10 abril 2022: Domingo de Ramos
por Javier Agra Rodríguez
En aquel tiempo, los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas llevaron a Jesús a presencia de Pilato.
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey».
C. Pilatos le preguntó:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. El le responde:
+ «Tú lo dices».
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente:
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre».
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho.
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo:
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí».
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo:
S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Ellos vociferaron en masa:
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás».
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando:
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Por tercera vez les dijo:
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré».
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: "Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado". Entonces empezarán a decirles a los montes: "Caed sobre nosotros", y a las colinas: "Cubridnos"; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?».
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.
Jesús decía:
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen».
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo:
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
S. «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
S. «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada».
C. Y decía:
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
C. Jesús le dijo:
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
C. Y, dicho esto, expiró.
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo:
S. «Realmente, este hombre era justo».
Reflexión sobre el Evangelio
El DOMINGO DE RAMOS leemos la Pasión de Jesús en el evangelio de la Eucaristía. Antes tiene lugar la procesión de los ramos y se acostumbra leer el episodio de la entrada de Jesús en Jerusalén, este año según el evangelio de Lucas 19, 28 – 40.
“¡Hosanna! ¡Bendito el que viene como Rey en nombre del Señor! ¡Del cielo PAZ a la tierra y a Dios GLORIA!” (LUCAS 19, 38)
En esta ocasión, la entrada de Jesús no es la de un peregrino sino que se trata de la última subida a Jerusalén y Jesús quiere entrar como rey. Él mismo prepara y dirige la acción: envía a dos mensajeros a buscar la cabalgadura adecuada y le contestarán al dueño que “el Señor” la necesita.
No es una cabalgadura militar, ya lo había anunciado el profeta Zacarías 9, 9: “Alégrate, aclama, Jerusalén; tu rey está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un asco, una cría de borrica”. Los discípulos hacen montar a Jesús sobre el asno, que “se sienta y sube a Jerusalén” como cuando Salomón fue ungido rey y “subió a sentarse” al trono de David (1 Reyes 1, 47). La alfombra de mantos recuerda al rey Jehú ungido por Dios (2 Reyes 9, 13).
En el desfile hacia la ciudad se escucha la aclamación como Mesías con alabanza a Dios, como en el salmo 118, 26 “Bendito el que viene en nombre del Señor” y el deseo de Paz con el gloria a Dios de la Navidad (Lucas 2, 16).
Los fariseos protestan y Jesús responde con una sentencia “Si estos callan gritarán las piedras” que será proverbio y suena a canción triunfal en Isaías 52, 9 “Cantad a coro, ruinas de Jerusalén, que el Señor rescata a su pueblo” y suena a acusación en Habacuc 2, 11 “Las piedras de las paredes reclamarán…”
Este episodio ha sido muy representado en la amplia variedad de expresiones del arte. En pintura también tiene muchas versiones de diferentes autores y épocas.
El cuadro
Hoy presento este ICONO RUSO. Es de los HERMANOS POTAPOV y está en el MUSEO DE ICONOS RUBLEV DE MOSCÚ. El Icono recoge el fervor popular que envuelve a Jesús. Jesús y sus discípulos entran en Jerusalén entre aclamaciones de la gente. Jesús mira al pueblo y está girado con la vista hacia sus discípulos, en su mano izquierda sostiene el rollo que representa a la Ley. El pueblo lo recibe con palmas, mientras los niños se muestran muy activos: extienden sus túnicas, dan de comer al burro, subidos al árbol cortan ramas para agasajar al maestro.
La seriedad en la mirada de Jesús, contrasta con el ambiente festivo de la escena; él sabe que esta entrada en Jerusalén será la última, que en pocas horas se enfrentará en soledad al gran acto de Redención de la humanidad. Así lo expresa también la túnica de color rojo púrpura. Su mirada hacia los discípulos indica con sutileza el camino que sus seguidores han de continuar. Los pies descalzos están recordando las palabras de Isaías 52, 7: “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que proclama la PAZ…!”
Sobre la tierra, vertical, solemne, se eleva el árbol en la misma línea en la que está Jesús; es de tronco retorcido y rugoso, de frondosa copa… es una imagen del árbol de la Cruz que espera en Jerusalén, pero que brotará para siempre en frondosa vida resucitada. La vista se centra en el conjunto de Jesús, el árbol y el burro sobre el que Jesús entra en Jerusalén para dar cumplimiento a la profecía de Zacarías 9, 9: “¡Aclama, Jerusalén; mira a tu rey que está llegando: justo, victorioso, humilde, cabalgando un asno, una cría de borrica!”
La parte izquierda del icono está ocupada por los discípulos de Jesús; ellos serán el pueblo de la Nueva Alianza. Podemos distinguir a Pedro, un paso por delante de sus compañeros, con el rostro preocupado y la mano tendida hacia el maestro.
El pueblo que está pintado a la derecha, muestra gesto adusto, hierático, como si no participaran de la alegría y jovialidad del momento en el que llega el Mesías. No todos aclaman, algunos sopesan el momento de la entrega, buscan la intriga y la perdición de Jesús, mandan callar a la multitud y a los discípulos… pero “os digo que si estos se callan, gritarán las piedras” (Lucas 19,40). Ya no solo está aclamado por la humanidad, la creación entera está expectante aguardando lo que será alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios. (Ver Pablo a los Romanos 8, 19 – 21). Son los niños quienes expresan la sencillez, el gozo, la algarabía del presente y la esperanza del futuro. Porque el Reino de Dios es de los sencillos, de los entregados, de los confiados, de los valientes, de los esforzados, de los que comparten entusiasmo, vida…
En la ciudad de Jerusalén sobresale el templo y resuenan para nosotros aquellas palabras del Maestro: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré” (Juan 2, 19). Jesús es el verdadero y definitivo sacrificio, en él toda la naturaleza encuentra sosiego, oración, entrega, constancia, comunión, RESURRECCIÓN.
He aquí un icono, como muchos iconos, como muchos cuadros de inspiración bíblica, ante el que nos podemos sentar para el disfrute estético, para contemplar, para orar, para llegar hasta el Padre Dios…
Javier Agra Rodríguez
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