, era “llevar a las tipografías clandestinas las fotos y los papeles para fabricar los documentos de identidad falsos. Llegaba al convento, recogía el material, lo escondía en los tubos de la bicicleta y se volvía a marchar. Otras veces servía de guía indicando a los fugitivos los caminos más seguros para llegar a un determinado lugar”.

En los años 1943-1944, Bartali era ya un héroe del ciclismo italiano después de haber ganado el Tour de 1938. Si alguna patrulla lo detenía no se dejaba intimidar: “Me estoy entrenando” solía decir, y seguía su camino. Pese a que la policía fascista nutría sospechas respecto a su implicación en alguna oscura misión, nunca se hubiera atrevido a detener a un héroe como él. Bartali tenía aún una larga carrera profesional por delante.

El País. Viernes 4 de abril de 2003

Temas: Compromiso, solidaridad, entrega.

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11.8. Yo no firmaré esa ley

En la primavera de 1990 el parlamento de Bélgica promulgó la Ley de despenalización del aborto, que debería ir firmada por el rey Balduino. Pero Balduino se negó a firmarla y dijo a su primer ministro Wilfried Martens: “Buscad la solución constitucional que os parezca mejor, pero yo no firmaré esa Ley”. 

El rey Balduino estaba decidido a abdicar de su trono antes que firmar una ley que iba en contra de su conciencia. Así lo expuso en una solemne carta dirigida a la nación belga, que el primer ministro leyó ante el parlamento reunido en sesión extraordinaria.

Finalmente el gobierno y el Parlamento de Bélgica encontraron una solución al problema: el rey abdicaría por un día – es decir, dejaría de ser rey – y durante su abdicación la ley sería firmada por el primer ministro. Al día siguiente el Parlamento y el gobierno instaron al rey a volver a ocupar de nuevo el trono de Bélgica.

Con esta decisión, el rey Balduino manifestó al mundo que estaba dispuesto a dejar de ser rey antes que firmar una ley que atentara contra la vida de los niños aún no nacidos.

Temas: Coherencia, vida, testimonio.

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11.9. Tomás Moro, testigo de la verdad

Tomás Moro era un caballero que vivía en la Inglaterra del siglo XVI. Experto en leyes, intelectual, amigo personal del rey, llegó a ser Lord Canciller de Inglaterra, que era el cargo más importante del reino. Murió decapitado en 1535 por no querer aceptar como válidos el divorcio del matrimonio de Enrique VIII y la proclamación del rey como cabeza de la Iglesia de Inglaterra. 

Sir Tomás Moro fue presionado brutalmente por sus enemigos para que cambiara de parecer y prestara juramento al rey. Pero la peor tentación le vino de donde no la esperaba: de su esposa y de su hija. Su esposa no entendía cómo podía negarse a hacer lo que habían hecho la mayoría de las personas nobles y cultas del reino. Moro respetaba las buenas intenciones de su esposa y de su hija, pero ellas no tenían suficiente discernimiento como para poder sopesar todas las implicaciones que comportaba el juramento que se le exigía. Prestarlo al rey era negar la verdad del Evangelio: la verdad de que lo que Dios ha unido en el matrimonio, el hombre no puede separarlo, y la verdad de que un rey no puede autoproclamarse máxima autoridad de la Iglesia de Jesucristo.

Tomás Moro fue condenado a la pena de muerte y decapitado por el “delito” de no querer abdicar de la verdad. Todos los mártires han dado su vida por esto: por defender la verdad ante los que han intentado suplantar a Dios.

Temas: Coherencia, verdad, fidelidad.

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11.10. El verdadero cristiano

Un hombre que acababa de encontrarse con Jesús Resucitado, iba a toda prisa por el camino de la Vida por todas partes y buscando.

Se acercó a un anciano que estaba sentado al borde del camino y le preguntó: “por favor, señor, ¿ha visto pasar por aquí a algún cristiano?”

