Juan Luís Vives
Nació en Valencia en 1492. Hizo sus primeros estudios en su ciudad natal y lso continuó en París de 1509 a 1514. Concluidos sus estudios se trasladó a Brujas donde se dedicó de lleno a su actividad docente e intelectual. Traba amistad con los humanistas más célebres: Erasmo, Tomás Moro… En 1523 se traslada al norte de Inglaterra donde es preceptor de la princesa María. En 1528 abandona la corte y se establece de nuevo en Brujas, donde muere en 1540.
Aportaciones en el campo de la educación
La producción literaria de Vives es asombrosa. Toca todos los temas que entonces podían ofrecerse a un humanista de su talla como era él. Pero destaca sobre todo por sus obras pedagógicas.
Señala que el fin de la educación es Cristo. De este ideal supremo brotan otros fines: “saber bien, hablar bien, obrar bien”.
Dice que la pedagogía debe tener un fundamento en la psicología, que se adquiere sobre todo por la observación.
Reclama tres condiciones para los profesores: competencia científica, capacidad pedagógica y pureza de costumbres.
Estatua de Luis Vives en la Universidad de Valencia.
Pensamientos
La verdadera sabiduría es juzgar de las cosas con criterio no estragado, estimando a cada una de ellas por su valor real, no yendo en pos de lo vil como si fuera precioso, ni desechando lo precioso como si fuera vil. No hay error ni vicio humano que no nazca aquí, ni hay cosas en toda la vida que acarree mayor destrucción que aquel torcimiento de juicio que no da a cada uno de los objetos su precio verdadero y justo.
El comer, el dormir, el ejercicio físico, todo el tratamiento que al cuerpo diere, debe enderezarse a la salud, no al placer ni al regalo, para que sirva al alma con presteza y ni sea insolente por culto demasiado ni caiga por falta de fuerzas.
Este es el orden de la naturaleza: que la sabiduría gobierne todas las cosas y que todo cuanto vemos creado obedezca al hombre, y en el hombre, el cuerpo al alma y el alma a Dios. Si alguien sale de este orden o lo pervierte, peca.
Ingenio y memoria se estragan con el regalo, la buena salud los fortalece; la ociosidad los destruyen y el ejercicio asiduo los pone a nuestra total disposición.
En el estudio de la sabiduría no se ha de poner término en la vida, con la vida se ha de acabar. Siempre deberán ser tres los puntos que debe meditar el hombre mientras viva: cómo sabrá bien, cómo hablará bien, como obrará bien.
Esta comprensión del divino culto (Religión), se sostiene ella misma por sus propias fuerzas y no necesita de ninguna ayuda extraña, al contrario, en ella están encerrados todos los tesoros de la ciencia y de la sabiduría. Esta sabiduría conviene que sea la norma de todas las disciplinas, hasta el punto de que éstas se juzguen por la congruencia o incongruencia que con ella tienen. Para la Religión no hay materia contraria ni conocimiento que pugne con ella.
¿Cuáles son las artes y disciplinas a las que debemos consagrar nuestras preferencias? ¿Y cuáles pueden ser sino las que atañen al fin necesario para esta vida pasajera o para la otra inmortal? A saber aquellas artes que cultiven la piedad o que remedien las necesidades, o al menos las utilidades legítimas de la vida, que no disten mucho de ser necesidades.
Toda doctrina a la que no corresponda la conducta, resulta perniciosa y menguada.
Cuando el niño fuere conducido a la escuela de la mano de sus padres, hágasele entender al padre que no ha de buscarse la instrucción como un medio para que el chico se vaya a comer la sopa boba. Ese resultado es indigno de una labor de tanta responsabilidad. Decláresele que el fin de la instrucción es que el mozuelo sea más ilustrado y por ende, mejor.
No existe conocimiento de cosa alguna, ni más excelsa, ni más sabrosa, ni que mayor maravilla ocasione, ni que acarree más utilidad que el conocimiento del alma, pues siendo el alma la criatura más excelente, síguese que merezcan la mayor estimación los conocimientos que podemos adquirir acerca de ella.
Ya que radican en el alma la fuente de todos nuestros bienes y males, no hay cosa que convenga más que el que se le conozca a fondo, a fin de que purificado el manantial corran puros los arroyos de todas las acciones. Mal podrá gobernar su interior quien no se haya explorado a sí mismo. Y, en efecto, lo primero de todo hace de conocer al artífice para que sepamos qué obrar tenemos derecho a esperar de él, para qué empresas es hábil, como agente o paciente, y para qué empresas no lo es.
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