Arte y Liturgia

Regreso del Hijo Pródigo

Bartolomé Esteban Murillo

27 marzo 2022: Domingo IV de Cuaresma

por Javier Agra Rodríguez

Evangelio Lucas 15, 1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercaron a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

- «Ese acoge a los pecadores y come con ellos.»

Jesús les dijo esta parábola:

- Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte que me toca de la fortuna."

El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.

Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.

Recapacitando entonces, se dijo: "Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros. "

Se levantó y vino a donde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.

Su hijo le dijo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

Pero el padre dijo a sus criados:

"Sacad en seguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado."

Y empezaron a celebrar el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo.

Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.

Este le contestó:

"Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud."

El se indignó y no quería entrar; pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Entonces él respondió a su padre:

"Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado."

El padre le dijo:

"Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido, y lo hemos encontrado"».

Reflexión sobre el Evangelio

Cuarto DOMINGO DE CUARESMA. Lo llamamos “Domingo Laetare” porque así comienza la antífona de entrada de la Eucaristía: “¡Laetare, Ierusalem!…” “¡Alégrate Jerusalén! ¡Reuníos, vosotros todos que la amáis; vosotros que estáis tristes, exultad de alegría! Saciaos con la abundancia de sus consolaciones», Isaías 66, 10-11.

En medio de la Cuaresma, nos llenamos de esperanza y entusiasmo por el tiempo de Resurrección que está más cerca. Por esa misma esperanza, nuestra conversión ha de ser firme, esperando y confiando en la misericordia inmensa del Padre Dios, que nos hace nuevos en Cristo por la fortaleza del Espíritu Santo.

Lucas había planteado algunas parábolas en el capítulo ocho de su evangelio, en este quince cuenta otras parábolas con más amplitud. Tres llamadas de la misericordia y dos sobre el uso de los bienes. La que leemos hoy conocida como “El Hijo Pródigo” haríamos mejor en llamarla “El Padre Amoroso”. En las tres domina el sentimiento de alegría.

Estamos ante una joya de parábola para la literatura universal. Además de la lectura literaria nos plantea la dimensión religiosa como otro nivel de lectura. El hijo pródigo se considera la reina de las parábolas y nos trae reminiscencias del entrañable amor del Padre del que ya se escribió en el Antiguo testamento (Oseas 11, Jeremías 31, 18-20,…). El Hijo Pródigo es transparente en su desarrollo: alejamiento, derroche libertino, caída en la humillación, hambre y privaciones, nostalgia de la casa paterna, retorno a la nueva vida, acogimiento y abrazo sin reproches, fiesta.

El hijo regresa no solamente arrepentido, vuelve transformado a una nueva vida. No todos comprenden la acogida entrañable del Padre, como ya le ocurrió a Jonás 4, 2 cuando se enfada y dice que no quiere servir a un Dios “compasivo, clemente, misericordioso, paciente” que perdona a los enemigos. El hermano mayor tiene que aceptar la misericordia del Padre y reconciliarse con su hermano que ha vuelto a la vida. La paternidad y la misericordia engendran fraternidad.

El cuadro

MURILLO (Sevilla 1617 – 1682) realizó numerosos cuadros de pintura religiosa. Sobre la parábola del “Hijo Pródigo” tiene seis momentos pintados. En el Museo del Prado está el nombrado como “Arrepentimiento del Hijo Pródigo”. Para este IV Domingo de Cuaresma he optado por el “REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO” pintado en 1670 y que está en la GALERÍA NACIONAL DE ARTE DE WASHINGTON. Esta parábola es una de las más populares y también de las que más se han expresado en el arte. Solamente la narra el evangelio de Lucas, quien por otra parte, transmite el mayor número de las parábolas que conocemos en el evangelio, alguna más que Mateo, mientras que Marcos solamente transmite once parábolas y Juan ninguna.

La escena es de una gran ternura y cercanía: el Padre -figura de Dios- recibe al hijo que regresa, lo abraza y lo levanta del suelo donde se ha hincado de rodillas. El perro también lo reconoce como miembro de la familia, mientras, a la derecha del cuadro, los criados tienen preparada la ropa y el anillo para asear y engalanar al hijo y por la izquierda entran otras dos personas con el ternero destinado a la fiesta del recibimiento.

El rostro del Padre es luz, perdón, entusiasmo…mientras el hijo muestra la fatiga y la esperanza en su rostro sin afeitar, en sus cansados pies apegados aún al barro del camino incierto que fue su pasado hasta regresar a la casa del Padre. Sus miradas se encuentran y nace el sosiego en el hijo que sabe que su Padre lo ama más infinitamente que su prolongada ausencia. Poderosa expresión corporal, sentimientos asomados a los rostros con sencillez y fuerza…En el cielo amanece una claridad azul que va retirando las oscuras sombras de las nubes que amenazan maldad.

Las mezclas de colores, de tonos de luz, de nubes rotas que abren la vista hacia un fondo iluminado… engrandecen este cuadro y lo hacen de una perspectiva profunda; el espectador asiste al encuentro del Padre y el hijo y se imagina los lejanos lugares por donde vivió desorientado el hijo, los caminos por los que regresó a la casa del Padre que lo abraza y le entrega la paz en su infinita amorosa misericordia.

Javier Agra Rodríguez

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