Disciplina clericalis

Pedro Alfonso de Huesca

La primera relación de cuentos de origen oriental en Europa.

El tratado Disciplina Clericalis, de Pedro Alfonso de Huesca (1062 - c.1140) es una de las colecciones de relatos moralizantes medievales mas importantes. Los relatos están diseñados para entretener, instruir y orientar la vida. Incluyen proverbios, versos, fábulas y anécdotas tomadas de las tradiciones judías, árabes y de los clásicos griegos.

El texto fue muy conocido en toda la Edad Media y traducido desde su versión original latina al francés, gascón, italiano, castellano e inglés, llegando su influencia hasta la lejana Islandia. Sobrevive hoy en 76 manuscritos latinos medievales. La obra consta de 34 relatos estructurados en diálogos entre maestros o padres y discípulos e hijos, cuyo principal objetivo es trasmitir la sabiduría práctica de la vida.

Pedro Alfonso aprovecha su vasto conocimiento de fuentes orientales. El mismo Pedro Alfonso relata de esta manera el método de composición y los recursos que tuvo a mano:

... he compilado esta modesta obra, hecha en parte de sentencias de filósofos y de sus comentarios, en parte de proverbios, fábulas y versos árabes y en fin de comparaciones tomadas de animales y pájaros. He también respetado la justa medida, ya que si escribiera mas de lo necesario mis escritos serían más una carga que una ayuda para el lector. Yo quisiera que esta composición sea —tanto para los que la leen como para los que la escuchan— una ocasión para instruirse. Que gracias a lo que contiene, se acuerden de lo que han olvidado (Disciplina Clericalis, 2)

El ejemplario consta de un prólogo y treinta y tres ejemplos (cuentos) extraídos de fuentes cristianas, árabes y judías escritas y del folclore oral de estas tres culturas. La obra tuvo una gran repercusión en toda Europa e introdujo la cuentística oriental en el occidente cristiano. El título, Disciplina clericalis, viene a significar «enseñanza de doctos»: se trataba de aleccionar mediante historias cortas de las que se podía obtener un provecho didáctico. Sus cuentos fueron transmitidos durante toda la Edad Media en varias compilaciones de ejemplos de forma parcial, entre ellas los 76 manuscritos latinos que se conservan.

El estudio que se ha realizado de sus fuentes indica que éstas abarcan desde las fábulas de Esopo (ejemplo V) hasta las colecciones de cuentos orientales, como el Barlaam y Josafat (ejemplo XII), el Calila y Dimna (ejemplo XXIV) y el Sendebar (ejemplos XI o XIII). También utilizó la literatura sapiencial o gnómica y los libros de sentencias atribuidas a los filósofos de la antigüedad, como los Bocados de oro; asimismo, se sirvió de relatos bíblicos y la tradición folclórica oral hebrea, árabe y cristiana. A su vez este repertorio fue usado abundantemente por las compilaciones posteriores. 

La obra influyó en la literatura hebrea en la Selección de piedras preciosas, de Yeddaya Bedrashi de hacia 1298, ampliamente difundido y que fue impreso en las postrimerías del siglo XV en hebreo y más tarde en latín. Pero su mayor influjo radica en la inclusión de sus cuentos en casi todas las colecciones de exempla medievales escritas en latín, como el Speculum historiale de Vicente de Beauvais o la Leyenda dorada de Jacobo de Vorágine, del siglo XIII.

     Posteriormente, se transmitieron a los ejemplos del Conde Lucanor y a los del Libro de buen amor, a las novelle del Decamerón de Boccaccio y, ya en el Renacimiento, se observa aún su influencia en El Patrañuelo de Juan de Timoneda, y en asuntos de las Novelas ejemplares de Cervantes, en obras dramáticas del teatro español del Siglo de Oro e incluso en Shakespeare.