El anciano, encogiéndose de hombros le contestó: “depende del tipo de cristiano que ande buscando”. “Perdone”, dijo contrariado el hombre, “pero soy nuevo en esto y no conozco los tipos que hay. Sólo conozco a Jesús”.

Y el anciano añadió: “pues sí, amigo; hay de muchos tipos y maneras.

Los hay para todos los gustos: hay cristianos por cumplimiento, cristianos por tradición, cristianos por costumbres, cristianos por superstición, cristianos por obligación, cristianos por conveniencia, cristianos auténticos…“ “¿los auténticos! ¡Esos son los que yo busco! ¡Los de verdad!”, exclamó el hombre emocionado. “¡Vaya!”, dijo el anciano con voz grave. “esos son los más difíciles de ver. Hace ya mucho tiempo que pasó uno de esos por aquí, y precisamente me preguntó lo mismo que usted”.

“¿Cómo podré reconocerle?” Y el anciano contestó tranquilamente: “no se preocupe amigo. No tendrá dificultad en reconocerle.

Un cristiano de verdad no pasa desapercibido en éste mundo de sabios y engreídos. Lo reconocerá por sus obras. Allí dónde van, siempre dejan huellas”.

Temas: Coherencia, testimonio, fidelidad.

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CITAS, PROBERVIOS Y REFRANES

Coherencia

“Las palabras que no van seguidas de hechos no sirven para nada”. Demóstenes

“Sin duda yo sería cristiano, si los cristianos lo fueran las veinticuatro horas del día”. Mohandas Gandhi

“Saber es relativamente fácil. Querer y obrar de acuerdo a lo que uno quisiera, es siempre más duro”. Aldoux Huxley

“Nada tan peligroso como un buen consejo acompañado de un mal ejemplo”. Madame de Sablé

“El mejor indicio de la sabiduría es la concordia entre las palabras y las obras”. Séneca

“Es más fácil luchar por unos principios que vivir de acuerdo con ellos.” Alfred Adler

“La felicidad consiste en poner de acuerdo tus pensamientos, tus palabras y tus hechos.” Gandhi

“Ser sincero no es decir todo lo que se piensa, sino no decir nunca lo contrario de lo que se piensa.” André Maurois

“Hay gente que funciona como una escopeta de perdigones: piensa una cosa, siente otra y sus actos se dispersan sin dirección.” Walter Riso

“En la vida no puedes decir una cosa y hacer otra, los niños aprenden mucho más viendo que escuchando tus palabras.” Andy García

“No se empieza la casa, por el tejado.” Popular

“La identidad de un hombre consiste en la coherencia entre lo que es y lo que piensa.” Charles Sanders Peirce

 “La coherencia requiere ser tan ignorantes hoy como lo éramos hace un año.” Bernard Berenson

“Dios carga, a quien tiene buenas espaldas.”

“Las coherencias tontas son la obsesión de las mentes ruines.” Ralph Waldo Emerson

“Si quieres miel no des puntapiés sobre la colmena”. Proverbio americano

“Cuando uno no vive como piensa, acaba pensando cómo vive.” Gabriel Marcel 

“No pretendas apagar con fuego un incendio, ni remediar con agua una inundación.” Confucio 

“El pastor esquila las ovejas, no las devora.” Suetonio 

“No se pueden pedir peras al olmo.” Refrán popular

“A la pista de tenis se va a jugar al tenis, no a ver si las líneas son rectas.” Robert Frost 

“Poner el remiendo junto al agujero nunca es la mejor solución.” Jules d'Aurevilly

“El verdadero caballero es el que solo predica lo que practica.” Confucio 

Honor

“Ambiciona honor, no honores”. Francesco Guicciardini

“El honor y el interés no se encuentra siempre en el mismo saco”. George Herbert

“El verdadero honor es el que resulta del ejercicio de la virtud y del cumplimiento de los propios deberes”. Gaspar M. de Jovellanos

