Los doce patos salvajes
Peter Christen Asbjørnsen y Jørgen Moe
Erase una vez una reina que, tras una nueva nevada en invierno, salió; pero cuando apenas había caminado un poco comenzó a sangrarle la nariz, y tuvo que salir de su trineo. Así pues, como se quedó allí de pie, apoyada contra la valla, y viendo la sangre roja caer sobre la nieve, comenzó a pensar en cómo ella había tenido doce hijos pero ninguna hija, y se dijo a sí misma: «si tan solo hubiera tenido una hija tan blanca como la nieve y tan roja como la sangre, no me preocuparía en qué se podrían convertir todos mis hijos».
Pero apenas habían salido las palabras de su boca cuando una vieja bruja troll se acercó a ella.
—Una hija debes tener —dijo la anciana—, y tan blanca como la nieve y roja como la sangre debe ser; y tus hijos deben ser míos, pero puedes mantenerlos hasta que el bebé sea bautizado.
Así que cuando llegó el momento la reina tuvo a su hija, y ella era tan blanca como la nieve y roja como la sangre, justo como el troll había prometido, y así la llamó «Blancanieves y Rosarroja». Bueno, hubo un gran regocijo en la corte del rey, y la reina fue tan feliz como pudo ser; pero cuando lo que había prometido la vieja bruja acudió a su mente hizo llamar a un platero, y le mandó hacer doce cucharas de plata, una por cada príncipe, y después le ordenó hacer una mas, y esta se la dio a Blancanieves y Rosarroja. Pero tan pronto como la princesa fue bautizada, los príncipes se convirtieron en doce patos salvajes, y volaron lejos. Nunca se los volvió a ver. Se fueron muy lejos, y allí permanecieron.
La princesa creció, y se hizo alta y justa, pero al mismo tiempo tan extraña y triste que nadie de la corte podía entender qué era aquello que la afligía. Pero una tarde la reina también se entristeció, ya que tuvo unos extraños pensamientos al recordar a sus hijos.
Le dijo a Blancanieves y Rosarroja:
— ¿Por qué estás tan triste, hija mía? ¿Es algo que quieres? Si es así, tan solo debes decirlo, y lo tendrás.
— Oh, esto parece tan aburrido y solitario — contestó Blancanieves y Rosarroja—. Todos tienen hermanos y hermanas, pero yo estoy sola, no tengo a nadie; y esa es la razón por la que estoy tan triste.
— Pero tuviste hermanos, hija mía — dijo la reina— . Tuve doce hijos que fueron tus hermanos, pero los di a todos ellos por tenerte — y así le contó toda la historia.
Y cuando la princesa la escuchó, no descansó; ya que, a pesar de todo lo que la reina pudo decir o hacer, y a pesar de todo lo que lloró y rezó, la muchacha partió a buscar a sus hermanos, ya que pensó que todo había sido culpa suya; y al final salió del palacio. Poco a poco caminó por el ancho mundo, tan lejos que nunca se hubiese pensado que una joven dama pudiera tener tanta fortaleza para andar tanto.
Así, una vez, cuando caminaba por un gran, grandísimo bosque, un día se sintió cansada, y se sentó en un penacho de musgo y se quedó dormida. Luego ella soñó que había ido a la parte más profunda del bosque, hasta que había encontrado una pequeña choza donde encontró a sus hermanos; justo entonces se despertó y en el camino que había ante ella vio un camino desgastado en el verde musgo, y ese camino se adentraba en el bosque; lo siguió y después de un largo tiempo se topó con aquella pequeña casita de madera tal y como la había visto en sus sueños.
Ahora, cuando entró en la habitación no había nadie en casa, pero destacaban doce camas, y doce sillas, y doce cucharas; doce de todo, al final. Así que cuando lo vio se alegró, y no había estado tan contenta en muchos largos años, pues se pudo figurar que sus hermanos vivían allí, y que eran los propietarios de las camas, las sillas y las cucharas. Así que hizo un fuego y barrió la habitación, hizo las camas, cocinó la cena y adecentó la casa tan bien como supo; y cuando vio que estaba todo el trabajo hecho, comió su propia comida y se deslizó en la cama de su hermano más pequeño, y se tumbó allí, olvidando su propia cuchara sobre la mesa.
