Arte y Liturgia
El Buen Pastor
Bartolomé Esteban Murillo
11 septiembre 2022: XXIV Tiempo ordinario
por Javier Agra Rodríguez
Primera carta de Pablo a Timoteo 1, 12-17
Querido hermano: Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fió de mí y me confió este ministerio, a mí, que antes era un blasfemo, un perseguidor y un insolente. Pero Dios tuvo compasión de mí pues estaba lejos de la fe; sin embargo, la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí junto con la fe y el amor que tienen su fundamento en Cristo Jesús. Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero; pero por esto precisamente se compadeció de mí: para que yo fuese el primero en el que Cristo Jesús mostrase toda su paciencia y para que me convirtiera en un modelo de los que han de creer en él y tener vida eterna.
Evangelio Lucas 12, 49-53
En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola:
¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”.
Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
O ¿qué mujer que tiene diez monedas, si se le pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas y les dice:
“¡Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido”.
Os digo que la misma alegría tendrán los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.
Reflexión sobre el Evangelio
El Estamos ante una lectura que ha inspirado multitud de pinturas y de literatura a través del tiempo. Leemos dos de las parábolas que Lucas sitúa en el capítulo 15 de su evangelio, la tercera es “el hijo pródigo”; las tres completan un epígrafe conocido como la alegría del perdón. La parábola de “la oveja perdida” es la primera, también lo narra Mateo 18, 12-14; mientras que la segunda “la moneda perdida” es exclusiva de este evangelio sinóptico. Por su parte, Juan dedica el capítulo 10 de su evangelio a Jesús como Buen Pastor.
El cuadro
BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO (Sevilla 1618 – Sevilla 1682) pintó este cuadro en torno al año 1660, después de recorrer diferentes lugares pasó a formar parte de la colección del MUSEO DEL PRADO, donde se expone actualmente. La pintura está acompañada de un sello editado por Correos el año mil novecientos sesenta para conmemorar el tercer centenario de la pintura citada.
Representa a Jesús niño, una mano reposa sobre la oveja extraviada a la que ya ha encontrado; Jesús mira de frente al espectador directamente a los ajos, asegurando que saldrá en nuestra busca tantas veces como sea necesario, después comenzará su descanso y cuando nos encuentre será motivo de inmensa alegría. Tras él, contemplamos un bucólico paisaje que va dominando sobre unas ruinas clásicas; su palabra, su acción, su vida…son la novedad que recrea el mundo antiguo. Al fondo, como una nebulosa que se difumina con el horizonte mismo, está el rebaño de las otras noventa y nueve ovejas que están seguras, acaso en la casa del Padre, acaso en el aprisco de la Iglesia…
Una mezcla de líneas rectas, de diagonales, de ángulos y aristas, rellenan la estructura piramidal de Jesús Niño y la oveja, erguidos sobre el paisaje bajo el vaporoso cielo de blanquecinas nubes.
Ambas parábolas hablan de la misericordia del Padre Dios, de su búsqueda constante, pero también conviene destacar la alegría, el entusiasmo, el gozo por el encuentro; alegría que nombra varias veces el evangelista Lucas. He aquí el asombro de este evangelio: ¡Dios se alegra cuando nos encuentra! Lleno de entusiasmo, fortaleza y alegría nuestro corazón, podemos salir al encuentro de nuestros hermanos; al encuentro de sus pérdidas, de sus dolores, de sus noches oscuras… Ya nos recordaba esta idea San Asterio (350 – 410) obispo de Amasea en el Ponto, en su homilía 13 sobre la conversión: «No desesperemos fácilmente de las personas, no dejemos en el abandono a los que están en peligro. Busquemos ardientemente a aquel que está amenazado, reconduciéndolo al buen camino, alegrémonos de su regreso introduciéndolo de nuevo a la comunidad de los creyentes». También vale para decir que hemos de reconstruir la dignidad de nuestros hermanos, su libertad, su confianza…
Nosotros sabemos que Jesús nos acompaña siempre, camina con nosotros, reposa con nosotros, carga con nosotros y nos lleva sobre sus hombros cuando nuestros pasos y nuestros días son más difíciles y no sabemos hacia donde encaminarnos.
Desde las Catacumbas de Roma, en los albores del cristianismo, las primeras imágenes que tenemos de Jesús lo presentan como Buen Pastor, fue una pintura muy presente en los primeros siglos que se retomó con fuerza en el tiempo del Barroco inmediatamente posterior al Concilio de Trento (1545 – 1563).
Nuestros poetas del Renacimiento incorporaron a su temática esta idea del Buen Pastor. La poesía y El teatro del Siglo de Oro, lo trataron expresamente. Recordamos “El Condenado por desconfiado” de Tirso de Molina, Lope de vega “El pastor lobo y la cabaña celestial”, Calderón de la Barca en diversos de sus “Autos Sacramentales”.
Cervantes en la comedia de cautivos de 1615 “La gran sultana Doña Catalina de Oviedo” termina la primera jornada con este soneto:
“¡A Ti me vuelvo, Gran Señor, que alzaste…/ A Ti, Pastor bendito,/ que buscaste de las cien ovejuelas, la perdida/ y hallándola del lobo perseguida,/ sobre tus hombros santos te la echaste!/ ¡A Ti me vuelvo en mi aflicción amarga,/ y a Ti toca, Señor, el darme ayuda/ que soy cordera de tu aprisco ausente,/ y temo que, a carrera corta o larga,/ cuando a mi daño tu favor no acuda/ me ha de alcanzar esta infernal serpiente!”
Aquí lo dejo, entre versos pero siempre desde la oración y el entusiasmo.
Javier Agra Rodríguez
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