Los diez cofres

Me han contado que un español partió para la Meca y había llegado a Egipto. Al querer entrar al desierto y atravesarlo, quiso depositar su dinero en Egipto. Antes de depositarlo, él se informó si había en el país un hombre en el que pudiera confiar. Le indicaron un hombre mayor que tenía gran reputación por su rectitud. El le confió mil talentos. Luego continuó su viaje y, después de realizado su peregrinaje volvió junto al hombre al que le había confiado su dinero y le pidió que le devolviera su depósito. Pero el otro, lleno de perfidia, decía que jamás lo había visto.

Engañado así, el hombre fue en busca de personajes nobles de ese país y les contó cómo lo había tratado aquél a quien había confiado su dinero. La gente del país, oyendo eso, no lo quisieron creer y dijeron que no era verdad. Pero el que había perdido su dinero iba cada día a la casa del que lo conservaba injustamente y le rogaba enfáticamente para que se lo restituyera. El estafador, cansado de oirlo, lo insultó, le advirtió de no decir más semejantes cosas y de no volver más a su casa. Si lo hacía, sería justamente castigado. Después de haber oído las amenazas del que lo había engañado, el hombre se fue muy triste.

En el camino de regreso encontró a una mujer vieja que llevaba un hábito de monja. Viendo a ese hombre en lágrimas (ella había adivinado que se trataba de un extranjero) se llenó de compasión, lo atrajo a un rincón y le preguntó qué le había pasado. Entonces él se lo contó exactamente. La mujer, después de haber escuchado las palabras de este hombre, le dijo: "Amigo, si lo que dices es verdad, yo te voy a ayudar". Y él: "¿Cómo puedes hacerlo, sirvienta de Dios?". Entonces ella le dijo: "Tráeme un hombre de tu país en el que puedas tener total confianza". Y él trajo uno. Entonces ella ordenó al compañero de la víctima comprar diez cofres decorados con bellos colores en el exterior, rodeados de hierro plateado y cerrados con buenas cerraduras; los debía llevar a la casa de su huésped y llenarlos de pequeñas piedras. Es lo que hizo. Entonces la mujer, cuando vió que lo que había pedido estaba listo, le dijo:"Ahora , busca diez hombres para venir conmigo y con tu amigo a la casa del hombre que te ha engañado; que traigan los cofres, caminando uno detrás del otro, en columna. Y cuando el primero llegue a la casa del que te ha engañado y se pare, preséntate y reclama tu dinero. Y yo tengo tanta confianza en Dios que estoy segura que tu dinero será devuelto." Entonces él hizo como la mujer le había dicho. Esta, recordando lo que había emprendido, se puso en camino.

Ella vino a lo del tramposo con el amigo de la víctima y dijo: "He recibido en mi casa un hombre que vino de España, que quiere ir a la Meca; pero quiere antes confiar su dinero contenido en diez cofres, a un hombre de bien que se lo guarde hasta su regreso. Te ruego que quieras, para agradarme , guardárselo, y porque sé que eres un hombre bueno y fiel, no quiero que este dinero sea confiado a nadie sino a ti". Mientras ella decía esto, llegó el hombre que llevaba el primer cofre, y se veían los otros que llegaban detrás de él. En ese momento, el hombre que había sido engañado, siguiendo la orden de la vieja mujer, se presentó detrás del hombre que llavaba el primer cofre, como había sido instruído.

Entonces, el que había escondido el dinero, un personaje malo y astuto, cuando vió llegar al hombre del que conservaba el dinero, temió que si reclamaba su dinero, el otro, que traía el suyo no querría confiárselo; se paró delante de él y le dijo:"Querido amigo, dónde estabas que has tardado tanto? Ven y toma el dinero que me has confiado durante tanto tiempo, pues me averguenzo de haberlo conservado tanto tiempo". Entonces el otro, lleno de alegría recuperó su dinero, agradeciendo. En cuanto a la vieja mujer, cuando vió que el hombre había recuperado su dinero, se volvió y dijo: "Mi compañero y yo vamos a buscar a los otros portadores de cofres y decirles que se apuren. Espera nuestra vuelta y guarda bien lo que ya te hemos confiado". Todo contento, guardó lo que ya había recibido y esperó - y tal vez espera todavía - su llegada. Y así, gracias al estratagema de esta vieja, el dinero fue devuelto a su propietario".