Pero apenas se había tendido cuando oyó algo aleteando y zumbando en el aire, y así los doce patos salvajes aterrizaron; pero tan pronto como cruzaron el umbral se convirtieron en príncipes.
—Oh, qué bien y qué cálido se está aquí —dijeron—. Que los cielos bendigan a aquél que ha encendido el fuego, y cocinado tan buena cena para nosotros.
Y así cada uno tomó su cuchara de plata y comenzaron a comer. Pero cuando cada uno hubo cogido la suya quedó una todavía sobre la mesa, y como era exactamente igual al resto no pudieron decir a quién pertenecía.
—Es la cuchara de nuestra hermana —dijeron—; y si su cuchara está aquí, ella no debería estar demasiado lejos.
—Y si es la cuchara de nuestra hermana, y ella está aquí —dijo el mayor—, ella debe morir, pues ella tiene la culpa de nuestro sufrimiento.
Y esto lo escuchó ella tendida bajo la cama.
—No —dijo el más joven—; sería una vergüenza matarla por eso. Ella no ha hecho nada para hacernos sufrir; pues de nadie es la culpa, salvo de nuestra madre.
Así pues se pusieron a buscarla por todos lados, arriba y abajo, y al final miraron bajo las camas, y así cuando se acercaron a la del príncipe más joven la encontraron, y la arrastraron fuera. Luego, el mayor de los príncipes tuvo de nuevo el deseo de matarla, pero ella comenzó a suplicar y a rezar por su vida.
—¡Oh! ¡Por la Gracia de Dios! No me matéis, pues he estado buscándoos durante tres años, y si tan solo pudiera liberaros, voluntariamente perdería la vida.
—¡Bueno! —dijeron—, si nos vas a hacer libres, deberás conservar la vida; pues así lo has elegido.
—¡Sí! Solo decidme —dijo la princesa— cómo puedo hacerlo, y lo haré, sea lo que sea.
—Debes coger una flor de cardo —dijeron los príncipes—, y debes cardarla, hilarla y tejerla; y después de hacerlo, debes cortarla y hacer doce abrigos, doce camisas y doce pañuelos, uno por cada uno de nosotros, y mientras lo haces, no puedes ni hablar, ni reír, ni llorar. Si lo haces así, seremos libres.
—Pero, ¿Dónde encontraré cardo suficiente para tantos pañuelos, tantas camisas y tantos abrigos? —preguntó Blancanieves y Rosarroja.
—Pronto te lo enseñaremos —dijeron los príncipes.
Y así la llevaron con ellos a un gigantesco brezal, donde se alzaba una cosecha de cardos, todos cabeceando y balanceándose en la brisa, y las flores todas flotando y brillando como telarañas por el aire al sol. La princesa nunca había visto tal cantidad de flores de cardo en su vida, y comenzó a arrancar y cosechar tan rápido y tan bien como pudo; y cuando volvió a casa por la noche comenzó a cardar e hilar la lana de la flor. Así le tomó mucho tiempo, recogiendo, cardando e hilando, y todo mientras atendía la casa de los príncipes, cocinando y haciéndoles las camas. Y cada tarde ellos volvían a la casa, aleteando y zumbando como patos salvajes, y cada noche se volvían príncipes de nuevo, pero a la mañana siguiente volvían a alzar el vuelo, y eran patos salvajes todo el día.
Pero ocurrió una vez que, cuando ella había salido al brezal a cosechar flor de cardo —y si no me equivoco, fue la última vez que fue hacia allá—, el joven rey que gobernaba había salido de caza, y se acercó cabalgando a través del brezal y la vio. Así se detuvo allí y se preguntó quién sería aquella encantadora dama que caminaba a lo largo del campo cosechando flor de cardo, y le preguntó su nombre, y cuando no obtuvo respuesta se quedó atónito. Y al final la quiso mucho más, y ninguna otra cosa hubiese hecho salvo cogerla y llevarla a su hogar, a su castillo, y casarse con ella.