“Sería un infame quien no muriese por su honor”. Blaise Pascal

“El honor prohíbe acciones que la ley tolera”. Séneca

“El que ha perdido el honor ya no puede perder más”. Publio Siro

“Cuando arrebatamos el honor ajeno, perdemos el nuestro”. Publio Siro

“En un espíritu corrompido no cabe el honor”. Tácito

“El honor es la poesía del deber”. Alfred de Vigny

“El honor es la deferencia que se debe a la virtud”. Francisco de Vitoria

“El honor que se gana durante décadas se puede perder en un momento.” Publio Siro

“Me encanta el nombre de honor, más de lo que temo a la muerte.” Julio César

“Entre casados de honor, cuando hay pleito descubierto más vale el peor concierto que no el divorcio mejor.” Miguel de Cervantes

“Es mucho más fácil conservar la integridad que recuperarla.” Thomas Paine

“Haz bien tu parte. En eso reside todo el honor.” Alexander Pope

“Al que intenta y falla y muere, doy honor y gloria y lágrimas.” Joaquin Miller

“El honor es como las cerillas: dura sólo una vez.” Marcel Pagnol

“No se restaura el honor cometiendo una villanía.” Manuel Tamayo y Baus

“Viven en ambiente formado por las conveniencias, el egoísmo y la hipocresía, y cuando se les habla de la suprema ley del honor, ponen cara de asombro estúpido, como si oyeran referir cuentos de brujas.” Benito Pérez Galdós

“Más quisiera que la posteridad se preguntase por qué no se había erigido una estatua a Catón, que por qué la habían erigido.” Catón el Censor

“Ya sé fue para siempre aquella sensibilidad de los principios, aquella castidad del honor, que sentía una mancha como una dolorosa herida.” Edmund Burke

“Nunca exponer el crédito a la prueba de una sola vez.” Baltasar Gracián

“Mi nombre es lo bastante célebre para que yo lo manche con una infracción a mis promesas.” José de san Martín

“Reconocer la pobreza no deshonra a un hombre, pero sí no hacer ningún esfuerzo para salir de ella.” Tucídides

“Suene ya la trompeta guerrera, y responda tronando el cañón; de la Patria seguid la divisa, que os señala el camino del honor.” Andrés Bello

“El honor no es propiedad exclusiva de ningún partido político.” Herbert Clark Hoover

“La sangre noble es un accidente de la fortuna; las acciones nobles caracterizan al verdadero grande.” Giuseppe Baretti

“La verdadera nobleza se adquiere viviendo, y no naciendo.” Guillaume Bouchet

“Si puedes enriquecerte conservando el honor, la buena fe, la magnanimidad, no lo excuses; pero teme perder los verdaderos bienes para adquirir los falsos.” Epicteto de Frigia

“En un espíritu corrompido no cabe el honor.” Tácito

“El verdadero honor es el que resulta del ejercicio de la virtud y del cumplimiento de los propios deberes.” Gaspar Melchor de Jovellanos

“Protege tu honor como oro en paño, mejor ser un extraño que no uno más del rebaño.” Lírico

“El honor es la poesía del deber.” Alfred Victor de Vigny 

“Todos aman la vida, pero el hombre valiente y honrado aprecia más el honor.” William Shakespeare

“El honor es una isla escarpada y sin riberas: El que ha caído de ella, no puede volver a subir.” Nicolas Boileau

“El honor consiste en hacer hermoso aquello que uno está obligado a realizar.” Alfred Victor de Vigny

“El honor no se gana en un día para que en un día pueda perderse. Quien en una hora puede dejar de ser honrado, es que no lo fue nunca.” Jacinto Benavente 

“Dichosísimo aquel que corriendo por entre los escollos de la guerra, de la política y de las desgracias públicas, preserva su honor intacto.” Simón Bolívar

“El mayor crimen es preferir la vida al honor y, por vivir la vida, perder la razón de vivir.” Juvenal 

“En un espíritu corrompido no cabe el honor.” Tácito

“Es más acertado contener a los niños por honor y ternura, que por el temor y el castigo.” Terencio

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