FIN

Disciplina Clericalis. s. XII

El rey y su fabulista

Un rey tenía un fabulista que tenía la costumbre de contar cada noche cinco historias. Llegó una noche que el rey no pudo dormirse y pidió escuchar algunos cuentos más. El le contó entonces tres cuentos más, pero breves. El rey pidió aún más. Pero el fabulista se negó: le pareció que ya le había contado muchos. Entonces el rey dijo: "Me has contado muchas historias, pero eran muy breves. Yo quisiera que me contaras uno que tenga muchas palabras y entonces te dejaré ir a dormir". El fabulista aceptó y comenzó así: 

"Había un aldeano que poseía mil monedas. Éste partió para una feria donde compró dos mil ovejas, a seis denarios cada una. Mientras volvía, se produjo una enorme inundación. Al no poder pasar por el puente, muy preocupado, se puso a buscar a alguien que pudiera ayudarlo a pasar a sus ovejas. Encontró finalmente una barquilla que no era capaz de llevar cada vez más que al aldeano con dos ovejas. Pero, obligado por la necesidad, metió dos ovejas y pasó con ellas." Al llegar ahí el narrador se durmió. Pero el rey lo despertó y le ordenó terminar el cuento que había empezado. Entonces, el narrador dijo: "Se trata de un río muy grande, la embarcación es muy pequeña y el rebaño muy numeroso. Deja pues que el paisano pase a todas sus ovejas y cuando termine contaré la historia que he comenzado". Así calmó el fabulista al rey que quería oír fábulas largas.

FIN

Disciplina Clericalis. s. XII

Fragmento de El Quijote. Miguel de Cervantes

Sucedió, dijo Sancho, que el pastor puso por obra su determinación, y cogiendo sus cabras, se encaminó por los campos de Extremadura para pasarse a los reinos de Portugal […]. El  pastor llegó con su ganado a pasar el río Guadiana, y en aquella sazón iba crecido y casi fuera de madre, y por la parte que llegó no había barca ni barco, ni quien le pasase a él ni a su ganado de la otra parte, de lo que se acongojó mucho, […].  Pero tanto anduvo mirando, que vio un pescador que tenía junto a sí un barco tan pequeño, que solamente podían caber en él una persona y una cabra, y con todo esto le habló y concertó con él que le pasase a él y a trescientas cabras que llevaba.             Entró el pescador en el barco y pasó una cabra, volvió y pasó otra, tornó a volver y tornó a pasar otra: tenga vuestra merced cuenta con las cabras que el pescador va pasando, porque si se pierde una de la memoria se acabará el cuento, y no será posible contar más palabra de él: sigo, pues, y digo, que el desembarcadero de la otra parte estaba lleno de barro  y resbaloso, y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver: con todo esto volvió por otra cabra, y otra y otra.

            Haz cuenta que las pasó todas, dijo Don Quijote; no andes yendo y viniendo de esa manera, que no acabarás de pasarlas en un año. ¿Cuántas han pasado hasta ahora? dijo Sancho. ¿Yo qué diablos sé? respondió Don Quijote. He ahí lo que yo dije que tuviese buena cuenta; pues por Dios que se ha acabado el cuento, que no hay pasar adelante. ¿Cómo puede ser eso? respondió Don Quijote. ¿Tan importante es para la historia las cabras que han pasado, que si se equivoca  en el número no puedes seguir adelante con la historia? No, señor, en ninguna manera, respondió Sancho, porque así como yo pregunté a vuestra merced que me dijese cuántas cabras habían pasado, y me respondió que no sabía, en aquel mismo instante se me fue a mí de la memoria cuanto me quedaba por decir, y  desde luego que era de mucha virtud y contento. ¿De modo, dijo Don Quijote, que ya la historia es acabada? Tan acabada es como mi madre, dijo Sancho.

FIN

Fragmento de D. Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes.