Así que ordenó a sus sirvientes que la cogieran y la subieran a su caballo. Blancanieves y Rosarroja se retorció las manos y les hizo señas, y señaló las bolsas que llevaba con ella y el trabajo que había hecho, y cuando el rey vio que ella deseaba llevárselo todo consigo, le dijo a sus hombres que lo cogieran todo y lo llevaran tras ellos. Cuando lo hicieron la princesa volvió en sí, poco a poco, pues el rey era tanto un hombre sabio como hermoso, y fue tan dulce y bueno con ella como un doctor.
Pero cuando llegaron al palacio, y la vieja reina, que era la madrastra del rey, puso sus ojos sobre Blancanieves y Rosarroja, la atravesaron los celos al ser ella tan adorable, y le dijo al rey:
—¿No puedes ver ahora, que esta cosa que has traído contigo, y con la que te quieres casar, es una bruja? ¡Por qué, si no, puede hablar, o reír o llorar!
Pero al rey no le importaba nada lo que ella tenía que decirle, sino que siguió adelante con la boda y se casó con Blancanieves y Rosarroja, y vivió en gran alegría y regocijo; pero ella nunca se olvidó de coser las camisas.
Así, cuando llegó el año, Blancanieves y Rosarroja trajo un príncipe al mundo, y la vieja reina creció en odio y celos, y al caer la noche, entró donde estaba Blancanieves y Rosarroja, y le robó el bebé, y lo arrojó a un foso lleno de serpientes. Después de eso hizo un corte en uno de los dedos de la joven, y llenó con su sangre su boca, y se fue a buscar al rey.
—Ahora ven a ver —dijo ella—, qué tipo de ser es aquello que has tomado por tu reina; aquí donde la ves se ha comido su propio bebé.
El rey se quedó tan abatido que casi estalla en lágrimas, y dijo:
—Sí, debe ser cierto, así lo he visto con mis propios ojos; pero ella no lo volverá a hacer, estoy seguro, y así esta vez le perdonaré la vida.
Así, antes del fin del siguiente año, tuvieron otro hijo, y ocurrió lo mismo. La madrastra del rey cada vez estaba más rencorosa y más celosa. Ella entró donde estaba la joven reina durante la noche mientras dormía y se llevó al bebé, arrojándolo a un foso lleno de serpientes, le cortó en el dedo, y esparció su sangre por su boca, y luego fue a decirle al rey que ella se había comido a su propio hijo.
El rey se puso tan triste que ni tú podrías imaginar cómo lo lamentaba, y dijo:
—Sí, debe ser cierto, así lo he visto con mis propios ojos; pero ella no lo volverá a hacer, estoy seguro, y así esta vez le perdonaré la vida.
¡Bueno! Antes de que el siguiente año terminara, Blancanieves y Rosarroja trajo una hija al mundo, y a ella, también, la cogió la reina y la arrojó a un foso lleno de serpientes, mientras la joven reina dormía. Luego le hizo un corte en el dedo y esparció su sangre por su boca, y fue de nuevo al rey y le dijo:
—Ahora debes venir y ver si no ha sido como yo dijo; ella es una traviesa y maldita bruja pues se ha ido y también se ha comido a su tercer bebé.
Luego el rey se entristeció, y no hubo final para esto, pues no podría perdonarla más, sino que ordenó que se la quemara viva en una pila de madera. Pero justo cuando la pila se prendió entera, y la iban a subir a ella, les hizo señales para que tomaran doce tableros y los tendieran alrededor de la pila, y allí ella tendió los pañuelos, y las camisas, y los abrigos para sus hermanos, pero a la camisa del hermano más pequeño todavía le faltaba una manga, pues no le había dado tiempo a terminarla.
Tan pronto como lo hubo hecho, oyeron un aleteo y un zumbido en el aire, y llegaron volando doce patos salvajes desde el bosque, y cada uno de ellos se lanzó sobre sus ropas y volaron con ellas.
—¡Mira ahora! —le dijo la vieja reina al rey—. ¿Acaso no estaba yo en lo cierto cuando te dije que era una bruja? Pero date prisa y haz que arda antes de que la pira se apague.
—¡Ah! —exclamó el rey—. Tengo suficiente madera y de sobra, y así esperaré un poco, pues tengo curiosidad en ver cuál es el final de todo esto que ha pasado.
Como él habló llegaron doce príncipes cabalgando, tan guapos y bien crecidos muchachos como tú desearías ver; pero el más joven de ellos tenía un ala de pato salvaje en vez de su brazo izquierdo.
—¿Qué es todo esto? —preguntaron los príncipes.
—Mi reina va a ser quemada —dijo el rey—, porque es una bruja, y porque se ha comido sus propios bebés.
—En absoluto se los ha comido —dijeron los príncipes—. Habla ahora, hermana. Tu nos has liberado y salvado, sálvate a ti misma ahora.
Luego Blancanieves y Rosarroja habló, y contó toda la historia; cómo cada vez que se acostaba la vieja reina, madrastra del rey, había irrumpido en su cuarto por la noche y se había llevado sus bebés, y le había cortado el dedo y esparcido su sangre por su boca. Y luego los príncipes cogieron al rey y le enseñaron el foso de las serpientes donde tres bebés jugaban tendidos con víboras y sapos, y eran los niños más adorables que hayas visto jamás.
Así el rey los cogió al instante, y fue donde su madrastra, y le preguntó qué castigo pensaba que merecía aquella mujer que había traicionado a una reina inocente y a tres pequeños y benditos bebés.
—Ella merece ser atada a doce caballos intactos, para que cada uno tome su parte de ella —dijo la reina.
—Has elegido tu propia muerte —dijo el rey—, y la sufrirás al instante.
Por lo que la vieja reina malvada estuvo obligada a ser atada a los doce corceles, y cada uno tomó una parte de ella. Pero el rey tomó a Blancanieves y Rosarroja, y sus tres hijos, y los doce príncipes; y así fueron todos a casa de su padre y su madre, y le contaron todo lo que había acontecido, y hubo un gran regocijo y alegría por todo el reino, porque la princesa había sido salvada y liberada, y porque ella había liberado a sus doce hermanos.
FIN
FICHA DE TRABAJO
VOCABULARIO
Adecentar: Limpiar y ordenar un lugar o una cosa para que tenga buen aspecto.
Afligir: Causar abatimiento y tristeza.
Aletear: Mover las alas repetidamente sin llegar a echar a volar.
Brezal: Terreno poblado de brezos.
Cardar: Preparar con la carda una materia textil para el hilado.
Penacho: Conjunto de plumas levantadas que tienen ciertas aves en la parte superior de la cabeza.
Pira: Hoguera
Platero: Persona que tiene por oficio labrar la plata.
Regocijo: Gozo o alegría muy intensa que se hace ostensible.
Trol: Ser fantástico y maléfico que habita en los bosques o bajo tierra y que encarna las fuerzas negativas de la naturaleza.
CLAVES PARA LA REFLEXIÓN
Los doce patos salvajes (The Twelve Wild Ducks, type 451, ATU: «the Nurse looking for her brothers») es otro cuento recopilado por Peter Christen Asbjørnsen y Jørgen Engebretsen Moe en su Popular Tales from the Norse (ed. 1859). Encontramos en este cuento clara similitudes a otros cuentos tradicionales. En primer lugar guarda un gran parecido con Blancanieves, hasta el punto de que el comienzo es prácticamente el mismo. De nuevo aparecen brujas y trolls, en oposición a los buenos cristianos (aunque al ser un cuento de hadas, y no uno religioso, no se los va a nombrar), y una malvada madrastra. El cuento, como tantos otros, está dividido en tres partes, y la heroína debe dejar su condición de princesa para conseguir aquello que busca: liberar a sus hermanos. Hay guiños a cuentos como Ricitos de Oro, Mary’s Child, otros cuentos noruegos y escoceses, e incluso con La Bella Durmiente y sus similares. De los hermanos convertidos en cisnes, patos, u otras aves, hay muchos otros relatos, y los más famosos fueron recopilados por los hermanos Grimm y por Hans Christian Andersen, The Wild Swans.
ILUSTRACIONES
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