La serpiente ingrata

Alguien que pasaba por un bosque vio una serpiente a la que algunos pastores habían atado a unos palos luego de forzarla a dejar su contorsión natural. Después de soltarla, el caminante la calentó, y la serpiente, una vez caliente, comenzó a enrollarse alrededor de su salvador, hasta que estuvo a punto de ahogarlo. Entonces el hombre:

—¿Qué haces? —le dijo—. ¿Por qué devuelves mal por bien?

A esto, la serpiente:

—No hago sino lo que corresponde a mi naturaleza.

Dijo él:

—¿Te hice un bien y me lo pagas con un mal?

Mientras discutían así, llamaron como árbitro a una zorra y le contaron todo lo sucedido. Entonces dijo la zorra:

—No puedo juzgar esta causa sólo de oídas, si no veo primero con mis propios ojos lo que ocurrió.

Fue atada la serpiente como estaba antes.

—Ahora —le dijo la zorra— escapa si puedes; y tú, hombre, no te ocupes en desatar

serpientes. ¿No sabes que quien suelta el péndulo lo ve caer sobre él?

FIN

Disciplina Clericalis. s. XII

El labrador, el lobo y el juicio del zorro.

Se cuenta de un labrador que un día en que sus bueyes no querían andar haciendo un surco derecho, les dijo:

—¡Que os coman los lobos!

Oyéndolo un lobo, aprobólo de buen grado. Cuando ya declinaba el día y el rústico desuncía a los bueyes del arado, se presentó el lobo diciendo:

—Dame los bueyes que me prometiste.

—Si lo dije —respondió el rústico—, no lo confirmé con juramento.

Y el lobo, a su vez:

—Tienes que dármelos porque me los otorgaste.

Llegaron por fin al acuerdo de que irían ante el juez. Mientras iban, encontraron una zorra, que les dijo, la muy astuta:

—¿A dónde vais?

Ellos contaron a la zorra lo sucedido, y ella les dijo:

—Ninguna falta os hace buscar otro juez, pues yo misma dictaré sentencia en justicia.

Pero primero, dejadme hablar en secreto con uno de vosotros y después con el otro, y si pudiera concordaros sin pleito, la sentencia se mantendrá en secreto y si no, trataremos en común.

Así lo acordaron. Y la zorra, hablando primero aparte con el labrador, le dice:

—¡Dame una gallina y otra para mi consorte y conservarás tus bueyes!

El labrador se las concedió. Y después habló con el lobo diciendo:

—Oye, amigo, dados tus méritos, si yo tengo alguna elocuencia, debe trabajar en tu favor, y tanto he insistido con el rústico que, si le dejas quietos sus bueyes, te dará un queso tan grande como un escudo.

El lobo estuvo de acuerdo. Al cual dice después la raposa:

—Deja que el labrador se lleve sus bueyes y luego te llevará al sitio donde tiene sus quesos para que puedas elegir, entre muchos, el que quieras.

Y el lobo, engañado por las palabras de la astuta zorra, dejó ir tranquilo al labrador.

Pero la zorra desviándose por un lado y por otro, entretuvo al lobo todo lo que pudo, y cuando sobrevino la oscuridad de la noche, lo condujo junto a un profundo pozo. Y haciéndole asomarse al pozo, le muestra la forma de la luna casi llena que se reflejaba en el fondo, y le dice:

—Este el es el queso que te prometí. Baja, si quieres, y come.

A esto le respondió el lobo:

—Baja tú primero, y si no puedes bajar sola, yo haré lo que me digas para ayudarte.

Diciendo esto, vieron que descendía colgando hasta el pozo una cuerda en uno de cuyos cabos colgaba una cubeta, mientras que otra pendía del otro extremo, y esto era de tal manera que si bajaba la una, subía la otra. Lo que en cuanto la zorra vio ser así, como si accediera al ruego del lobo, entró en una cuba y descendió al fondo. El lobo, contento ya con eso, le dice:

—¿Por qué no me coges el queso?

La zorra contesta:

—No puedo por lo grande que es, pero entra tú en la otra cubeta, y ven como me prometiste.

Al meterse en lobo en la cubeta, por su gran peso, cayó ésta rápida al fondo, mientras que se elevaba la otra con la zorra que era de peso liviano. Y la raposilla, llegada al brocal del pozo, saltó fuera y dejó al lobo en el fondo. Y así, por haber dejado lo presente por lo futuro, perdió el lobo bueyes y queso.

FIN

Disciplina Clericalis. s. XII

El medio amigo

Un árabe, a punto de morir, llamó a su hijo y le dijo:

—Dime, hijo mío, cuántos amigos adquiriste en tu vida.

El hijo respondió:

—Creo que adquirí cien amigos.

Díjole el padre:

—Dice el filósofo: «No alabes al amigo hasta que lo hayas probado». Yo nací antes que tú y apenas puede decirse que logré la mitad de uno. Tú ¿cómo te hiciste con cien? Ve a probarlos para saber si alguno entre todos es tu verdadero amigo.

Dijo el hijo:

—¿Cómo me aconsejas probarlos?

Dice el padre:

—Pon en un saco un ternero muerto y partido en pedazos, de modo que el saco quede sucio de sangre por fuera, y cuando llegues a casa del amigo, dile: «Querido amigo, maté involuntariamente a un hombre; te suplico que lo entierres en secreto, pues nadie sospechará de ti y en cambio a mí podrás, así, salvarme».

Hizo el hijo como el padre le mandó. El primer amigo al que acudió le dijo:

—Llévate ese muerto a cuestas; puesto que hiciste un mal, sufre el castigo. No entrarás en mi casa.

Habiendo hecho lo mismo con cada uno de sus amigos, obtuvo de todos la misma respuesta. Volviendo junto a su padre, le contó cómo habían ido las cosas. El padre le dijo:

—Te sucede lo mismo que dijo el filósofo: «Muchos son los amigos, mientras lo son de nombre, pero pocos lo son en la necesidad». Vete a casa de ese medio amigo que yo tengo y mira a ver qué te dice.

El hijo fue y díjole lo mismo que había dicho a otros. Y él contestó:

—Entra en mi casa. No es éste un secreto que deba propagarse entre los vecinos.

Y haciendo salir a su mujer con toda su familia, cavó una sepultura. Una vez que estuvo preparada, díjole aquel la verdad tal como era, y le dio las gracias. Luego refirió a su padre lo ocurrido. Y el padre dijo:

—A propósito de amigos como ese dice el filósofo: «El verdadero amigo es el que ayuda cuando el mundo te abandona».

Dijo el hijo al padre:

—¿Viste a un hombre que haya podido conseguir un amigo completo?

Entonces dijo el padre:

—No lo vi, pero oí hablar de uno.

Y a su vez el hijo:

—Háblame de él, a ver si por casualidad logro para mí un amigo semejante. [...]

[sigue el Ejemplo de un amigo íntegro].

FIN

Disciplina Clericalis. s. XII

El truco de la sábana

Se cuenta de uno que, saliendo de viaje, confió su mujer a su suegra. Pero la mujer tenía un amante y se lo dijo a su madre, que, movida por su hija, favoreció ese amor, y, llamando al amigo, se puso a comer con él y con la hija. Mientras comían, llegó el marido y llamó a la puerta. Levantándose la mujer, escondió al amante antes de abrir a su marido, el cual, después de entrar, mandó que le prepararan el lecho, pues quería reposar porque estaba cansado. La mujer, muy turbada, no sabía qué hacer. Pero la madre, al verlo:

—¡No corras —dijo— hija mía para preparar la cama; antes enseñaremos a tu marido la sábana que hicimos!

Y sacando la vieja una sábana la sostuvo por una punta y, dándole la otra a la hija para que a su vez la sostuviera, la estiraba todo lo posible hasta que, burlado así el marido, escapó el amigo que estaba escondido. Entonces dijo la vieja a su hija:

—Extiende sobre la cama de tu marido esa sábana ya que está hecha y tejida por tus manos y las mías.

—Pero tú, señora —dijo el marido—, ¿sabes hacer una sábana así?

A lo que ella dijo:

—Ay, hijo mío —contestó—, aparejé muchas de esta clase.

FIN

Disciplina Clericalis. s. XII

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